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SALUDO FINAL
Al concluir esta etapa evaluativa del Capítulo, quiero compartir brevemente algunos sentimientos
que llenan mi corazón en este momento.
Ante todo agradezco la evaluación que habéis hecho del servicio del gobierno general durante estos
últimos seis años, que es parte -y solamente una pequeña parte- de la vida congregacional. Os puedo
decir que hemos intentado poner al servicio de la Congregación y cada uno de los hermanos lo
mejor de nosotros mismos.
Para mí, personalmente, se cierra un período largo de servicio en el gobierno: doce años como
prefecto de apostolado en el equipo presidido por el P. Aquilino Bocos y doce como superior
general. En total veinticuatro años, que son muchos en la historia de una persona. Los he vivido con
gozo y, a pesar de los altibajos que acompañan siempre la vida, con serenidad. Creo que he dado a
la Congregación todo lo que le podía dar desde el servicio de gobierno, que no ha sido mucho
ciertamente, pero que era lo que yo le podía ofrecer.
Una mirada rápida -pero no, por ello, menos atenta- hacia esta etapa de mi vida me pide expresar en
unas pocas palabras lo que siento en mi corazón. Y es, ante todo, gratitud.
Sí, le doy gracias a Dios porque he podido llegar al final de este camino con buena salud y con
serenidad. La gracia del Señor ha tenido que suplir muchas deficiencias personales. Me he sentido
siempre acompañado por su presencia y he podido percibir su llamada a mí y a la Congregación a
no tener miedo de caminar por las sendas que nos marca el Evangelio, a ser valientes en nuestras
opciones misioneras. Me pesa no haber sabido responder con suficiente generosidad y confianza en
Él a estas llamadas. Me doy cuenta de que, a veces, no he podido superar los miedos, las dudas, los
intereses y otras tentaciones -creo que las puedo llamar así-. No me queda sino confiarme a su
misericordia.
Gracias, también, a los buenos colaboradores con que he contado. Me ciño a los dos sexenios como
superior general: Rosendo, Vicente, Marcelo, Domingo, José-Félix, Gonzalo, Mathew, Paul,
Agustín, Emmanuel, Miguel Ángel y muchos otros que han colaborado en los secretariados y en los
diversos trabajos de la curia general. He constatado su amor a la Congregación, traducido en
muchas horas de trabajo por los hermanos y en muchas renuncias a otros ministerios que hubiera
gustado desarrollar. Gracias de todo corazón.
Mi gratitud se extiende a todos los superiores mayores y sus equipos que, durante estos años, han
asumido la misión de servir a sus hermanos y mantener vivo el espíritu misionero de la
Congregación. Una gratitud que llega naturalmente a todos y a cada uno de los claretianos: a los
ancianos que siguen viviendo su vocación misionera de modos diversos, a los jóvenes que se
preparan para dar lo mejor de sí mismos en el anuncio del Evangelio, en fin, a todos, porque todos
me habéis ayudado a vivir la misión que el Capítulo me encomendó hace doce años.
Sé que he fallado muchas veces y que me he equivocado otras muchas. Me preocupa, sobre todo,
haber dejado heridas en el corazón de algunos hermanos. Pido perdón de todo corazón. No es
solamente una palabra, es algo que siento en lo profundo del corazón.
Ha habido algunos temas que me han preocupado especialmente. Os los comparto. Ante todo,
mantener vivo el carisma misionero de la Congregación. Habréis notado que he insistido en ello
una y otra vez. Me ha preocupado y me preocupa. No sé si lo he conseguido, pero quisiera decirle al
siguiente equipo que lo tenga muy presente. Es nuestra razón de ser. La tentación a la instalación
nos acecha constantemente y no somos completamente ajenos al clericalismo que desfigura el
verdadero servicio misionero que se nos pide.
El cuidado de una sólida espiritualidad. La “mundanidad”, de la que habla con frecuencia el Papa
Francisco, se disfraza de formas diferentes. Solamente el cuidado de una vida espiritual intensa nos
permite afrontar este desafío. Y aquí creo que hemos de insistir en el amor y el cuidado de nuestro
patrimonio carismático. Somos claretianos. El P. Fundador ha de ser un punto de referencia
fundamental para todos: conocerlo, amarlo, seguir su camino misionero. Y añado: amad, amad con
todo el corazón a la Congregación que es nuestra familia.
La disponibilidad misionera. Los destinos han sido uno de los temas que más me han preocupado.
Soy muy consciente de que un destino, sobre todo un destino extra-provincial, trae cambios
sustanciales en la vida de una persona. Los he pensado, meditado, dialogado, llevado a la oración
muchas veces. Por esto estoy tan agradecido a la disponibilidad que he encontrado en la gran
mayoría de los hermanos. Gracias por vuestro testimonio de disponibilidad misionera.
La sensibilidad ante el mundo de hoy y el compromiso por la justicia y los excluidos. A una
Congregación misionera se le pide esta atención, que va más allá del análisis sociológico, pero que
lo necesita del mismo modo que requiere estudio y profunda reflexión. Pero necesita, sobre todo,
pasión y compasión para saber fijar la mirada y dejarse impactar por aquello que impactó a Jesús.
Un verdadero sentido eclesial. Somos Iglesia. En ella nos sentimos parte del pueblo de Dios,
enviados con otros muchos hermanos y hermanas a ser testigos del Reino de Dios y a anunciar que
en Jesús todo se renueva. Amar a la Iglesia y no renunciar nunca a colaborar para que sea siempre
fiel a sus raíces evangélicas y a su vocación de servicio a la humanidad.
El entusiasmo por la vocación recibida y el deseo de compartirla con otros. Es la clave para
mantener la salud congregacional. Es algo más que estrategias de pastoral vocacional, que son
siempre necesarias. Es comunicación de vida y experiencia.
Vuelvo al agradecimiento, antes de concluir. Quisiera agradecer a los PP. Gustavo Alonso y
Aquilino Bocos sus años de servicio congregacional como superiores generales. Si se ha avanzado
algo durante los últimos doce años es porque había buenos fundamentos.
Que el Señor nos guíe en el discernimiento para encontrar aquellos hermanos que puedan
ayudarnos a todos a discernir y seguir Su voluntad. Ellos contarán con mi colaboración, a partir de
este momento desde otra perspectiva.
Somos hijos del Corazón de María. Lo escribí en una Circular y lo repito: el Magnificat es el texto
que ha inspirado mi caminar misionero. De su Corazón nace este canto en que María reconoce la
gracia de Dios, advierte con claridad los contrastes que existen en la realidad y proclama su fe en la
promesa de Dios, liberador y Padre. Es el canto del profeta que sabe que la presencia de Dios
transforma la realidad porque se ha sentido él mismo transformado por su fuerza. Es la base de un
compromiso misionero a prueba de cualquier dificultad.
Hermanos, en vosotros agradezco a toda la Congregación el apoyo y el cariño con que me habéis
bendecido durante estos años. Os pido, una vez más, que perdonéis mis fallos y que sigáis orando
por mí y por mi fidelidad a la vocación recibida. ¡Gracias!
Roma, 29 de agosto, 2015
Josep M. Abella Batlle, cmf.