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El Segundo Reich y la Primera Guerra Mundial, en busca de una explicación
Raimund Pretzel (1907-1999), conocido como Sebastian Haffner fue un periodista
e historiador alemán que fue testigo privilegiado de los grandes sucesos que
cambiaron la historia de su país natal y, junto a este, el del resto de Europa.
Haffner provenía de una familia acomodada y protestante berlinesa, siendo su
padre un alto funcionario de la burocracia prusiana. Lo interesante del autor es
que a pesar de sus orígenes conservadores, demostró simpatía hacia las ideas
liberales y evitó caer en el nacionalismo que era la tónica de la época y del cual ni
siquiera personajes como Martin Heidegger lograron escapar. Dentro de sus obras
podemos destacar su aclamada “Historia de un alemán”, donde plantea una
compleja pregunta: ¿Qué condujo a Alemania a la locura del nazismo? Otros libro
del autor es “El Pacto don el diablo”, donde aborda aquel episodio en donde el alto
mando alemán permitió y facilitó a Lenin un tren para que partiera desde Suiza
rumbo a Rusia para que iniciara la revolución. Otras obras del autor abordan la
vida de Hitler y Churchill, y por último cabe mencionar Jeckyll y Hyde, escrito entre
1939 y 1940, donde realiza un análisis desde adentro de la Alemania nazi.
El libro al cual haré referencia trata de la Primera Guerra Mundial, (1914-1918)
específicamente el actuar del Segundo Reich Alemán. El Primer Reich hace
alusión al imperio otónida durante la Alta Edad Media. El Segundo Reich fue la
obra del “Canciller de Hierro” Otto von Bismarck (1815-1898) quien, tras una serie
de batallas contra Dinamarca (1864), Austria (1866) y finalmente Francia (1870),
logró unificar la fragmentada Alemania bajo el poder de Prusia y el Kaiser
Guillermo I. No fue Bismarck, ni Guillermo I, ni su hijo Federico III quien tomaría
las riendas de Alemania durante la Primera Guerra Mundial, sino que sería el nieto
de Guillermo I: Guillermo II. El título del libro de Haffner es “Los siete pecados
capitales del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial”. Algunos ya sabrán
algunas de las causas de la guerra: imperialismo, nacionalismo, carrera
armamentista y el asesinato del archiduque Francisco Fernando. Haffner no toma
esta ruta y se concentra en analizar los errores cometidos el Segundo Reich
durante la guerra. Cabe señalar que explicar el estallido del conflicto por el
asesinato del archiduque no es suficiente, después de todo, no fue el primer líder
asesinado. En 1894 murió asesinado el cuarto Presidente de la Tercera República
Francesa Marie François Sadi Carnot a manos de un anarquista italiano, al igual
que la emperatriz Sissi, esposa del emperador Francisco José de Austria, quien
fue asesinada por otro anarquista italiana: Luigi Lucheni. Haffner no ignora la
influencia de las causas que todos conocemos, pero se enfoca en las
consecuencias que tuvieron las acciones alemanas en el inicio, desarrollo y final
de la Primera guerra mundial.
Escribe el autor en el prólogo:
“Todo el que sufre un gran revés en la vida suele preguntarse después: ¿Qué he
hecho mal? Y no se lo pregunta para castigarse ni humillarse…sino para aprender
de sus errores. Si omite la pregunta, volverá a cometer los mismos fallos una y
otra vez. Los alemanes la han omitido y, por tanto, han repetido los mismos
errores. En lugar de cuestionarse por qué se embarcaron en la guerra y luego la
perdieron, se han convencido una y otra vez de que ellos no fueron los culpables y
de que, en realidad, la habían ganado. El resto, todo lo demás, fue fruto del
destino”.
Para Haffner el destino no tuvo ninguna influencia en el desarrollo de los
acontecimientos, y la derrota alemana fue más bien producto de cálculos
erróneos, decisiones equivocadas y medidas incorrectas de los altos mandos, y
peor aún, con la aprobación de la opinión pública. Comencemos analizando cuáles
fueron esos siete pecados que explica el autor. Haffner no busca a “responsables”
de la guerra ya que, como bien explica, la guerra era en aquellos tiempos un
instrumento legítimo y glorioso de resolución de problemas. “En el mes de agosto
de 1914 se oyeron gritos de júbilo no sólo en Alemania, sino también en Rusia,
Francia e Inglaterra. En aquel momento todos los pueblos tuvieron la sensación de
que volvía tocar una guerra, así que recibieron su estallido con un sentimiento de
liberación”.
Guillermo II y Otto von Bismarck
A pesar de que Haffner considera hipócrita hablar de “responsabilidades de
guerra”, sí es claro en afirmar que fue Alemania la culpable de que esta llegase
efectivamente a Europa. ¿Cuáles fueron los 7 pecados del Imperio Alemán? El
primero fue el error de abandonar la política exterior de Bismarck. El arquitecto del
Segundo Reich había logrado generar cierta confianza en el nuevo imperio creado
y sus sucesores se encargaron de destruir este legado. Más importante fue la
hábil política exterior del Canciller de Hierro. En primer lugar Bismarck se
preocupó de crear un sistema de alianzas en donde debía evitar: una alianza
entre Francia y Rusia que podría obligar a Alemania a pelear en dos frentes, y
evitar una guerra entre Rusia y Austria que podría arrastrar consigo a Alemania.
Bismarck nunca hubiese considerado iniciar una guerra contra Rusia y Francia, y
menos aún arrastrar a Inglaterra a esta misma. Por ello ideó un sistema de
alianzas que tenía como objetivo evitar una alianza entre el imperio de los
Romanov y la Tercera República Francesa. Como explica Haffner, Bismarck no
consideró cuestionar una ecuación geopolítica fundamental en la Europa de
aquella época que decía: “Dentro de Europa reina el equilibrio y fuera de Europa
reina Inglaterra”. Sucedió que los sucesores de Bismarck, con Guillermo II al
mando, tomaron decisiones funestas. La ecuación geopolítica pasó a ser para los
alemanes los sucesores de Bismarck: “Dentro de Europa reina Alemania y fuera
de Europa reina el equilibrio”. Esto se tradujo en que Alemania se convenció de
que necesitaba una gran flota, ya que su futuro estaba en los mares. De ahí
surgieron algunos episodios de tensión como la crisis de Tánger, en Marruecos
(1905-1906) y la Crisis de Agadir (1911). Si Bismarck había afirmado en 1887 que
Alemania era un Estado satisfecho y que ya no tenía necesidades que
necesitaban ser satisfechas por medio del sable, sus sucesores afirmaron lo
contrario. Tal actitud estaba instigada por el imperialismo de moda y
especialmente por el nacionalismo, por la sensación de pertenecer a una nación
que estaba en su máximo esplendor desde el punto de vista científico, militar,
artístico y cultural. Concluye Haffner: “No, Bismarck llevaba la razón y Max Weber
estaba equivocado. El imperio alemán no tenía ninguna necesidad que pudiese
cubrir con el sable. Creer lo contrario fue el primer gran error y el que trajo consigo
todos los demás.
Pasemos al segundo pecado: El Plan Schlieffen. Alfred von Schlieffen (1833-1913)
fue el Jefe del Estado Mayor Alemán y creador del plan que lleva su nombre y que
fue implementado por Alemania en 1914. Tras el asesinato de Francisco Fernando
en Sarajevo por Gavrilo Princip, Haffner señala que Austria-Hungría no estaba
desde un comienzo empeñada en ir a la guerra confiada en la fidelidad nibelunga
y el “cheque en blanco alemán”. En Austria, quien se mostró a favor de la guerra
fue el jefe del Estado Mayor Conrad von Hötzendorf, pero la decisión final a favor
de la guerra no se tomó en Austria, sino que en Potsdam, Alemania. La guerra
contra Rusia (imbuida del espíritu paneslavista a favor de sus hermanos serbios) y
Francia (quien buscaba la revancha tras la derrota final en Sadowa y la coronación
alemana en Versalles) era inevitable. El Plan Schlieffen tenía como objetivo hacer
frente a ambas potencias. En término simples Alemania debía en primer lugar
atacar a Francia por el norte cruzando por Bélgica, para derrotarlos rápidamente y
luego concentrar su poderío en el frente oriental contra Rusia. El plan resultó ser
un fracaso, y peor aún fue el error de cálculo de Alemania de forzar la entrada de
Inglaterra a la guerra debido a la violación de la neutralidad de Bélgica. Para
entender los errores que cometió Alemania, Haffner cita las palabras del Ministro
de Marina británico, Winston Churchill:
“La mayor parte del gabinete estaba a favor de la paz. Al menos tres cuartas
partes de sus miembros estaban decididos a no dejarse arrastrar hacia ningún
conflicto europeo a menos que la propia Inglaterra fuese atacada, cosa que no era
muy probable. Primero, confiaban en que entre Austria y Serbia la sangre no
llegaría al río; segundo, de no ser así esperaban que Rusia no interviniese;
tercero, si Rusia intervenía, confiaban en que Alemania se mantuviera al margen;
cuarto, si Alemania sí que atacaba a Rusia, esperaban que al menos Francia y
Alemania se neutralizaran mutuamente sin necesidad de combatir pero, si
Alemania atacaba a Francia, creían al menos que no lo harían a través de Bélgica
y, de hacerlo, al menos sin que hubiera resistencia por parte belga…”
Alemania se encargó de violar cada uno de los anteriores puntos. Se decidió por
una guerra contra Rusia y Francia, comenzando por la invasión de la segunda a
través de Bélgica y sometiendo a este último país a un duro ataque y abusos
contra la población civil. ¿El resultado? Inglaterra entra a la guerra. Pero, ¿qué
importancia podía tener Bélgica para Inglaterra? En palabras de Haffner:
“La neutralidad belga…no era cualquier cosa. Muchas potencias, entre ellas
Inglaterra, habían proclamado su garantía, y la garantía británica no era
puramente formal. Bélgica había sido desde siempre la puerta de entrada británica
al continente…Durante siglos Inglaterra había luchado una y otra vez en y por
Bélgica; aún en 1830 había amenazado a Francia con la guerra a causa de
Bélgica, en 1870 había insistido en que se respetase estrictamente la neutralidad
belga”.
Pero además, el Plan Schlieffen fue un fracaso ya que los belgas lograron
combatir con valentía antes de ser derrotados, y franceses finalmente lograron
detener a los alemanes en la batalla del Marne. El resultado fue que Alemania
tuvo que combatir a la vez en el frente occidental y oriental, y con Inglaterra en el
bando enemigo. El tercer error o pecado capital alemán guarda relación a su
prioridades y su obsesión por territorios de poca relevancia, lo que tuvo como
consecuencia que la potencia germana no sacara provecho de sus victorias. En el
Estado Mayor alemán se discutía si se anexaría la costa flamenca de Bélgica o
también la costa francesa que daba al canal, y si Polonia pasaría a ser un
protectorado o pasaría ser parte de Austria. Alemania se negó a renunciar a
Bélgica y Polonia, y como consecuencia de ello fracasaría en 1916 el intento de
alcanzar la paz por mediación de Estados Unidos y una paz especial con Rusia.
De acuerdo al autor, durante el período de mayor apaciguamiento y de
posibilidades latentes de llegar a la paz, Alemania no se mostró dispuesta a alterar
el status quo de 1914 en relación a Bélgica y Polonia. “Por eso fracasaron todas
las posibilidades de paz: por Bélgica las norteamericanas y por Polonia las rusas”.
Al parecer esta nueva obsesión alemana con Bélgica obedecía a que ofrecía un
punto estratégico como base para una flota para combatir a Inglaterra.
El cuarto pecado capital de Alemania fue la guerra submarina sin restricciones:
“Con el plan Schlieffen Alemania quiso dejar a Francia fuera de combate y lo que
consiguió fue que entrase Inglaterra. Con la guerra submarina sin cuartel quiso
sacar a Inglaterra y lo que consiguió fue que entrase Estados Unidos. En ambos
casos el daño seguro fue mayor que la mera expectativa de obtener un beneficio,
en el cual en ninguno de los dos casos se produjo”. Además este novedoso tipo de
guerra contravenía el derecho internacional ya que, después de todo, ¿qué
sucedía con los náufragos víctimas de los submarinos? En este nuevo escenario
los intereses económicos de Estados Unidos estaban comprometidos ya que
ahora eran sus barcos los que estaban en peligro producto de una guerra en la
cual no estaban participando. Pero la entrada de Estados Unidos no sólo ayudaría
a que la balanza se inclinase gradualmente a favor de Francia e Inglaterra, sino
que también los términos de la paz a finales de la guerra serían distintos. El
Presidente norteamericano Woodrow Wilson ingresó a la guerra con un discurso
que vanagloriaba la democracia y culpaba a las autocracias por perturbar la paz y
por amenazar la libertad.
Hindenburg, Guillermo II y Ludendorff
El quinto y sexto pecado guardan con relación a Rusia. En su estrategia por
desestabilizar el imperio ruso, el alto mando alemán acordó prepara un tren
blindado con un pasajero especial que tenía un objetivo claro: comenzar la
revolución comunista en Rusia, me refiero a Vladimir Ilich Ulianov, conocido
también como Lenin. La revolución bolchevique tenía un valor puramente
instrumental para quienes realmente estaban al mando de Alemania: Paul von
Hindenburg (1847-1934) y Erich Ludendorff (1865-1937). Ambos habían asumido
las riendas de la guerra en el frente oriental logrando revertir la compleja situación
en la que se encontraba el ejército alemán. Sus éxitos, como la simbólica victoria
en Tannenberg (donde siglos atrás los Caballeros Teutónicos habían sido
derrotados por los eslavos), transformaron a este dúo en verdaderos héroes
míticos. Hindenburg, un júnker prusiano, veterano de la guerra franco-prusiana,
representaba la mesura, mientras que Ludendorff era más temperamental y con
una personalidad compleja, pero era este último el verdadero estratega y genio
detrás de las victorias. Tras la batalla de Verdún, el Kaiser no tuvo otra opción que
ceder el poder real de Alemania a Hindenburg y Ludendorff, pero en la práctica fue
este último quien se transformó en el dictador de Alemania.
El problema fue que, tras la revolución de febrero que llevó a Kerensky al poder y
la posterior revolución de octubre que llevó a Lenin y los bolcheviques al poder,
Alemania no supo aprovechar tal ventaja. El armisticio de Brest-Litovsk (1917) no
fue aprovechado por los quienes continuaron apostados en el frente oriental. En el
momento en que Alemania debió haber lanzado una ofensiva contra el frente
occidental, no lo hizo, y mantuvo gran parte de sus tropas en el frente oriental. Es
más, en 1918 Alemania se adentró en el este más que nunca, hacia Ucrania,
Finlandia, la cuenca del Donets y Crimea. El séptimo y último pecado guarda
relación con el tercero y es la completa huida de la realidad por parte del alto
mando alemán. Cuando pudieron llegar a algún tipo de paz, se decidió continuar
luchando. Esta pérdida del sentido de la realidad responde, de acuerdo a Haffner,
a un obstáculo puramente psicológico y que consistía en la “incapacidad interna
de reconocer ante sí mismos la realidad y asumir el fracaso de sus propios planes.
Era mucho más fácil continuar como si nada hubiera pasado, puesto que todavía,
por así decirlo, no había pasado nada”. Haffner rechaza el mito de la puñalada por
la espalda de acuerdo al cual, los políticos alemanes habrían firmado la paz a
espaldas del valiente ejército que luchaba contra el enemigo. Si hubo un culpable
de apuñalar a Alemania fue Ludendorff, un buen general, pero un mal político que
no logró la paz victoriosa que demandaba. La presión sobre Ludendorff puso en
jaque su salud mental. Al respecto escribe Haffner: “Ludendorff acusó a las tropas
de no brindarle ya la base firme que requería su estrategia. Más adelante ocurrió
lo contrario: era la patria la que había apuñalado por la espalda al ejército
victorioso”. Tras su dimisión, huyó a Suecia para luego regresar a Alemania y
continuar buscando chivos expiatorios como, esta vez en una supuesta conjura
mundial judeo-masónica.
Alemania fue derrotada y sometida a los dictámenes del Tratado de Versalles
(1919). La nación derrotada tuvo que asumir la responsabilidad de haber iniciado
la guerra por lo cual tuvo que pagar cuantiosas indemnizaciones a los vencedores.
El artículo 231 del Tratado estipulaba:
“Los gobiernos aliados y asociados declaran, y Alemania reconoce, la
responsabilidad de Alemania y sus aliados por haber causado todos los daños y
pérdidas a los cuales los gobiernos aliados y asociados se han visto sometidos
como consecuencia de la guerra impuesta a ellos por la agresión de Alemania y
sus aliados”.
Su territorio fue reducido, por ejemplo, Alsacia y Lorena pasó a Francia, una parte
de la población alemana paso a formar parte de la nueva Checoslovaquia (zona
de los Sudetes) y con la creación una Polonia independiente, Alemania fue
separada de Prusia por el corredor polaco, que daba a Polonia una salida al mar.
Guillermo II huyó a Bélgica falleciendo en Amerongen, en 1938. Ludendorff
participó en el Putsch de 1923 junto a Hitler. Falleció en 1937 enemistado con el
futuro dictador de Alemania.
Millones de muertos entre civiles y militares, la desaparición de cuatro imperios
(Rusia, Austria-Hungría, Alemania y Turquía), la reconfiguración del mapa europeo
y la creación de la primera nación socialista, fueron algunas de las consecuencias
de la primera Guerra Mundial. La humillación a la nación alemana por las
potencias vencedoras, principalmente Francia, sería un error, y así lo percibieron
algunas personalidades como John Maynard Keynes. Años después un austriaco,
un artista frustrado prometería acabar con el Tratado de Versalles, erradicar el
comunismo de Alemania y sacar a la nación de la crisis económica. La República
de Weimar, sucesora del Segundo Reich tendría sus años contados: 1919-1933.
En este último año Hitler y el Partido Nacional Socialista llegarían al poder y
llevarían a Alemania a una nueva guerra.
Reconfiguración del mapa europeo tras el final de la Primera Guerra Mundial y
la situación de Alemania tras el Tratado de Versalles (1919)