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EXPANSION ULTRAMARINA Y CONTINENTAL
EN EL PERIODO 1814-1857
Por el Licenciado Luis Fernando Furlan
La expansión ultramarina que Occidente desplegaba desde 1415 sufrió una temporaria
suspensión durante el convulsionado período de la Revolución Francesa y de las Guerras de la
Revolución y del Imperio (1789-1815).
El fin de la Epoca Napoleónica y la política fijada por el Congreso de Viena y la Santa Alianza en
1814 y 1815 permitieron la pacificación y el reordenamiento de Europa y el establecimiento del “statu
quo” y de un sistema de equilibrio entre los Estados del Viejo Mundo, situación que facilitó e hizo posible
la reactivación de los proyectos y de las empresas expansionistas de Occidente en ultramar.
MOTIVACIONES, FUNDAMENTOS Y CARACTERISTICAS DE LA EXPANSION 1814-1857
DE ORDEN ECONOMICO:
La Revolución y el Capitalismo Industrial experimentaron espectaculares avances y progresos,
se modernizaron y multiplicaron las máquinas y los establecimientos fabriles y se aplicaron los resultados
brindados por el desarrollo científico y tecnológico. A ello se sumó el auge de los transportes y de las
comunicaciones (ferrocarriles, navegación a vapor, infraestructura portuaria) y un notable aumento de la
inversión de capitales en Europa y otros continentes.
La necesidad de mantener y continuar el progreso económico, industrial y comercial obligó la
búsqueda de más fuentes de materias primas y de mayor número de mercados.
DE ORDEN IDEOLOGICO-CULTURAL:
La expansión halló fundamentos ideológicos y culturales en el Liberalismo, el Romanticismo, el
Nacionalismo, el Sentido y la Conciencia de Misión, el convencimiento de la superioridad de la propia
civilización y cultura y la obligación de extenderlas, y la necesidad de satisfacer deseos de orgullo y
prestigio.
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DE ORDEN CIENTIFICO:
Continuó el interés despertado por los grandes descubrimientos geográficos y las exploraciones
de los siglos XV – XVIII y se crearon sociedades geográficas y distintas instituciones para el fomento y
apoyo de dichas empresas.
DE ORDEN SOCIAL:
La Burguesía acumuló cada vez más poder e influencia en lo económico, industrial, comercial y
financiero y se acentuó su gravitación política y su colaboración con el Estado.
En los núcleos urbanos, el progreso industrial y el poder de la burguesía fueron agudizando las
diferencias con el cada vez más organizado y combativo proletariado, apoyado por las distintas
corrientes del Socialismo.
DE ORDEN RELIGIOSO Y MORAL:
La labor misionera católica y protestante continuó con gran fuerza a lo largo del siglo. Los
misioneros difundieron ideales de fe y sentimientos de caridad y realizaron una esforzado trabajo en
materia de enseñanza y salud.
Junto a la obra de los misioneros, es importante destacar las actividades realizadas por las
asociaciones filantrópicas y humanitarias, que igualmente promovían la caridad, el bienestar, la salud, la
educación entre pueblos de otros continentes y que además se destacaban por su marcado repudio
hacia las costumbres “bárbaras” y la trata de esclavos.
DE ORDEN ESTRATEGICO:
Las potencias expansionistas optaron por priorizar la obtención de puntos estratégicos sobre las
rutas marítimas para servir de apoyo y escala a la navegación mercante y de guerra, para comunicar con
comodidad y rapidez los mercados y las distintas posesiones, y para resguardar los accesos oceánicos y
marítimos, todo ello necesariamente unido a un notable aumento de la Marina Mercante y del Poder
Naval.
Al reactivarse la expansión, las posesiones y los objetivos de valor estratégico y los asuntos
marítimos y navales conservaron su relevancia e incluso adquirieron mayor significación al vincularse y
complementarse con el desarrollo de los transportes y de las comunicaciones.
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POTENCIAS INTERVINIENTES EN LA EXPANSION 1814- 1857
FRANCIA
En 1815, con la caída de Napoleón, comenzó para Francia el período de la Restauración
Borbónica. Con Luis XVIII (1814 – 1824) se mantuvo un cierto equilibrio interno y además se reincorporó
a Francia al concierto europeo. Su sucesor Carlos X (1824 – 1830) adoptó una política profundamente
conservadora y reaccionaria y favoreció a la nobleza a expensas de la burguesía en ascenso.
En julio de 1830 estalló una revolución promovida por el proletariado y la pequeña y mediana
burguesía, que culminó con la caída de Carlos X y los Borbones y la aparición de Luis Felipe (de la
Dinastía Orleans) como Rey de Francia.
Del Reinado de Luis Felipe de Orleans (1830-1848) debemos destacar las siguientes
caracteríticas:
-Monarquía constitucional, liberal y laicista.
-Favoreció decididamente a la burguesía.
-Notable impulso a la industrialización, el comercio, la inversión de capitales y la construcción de
ferrocarriles.
-Convulsionada situación social: miserables condiciones laborales, fortalecimiento de la organización y
conciencia obrera, huelgas, difusión de las iniciativas y actividades socialistas, etc.
-Crisis económica (1840-1847).
La insoportable situación socio – económica provocó una nueva revolución a principios de 1848,
por iniciativa del proletariado y de los sectores pequeño – mediano burgueses, en la cual fue derrocado
Luis Felipe
A la Monarquía de Orleans la reemplazó la II República Francesa (1848-1852). Tras un breve
protagonismo del Socialismo en el Gobierno, la burguesía republicana liberal y el derechista Partido del
Orden se impusieron en el régimen y eligieron a Luis Napoleón Bonaparte como Presidente de la
República.
A fines de 1852 se instituyó el II Imperio Francés (1852 – 1871) con Luis Napoleón Bonaparte
como Emperador (Napoleón III). Dicha época se caracterizó por un intenso programa de obras públicas y
ferrocarriles, el desarrollo industrial y la fuerte inversión de capitales, el constante enriquecimiento de la
burguesía y la subsistencia de problemas en el proletariado (prohibición de huelgas y del derecho de
asociación).
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Fue en Argelia donde Francia reanudó su acción expansionista en ultramar, en los últimos
tiempos de la Restauración Borbónica. Argelia era un territorio islámico ubicado en el Magreb y
pertenecía como provincia al Imperio Turco Otomano. Su Bey dependía nominalmente de Estambul y
ejercía su poder con amplia autonomía. La inestabilidad, la falta de unidad, y la proliferación de la
piratería que afectaba el comercio europeo en el Mediterráneo (que provocó represalias navales de Gran
Bretaña, Francia y Holanda), constituían los principales problemas de aquella provincia otomana.
Francia tenía intereses económicos y comerciales en Argelia (cereales, derivados de palmera,
pieles, sal, recursos mineros), por lo que fundó allí establecimientos mercantiles en Bona y La Calle.
Durante su proceso revolucionario e imperial, Francia recibió trigo de Argelia, que aquellas
convulsionadas épocas impidieron pagar con la debida puntualidad. Las deudas contraidas con Argelia
por la compra del trigo, que continuaron sin pagarse con posterioridad al Imperio Napoleónico,
deterioraron progresivamente las relaciones franco – argelinas.
La ruptura estalló bajo Carlos X, quien al no poder calmar el clima de agitación y descontento
provocado por su impopular política, apeló al desesperado recurso de ordenar la invasión de Argelia,
para distraer y desviar la atención de la irritada población francesa respecto a la situación interna.
En julio de 1830 se invadió Argelia y rápidamente se conquistó la Capital Argel y se obtuvo la
capitulación del Bey. Sin embargo, el rápido triunfo de poco sirvió a Carlos X, ya que poco después se
produjo la revolución que acabó con su reinado y los Borbones.
Con Luis Felipe de Orleans se renovaron las motivaciones francesas en Argelia: afirmar los
intereses económicos y comerciales; reivindicar y ampliar los establecimientos de Bona y La Calle;
combatir y eliminar la piratería argelina (antes de que se anticipara Gran Bretaña); buscar gloria y
prestigio luego del colapso del Imperio Napoleónico; y en definitiva, lograr el predominio de Francia en el
Mediterráneo.
Entre 1830 y 1834 se conquistaron Argel, Orán, Bona y diferentes ciudades y puntos de la costa,
limitándose la ocupación francesa a la zona del litoral.
Desde 1834, los franceses lucharon contra el líder musulmán Abdalquadir, quien encabezó la
oposición contra el invasor con el fin de expulsarlo de Argelia hasta que fue derrotado en 1847.
Las circunstancias de aquella larga guerra obligaron a los ocupantes franceses a moverse de las
costas, a desplazarse por todo el territorio y a penetrar en el interior. Fue clave en esos años la actuación
del General Bugeaud, quien tras vencer a Abdalquadir y sus aliados marroquíes, inició la conquista
sistemática de Argelia, que permitió profundizar y extender la ocupación y facilitar la colonización.
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Argelia se convirtió en una colonia de poblamiento, al recibir colonos de Francia (en su gran
mayoría) y también de Italia, España y Malta, quienes se dedicaron a la agricultura con extraordinarios
resultados. Los franceses y sus descendientes mantuvieron estrecho contacto con la metrópoli y
ejercieron gran influencia en la vida política, social y económica de Argelia.
Para Francia, Argelia constituyó la punta de lanza de su nueva expansión, y habría de
transformarse en una de las claves de su política en Africa y en el Mediterráneo y en una pieza
fundamental de su imperio de ultramar.
Egipto otra provincia otomana, constituyó un territorio de gran importancia para los proyectos de
Francia en el Mediterráneo. Su valor estratégico ya había sido apreciado por Napoleón, cuando lo ocupó
fugazmente en 1798 para amenazar desde allí las rutas terrestres y marítimas (vía Mar Rojo) de la India
y herir así a Gran Bretaña en su flanco de ultramar. Los planes de Napoleón se frustraron con la derrota
de la escuadra francesa en la batalla naval de Aboukir ante la Royal Navy (1 de agosto de 1798). De
esta manera, Francia se vio obligada a evacuar Egipto, aunque no tardaría mucho tiempo en regresar a
la tierra de los faraones y las pirámides para renovar sus objetivos en aquella zona.
Con Argelia, Francia se aseguró una importante posición en el Mediterráneo Occidental:
presencia en ambos litorales (el europeo y el africano) y proximidad con la intersección con el Atlántico
(en Gibraltar, donde se hallaba instalada Gran Bretaña). Para cubrir el sector Oriental del Mediterráneo, y
obtener así los dos extremos de aquel espacio marítimo, Francia dirigió una vez más sus miras sobre
Egipto.
La nueva intervención de Francia en Egipto fue posible gracias a Mohamed Alí, Virrey local
entre 1805 y 1849. Considerado el creador del Egipto moderno, Mohamed Alí aprovechó el progresivo
debilitamiento del Imperio Turco Otomano para afirmar y consolidar su poder y emprender un
extraordinario programa de reformas con vistas a convertir a Egipto en un Estado moderno y poderoso.
Entre las obras y reformas encaradas por Mohamed Alí, merecen destacarse las siguientes:
fomento y extensión de la agricultura, obras de irrigación, promoción del comercio regional, proyectos de
industrialización, modernización del Ejército, envío de misiones de estudio a Europa y traducción de
textos europeos al turco y árabe. Para todas estas iniciativas, Mohamed Alí recurrió a la ayuda de
Francia, que de esa manera logró insertarse en los asuntos de Egipto, difundir los valores de su cultura,
demostrar prestigio y hechar las bases para concretar sus objetivos estratégicos en el Mediterráneo
Oriental.
La política expansionista de Mohamed Alí ejerció una influencia decisiva en la competencia que
mantenían Gran Bretaña y Francia por el predominio en el Mediterráneo y tuvo además importantes
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consecuencias en otros escenarios de ultramar. Los lineamientos y objetivos de dicha expansión fueron
los siguientes:
Sobre la Península Arábiga y el Mar Rojo (1811-1819). Se logró ocupar la costa Occidental de la
Península Arábiga, pacificar y controlar el Mar Rojo y promover el comercio marítimo.
Conquista del Sudán (1820-1824). Se logra dominar el Nilo y utilizarlo para el comercio y las
comunicaciones. Aprovechamiento de los recursos del territorio (oro, esclavos, marfil, camellos).
Fundación de Jartum (actual Capital de Sudán).
Sobre el Próximo Oriente (1830-1840). Mohamed Alí aprovechó la debilidad del Imperio Turco
Otomano y le arrebató Palestina y Siria.
La expansión del Egipto de Mohamed Alí inquietó mucho a Gran Bretaña, que temía ver afectada
sus comunicaciones marítimas con la India (por la conquista del Mar Rojo) y porque la fragmentación y el
eventual derrumbe del Imperio Turco Otomano (por la conquista de Palestina y Siria) constituia la gran
oportunidad de Rusia para extenderse sobre el Mediterráneo. La oposición de Gran Bretaña y su apoyo
al Imperio Turco Otomano obligaron a Francia a defender sus intereses en Egipto y a acudir rápidamente
en auxilio de Mohamed Alí. Así comenzó la denominada Cuestión de Oriente (1840).
La Cuestión de Oriente, en la cual estaba en juego nada menos que la hegemonía en el
Mediterráneo, involucró y enfrentó peligrosamente a Francia y Gran Bretaña, con el riesgo de
desembocar en un conflicto bélico de serias consecuencias para ambas potencias. Al final se impuso la
cordura y Mohamed Alí abandonó sus conquistas en la Península Arábiga y devolvió Palestina y Siria
(para satisfacción de Gran Bretaña), pero obtuvo del Sultán Otomano el reconocimiento de la soberanía
egipcia sobre el Sudán y que el Virreinato de Egipto fuera hereditario para su familia (lo que conformó a
Francia). Es de destacar que la Crisis de Oriente contribuyó a acelerar las negociaciones que pusieron
fin a la intervención y el bloqueo que Francia mantenía en la Confederación Argentina desde 1838, pues
París consideró más prioritario concentrar sus esfuerzos para solucionar sus asuntos en el Mediterráneo
y Europa.
En el continente africano, Francia se hallaba presente en Senegal desde 1659, cuando una
compañía comercial fundó San Luis de Senegal con el objetivo de ampliar sus intereses económicos y
mercantiles.
Senegal permaneció bajo ocupación británica durante las Guerras de la Revolución y del
Imperio, pero luego de la caída de Napoleón fue restituida una vez más a Francia.
Luego de 1815 se promovieron diferentes actividades para afirmar la presencia francesa en
Senegal: intentos de la Sociedad Colonial Filantrópica para establecer colonos y creación de una granja
para efectuar experimentos y trabajos de agronomía, que resultaron muy exitosos ya que se
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descubrieron las virtudes y posibilidades del cacahuate (para producir aceite), que habría de convertirse
en el principal recurso de la economía de Senegal. Paralelamente, se contribuía con el conocimiento
geográfico gracias a las iniciativas de exploradores particulares que recorrieron el Sudán Occidental en
diferentes direcciones, tal como los franceses Gaspar Mollien (por el interior de Senegal, 1818) y René
Caillié, quien llegó a la célebre ciudad de Tombuctú, en la actual Malí (1827 – 1828).
La política francesa en Africa recibió un impulso extraordinario gracias al General Luis
Faidherbe, Gobernador de Senegal entre 1854 y 1865. Consciente de la importancia de Senegal dentro
de la política africana y como base de la expansión francesa en Africa Occidental, Faidherbe encaró un
ambicioso programa de ampliación territorial y desarrollo integral del Senegal que se caracterizó por: la
progresiva expansión hacia el Este (alcanzar primero el gran meandro del río Níger), promover la
colonización en el interior, el fomento de las obras públicas y las comunicaciones, la extensión y el
desarrollo del cultivo del cacahuate, la fundación de la ciudad puerto de Dakar (nueva Capital, 1857), etc.
En su avance hacia el corazón del territorio, utilizó los ríos Senegal y Níger y sus afluentes y construyó
postas y fortificaciones junto a ríos y caminos para garantizar la seguridad y la soberanía.
El General Faidherbe inició así la construcción del Eje Atlántico – Mar Rojo, que habría de
marcar la orientación de la expansión de Francia en el continente negro, y además puso los cimientos de
lo que en el futuro constituyó la gran federación territorial del Africa Occidental Francesa (compuesta por
las actuales Repúblicas de Senegal, Mauritania, Guinea Conakri, Burkina Faso, Malí, Costa de Marfil,
Benín y Níger).
En el Africa Ecuatorial, las motivaciones de misioneros y filántropos y los intereses económicos
se unieron para hacer posible el establecimiento de Francia en el Gabón. En 1844, como resultado de
las actividades de los Padres del Espíritu Santo, se fundó la Misión de Santa María del Gabón, y en
coincidencia con el sentimiento humanitario de la época que repudiaba la trata y defendía la abolición de
la esclavitud, se creó la población de Libreville (“Ciudad Libre”) con esclavos negros confiscados a
buques negreros (1849). La región del Gabón resultó además muy atractiva por las materias primas allí
existentes (caucho, marfil, madera y cera). Con su instalación en Gabón, Francia inició su presencia en
las vírgenes selvas del Africa Ecuatorial y en el transcurso de las décadas siguientes, fruto de su
voluntad y conciencia de gran potencia, levantó otro gran bloque territorial: el Africa Ecuatorial Francesa
(compuesta por las actuales Repúblicas de Gabón, Congo Popular, República Centroafricana y Chad).
A partir de 1844, Francia comenzó a afirmar su presencia y actividades en China. Fue en aquel
año cuando Francia suscribió un tratado con el Imperio Chino en el cual obtuvo importantes facilidades
comerciales, aduaneras, impositivas, de residencia y diplomáticas en los puertos de Shangai, Ningpo,
Amoy, Fuchou y Cantón. Además, logró amplia libertad de acción para la labor de sus misioneros y la
difusión del cristianismo en todo el territorio chino.
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En 1854 Francia inició negociaciones para revisar su tratado de 1844, con el fin de aumentar los
beneficios obtenidos y lograr el libre acceso a todas las regiones del Imperio Chino, la libre navegación
del Yang Tsé, el establecimiento de relaciones diplomáticas directas con la Capital Pekín, etc. Para
satisfacer estas exigencias, Francia luchó junto a Gran Bretaña en la guerra de 1856-1858 contra China,
que culminó cuando la flota combinada anglo – francesa tomó el puerto de Cantón y los fuertes de Taku
(1857) y se suscribió poco después el Tratado de Tien Tsin, que estableció el derecho de navegación por
el Yang Tsé, la concesión de 11 puertos con los privilegios fijados en 1844, la exclusión de los europeos
de la jurisdicción y legislación china (derecho de extraterritorialidad), relaciones diplomáticas más fluidas
y directas, mayores libertades para las actividades de los misioneros cristianos y la protección para los
chinos convertidos al cristianismo.
En América, Francia desplegó una ambiciosa y vasta acción expansionista para satisfacer
objetivos económicos, comerciales y estratégicos; demostrar fuerza y prestigio; y proyectar y difundir los
valores de su cultura. Para ello se buscó establecer Estados con gobiernos pro franceses, lo que
significó la activa y decidida participación de Francia en los asuntos domésticos y los conflictos externos
de los Estados latinoamericanos.
Como México no dio respuestas satisfactorias ni indemnizaciones por atropellos y maltratos a
residentes franceses allí establecidos, buques de guerra franceses bloquearon las costas mexicanas y
durante dichas operaciones se produjeron, entre otras acciones, el bombardeo y la toma de la fortaleza
de San Juan de Ulloa o Ulúa (1838).
Los argumentos utilizados para intervenir en la Confederación Argentina y disfrazar sus
objetivos reales fueron los mismos que los aplicados para el caso mexicano, es decir, la defensa de sus
compatriotas y sustraerlos de las leyes locales. En 1829 la escuadra francesa atacó y capturó buques de
guerra argentinos surtos en Buenos Aires. Entre 1838 y 1840 (paralelamente a las operaciones en
México) se estableció el bloqueo para todo el litoral de Buenos Aires y la Confederación Argentina, y lo
mismo se realizó entre 1845 y 1848. La intervención de Francia se conectó estrechamente con la
convulsionada situación del Río de la Plata y no dudó en colaborar con los enemigos del Gobierno de D.
Juan Manuel de Rosas para doblegar a la Confederación Argentina: así apoyó al Presidente uruguayo
General D. Fructuoso Rivera, a los unitarios argentinos emigrados a Montevideo, a la Provincia de
Corrientes, y a diversos políticos y jefes militares unitarios. Las naves de guerra y mercantes francesas
que bloqueaban el litoral argentino y que se internaron en nuestros ríos interiores encontraron la férrea
resistencia opuesta por las armas criollas, cuyo valor y heroísmo quedaron claramente demostrados en
Martín García (1838), Vuelta de Obligado (1845), Tonelero (1846) y Quebracho (1846).
Vinculado con lo anterior, Francia apoyó decididamente a la República Oriental del Uruguay,
ya que Montevideo y los demás puertos Orientales constituían valiosos puntos para servir como bases
para dar apoyo a los buques de guerra y mercantes involucrados en las operaciones sobre la
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Confederación Argentina. El Estado Oriental ocupaba una posición estratégica clave en el Río de la Plata
y en América del Sur por constituir el acceso a los ríos de la Cuenca del Plata y una entrada al interior
del continente; además, el intenso tráfico mercantil del puerto de Montevideo podía ser aprovechado y
dirigido por el comercio francés.
A partir de 1835, los territorios del extremo Norte del Imperio del Brasil (actuales Estados
brasileños de Amapá y Pará) comenzaron a ser invadidos desde la Guayana Francesa. Dichas
incursiones permitieron la ocupación del río Oyapock (límite franco – brasileño) y de algunos territorios
que se extendían al Sur del citado río.
Las conquistas en territorio brasileño constituyeron la prolongación de la Guayana Francesa
hacia el Sur y el desplazamiento de su frontera hasta la desembocadura del Amazonas. Con la
ocupación del Oyapock y territorios adyacentes, los franceses incrementaban la extensión de su
Guayana con la incorporación de casi todo el actual Amapá, y lo que era de fundamental importancia,
podían acceder a las bocas del Amazonas, controlar la entrada al corazón del continente desde el
Atlántico y continuar por dicha vía fluvial hacia el Oeste hasta alcanzar los confines andinos del Pacífico.
La apertura de nuevos mercados y el aprovechamiento de variadas materias primas constituian
beneficios muy valiosos que los franceses podían obtener en caso de asegurarse la navegación del
Amazonas, lo que unido al hipotético control sobre la Cuenca del Plata, daría a Francia una posición
respetable en Sudamérica al tener bajo su control importantes vías de comunicación comercial y
estratégica.
Para justificar sus conquistas en el Norte brasileño, los franceses encontraron como pretexto la
revolución de Pará (1835-1836), cuya ola de violencia podía extenderse hasta la vecina Guayana
Francesa.
Los franceses ampliaron sus conquistas por todo el territorio comprendido entre el Oyapock y el
Amazonas (actual Estado de Amapá) y efectuaron distintas actividades para afirmar lo obtenido:
instalación de guarniciones militares; fortificación de la población de Macapá; defensa naval de la boca
del Amazonas; creación de un sistema de transporte con buques a vapor para las comunicaciones entre
Macapá y Cayena; y el fomento de la colonización, la agricultura y la ganadería.
En el Pacífico, Francia encontró un valioso aliado en la Confederación Peruano – Boliviana,
donde fueron recibidos por su Presidente el Mariscal D. Andrés de Santa Cruz y con quien se suscribió
un tratado de amistad y comercio. De esta manera, Francia podía imponer su predominio comercial en el
puerto del Callao, uno de los más importantes del Pacífico, y en todo el litoral marítimo de Perú y Bolivia,
que a su vez los franceses podrían eventualmente conectar con el Atlántico a través de los numerosos
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ríos que confluyen en el Amazonas (cuya boca en parte ocupaban con tropas y colonos de la Guayana
Francesa).
Durante la guerra contra Chile y la Confederación Argentina, los franceses intervinieron en ella a
favor de su aliado el Mariscal Santa Cruz y realizaron demostraciones hostiles sobre las costas chilenas.
La participación francesa en Perú y Bolivia culminó en 1839, cuando el Mariscal Santa Cruz fue
derrotado y su Confederación disuelta.
Francia buscó también obtener en Chile privilegios comerciales y para sus compatriotas
residentes. Por esta razón, a mediados de 1838 se dispuso el bloqueo naval francés al puerto de
Valparaíso. Como Chile se encontraba en esos momentos en plena guerra contra la Confederación
Peruano – Boliviana, los franceses hallaron un excelente argumento para justificar su agresión, pues su
comercio marítimo podría resultar perjudicado durante las operaciones bélicas. Con sus demostraciones
navales sobre el litoral marítimo chileno, los franceses podían también presionar al Gobierno de Chile
para sacarle ventajas comerciales en el puerto de Valparaíso, el más próspero del Pacífico Sur.
Entre mediados de 1838 y principios de 1839 Francia realizó gestiones con el Gobierno de
Ecuador para suscribir un tratado comercial, que no se concretó por las exageradas pretensiones
francesas. Al no lograr su objetivo, los franceses impusieron el bloqueo naval al puerto de Guayaquil
para exigir por la fuerza amplios privilegios comerciales.
En los numerosos archipiélagos de Oceanía, en el Pacífico, Francia comenzó su penetración
gracias a la acción misionera desplegada por distintas organizaciones católicas (Maristas, Congregación
de los Sagrados Corazones de Jesús y María, etc). Bajo Luis Felipe de Orleans, las misiones católicas
se establecieron en las islas Gambier, Tahití, Wallis, Futuna, Marquesas, Tuamotú, Tubai Australes,
De la Sociedad y otras más que habrían de integrar luego la Polinesia Francesa. En 1842 se concretó
la posesión política al imponerse el protectorado sobre Marquesas y Tahití. Durante el II Imperio se
obtuvo el protectorado sobre Nueva Caledonia (1853). Todas estas islas, además de constituir un área
de difusión del catolicismo, fueron destinadas también como bases para brindar apoyo a la navegación
comercial y militar, como escalas en las rutas comerciales de Asia Oriental y como centros para el envío
de deportados.
GRAN BRETAÑA
Luego del derrumbe del Imperio Napoleónico, Gran Bretaña se consolidó como máxima potencia
mundial, con una indiscutible supremacía marítima, naval, económica, comercial, industrial y financiera y
con una extraordinaria proyección y presencia en ultramar.
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Gran Bretaña confirmó su carácter de monarquía liberal, parlamentaria y constitucional. A Jorge
IV (1820-1830) y Guillermo IV (1830-1837), los sucedió una época de esplendor, con el prolongado y
brillante Reinado de Victoria I (1837-1901), que marcó toda una época (“Era Victoriana”). La política
interna transcurrió con la alternancia de los partidos Liberal (Whigs) y Conservador (Tories) en el poder,
ambos con una misma finalidad: la prosperidad y la expansión de Gran Bretaña, el mantenimiento de su
condición de gran potencia e imperio, y la proyección de su poder e influencia en todo el mundo.
La Revolución Industrial prosiguió con un ritmo incontenible: intensificación y perfeccionamiento
de los procesos de producción; modernización de la maquinaria; proliferación de fábricas; fomento y
expansión de los medios de transporte y las comunicaciones (ferrocarriles, navegación a vapor,
infraestructura portuaria). El poderío del comercio británico fue indiscutible, y se incrementó y expandió la
inversión de capitales a nivel mundial. Gracias a su predominio financiero y monetario, Londres se
convirtió en la plaza financiera del mundo y se impuso la supremacía de la libra esterlina. Todo ello
determinó la prosperidad y la influencia de la burguesía.
Los progresos de la Revolución Industrial y el enriquecimiento de la burguesía provocaron
importantes inquietudes y manifestaciones sociales: protestas y huelgas obreras, Luddismo (destrucción
de máquinas), desarrollo del Trade Unionismo (Sindicatos), creación de las primeras centrales
sindicales, aprobación de distintas leyes obreras, proyectos de socialismo cooperativista, solicitudes de
reforma electoral y de participación política del proletariado (Cartismo).
En el ámbito europeo, Gran Bretaña participó en el Congreso de Viena y la Santa Alianza, de la
que luego se retiró. De allí en más, la política adoptada por Gran Bretaña para Europa consistió en el
mantenimiento del Equilibrio Continental y en vigilar atentamente a Rusia y Francia.
En el escenario ultramarino, Gran Bretaña se apresuró a reconocer y apoyar a las jóvenes
repúblicas independientes de América Hispana (para mantener su influencia económica y comercial) y se
preocupó por atender las siguientes prioridades: dominio y defensa de las rutas marítimas y sus
estratégicos puntos de apoyo y comunicación, protección de sus posesiones en Asia, y mantener y
conservar intacto al Imperio Turco Otomano (para frenar el expansionismo ruso). Otra cuestión
relacionada con esta área fue la decisión británica de abolir la esclavitud y combatir la trata (1833).
Desde la segunda década del siglo XVII, Gran Bretaña ejercía una influencia cada vez más
poderosa en la que constituyó su principal posesión en ultramar: la India, la “Joya de la Corona
Británica”, el gran territorio que determinó buena parte de la estrategia británica allende los mares. Hasta
1858, fue la Compañía de las Indias Orientales la institución encargada del gobierno, de la explotación
económica y comercial, de las complicadas negociaciones con las numerosas estructuras políticas
indias, de la defensa interna y externa, etc.
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Gran Bretaña aprovechó la fragmentación política y territorial y la falta de un poder central sólido
en la India para aplicar una sutil estrategia de intervención en favor de aquel soberano que prometiera
mayores concesiones y posibilidades, para progresivamente ganárselos y hacerlos dependientes de la
Compañía. Así extendió Gran Bretaña su poder sobre distintos territorios de la India, utilizando la fuerza
en caso necesario. A principios del siglo XIX, los rivales más importantes de la Compañía de las Indias
Orientales eran la Confederación Maratha, el Soberano de Haiderabad y el Sultán de Maisur, que
resultaron vencidos por las fuerzas de la Compañía.
La presencia británica se consolidó con la conquista y anexión de los Reinos independientes de
Sindh (1844) y Sikh (1848). En 1857 las antiguas clases gobernantes, los Maratha y los Mogoles,
provocaron un gran levantamiento contra los británicos, con el fin de expulsarlos de la India. El estallido,
conocido como la “Rebelión de los Cipayos” fue sofocado al año siguiente, y poco después la Compañía
de las Indias Orientales fue disuelta y el Gobierno Británico se hizo cargo de la administración de la
India.
La necesidad de brindar una protección adecuada a la frontera Norte de la India provocó la
guerra contra el Reino del Nepal, enclavado en las alturas del Himalaya, que resultó derrotado y
convertido en un Protectorado Británico (1816). Esta victoria permitió además establecer un obstáculo
para contener eventuales proyecciones rusas sobre la India. Por aquella época también se concretó la
conquista y pacificación definitiva de Ceilán, arrebatada años atrás a los holandeses, importante por su
ubicación estratégica y sus recursos agrícolas.
El peligro del expansionisno ruso por Asia Central y Occidental también incitó a los británicos a
concentrar sus miras en el Reino de Afganistán, en la frontera Noroeste de la India, con el fin de
atraerlo a su esfera de influencia (a través de un Protectorado o colocando un gobierno afín) y convertirlo
en un colchón para amortiguar y rechazar la amenaza rusa por dicho sector. Para concretar sus
objetivos, los británicos invadieron Afganistán y así comenzó la Guerra Afgana 1838 – 1842. Luego de
una durísima lucha contra la férrea resistencia de los afganos y la hostil geografía local, las tropas
británicas fueron derrotadas y se vieron obligadas a retirarse.
En la frontera Oriental de la India, las ambiciones británicas se dirigieron hacia el Reino de
Birmania. Fricciones fronterizas y comerciales entre la monarquía birmana y la Compañía de las Indias
Orientales y la conveniencia de dar seguridad al sector del Este de la India, fueron el orígen de dos
guerras (1823 – 1826 y 1852) que significaron nuevas victorias para los británicos y cuyas
consecuencias fueron la conquista de todo el Sur de Birmania.
Las limitaciones a la apertura y liberalización de su comercio, impulsaron a Gran Bretaña a
profundizar su política en el Imperio Chino, donde la Compañía de las Indias Orientales realizaba sus
operaciones desde la segunda mitad del siglo XVII. Durante el siglo XIX los británicos incrementaron
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notablemente la exportación de opio (procedente de la India) hacia China, pues era el producto más
apetecido y que más demanda tenía entre el pueblo chino (por usos medicinales y placenteros). Como el
opio estaba prohibido en China, se lo introducía y comerciaba por medio de un activo contrabando. Las
resistencia al comercio del opio (la clave del comercio británico en el Celeste Imperio) fue la causa de
numerosas discusiones y de incidentes que aumentaron la temperatura en las complicadas relaciones
entre las autoridades chinas y los británicos.
La obtención de diversos privilegios económicos y diplomáticos, la apertura del inmenso territorio
para sus actividades mercantiles y el deseo de no interrumpir el lucrativo comercio de opio, enfrentaron a
Gran Bretaña con el Imperio Chino en la denominada Guerra del Opio (1838 – 1842). Los británicos,
gracias al poderío de la Royal Navy y a la experiencia de su Ejército, derrotaron a los chinos e
impusieron el Tratado de Nankín (1842). Por dicho tratado, Gran Bretaña recibió Hong Kong y logró la
apertura de los puertos de Cantón, Shangai, Amoy, Fuchou y Ningpo (incluidas numerosas facilidades
comerciales, aduaneras, impositivas, de residencia y diplomáticas).
Para consolidar y ampliar su posición en China, los británicos decidieron revisar el Tratado de
Nankín y comenzaron sus actividades para lograr el libre acceso a todas las regiones del Imperio, la libre
navegación del Yang Tsé, la legalización del comercio de opio y “cerdos” (trabajadores forzados chinos)
y el establecimiento de relaciones diplomáticas directas con Pekín. Gran Bretaña se empeñó entonces
en una nueva guerra contra China (1856 – 1858), que culminó con la toma del puerto de Cantón y los
fuertes de Taku (1857) y se suscribió poco después el Tratado de Tien Tsin, que estableció el derecho
de navegación por el Yang Tsé, la concesión de 11 puertos más con los privilegios fijados en 1842, el
derecho de extraterritorialidad y relaciones diplomáticas más fluidas y directas.
Una conquista vital para los intereses comerciales y estratégicos de Gran Bretaña fue la
obtención de Singapur en 1819, un punto clave para el tráfico marítimo con China, base logística para la
Royal Navy, y firme guardián del Estrecho de Malaca, la llave entre el Indico y el Mar de la China. Una
vez establecidos en la zona, los británicos combatieron la piratería malaya y de paso aprovecharon la
oportunidad para instalarse en el Norte de la isla de Borneo.
En su carrera por los pasos oceánicos y marítimos, Gran Bretaña dio otro golpe fundamental en
1839 al ocupar Aden, en el Sur de la Península Arábiga. Así quedaba bajo posesión británica la boca
Meridional del Mar Rojo, y con su intención de no perder de vista la situación en Egipto (decidida actitud
en la Crisis de Oriente), el efectivo control de Gran Bretaña en los extremos Norte y Sur del Mar Rojo era
cuestión de tiempo.
La alianza de Holanda con Napoleón y la necesidad de obtener más puntos estratégicos en la
ruta marítima hacia la India, obligaron a Gran Bretaña a ocupar en 1806 la población holandesa del
Cabo, en el extremo Meridional de Africa del Sur y en la intersección oceánica Atlántico – Indico.
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En 1814 Gran Bretaña recibió formalmente el Cabo y al año siguiente los Bóers se convirtieron
en súbditos de la Corona Británica. Los Bóers eran africanos blancos de ascendencia holandesa,
alemana y francesa, cuyos antepasados holandeses habían fundado Ciudad del Cabo en 1652. La
población bóer se hallaba profundamente identificada con Africa del Sur, eran muy celosos de su idioma
y tradiciones, y se caracterizaban por un gran sentido de la independencia. Su modo de vida basado en
la agricultura y ganadería los obligó a extenderse en búsqueda de tierras y pastos por toda Africa del
Sur. En estos desplazamientos, los bóers se enfrentaron con las poblaciones negras nativas y con las
que procedentes de otras regiones de Africa se expandían hacia el Sur (Zulúes).
Los Bóers se sintieron agraviados por su condición de súbditos británicos y por las medidas
liberales dispuestas por el Gobierno colonial del Cabo y la actividad de los misioneros protestantes:
prohibición del trabajo forzado entre los negros (que practicaban los bóers), protección de las
poblaciones negras y autorización para que recibieran tierras, intención de limitar y suprimir el idioma
bóer (Afrikaan), condicionamientos para la posesión de la tierra entre los bóers, etc.
En 1836, los bóers iniciaron una de sus epopeyas nacionales: el “Gran Trek” (migración o
éxodo), que consistió en el abandono del Cabo y su alejamiento hacia el interior de Africa del Sur, en
señal de rebeldía a la dominación británica y con el deseo de vivir independientes y libres de toda
sujeción. En su travesía, lucharon en numerosas oportunidades contra los Zulúes y fundaron la
República del Natal en 1839.
Para los británicos, el “Gran Trek” no les hacía perder a los bóers su carácter de súbditos de
Gran Bretaña, por lo que procedieron a conquistar y anexar la República del Natal en 1843. Firmes en su
resistencia, los bóers no se dieron por vencidos y lejos de sentirse derrotados, continuaron su retirada
por todo el interior sudafricano y fundaron la República del Transvaal (1852) y el Estado Libre de Orange
(1854). La resistencia bóer, las guerras contra los pueblos negros y la situación metropolitana, obligaron
a Gran Bretaña a reconocer la independencia de los Estados Bóers, lo que le permitió a la Corona
mantener tranquilidad y cierta armonía en el estratégico territorio sudafricano.
La breve intervención napoleónica en el Noreste de Africa y la expansión de Mohamed Alí
incitaron a Gran Bretaña a concentrar sus intereses estratégicos en Egipto, con el objetivo de defender
las rutas terrestres y marítimas a la India y preservar la integridad territorial del Imperio Turco Otomano
para contener los avances rusos sobre el Mediterráneo. Fue justamente en respuesta a dichas
amenazas, que Gran Bretaña hizo valer el poderío de la Royal Navy en el Mediterráneo Oriental y logró
destruir la flota francesa en Aboukir para forzar la retirada de Napoleón de Egipto, y posteriormente,
durante la Crisis de Oriente, se puso del lado del Imperio Turco Otomano y obtuvo que Mohamed Alí
devolviera sus conquistas en la Península Arábiga, Palestina y Siria y su compromiso a no ejercer control
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en el Mar Rojo. Con su decisión y firmeza, los británicos también frustraron los intentos de la Francia de
Luis Felipe por ejercer predominio en el Mediterráneo.
Africa Occidental resultó menos prioritario, aunque igualmente digno de atender por los
británicos. De allí solamente ejerció un verdadero interés el territorio de Nigeria, lo cual se remontaba a
las exploraciones de Denham, Clapperton y Oudney (1822 – 1825) en el Sudán Occidental y el Chad. El
descubrimiento de la desembocadura del río Níger y su enmarañado delta por los hermanos Lander
(1830) marcó el inicio de la presencia británica en aquella vasta región del Oeste Africano. El Níger se
convirtó en poco tiempo en una vía fluvial de gran importancia económica y estratégica: en la zona del
delta se produjo un notable desarrollo del cultivo del cacahuate y un acertado aprovechamiento de los
derivados de palmera, que permitieron utilizar dichos productos para la producción de aceite (el delta
recibió el nombre de “Oil Rivers” / “Ríos del Aceite”); además, al servir como fundamental ruta de
penetración a las comarcas del interior, motivó a los británicos a profundizar la ocupación e incentivar la
colonización (ocupación británica de Lagos, 1851; establecimiento de un servicio de buques de
transporte en el río, a cargo de la “African Steamship Co.”, 1853).
Es de destacar que Gran Bretaña utilizó a Lagos como base de operaciones de los buques de la
Royal Navy que combatían la trata y el contrabando de esclavos en todo el Golfo de Guinea, y que con el
impulso de la expansión francesa a cargo del General Faidherbe, el Níger se transformó en un eje de
fricción de los intereses anglo – franceses y marcó a su vez las respectivas áreas de influencia (Francia
predominaba en el gran meandro y Gran Bretaña en el delta).
La presencia británica en Africa Occidental también se manifestó en una serie de territorios
reducidos y dispersos, que poseía desde tiempo atrás: Gambia (desde la segunda mitad del siglo XVII,
donde existía un comercio local pequeño y poco relevante); Sierra Leona (creada en 1787 por
motivaciones filantrópicas y humanitarias para albergar esclavos negros rescatados, por ello la Capital se
denominó Freetown: “Ciudad Libre”); y Costa de Oro (donde se intervino en los conflictos entre etnias
locales para acceder a los mercados del interior).
Los objetivos de su estrategia marítima llevaron a Gran Bretaña a fijar sus miras también en
América del Sur, y concretamente, sobre un archipiélago muy apetecido y que ya conocía desde hacía
tiempo: las Islas Malvinas. Al igual que en la segunda mitad del siglo XVIII, los británicos ocuparon
Malvinas (1833) y se aseguraron un eslabón más en su larga cadena de puntos de comunicación y
apoyo marítimo – naval extendida por todo el orbe. Con las Malvinas, se logró un nuevo triunfo en el
control británico sobre los pasos y accesos oceánicos mundiales, esta vez entre el Atlántico y el Pacífico.
La Confederación Argentina no sufrió conquistas británicas en su territorio continental, aunque
sí debió sufrir y enfrentar la agresión y el bloqueo de la Royal Navy en los ríos y puertos de la Cuenca
del Plata. Fue entre 1845 y 1847, cuando Gran Bretaña intentó doblegar al régimen de D. Juan Manuel
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de Rosas para obtener más privilegios económicos y comerciales, un trato más especial para sus
súbditos residentes en nuestro suelo, y consolidar su influencia y poderío sobre la Confederación
Argentina. Las pretensiones británicas fueron duramente resistidas en las aguas del Paraná por los
soldados y marinos de la patria, en las bravas jornadas de Vuelta de Obligado (1845), Tonelero (1846) y
Quebracho (1846).
Los viajes y las exploraciones de James Cook (1768 – 1780) despertaron el interés de Gran
Bretaña por los archipiélagos del Pacífico. Desde fines del siglo XVIII comenzó la ocupación, que
adquirió características muy especiales pues el elemento humano que allí se destinó se integró
básicamente con convictos y personal designado para su custodia. Para ello se estableció un presidio en
la mitad Oriental de Australia, que recibió el nombre de Nuevas Gales del Sur. Hasta principios del
siglo XIX la colonización y la explotación económica (basada en la ganadería y la producción de lana) se
realizó en su mayoría con convictos y con unos pocos inmigrantes libres llegados desde Gran Bretaña,
tanto en Nuevas Gales del Sur como en otros territorios circundantes (Tasmania).
Durante el siglo XIX la colonización progresó notablemente. A Nueva Gales del Sur y Tasmania,
se incorporó Australia Occidental. La ganadería (muy especialmente ovina) se expandió y desarrolló de
manera extraordinaria y transformó a los ganaderos en una oligarquía poderosa e influyente en la vida
de Australia. También se promovió el asentamiento de colonos para la agricultura, lo que provocó
conflictos con los magnates ganaderos. Al potencial agropecuario, se le agregó el hallazgo de oro hacia
mediados de siglo. El avance de las instituciones fue muy importante: se sustituyó la administración
militar por autoridades civiles, se crearon organismos legislativos y representativos, y disminuyó la
deportación de convictos hasta suprimirse definitivamente.
Luego de una colonización desprolija, Gran Bretaña obtuvo en 1840 las islas de Nueva Zelanda.
La acción colonizadora quedó a cargo de la New Zealand Company, que atrajo colonos especialmente
de Nueva Gales del Sur. El asentamiento de los colonos blancos provocó numerosos enfrentamientos
con la población nativa, los Maoríes, por la posesión de tierras. Además de los colonos, también se
promovió la población de Nueva Zelanda con misioneros anglicanos y presbiterianos escoceses. Al igual
que en Australia, el potencial económico de Nueva Zelanda descansó en la cría de ganado ovino. Poco
después, Nueva Zelanda se independizó administrativamente de Nueva Gales del Sur y recibió
instituciones representativas.
RUSIA
El Imperio Ruso era un Estado territorialmente enorme, con un régimen político propio del
Absolutismo y con una estructura social y económica muy atrasada (existencia de la servidumbre,
industrias muy precarias, débil burguesía). En 1814 integró el Congreso de Viena y por iniciativa del Zar
Alejandro I (1801 – 1825) se logró la creación de la Santa Alianza en 1815. Rusia integró así el bloque
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de potencias conservadoras, restauradoras y tradicionalistas, partidarias del Antiguo Régimen, y se
transformó en un verdadero guardián continental con el propósito de mantener la paz en Europa,
defender el legitimismo dinástico, promover la solidaridad, combatir las ideas difundidas con la
Revolución Francesa e intervenir en caso de movimientos revolucionarios, tal como lo establecía la
Santa Alianza.
Si bien en un principio Alejandro I simpatizaba con ciertas ideas liberales, los efectos de la
Revolución Francesa y del Imperio Napoleónico lo incitaron a desechar dichos principios y a adoptar una
postura decididamente conservadora y reaccionaria. Su sucesor Nicolás I (1825 – 1855) afirmó el
carácter autocrático del Régimen Zarista, hasta que Alejandro II (1855 – 1881) se vió obligado a
establecer una serie de reformas administrativas, sociales, económicas, educativas, culturales y
jurídicas, impensables en Rusia años atrás.
Rusia manifestó a lo largo de su historia una fuerte y decidida tendencia expansionista, que
estuvo permanentemente alimentada y sostenida por su sentido de misión (“Santa Rusia”), considerarse
heredera del Imperio Bizantino y custodia de la ortodoxia y de los pueblos eslavos y la necesidad de
ganar tierras para la agricultura. Los objetivos estratégicos prioritarios de la expansión rusa consistieron
en el acceso a los océanos y mares templados y cálidos, y la protección y ampliación de su extensa y
dilatada línea fronteriza (sobre todo la Meridional).
La expansión de Rusia se orientó en las siguientes direcciones: los Balcanes, el Mediterráneo,
Asia Occidental y Central, y el Extremo Oriente. En sus ambiciosos avances los rusos encontraron la
resistencia que les presentaron el Imperio Austríaco, el Imperio Turco Otomano y sobre todo Gran
Bretaña.
En los Balcanes, interesaba a los rusos ocupar Moldavia y Valaquia (vasallos Otomanos) y
algunos territorios pertenecientes a Austria, para proteger a las poblaciones cristianas ortodoxas y
eslavas allí instaladas y avanzar por el Norte en dirección al Mediterráneo. En esta región debió
confrontar con el Imperio Turco Otomano y el Imperio Austríaco.
La obtención de los estrechos turcos de Bósforo y los Dardanelos constituian las presas más
codiciadas por la expansión de Rusia, pues de esa manera el Imperio Zarista tendría asegurada su
salida y acceso al Mediterráneo, y la posibilidad de ejercer allí presencia y proyección naval y dominar la
exportación de cereales en aquel vital espacio marítimo. Otra motivación importante para Rusia en la
zona era liberar de la dominación turca a la antigua Constantinopla y a las demás poblaciones ortodoxas.
En Asia Occidental y Central, Rusia avanzó sobre el Cáucaso, Persia, Kazakstán, el Turkestán,
Afganistán, India y China, con el objetivo final de llegar al océano Indico y además proteger, definir y
asegurar su frontera Sur.
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El Extremo Oriente interesó en función de alcanzar el Pacífico y fue así que Rusia realizó
esfuerzos para obtener del Imperio Chino la puerta para acceder a dicho océano: los territorios del Amur.
Para concretar sus objetivos estratégicos, Rusia debía provocar la desmembración del Imperio
Turco Otomano y realizar una serie de conquistas para finalmente alcanzar la India y de allí el Indico. El
principal rival de la política expansionista de Rusia fue Gran Bretaña, que diseñó un esquema de defensa
territorial para frenar y rechazar el avance del Imperio de los Zares, consistente en mantener intacto al
Imperio Turco Otomano y evitar su derrumbe (para tapar la salida rusa al Mediterráneo) y crear
colchones en la periferia de las posesiones británicas para detener a los rusos (Nepal y Afganistán).
El expansionismo zarista quedó momentáneamente contenido y suspendido con motivo de la
derrota de Rusia en la Guerra de Crimea (1854 – 1856), frente a una coalición compuesta por Gran
Bretaña, Francia y el Reino de Piamonte – Cerdeña, que respaldó al Imperio Turco Otomano y defendió
la integridad de sus territorios.
ESTADOS UNIDOS
La política planteada por la Santa Alianza encontró del otro lado del Atlántico una gran
resistencia en la persona del Presidente de Estados Unidos James Monroe (1817 – 1825), quien con su
célebre Doctrina (Doctrina Monroe) prohibió a las potencias europeas establecer colonias en el Nuevo
Mundo e intervenir en los asuntos americanos. Con dicha advertencia, Estados Unidos asumió la
defensa continental y se transformó en una suerte de árbitro de América.
La expansión hacia el Oeste ejerció un papel fundamental en la historia de Estados Unidos, ya
que puso de relieve el carácter y las cualidades de su pueblo y resultó decisiva en la configuración de su
territorio y en la proyección de su influencia y poderío más allá de las fronteras estadounidenses. Dicha
expansión, que comenzó pocos años después de obtener su independencia, continuó con gran impulso y
dinámica y fue promovida sin excepción por todas las figuras que ejercieron la Presidencia y
administración del país. La colosal obra de la expansión, ocupación, poblamiento y explotación de los
territorios que progresivamente eran incorporados fue una empresa de toda la Nación; en ella
intervinieron todos: aventureros, exploradores, cazadores, hacendados, tramperos, agricultores,
ganaderos, mineros, comerciantes, profesionales diversos, especuladores de tierras, empresarios,
banqueros, misioneros, militares, estadistas, etc. No faltó tampoco el aporte extranjero brindado por la
inmigración (irlandeses, alemanes, escandinavos, ingleses).
Durante los progresos de la Conquista del Oeste, se construyeron con gran esfuerzo rutas,
caminos, ferrocarriles y canales; además, se luchó duramente contra diversos pueblos aborígenes, que
fueron derrotados y confinados en reservas (fue particularmente brutal la política seguida al efecto por el
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Presidente Andrew Jackson, 1829 – 1837). Un elemento fundamental en todo este proceso fue la
Doctrina del Destino Manifiesto (inspirada en la predicción calvinista y que asignaba a Estados Unidos el
papel de “Pueblo Elegido”por Dios para ejercer una misión trascendente en el mundo). El componente
religioso cumplió un papel relevante en la expansión continental estadounidense, tal como lo demostró,
por ejemplo, la extraordinaria labor económica y cultural de los Mormones en el Estado de Utah.
Entre 1814 y 1857, el incontenible avance estadounidense hacia el Oeste de su territorio permitió
incorporar los actuales Estados de Indiana, Illinois, Mississipi, Florida, Alabama, Missouri, Arkansas,
Michigan, Oklahoma, Iowa, Wiscosin, Minnesota, entre otros. En 1846, se incorporó el territorio del
Oregón, luego de un tratado con Gran Bretaña, que permitió también fijar los límites con Canadá.
Los conflictos con México jugaron un papel fundamental en la carrera expansionista hacia el
Oeste. En 1836 los colonos estadounidenses establecidos en Texas desde la época española se
rebelaron contra la República de México. En el Alamo, los colonos fueron vencidos, pero luego
derrotaron a los mexicanos en la decisiva batalla de San Jacinto, con lo cual Texas se convirtió en un
Estado independiente (1836). Durante la Presidencia de James Polk (1844 – 1848), la Doctrina del
Destino Manifiesto se aplicó con todo su rigor. En 1846 Estados Unidos (que había incorporado Texas el
año anterior) entró en guerra contra México y tras la ocupación de Veracruz y Ciudad de México por las
victoriosas fuerzas estadounidenses, la guerra finalizó en 1848. Con su triunfo, Estados Unidos obtuvo
los territorios mexicanos de California, Arizona, Nevada, Colorado, Utah y Nuevo Mexico. En el mismo
año comenzó en California la “Fiebre del Oro”, debido al descubrimiento de metales preciosos en dicho
territorio, que provocó la afluencia de numerosa población procedente de las costa Este y la prosperidad
de las ciudades del Pacífico.
Una vez asentado en su territorio continental, Estados Unidos prosiguió su expansión todavía
más hacia el Oeste y comenzó a proyectarse por el Pacífico, para ampliar su comercio y difundir la
actividad misionera. Hacia 1840 se estableció en las islas Hawai y en 1844 suscribió un tratado con el
Imperio Chino, con el que recibió importantes beneficios comerciales y de otro tipo en los puertos de
Shangai, Ningpo, Amoy, Fuchou y Cantón. La política estadounidense en Asia y el Pacífico se coronó
exitosamente cuando una escuadra al mando del Comodoro Perry llegó en 1853 al Imperio del Japón y
logró suscribir un tratado comercial al año siguiente, que fue el principio del fin del aislamiento tan
celosamente defendido por el Imperio del Sol Naciente.
La extraordinaria influencia estadounidense se hizo sentir también en el Continente Africano. En
coincidencia con el espíritu humanitario y filantrópico propio de la primera mitad del siglo XIX, la
Sociedad Colonizadora Americana fundó con esclavos negros americanos la población de Liberia, en el
Africa Occidental (1823), cuya Capital recibió el nombre de Monrovia, en homenaje al Presidente James
Monroe. Liberia pertenecía a la Sociedad Colonizadora Americana, era gobernada y sostenida por dicha
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institución y fue defendida por la US Navy. En 1847 Liberia proclamó su independencia, separándose de
la Sociedad que la había fundado.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
El presente trabajo constituye el resultado de la labor docente y de investigación realizada en la Facultad
de Filosofía, Historia y Letras de la Universidad del Salvador en las materias Historia moderna de Asia y
África, Historia contemporánea de Europa, Historia de América II, Historia de los Estados Unidos,
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