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HISTORIA DEL ANTIGUO EGIPTO
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José Miguel Parra Ortiz
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1. INTRODUCCIÓN
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Cronologías y cambio cultural en el Antiguo Egipto
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omo resulta evidente, cualquier historia depende de algún tipo
de marco cronológico; en el caso del Antiguo Egipto, conseguir
ese sistema de datación ha supuesto mucho tiempo y esfuerzos. Desde
el momento mismo en que un sacerdote egipcio del siglo III a.C. llamado Manetón escribió la primera historia de Egipto al modo occidental, el «Período Faraónico» —desde c. 3000 hasta 332 a.C.— se ha
dividido en varios períodos conocidos como «dinastías», cada una de
las cuales consiste en una secuencia de soberanos, por lo general relacionados entre sí por factores como el parentesco o el emplazamiento
de la principal de sus residencias reales.A lo largo de los años, este tipo de
aproximación al tema ha sido muy útil para dividir la cronología egipcia en una serie de bloques, cada uno de los cuales con sus propias características diferenciadoras. No obstante, cada vez es más difícil reconciliar esta cronología, basada en los acontecimientos políticos, con los
cambios sociales y culturales que desde la década de 1960 están revelando las excavaciones arqueológicas.
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Cronología
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Según han ido aumentando y diversificándose los datos históricos y
arqueológicos sobre el Antiguo Egipto, se ha ido haciendo evidente
que a menudo el sistema de Manetón —pese a ser simple, duradero y
conveniente— impide incluir en él muchas de las nuevas tendencias
cronológicas que se pueden percibir más allá del mero traspaso del trono de un grupo de personas a otro. Algunos trabajos recientes muestran que en muchos momentos de su historia, Egipto estuvo bastante
menos centralizado y unido culturalmente hablando de lo que se asu-
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mía con anterioridad, apreciándose cambios culturales y políticos a diferentes velocidades en las distintas regiones. Otros análisis muestran
que los acontecimientos políticos a corto plazo, considerados a menudo como los factores primordiales de la Historia, pueden ser menos
significativos desde un punto de vista histórico que los graduales procesos de cambio socioeconómico, los cuales pueden transformar el
paisaje cultural de forma abrumadora a largo plazo. Del mismo modo
que los largos Períodos «Predinásticos» de la Prehistoria egipcia han
comenzado a comprenderse en términos de desarrollo cultural antes
que político, el Período Dinástico (como sucede con los Períodos Ptolemaico y Romano) ha comenzado a comprenderse no sólo en términos de la tradicional secuencia de reyes y familias reinantes concretos,
sino también en términos de factores como pueden ser los tipos de
pasta utilizados en la cerámica o la decoración pintada de los ataúdes
de madera.
Las cronologías del Antiguo Egipto compiladas por los egiptólogos
contemporáneos combinan tres sistemas diferentes. Primero se encuentran los sistemas de datación «relativa», como las estratigrafías de las excavaciones o la sequence dating de los artefactos, inventada por Petrie en
1899. Desde finales del siglo XX, a medida que los arqueólogos han desarrollado una percepción más sutil de los modos en que cambiaban
con el tiempo los materiales y diseños de los distintos objetos egipcios
(sobre todo la cerámica), ha sido posible aplicar formas de seriación a
muchos tipos diferentes de objetos. Así, por ejemplo, la seriación de
Harco Willems de los sarcófagos del Reino Medio ha proporcionado
una mejor comprensión de los cambios producidos en las distintas provincias de Egipto de la XI a la XIII Dinastías, completando la información ya disponible respecto a los cambios políticos nacionales ocurridos
durante este mismo período.
En segundo lugar están las llamadas cronologías absolutas, basadas
en registros de calendarios y astronómicos obtenidos de los textos antiguos. En tercer lugar tenemos los métodos «radiocarbónicos» (de los
cuales los sistemas más utilizados son la datación por Carbono 14 y la
termoluminiscencia), por medio de los cuales se pueden asignar fechas
a tipos concretos de objetos o restos orgánicos en términos de medidas
de descomposición o acumulación radiactiva.
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Las fechas de radiocarbono y la cronología egipcia
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La relación entre los sistemas cronológicos calendáricos y radiométricos
ha sido relativamente ambivalente a lo largo de los años. Desde finales de
la década de 1940, cuando una serie de objetos egipcios fueron utilizados
como punto de referencia para calcular la fiabilidad de una técnica recién
inventada de fechado por radiocarbono, se ha generado un consenso que
considera que a grandes rasgos los dos sistemas coinciden. No obstante, el
principal problema es que el sistema de datación calendárica tradicional,
cualesquiera que sean sus fallos, prácticamente siempre posee un margen
de error más pequeño que las fechas de radiocarbono, las cuales han de citarse necesariamente en términos de una amplia variación de fechas (es
decir, una o dos desviaciones estándar) y nunca son capaces de ubicar en
un año concreto (ni siquiera en una década específica) la construcción o
fabricación de un edificio u objeto. Ciertamente, la llegada de las curvas de
Años de calendario a.C.
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Años de radiocarbono BP (sin calibrar)
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Años de calendario a.C./d.C.
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Para convertir fechas de radiocarbono en fechas reales
de calendario, aquéllas han de
ser «calibradas» utilizando una
curva dendrocronológica (de
anillos de crecimiento de los
árboles). Las fechas de radiocarbono pueden ser convertidas en fechas de calendario
estimadas. La línea central de
la curva muestra la estimación media de la edad, mientras que las dos líneas exteriores muestran los límites del
error probable de la fecha (en
una «desviación estándar»). Es
posible utilizar un diagrama
de este tipo para crear una
calibración aproximada, pero
se consiguen resultados más
precisos utilizando programas
de ordenador de fácil acceso.
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calibración dendrocronológica —que permiten convertir los lapsos de
años radiocarbónicos en años calendáricos concretos— han supuesto una
mejora significativa en términos de precisión. Pese a todo, los caprichos de
la curva y la continua necesidad de tener en cuenta los errores asociados
significan que las fechas todavía han de citarse como una gama de posibilidades más que como un año concreto.
Por otra parte, la Prehistoria de Egipto se ha beneficiado enormemente de la aplicación de las fechas radiométricas, puesto que con anterioridad dependía de métodos de datación relativos (véanse los capítulos
2 y 3). Las técnicas radiométricas han hecho posible no sólo situar la
sequence dates de Petrie dentro de un marco de referencia de fechas absolutas (por impreciso que sea), sino también llevar la cronología egipcia
hasta los Períodos Neolítico y Paleolítico.
Desde la Prehistoria hasta la Historia: los artefactos
de finales del Predinástico y la Piedra de Palermo
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Sólo un pequeño número de objetos de finales del Período Predinástico
se pueden utilizar como fuentes históricas que documentan la transición
hacia un Estado plenamente unificado. Se trata de las estelas funerarias, las
paletas votivas, las cabezas de maza ceremoniales y las pequeñas etiquetas
(de madera, marfil o hueso) que en origen se ataron a objetos del ajuar
funerario de la elite. En el caso de las estelas, paletas y cabezas de maza, su
intención evidente era conmemorar muchos tipos distintos de actos de la
realeza, ya fuera la propia muerte y enterramiento del rey, ya un acto de
devoción suyo hacia una deidad.Algunas de las etiquetas más pequeñas y
antiguas (en especial las recientemente encontradas en la «tumba real»
U-j en Abydos, de finales del Predinástico, véase el capítulo 4) son meros
registros de la naturaleza u origen del ajuar funerario al que estaban unidas; pero algunas de las etiquetas posteriores, procedentes de las tumbas
reales de Abydos, utilizan un repertorio similar de representaciones de actos de la realeza para asignar a los objetos en cuestión una fecha particular del reinado de un rey concreto.
Si el propósito de este arte mueble de finales del cuarto milenio y comienzos del tercero era etiquetar, conmemorar y fechar, entonces su
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decoración ha de ser considerada en términos del deseo de comunicar el
«contexto» del objeto atendiendo al acontecimiento y al ritual. Nick Millet ha demostrado lo anterior en su análisis de la Cabeza de Maza de Narmer, que formaba parte de un grupo de objetos votivos de finales del Predinástico y comienzos de la época faraónica (entre los cuales se encontraban
la Paleta de Narmer y la Cabeza de Maza del rey Escorpión), excavados
por Quibell y Green en el recinto del templo de Hieracómpolis. El análisis
de las escenas y textos de estos objetos se ve dificultado por nuestra moderna necesidad de distinguir entre acontecimiento y ritual. Sin embargo, los
antiguos egipcios mostraron escasa inclinación por distinguir de forma consistente entre ambos y, de hecho, se puede decir que la ideología egipcia durante el Período Faraónico —sobre todo por cuanto está relacionada con la
realeza— dependía del mantenimiento de un cierto grado de confusión
entre los acontecimientos reales y los actos puramente rituales o mágicos.
En cuanto a las paletas y cabezas de maza, el egiptólogo canadiense
Donald Redford sugiere que tal vez existió la necesidad de recordar ese
acontecimiento único que fue la unificación a finales del tercer milenio
a.C., pero que esos acontecimientos se «conmemoran» más que se «narran». La distinción es crucial: no podemos esperar desentrañar acontecimientos «históricos» a partir de unas escenas que son más conmemorati-
Las escenas grabadas en la Cabeza de Maza ceremonial del rey Narmer, hallada en el
templo de Hieracómpolis en c. 3000 a.C., incluyen una aparición ceremonial del rey con
la Corona Roja sentado en un trono a la sombra de un baldaquino, al que se accede mediante unos escalones. Delante de él aparecen una figura sentada en una silla de mano, hileras de hombres barbudos (¿asiáticos?) y animales capturados en una campaña militar. Es
evidente que los prisioneros están desfilando entre dos filas de tres mojones cada una.
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vas que descriptivas y, en caso de hacerlo, a menudo podemos vernos inducidos al error.
Una de las fuentes históricas más importantes para el comienzo del Período Dinástico Temprano (3000-2686 a.C.) y del Reino Antiguo (26862125 a.C.) es la Piedra de Palermo, parte de una estela de basalto de la V Dinastía (c. 2400 a.C.) inscrita por ambos lados con unos anales reales que se
remontan hasta los míticos gobernantes prehistóricos. El fragmento principal
se conoce desde 1866 y en la actualidad se conserva en la colección del Museo Arqueológico de Palermo (Sicilia), si bien hay otros pedazos en el Museo
Egipcio (El Cairo) y en el Museo Petrie (Londres). La estela original debió
de tener unos 2,1 metros de altura y 0,6 metros de anchura, pero en la actualidad la mayor parte está perdida y no se conserva información sobre su
lugar de origen. Este objeto —junto a los «diarios», anales y «listas reales»
inscritas en las paredes de los templos y los papiros conservados en los archivos templarios y palaciegos— fue sin duda el tipo de documento que consultó Manetón cuando estaba compilando su historia o Aegyptiaca.
El texto de la Piedra de Palermo enumera los anales de los reyes del
Bajo Egipto, comenzando con los muchos miles de años que se pensaba
que habían reinado los soberanos mitológicos, hasta llegar a la época del
rey Horus, que se dice que entregó el trono al rey humano Menes. Seguidamente se enumeran los soberanos humanos hasta la V Dinastía. El
texto está dividido en una serie de líneas verticales que se curvan en su
extremo superior, aparentemente para imitar el jeroglífico que significa
año de reinado (renpet), indicando de este modo los acontecimientos memorables de cada uno de los años de reinado de cada rey. La situación se
vuelve ligeramente confusa por el hecho de que las fechas citadas en la
Piedra de Palermo parecen referirse a una serie de censos bianuales de ganado (hesbet) en vez de a los años que el soberano reinó; por lo tanto, el
número de «años» de las fechas puede muy bien tener que multiplicarse
por dos para encontrar el número real de años de reinado.
Los tipos de acontecimientos que se recogen en la Piedra de Palermo
son las ceremonias de culto, el pago de impuestos, la realización de esculturas, la construcción de edificios y las guerras, precisamente el tipo de fenómenos que se grababa en las etiquetas predinásticas de marfil y ébano
procedentes de Abydos, Sakkara y otros lugares de comienzos de la era histórica. La introducción del signo renpet en las etiquetas, producida durante
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el reinado de Djet, facilita esta comparación. No obstante, existen dos diferencias: la primera es que las etiquetas incluyen información administrativa, cosa que no hace la Piedra de Palermo; y la segunda que la Piedra de
Palermo incluye la altura de la crecida del Nilo, cosa que no hacen las etiquetas. Estos dos tipos de información parecen haber ocupado el mismo
espacio físico en los documentos, es decir, la parte inferior. Redford sugiere que los genut del Reino Antiguo (los anales reales que se asume existieron, pero a excepción de la Piedra de Palermo no han llegado hasta nosotros) se preocupaban por los cambios hidráulicos/climáticos que, debido a
sus cruciales consecuencias agrícolas y económicas, eran en potencia el
más importante aspecto de cambio por lo que respecta a la reputación individual de cada rey. No obstante, este tipo de información hidráulica puede haber sido considerada como irrelevante para la función desempeñada
por las etiquetas atadas al ajuar funerario.
Listas reales, títulos reales y realeza divina
La
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Además de la Piedra de Palermo, las fuentes básicas con las que cuentan los
egiptólogos para construir la cronología tradicional del cambio político en
Egipto son la historia de Manetón (por desgracia conservada sólo en forma
de pasajes compilados por autores posteriores, como Flavio Josefo, Julio
Africano, Eusebio y Jorge Sincello), las llamadas listas reales, los registros fechados de observaciones astronómicas, los documentos textuales y artísticos
(como relieves y estelas) con descripciones aparentemente relativas a acontecimientos históricos, la información genealógica y las sincronías con
fuentes no egipcias, como las listas reales de los reyes asirios. Para las Dinastías XXVIII a XXX , la Crónica Demótica es una fuente única fechada a
comienzos de la época ptolemaica referida a los acontecimientos políticos
del último período de la Baja Época, que hasta cierto punto compensa la
escasez de información proporcionada por los papiros y monumentos de
la época (así como el hecho de que Manetón se limita a dar los nombres
y la duración de los reinados de los soberanos).Wilhelm Spiegelberg y Janet Johnson han demostrado que una cuidadosa traducción e interpretación de las «declaraciones oraculares» de este documento pseudoprofético
puede arrojar nueva luz no sólo sobre los acontecimientos del período
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(como la sospechada corregencia entre Nectanebo I y su hijo Teo), sino
también sobre el contexto ideológico y político del siglo IV a.C.
Como otros muchos pueblos de la Antigüedad, los antiguos egipcios
fechaban los acontecimientos políticos y religiosos importantes no según
el número de años transcurridos desde un punto fijo en la Historia
(como es el caso del nacimiento de Cristo en el moderno calendario occidental), sino de los años pasados desde el ascenso al trono del rey actual
(años de reinado). Por lo tanto, las fechas aparecen recogidas según el formato siguiente: «Día 2 del primer mes de la estación de peret del quinto
año de Nebmaatra (Amenhotep III)». Es importante recordar que para
los egipcios, al expresar las fechas en el modo en que lo hacían, el reinado de cada rey representaba un nuevo comienzo, no de forma filosófica,
sino práctica. Esto significa que probablemente hubiera una tendencia
psicológica a considerar cada nuevo reinado como un nuevo punto de
origen, es decir, que esencialmente lo que cada rey hacía era recrear los
mismos mitos universales de la realeza dentro de los acontecimientos de
su propia época.
Un aspecto importante de la realeza egipcia durante todo el Período
Faraónico fue la existencia de varios nombres diferentes para cada soberano.
En el Reino Medio cada rey ya tenía cinco nombres (la llamada «titulatura
quíntuple»), cada uno de los cuales se refería a un aspecto concreto de la realeza: tres de ellos hacían hincapié en el papel del rey como dios, mientras que
los otros dos enfatizaban la supuesta división de Egipto en dos tierras unificadas. El nombre de nacimiento (o nomen), como Ramsés o Mentuhotep,
iba precedido por el título «hijo de Ra» y era el único que se le daba al faraón nada más nacer. Por lo general suele ser el último en aparecer en las inscripciones que identifican al rey con la secuencia completa de sus nombres
y títulos. Los otros cuatro nombres —Horus, nebty («el de las dos señoras»),
(Horus de) oro y nesu-bit («el del junco y la abeja»)— se le otorgaban en el
momento de su ascenso al trono y en ocasiones sus componentes pueden
expresar parte de la ideología o intenciones político-religiosas del rey en
cuestión. En cuanto a los soberanos de la Dinastía 0 y comienzos del Dinástico Temprano, sólo conocemos «nombres de Horus», por lo general escritos
dentro de un serekh (una especie de representación esquemática de la puerta de acceso al palacio), sobre el cual aparece posado un Horus halcón. Fue
uno de los últimos reyes de la I Dinastía,Anedjib (c. 2900 a.C.), el primero
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en poseer un nombre de nesu-bit (Merpabia); pero no sería hasta el reinado
de Esnefru (2613-2589 a.C.), en la IV Dinastía, cuando este nombre se rodeó por primera vez por la familiar forma del cartucho (un lazo que lo
rodea y quizá signifique la extensión infinita de los dominios reales).
El título nesu-bit se ha traducido a menudo como «rey del Alto y del
Bajo Egipto», pero en realidad posee un sentido mucho más complejo y
significativo. Nesu parece hacer referencia al inalterable rey divino (casi a la
propia realeza), mientras que la palabra bit describe al actual y efímero poseedor de la realeza, es decir, al rey que ejerce el poder en un momento
concreto del tiempo. Por lo tanto, cada rey era una combinación de lo divino y lo mortal, el nesu y el bit, del mismo modo que el rey vivo estaba relacionado con Horus y los reyes difuntos (los antepasados regios) asociados
con Osiris, el padre de Horus. La tradición del culto a los antepasados reales difuntos nació de la creencia de los egipcios en que sus reyes eran encarnaciones de Horus y Osiris. Esta convención, mediante la cual el soberano actual rendía homenaje a sus predecesores, fue el motivo de la
creación de las llamadas listas reales, que no son sino listados de nombres
de soberanos escritos en los muros de tumbas y templos (las más importantes se encuentran en los templos de Seti I y Ramsés II en Abydos, de la
XIX Dinastía); pero también sobre papiros (de los cuales sólo se conserva
un ejemplo, el llamado Canon de Turín) o en remotos grafitos en las rocas
del desierto, como la lista de la mina de limolita de Wadi Hammamat en el
Desierto Oriental. La continuidad y estabilidad de la realeza se preservaban
realizando ofrendas a todos los reyes del pasado considerados como soberanos legítimos, como vemos que realiza Seti I en su templo de culto en
Abydos. Se suele considerar que las listas reales formaron parte de las fuentes utilizadas por Manetón para compilar su historia.
El Canon de Turín, un papiro ramésida fechado en el siglo XIII a.C.,
es la lista real egipcia que más información proporciona. Comienza en el
Segundo Período Intermedio (1650-1550 a.C.) y se remonta con razonable exactitud hasta el reinado de Menes, soberano de la I Dinastía
(c. 3000 a.C.), e incluso más allá, hasta alcanzar una prehistoria mítica durante la cual los dioses gobernaron Egipto. La duración del reinado de
cada rey aparece recogida en años, meses y días. También proporciona
cierta base para el sistema de dinastías de Manetón, pues a finales de la
V Dinastía sitúa una cesura (véase el capítulo 5).