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Transcript
Trabajo Final: Curso de
Neurobiología y Plasticidad Neuronal
Alumna: Giselle Marandet
www.asociacioneducar.com
Mail: [email protected]
Facebook: www.facebook.com/NeurocienciasAsociacionEducar
NEUROPLASTICIDAD Y AUTISMO
“Una mirada distinta de percibir el mundo”
La idea de este trabajo final, surgió de mi experiencia laboral con un niño con
espectro autista. La misma me llevó a profundizar sobre este tema para poder
relacionarlo con mi práctica psicopedagógica y con la temática del curso:
“Neurobiología y plasticidad neuronal”.
Quisiera comenzar adentrándonos en algunos conceptos, que nos permitirán
comprender el planteo hipotético de este trabajo.
Se llama plasticidad cerebral a la capacidad que posee el sistema nervioso
de reorganizar y modificar sus funciones en respuesta a estímulos externos o
internos de forma que los cambios resulten adaptativos, más sencillamente
sería la capacidad del cerebro de cambiar y cambiarse como resultado de la
experiencia, durante toda la vida.
Llamamos autismo al trastorno del desarrollo que afecta al modo en que un
niño ve el mundo, se relaciona con él y aprende de sus experiencias. Los tres
síntomas nucleares del autismo son: trastorno en la relación interpersonal,
dificultades en la capacidad de comunicación y restricción del ámbito de
intereses, los cuales inciden claramente en el modo como el niño está y vive en
el mundo y condicionan completamente el cómo lo hará siendo adulto.
El planteo es poder relacionar las maneras de intervenir desde la
neuroplasticidad, priorizando las particularidades de las características de un
niño con espectro autista, donde desde nuestro rol, debemos generar
posibilidades de cambio y adaptación a nuevas situaciones.
Junto a la clásica triada nombrada anteriormente que define al autismo, hay un
conjunto de síntomas habitualmente presentes en estos pacientes, que
constituyen un interesante punto de estudio. Los más frecuentes son las
respuestas anormales a estímulos sensoriales y determinadas habilidades
especiales altamente estructuradas, atendiendo a dos características: el nivel
de complejidad de las operaciones y el modo de codificación. Se ven afectadas
las habilidades del niño en cuanto a comunicación, comprensión del lenguaje,
juego, habilidades sociales, funciones mnésicas y ejecutivas. Otras
características son la exhibición de actividades repetitivas y movimientos
estereotipados, la resistencia al cambio en el medio ambiente o cambios en la
rutina diaria, y tener reacciones poco usuales a las experiencia sensoriales.
Está demostrado que el cerebro de los niños con autismo o que desarrollarán
autismo, es más grande que el de los niños que no presentan este trastorno.
Un estudio del grupo de Eric Courchesne publicado en el Journal of the
American Medical Association (JAMA) ha encontrado la respuesta: los niños
con autismo tienen más neuronas.
Se sabía que el volumen cerebral era mayor en la corteza prefrontal, la zona
que se considera directamente relacionada con algunos de los síntomas que
presentan estos niños.
Los resultados indicaron que los niños con autismo tienen un 67 % más de
neuronas en la corteza prefrontal (este lóbulo conduce todas las actividades
cognitivas y ejecutivas, se lo considera esencial en la memoria de trabajo, la
planificación de conductas complejas, en la expresión de la personalidad y la
conducta social apropiada, responsable de la inteligencia emocional, tanto a
nivel personal como social).
En resumen, se ha podido demostrar, de una forma preliminar pues el número
de casos es limitado pero con bastante contundencia, que los niños con
autismo tienen un mayor peso de su cerebro y un mayor número de neuronas
en su corteza prefontal.
Los cerebros de los niños con autismo no podan las conexiones entre las
neuronas que no sean necesarias a medida que crecen, lo que les deja con
muchos de estos enlaces sobrantes, es decir que la cantidad de conexiones
cerebrales de un niño autista es mayor que en un cerebro sano, según un
estudio realizado por la Universidad de Columbia, aún vigente en la actualidad.
El problema con esta poda de sinapsis lo tendría una proteína, cuya sobre
activación provocaría que no se pudieran romper las sinapsis cerebrales de
más, evitando así la poda natural del cerebro, explica el investigador David
Sulzer, profesor de neurología, psiquiatría y farmacología de la Universidad de
Columbia.
Durante el desarrollo normal, nuestro cerebro desarrolla una gran cantidad de
sinapsis (paso del impulso nervioso desde una célula nerviosa a una célula
muscular, glandular o nerviosa) o comunicaciones cerebrales, especialmente
en la corteza cerebral. Posteriormente, se produce una “poda” (mecanismo
fisiológico necesario para el crecimiento y desarrollo normal), donde la mitad de
estas comunicaciones se va eliminando hasta que acaba la adolescencia,
moldeando el cerebro con el paso de los años. Sin embargo, en el autismo,
parecen existir una serie de genes relacionados con las sinapsis, por lo que su
papel en la enfermedad sería relevante. Aún no se conoce a nivel genético por
qué desarrollaron autismo, pero todos muestran el mismo fenotipo.
He aquí una imagen de conexiones agrupadas: en los niños con autismo, las
sinapsis se mantienen densa con el tiempo (abajo), en lugar de disminuir en
número como en el desarrollo normal (arriba).
Esta hipótesis según la plasticidad en la actualidad, deja entrever que al no
haber “poda” normal en la adolescencia, quedan circuitos de la infancia que
fueron adaptativos para esa etapa, pero dificultarían el adecuado
comportamiento en el adulto en cuanto a su conectividad cerebral, no se
adaptarían al paso del tiempo provocando conductas estancas y poco flexibles.
Ahora bien, teniendo en cuenta lo expresado y posicionándonos en las edades
previas a esta poda deficitaria, podemos decir que los niños con autismo
coinciden en un factor que es de relevancia en su trastorno, pero esto no
significa encasillarlos, la plasticidad hace a la singularidad de cada ser
humano, lo “innato”, aquello que aparece codificado en los genes, puede ser
transformado por lo “adquirido”, aquello que es obtenido desde la relación con
el medio, dando lugar a un individuo único. Es aquí donde debe focalizarse la
tarea psicopedagógica, en la posibilidad de cambio de aquel niño o aquella
niña singular.
GENOTIPO + AMBIENTE= FENOTIPO
(interacción constante)
El objetivo, desde el punto de vista de la neuroplasticidad, se basaría en el
logro de la supervivencia y el aprendizaje, entendiendo este último como la
adquisición intrínsica y duradera, resultado de la interacción con el medio, el
cual produce un cambio en la conducta, que junto con la memoria darán lugar a
un comportamiento adaptativo. La inteligencia colaboraría en la capacidad de
reaccionar de manera flexible.
El aprendizaje va a depender de la emoción y la motivación, que dirigen la
atención hacia cierta información del medio que recibimos y percibimos, y
luego guardamos en nuestros almacenes mnésicos para ser recuperada o
evocada en situaciones posteriores.
Es aquí donde se ponen de manifiesto los puntos fundamentales para la
intervención, ya que los niños con autismo presentan trastornos de respuestas
en el área estímulo sensorial, trastornos en la capacidad de relacionarse y
comunicarse, y trastornos en las funciones ejecutivas (atención, memoria,
pensamiento, motivación, planificación, ética, autocontrol) entre otros, y es en
este punto donde aparecería cierta incompatibilidad con el objetivo de
intervención, ya que se encuentra comprometida la recepción de estímulos,
base y pieza fundamental de todo proceso, por el cual nos llega la información
inicial que debemos percibir para responder y en función a ésta, se dificulta
todo mecanismo que forme parte del aprendizaje.
Estos procesos que parecen rígidos les impiden ir hacia el cambio y en muchas
ocasiones no obtenemos las respuestas más adaptativas, encontrándonos con
patrones de comportamiento difíciles de modificar, cuando la esencia de todo
cambio radica en el ensayo de respuestas innovadoras y nuevas experiencias,
que establezcan nuevas conexiones neuronales, para pasar a ser naturales
mediante el fortalecimiento de dichas conexiones, instalando así el cambio en
función del tiempo.
La integración sensorial es base para aprender y la regulación de esos
desórdenes sensoriales en los niños autistas implica una mejor calidad de vida.
El objetivo de las intervenciones será entonces desarrollar nuevas redes
neuronales para potenciar el aprendizaje de estos niños. No se trata de
etiquetar al niño en términos de problemas de conducta, o de atención, o de
sensopercepción, etcétera, sino de revelar por medio de la evaluación funcional
las deficiencias neurofisiológicas básicas para que pueda progresar
gradualmente.
Los niños autistas tienden a replegarse sobre sí mismos y aislarse de los
demás, no se interesan por los objetos ni por las personas, únicamente por
aquello que causa sensación en ellos, sin embargo a través del intercambio se
pretende ayudar al niño a desarrollarse e interactuar con los demás.
La idea es acercarse al lugar donde está el niño, proponiendo todo aquello que
tenga en cuenta la manera en que él percibe el mundo. La curiosidad en estos
niños se encuentra retardada, por lo tanto, uno debe estar atento a poder
percibir su curiosidad y utilizar objetos curiosos, para potenciar el aprendizaje y
desarrollo del niño, a su vez favorecería la plasticidad cerebral y se convertiría
en base para la comunicación entre paciente- terapeuta. Además de propiciar
la socialización y el vocabulario, intentando alejarlos de las actividades auto
centradas en sí mismo.
Cabe aclarar que el cerebro es estímulo dependiente, sin estímulos no hay
desarrollo, se necesitan estímulos que establezcan interacciones neurales,
estímulos apropiados fuera de los términos establecidos e inherentes a cada
etapa del ciclo de vida. A su vez, la hipótesis del cerebro social, revela la
importancia que tienen las habilidades sociales, el lazo social y la interacción
con los demás, en el proceso de aprendizaje. El diagnóstico temprano es muy
importante para establecer un programa educacional apropiado a las
necesidades individuales de los niños con autismo, mejorando las destrezas
necesarias, útiles para la vida diaria en la escuela, en el hogar y en el entorno.
Evitar la etiqueta del diagnóstico y centrarse en la unidad indivisible del niño
como sujeto bio-psico-social, donde el medio ambiente, el cuerpo, el cerebro y
la mente se encuentran en constante intercambio en ese mismo sujeto.
Por último me gustaría destacar que la plasticidad disminuye de manera
notable entre los 8 y 10 años de edad, hay edades críticas o más sensibles en
donde se aprende mejor y son los momentos precisos en que los estímulos
jugarán un papel fundamental, ya que cruzando esa barrera lo que no ha sido
estimulado, se pierde.
Recuerden que todos nuestros cerebros son moldeables. Entrenando al
cerebro, se cambia la mente y la neuroplasticidad da lugar a la calidad de vida,
pudiendo ser cada uno artífice de su propio modelo y ser lo que cada uno
somos.
Giselle Marandet, Psicopedagoga