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19/02/2017
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Nacional
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27
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ARQUITECTURA Y VIVIENDA
Interior de la sinagoga de Santa María la Blanca, en Toledo. / ÁLVARO GARCÍA
La comunidad judía en España reclama Santa María la Blanca, construida por los judíos en torno
a 1300 y en posesión de la diócesis de Toledo. El monumento es el tercero más visitado de la ciudad
La sinagoga de la discordia
JORDI PÉREZ COLOMÉ, Toledo
El arzobispo de Toledo prefiere
guardar silencio. La respuesta oficial de su diócesis a la insistencia
de EL PAÍS es: “El señor arzobispo considera que, por ahora, no
debe hacer ninguna declaración
sobre este asunto”. El “asunto” es
la propiedad de la sinagoga Santa
María la Blanca de Toledo, que
hoy es de la Iglesia católica. El derecho eclesiástico establece que
la decisión última sobre qué hacer con la sinagoga depende de la
diócesis, que dirige el arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza.
La comunidad judía de la ciudad construyó Santa María la
Blanca hacia 1300. Un siglo después, en 1411, san Vicente Ferrer
se la quitó durante una matanza
de judíos. Toledo tenía otras sinagogas, pero Santa María la Blanca
era la mayor. La comunidad judía
pide ahora su devolución. “En el
siglo XXI, en un país como España, una devolución simbólica de
ese bien expoliado a la comunidad judía sería bonito”, dice Isaac
Querub, presidente de la Federación de Comunidades Judías Españolas. Con su silencio, el arzobispo tiene suficiente para mantener las cosas como están. La comunidad judía tiene pocas alternativas más que insistir en un gesto de la Iglesia. El templo es hoy
un monumento turístico y está
desacralizado.
La prueba de que la diócesis
de Toledo sabe que tiene algo delicado entre manos es una gestión
jurídica de hace unos años. El 18
de julio de 2012, el catedrático de
Derecho de la Universidad Complutense Javier García Fernández
pidió una copia de la inscripción
de la sinagoga en el Registro de
Toledo. Dos días después, difícilmente por casualidad, la parroquia de Santo Tomé, propietaria
del inmueble, la donó al arzobispado. “Regaló la sinagoga al arzobispado para que esté más protegida”, cree García Fernández.
“Es de quien es”
Gerardo Ortega, el párroco de
Santo Tomé que hizo la donación
al registro, dice que no recuerda
nada: “No ha habido ningún movimiento jurídico. Santo Tomé nunca ha sido titular de la sinagoga.
Es imposible que el menor done
al mayor. Lo que es parroquial es
diocesano siempre”, explica. Ortega sabe que la petición de la comunidad judía no es nueva. Hubo al
menos otra en 1992. “De vez en
cuando surge ese deseo porque
les trae un recuerdo muy especial”. Pero no hay nada más que
hacer, en su opinión: “No puede
ser del mundo judío porque es de
quien es. Es así”.
Ortega no da mucho valor a la
petición de devolución: “¿La comunidad judía quién es? Esa entidad se tiene que dirigir a alguien.
No sé si el arzobispo ha recibido
algo”. El arzobispo ha evitado recibir a nadie. Querub le ha pedido
una reunión oficial por carta. Aún
no le han contestado. La Iglesia
española no es unánime. El cardenal Carlos Osoro, arzobispo de
Madrid y vicepresidente de la
Conferencia Episcopal, ve la necesidad de un gesto con la comunidad judía: “Todos los esfuerzos
que hagamos son pocos. Los ges-
tos que nos acerquen y nos ayuden son buenos. Claro que lo veo
bien. Santa María la Blanca tiene
que ser un lugar de encuentro”.
Santa María la Blanca es el tercer monumento más visitado de
Toledo, después de la catedral y la
iglesia de Santo Tomé, donde está
El entierro del conde de Orgaz, de
El Greco. En 2016, la sinagoga recibió 405.928 visitantes, según datos del arzobispado. Exceptuando
los turistas que compran una pulsera que permite ver varias atracciones, los ingresos exclusivos de
la sinagoga rondarían los 750.000
euros. El dinero se reparte entre
conventos, un fondo diocesano para ayudar a otras iglesias y el sueldo de las empleadas del lugar.
El dinero no ha ido claramente al mantenimiento del edificio.
La nueva iluminación cuesta
125.000 euros y el 80% lo ha paga-
El arzobispo
de Madrid propone
un “acercamiento” a
sus primeros dueños
Los ingresos por el
turismo son 750.000
euros y se destinan a
sueldos y a conventos
El gran gesto de Palermo
La devolución de una sinagoga o espacio propiedad de la
Iglesia a una comunidad
judía es raro. Pero en enero
ocurrió en Palermo (Italia).
La pequeña comunidad de
unas pocas decenas de judíos
palermitanos —expulsados
en 1492— buscaban un lugar
de culto y estudio desde hacía ocho años. En julio de
2016, la presidenta de la comunidad, Evelyne Aouate,
fue a ver al nuevo arzobispo,
Corrado Lorefice. “A los 20
días me llamó para decirme
que estaba dispuesto a ofre-
cernos lo que había pedido:
un oratorio en el área sinagogal del viejo barrio judío”,
dice Aouate. Encima de la
sinagoga destruida de Palermo se construyó la iglesia de
San Nicolò di Tolentino. Al
lado hay un oratorio en desuso —Santa Maria del Sabato—, que es el espacio que
Lorefice ha cedido a los judíos. “Es algo extraordinario,
muy particular y no simple
de obtener”, asevera Noemi
di Segni, presidenta de la
Unión de Comunidades Judías de Italia.
do Iberdrola. La última gran restauración de la sinagoga fue entre
1983 y 1994 y la sufragó el Ministerio de Cultura. El arquitecto Francisco Jurado fue el encargado de
la obra: “Había humedades que
subían por las columnas y deterioraban los capiteles. Cuando llovía
ponías las manos en los pilares y
te caía el agua por encima. Tenía
el pavimento hecho polvo”, dice.
La sinagoga quedó a salvo, pero su relevancia histórica sigue
sin detallarse. Hay hoy apenas un
cartel con una cronología poco
elocuente. Los visitantes vagan
por las naves sin dirección. “La
museología diocesana es pobre”,
dice Santiago Palomero, director
del Museo Sefardí de Toledo, que
incluye la otra gran sinagoga de
la ciudad, la del Tránsito. “No están contando nada. Es un sitio
con relevancia histórica y no les
interesa. Hay falta de cuidado”.
Querub insiste en dejar claras
tres cosas: la iniciativa debe tomarla la Iglesia, la devolución no
implica restituciones, ni quedarse con el dinero de las entradas, y
el Estado debería tener un papel.
Desde la Real Fundación de Toledo verían bien una salida que
uniera las dos sinagogas en el
complejo del Museo Sefardí: “Es
compatible mantener la sinagoga
abierta al público, la realización
de actos litúrgicos y que se una al
museo para relatar la historia de
la judería”, dice Paloma Acuña,
de la Real Fundación de Toledo.
El dinero, para Acuña, no sería un
problema: “Los ingresos seguirían ahí. Si iba tanto dinero a cada
convento, el Estado se puede comprometer a seguir mandándolo”.