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rock
al
parque:
15 años
guapeando
rock
al
parque:
15 años
guapeando
Alcaldía Mayor de Bogotá
Alcalde Mayor de Bogotá
Samuel Moreno Rojas
Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte
Catalina Ramírez Vallejo
Orquesta Filarmónica de Bogotá
Directora general
María Claudia Parias Durán
Subdirector Cultural, Artístico y de Escenarios
Santiago Trujillo Escobar
Coordinador del área de música
Leonardo Garzón Ortiz
Coordinador general de Rock al Parque
Daniel Casas Castellanos
Asistente de Rock al Parque
Donny Rubiano Pabón
Observatorio de Culturas de la
Secretaría de Cultura, Recreación
y Deporte
Jefe de Oficina
Otty Patiño
Coordinación editorial
Margarita Posada Jaramillo
Textos
Armando Silva
Eduardo Arias
Astrid Harders
Sandro Romero Rey
José Gandour
Otty Patiño
Margarita Posada
Corrección de estilo
María Del Pilar Londoño
Fotografías
Carlos Lema
Páginas: 4, 5, 18, 19, 24, 25, 32, 33, 34, 35,
36, 37, 38, 40, 41, 44, 45, 50, 51, 53, 54, 55,
56, 61, 64, 65, 67, 68, 69, 84, 86, 88, 89, 90,
92, 93, 97, 100, 101, 102, 103, 106, 112, 113,
114, 115, 116, 118, 119, 122, 123, 124, 125,
126, 127, 128, 129, 130
Archivo Museo de Bogotá
Páginas: 12, 13, 22, 27, 28, 29, 31, 58, 59, 77,
78, 79, 81, 82, 83, 91, 94, 96, 98, 99, 120, 121
Karim Estefan
Páginas: 6, 7, 8, 9, 14, 15, 63, 110, 111
Juan Felipe Rubio / cortesía VIVE.IN
Páginas: 57, 74, 75, 107, 130, 131
David Micolta
Páginas: 33, 47, 48, 85, 105
Mateo Pérez
Páginas: 108 y 109
Alejandro Gutiérrez
Página: 46
Marshall Peterson
Página: 87
Diseño
fLa Silueta Ediciones
Impresión
Panamericana Formas e Impresos
ISBN 978-958-98805-3-1
Primera edición, 1500 ejemplares
Bogotá, junio de 2009
© Textos: Margarita Posada,
Armando Silva, Eduardo Arias,
Astrid Harders, Sandro Romero Rey,
José Gandour y Otty Patiño
© Fotografías: Carlos Lema,
Archivo Museo de Bogotá, Karim Estefan,
David Micolta, Marshall Peterson, Mateo Pérez,
Alejandro Gutiérrez y Juan David Rubio
(Cortesía VIVE.IN)
© Orquesta Filarmónica de Bogotá - Observatorio
de Culturas de la Secretaría de Cultura,
Recreación y Deporte. Derechos reservados.
Se permite la reproducción parcial de esta obra
citando la fuente.
Impreso en Colombia
Printed in Colombia
Robi Draco Rosa, 2004
rock al parque,un
espacio de derechos
en una ciudad
10 de derechos
página
página
16 rock, tribus, pintas
página
reflexiones y
lamentos de un
músico bogotano
26 anterior a rock
al parque
página
34
el eje que faltaba
forever young
página
42
la magia de rock
al parque en
diez instantes 52
página
rock al parque y
el observatorio de
culturas
60
página
rock al parque:
quince años
guapeando 74
página
Los Amigos Invisibles, 2007
rock al
parque, un
espacio de
derechos
en una
ciudad de
derechos
María Claudia
Parias Durán*
Con los quince años de Rock al Parque se cumplen quince
años de una apuesta política y cultural por el reconocimiento de las culturas urbanas y de los procesos de identidad de
jóvenes y artistas de Bogotá. Se trata de quince años en los
cuales se consolidó una fórmula que buscó, desde sus inicios, generar apropiación creativa del espacio público, convivencia activa, encuentro de diversidades y fortalecimiento
de los sectores productivos del espectáculo en la ciudad.
Esta publicación de la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el
Observatorio de Culturas pretende ofrecer un panorama de
lo que ha significado Rock al Parque para la ciudad desde
las visiones de Astrid Harders, Eduardo Arias, José Gandour,
Sandro Romero, Armando Silva, Otty Patiño, y de su cronista
central y editora, Margarita Posada, quien se dio a la tarea
de reconstruir la historia del festival mediante testimonios
e investigación de archivos para tejer los cruces, tiempos y
modos de esta fiesta rockera, gratuita y pública que identifica en América Latina a Bogotá.
Con la idea de que Rock al Parque “ha musicalizado de
buena manera la película de nuestras vidas”, José Gandour
hace un divertido recorrido por los diez momentos que
rock al parque, un espacio de derechos en una ciudad de derechos [11]
considera los top de la historia del festival. Bajo la consideración de que Rock al Parque “ha sido un evento que, de una
manera contundente, ha canalizado buena parte de las
tendencias de lo que hoy por hoy es el sonido y el pulso
de nuestra época”, Sandro Romero Rey narra el sentido de
la actitud juvenil que ha provocado el rock a lo largo de su
historia y en nuestro contexto.
Armando Silva analiza las estéticas del rock que rebasan
la sonoridad de los subgéneros para habitar los cuerpos,
las ropas, los peinados, las actitudes y las formas de estar
en la ciudad de las llamadas “tribus urbanas”. Desde su experiencia personal como bajista y cantante de Hora Local,
Eduardo Arias hace un recuento de la relación del rock con
la ciudad, los escenarios, los empresarios, la historia, para
afirmar, con cierto grado de nostalgia, que la Bogotá de los
años ochenta habría sido mejor –y sólo mejor– si hubiera
existido entonces un festival como este. Astrid Harders,
por su parte, presenta un delicioso texto en el que compara a Rock al Parque con otros festivales del mundo y define
y defiende su carácter único e irrevocable.
Otty Patiño, director del Observatorio de Culturas de Bogotá, realiza una lectura que parte de los sondeos aplicados por el Observatorio a lo largo de la historia de Rock
al Parque y analiza en profundidad su significado para la
ciudad en lo relativo a la convivencia, la solidaridad, la in[12] rock al parque: 15 años guapeando
clusión, la tolerancia y la diversidad que el festival ha generado como mecanismo político y cultural.
Con todos ellos, a quienes la Orquesta Filarmónica de Bogotá agradece sus generosos e interesantes aportes, la
administración distrital quiere reafirmar el valor de Rock al
Parque en términos de lo que este festival, y en general la
estrategia de los festivales Al Parque, han significado en
la construcción de una ciudad de derechos.
En efecto, los festivales Al Parque son una estrategia pública
que genera diversos beneficios para la ciudad y el sector cultural. En primer lugar, propician espacios de encuentro entre
los ciudadanos en los espacios públicos que son de todos. En
segundo lugar, demuestran que esta oferta cultural diversa,
de calidad, pertinente y próxima, convoca a un número muy
significativo de personas alrededor de géneros y subgéneros
musicales que comprenden estéticas corporales y formas
heterogéneas de habitar la ciudad en relación con la música.
Los festivales Al Parque son, por tanto, escenarios donde se
valida la diversidad, la inclusión y la interculturalidad.
Adicionalmente, esta iniciativa le permite al distrito el fomento y respaldo a las prácticas artísticas asociadas a los
distintos géneros al hacer visible, mediante el apoyo económico y la puesta en escena, el trabajo de los creadores
bogotanos y nacionales en cada uno de los eventos.
A ello se suman esfuerzos recientes de fortalecimiento
de los festivales que parten de la interpretación de dinámicas culturales del país y del mundo. La creación de
mercados y ruedas de negocios que garantizan la difusión de información sobre creadores colombianos y su
inserción en circuitos internacionales de circulación; la
visibilidad de prácticas propias de cada género como
la Carpa Distrito Rock para la venta de parafernalia y productos asociados al rock; el encuentro de coleccionistas
de salsa o la Ciudad Hip Hop (práctica de graffitismo,
skateboard y encuentro de disc jockeys durante Hip-Hop
al Parque); la creación de una línea de memoria de cada
festival (publicaciones, catálogos, documentales, videos,
exposiciones, etcétera).
También fortalecen esta estrategia –como un fenómeno
que impacta nuevos públicos y agentes– las programaciones académicas y teóricas organizadas paralelamente
a cada festival, las alianzas con festivales colombianos e internacionales en cada género, los encuentros de creadores
y talleres prácticos para músicos, la lectura de los festivales que realizan el Observatorio de Culturas y los expertos
contratados para tal fin, las acciones de emprendimiento
cultural, la vinculación de bares y espacios nocturnos con
programación propia, y la actividad programada por las
universidades y academias de música de la ciudad.
Para el caso de esta decimoquinta versión de Rock al Parque se ha puesto en marcha, además, la “línea de la memoria” que busca recoger la historia del festival y su legado, mediante la publicación de un catálogo, la producción
de un documental de alta calidad, la circulación de dos
exposiciones itinerantes y la realización de un compilado
musical con las canciones más representativas de los grupos ganadores de la convocatoria 2009.
Este libro hace parte de la “línea de la memoria”. Y con él, la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el Observatorio de Culturas
de la ciudad rendimos tributo a una política pública cultural
encaminada a enfatizar, en palabras del investigador Eliécer
Arenas Monsalve, “una dramatización de los resultados de las
nuevas formas de convivencia; una relación solidaria y afectiva con la ciudad, ofreciendo –gratuitamente– un ambiente y
un nicho para la emergencia de la diferencia mediante el uso
de mecanismos simbólicos altamente convocantes y movilizadores de afectividad, la posibilidad de habitar la ciudad
desde la pasión y legitimar las diferentes maneras de ser bogotano que conviven en la ciudad”1.
*Directora general Orquesta Filarmónica de Bogotá
1 “Informe final memoria Ópera al Parque”, Eliécer Arenas Monsalve, Secretaría
de Cultura, Recreación y Deporte, Bogotá, 2007.
rock al parque, un espacio de derechos en una ciudad de derechos [13]
Azafata, 2008
rock,
tribus,
pintas
Panteón Rococó, 2008
Armando
Silva
Los jóvenes que rondan por la ciudad producen temor y
extrañeza. Desde finales de los sesenta insisten en mostrarse distintos y esto los aleja aún más de los adultos que
mantienen el poder político, económico y espacial de la
ciudad. En aquellos años prehistóricos de las tribus urbanas les dio por dejarse largas cabelleras, se disfrazaban de
indios, hacían gesto de paz en plena guerra de Vietnam
y, para peor, les dio por meterse cuanta hierba podían, lo
que –al menos por eso– hizo que Colombia se volviese famosa, pues producía la exclusiva “puro Golden” de Santa
Marta que al decir de los expertos sabía a mar y Caribe y
los llevaba al cielo.
El rock and roll que venía de los cincuenta se constituyó, si
pensamos hacia atrás, en el primer gran fenómeno urbano
de masas juveniles, rompió fronteras culturales y arrastró
a jóvenes de diferentes países a hacer lo mismo y mostrarse parecidos, como una gran familia planetaria. Aún hoy
en el nuevo milenio los Rolling Stones, Bob Dylan o Elvis
Presley se escuchan como si no hubiese pasado el tiempo.
Los siguientes años setenta progresaron en nuevos géneros musicales, pero no fueron mejores para las asustadas
familias burguesas que tenían que soportar a tanto extraño. De los cánticos y acciones por la paz y las libertades
personales expresadas en Let it be de los Beatles se pasó a
la desilusión y la amargura de una Janis Joplin con su desadaptación total y su famoso Cheap Thrills con que inició
la década… y hasta su muerte ocurrió por puro desgaste
con una sobredosis, pero no de la romántica hierba, sino
de heroína procesada. En esos años aparecen ya por las
calles algunos personajes inauditos cantándole a la muerte e idealizando lo siniestro. Se hacen llamar los góticos y
nacen en el Reino Unido pero provienen de los punk gringos y aprendieron de los ritmos del pegajoso brake dance
el uso y la exhibición espectacular. Su nombre se relaciona
nada menos que con quinientos años de arquitectura y
arte durante los siglos XII y XVI y se les llamó así para señalar el oscurantismo de la Edad Media, en donde se hacían
cosas propias de godos y de bárbaros. Los nuevos góticos
del siglo XX terminan relacionados con una personalidad
triste y desanimada que se representa en el negro, en su
pasión por lo vampiresco, por los castillos de Drácula y
por sus botas, que nunca les faltan en su iconografía, así
sean de tipo militar. Se les encuentra como bichos raros en
las entradas a los metros underground, debajo de la tierra,
sitio que les atrae; también en cementerios y deambulando por la noche. Son pacíficos pero por sus pintas de negro
con labios morados la gente les corre. De las entrañas de
los góticos nacieron sus opuestos, las lolitas, que visten
de blanco, son ingenuas, miran con cierta distancia y florecieron en Japón, dejando ver desde ahora que los jóvenes en los primeros años del siglo XXI pasan las fronteras
y se afectan unos con otros para diferenciarse, en uno de
los pocos casos de verdadera globalización cultural, desde su música y sus pintas, y entonces los bravos góticos
se emparentan con las débiles lolas, como su imagen al
revés. Los góticos escuchan música rock, metal, como
Bela Lugosi’s Dead, sus bandas como Bauhaus o Siouxsie
and the Banshees tocan música lúgubre propia de movimientos dark (oscuro), por lo que en Colombia los llaman
darketos o negros, no por la piel sino por su nocturnidad
o por lo espeluznantes que se muestran. Así que gótico
puede ser el inicio de la música urbana con personajes de
pintas estrafalarias que andan por ahí rondando la ciudad,
nomadismo urbano que pronto los unió con otros grupos
de bandas musicales, con grafiteros y artistas urbanos rebeldes y punzantes. Y de acá en adelante ya no somos todos iguales, como con los hippies. Se lucha por diferenciar
cada grupo, banda o tribu y en efecto estos se multiplican
y las ciudades se llenan de seres increíbles.
En los ochenta resurge el rock con una vuelta a las raíces
obreras industriales, como Bruce Springsteen. Y es también justo en esa década que nace en Colombia el graffiti rock en la Universidad Nacional. Allí jóvenes se paran
frente a un muro y le cantan con actitud de rito, mientras
otros compas dibujan en la pared con letras musicales. Se
va sacando el graffiti de la consigna panfletaria mientras la
ciudad se va dotando de sonidos juveniles, de protesta, de
queja, de malestar, de mierda, como dicen varios adultos
serios que no soportan tanto relajo ni tantos sustos. Las
imágenes adquieren movimiento, y los show rock espectacularidad, montajes con escenarios en acero, ingeniería de
luces, parlantes Bose fenomenales y potentes. Los eventos se realizan en estadios o parques inmensos y el rock se
apropia de sitios urbanos que vuelve juveniles. Los grandes ídolos mundiales como Nina Hagen cantan en mezcla
de punk, ópera y funk, pero también new wave y hasta
reggae. Su álbum de 1983, Fearless (Intrépido), se vuelve
el gran hit del momento. Su mezcla de dureza y amor por
rock, tribus, pintas [17]
[18] rock al parque: 15 años guapeando
los animales o por los marcianos y lo cósmico, solo dialoga
en negativo con las tribus de la época que ya se muestran
duras, como los skinheads, quienes vienen a encarnar uno de
los problemas urbanos que ya se anuncian con virulencia: los
inmigrantes. En Europa, los integrantes de esta subcultura atacan a los expatriados desde su ideología política del
nacionalsocialismo con origen en Hitler, y por esto se visten con nostálgicas botas militares con cordones blancos
y sus pantalones de tirantas cromáticas con los colores de
las banderas de sus patrias para significar el nacionalismo
fascista que defienden, puristas y fanáticos de razas y fronteras. No son los heavies de los setenta, antimilitaristas y
pacíficos que escuchan heavy metal, y tampoco los sharps
(Skinheads Against Racial Prejudice), que los enfrentan y
quieren paz escuchando música y acompañándose con
otros jóvenes, todos con la cabeza pelada, a veces con avisos pacíficos en sus nucas. Tatuar los cuerpos se descubre
como arte urbano.
Los años noventa y el nuevo siglo llegan con interés por
las tribus. Se percibe como un fenómeno urbano ligado a
distintos tipos de música, por su relación con la posmodernidad (Baudrillard), y aparecen teóricos de las juventudes.
Sociólogos y filósofos escriben, nace el término de “tribus
urbanas” (Maffesoli) para señalar comportamientos similares a los de las tribus primitivas, que viven en grupo, se pintan las caras, escuchan músicas repetitivas, se reúnen para
actuar y ritualizar comportamientos. Y siguen y siguen
naciendo nuevas tribus, aparecen con fuerza los punks y
los emos, pero deben compartir la ciudad con otras tantas
en una toma más seria y permanente de lugares, lo que
genera identificación por el sitio en que se encuentre un
grupo. Música, territorio y vestimenta constituyen los tres
ejes de sus personalidades grupales. La lógica de la simulación aparece, los de la banda Kiss (quienes estuvieron en
Bogotá en abril del 2009) se disfrazan (pretenden ser, no
es que sean) de demonios y de dráculas, y sus seguidores se maquillan como ellos para ser parte de la banda y
convertirse en tribu al menos por una noche. Es lo efímero
lo que fascina. Una tribu o una banda aprende de la otra,
las urbes se siguen llenando de figuras extravagantes que
recorren sitios y la calle misma se convierte en el lugar de
sus acciones y encuentros, como sucede en grandes megalópolis que son parte de su paisaje cultural juvenil. Pero
ahora se cuestiona el término “tribu”, pues ello los exotiza,
rock, tribus, pintas [19]
los vuelve minorías exóticas, como negros, indios o mujeres desvalidas y, peor, da motivos para que los adultos
los crean niños diferentes. Y resulta que son simplemente
modos de ser urbanos, jóvenes, rebeldes o al menos distintos, por fortuna, a los adultos y los viejos. Son sensibles,
a veces de modo extremo. Incluso algunos lloran.
A inicios de los noventa el término “emo” se utilizaba para
calificar a las bandas de post hardcore, pero hoy en día significa bandas con muchos estilos como Saves the Day o
Emery. Se conocen por la forma en que viven, emocore,
abreviación de emotional hardcore, por la carga emocional
de las letras de estas bandas y por la expresividad y espontaneidad que exhiben en sus conciertos. En América Latina se empiezan a reconocer, más que por la música, por su
sensibilidad manifiesta. Portan figuras de tipos y tipas sufridas, se afligen por los demás, dejándonos ver evidentes
relaciones con los cristianos de ciertas congregaciones. De
otro lado y también dominando el paisaje juvenil, están
los punk. Estos ya están en escena desde la década de los
setenta: el punk y el hip hop fueron banderas de los jóvenes rebeldes y radicales de entonces. El punk ha tenido el
logro de no perder el carácter de rebelde. Más que hacer
críticas al sistema, como lo hacen desde décadas anteriores, ahora toman una postura ética basada en ideas anarquistas de solidaridad, apoyo mutuo, autogestión, ateísmo
y libertad, haciendo de la lucha anarquista un propio estilo
de vida. Rechazan la guerra, el peligro nuclear, el imperialismo, la represión. Suelen organizarse en colectivos y se
preocupan hasta por el maltrato a los niños y los animales.
Son pues comunicadores de ideologías libertarias e igualitarias. Si los emos expresan afectos del mundo presente,
en los punk la mirada es política, del mundo a futuro.
En Bogotá hay representantes de varias bandas y grupos:
góticos, skinheads, punkeros, metaleros, rockeros, hippies,
gomelos, cholos, new age y hasta los de las barras bravas
de los equipos de fútbol. Se encuentran en Kennedy, Bosa
y hasta Usaquén. La Candelaria es quizá el lugar de las mayores mezclas, considerada zona friki de respeto y convivencia. En este barrio hay universidades, iglesias, casas de
yoga, extranjeros, artesanos, profesionales, vagabundos.
Y todo este microcosmos es el ingreso al nuevo milenio
entre grupos pro Hitler y niños desolados por la tristeza, en[20] rock al parque: 15 años guapeando
tre personajes con botas militares y jóvenes con actitudes
de solidaridad con los demás, entre odios y persecuciones y afectos y, últimamente, concentración en las afueras
de las ciudades para encuentros colectivos. Pero lo que
sí une a todos o, mejor, desune, es la música, pues todas
las bandas practican pero los desunen los gustos, ya que
cada pandilla tiene sus predilecciones que los ayudan a
definir sus personalidades.
No podrá decirse entonces que no hay razones para que
los adultos no quieran a los jóvenes. Tampoco habría argumentos para no ver en todo ese movimiento, rico, audaz,
creativo, una plataforma de expresiones juveniles, rebeldes
y distintos, como debe ser, y a su vez poseedores de ideales
futuros, así se presenten en negativo, como corresponde a
la sensibilidad del nuevo milenio. Esto se llama la alteridad
moderna. Derrida dejó esta lección para nosotros los adultos: no puede existir una ética de la alteridad si se renuncia
a pensar al otro como alter ego: como a uno mismo. Asimetría que dará lugar a la violencia.
Y toda esta tradición juvenil de la última mitad del siglo
XX es lo que han recogido los festivales de Rock al Parque
que organiza Bogotá desde 1995, y ya en el 2008, por la
importancia de la música en el evento, pasa a ser coordinado por la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Se inició con
sesenta mil asistentes y en el 2006 llega a casi cuatrocientos mil. Esta afluencia es ya es un acontecimiento urbano
por varios motivos:
A nivel espacial, porque durante Rock al Parque se logra
movilidad por la ciudad y una concentración en lugares
emblemáticos como la Media Torta y el Parque Simón
Bolívar, elegido este último como el sitio que más quieren los bogotanos en encuestas de Bogotá imaginada
(2003), y uno de los atributos que se le reconoce es ir a
escuchar rock y a ver gente joven, de lo cual se deduce
una valoración positiva. A nivel de estratos, asisten todos
pero sobresalen los 2 y 3 en un 88% (2008), justo los grupos más marginados en el espacio público de esta ciudad,
y equitativo también, lo que lo hace un festival popular,
con presencia de jóvenes provenientes de Kennedy, Suba,
Engativá y otros barrios de los mismos estratos en otras
ciudades. Esto es algo meritorio si se tiene presente que
uno de los problemas más serios de la Bogotá elitista es su
Austin TV, 2008
Eli Guerra, 2008
rock, tribus, pintas [21]
[22] rock al parque: 15 años guapeando
concentración de actividades culturales en el norte y el
centro de la ciudad, y la nula referencia a otros sitios y a
otros barrios. Con Rock al Parque tenemos la situación excepcional de que otros sectores se expresan y marcan la
ciudad con nuevas figuras y otros ritmos. La hacen suya.
Junto a estas regiones barriales, otro hecho significativo
es la presencia de extranjeros con un 3% de los asistentes (2008), mientras que otro 25% reconoció que venía de
otras partes del país y era la primera vez que visitaba la
ciudad (2006), lo cual refuerza lo que ya se había dicho en
nuestro estudio sobre Bogotá (2003): que se trata al fin de
una ciudad nacional a la que se va o se vive y que los cachacos de origen, que se creían dueños de su expresión,
han sido superados, volviéndose una clase en vías de extinción. En géneros, no obstante, sí se acentúa la presencia masculina, pues mientras en el 2006 las mujeres representaron el 40%, en el 2008 bajaron al 29%, lo que debe
preocupar a sus organizadores. Las edades promedio siguen equivalentes con un 61% entre jóvenes de 18 y 25
años, y un 30% entre 13 y 17, lo que indica que el 90% de
los asistentes son menores de 25 años. Una ciudad con
tan pocos escenarios juveniles tiene acá un lugar privilegiado de expresión de esta franja, lo que nos permite
entender por qué el festival fue declarado como bien de
interés cultural de la ciudad por su propio Concejo Distrital en el 2008.
Cuando se preguntó a los asistentes en el 2007 por su género musical preferido y por su grupo juvenil, se reconocieron así: un 26% de metaleros, 14% punkeros, 6% skarceros;
6% hiphoperos, 2% góticos, 2% skinheads y 2% electrónicos, pero un valioso 35% no se ubicó en ningún género.
Esta última cifra revela que muchos van por afición a disfrutar toda la música sin estar relacionados con un grupo
concreto, mientras que en Hip Hop al Parque la mayoría
de asistentes sí son parte de algún grupo juvenil. Cuando
se les preguntó a qué otro tipo de eventos Al Parque han
asistido, respondieron: Jazz un 20% y Salsa el 18%, pero
solo 1% a los de Ranchera y 1% de Charanga. Este hecho,
ahora sí, termina por dibujar el perfil: los jóvenes urbanos
de la Bogotá de hoy ven la charanga y las rancheras como
anacrónicas, de provincia o de otras generaciones, y esto
es significativo para entender cómo funcionan las mentalidades urbanas del nuevo siglo. Al mismo tiempo, el 82%
de los asistentes de Rock al Parque (2007) han reconocido
que este festival favorece la convivencia grupal.
Para concluir, destaco que hay concordancia en todas
las mediciones del festival, desde 1995 hasta el 2008, en
cuanto a determinar el medio por el cual el público se informa sobre Rock al Parque. La radio es indiscutible campeona con 49%, luego la televisión con un 21% y después
el “boca a boca”, con un 12%. Esto quiere decir que la prensa es la gran ausente en la consulta, lo cual nos da un índice de preferencia oral: así como se va a escuchar música
también se enteran de ella por la misma oralidad. De igual
manera es sugerente que en ninguna de las mediciones
aparezca Internet como fuente de información y bien ha
de ser que este medio digital y en red se privilegiará en
el futuro inmediato, máxime que cada día en Bogotá aumenta vertiginosamente la conectividad, pues más de la
mitad de la población ya está conectada y lo usa “dentro
o fuera de su hogar (los que no poseen computador)” (El
Tiempo, 2008). Se hace notorio cómo los jóvenes van a la
par con el desarrollo de los géneros urbanos de música,
pero también con la tecnología y con el pensamiento de
vanguardia. Para los adultos esa contemporaneidad asusta. Queremos imponer un conservadurismo a una sociedad que poco espacio ha dado a la juventud y por tanto le
quedan muchas deudas pendientes. Este escrito ha querido destacar cómo el rock, en distintas ciudades, ha sido
el generador de espacios urbanos juveniles, lo que se expresa en especial en la música pero se extiende a las tribus
con sus pintas particulares. Se trata de una reinvención de
los cuerpos juveniles moldeados por emociones grupales.
Sus cuerpos pintosos, marcados o tatuados, los hace diferentes y les permite ocupar un lugar en las urbes desafiando asimismo el dominio espacial de los adultos. Quizá
se trata de un regreso al cuerpo mismo, valorado sobre la
palabra. Un querer hacer o, mejor, un querer mostrarse,
con su dosis de narcisismo, pero también con la estrategia
de cambio, de llevar la subjetividad al límite y, por tanto,
no solo presentar una estética sino desprender una ética.
No se trata de la emoción de la libertad, como dijo una vez
Jean-Luc Nancy, sino de la libertad de la emoción.
rock, tribus, pintas [23]
Manu Chao, 2006
reflexiones
y lamentos
de un
músico
bogotano
anterior a
rock al
parque
Eduardo
Arias
La Maldita Vecindad, 1997
Mi nombre es Eduardo Arias. Fui bajista, cantante y, ante
todo, locutor sin licencia de un grupo de rock que se llamó
Hora Local. Me habría encantado poder cantar “Patiobonito” en Rock al Parque. En parte, porque en esa canción
yo me encargaba de las voces. En parte, por la letra. Para
los que no la conocen, que deben ser la gran mayoría,
comienza así: Cuando vinimos aquí queríamos vivir mejor.
Ahora tenemos el tifo y se enferman nuestros hijos. Los niños
no son pescados, se nos inundó la casa y las basuras nos atacan. Nos engañan los políticos.
“Orden público alterado” también habría tenido alguna
posibilidad de convertirse en un pequeño hit de culto si
a Hora Local le hubiera tocado la suerte de haber existido
en los noventa. O mejor, si en tiempos de Hora Local ya se
hubiera establecido el rito anual de Rock al Parque.
Son suposiciones. O mejor, sueños frustrados de quien, a
lo sumo, pudo presentarse un par de veces ante públicos
de más de trescientas personas y que estuvo rodando durante cuatro años por el incierto circuito de bares de Bogotá de finales de los ochenta hasta que el grupo no dio para
más y se acabó sin que casi nadie se diera cuenta.
A Hora Local le tocaron los años ochenta, los años maravillosos de Pasaporte y Compañía Ilimitada. Una década
marcada por el espejismo del Rock en tu Idioma, el Rock en
Español. Por no decir la farsa. Y es que lo que comienza mal
tiene que terminar mal. No es posible que algo que pretenda ser un movimiento cultural sea el resultado de la alianza
entre un alcalde pantallero, un empresario de conciertos
y unas emisoras que, por decreto, declararon que el rock
en español era lo máximo. De la noche a la mañana todo
el mundo comenzó a hablar de grupos que un año antes
ni de casualidad habrían sonado por la radio. Era tal el delirio, que muchas personas que dos años antes se habrían
muerto del oso ajeno si tuvieran que oír una canción de
rock cantada en castellano, ahora miraban torcido a los
que también seguíamos oyendo canciones en inglés. Tal
era el fanatismo desatado que, en su presentación de
1989, en la Plaza de Toros de Santamaría, Charly García
encaró al público y preguntó que cuál era esa idiotez de
no poder cantar en inglés. Cuando comenzaban a chiflarlo, se despachó “I Could Never Take the Place of Your
Man”, de Prince.
reflexiones y lamentos de un músico bogotano anterior a rock al parque [27]
Ultrágeno, 1997
[28] rock al parque: 15 años guapeando
Pero volvamos a aquel año 6 antes de Rock al Parque. Los DJ
de las emisoras, desconocedores por completo de la historia del rock, y mucho más del rock de países como España y
Argentina, estaban más o menos en manos de la información que recibían de las casas disqueras. Decían, por ejemplo, que el rock en Argentina había comenzado gracias a la
guerra de las Malvinas. Y que el rock en España había nacido
un par de años antes, es decir, en 1986. Según ellos, por supuesto, el rock colombiano acababa de inventarse. Borraban de un plumazo treinta años de sucesivos nacimientos,
muertes y resurrecciones del rock nacional.
El Concierto de Conciertos Bogotá en Armonía, celebrado
entre el 15 y 16 de septiembre de 1988, con ese estadio El
Campín a reventar, con esa presentación de Miguel Mateos
cuando el sol despuntaba en el amanecer del domingo y
buena parte del público, extenuado, ya se había ido, nos hizo
sentir en Woodstock. Queríamos creer que, desde ese instante, quedaba inaugurada una nueva era que, en ese momento, parecía haber llegado para quedarse.
Y entonces todos comenzamos a creernos el cuento. Creíamos, o queríamos creer, que todo aquello había llegado
para durar. Que a los empresarios y a la radio, que señalaban
que el rock en español era un movimiento cultural, de veras
les interesaba que el rock colombiano, por fin, saliera de los
guetos. Que Bogotá viviera su movida al mejor estilo de Madrid. Que Medellín, la capital rockera de Colombia, ayudara
con sus luces a consolidar el despegue definitivo de todo
aquello con sus bandas mucho más pesadas, mucho más
fuertes, mucho más rockeras.
Aparecieron grupos que andaban ocultos en el anonimato
de las murgas escolares. Músicos que andaban desparchados por ahí decidieron armar grupos para subirse al tren de la
fama que parecía abrirle las puertas a quien quisiera abordarlo. Empresarios advenedizos se dedicaron a organizar giras
de grupos locales en bus por distintas ciudades de Colombia
y los músicos asomaban sus cabezas por las ventanas sintiéndose los Rolling Stones. Una prueba reina de profesionalismo
consistía en armar un rack. Un rack era un cartapacio anillado
en el cual los grupos enumeraban sus exigencias de camerino: espejos de cuerpo entero, toallas, sofás, botellas de gaseosa, agua y whisky. Pensaban ellos que sin esas exigencias
los verían como una banda de aficionados.
reflexiones y lamentos de un músico bogotano anterior a rock al parque [29]
Creerse el cuento también era suponer que había que
grabar un sencillo de 45 rpm, llevarlo a 88.9 y que así la
autopista de la fama se abriría de par en par. En los programas musicales de televisión de tarde en tarde invitaban a
los grupos a doblar alguna canción, así que era necesario
tener un sencillo grabado para aspirar a un breve baño de
popularidad de tres minutos en el “Show de Jorge Barón”,
“Espectaculares JES” o el “Show de Jimmy”.
Pero grabar un sencillo no era nada sencillo. No olvidemos que estábamos en el año 15 antes de los procesadores Pentium IV. No existían los programas de música para
computadores personales y grabar un demo que medio
sonara decente era poco menos que una hazaña. Cualquier estudio, por chichipato que fuera, costaba un ojo de
la cara. Y de allí al sencillo, y del sencillo al LP…
Y el sueño duró poco. Para diciembre de 1988 ya estaba
claro que a las emisoras lo único que les interesaba era
pegar éxitos en la radio y punto. Nada de generar movimientos culturales. Y la gente iba a los conciertos (hubo
varios) a oír única y exclusivamente a los grupos de afuera. A los grupos colombianos los agarraban a monedazos
y, si les iba bien, podían tocar tres o cuatro canciones. La
consola de sonido era para las estrellas internacionales y a
los colombianos les botaban un sonido pésimo. Y, por más
botellas y espejos que exigieran los managers de las súper
bandas locales en sus racks tan profesionales, la realidad
es que el público igual los recibía a monedazos.
El rock en español era cada vez más en tu idioma pero
cada vez menos rock. Los grupos que machacaba la radio una y otra vez no eran muchos. Soda Stereo y Los
Toreros Muertos eran como los más rockeritos. De ahí
para abajo, Miguel Mateos, Los Prisioneros, La Unión…
a los que muy pronto se unieron baladistas a los que los
DJ disfrazaban de rockeros como Franco de Vita, Jordano, Emmanuel… Si se miran las cosas sin pasión, haber
incluido baladistas fue un gesto más que consecuente.
Al fin y al cabo el rock en español llegó a donde llegó en
gran parte porque sonaba en las estaciones de radio de
balada y de música tropical. Las canciones de Los Prisioneros, Miguel Mateos y Los Toreros Muertos que de
veras fueron éxitos, les llegaban no solo a los jóvenes
sino a un público mucho más masivo, ajeno al rock. En
[30] rock al parque: 15 años guapeando
1988 la canción más importante del fin del año no fue
un éxito tropical sino “El baile de los que sobran”, de Los
Prisioneros.
En el primer semestre de 1989, el rock en español aún se
mantenía en la cresta de la ola, pero a los grupos colombianos les faltaba algo fundamental: escenarios con capacidad para un par de miles de personas donde tocar, donde foguearse, donde formar un público. A muchos no nos
quedó más remedio que seguir en los bares. Hora Local
tuvo la suerte de contar, desde comienzos de 1988, con
Metro, luego con Nix y, ya en 1989, con los bares de La
Candelaria: La Casona y Barbarie, vecinos de Estación Central, el bar de Carlos Vives donde se presentaba Distrito, el
grupo creador del “patrón bogotano” que hizo posible los
Clásicos de la provincia unos cuatro años más tarde. Pero
esa es otra historia.
Y entonces el narcoterrorismo acabó con la noche bogotana. A mediados de 1989 los empresarios y la radio decidieron darle la espalda al rock en español. Y tal como llegó, la moda del rock en español se fue. Ahora era el turno
de la “Lambada”, que satisfacía las exigencias de quienes
un año antes habían despedido el año viejo con “El baile
de los que sobran”, de Los Prisioneros, la “Novia pechugona” de La Trinca y “Pilar”, de Los Toreros Muertos.
Como no se había generado una cultura de conciertos regulares que apoyara el surgimiento de las bandas locales y,
de paso, le sirviera para foguearse y aprender a ganarse un
público en el escenario, a nadie le importó que la moda impuesta por el alcalde, los empresarios y las emisoras de radio
desapareciera. Había ocurrido algo similar a la época de Eldorado en el fútbol. Las rutilantes estrellas no dejaron escuela.
¿Qué habría sucedido si en aquel entonces hubiera existido un evento como Rock al Parque, que le abriera sus
puertas no a dos o tres sino a veinte o treinta grupos de
la ciudad? Difícil decirlo. En aquel entonces esos tiempos
el sentido de pertenencia hacia lo colombiano era casi
inexistente. La emblemática frase “Bogotá, del putas Bogotá”, del Concierto de Conciertos, ante todo celebraba un
estado de ánimo festivo y optimista, pero no reflejaba algo
que se aproximara al orgullo que hoy sienten buena parte
de los jóvenes por su ciudad y por la música que en ella
se crea. Resulta muy difícil comparar la escena actual con
la de finales de los ochenta, que no contaba con herramientas tales como la posibilidad de grabar en estudios
caseros o de bajo presupuesto y con acceso a MySpace
y YouTube. Sin hablar, claro está, de que tocan para un
público mucho más informado y conectado con el mundo que hace mucho tiempo dejó de depender exclusivamente de la radio.
De todas maneras, pienso que un Rock al Parque, manejado con el criterio de ser un espacio abierto para los
músicos de la ciudad, muy probablemente les habría
permitido a varias de las bandas colombianas de aquella época presentarse en condiciones más que decorosas de sonido ante un público masivo. A veces pienso
en grupos como Zona Postal, Sociedad Anónima... ¿Qué
habría sido de ellos si hubieran podido mostrar su innegable talento en un escenario como el de Rock al
Parque? Nunca lo sabremos, pero presumo que de ellos
existiría algo más que un puñado de LP y sencillos de 45
rpm archivados en las discotecas de algunos gomosos
dispersos por ahí.
A veces pienso que, más allá de la gloria efímera del puñado de grupos colombianos que sonaron en la radio y de
canciones que han resistido el paso del tiempo como “Siloé”, “La causa nacional” o “Dónde estás Bogotá”, lo único
de verdad bueno que dejó la era del rock en español fue
el ejemplo que recibieron quienes entonces eran niños y
adolescentes. Ellos se dieron cuenta de que podían armar
un grupo, de que podían soñar con tocar en un bar y, por
qué no, en un concierto. Quienes eran niños entonces crecieron en medio del horror del narcoterrorismo, las incertidumbres de la fuga y la muerte de Pablo Escobar, pero
también con el aire esperanzador de la Constitución Política de 1991, el Festival Iberoamericano de Teatro, la selección Colombia de fútbol de comienzos de los noventa, el
arrollador éxito internacional de Los clásicos de la provincia
y la Cultura Ciudadana que generó nuevas miradas de la
ciudad y, sobre todo, creó un sentido de pertenencia que
antes no existía. Algunos de ellos ya estaban listos para subirse a una tarima en 1995 cuando arrancó la aventura de
Rock al Parque, y también para escribir una página mucho
más duradera y sólida: la página del rock colombiano de
los últimos quince años.
Juanita Dientes Verdes, 1997
reflexiones y lamentos de un músico bogotano anterior a rock al parque [31]
el eje que
faltaba
Astrid
Harders
Julieta Venegas, 2004
Parque, como festival, desordenó la cronología cultural de
Bogotá. ¿Qué quiere decir esto?
Ely Guerra, 2004
La tarea de comparar a Rock al Parque con otros festivales
parecía desatinada al principio. Sospeché que nuestro festival podía quedar mal parado o en desventaja frente a monstruos como Roskilde, Rock in Rio o Coachella, por nombrar
algunos obvios. Sin embargo, después de pensar detenidamente en Rock al Parque, en su idiosincrasia y en su anatomía única, los puntos a favor empezaron a sumarse.
Resulta que, a diferencia de muchos otros eventos musicales del mundo, nuestro festival tiene la dichosa culpa de
haber construido una plataforma cultural, de darnos inspiración, de brindarnos esperanza y de hacernos ver que
esto sí es una comunidad que palpita y que, reunida, podrá llegar cada año más lejos. A continuación, con motivo
de estos quince años que se cumplen, un vistazo al valioso
rol de Rock al Parque.
Rock al Parque es un bicho raro entre los festivales. Quiero
decir extraño, fuera de lo común, especial. Razones para
caracterizarlo de esta manera, hay múltiples: sus comienzos, su duración, sus bandas, su entrada gratis, su tamaño,
hasta su reciente clima… Pero vamos por partes. Empecemos con la razón que, tal vez, es la más entrañable. Rock al
Normalmente, en grandes capitales y ciudades, sean europeas, latinoamericanas, asiáticas o americanas, los festivales han nacido porque han sido impulsados por un circuito
musical. Lollapalooza (festival que salió de gira por Estados Unidos por primera vez en 1991), por ejemplo, no solo
nació como gira de despedida de Jane’s Addiction, sino
que surgió de la intención de Perry Farrell (vocalista de dicha banda en esa época) de darle un espacio más allá del
mainstream a la música alternativa. El Warped Tour, celebrado por primera vez en 1995, inicialmente era un evento
para bandas de punk y deportes extremos.
En Bogotá, a mediados de los años noventa, no había un
inmenso circuito de bares, de toques y de eventos para
fomentar la creación y presentación del rock. Y fue entonces, en 1995, cuando Rock al Parque llegó y desordenó los
hechos. Acá no hubo un gran circuito que decidiera, colectivamente, crear un festival. No, aquí el festival nació para
inspirar un circuito. Como una iniciativa de Mario Duarte
(La Derecha) y del entonces Instituto Distrital de Cultura
y Turismo, con la ayuda de Julio Correal, Rock al Parque
encaminó el mundo del rock en Colombia, al revés. Claro
está, músicos y bandas, que hasta el día de hoy son reconocidos como protagonistas de nuestro rock, había múltiples; sin embargo, fue el festival el que se convirtió en eje
de un movimiento cultural.
Una prueba del efecto y del rol que tuvo y tiene Rock al
Parque se encuentra en las agrupaciones mismas. ¿Qué
significaba y qué significa para una banda tocar en Rock
al Parque? Puede ser una opción para que más gente oiga
su música, un paso necesario para hacerse notar en el
rock colombiano, o simplemente una medida de aceite,
una oportunidad para compararse con el nivel de otros
músicos locales. Así se trate de una banda modesta o de
una banda con actitud desinteresada, de una banda arrogante o de una banda con experiencia, al final del día son
muy, pero muy pocos, los que pueden decir que no tenían
o no tienen como meta, o al menos como trampolín referencial, tocar en Rock al Parque. Y eso está bien. Al menos
ahora hay una meta. Antes había que rebuscarse toques
como fuera y cruzar los dedos para que el bar se llenara.
el eje que faltaba [35]
Skatalites, 2004
[36] rock al parque: 15 años guapeando
El festival, en efecto, ha estado y está ahí para alimentar
nuestro circuito musical. Está en manos de las bandas usar
bien esta oportunidad y, después de llegar a Rock al Parque, continuar nutriendo sus propuestas.
Otra razón que posiciona a Rock al Parque en una categoría particular es su constante crecimiento y su método
de autoaprendizaje. Mientras grandes festivales como el
Pepsi Music (Argentina), el Corona Music Fest (México),
el Quilmes Rock (Argentina), el Vive Latino (México, con
ediciones en otros países) y hasta Rock am Ring (Alemania), siempre han tenido su identidad y su meta claras
–en parte gracias a unos patrocinadores con expectativas e inversiones concretas–, Rock al Parque ha ido construyendo el siguiente peldaño a medida que avanza.
Aunque siempre ha tenido como identidad el fomento
del rock, la tolerancia, la convivencia y el respeto, a través de estos quince años se ha ido perfilando, puliendo
y desarrollando.
La lección más evidente, y al tiempo la petición más repetida en ediciones recientes, es el cambio de fecha de Rock
al Parque. Después de múltiples ediciones obstaculizadas
por fuertes aguaceros (el más traumático, sin duda, fue la
granizada invernal del 2007), los organizadores del festival
y la Alcaldía de Bogotá optaron por mover la fecha reciente de octubre-noviembre a junio. Y así parezca un simple
factor de logística, estas lecciones aprendidas son vitales
para la calidad y el rol del evento.
Un festival debe aprender de su pasado. Para ir bien lejos,
nos podemos remontar a un ejemplo en Japón. En 1997 se
llevó a cabo la primera edición del Fuji Rock Festival, hasta
ese entonces el festival más grande en aquel país. Durante el
primer día, inesperadamente, el monte Fuji y sus alrededores fueron acechados por un tifón. Los Red Hot Chili Peppers
tuvieron que interrumpir su presentación y el segundo día
del anticipado evento se canceló. Se necesitó semejante
tormenta para cambiar el festival de locación. Hoy en día
el incidente hace parte de la historia del rock en Japón y el
Fuji Rock es el evento musical al aire libre más grande y más
aplaudido por sus esfuerzos pro ecología, de Japón.
En Rock al Parque cada año se ha aprendido algo. Y, para
goce de muchos, lo aprendido se ha aplicado. Tal vez tenga
el eje que faltaba [37]
Carcass, 2008
[38] rock al parque: 15 años guapeando
que ver con administraciones pedagógicas de alcaldes
bogotanos como Antanas Mockus… el caso es que si el
festival fuera una persona, sería un ser humano bastante
inteligente: sería un ser humano de los que aprenden de
sus vivencias. Rock al Parque empezó a proyectar sus futuros éxitos en 1999 con la primera visita del artista puertorriqueño Robi Draco Rosa. Una vez llovieron aplausos,
la organización se aventuró a traer el primer artista estadounidense: Earth Crisis. Si adelantamos el tiempo podemos ver que esos pasos iniciales posibilitaron carteles de
innumerables bandas internacionales. Traer artistas extranjeros implicaba aprender a negociar con agentes de
todo el mundo, a hacer ofertas en varios idiomas, a buscar
nexos con entidades estatales de otras ciudades y a empezar a meterse en el mundo de festivales de talla grande.
Si no fuera por esos pasos edificantes, por esa educación
sobre la marcha, y por la forma en la que el festival y sus
organizadores fueron forjando camino, no vendría al caso
nombrar a nuestro festival junto a, por ejemplo, Ozzfest
(estación de la cual venía Earth Crisis antes de llegar a Colombia en ese entonces) en un mismo artículo.
Las lecciones aprendidas no paraban en las negociaciones
de artistas extranjeros. A nivel local también hubo mucho
terreno ganado. Volvemos a la relación de las bandas con
Rock al Parque. Y aunque no hay festival respetable que
no tenga asistentes que insistan en que todo es rosca,
Rock al Parque ha hecho un esfuerzo por seleccionar sus
bandas locales de una manera transparente. A finales de
los años noventa el festival instauró un sistema de jurados
locales que les permitía a las bandas saber quiénes eran
los jueces. Hoy en día las eliminatorias siguen siendo un
proceso de selección minuciosa. La confianza que ha generado este sistema es tan grande que las cifras de bandas
inscritas para las eliminatorias crecen de año en año. De
hecho, con cada edición, la organización del festival termina mandando un mail que anuncia que se batió el récord
pasado de bandas inscritas.
Claramente nuestro festival ha aprendido de sí mismo y
de su público. Las peticiones, críticas y experiencias bajo el
sol o la lluvia han sido los motores de mejorías, cambios y
expansiones. De la misma manera que lo hace una buena
banda cuando sale de gira, cuando está grabando en el
estudio o cuando aprende de sí misma en un ensayo.
Dejando de un lado su capacidad de aprendizaje, es inevitable no hablar de la razón más evidente que diferencia a
Rock al Parque de muchos otros festivales: acá se ofrece
una entrada libre, sin costo, sin boleta y sin necesidad de
inscribirse en ningún concurso para ser parte del público.
En su primera edición Rock al Parque cobró entrada en la
Plaza de Toros de Santa María, pero nunca más se ha tenido que pagar para ver el festival. Digo que hay que hablar
de esto un poco más a fondo porque si se le muestra a
cualquier persona no familiarizada con el festival la imponente lista de bandas internacionales que han tocado
en su tarima, probablemente no creerá que los asistentes
no pagaron un peso por verlas. Repasemos algunas, pues
nombrarlas a todas llenaría este capítulo del libro: Fobia,
Puya, A.N.I.M.A.L., Maldita Vecindad, Robi Draco Rosa, Resorte, Café Tacvba, Molotov, Julieta Venegas, Illya Kuryaki,
Manu Chao, Los Pericos, Divididos, El Gran Silencio, Los
Amigos Invisibles, Lenine, Catupecu Machu, Luis Alberto
Spinetta, Kinky, Suicidal Tendencies, Miranda!, VHS or Beta,
The Skatalites, Jaguares, Apocalyptica, Death by Stereo,
Fear Factory, Telefunka, Botafogo, Zoe, Babasónicos, Los
Bunkers, El Cuarteto de Nos, Carajo, Agent Steel, Coheed &
Cambria, Carcass, Bloc Party, Black Rebel Motorcycle Club,
Ratos de Porão. Queda claro, ¿no? Es increíble que durante
quince años no se haya tenido que gastar ni el precio de
una empanada para ver a tantos de tanta talla.
Es difícil imaginarse la jugosa racha de conciertos de los
últimos años en Colombia sin un Rock al Parque como
precursor exitoso. Si ese eje que es el festival no hubiera
estado como referencia, si nuestro circuito no hubiera finalmente despegado, seguramente no habríamos visto a
Kiss, a Iron Maiden, a Alanis Morissette, a Slayer, a Andrés
Calamaro, a Roger Waters, a Cat Power o a Moby, entre tantos más. El impacto de Rock al Parque claramente no se
quedó sólo en los días del festival.
Por estas razones y por todas las que cada asistente guarda
en su anuario de recuerdos personales, no puede quedar
duda: Rock al Parque es un eje sin el cual el rock nacional
hubiera girado sin mayor dirección.
el eje que faltaba [39]
Superlitio, 2008
forever
young
Sandro
Romero Rey
Black Rebel Motorcycle Club, 2008
may your hands
always be busy
may your feet
always be swift
may you have a
strong foundation
when the winds
of changes shift
Bob Dylan,
“Forever Young”
Café Tacvba, 2004
[44] rock al parque: 15 años guapeando
May your hands always be busy
May your feet always be swift
May you have a strong foundation
When the winds of changes shift.
Bob Dylan, “Forever
Young”
And when you finally fly away
I’ll be hoping that I served you well
For all the wisdom of a lifetime
No one can ever tell.
Rod Stewart, “Forever
Young”
Some are like water, some are like the heat
Some are a melody and some are the beat
Sooner or later they all will be gone
Why don’t they stay young.
Alphaville, “Forever
Young”
El día de Acción de Gracias de 1976, el grupo canadiense The Band dio su concierto de despedida en el Winterland Ballroom de San Francisco. Había sido uno de
los conjuntos emblemáticos de la segunda mitad de los
años sesenta y había protagonizado la cómplice herejía
de “electrificar” a Bob Dylan. El adiós de La Banda fue filmado con todos los fierros técnicos por Martin Scorsese
quien, apoyado por siete cámaras de 35 milímetros y
los mejores nombres de la industria hollywoodense del
momento, registró el acontecimiento hasta convertirlo
en uno de los sucesos memorables del rock en el cine. El
filme, titulado The Last Waltz, cuenta con la inolvidable
aparición del mismísimo Bob Dylan interpretando, en
primera instancia (al menos así lo registra la edición final), el ya clásico tema del álbum Planet Waves, “Forever
Young”. La canción, en esos momentos, deja de ser tan
solo una obra del más grande solista de la historia del
rock para convertirse en todo un símbolo generacional.
The Band, tras el concierto y luego de colaborar con
Scorsese algunas semanas más, se separaría, llena de
rencores y sinsabores. Sin embargo, The Last Waltz sigue
allí, año tras año, convertida en un clásico sin tiempo.
Por siempre joven.
Y es que la juventud se convirtió en la regla de oro para todos los músicos y seguidores de la breve y feliz historia del
rock en el siglo XX. Cuando nació para los blancos anglosajones, a mediados de la década del cincuenta, el rock and
forever young [45]
roll era un asunto de muchachos. No para los negros que
se habían inventado el asunto, pues todos ellos comenzaban a flanquear la barrera fatal de los cuarenta. Desde
que Elvis Presley se convirtió sin objeciones en el rey de
la comedia, sus súbditos siempre fueron muchachitos alborotados, dispuestos a tirar la casa por la ventana. Y el
primer revés generacional lo daría el mismo soberano al
enrolarse en el ejército de su país. La primera rebelión,
como lo anotaría alguien más tarde, había sido domesticada. El balón se iría entonces a Inglaterra, donde los jóvenes tendrían en las bandas de rock and roll a sus ídolos
y modelos incontestables: la historia es ya lo suficientemente conocida y no vale la pena repetirla. La década del
sesenta se convertiría entonces en la década de la gran
rebelión juvenil. Desde el hippismo lisérgico de San Francisco hasta las batallas parisinas de mayo del 68, parecía
que en el mundo fuera a cumplirse la profecía de Dave
Wallis en su novela Only Lovers Left Alive: una sociedad
dominada por los jóvenes.
Sí. Los jóvenes de los años sesenta dominaron el mundo, pero cuando ya estaban viejos. Lo que sí se mantuvo
joven fue la música. Cuando Paul McCartney compuso,
en 1966, el tema “When I’m 64”, contaba con veinticuatro hermosos años. En el año 2006, cuarenta años después, McCartney cumplía la edad que tenía su padre en
el momento en el que le dedicó la canción. McCartney
sigue cantando en los escenarios del mundo y, como lo
demostró en el 2009 en el Festival de Coachella, continúa siendo “por siempre joven” y consolidándose como
uno de los músicos más grandes del rock de todos los
tiempos. Es que la utopía de la eterna juventud está mal
planteada. Desde que al doctor Fausto le dio por negociar con el Diablo, hasta el aparatoso nacimiento del
retrato de Dorian Gray, existe en los seres humanos ese
terror atávico al envejecimiento. Y los jóvenes, gozando de sus ventajas cronológicas, se aprovechan de ello.
Los Rolling Stones cantaban en su primera edad de oro:
“What a drag it is getting old!” (qué jartera volverse viejo)
en su clásico tema “Mother’s Little Helper”. Quién sabe
si Jagger y los suyos se atrevan a cantarla ahora, cuando
ya están tomando impulso para cumplir sus primeros
setenta (¡gulp!) años. Son los jóvenes del nuevo milenio
los que ahora detestan envejecer.
[46] rock al parque: 15 años guapeando
De todas formas existe eso que se ha dado a llamar “la
actitud juvenil”, eso que permite que los jóvenes del
2009 se conmuevan con Pink Floyd o con Charly García
de la misma manera en que lo hicieron sus contemporáneos. Se dijo que los primeros héroes del rock, convertidos en alienadas superestrellas, morirían aplastados por la segunda oleada de imberbes iconoclastas. El
punk, hijo de las rebeliones anti Thatcher de los años
setenta, nacería y moriría para luego reencarnar en los
cientos de miles de grupos que se estrellan contra las
paredes a lo largo y ancho del mundo. Hoy hay hordas
punk neonazis y pandillas punk de extrema izquierda.
Hay punk religioso y punk sandinista (incluso gaitanista, como la célebre parodia de la Orquesta Sinfónica de
Chapinero). Todos quieren navegar en el espíritu de la
intransigencia y de la rebelión, a su manera. Pero lo que
finalmente los une es el ritmo frenético de una batería,
un bajo y unas guitarras eléctricas.
En América Latina, el rock no sólo ha sido símbolo de juventud sino también de marginalidad. Hoy por hoy, en las
cornisas amaestradas del nuevo milenio, no existe una leyenda viva de la música joven de los años sesenta en el
“nuevo” continente salvo, quizás, el citado Charly García,
dinosaurio demasiado reciente. Pero jóvenes siempre habrá y bandas nacen y se reproducen, como una feliz y necesaria plaga de nuestros tiempos. Todos los jóvenes que
se juntan para convertirse en músicos de una banda de
rock (o sus respetables derivados) creen y quieren haberse inventado algo completamente nuevo. Los músicos de
rock siempre parten de cero, así estén interpretando covers de Chuck Berry.
En los años noventa, para no seguir yéndonos demasiado
lejos, Nirvana se instaló en el cielo de una nueva juventud
con el ya clásico tema “Smells Like Teen Spirit”, himno que
poco después sería revitalizado con el suicidio de Kurt Cobain. De nuevo se instalaba en el mundo de la música rock
la frase tantas veces acuñada: “Vive duro, muere joven y
tendrás un hermoso cadáver”. Toda esta larga lista de cincuenta breves años de experiencias rockeras se mezcla en
un solo coctel que produce originales efectos en nuestros
juveniles países del otrora llamado “Tercer Mundo”. Entre
los oyentes apasionados del final del milenio, entre los
cientos de miles de gestores del llamado rock alternativo,
Bloc Party, 2008
forever young [47]
Babasónicos, 2008
[48] rock al parque: 15 años guapeando
del grunge y de toda suerte de fusiones inmarcesibles,
se ha gestado la consolidación de un nuevo sonido para
nuestros países.
Rock al Parque ha sido un evento que, de una manera contundente, ha canalizado buena parte de las tendencias de
lo que hoy por hoy es el sonido y el pulso de nuestra época.
Desde 1995 este festival ha sido el intérprete, el catalizador
de una masiva marginalidad latinoamericana. Cientos de
miles de oyentes, los que habían crecido con el rock imaginado por los discos, la radio o el cine, pudieron materializar
sus sueños al tener un evento sin precio que se convertiría
en el templo al aire libre para asfixiarse de energía. Y no han
faltado las voces de protesta: ¿por qué el Estado (o, en este
caso, la ciudad de Bogotá) tiene que patrocinar un evento donde los protagonistas son muchachos con pulsiones
agresivas? Cuando yo era niño, los amantes del rock no teníamos la posibilidad de gozar en carne viva la experiencia de las ceremonias de la música. Ahora no hay necesidad
de esconderse. Existe la posibilidad de un concierto anual
al aire libre donde todos, ricos y pobres, jóvenes y viejos,
punketos y metaleros, drogos y aleluyas, emos y extremos,
nos encontramos frente a frente, sudor con sudor, pogueo
con pogueo, en el sancta sanctorum del Parque Simón Bolívar, para que la fiesta de la energía se lleve hasta sus últimas
y felices consecuencias.
No ha sido fácil. Poco tiempo después de su fundación,
después de experiencias felices con Aterciopelados y La
Derecha, con 1280 Almas y Fobia, con Darkness y Morfonia, hubo intentos de acabar con Rock al Parque porque,
como siempre, había otro tipo de urgencias nacionales.
Gracias al poder de convocatoria de la radio, de las emisoras que podríamos denominar “alternativas”, de periódicos
juveniles y de la terquedad sin límites de sus gestores, el
acontecimiento se mantuvo. Y se mantiene tratando de
conservar su carácter de evento desprovisto de marcas o
de campañas publicitarias para garantizar su existencia.
Rock al Parque es, por supuesto, un acto político, como
lo es cualquier acontecimiento social en el que haya que
reunir a muchas personas en torno a un pretexto. Pero es,
al mismo tiempo, un acontecimiento generacional, en el
sentido más amplio del término. No se trata, hoy por hoy,
de un evento para menores de veinticinco años. En el 2004,
para no ir más lejos, se contó con la gloriosa presencia de
Luis Alberto Spinetta, con cincuenta y cuatro bellos abriles recién cumplidos y el público, los jóvenes y los “forever
young” lo ovacionaron, como si se estuviese en el Buenos
Aires almendrado de los años setenta. Porque a Rock al
Parque se asiste para consolidar el triunfo de una actitud,
de una manera de enfrentarse a la existencia, no importan
los años, los excesos o los defectos que se lleven encima.
Desde 1995 hemos asistido, en la medida de lo posible, a
celebrar a golpes sonoros el paso de los años. En 1996 con
Los Tetas y Vértigo, con Sangre Picha y Puya. Quien esto escribe ha visto desfilar a los grupos y los ha apoyado, también en la medida de lo posible, desde los micrófonos de
la ya legendaria frecuencia 99.1 de la Radiodifusora Nacional de Colombia, hoy convertida en Radiónica. De 1997 se
nos instala el recuerdo de La Maldita Vecindad, de Todos
Tus Muertos, del Bloque de Búsqueda. En el 98… mejor no
sigo. Es demasiada vida para tan breves líneas. Podríamos
avanzar, año tras año, revisando listas, memorias y recuerdos. Gracias a Rock al Parque una buena parte de nuestras
horas de gozo ha pasado con sudores y fragores nuevos,
unas veces visto desde la distancia, otras mojados hasta
los huesos para poder atrapar a Fear Factory, qué se yo,
a Robi Draco Rosa, a A.N.I.M.A.L., a Los Amigos Invisibles, a
Plastilina Mosh. Uno quisiera haber tenido a muchos otros.
Pero este festival nos ha situado en una nueva realidad,
mucho más nuestra, menos mítica, menos legendaria quizás, pero mucho más aterrizada con nuestro entorno, con
nuestros gritos y con nuestros defectos.
No sabemos cuántos años más tengamos a Rock al Parque
entre nosotros, como no sabemos cuánto tiempo más estaremos respirando canciones en este mundo. Pero mientras sigamos palpitando, mientras sigamos disfrutando
de la música como un regalo sobrenatural de unos dioses cada vez más lejanos, seguiremos aceptando que Bob
Dylan, que Rod Stewart, que Alphaville incluso, le canten
a la eterna juventud. Esa eterna juventud de oyentes e intérpretes que ahora se materializa debajo de los aguaceros sobrenaturales del festival de rock más divertido de
nuestro entorno.
forever young [49]
la magia
de rock
al parque
en diez
instantes
José
Gandour
Aterciopelados, 2004
El 1.° de junio de 1997, en la plazoleta de eventos del Parque
Simón Bolívar, me topé con el buen momento de la agrupación paisa Bajo Tierra. Este conjunto, que desde sus comienzos en 1989 tenía fuerte influencia punk, estaba estrenando
su álbum Lavandería real, una grabación que parecía mezclar
en una licuadora a The Clash y Buzzcocks con un inesperado
pero feliz elemento caribeño, lleno de boleros y rumbas más
playeras, logrando canciones tan brillantes como “El pobre”,
“Justiciero” y “Jimmy García”. Subieron vestidos de blanco,
queriendo lucir como la más elegante orquesta del momento y a los pocos segundos encendieron entre los asistentes
un pogo extraño, pogo con sabor playero. El público, entre
confundido y sorprendido, al final aplaudió a rabiar.
Hablar de diez momentos cumbre en Rock al Parque es
abrir una amplia caja de recuerdos que no necesariamente
coinciden con los que ustedes, señores lectores, puedan
tener en su álbum particular. En lo que sí podemos estar
de acuerdo es que Rock al Parque ha hecho parte importante de la banda sonora de nuestras vidas.
El primer instante al que quiero hacer referencia es la presentación de Aterciopelados, el 26 de mayo de 1995, en el Estadio
Olaya Herrera. En la única ocasión que el festival tuvo sede en
este campo de fútbol, se dio una gran presentación de la banda liderada por Andrea Echeverri y Héctor Buitrago. Desde el
comienzo, y sintiéndose en casa, Héctor, que pocas veces habla en escenario, comenzó a alentar a los asistentes preguntándoles de qué barrio venían, exclamando nombres como
Ciudad Montes, Carabelas, Restrepo y otras zonas colindantes
con el estadio. El público entendió inmediatamente que el
ídolo se sentía jugando de local. Con dos discos en el mercado, Con el corazón en la mano y El Dorado, Aterciopelados hizo
fácil la labor de la gente a la hora de corear canciones como
“Mujer gala”, “Sortilegio”, “Florecita rockera” y “Bolero falaz”.
Rock al Parque, desde su primer día, confirmaba la llegada del
momento ideal para consagrar a los héroes de la ciudad.
El tercer instante tiene su grado de dramatismo: 11 de octubre de 1998. Se venían las presentaciones de la banda
colombiana La Pestilencia y de la agrupación argentina
A.N.I.M.A.L. Se calcula que a las siete de la noche ciento cuarenta mil personas abarrotaban el espacio y que las autoridades prendían las alarmas. Las barreras que separaban del
escenario a los asistentes estaban a punto de caer y existían todas las posibilidades, debido al sobrecupo, de que
ocurriera una desgracia. La magia llegó, afortunadamente,
cuando Dilson Díaz, líder de La Pestilencia, subió al escenario, tomó el micrófono y, con su estilo particular, dijo: “A ver,
parceros. La idea es pasársela bien y que esto sea rock’n’roll,
hijueputas. Colabórenme dando un paso para atrás y así
todos vamos a estar muy cómodos para seguir con la fiesta”. En ese instante, como un obediente ejército pacífico, se
sintió ese masivo paso hacia atrás y luego la risa de todos,
al sentirse unidos, protegidos por el vecino. Luego, cuando
Dilson cantó temas de los discos La muerte... un compromiso
de todos y Las nuevas aventuras de... La Pestilencia, se sintió
un temblor en el Simón Bolívar, pero era producto del pogo
más grande que ha visto esta ciudad.
Dos momentos memorables tuvo la edición 2001. El primero
se vivió en el Parque El Tunal, el 5 de octubre. La tarima daba
de frente al viento que venía del sur sin ningún tipo de barrera natural que protegiera al espectador. Siendo la jornada del
nuevo metal, la obligación era moverse o congelarse. Afortunadamente, siendo ya de noche, y después de las buenas
presentaciones de Koyi K Utho, Injury y otras agrupaciones
locales, venía Resorte, de México. La banda, que en ese momento tenía tres placas en su discografía (República de ciegos,
la magia de rock al parque en diez instantes [53]
Babasónicos, 2004
XL y Versión 3.0), demostró por qué el público de otras regiones del continente se había portado tan favorablemente en
sus presentaciones. Su combinación de guitarras distorsionadas y momentos vocales raperos funcionaban a la perfección
y el público coreaba a todo pulmón “Chínguense”, “Cerdo” y
“Aquí no es donde”. Solo después de una impecable presentación, cuando los asistentes nos dirigíamos a la salida, nos
acordamos de las bajas temperaturas de la noche.
El segundo instante del 2001 también fue protagonizado por
mexicanos. La embajada de ese país patrocinó una jornada
inusual dentro de Rock al Parque, teniendo de sede el Parque
del Renacimiento, ubicado al lado del Cementerio Central, el
9 de octubre. Representantes de Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey y Tijuana habían llegado a demostrar por
qué la movida electrónica estaba tan fuerte en su país y
por qué, al contrario de la obviedad musical ofrecida en
otras latitudes, tenían tanto que decir y combinar con sus
raíces folclóricas. Por ahí pasaron Sánchez y Ruiz (los más
experimentales y serios del cartel), Sistema Local Sonoro
Selectivo (hip hop, cumbia y house muy rumbero), Kinky
(agrupación de reciente presencia internacional y que
sorprendió con su energía rockera, llena de momentos
norteños y funk electrónico contemporáneo), Sussie 4 y
Double Helix, del Colectivo Nopal Beat (expertos en darle
al espíritu de Pérez Prado y otros exponentes del mambo
un inusual ánimo tecno), y Nortec Collective (la tambora y
los sonidos de la frontera alimentados de la influencia de
Kraftwerk y otros exponentes europeos). Muy difícilmente
en Bogotá se ha visto una fiesta tan animada al lado de
un camposanto. Al menos los vivos ahí presentes nos la
pasamos de maravilla.
31 de octubre del 2004, escenario principal del Simón Bolívar. Babasónicos se sube a la tarima. Los argentinos conocen al público bogotano, lo han enfrentado en eventos
realizados en clubes especializados, pero esta vez la cosa
es diferente. Se encuentran frente a ochenta mil personas.
Eso no los hace cambiar ni un ápice su actitud. Adrián Dárgelos, en medio de esa extraña mezcla sonora de rock de
toda la vida, pomposidad digna del festival de San Remo
y alevosía al estilo spaghetti western de Ennio Morricone,
juega descaradamente a contonear su cuerpo sin ningún
tipo de vergüenza, cantando, como brujo hechicero, sus
mejores composiciones. El mejor instante llega con “Los
[54] rock al parque: 15 años guapeando
Suicidal Tendencies, 2005
la magia de rock al parque en diez instantes [55]
Koyi K Utho, 2008
[56] rock al parque: 15 años guapeando
Calientes”, del álbum Jessico, esa que dice Cómanse a besos
esta noche, total nadie lo va a notar. Debo decir: algo de
amor furtivo y despreocupado se respiró en ese minuto.
El 15 de octubre del 2005, Suicidal Tendencies cumple su papel asignado de cerrar la jornada metalera. Mike Muir, líder
de la banda, asume su misión con toda la veteranía que carga
en sus espaldas, y sabe que tiene que convencer a propios y
extraños de que siguen siendo una banda vigente. El público
asistente al escenario principal del Parque Simón Bolívar está
dispuesto a juzgar con sus propios ojos si el paso del tiempo todavía concede energías para alegrar a la fanaticada. En
pocos minutos la duda queda despejada: se escuchan canciones como “You Can’t Bring Me Down”, “Possessed To Skate”
y otros éxitos que ponen a la gente a saltar. Ya terminando
el repertorio, con “Pledge Your Allegiance”, Muir comete una
locura: saltándose las normas de seguridad del festival, invita
a la gente a brincar la barrera y a subirse con él al escenario.
Los personajes encargados de la logística se miran entre sí y
alzan los brazos para evitar el desmán. Igual veinte aficionados logran llegar y comienzan a bailar. Muir sonríe a pesar de
la preocupación de los encargados de seguridad. Su imprudencia ha servido para dejar feliz a la audiencia.
Dos días después, en la tarima Alterlatina, se presenta la
banda chilena The Ganjas. Con su sonido alimentado de lisergia y psicodelia, con elementos procedentes de The Who,
Cream y Jimi Hendrix, y exponentes más recientes como
The Jesus and Mary Chain, My Bloody Valentine y Sonic
Youth, Samuel Maquieira y sus compinches captan la atención de los asistentes y van cubriéndolos con capas sónicas
que abrigan y seducen sus oídos. The Ganjas se va ganando
los aplausos cada vez más fuertes del público. La cereza del
pastel es “Dance Hall”, tema que se extiende por ocho minutos y que va dando punzadas intensas a medida que avanza. La canción se va haciendo adictiva y la euforia crece sin
cesar. Al terminar se escuchan la voces de miles de personas
mostrando su alegría desbordada. Ese, no puedo negarlo, es
mi momento favorito en la historia de Rock al Parque.
El 5 de noviembre del 2007, en medio de la lluvia, la banda caleña Superlitio cierra la tercera jornada del escenario
Lago en el Simón Bolívar. Ellos saben que la mayoría del público que ese día llegó al parque está en el espacio principal,
con los Aterciopelados. Quienes deciden acompañarlos, de
Black Rebel Motorcycle Club, 2008
todos modos, saben que los caleños no van a decepcionar,
que vienen con todo el sabor que siempre los ha caracterizado. Su último álbum se llama Tripping Tropicana y saben
que, por asuntos que se les escapan de las manos, el disco
ha tenido una irregular distribución y una promoción que
deja mucho que desear. Igual, de manera subterránea ya
se conocen temas como “Qué vo’ hacer”, “Foxy” y “Chabetiza”, entre otros. El público viene a cantárselas todas. La
lluvia seguía pero la emoción nunca paró. Una vez más, los
caleños confirmaban que seguían mandando en la casa.
El último momento inolvidable se produce el 2 de noviembre
del 2008. Lo protagonizan tres personajes que se presentaban de manera misteriosa, casi que silenciosa, sin hablar con
nadie más de lo necesario y sin salir de su antipatía natural,
se dirigen a sus instrumentos con el secreto propósito de
reventarles su música en la cara a todos los asistentes. Es el
turno de los californianos Black Rebel Motorcycle Club en la
tarima principal del Simón Bolívar. Este trío de sonido lleno
de influencias rockeras clásicas y curiosas referencias procedentes del bluegrass y el country, sin demasiados brincos en
escena, y creando, más bien, un ambiente íntimo con canciones como “Salvation”, “Spread Your Love” y “Ain’t No Easy Way”,
fueron apoderándose de la atención de los asistentes. Solo al
final se salieron un poco de su seriedad envuelta en cuero negro curtido y sonrieron levemente. Sabían, como siempre, al
escuchar los aplausos, que su seducción había funcionado.
Esos diez instantes, junto con otros que se quedan en el
tintero, me hacen ser agradecido con Rock al Parque. Es
claro, como decía al principio, que el festival ha musicalizado de buena manera la película de nuestras vidas y
hace parte vital e innegable de la esencia de Bogotá. Los
asistentes de todos los años, y entre ellos me incluyo, lo
agradecen y seguirán, con el paso del tiempo, guardando
sus momentos favoritos en su caja de buenos recuerdos.
La magia permanecerá, estoy seguro.
la magia de rock al parque en diez instantes [57]
rock al
parque y el
observatorio
de culturas
Otty
Patiño*
I.R.A., 2005
investigaciones de ciudad, dependía del Instituto Distrital
de Cultura y Turismo y contaba con intelectuales como
Rocío Londoño, Iesid Campos, Alberto Saldarriaga, Fabio
Zambrano, Ismael Ortiz, entre otros; y otro grupo que realizaba trabajo de campo, donde estaban los policías bachilleres que apoyaban el trabajo de seis gerencias de la
administración distrital: Seguridad y Convivencia, Medio
Ambiente, Tránsito y Transporte, Imagen de Ciudad, Relaciones Funcionario-Ciudadano y Espacio Público. La tarea
que hacían estos auxiliares de policía fue posteriormente
reemplazada por los guías de Misión Bogotá de manera
más técnica.
El Observatorio de Culturas es una suerte de “hermano menor del festival”. Bautizado en ese entonces Observatorio
de Cultura Urbana, nació un año después del primer Rock
al Parque, durante la administración de Antanas Mockus.
Y fue durante su segundo mandato que tomó nueva significación e importancia, ya que el alcalde decidió apoyar
este festival con una perspectiva articulada al fomento de
la cultura ciudadana, entendida principalmente como tolerancia y convivencia pacífica entre desconocidos.
Las primeras mediciones de asistencia y satisfacción de estos festivales las hizo el Observatorio con la ayuda de un
grupo de cincuenta policías bachilleres, muchachos que
estaban prestando su servicio militar en las filas de la Policía Nacional. Para evitar el choque con la muchachada rockera hubo que disfrazarlos de civiles con jeans y camiseta
blanca. Ellos eran los encargados de pegarle una calcomanía a cada asistente de modo que, al final, la resta entre las
calcomanías entregadas y las no usadas daba el número
de asistentes. Esos mismos muchachos, previo entrenamiento, hacían los sondeos de percepción entre el público. El Observatorio en ese entonces tenía dos componentes: un grupo de apoyo de carácter académico que hacía
A través de las observaciones cualitativas que han hecho
nuestros profesionales de apoyo pudimos constatar que
en la policía hay una formación genérica para contrarrestar multitudes hostiles o para proteger manifestaciones
favorables, pero no hay una formación específica para
reaccionar frente a fenómenos más complejos como los
eventos Al Parque, sobre todo si los jóvenes representan
expresiones de denuncia o protesta, en los que es muy importante que los agentes no cometan excesos en los controles o sean presas de reacciones provocadoras que puedan desencadenar choques evitables. De esta necesidad
de fomentar otro tipo de control que facilitara las soluciones pacíficas nacieron los gestores de convivencia. Vladimir, uno de los más experimentados, dice que “se trata de
una relación entre pares, por eso no vamos uniformados,
no somos autoridad, no somos ni parecemos distintos a
esos muchachos. En los días previos a estos eventos toca
explicarles a los muchachos de las culturas urbanas que la
policía no es su enemigo, que ellos están cumpliendo una
tarea ciudadana que hay que respetar y apoyar. También
a los policías habría que explicarles que esas pintas de los
asistentes no los ponen por fuera ni contra la ley. Que, por
más raro que se peinen, se vistan o caminen, estos muchachos merecen un trato digno, no se les puede tratar como
delincuentes porque terminan reaccionando como tales”.
A continuación quisiera darle paso a las voces de personas que han vivido en carne propia los festivales a través
de su labor con el Observatorio. Además de los sondeos,
conteos, entrevistas y observaciones etnográficas hechas
por el Observatorio de Culturas a lo largo de las catorce
versiones de Rock al Parque, también hemos tenido diverrock al parque y el observatorio de culturas [61]
sas experiencias, sensaciones y reflexiones, hasta ahora
inéditas. Mediante este escrito queremos compartir algunas vivencias de Luis Fernando Martínez, economista y el
miembro más antiguo del Observatorio, Jaime Rodríguez,
economista y quien actualmente coordina del equipo de
mediciones, Helena Castillo, antropóloga, y César Pinzón,
administrador de empresas y rockero fanático.
Espero que con estos testimonios el lector pueda comprender que, mucho más allá de todas las cifras que resultan de
nuestras mediciones y que están plasmadas en este libro,
cada una de ellas le da representación a un ciudadano y expresa la voz de nuestros jóvenes, una voz a veces muy intensa y otras casi tan bajita que parece un rumor, pero, al fin y al
cabo, una voz necesarísima para mirar hacia el futuro.
Luis Fernando Martínez
Yo fui uno de los que prestó el servicio militar como policía bachiller en el Observatorio de Culturas. Me he patiado
todos los festivales; corrijo: no me los he patiado, porque
jamás he estado de pato, me ha tocado trabajar en todos
ellos, primero como encuestador y como contador de asistentes, años más tarde como profesional de apoyo en el
trabajo de campo, y en las últimas versiones como coordinador general del equipo de mediciones del Observatorio,
trabajo que ya empezó a hacer Jaime desde el año pasado.
En estos años pude ver surgir grandes bandas bogotanas
como Aterciopelados, 1280 Almas, La Derecha y Doctor
Krápula hasta convertirse en íconos del rock nacional e
internacional. Pude ver a bandas paisas muy interesantes
como Kraken y La Pestilencia, además del sinnúmero de
bandas latinas y de todas las latitudes del mundo. Estoy
llegando a los treinta, pero para los fanáticos del rock ya
soy un cucho, y como todo cucho tengo recuerdos de toda
clase como el del festival del 2005: sábado, primer día de
programación de este año, finalizaba la tarde y se generó una bronca bastante fuerte en la entrada principal. La
policía intervino pero controlar a la brava a esa multitud
enardecida fue como echarle leña al fuego. Al principio yo
veía lo que estaba ocurriendo como si fuese un espectáculo totalmente ajeno, era como una guerra cuerpo a cuerpo
como imagino que fueron las guerras medievales, pero de
pronto mi mirada se enfocó en un muchacho con pinta
[62] rock al parque: 15 años guapeando
de rockero que había caído al suelo, en medio de un grupo de auxiliares bachilleres que empezaron a golpearlo
sin compasión. Tomé entonces la decisión de intervenir
en defensa del caído, me interpuse entre él y el grupo de
auxiliares de policía, muchachos como el que yo había sido
pocos años atrás. Les pedí que dejaran de golpearlo, que
si era necesario lo entregaran a un mando superior o lo
sacaran del parque. Pero, ¡qué va! ellos no entendieron mi
buena intención, de nada sirvió mi chaqueta institucional
de la Alcaldía, ni mi radio de comunicaciones con el PMU
(Puesto de Mando Unificado), ni mi escarapela de miembro de la organización del festival. Los auxiliares de la policía me asumieron como un contrario y a punta de golpes
e improperios me llevaron al mismo lugar donde fueron a
parar los demás muchachos involucrados en la gresca, un
camión que esperaba en el costado occidental de la calle
63. En ese trayecto muchos de mis compañeros de la Alcaldía trataron de explicarles a los uniformados cuál era mi
función en el evento pero la rabia los había vuelto sordos.
Me llevaron con los otros detenidos a la Décima Estación
de Policía ubicada en la localidad de Engativá. Allá estuve
como unos veinte o treinta minutos hasta que pude comunicarme por celular con el coronel que coordinaba la
seguridad del evento y él dio la orden de que me soltaran. Me devolví en un taxi al Parque Simón Bolívar donde
me di cuenta de que casi toda la gente de producción del
evento, incluida Martha Senn, entonces directora del IDCT,
estaba enterada de la situación. Desde entonces aprendí
que no bastan las buenas intenciones en esos momentos
de choque. Hay que saber actuar y la lección aprendida
me sirvió dos años después, el sábado 3 de noviembre
del 2007, en su decimotercera versión, cuando el festival
tuvo que suspenderse debido al mal tiempo. Al principio,
los organizadores creían que el aguacero pasaría al cabo
de algún corto tiempo, pero no fue así; por el contrario la
lluvia arreció y se convirtió en la peor granizada que ha
azotado a la capital en muchos años. El Parque Simón Bolívar literalmente se cubrió de blanco como en las películas invernales de los países de estación, sus zonas verdes,
graderías y entradas estaban completamente cubiertas de
granizo, lo cual hacía inviable continuar con el evento, no
solo por la parte técnica sino –y lo más importante– por la
seguridad de los asistentes: algunos empezaban ya a presentar desmayos e hipotermia. Por estas circunstancias el
comité del PMU determinó que lo mejor era cancelar la
rock al parque y el observatorio de culturas [63]
programación de ese día y desalojar el escenario. La mayoría de los asistentes se fue retirando en forma tranquila, pero
no todos: cerca de doscientos de los más fervientes participantes, los que habían llegado primero y estaban ya ubicados junto a la malla, o sea en la primera fila del espectáculo,
se rehusaron a abandonar el evento y exigieron enfurecidos
que se abriera el festival por encima de toda consideración
climática. Yo traté de explicarles que eso no era posible.
Me acompañaba un grupo pequeño de guías de Misión
Bogotá y de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte
pero esos muchachos, casi todos metaleros, no querían escuchar razones, tenían mucha rabia y ganas de pelear con
la policía. El grupo antidisturbios de la policía reaccionó y
estaba empezando a tomar posiciones de combate, se iba a
armar la grande. Me dirigí entonces al coronel de la policía,
un hombre muy jovial y comprensivo que decidió parar la
acción del ESMAD y hablar con los muchachos y pactar con
ellos una salida tranquila. La cosa no fue fácil, la negociación
fue tensa y a veces subida de tono, pero después de muchas razones y argumentos, una buena dosis de paciencia,
propuestas y consultas a los organizadores, y bajo la promesa de reprogramar otro evento para el género metal, los
muchachos decidieron retirarse pacíficamente del parque.
Ocho días después, efectivamente, se reprogramó este género y se realizó el evento Metal al Parque.
Jaime Rodríguez
Parque Simón Bolívar, 8:00 a. m. del sábado 1.° de noviembre
del 2008: Estamos aquí desde las 7 a. m. y a cuatro horas de
que empiece el festival. Yo estoy con un grupo de cuarenta
guías de Misión Bogotá y tenemos la difícil labor de contar a los miles de muchachos y muchachas que ingresan al
evento. Lo que se nos viene encima estos tres días es una
maratónica jornada, con etapas diarias sin interrupción desde el momento en que se abren las puertas al público hasta
que la última banda del día termina su presentación. El operativo comienza con una inducción donde explicamos en
el mapa del parque la ubicación de accesos, tarimas, rutas
internas, carpas, prensa, logística, PMU, baños y salidas de
emergencia. Posteriormente hacemos un recorrido a todos
estos lugares. Son cincuenta minutos de caminata que se
repetirán una y otra vez durante el fin de semana. Los que
coordinamos las mediciones ya estamos acostumbrados,
[64] rock al parque: 15 años guapeando
rock al parque y el observatorio de culturas [65]
llevamos varios años cumpliendo con esta labor. Pero hay
muchachos y muchachas nuevos, y se trata de una ardua tarea a la intemperie. No podemos dejar que la lluvia, el sol, el
frío o el cansancio los haga abandonar sus sitios de trabajo,
o que cumplan a medias sus tareas. Es una faena constante
de supervisión y sobre todo de motivación.
1:00 p. m., mismo sitio, mismo día: La música de los altoparlantes ameniza el ingreso de cientos de rockeros y rockeras
que muestran orgullosos sus pintas engalanadas de taches,
colores oscuros, chaquetas y muchas botas. Otro grupo de
veinte guías de Misión Bogotá supervisados por profesionales del Observatorio, se alista a encuestar a seiscientas
personas en el transcurso del día. Chaqueta amarilla, lápiz
y formulario sobre tabla, comienzan un diálogo directo con
los asistentes al evento: grandes, chicos, hombres, mujeres,
calvos, mechudos, blancos, negros, punkeros, metaleros y
todo aquel que se encuentre en los dos escenarios simultáneos y en la Carpa Distrito Rock. Esas encuestas que hemos
preparado meticulosamente durante semanas de trabajo
nos darán información valiosa para mejorar la calidad de la
oferta cultural del distrito y en especial la de este festival.
Helena realiza en los filtros de las entradas las observaciones
cualitativas, técnica fundamental que nos permite identificar la manera como los participantes se relacionan entre sí
y con el espacio. Prestamos atención al comportamiento de
los diferentes actores que participan en el festival y hacemos
especial énfasis en la relación entre la policía y los asistentes,
la cual ha mejorado gracias a los resultados de este tipo de
estudios. En las entradas podemos ver cómo decomisan una
cantidad importante de correas, encendedores, cigarrillos,
botellas de licor, y a uno que otro joven llorando mientras lo
suben al camión, diciendo que esa marihuana no es de él.
9:30 p. m., mismo sitio, mismo día: Me reúno con todo el
grupo de las sesenta personas que conforman el equipo.
Se nota el cansancio en sus rostros, un fuerte aplauso por
parte de todos nos reconforta. Fue un día lluvioso, todos estamos agobiados por la humedad y el frío pero contentos
de haber cumplido la tarea encomendada. Me entregan los
informes finales de los ingresos, recogemos las encuestas y
el material utilizado durante las catorce horas de trabajo. A
casa y a descansar porque mañana y pasado mañana nos
esperan otros dos largos días, ojalá haga solecito.
[66] rock al parque: 15 años guapeando
Helena Castillo
Hasta hace algunos años no era frecuente ver conciertos
de rock y pop en Bogotá con tanta frecuencia. Casi siempre quienes venían al país, y a la ciudad, eran artistas que
habían estado en los primeros lugares, pero cuyo momento de esplendor había pasado ya hacía algún tiempo. Por
eso el concierto estrella para mí había sido el Concierto
de Conciertos, durante la época de furor del rock en español, a finales de los ochenta. A ese le siguieron algunas
presentaciones del mismo tipo de música. Pero siempre
quedaban por fuera otras cosas, artistas que me gustaban
y que, por alguna razón extraña del mercado, quienes manejaban la escena musical del país no se molestaban en
traer. Entonces la única posibilidad de verlos era Rock al
Parque. Artistas como Spinetta o Apocalyptica, sentía yo,
solo estarían en ese escenario. Parece que tuve razón, porque es la única vez que, en los últimos quince años, se han
presentado. El festival me dio una oportunidad única de
verlos, que los escenarios comerciales no me brindaron.
Eso no ha cambiado. Aunque también llegan bandas y artistas que suenan en cualquier emisora, siguen llegando
artistas que los productores privados no presentan.
Ahora mi presencia en Rock al Parque ha cambiado. Permanezco allí los tres días, pero no como público, y no son los
artistas los que me convocan. Trabajo para la Secretaría de
Cultura, Recreación y Deporte y eso me permite –y me obliga– a traspasar las mallas que separan al público de los cientos de personas que se encargan de llevar a cabo el festival.
Mi presencia allí no se limita al disfrute de la música. De hecho, a veces ni siquiera tengo la posibilidad de ver algunas
bandas que me atraen. Ahora lo que más me agrada es el
público. Me gusta darme cuenta de que hay gente distinta,
que se viste, se peina y maneja su cuerpo de maneras diversas. Y siento que no es común, en otras ciudades o países,
que un gobierno permita y fomente esa diferencia en público y colectivamente. Paradójicamente, lo que me llama la
atención de la democracia es justamente eso, no esa frase
trillada de las mayorías, sino el espacio que hay que garantizar a quienes no quieren o no pueden hacer parte de ellas.
Atravesar las mallas me ha permitido ver lo demás, gente
que corre de un lado a otro todo el tiempo: nosotros, con
los conteos en las entradas, las encuestas a los asistentes,
rock al parque y el observatorio de culturas [67]
José Fernando Cortés, 2008
las observaciones y las entrevistas a los artistas; el resto de
la Secretaría, pendiente de la llegada de los artistas, de sus
condiciones y requerimientos, del público, de los camerinos, de la prensa; el equipo técnico y logístico, llevando y
organizando equipos, muebles, carpas, transportando artistas e instrumentos. Rock al Parque es algo distinto ahora
para mí: un fin de semana largo de doce o más horas de
trabajo diarias, en las condiciones que sea.
El año pasado tuve la posibilidad de encontrarme de manera más cercana con algunas de esas personas que durante los días del festival pasaban apresuradas a mi lado
mientras yo hacía lo mismo. El Observatorio de Culturas
llevó a cabo grupos focales con quienes hacen parte de
su desarrollo: productores, managers, operadores logísticos y otras instituciones. Mi mayor sorpresa fue el nivel
de compromiso y afecto que tuvieron todos frente a Rock
al Parque. Para ninguno dejar de hacerlo era una posibilidad. Por razones distintas, lo que se vio fue el deseo de
consolidarlo y aumentar la calidad y el impacto del festival.
Saltó a la vista desde el principio cómo había fortalecido la
industria musical. A medida que los años transcurrían, el
equipo técnico y de producción se había cualificado. La calidad del evento iba de la mano con el aumento proporcional de la experticia de quienes lo realizaban, hasta el punto
en que fue valorado como un impulsor del reconocimiento
que ahora tienen tanto dentro como fuera del país.
También, tanto managers como productores que tienen
contacto frecuente con artistas reconocidos, aseguraron
que el festival se estaba posicionando en la escena musical latinoamericana, que es una ventana para los grupos
locales que empiezan su recorrido y que, al mismo tiempo,
le da visibilidad a la ciudad como un destino deseado para
la realización de conciertos. Desde sus intereses, las instituciones manifestaron que revitaliza el uso del espacio
público, posibilita espacios de encuentro entre los jóvenes
de la ciudad, los concibe como una fuerza que piensa, que
siente, que propone, y le muestra a la ciudad que es posible vestirse, peinarse, pensar o actuar distinto sin que eso
deba significar violencias o agresiones. En fin, el festival se
constituye como mucho más que un evento de un fin de
semana y su impacto trasciende tanto el espacio del escenario como el momento de su realización, y robustece no
solo a las bandas y empresas relacionadas con el sector de
[68] rock al parque: 15 años guapeando
las encuestas pero terminaba siempre conversando con
esos manes, los bacanes de la música en los camerinos.
Tras bambalinas descubrí la entraña oculta del festival,
el nerviosismo antes de la presentación y la relajación y el
cansancio después del toque. También pude chicanearles
a mis amigas con la foto al lado de la estrella, el autógrafo
con dedicatoria o el simple apretón de manos.
la música, sino a la ciudad misma, como metrópoli, como
lugar posible para la existencia, la vivencia, la creación y el
disfrute de todos sus habitantes.
Más allá de los artistas que he podido ver sólo allí, en Rock al
Parque, creo que esto es lo más valioso de este o cualquiera de los eventos Al Parque: la posibilidad de encontrarse,
no en la clandestinidad sino en público, masivamente, colectivamente; no sin reglas, sino con unas reglas distintas,
a veces desconocidas o despreciadas por aquellos que de
manera restringida se sienten parte de “las mayorías”.
César Pinzón-Medina
En 1995 yo estaba en noveno grado y asistí al primer concierto de Rock al Parque. Fue algo colosal, esa cantidad de
gente saltando, pogueando, y rockeando al ritmo frenético de guitarras, bajos, baterías, voces y gritos que reventaban en las cabezas de todos. Tuve algo de miedo y por
eso me ubiqué lejitos del torbellino de los más lanzados
con un grupo de amigos tan curiosos y tan tímidos como
yo en ese tiempo. Después, en los años siguientes, perdí la
timidez y me volví parte de esa multitud vibrante, incansable y sudorosa.
Ahora trabajo en el Observatorio y estoy ansioso del festival de este año quinceañero. Es la primera vez que tendré
que asistir responsablemente con una tarea que cumplir,
pero así y todo no dejaré de gozarme a esta ciudad vestida de rock, impaciente en las largas filas del Parque Simón Bolívar y luego, allá adentro, presionando con gritos
para que empiece ya el espectáculo, hasta que suene el
primer acorde de la primera banda del primer día. Espero
ir al encuentro de este crisol de tribus urbanas que solo se
reúnen una vez cada año, espero gozarme la magia que
emanan esos flautistas de Hamelin que, con sus estridentes tonadas, van dejando un trozo de corazón en cada nota
cuando se entregan sin vedas a un público nada fácil. Amo
a ese público exigente pero también generoso y abierto,
siempre justo y dispuesto a recompensar con vítores. Y
más allá de lo programado, con ansiedad espero las sorpresas que trae cada año (pedrea en el 2005, granizo en el
2007, inundación del escenario Lago en el 2008).
Si antes no me perdía una, ahora que trabajo para el Observatorio de Culturas de la Secretaría Distrital de Cultura,
Recreación y Deporte, soy parte de ese concierto y ahora
menos que nunca faltaré a la cita.
*Otty Patiño, actual jefe de la Oficina Observatorio de Culturas de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte.
En el 2001 me fui al festival con Fernando, un compañero
de estudios de la Universidad Nacional que trabajaba para
el Observatorio de Cultura Urbana, y gracias a él pude ver
de cerca a los artistas, pude entrevistar a Blanquito Man,
Robi Draco, Andrea Echeverri, Ely Guerra, Manu Chao,
Saúl Hernández, Molotov, Café Tacvba y VHS or Beta. Y es
que de allí en adelante yo me ofrecía de voluntario para
rock al parque y el observatorio de culturas [69]
danny dodge  why six  mr. crowley  la corte  leit
 hades  ex 3  carpe diem  acutor  insania  kil
 bruma sólida  afre  radiestesia  aterciopelados 
 catedral  nueve  estrato social  la giganta  los c
caníbal  npi  morfonia  sociedad anónima  monó
bastarda  estatika  una tal sophia  dogma  policar
 lado b  por causa del mono  la rebeca  jungla  r
 pánico  bastard  santuario  purulent  kidron  h
iragorri  xumapaz  el medio  el jardín de daniela 
y los intestinos  banda sonora  gardenia  bangla
decadentes  circo mandarina  sv2  vértigo  bisma
cancerbero  deathless  neus  posguerra  la trifullk
 hierbacana  rapunzell  lamtarra  hombres pájaro
chancho en piedra  la derecha  todos tus muertos 
radio babilonia  claroscuro  los siete delfines  el hu
 bajo tierra  la tina  ignea  corporación macondo
severa matacera  lady dikc  matarratón  zarathust
verdes  bloque de búsqueda  lokapala  real zulu 
ángel  vudú  lechosa  tal cual  perro muerto  l.m
contacto  cruks en karnak  ultrágeno  estilo bajo 
kraken  marimonda  raíz  resorte  robi draco ros
 ethereal  cuervo blanco  superlitio  criminal  in
 candelaria blues  chamanes  la floripondia  la fo
walter  niños con bombas  ángeles con cara sucia 
monarko  desorden público  quinta estación  el gl
kaala  illya kuryaki and the valderramas  eminence
aposento  control machete  ají baboso  el bloque 
 sal y mileto  guillotina  julieta venegas  la violet
 defenza  navarra  señal nocturna  69 nombres 
 mochacabezas  legend maker  ritual  askarix 
dracma  tribal  cuatro  koyi k utho  la mosca tsé
de2  la contra  neutro  pornomotora  aborigen 
tmotiv  fobia  tabora debora  minga mental  sex
lcrops  leishmaniasis  marlohabil  seguridad social
 k’nuto powertrio  yuri gagarin y los correcaminos
cheacles  ciegossordomudos  tom abella  la sonora
óxido  bajo cero  los del centro  zigma  la familia
rpa y sus viciosas  los zopilotes  ojos rojos  la lupita
raza  darkness  spias  infierno  silence of moonset
herejía  sangre picha  agony  medicina legal  felipe
 pepa fresa  zapato 3  los tetas  ático  duodenos
adesh  sagrada escritura  obra negra  auténticos
arck  cabeza de jabalí  puya  ingrand  no es no 
ka  masacre  la pestilencia  a.n.i.m.a.l.  cáustico
o  sector 16  zoma  el cartel  los charconautas 
ferrans banda  radar  tres veces  albert einstein 
ueco  la maldita vecindad y los hijos del quinto patio
o  kábala  bombalacrán  la sonora 100 fuegos  la
tra  psicodelia  la hoz  las vacas  juanita dientes
 rojo silente  el zut  ruido rosa  667  séptimo
m.p.  angora  pithaus  alguno más  boca abajo 
 pollito chicken  chatoband  la banda del gusano 
sa  dharkma  infected  estados alterados  atrium
ndio uribe  plomo  1280 almas  la funkera  arawak
ortaleza  rappers spiders  issidore ducasse  johnnie
 polvo de indio  el pez  no2  la hija del verdugo 
lobo  casa roja  víctimas del doctor cerebro  ion 
e  laberinto  earth crisis  ciudad eterna  séptimo
 café tacvba  canal sur  candelaria  dogma sinaca
ta  darath  caníbal smith  pan  huelga de hambre
 la sarita  riesgo de contagio  lucibell  vulgarxito
borg  timmy o´tool  golpe bajo  los miserables 
é-tsé  los pericos  divididos  shai  manu chao 
los félics  doctor krápula  la universal  la espiral 
octavia  la terca  con agua  cero  desorden social
 noize  ataque en contra  adlibitum  hijos de la c
skampida  king chango  trauma  injury  la ss  ag
sur carabela  sánchez y ruiz  sistema local  sonoro s
 fussible  batuka  avispas mostovoi  león bruno 
ravenlord  caramelos de cianuro  soul burner  ever
rica  el gran silencio  odio a botero  electrolíqui
lumpengrund  massive experience  la fábrica  san
mississippi blues band  alerta  inspector  no silence
 catupecu machu  diva gash  plastilina mosh  pant
 desecrate  molotov  sistema sonoro skartel  daf
guerra  babasónicos  skatalites  spinetta  vietato 
post human  sidestepper  kraken filarmonico citadi
pr1mal  vhs or beta  cuerpo meridiano  nadie  rey
 apocalyptica  cabezones  suicidal tendencies  na
 nortec  volumen cero  visor  the ganjas  miran
factory  zarath  jorge burbano  the passenger  tier
medusa  división minúscula  don tetto  panda 
combo  karamelo santo  telefunka  turf  death by s
souljah´s  papashanty  botafogo  zoe  triple x  ha
de corazón  cuarteto de nos  coheed and cambria  v
merchán  bunkers  black sheep attack  two way ana
hall effect  cienfue  popcorn  no importa  krono
party  black rebel motorcycle club  thermo  austin t
de porão  la kinky beat  muscaria  andrés osorio’s
limón  el sinsentido  enepei  entropía  fractal  fle
 mmodcats  monojet  profetas  smoking underdo
y la tigra  alfonso espriella  alto grado  colombia a
daybreak  elijah  error  introspección  juris law 
 madame complot  red o’clock  the devil’s rejects 
pendulum  the vintage  bambarabanda  inner hat
mexicano del sonido  kop  los cafres  morbid ang
l  mr. fong  santa fauna  parche funk  los mentas
criada  los oceánicos  the klaxon  coffee makers 
gresión  la rueda de la fortuna  obscura  los mox 
selectivo  kinky  sussie 4  double helix (nopal beat)
 los amigos invisibles  neurosis inc.  novilunion 
rmind  occisor  plaga sésamo  manguala  planeta
ido  volován  lúkuma  carajo  receso  toxic 
ntafuma  flor del hito  lenine  distrito especial 
e  noiszart  monstrosity  los elefantes  mojiganga
teón rococó  awaken  el sie7e  insane  underthreat
fne marahunta  sonorama  funkreal  libido  ely
 black cat bone  andrea echeverri  los de adentro 
ino blues & rock  siq  zelfish perez  head crusher 
gordiflón  josé fernando cortés  i.r.a.  psicotrópico
awal  jaguares  bizarro  transporte  capri  dildo
nda  guiso  soulburner  día de los muertos  fear
rradentro  dead inside  tenebrarum  horcas  filtro
la cirugía  barrio santo  chuck norris  dub killer
stereo  proyecto seikywia  lo ke diga el dedo  voodoo
ave heart  azafata  rocola bacalao  agent steel  tres
vía rústica  huevo atómico  de bruces a mí  chucho
alog  hotel mama  quiero club  seis peatones  the
os  señores usuarios  carcass  paradise lost  bloc
tv  los concorde  sargento garcía  gondwana  ratos
s band  barriosanto  deeptrip  delavil  el hombre
esh f-mac  heartless  los swingers  loathsome faith
og  solokarina  thunderblast  tío cabeza  velandia
antípoda  árbol de ojos  brand new blood  citoyens
la planta  water resist  los macgregors  los plankton
unauthorized  walka  abre sierra  artefacto  gaias
te  fito páez  árbol  haggard  ina-ich  instituto
gel  candy 66  señor loop  descomunal  tom cary
rock al
parque:
quince años
guapeando
Margarita
Posada
Doctor Krápula, 2008
guapear,
come rain
or come
shine
Contra todos los pronósticos, encontré en el diccionario la
palabra guapear, término que me enseñó uno de mis incontables amigos músicos (El Alguacil, de Dub Killer Combo, para ser más exacta). Dice el Diccionario de la Real Academia Española que guapear, en su primera acepción, es
ostentar ánimo y bizarría en los peligros. Decidí entonces
utilizar el verbo en el título de este libro homenaje porque
no encuentro una palabra más precisa para describir brevemente lo que han estado haciendo largamente todos y
cada uno de los que han participado en la fiesta interminable que es Rock al Parque.
Contar todo lo que se debe contar sobre un festival que nos
ha dado quince años de rock en un espacio tan limitado es
prácticamente imposible. El texto que el lector encontrará
a continuación, por tanto, pretende ser una suerte de jam
entre quienes han pasado por su escenario o han estado
íntimamente relacionados con él. Rock al Parque ha reunido a tanta gente alrededor de la música, que me disculpo
de entrada por tener la certeza de haber tenido que obviar
las voces de muchos de sus protagonistas. Espero, sin embargo, que este atisbo de reportaje les permita recordar
un poco de lo que este festival nos ha dado, como reza la
canción, come rain or come shine.
[76] rock al parque: 15 años guapeando
La Derecha, 1995
rock al parque: 15 años guapeando [77]
Policarpa y sus Viciosas, 1996
[78] rock al parque: 15 años guapeando
hemos
creado un
monstruo
Un festival de rock. Aunque a muchos les suena absolutamente
normal, para la época en que a Bertha Quintero, Julio Correal,
Mario Duarte y Héctor Mora les dio por este embeleco, la idea
era no solamente innovadora, sino prácticamente traída de los
cabellos. ¿Por qué un festival de rock podría convertirse, como
lo ha hecho, en uno de los eventos más masivos de una ciudad del altiplano cundiboyacense, lejos de la mítica Memphis
de Elvis, o de la histórica Liverpool de Los Beatles? ¿Por qué un
rockero venezolano como Horacio Blanco, de Desorden Público,
habría de llamar a Bogotá “la quintaesencia del más incendiario
infierno rockero latinoamericano”?
Como cuentan los veteranos de la escena musical, la única manera de que un grupo se fogueara y tocara en vivo eran unos
cuantos bares donde el público era reducido y las condiciones
para el show más caseras que profesionales. Bandas era lo que
había. Espacios para juntarlos, casi ninguno. Por eso Bertha, Julio y Mario le pegaron al perro con su idea. A todas luces, un
festival de rock gratis, y además auspiciado por el establishment,
era prácticamente un milagro. Pero más milagro es que, luego
de quince años, aún conserve un carácter democrático, auténtico y muchas veces políticamente incorrecto.
Este evento, que hoy tiene trescientas personas trabajando en
su montaje, cuatrocientos operadores y diez coordinadores
de logística, doscientos guías cívicos e informativos de Misión
Bogotá, cien socorristas, diez médicos, siete ambulancias, novecientos efectivos de la policía, treinta guías de movilidad, dos
máquinas de bomberos, dos escenarios (este año tres), cienrock al parque: 15 años guapeando [79]
to ochenta kilovatios de sonido en el escenario principal y
ochenta en el escenario satélite, cien cabezas móviles de luces, cuatro consolas digitales, cuatro consolas análogas, cinco
relevos de sonido en el escenario principal y uno en el escenario satélite, una pantalla de leds en el escenario principal y
dos pantallas de video en el escenario satélite… este evento,
sin contar cada una de las cabecitas que, contra viento y marea, rockea hasta el filo de la medianoche, hace quince años
era el sueño de un puñado de amantes del rock.
tandas de tres minutos, apuntábamos los requerimientos y
los riders de las bandas. Una vez quedó seleccionada una
banda de la cual no sabíamos más que su nombre, Obscura,
y que era de Ambato, Ecuador. Me tocó llamar a una amiga
quiteña para que se consiguiera los teléfonos de varias emisoras de Ambato para que anunciaran que Rock al Parque
en Bogotá estaba buscando a la banda Obscura para invitarla al festival (y de paso daban el teléfono de mi casa). A
los dos días mi contestador estaba a reventar de llamadas”.
Como todos los grandes proyectos, este también tiene sus
raíces ocultas. Digamos que una suerte de Edad Media de
Rock al Parque transcurrió a principios de los noventa, más
concretamente en el 91, cuando el distrito comenzó a investigar qué pasaba con la oferta cultural de la ciudad. Hubo
una especie de primer festival en el año 92. “Lo hicimos
en el Planetario Distrital y descubrimos que, no solo había
muchas bandas de rock, sino que no tenían espacios para
ensayar ni para presentarse. Por eso abrimos varios teatros
para que los tuvieran a su disposición para ensayar”, dice
Bertha Quintero, quien ha sido bautizada en la calle como
la Mamá del Rock por ser la gestora de este ambicioso proyecto, y quien también fue declarada persona no grata en
el Concejo de Bogotá, hecho que la honró profundamente.
“Me siento orgullosa de haber peleado para que los jóvenes tuvieran este espacio. Recuerdo que con Mario y Julio
queríamos dizque hacer un concierto en la plazoleta que
hay entre la plaza de toros y el planetario y de ahí surgió la
idea”. Bertha asegura que el primer Rock al Parque, contrario
a lo que todos piensan, fue en 1994 y que no todo el mérito
debe recaer en la alcaldía de Mockus. “Las verdaderas raíces
de esta iniciativa están en la administración de Jaime Castro, cuando emprendimos una campaña que se llamaba El
Arte por el Arte”. Vale la pena recordar esos comienzos.
Cuando Mario Duarte piensa en por qué diablos se les ocurrió montar un festival de rock, no puede más que decir que
“para pasarla bien, para salir oliendo a muchas cosas, para
terminar acostado en brazos de la dama de los cabellos ardientes”. Pero un poco más serio complementa: “Nació de la
pura necesidad: necesidad de los grupos de rock colombiano (léase La Derecha) de aprender a hacer conciertos grandes. En el garaje sonaba bien. Teloneándole a algún grupo
extranjero en manos de los empresarios sonaba a fracaso
recurrente. Pero no era solo cuestión de las bandas. También nació de la necesidad de un público sin recursos que
quería expresarse”. Desde sus albores, Rock al Parque fue
pensado para todos esos jóvenes que no tienen un peso en
el bolsillo. Ni para ir a cine, ni para ir a comer, ni para ir a un
bar, ni mucho menos para pagar la entrada a un concierto.
El hecho de que Rock al Parque sea gratuito desemboca directamente en otra característica singular: la gran afluencia
de público. Camilo Martínez, ex integrante de El Zut que
tocó en los primeros festivales, así lo corrobora: “He tenido
oportunidad de tocar o cantar con otros grupos en festivales por fuera de Colombia, y Rock al Parque es quizá uno de
los que más afluencia de público tienen”.
Hoy en día olvidamos con facilidad lo que era organizar un
monstruo de estos sin las facilidades de Internet, que por
esa época era una novedad y casi un lujo. María Sung y todo
el equipo que Bertha designó para el festival comenzaron a
hacer contactos sin acceso a la red. “La comunicación con
las bandas, sobre todo las internacionales, era a punta de teléfono y de fax. Uno de los medios más memorables era un
teléfono público gratuito que había en una de las sedes. Era
un cable laaaaaargo que iba de un computador al teléfono
y, como era gratuito, se cortaba cada tres minutos. Así, en
[80] rock al parque: 15 años guapeando
Cuando Julio Correal se paró a un lado del escenario en
donde Robi Draco Rosa cerraba la décima versión de este
monstruo con más de trescientos cincuenta mil asistentes,
recordó esa tarde en la que montaba un concierto de Aterciopelados en un parque de Medellín y se le vino a la cabeza el nombre de una idea gigantesca: Rock al Parque. Al
llegar a Bogotá, se sentó con su amigo Mario Duarte a escribir una propuesta que luego le pasaron a Bertha Quintero. De no ser por ella, a lo mejor se habría quedado en
el papel. Pero en esta historia el monstruo salió del papel
y se conectó a un amplificador. El dinosaurio seguía vivo
cuando Julio despertó.
Robi Draco Rosa, 1998
rock al parque: 15 años guapeando [81]
una suerte de
edad media
de rock al parque
transcurrió
a principios de
los noventa, más
concretamente
en el 91
[82] rock al parque: 15 años guapeando
e
rock al parque: 15 años guapeando [83]
Aterciopelados, 2004
[84] rock al parque: 15 años guapeando
almost
famous
Eran las cuatro de la tarde del viernes 26 de mayo de 1995.
En el Parque Simón Bolívar había poco más de cien personas. Nadie parecía una estrella de rock. Ni siquiera la hermosa vocalista de Danny Dodge, Iseult, que llevaba unos
jeans y una camiseta holgada con una gran boca estampada. La guitarra de Daniel Jones y el bajo de Pepino tenían
calcomanías por todas partes. Muy seguramente el viejo
Dodge Dart que le dio nombre a la banda sirvió para transportar instrumentos y músicos, todos apeñuscados en su
interior. Héctor Mora lo recuerda claramente: “Yo estaba
cubriendo para 99.1… la banda era excelente y luego fue
muy importante en la escena under de la capital. Incluso
años después le abrieron a Soda Stereo”. Otro de los que
cubría el evento en “un chéchere de camión verde y viejo” era el director actual del festival, Daniel Casas. Nacían
al tiempo dos hermanos del alma que con el pasar de los
años jamás dejarían de darse la mano: 99.1 Radiodifusora
Nacional y Rock al Parque.
Tomás Rueda, reconocido bajista y chef, que por esa época
tocaba con Catedral, tiene un solo recuerdo: la adrenalina.
“Había unas diez mil personas, me bajé del escenario a vomitar, no por borracho, sino de pura adrenalina”. Aprovechando sus quince minutos de fama, Tomás notó que se
le había desamarrado un zapato y en un acto impulsivo
decidió sacudir el pie y tirar el zapato al aire. “Con tan mala
suerte que casi descabezo al baterista, le pegué en toda la
cara y eso lo hizo perder el tempo de la canción, gracioso
pero fue la embarrada, la patraseada”.
Leonardo de Lozanne, 2008
Así empezó este festival que hoy en día reúne multitudes
exorbitantes. Más de ciento veinte agrupaciones de todos
los barrios de la ciudad atendieron el llamado de Bertha,
Julio y Mario. Alrededor de cuatro decenas de bandas se
montaron en los escenarios dispuestos en el Olaya Herrera, la Media Torta, el Simón Bolívar y la Santa María, entre ellas Aterciopelados, Morfonia, 1280 Almas, Catedral,
La Derecha, Fobia y Seguridad Social. Más de ochenta mil
personas asistieron al festival. El cierre fue en la plaza de
toros, como recuerda Andrea Echeverri, de Aterciopelados. Estaban ellos, Fobia, La Derecha y Seguridad Social.
En la última canción, ella y Héctor Buitrago invitaron a todos los músicos que quisieran subirse. “Me acuerdo de que
improvisamos ‘El rey’ y al otro día en el periódico, eso despotricaban, que cómo íbamos a cantar una ranchera en un
festival de rock. Desde ese entonces hasta acá, es fácil ver
cómo el concepto de rock ha evolucionado, ¿no?”.
Después del último concierto, los integrantes de La Derecha terminaron en santa paz tomándose una cerveza con
los españoles de Seguridad Social. “Todo había terminado”, dice Mario Duarte, uno de “los derechos”. “De pronto
alguno de los funcionarios del Instituto Distrital de Cultura
y Turismo nos vio ahí, tranquilos y, bastante proactivo y diligente, gritó en voz alta: ‘¿Y entonces, qué hacen?’ Uno de
los españoles dijo con cara y tono de macarra neurótico:
‘Nada tío. Na-da.’”
rock al parque: 15 años guapeando [85]
the who
¿Quiénes tocan en este festival, por qué se lo merecen,
cómo lo logran? Hay varias vertientes, según explica Daniel Casas, su director. “Los grupos internacionales son
invitados y su presencia depende mucho de la disponibilidad de agenda que tengan y del factor económico. Luego
están otros grupos nacionales invitados por cuestión de
trayectoria y los demás son grupos que mandan su propuesta a la convocatoria”.
y arreglar los problemas durante su show, que era de tres
o cuatro temas. Me parece que esto acerca a los grupos
–desde las eliminatorias mismas– a la forma como funciona el evento realmente”, dice Chucky recordando las eliminatorias de este año. Mario Muñoz, integrante de Doctor
Krápula, dice que las eliminatorias son el momento de
la verdad: “Grabar buenos discos es muy fácil hoy en día,
pero sustentar un buen disco requiere de una gran banda
y es ahí donde la cosa se pone buena… o mala”. A esto y
más tendrán que enfrentarse quienes se le midan a tocar
en el Simón Bolívar. “Tocar sin prueba de sonido es un
reto en el que se mide la tranquilidad y rapidez con que
se acomodan en escena”.
¿Qué se tiene en cuenta para escoger las bandas? En palabras de Sergio Rodríguez, jurado en el 2008, “primero, que
sea una banda con una propuesta estético-musical que proponga algo y sepa de dónde viene, en dónde está parada
y para dónde va o quiere ir. Segundo, elementos musicales básicos como tempo, afinación y acople, entre otros. Y
tercero, una buena puesta en escena. Las tres cuentan por
igual”. En otros años las convocatorias estaban abiertas al
público. Ahora son a puerta cerrada en un teatro en el que
juiciosamente se sientan los jurados a escuchar a las doscientas ochenta bandas que ya fueron filtradas a partir de
los demos que enviaron a la Orquesta Filarmónica, de las
cuales irán a audición treinta y seis y solo saldrán del cartel si lo hacen muy mal en vivo.
En esta escena están presentes Chucky García, Mario Muñoz y Carlos Solano, cada uno versado en este asunto del
rock desde esquinas diferentes. Esto no se parece en nada
a lo que se les viene pierna arriba. El escenario del Teatro
Metropol sin público ni luces parece no acabarse nunca.
Aquí lo único que lo puede salvar a uno es sonar bien. Y
para eso hay que tener un buen ingeniero de sonido. “Las
bandas con los ingenieros más experimentados pudieron
sacarle provecho a la consola o por lo menos tener un
buen ensamble con el sistema sonoro, pero otras tuvieron
que arrancar sus presentaciones sin haber ajustado todo
[86] rock al parque: 15 años guapeando
Los Swingers, 2008
Kinky, 2001
rock al parque: 15 años guapeando [87]
[88] rock al parque: 15 años guapeando
grabar buenos
discos es muy
fácil hoy en
día, pero
sustentar un
buen disco
requiere
de una gran
banda y es ahí
donde la cosa
se pone buena…
o mala”
rock al parque: 15 años guapeando [89]
Sidestepper, 2004
[90] rock al parque: 15 años guapeando
el rock,
esa palabra
Muchos dirían que rock es una música norteamericana que tiene
sus orígenes en el blues y otros géneros tradicionales de Estados
Unidos, como el folk, el country y el western. El problema de esas
cuatro letras es que hoy en día no solamente hacen alusión a un
género musical, sino también a un estilo de vida. A pesar de ser
entendido como un fenómeno juvenil, el rock ya envejeció, pero
es un viejo jovial. Sus primeros artífices y fans tienen sesenta o setenta años ya y muchos siguen dando lora, como Keith Richards,
la referencia perfecta. De hecho, Alejo Gomezcáceres, vocalista y
guitarrista de Ciegossordomudos, dice que no es rock “cualquier
cosa que no se pueda asociar de una u otra manera a los Rolling
Stones”. En palabras de Elkin Ramírez, vocalista de Kraken, es “el
único folklore universal”. Por su parte, Raúl Platz, de Lavanda Sonora y ex Elefante, asegura que nunca ha visto el primer rockero que
por hacerse más viejo se haya pasado al vallenato. Viejo o joven, el
rock parece haberle ganado una batalla al tiempo para volverse
un fenómeno atemporal que, como sentencia el periodista Chucky García, “siempre ha coincidido con la formación de nuevas generaciones” y, en palabras de Mario Duarte, “tres días bajo el agua
y sobre el barro te dan una apariencia extremadamente juvenil”.
Otros aún más escépticos, como Iván Benavides citando a Marilyn Manson, dicen: “Rock is dead, God is on TV”. Para él, el espíritu del rock está más vivo en Héctor Lavoe que en Moderato.
A pesar de que su música (Bloque de Búsqueda y Sidestepper)
es más bien mestiza o mulata y algunos puristas consideraban que no debían estar en un festival de rock, Iván tocó dos
veces en Rock al Parque con Bloque de Búsqueda, y una con
Sidestepper. Andrea Echeverri de Aterciopelados recuerda esa
presentación porque “con toques como ese, el concepto de lo
que es rock y la tolerancia crecieron”. Ella asegura que más que
un género cerrado y exclusivo, el rock se ha vuelto “una manera
Rodrigo Mancera, 1996
rock al parque: 15 años guapeando [91]
Velandia y La Tigra, 2008
de enfrentar, de ser lo que uno siente que es”. De hecho, la
reconocida cantante de “Florecita rockera” nunca escuchó
rock de pequeña. “Pero más rockero que una ranchera, no
conozco. Cuando empecé a hacer música con Héctor, la estética que propuse tenía que ver con bolero, con tango, con
ranchera, por mi bagaje familiar”. Como dice Carlos Chairez,
guitarrista del grupo mexicano Kinky: “Proclamar ser lo más
rock puede ser lo más antirock. Pero a la vez en la actualidad hay muchas bandas que ‘rockean’ y no les preocupa el
término para nada”. Tal es el caso de Rodrigo Mancera: “Rock
para mí es una actitud ante la vida. Así toque otros géneros,
siempre le imprimo esa actitud y ese sonido”.
Así, lejos de la mítica Memphis de Elvis y de la lluviosa Liverpool de Los Beatles, la palabra rock ha tomado unas características meramente latinoamericanas, como lo corrobora El
Catire, guitarrista de Los Amigos Invisibles: “Aunque el rock
tiene como columna vertebral al sonido de una guitarra distorsionada, es más que obvio que no somos una banda de
rock, pero el concepto latinoamericano del rock quizás difiere un poco del concepto sajón y es ahí donde podemos
entrar”. Su idea la complementa Horacio Blanco, de Desorden
Público: “En este rincón del mundo, el rock se quitó la careta
anglosajona, se hizo moreno-mestizo y, sin temerle a la distorsión, bailó mambos y cumbias sabrosas, mezclándolas
con hardcore, techno y reggae”.
La palabra rock, aquí y en otras latitudes, engloba muchas
cosas. Es casi como una vasija vacía lista a renovar su interior
según lo deseen sus intérpretes o seguidores. Y tal vez en ello
radique el gran éxito de Rock al Parque, un proyecto que perdura en el tiempo porque les ha enseñado a los bogotanos la
cantidad de propuestas musicales y estéticas que caben dentro de esa palabra, que en sus orígenes era compuesta (rock
and roll) y que hacía alusión a los movimientos de atrás hacia
adelante (rock) o de lado a lado (roll) de un barco.
Así las cosas, la discusión puede cerrarse perfectamente con
el argumento que la escritora, y entonces secretaria de Cultura, Laura Restrepo, les dio a los concejales en el 2004, cuando
David Luna presentó su proyecto para declarar Patrimonio
de Interés Cultural al festival: “En cuanto a si es una expresión
nacional o no, hay una premisa o punto de partida: toda expresión artística y cultural es universal. Nada es originario de
ninguna parte o tendríamos que remitirnos a Adán y Eva”.
[92] rock al parque: 15 años guapeando
Odio a Botero, 2004
rock al parque: 15 años guapeando [93]
Ciegossordomudos, 1998
[94] rock al parque: 15 años guapeando
un público
agreste
Lunes 12 de octubre de 1998. Parque Simón Bolívar a reventar. Los Aterciopelados, entre ellos Alejo Gomezcáceres,
también integrante de la banda Ciegossordomudos, están
aterrizando en un avión que viene de España. Jota García,
Alejo Gomezcáceres y Pablo Bernal, todos veteranos en la
escena rockera colombiana, van a tener que tocar antes
del esperado cierre de Aterciopelados sorpresivamente.
Se montan a la tarima y desde la primera canción, el setenta por ciento de los ciento cincuenta mil espectadores les
grita como si fueran todos una sola voz, la voz de un pulpo
gigante: “¡que se baaajen… que se baaajen!”. A la cuarta
canción la presión es tal, que la banda decide bajarse (ojo,
una banda puramente rockera: un bajo, una guitarra y una
batería). Lo que ignoran esos miles de bogotanos enardecidos es que están pidiéndole al mismísimo guitarrista de
Aterciopelados que se baje para que vuelva al escenario.
“Me volví a subir, pero con otra camisa”, cuenta Alejo.
Julio Correal dice que la primera vez que Los Auténticos
Decadentes tocaron en Rock al Parque “casi los levantan a
tierra. Che, Julito, ¿qué está pasando –me dijeron asustados–, si esto es cumbia?”. Algo similar sucedió con el vocalista de La Mosca. “Le reventaron la frente cuando cantaba
‘Yo romperé tus fotos’. Me tocó cerrarle la frente con aguja,
pero el tipo se dio garra hasta que los neutralizó”. Manejar
a un público de estas magnitudes no es fácil, por lo cual
muchas veces se ha discutido si el festival debe ser gratis
o no, y si tiene que ser en varios lugares o concentrarse
en un solo sitio. Lo cierto es que tenemos un festival que,
como lo afirma Astrid Harders, aprende año tras año sobre
la marcha. Y lo innegable es que el festival también tiene
un público. Masivo, poco especializado, a veces agresivo
(como toda colectividad), pero fiel y agradecido de tener
tres días de conciertos.
Si hablamos de valores ciudadanos, Rock al Parque tiene
una razón de ser que se llama tolerancia. Y aquí tenemos
que aceptar que, aunque se renueva cada año, el público
ha evolucionado de manera significativa en estos quince
años, como afirma Andrea Echeverri: “Ha sido una labor
porque ellos mismos se han educado y ya no tiran moneda, aunque también es importante hacer la programación
de manera que no haya tanto choque entre uno y otro
subgénero”. Tal vez fue un acierto haber especializado
cada día, como propuso Julio Correal en las últimas versiones. Los Amigos Invisibles, sin embargo, creen que al
público de Rock al Parque le gusta todo lo que sea bueno:
“Nos habían dicho que el público era bien rockero y que
no le gustaban las propuestas dance. ¡No hay que creer
todo lo que a uno le dicen!”
Chucky García, periodista versado en el tema y también jurado este año del festival, afirma que “el rock duro –heavy,
metal, thrash, death, etc.– es la clase de rock más popular
entre los jóvenes de Bogotá (por no decir que es la música moderna más popular entre los jóvenes bogotanos).
Y justamente porque es una música encapotada, con los
negros y grises que de una forma única le dan ese color
sombrío y entrañable a nuestra capital. Además tiene la
estridencia y cierta parte de la esencia de esa Bogotá en
el olvido, en el anonimato, a la sombra y bajo múltiples
señalamientos, la verdadera y más grande Bogotá, que es
la Bogotá del sur. El público del rock duro es el público más
visible del festival y gracias a ellos, en buena parte, se deben las grandes cifras de asistencia que el festival exhibe
después de cada edición”. Así lo confirma también María
Sung, uno de los pilares del evento en sus primeros años:
“Es un público pa’ las que sea. Se le mide al sol, a la lluvia
y a jornadas de casi nueve horas de concierto. Si lo vemos
bien, es un público juicioso y, sobre todo, paciente”.
rock al parque: 15 años guapeando [95]
Auténticos Decadentes, 2004
[96] rock al parque: 15 años guapeando
Los Amigos Invisibles, 2007
rock al parque: 15 años guapeando [97]
alerta
naranja
Las multitudes pueden ser inmanejables hasta para los rockeros más pesados. Elkin Ramírez recuerda perfectamente
esa tarde de 1997, cuando tocaron a la puerta de su camerino minutos antes de la presentación de Kraken. “¿Quién
es el vocalista del grupo?”, preguntó una mujer que vestía
chaqueta de logística. Elkin titubeó un segundo y luego le
preguntó qué necesitaba. Entonces ella lo miró fijamente
a los ojos y sin moverse del umbral de la puerta le dijo:
“Toda esta gente que está allá afuera los está esperando
desde muy temprano. Hemos tratado de controlarlos pero
ya nos queda imposible, estamos en alerta naranja. Si usted no maneja la situación puede pasar algo grave.” “Los
demás me miraban estupefactos. Tuve que encerrarme en
el baño y sentarme en el piso porque las piernas me temblaban”. El coordinador general de la banda tocó la puerta
y le dijo a Elkin: “Déjeme entrar, que a mí también me dieron ganas de orinar”. Era el primer concierto de Kraken en
Rock al Parque. Como no tenían pedal para el bombo, los
argentinos de A.N.I.M.A.L. les prestaron el suyo. “No puedo asegurar cuánta gente había”, dice Elkin, “pero sí sé que
la montaña de enfrente y los laterales estaban llenos de
gente”. Entre más tocaba Kraken, más pedía el público enloquecido. No querían dejarlos bajar del escenario. “Se me
ocurrió improvisar la letra de “Una vez más”: Navegando
voy, con escasa piel, tan sensible al escapar, uh, uh, una vez
más, voy ausente, en tinieblas, bajo eclipses, soy quien tiembla, llantos grises suelo ser, uh, siento ser…”. Sólo así, Elkin
pudo calmarlos un poco y terminar la presentación. “Nosotros salimos igual de nerviosos y quince minutos después de bajarnos vi la Media Torta completamente vacía”.
[98] rock al parque: 15 años guapeando
rock al parque: 15 años guapeando [99]
Kraken, 1997
[100] rock al parque: 15 años guapeando
Koyi K Utho, 2008
Aunque “el público es una chimba y solo hay veinte maricos gritando pendejadas”, en palabras del bajista Santiago Roa, este es un público que hace temblar la tierra,
literalmente. Así lo recuerdan Zetha, de Koyi K Utho y Raúl
Platz, de Los Elefantes y Lavanda Sonora. “En el 2006 íbamos antes de Fear Factory y esperábamos un público poco
receptivo. Sentimos cómo el piso del Simón Bolívar se movía, es de lo más impresionante que he vivido”, dice Zetha,
mientras que Platz rememora una sensación similar de
años atrás, en el cierre del festival de 1997: “Incluso antes
de subir al escenario sentíamos el piso del parque estremecerse ante el pogo de miles de espectadores. ¡Serían
unos cuatro o cinco grados en las escala de Richter! Una
vez arriba, conectar, mirar de frente sin divisar el fin de la
multitud en el horizonte, tomar el último aliento y empezar… Fue difícil. El público en Bogotá es demasiado duro,
pero finalmente logramos domar esa bestia inmensa con
nuestra música y energía, fue un éxito”.
A pesar de que muchos aseguran que la mayoría de los
medios solo hablan de rock un fin de semana al año y que
los que van a ver el “aguinaldo rockero” no son fieles seguidores del movimiento rockero en general, algunas bandas
tienen sus seguidores desde hace mucho tiempo. Después
de varios años de vivir en Barcelona, en el 2007 Amós Piñeros, vocalista de Ultrágeno, sintió la altura de Bogotá en la
tarima. “El escenario se me hizo inmenso, y fue difícil por
momentos a causa de la sensación de soledad si no te comunicas suficiente con tus compañeros de grupo por los
lejos que están. Estábamos nerviosos y había mucha gente esperando ver, quizá, nuestro último concierto juntos”.
Ocho años atrás, en 1999, él mismo tuvo que montarse al
escenario del Simón Bolívar para calmar a un público que
lo aclamaba porque supuestamente ellos cerraban el festival pero el tiempo que quedaba no alcanzaba y había dos
bandas internacionales que tenían que tocar. “Ese fue uno
de los momentos más místicos de mi vida”, dice Amós, que
logró milagrosamente que se corrieran hacia atrás, como
si fuera el pastor de un inmenso rebaño de ovejas negras.
rock al parque: 15 años guapeando [101]
me
hablaron
tan bien
de ti, que
pensé que
te habías
muerto
No por que este sea un libro homenaje al festival vamos a
dejar de un lado todos sus errores. Su carácter, como el de
cualquier persona, está hecho de cualidades y defectos. Y
en el caso de Rock al Parque, es un carácter que siempre
da de qué hablar, que genera controversia, que nunca le
cae bien a todo el mundo. Hay que recordar esa granizada del 2007 donde los técnicos, los logísticos, la organización, los funcionarios y los músicos distritales, intentaban,
pala en mano, despejar cerros de granizo con la esperanza de que no se cancelaran los conciertos. Pero una de las
cosas que se le critica al festival, fuera del trillado tema de
la lluvia y de que su entrada debería cobrarse, es que no
tiene trascendencia mucho más allá de ese fin de semana
o, mejor, que si la tiene, no es una trascendencia que vaya
de la mano con la industria musical colombiana, para muchos inexistente o demasiado incipiente y comercial.
[102] rock al parque: 15 años guapeando
Superlitio, 2008
rock al parque: 15 años guapeando [103]
María Sung, una de las personas que más festivales cuentan en su larga trayectoria laboral como gestora cultural,
Rock al Parque es el momento ideal para tener juntos, “bajo
el mismo techo”, a todos aquellos que hacen parte de la
movida rockera: “Se trata de fraternidad e intercambio entre bandas, público, otras bandas, disqueras, productores
musicales, medios, fanáticos, en fin: todo un mundo que
se mueve alrededor del rock pero que a lo largo del año
trabaja de manera conectada pero individual”. Sin embargo, veteranos de la escena y de la industria musical, como
Santiago Roa o Iván Benavides, aseguran que esto no es
del todo cierto. “No hay un antes y un después de la industria musical debido a Rock al Parque. La industria tiene sus
propias dinámicas y este festival no ha sido una influencia
importante en el cambio de ellas, ni tampoco una plataforma de lanzamiento de bandas nacionales”.
Para bandas como Koyi K Utho, esta afirmación es completamente falsa: “Nosotros firmamos con Emi Music gracias
a Rock al Parque en el 2004, cuando tocamos antes de Molotov. Ahí fue donde nos vieron los de la disquera y fue por
la presentación que se interesaron en nosotros. Nos sentimos hijos de Rock al Parque”, dice Zetha, su baterista. Lo
mismo asegura Superlitio: “Nosotros fuimos la banda revelación del festival en el 97, cuando tocamos en frente de
setenta mil personas luego de que Robi Draco terminara
su presentación antes de tiempo. Creo que ahí Superlitio
dio un gran paso y se lo debemos al festival”, cuenta Pedro Rovetto, su bajista. “Aparte, fue ahí donde conocimos
a Tweety González (ex teclista de Soda Stereo) y desde entonces hemos trabajado con él. Aunque en Colombia no
hay tanto una industria musical sino una escena, dentro
de esa escena el festival tiene un valor tremendo”.
Lo que pocos tienen en cuenta a la hora de juzgar la importancia de Rock al Parque en la industria musical, es la
gran crisis que viven las disqueras con o sin él. Su proceso
de mutación debido a las nuevas tecnologías es evidente.
“En ese limbo que vive la industria, la música en vivo, y
por ende los festivales, han cobrado mucha importancia”,
asegura Camilo Martínez, ex vocalista de El Zut. Aquí es
necesarísimo decir que el festival se ha preocupado por
bandas que no tienen un espacio en el mercado musical
colombiano y que son muy reconocidas en otros países,
como VHS or Beta, Bloc Party o Black Rebel Motorcycle
[104] rock al parque: 15 años guapeando
Club. Asimismo, hay que anotar que el festival hizo visible un
público gigante, y aunque no todo ese público pueda pagar
un concierto, eso hizo que los empresarios se arriesgaran
económicamente a traer bandas de mucha más trayectoria.
Hay una pregunta pertinente: ¿qué tanta responsabilidad
debe achacársele al festival por la industria musical? Como
asegura Chucky García, “la evolución de la escena musical
no depende de Rock al Parque. Simplemente permite que
las bandas locales y nacionales puedan tocar ante miles
de personas, darse a conocer y promocionarse, más aún
teniendo en cuenta que en los conciertos de rock de los
empresarios privados la opción para telonear o hacer parte del cartel es bastante cerrada o rifada. Más allá de esto,
pedirle al festival –que se realiza una vez cada año y que
a lo largo de este no tiene ninguna otra relación con la escena más allá de la convocatoria– que haga evolucionar
la escena o la música nacional está fuera de sitio, porque
dicha evolución depende de una serie de factores ajenos
al evento. Para comenzar, la industria nacional de la música es ajena al evento (sellos grandes, empresarios grandes,
programadores de las principales cadenas radiales, etc.)”.
Sus organizadores tienen esto muy claro, como lo recalca
Catalina Ramírez, la directora de la Secretaría de Cultura,
Recreación y Deporte (SCRD): “Rock al Parque no es sinónimo de fortaleza en la industria discográfica, aunque la Carpa Distrito Rock es claramente una muestra de empresas
y productos ligados a este género musical. Rock al Parque
ha exigido que las bandas piensen en calidad técnica y
musical y que se hayan desarrollado actividades y trabajos
importantes en distintos ámbitos de esta industria como
los roadies, el management, la ingeniería de sonido, los
jefes de prensa y el booking, entre otros. Particularmente
en los estándares de producción. Con los años la complejidad del festival lo llevó a unas instancias relevantes en
términos técnicos. Hoy día la producción de conciertos
en Colombia le debe mucho a Rock al Parque como ejemplo puntual de desarrollo en ese sector”.
Bloc Party, 2008
rock al parque: 15 años guapeando [105]
VHS or Beta, 2005
[106] rock al parque: 15 años guapeando
Sargento García, 2007
rock al parque: 15 años guapeando [107]
[108] rock al parque: 15 años guapeando
with a little
help from
my friends
Otras industrias relacionadas con la producción de espectáculos
se han visto fuertemente impulsadas por el festival. Por ejemplo,
las empresas de logística. Rock al Parque generó un movimiento
de jóvenes que de manera gratuita colaboraban con la organización del evento, la logística y la seguridad durante el desarrollo del mismo y que se hicieron llamar Fuerza de Paz. “Con los
años esto se convirtió en una fuente de empleos con la creación
de empresas profesionales dedicadas a esa actividad como 911 y
GSP”, dice Catalina. Daniel Quiñones, de Logística 911, más conocido en el medio con Taichi, dice que Rock al Parque les subió el
nivel, no solo a ellos, sino a empresas que proveen sonido, luces,
estructuras, roadies e ingenieros. “Nosotros no podíamos seguir
siendo los chinos que protegían un muro. Tuvimos que aprender
primeros auxilios, manejo de masas, en fin, profesionalizar nuestro servicio. El cambio que generamos en el festival y que el festival generó en nosotros fue inmenso porque antes eran como dos
bandos y nosotros neutralizamos esa tensión metiendo a nuestra
gente dentro del público y trabajando con parceros que conocían
cada tribu. Calvos, punketos, metaleros, darks, todos se acercaron
naturalmente porque trabajábamos con sus parceros”.
También las empresas que prestan servicios de sonido, los ingenieros y los roadies han andado un camino largo al lado del
festival. Hugo Ospina, antiguo roadie de La Derecha, Aterciopelados, Ultrágeno y La Pestilencia, se convirtió en jefe de escenario desde el primer festival, lo cual significa manejar todo
el tema técnico en tarima. Al principio era él solo. Ahora tiene
una empresa que se llama Roadie Colombia conformada por
diez personas. Daniel Casas le entrega los riders con unas semarock al parque: 15 años guapeando [109]
nas de anticipación y él los trabaja de la mano con Camilo,
el productor general, porque no solo son requerimientos
técnicos, sino logísticos y de hospedaje. “Rock al Parque es
el momento en el que se puede mostrar el nivel al que se ha
llegado. Nosotros no decimos que hemos crecido por Rock
al Parque, sino con Rock al Parque”. Aparte de cargar y ajustar
instrumentos y amplificadores, Hugo vive de cerca los momentos más álgidos de los conciertos. Tan álgidos que en el
99, minutos antes del toque de Illya Kuryaki, Hugo recibió
doscientos veinte kilovatios de descarga eléctrica y estuvo
muy grave. Pero eso se le olvida cuando recuerda el día en
que Calao, el presentador de las bandas, lo dejó presentar
a Divididos, una de sus bandas favoritas. “Cogí el micrófono
y dije: ¡Con ustedes la aplanadora banda Divididos! Lo más
charro es que Calao me dijo que menos mal los había presentado yo, porque él iba a presentar una banda equivocada”.
Vladimir Rodríguez, que hoy en día trabaja en la Secretaría de
Gobierno y que ha manejado a las tribus urbanas del festival,
recuerda claramente el concierto de Yuri Gagarin en que le pidieron su ayuda en la logística de Rock al Parque. “Un mechudo
bacán me dio una camiseta y un bate a mis escasos pero no
notos trece años, imagínese la alegría: yo, un imberbe tropelero tenía ahora paga por asistir a un festival que me permitía ver
a los grupos de la movida rockera en Bogotá sin tener que colarme a Abbott y Costello, a Kalimán o a la bodega en Torremolinos donde los porteros, si me pillaban, me la montaban y me
sobornaban por ser tan chiquito”. Vladimir duró cuatro festivales formándose en la seguridad logística desde el uso del bate
y la linterna como mecanismo de disuasión, pero al tiempo
crecía musicalmente y empezaba a generar un espacio de intercambio interesante con sus pares rockeros. “Rock al Parque
no es solo bandas, buenos y malos toques, sino principalmente
un escenario de reencuentro y de expansión de las tendencias
culturales más underground y creativas de la ciudad, desde los
peinados, el vestuario, la idiosincrasia, la mezcla de ritmos, de
genes, de generaciones que se van y dejan historia”.
Camilo Rincón, 2007
[110] rock al parque: 15 años guapeando
Los músicos mismos también saben lo que han crecido
gracias a Rock al Parque. “Al principio éramos muy novatos.
No teníamos ingenieros de sonido, ni gente de luces. Nos
montábamos y ni siquiera éramos músicos. Ahora todo el
mundo ha desarrollado su show”, dice Andrea Echeverri.
¿Tendrá esto que ver también con el fogueo de las bandas
locales con internacionales?
rock al parque: 15 años guapeando [111]
los de
afuera
En el 2005, frente a unas treinta mil personas, la banda
bogotana Morfonia iba a tocar después de Babasónicos
y antes de Spinetta, experiencia que su bajista, Santiago
Roa, llamó “sándwich argentino”. Aunque Morfonia tenía
su repertorio fríamente calculado y cronometrado, los técnicos colombianos empezaron a ser presionados por stage managers argentinos algo alterados. “Babasónicos tocó
todo el tiempo que le dio la gana y Morfonia, por ende,
tuvo que recortar su ya de por sí breve show de treinta y
cinco minutos. Cuando arrancamos a tocar, ya azarados,
no se oía una guitarra y la otra estaba totalmente desafinada. La secuencia empezó a mamar gallo, fue una pesadilla
absoluta. De todas formas rocanroleamos y sobrevivimos”.
A pesar de tan nefasta experiencia, Santiago asegura que
conocer a Luis Alberto Spinetta, verlo tocar con esa fuerza
increíble, fue una gran enseñanza.
Dejando de un lado el asunto de qué tanto ha evolucionado la industria como tal, los invitados internacionales han
sido también fuente de inspiración para grupos locales
que hoy en día se la juegan toda por su música. Alejo Gomezcáceres, de Ciegossordomudos dice, por ejemplo, que
ver a Manu Chao en el festival lo marcó profundamente.
“Con su música y su ser, él es lo más parecido a una verdadera revolución musical y, sobre todo, popular”.
Los Amigos Invisibles también cuentan que hicieron amigos visibles: “Hicimos muy buenas migas con Los Tetas de
Chile, y en uno de los shows satélites del festival hicimos
un jam entre las dos bandas que aún recordamos con mucho cariño. También vimos por primera vez a Nortec en
tarima… hemos mantenido contacto con muchos de los
[112] rock al parque: 15 años guapeando
Spinetta, 2004
Camilo Rincón, 2007
rock al parque: 15 años guapeando [113]
músicos que hemos conocido en festivales. Por suerte muchas de las bandas de nuestra época crecimos en una generación donde no existe tal cosa como el rockstar”, afirma
José Luis Pardo, guitarrista de la banda venezolana. Horacio Blanco, vocalista de Desorden Público, también puede
contar entre sus amigos varias bandas de reggae y de ska
colombianas: “Luego de Rock al Parque y gracias a él grabé
con La Severa Matacera y con The Claxon”.
El hecho de que vengan agrupaciones de alto nivel al festival hace que las bandas incipientes entiendan que la música puede ser un trabajo de verdad. “Los festivales son la mejor herramienta que una banda puede tener para acceder a
nuevos públicos que jamás se acercarían a ella de manera
natural y te enseñan lo afortunado que eres de poder llamar
a esto profesión”, añade José Luis. En otra voz, también veneca (la de Horacio Blanco de Desorden Público): “Los festivales sirven para reavivar locuras rituales, para el éxtasis
colectivo, para abrir grifos, para aligerar la presión”.
Cultura y Turismo, quiso invertir los recursos destinados al
festival en otros proyectos. Gracias a la revista Suburbia y
a 99.1, se organizó una recolección de firmas que lo apoyaban. Cerca de veinte mil firmas impidieron su muerte.
“Llegaban hojas de cuaderno firmadas por muchachos en
los recreos de los colegios”, cuenta Héctor Mora con emoción. “Creo que fue de las primeras veces que los jóvenes
de verdad tomaron parte por su propia iniciativa en los
destinos de su ciudad”. Fue entonces que Robi vino por
primera vez, en el 98, y 173 mil personas confirmaron que
el rock también era parte de nuestra raza. Diez años más
tarde, cuando Robi se bajó del escenario, le preguntó a Julio Correal emocionado: “¿Cómo es eso de que Colombia
está en guerra? Hasta donde llegan mis ojos nadie está
peleando”. ¿Cómo podría llamársele a tener reunidos durante tres días a trescientos cincuenta mil jóvenes en paz,
si no un momento histórico?
La emoción que emana de este público, tanto con visitantes como con locales, es tal, que hasta Catalina Ramírez,
hoy directora de la SCRD, se contagió en el último festival:
“Lo viví desde la tarima. No se me olvida la vibración de las
tablas cuando el público gritaba para saludar a un grupo o
despedir a otro, casi te hacían perder el equilibrio. La emoción es contagiosa y de verdad sorprende que los casi cien
mil jóvenes que reúne el festival por día comulguen en
un espacio como este. Me sorprendió cómo reclamaban y
acogían la música local, con tanto o más entusiasmo que a
la de los músicos extranjeros”.
Semanas antes de que se realizara el festival que celebraba sus diez años en el 2004, Robi Draco le dijo a la prensa
colombiana que iba a ser un momento histórico. “Todo lo
que hago, lo hago como si fuera el último día de mi vida.
Cada vez que canto, que compongo, que hago el amor,
le pongo el alma como si fuera la última vez. Cuando me
suba a tocar al escenario del Simón Bolívar va a ser como
si fuera mi última noche”. Esa noche, no la última de Robi,
sino la segunda, se constató una vez más que Rock al Parque era ya una institución absoluta, y muchos de los que
alguna vez temieron por su futuro recordaron el momento
álgido pero ya lejano en que el festival iba a desaparecer.
Catalina Meza, directora entonces del Instituto Distrital de
[114] rock al parque: 15 años guapeando
Robi Draco Rosa, 2004
Café Tacvba, 2004
rock al parque: 15 años guapeando [115]
Apocalyptica, 2005
[116] rock al parque: 15 años guapeando
el rock ya
está acá en
el parque
Aparte de opinar que a nivel de Estado (no de distrito)
Rock al Parque es una de las mejores ejecuciones jamás
vistas en Colombia, Luis Eduardo Garzón explica la pluralidad del evento con una imagen puntual: “Ver a Martha
Senn en tenis y sudadera, organizando un festival de rock,
es como ver a la reina Isabel haciendo aeróbicos en un
gimnasio. Que toda una mezzosoprano se le midiera a eso
da cuenta de la magnitud del festival”.
Al respecto la propia Martha Senn, ex secretaria de la SCRD,
dice: “Dada mi profesión de cantante lírica, no pude menos
que sentir envidia de esos artistas que tienen públicos tan
masivos, en festivales abiertos en parques, que los aplauden miles de palmas, que gritan y cantan con ellos, que se
entusiasman hasta casi perder el sentido, que se identifican
cuando hay algún mensaje en los textos de sus cantos, que
bailan y que no les importa que el cielo se les caiga encima
de un aguacero, porque la fidelidad de los rockeros resiste
lluvia, granizo, truenos y agresiones. Por supuesto, solo los
jóvenes espíritus –aunque hay numerosos meno y andropáusicos que conservan esa juventud– son capaces de resistir horas de horas sin comer, interminables dosis de brincos y desaforados gritos con los que alaban a sus grupos
preferidos. Debo anotar que lo que más me impresionó
es el llamado rock duro, que supone que sus intérpretes
busquen en las profundidades más impensables de sus
cuerdas vocales, ruidos escabrosos que le generan pánico
vocal a cualquier cantante de otro género”.
Y, hablando de música culta, para muchos el show más
impresionante que ha dado este festival es el de Apocalyptica, en el 2005. En palabras de Chucky García: “Su
presentación fue contundente, especial, perfecta. Rock
duro y frontal interpretado con una instrumentación y una
formación poco convencionales, a partir de chelos, con la
técnica y la frialdad propias de la música clásica europea
y las trepidantes y vistosas sinfonías del rock universal”.
Los finlandeses, que empezaron haciendo covers de metal
con sus chelos a manera de jam, son un ejemplo perfecto
para demostrar que las barreras entre la música culta y la
música popular no existen y que la música debería tener
solo dos denominaciones: buena o mala.
Como lo dije al principio, es imposible rememorar tantos
momentos en tan poco espacio. Por eso me adhiero a las
palabras de Vladimir Rodríguez, quien dice que está convencido de que en el momento de su muerte, cuando uno
supuestamente ve pasar su vida en un instante, es posible
que muchas imágenes de este festival pasen por sus ojos y
por los de muchos bogotanos y colombianos, y los de muchas generaciones que definieron sus gustos y disgustos
a lo largo de incontables días de extrema convivencia. Si
hubiera que dedicarle una canción a Rock al Parque, “Llovía, llovía” le iría muy bien. La lluvia y el festival parecen ser
novios eternos. Afortunadamente no hay que echar mano
del tema de Leonardo Fabio, pues Andrea Echeverri y
Héctor Buitrago hicieron lo suyo, paradójicamente bajo la
lluvia, en el 2007, para grabar un video homenaje que presentaron el año pasado, titulado “Al parque”. Andrea dice
que cuando cantó la canción en vivo no vio ni oyó todo,
pero que cuando vio el video se le salieron las lágrimas.
Algo similar sucede con los recuerdos que cada uno guarda de Rock al Parque. Como dice la canción de Aterciopelados: Recuerda, hoy fuimos uno en esta fiesta, que siempre
se sienta. Recuerda todo el poder de ser una sola tribu.
rock al parque: 15 años guapeando [117]
Aterciopelados, 2007
[118] rock al parque: 15 años guapeando
recuerda,
hoy fuimos uno
en esta fiesta,
que siempre
se sienta.
recuerda
todo el poder
de ser una
sola tribu
rock al parque: 15 años guapeando [119]
el festival
en cifras
comparativo
por
de asistentes
a rock al parque
sexo
hombres
AÑO
52
64,71
59
1997 1998 1999
56
66
55,8
56
64
74
71 66,71
2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008
mujeres
48
35,29
41
44
34
44,2
44
36
26
29 33,29
N.º casos de estudio
929
1608
774
1234
2034
1238
958
837
609
732
1315
Durante los quince años del festival se muestra una tendencia a un mayor porcentaje de asistentes de sexo masculino que femenino. Solo en el año 1997 la tendencia refleja una participación muy cercana entre los dos sexos. Se presenta un acercamiento en los años 2003, 2004 y 2008. Fuente: Mediciones Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura, Recreación y
Deporte. Metodología: Tendencias de asistencia por sexo con estudios de caso realizados por año.
No se realizaron estudios de caso en el año 2000.
7,58
1997
1,75
1998
4,79
1999
2000
19,4
2001
13
2002
8,59
2003
19,7
2004
12
2005
8
2006
8
2007
14,31
2008
AÑOS
92,42
1997
98,25
1998
95,21
1999
2000
80,6
2001
87
2002
91,32
2003
80,3
2004
88
2005
92
2006
92
2007
85,69
2008
comparativo
de
de asistentes
a rock al parque
edades
Rock al Parque es un festival joven. La tendencia muestra que los
menores de 26 años, es decir los jóvenes, son quienes presentan un
porcentaje mayor de asistencia al festival.
Fuente: Mediciones Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura,
Recreación y Deporte. Metodología: Tendencias de asistencia
por edades agrupadas con estudios de caso realizados por año,
calculadas y agrupadas en porcentaje con criterios definidos por la
Oficina Observatorio de Culturas tomando como base la Ley 375 de
1997 o Ley de la Juventud que considera una persona joven hasta
los 26 años.
**No se realizaron estudios de caso en el año 2000.
comparativo
de nivel de
educación
de asistentes
a rock al parque
1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008
70
60
50
EDUCACIÓN
40
SUPERIOR
30
20
MEDIA
10
INFERIOR
00
El porcentaje de personas que asisten al festival en su mayoría, de
acuerdo con la tendencia por estudios de caso, tienen una formación
en educación media y superior, es decir personas que están cursando
bachillerato o quienes ya acceden a la universidad. Fuente: Mediciones Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Metodología: Tendencias con estudios de caso realizados por
año, calculadas y agrupadas en porcentaje por nivel de educación.
14
versiones
Durante sus catorce versiones, Rock al Parque ha tenido
niveles de asistencia representativos. Los niveles de
asistencia más altos se presentan en los años 1999
y 2004 cuando se realizó la X versión con un total
de asistentes de 327.276 personas. Fuente: Conteos
Oficina Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura,
Recreación y Deporte.
AÑO 1995 199619971998 1999 2000 200
ASISTENTES
80.000
105.000
160.000
conteo de
129.442
265.261
asistentes
a rock al parque
265.261
103.
0120022003 20042005200620072008
585
52.875
77.389
327.276
174.599
235.030
115.068
172.135
comparativo
de asistencia
por
a rock al parque
estratos
%
0
20
40
60
80 100 120
1997
1998
1999
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
Participación porcentual estratos 1-2-3
Participación porcentual estrato 4
Participación porcentual estratos 5 y 6
NS-NR
Al evaluar las tendencias de personas que asisten a Rock al Parque se
puede encontrar que los estratos 1, 2 y 3 tienen un mayor porcentaje
de participación. Sin embargo, el hecho de encontrar todos los estratos,
muestra la integralidad del festival y su representación para la ciudad.
Fuente: Mediciones Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Metodología: Tendencias de asistencia por estratos
con estudios de caso realizados por año.
Este libro se terminó de
imprimir en el mes de junio de
2009 en los talleres gráficos
de Panamericana Formas
e Impresos, horas antes de que
las guitarras empezaran a sonar
en la decimoquinta versión del
Festival Rock al Parque. Para
ello fue indispensable el apoyo
del Observatorio de Culturas
de la Secretaría de Cultura,
Recreación y Deporte, así como
los invaluables aportes
y la incondicional colaboración
de La Silueta, Daniel Casas,
Donny Rubiano y muchos de
los músicos que han hecho
de este festival una verdadera
institución.