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SELECCIONES FERENCZIANAS. OBRAS COMPLETAS
DIARIO CLÍNCIO.
12 DE ABRIL, 1932. LA RELAJACIÓN DEL ANALISTA.
Sándor Ferenczi
Hasta ahora se consideraba casi exclusivamente la relajación del paciente; del analista se esperaba
solamente que favoreciera esta relajación por medio de medidas apropiadas o, al menos, no la perturbase;
eventualmente, se atraía la atención sobre lo más importante de estas perturbaciones. La aparición de la idea
del análisis mutuo es, en realidad, una extensión de la relajación también al analista. Analista y analizante
se relajan alternativamente.
Insertar aquí que, desde sus primeras comunicaciones sobre la técnica, Freud recomienda tal relajación
bilateral, sin poner este nombre al proceso. El paciente es invitado a adoptar una actitud completamente
pasiva hacia sus contenidos psíquicos. Por un lado, compara el estado psíquico que entonces se instala con
la docilidad pasiva de aquel que se somete a la hipnosis, estando ambos estados emparentados en su esencia.
Pero también exige del analista una “atención libremente flotante”, es decir, un cierto grado de desapego en
relación a un pensamiento y a una búsqueda conscientemente orientada. Dicho de otro modo, Freud exige
tanto la relajación del médico como la del paciente, pero una relajación de una profundidad diferente. Del
paciente se espera que se abandone, hasta nueva orden, a la conducción del inconsciente, pero también
el médico debe dejar jugar su fantasía en todas direcciones, aun las más absurdas; sin embargo, tiene la
obligación, o el deber, de no alejarse demasiado de la superficie de la conciencia, y en ningún momento, por
así decir, descuidar su tarea de observar a los pacientes, evaluar el material producido y tomar las decisiones
en cuanto a eventuales comunicaciones, etc.
En el análisis mutuo, el médico renuncia, aunque no sea más que pasajeramente, al puesto de “centinela”.
Esto quería decir hasta aquí (en la mutualidad) que mientras tanto el analizado retomaba el rol del analista.
De ello resulta o parece resultar una modificación inesperada y a primera vista completamente desprovista de
sentido, la necesidad de que ambos se relajen simultáneamente. Como lo acabo de decir, esto suena de entrada
como un absurdo completo, para qué sirve que dos personas caigan en trance simultáneamente y que cada
una hable sin oír nada, de manera disparatada, es decir, asocie libremente y dé libre curso a sus sentimientos
por gestos y también movimientos expresivos. Aquí la única brizna de paja que nos ofrece la experiencia
analítica actual es la idea lanzada por mí -si recuerdo bien- de dialogo de los inconscientes. Cuando dos
personas se encuentran por primera vez -dije entonces- se produce un intercambio de movimientos de afectos
no solamente conscientes, sino también inconscientes. Sólo el análisis podría determinar en ambos por qué
razón se ha desarrollado la simpatía o la antipatía que les es a ellos mismos inexplicable. En definitiva, quería
decir que cuando dos personas conversan, se trata, en realidad, de un dialogo no sólo de lo consciente, sino
también de ambos inconscientes. En otros términos, al lado, o paralelamente a la conversación que retiene la
atención, se desarrolla también un diálogo relajado. Algunos de mis pacientes, sin embargo, no se contentan
con esta explicación, pretenden férreamente que al lado de esta receptividad para las manifestaciones de
emociones inconscientes de nuestros congéneres, justificables por el análisis o la psicología corriente, también
se desarrollan fenómenos psíquicos que no son explicables en el estado actual de nuestros conocimientos en
fisiología de los órganos de los sentidos y en psicología. Otros antes que yo han mostrado con qué frecuencia
sorprendente los fenómenos llamados de transmisión de pensamiento se desarrollan entre médico y paciente,
frecuentemente de una manera que supera de lejos la posibilidad del azar. Si estas cosas llegaran algún día a
verificarse, podría parecernos plausible a nosotros, analistas, que la relación de transferencia pudiese favorecer
extraordinariamente la instauración de manifestaciones de receptividad más afinadas.
Y esto conduce, en realidad, a la historia del principio propiamente dicho de la última modificación.
La razón de la inversión del proceso (siendo el analista analizado) fue la percepción de una resistencia
emocional, más exactamente de una sordera obtusa, en el analista. Se oía sin cesar la queja: “Usted es
demasiado pasivo, no hace nada”, etc. y también a menudo con manifestaciones de la mayor desesperación.
Bajo la presión de la angustia, el paciente separó de él una especie de fragmento de inteligencia que me
prescribía lo que yo debía o habría debido hacer en el momento en cuestión, y cómo. Sin embargo, incluso
cuando después de haber superado una resistencia personal verdaderamente fuerte contra este tratamiento,
planteaba las preguntas requeridas que me habían sido prescriptas y obtenía las respuestas, el resultado
continuaba siendo insatisfactorio para el paciente en lo que concierne a la convicción en cuanto a la realidad
de las situaciones traumáticas reproducidas en estado de trance. En todo caso, el “contra-análisis” puesto
en marcha confirmaba casi palabra por palabra las afirmaciones del analizante. Las quejas continuas
(venidas desde lo más profundo del inconsciente) de que yo en realidad no compartía ni emociones ni
sufrimiento, que estaba emocionalmente muerto, se han verificado analíticamente en numerosos puntos, y
han reconducido a los traumas infantiles profundos (traumas que podían ser relacionados en particular con
exigencias desmesuradas en el dominio de la genitalidad por parte de los adultos y con conflictos con el
espíritu puritano de la familia, pero en último término, quizás con un trauma sufrido en la lactancia). Es allí
qué entró en acción la extraordinaria analogía entre mi destino (neurosis) y la psicosis de su propio padre.
La paciente vivía en una total comunidad de alma y de espíritu con el padre; unas veces se diría que la
paciente vivía en la cabeza del padre, otros el padre en la cabeza de la paciente. Pero a causa de su locura, él
no sabía que todos los tratamientos innobles infligidos a la hija estaban en realidad, destinados a la madre;
el trauma final atomizante sobrevino en el momento de una desilusión recíproca. Después de una última
tentativa incestuosa desesperada, el padre se alejó emocionalmente de su hija para difamarla desde entonces
a todo lo largo de la vida, en un acto de venganza por lo demás, completamente lúcido. La atomización
continuó, en el momento de darse bruscamente cuenta que era imposible llevar al padre a reconocer sus
locuras y sus pecados.
En mí, se trata de un desplazamiento sobre la paciente de la agresividad infantil y del rechazo del amor
hacia mi madre. Pero, igual que con mi madre, logro, con un esfuerzo gigantesco, desarrollar de un modo
puramente intelectual un exceso de bondad compulsiva, que incluso me pone en estado de verter verdaderas
lágrimas (lágrimas que tengo para mí por auténticas). (¿Toda mi terapia de relajación y esta bondad excesiva
que exijo de mí respecto a los pacientes, serán solamente la demostración exagerada de sentimientos de
compasión que, en el fondo, están completamente ausentes?) En lugar de sentir con el corazón, siento con
la cabeza. La cabeza y el pensamiento toman el lugar de la libido. Desplazamiento de emociones libidinales
psíquicamente más primitivas hacia la cabeza, quizás también bajo forma de síntomas (dolor de cabeza)
o por la inclinación a formar teorías, en las cuales los órganos genitales y la cabeza están identificados.
(Acá, posibilidad de numerosas conexiones.) En suma, una histeria de castración con los desplazamientos
correspondientes. Eso que en mí falta a mis pacientes es este cierto pequeño “algo”.
(Sandor Ferenczi. Diario Clínico. Editorial Conjeturales, 1984, p. 126-129).
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