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19/02/2017 Tirada: 377.603 Categoría: Inf General Difusión: 304.241 Edición: Nacional Audiencia: 912.723 Página: 27 AREA (cm2): 957,7 OCUPACIÓN: 88,8% V.PUB.: 64.200 ARQUITECTURA Y VIVIENDA Interior de la sinagoga de Santa María la Blanca, en Toledo. / ÁLVARO GARCÍA La comunidad judía en España reclama Santa María la Blanca, construida por los judíos en torno a 1300 y en posesión de la diócesis de Toledo. El monumento es el tercero más visitado de la ciudad La sinagoga de la discordia JORDI PÉREZ COLOMÉ, Toledo El arzobispo de Toledo prefiere guardar silencio. La respuesta oficial de su diócesis a la insistencia de EL PAÍS es: “El señor arzobispo considera que, por ahora, no debe hacer ninguna declaración sobre este asunto”. El “asunto” es la propiedad de la sinagoga Santa María la Blanca de Toledo, que hoy es de la Iglesia católica. El derecho eclesiástico establece que la decisión última sobre qué hacer con la sinagoga depende de la diócesis, que dirige el arzobispo Braulio Rodríguez Plaza. La comunidad judía de la ciudad construyó Santa María la Blanca hacia 1300. Un siglo después, en 1411, san Vicente Ferrer se la quitó durante una matanza de judíos. Toledo tenía otras sinagogas, pero Santa María la Blanca era la mayor. La comunidad judía pide ahora su devolución. “En el siglo XXI, en un país como España, una devolución simbólica de ese bien expoliado a la comunidad judía sería bonito”, dice Isaac Querub, presidente de la Federación de Comunidades Judías Españolas. Con su silencio, el arzobispo tiene suficiente para mantener las cosas como están. La comunidad judía tiene pocas alternativas más que insistir en un gesto de la Iglesia. El templo es hoy un monumento turístico y está desacralizado. La prueba de que la diócesis de Toledo sabe que tiene algo delicado entre manos es una gestión jurídica de hace unos años. El 18 de julio de 2012, el catedrático de Derecho de la Universidad Complutense Javier García Fernández pidió una copia de la inscripción de la sinagoga en el Registro de Toledo. Dos días después, difícilmente por casualidad, la parroquia de Santo Tomé, propietaria del inmueble, la donó al arzobispado. “Regaló la sinagoga al arzobispado para que esté más protegida”, cree García Fernández. “Es de quien es” Gerardo Ortega, el párroco de Santo Tomé que hizo la donación al registro, dice que no recuerda nada: “No ha habido ningún movimiento jurídico. Santo Tomé nunca ha sido titular de la sinagoga. Es imposible que el menor done al mayor. Lo que es parroquial es diocesano siempre”, explica. Ortega sabe que la petición de la comunidad judía no es nueva. Hubo al menos otra en 1992. “De vez en cuando surge ese deseo porque les trae un recuerdo muy especial”. Pero no hay nada más que hacer, en su opinión: “No puede ser del mundo judío porque es de quien es. Es así”. Ortega no da mucho valor a la petición de devolución: “¿La comunidad judía quién es? Esa entidad se tiene que dirigir a alguien. No sé si el arzobispo ha recibido algo”. El arzobispo ha evitado recibir a nadie. Querub le ha pedido una reunión oficial por carta. Aún no le han contestado. La Iglesia española no es unánime. El cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal, ve la necesidad de un gesto con la comunidad judía: “Todos los esfuerzos que hagamos son pocos. Los ges- tos que nos acerquen y nos ayuden son buenos. Claro que lo veo bien. Santa María la Blanca tiene que ser un lugar de encuentro”. Santa María la Blanca es el tercer monumento más visitado de Toledo, después de la catedral y la iglesia de Santo Tomé, donde está El entierro del conde de Orgaz, de El Greco. En 2016, la sinagoga recibió 405.928 visitantes, según datos del arzobispado. Exceptuando los turistas que compran una pulsera que permite ver varias atracciones, los ingresos exclusivos de la sinagoga rondarían los 750.000 euros. El dinero se reparte entre conventos, un fondo diocesano para ayudar a otras iglesias y el sueldo de las empleadas del lugar. El dinero no ha ido claramente al mantenimiento del edificio. La nueva iluminación cuesta 125.000 euros y el 80% lo ha paga- El arzobispo de Madrid propone un “acercamiento” a sus primeros dueños Los ingresos por el turismo son 750.000 euros y se destinan a sueldos y a conventos El gran gesto de Palermo La devolución de una sinagoga o espacio propiedad de la Iglesia a una comunidad judía es raro. Pero en enero ocurrió en Palermo (Italia). La pequeña comunidad de unas pocas decenas de judíos palermitanos —expulsados en 1492— buscaban un lugar de culto y estudio desde hacía ocho años. En julio de 2016, la presidenta de la comunidad, Evelyne Aouate, fue a ver al nuevo arzobispo, Corrado Lorefice. “A los 20 días me llamó para decirme que estaba dispuesto a ofre- cernos lo que había pedido: un oratorio en el área sinagogal del viejo barrio judío”, dice Aouate. Encima de la sinagoga destruida de Palermo se construyó la iglesia de San Nicolò di Tolentino. Al lado hay un oratorio en desuso —Santa Maria del Sabato—, que es el espacio que Lorefice ha cedido a los judíos. “Es algo extraordinario, muy particular y no simple de obtener”, asevera Noemi di Segni, presidenta de la Unión de Comunidades Judías de Italia. do Iberdrola. La última gran restauración de la sinagoga fue entre 1983 y 1994 y la sufragó el Ministerio de Cultura. El arquitecto Francisco Jurado fue el encargado de la obra: “Había humedades que subían por las columnas y deterioraban los capiteles. Cuando llovía ponías las manos en los pilares y te caía el agua por encima. Tenía el pavimento hecho polvo”, dice. La sinagoga quedó a salvo, pero su relevancia histórica sigue sin detallarse. Hay hoy apenas un cartel con una cronología poco elocuente. Los visitantes vagan por las naves sin dirección. “La museología diocesana es pobre”, dice Santiago Palomero, director del Museo Sefardí de Toledo, que incluye la otra gran sinagoga de la ciudad, la del Tránsito. “No están contando nada. Es un sitio con relevancia histórica y no les interesa. Hay falta de cuidado”. Querub insiste en dejar claras tres cosas: la iniciativa debe tomarla la Iglesia, la devolución no implica restituciones, ni quedarse con el dinero de las entradas, y el Estado debería tener un papel. Desde la Real Fundación de Toledo verían bien una salida que uniera las dos sinagogas en el complejo del Museo Sefardí: “Es compatible mantener la sinagoga abierta al público, la realización de actos litúrgicos y que se una al museo para relatar la historia de la judería”, dice Paloma Acuña, de la Real Fundación de Toledo. El dinero, para Acuña, no sería un problema: “Los ingresos seguirían ahí. Si iba tanto dinero a cada convento, el Estado se puede comprometer a seguir mandándolo”.