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Reportaje exclusivo de Time.
Revista Ercilla N°3.055 – 24 de Marzo de 1997.
El desarrollo del cerebro
Desde el nacimiento de una criatura, sus células cerebrales entran en un estallido de interacción,
experimentando miles de millones de conexiones entre sí para crear un modelo mental para
toda la vida. Los últimos descubrimientos indican que los tres primeros años son cruciales y el
primero determinante.
Si los científicos pudieran atisbar en el cerebro de un embrión humano a las diez o doce semanas
después de la concepción, escucharían un bullicio asombroso, un chisporroteante “ra-ta-tan, ra-tatan”. Dentro del vientre materno, mucho antes de que la luz golpee por vez primera la retina del
ojo o de que las primera imágenes de los sueños revoloteen por la corteza cerebral, las células
nerviosas en el cerebro en desarrollo crujen de actividad con un fin determinado.
Como adolescentes con el teléfono, las células en un barrio del cerebro llaman a sus amigas de
otro barrio, y ésta, a su vez a otras amigas; y continúan llamándose una y otra vez, “casi –dice la
neurobióloga Carla Shatz de la Universidad de California en Berkeley– como si estuvieran
llamándose a sí mismas”.
Pero estas neuronas –como se llama a las alargadas células que transportan los mensajes
eléctricos a través del sistema nervioso y el cerebro- no están transmitiendo señales de una
manera dispersa. Al contrario, los últimos descubrimientos señalan evidencia creciente de que los
estallidos eléctricos entrecortados que forman el “ra-ta-tan” distintivo proceden de ondas
coordinadas de actividad neuronal, y que esas ondas de pulsaciones –como corrientes que
mueven la arena en el fondo oceánico- realmente cambian la forma del cerebro, excavando
circuitos mentales y siguiendo modelos que a través del tiempo permitirán al niño recién nacido
percibir la voz del padre, el tacto de la madre o un móvil brillante meciéndose sobre la cuna.
De todos los descubrimientos que han producido los laboratorios neurocientíficos en los últimos
años, los hallazgos en cuanto a la actividad eléctrica del cerebro cambian la estructura física de
éste es, quizás el más impresionante. Porque ya no se supone que el rítmico disparo de neuronas
sea subproducto de la construcción del cerebro sino parte esencial del proceso: comienza mucho
antes del nacimiento. Un cerebro no es un computador. No, el cerebro comienza a operar mucho
antes de estar terminado el mismo proceso que lo “cablea” antes del nacimiento también conduce
a la explosión de aprendizaje que ocurre inmediatamente después.
Al nacimiento, el cerebro de la criatura contiene 100 mil millones de neuronas aproximadamente
tantas células nerviosas como estrellas existen en la Vía Láctea. También se encuentran en su lugar
un trillón de células “gliales” llamadas así por una palabra griega que significa “goma” y que
forman una especie de panal que protege y alimenta a las neuronas. Aunque el cerebro contiene
virtualmente todas las células nerviosas que tendrá en el futuro, el modelo de “cableado” entre
ellas todavía tiene que estabilizarse. Hasta ese momento, sostiene la doctora Shatz, “lo que el
cerebro ha hecho es esbozar circuitos que a lo más son las mejores ideas posibles para la visión, el
lenguaje y cualquier otra cosa”. Y luego le corresponde a la actividad neuronal –ya no espontánea,
sino guiada por una corriente de experiencias sensoriales- tomar este borrador y refinarlo
progresivamente.
Durante el primer año de vida, el principal órgano del cuerpo sufre una serie de cambios
extraordinarios. Comenzando poco después del nacimiento, el cerebro de la criatura en un
despliegue de exuberancia biológica- produce entre las neuronas millones más de conexiones que
podría usar. Luego elimina las conexiones –o sinapsis- que son usadas rara vez o nunca. Las
sinapsis excesivas en el cerebro de un niño sufren un draconiano proceso de poda, el que se inicia
alrededor de los diez años o antes, dejando tras de sí una mente cuyos modelos de emoción y
pensamiento son, para mejor o para peor, únicos.
1
 El desarrollo del cerebro depende de  A las seis semanas, el cerebro en
genética y nutrición, pero también del
crecimiento de un embrión, ricamente
estímulo que recibe el niño. Y es inmenso el
irrigado por vasos sanguíneos, es casi tan
beneficio si es su madre quien lo cuida en el
grande como su cuerpo.
primer año de vida.
Privado de un medio ambiente estimulante, el cerebro de un niño sufre. Investigadores del Colegio
Médico de Baylor, por ejemplo, descubrieron que aquellos niños que no juegan mucho o son
tocados rara vez, desarrollan cerebros 20% a 30% más pequeños que los normales para su edad.
Animales de laboratorio proporcionan otro paralelo interesante. Investigadores de la Universidad
de Illinois, observaron que no solamente las ratas jóvenes criadas en jaulas llenas de juguetes
muestran conductas complejas que las confinadas en cajas estériles, carentes de elementos
interesantes, sino que los cerebros de esas ratas contenían hasta un 25% más de sinapsis por
neurona. En otras palabras, la riqueza de experiencias realmente produce riqueza en los cerebros.
Las nuevas observaciones sobre el desarrollo de este órgano revisten profundas implicancias para
padres y encargados de políticas sociales. Es una época en que madres y padres se ven
crecientemente presionados por el tiempo, y pueden ya sentirse culpables por pasar demasiadas
horas alejados de sus hijos; y los resultados que están saliendo de los laboratorios aumentarán la
preocupación por dejar a los niños muy pequeños al cuidado de otras personas. Porque los datos
subrayan la importancia de la paternidad a corta distancia, del encontrar tiempo para acunar al
niño, hablarle y proporcionarle experiencias estimulantes. Estos nuevos datos han comenzado a
insuflar un creciente apasionamiento en el debate político sobre la educación y cuidados
tempranos.
Expertos en desarrollo infantil sostienen que existe una necesidad urgente de que los programas
preescolares sean diseñados de manera de impulsar la capacidad cerebral del niño. “Existe un
calendario en el desarrollo del cerebro, y el año más importante es el primero”, sostiene Frank
Newman, presidente de la Comisión de Educación Federal. A los tres años, un niño que haya sido
descuidado o maltratado lleva la marca de ello, si no indeleble, por lo menos extremadamente
difícil de borrar.
Pero las nuevas investigaciones también ofrecen esperanzas. Los científicos han descubierto que
durante los primeros años de vida el cerebro es tan maleable que los niños muy pequeños que
sufren ataques o heridas que destruyen todo un hemisferio cerebral pueden, sin embargo,
madurar llegando a convertirse en adultos funcionales. Más aún, cada vez queda más en claro que
programas preescolares bien diseñados pueden ayudar a muchos niños a superar déficit notorios
en su medio ambiente. Sostienen los investigadores que con terapia apropiada incluso desórdenes
serios como la dislexia, pueden ser tratados. Aunque algunos problemas hereditarios ponen a
ciertos niños en un mayor riesgo que otros, dice el doctor Harry Chugani, neurólogo pediátrico de
la Universidad Estatal Wayne, en Detroit, ello no es excusa para ignorar el poder del medio
ambiente para remodelar el cerebro. “No podemos hacer mucho para cambiar lo que sucede
antes del nacimiento, pero podemos modificar lo que sucede después de nacido el niño”, afirma.
Desde los años 1970 viene acumulándose fuerte evidencia de que la actividad cambia el cerebro,
pero sólo recién los investigadores han contado con herramientas poderosas para revelar los
mecanismos precisos mediante los cuales se producen esos cambios. La actividad neuronal gatilla
una cascada bioquímica que recorre todo el camino hasta los núcleos de las células y las espirales
de ADN que codifican los genes específicos. En realidad, dos de los genes afectados por la
actividad neuronal en los embriones de mosca de la fruta, como informaron el año pasado el
neurobiólogo Corey Coodman y sus colegas de Berkeley, son idénticos a aquellos que otros
estudios identificaron como ligados al aprendizaje y memoria.
A medida que los investigadores exploran los lazos antaño ocultos entre la actividad del cerebro y
la estructura cerebral, están comenzando a construir un firme puente sobre el abismo que parecía
separar los genes del medio ambiente. Los expertos concuerdan ahora en que una criatura no
llega al mundo como un autómata genéticamente preprogramado o una pizarra en blanco a
merced del medio ambiente, sino que irrumpe a la vida de una manera muchos más interesante,
por esta razón, el debate en que han participado incontables generaciones de filósofos –si es la
naturaleza o la crianza la que tiene la palabra decisiva- ya no interesa a la mayoría de los
científicos. Están demasiado ocupados describiendo la innumerable cantidad de caminos por los
que los genes y medio ambiente interactúan. “No se trata de una competencia –comenta el doctor
Stanley Greenspan, siquiatra de la Universidad George Washington-, sino de una danza”.
2
La Importancia del Gen
La danza comienza alrededor de la tercera semana de gestación, cuando una delgada capa de
células en el embrión en desarrollo realiza una maniobra doblándose hacia adentro para dar
nacimiento a un cilindro lleno de líquido conocido como “tubo neural”. A medida que las células
de ese tubo proliferan a la asombrosa tasa de 250.000 por minuto, el cerebro y la médula espinal
se ensamblan en una serie de pasos finamente coreografiados. La naturaleza es el bailarín
dominante de esta fase del desarrollo. Pero la crianza desempeña un papel de apoyo vital.
Cambios en el medio ambiente del vientre materno –ya sea provocados por mala alimentación de
la madre, abuso de drogas o una infección viral- pueden dañar el trabajo del reloj de precisión de
la línea de montaje neuronal. Ciertas formas de epilepsia, retardo mental, autismo y esquizofrenia
parecen ser resultantes de algo que marchó mal en el proceso de desarrollo.
Pero lo que admira a los científicos que estudian el cerebro, lo que todavía los asombra, no es que
ocasionalmente las cosas marchen mal en el cerebro en desarrollo, sino el que tantas veces
funcionen en forma correcta, esto es lo más notable, sostiene la doctora Shatz, ya que el sistema
nervioso central de un embrión no es una miniatura del sistema adulto, sino que se parece mucho
más al del renacuajo que da nacimiento a una rana. Entre otras cosas, las células producidas en el
tubo neural deben migrar a ubicaciones distantes y establecer con precisión las conexiones que
ligan a una parte del cerebro con otra.
¿Qué magia bioquímica subyace bajo esta increíble metamorfosis? Las instrucciones programadas
en los genes, por supuesto. Los científicos descubrieron recientemente, por ejemplo, que un gen
apodado “Sonie, el puerco espín” –por un popular juego de video de ese nombre, determina el
destino de las neuronas de la médula espinal y el cerebro. El neurobiólogo de la Universidad de
Columbia, Thomas Jessell, descubrió que se requieren concentraciones moderadas de este
potente factor para producir una neurona motora, y concentraciones menores para producir una
interneurona (una célula que envía señales a otras neuronas, en lugar de hacerlo hacia fibras
musculares, como el caso de las motoras).
CABLEANDO EL CEREBRO
(1) El cerebro de un embrión produce muchas (2) Las neuronas sobrevivientes producen
más neuronas o células nerviosas de las
axones, líneas de transmisión a larga
que necesita. Después elimina el exceso.
distancia del sistema nervioso. En sus
extremos, los axones producen múltiples
ramas que se conectan temporalmente con
muchos blancos.
(3) Estallidos espontáneos de actividad (4) Después del nacimiento, el cerebro
eléctrica refuerzan algunas de estas
experimenta una segunda aceleración del
conexiones, mientras que otras (las que no
crecimiento, a medida que axones (que
han sido reforzadas por esa actividad) se
envían señales) y dendritas (que las reciben)
atrofian.
realizan nuevas conexiones. La actividad
eléctrica, gatillada por un flujo de
experiencias
sensoriales,
sintoniza
finamente
los
circuitos
cerebrales,
determinando qué conexiones serán
conservadas, y cuáles, podadas.
De todos los problemas que debe ver el sistema nervioso en crecimiento, sin duda el más
desafiante es el planteado por su propio “cableado”. Después del nacimiento, cuando las
conexiones hacen explosión, cada uno de los miles de axones de neuronas forjará enlaces con
millones de otras. Primero deberá producir una red de fibras parecidas a alambres, conectados
como axones (que transmiten señales y dendritas (que las reciben). El objetivo es formar una
sinapsis. La estructura parte de una brecha sobre la cual el axon de una neurona envía una señal a
las dendritas de otra. Antes de que esto pueda suceder, axones y dendritas deben casi tocarse. Y
aunque las dendritas cortas, tupidas, no tienen que viajar muy lejos, los axones –gruesos y
pesados cables de trabajo del sistema nervioso- deben atravesar distancias que son equivalentes
microscópicos a kilómetros.
3
Los Primeros Movimientos
Hasta este momento, los genes han controlado el desarrollo del cerebro. Sin embargo, tan pronto
como los axones realizan sus primeras conexiones, los nervios comienzan a emitir cargas y lo que
hacen resulta más y más importante. En esencia, afirman los científicos, el sistema nervioso en
desarrollo tiende el equivalente a líneas telefónicas troncales entre los barrios y ciudades. Ahora
tiene que averiguar qué cables pertenece a qué casa, un problema que no puede ser resuelto por
los solos genes, por razones que se reducen a la simple aritmética. Finalmente, estima el doctor
Goodman, un cerebro humano debe forjar cuatrillones de conexiones. Pero en el ADN humano
existen sólo 100.000 genes. Incluso aunque la mitad de esos genes –alrededor de 50.000parezcan estar dedicados a construir y a tender el sistema nervioso, observa, no es suficiente para
especificar más que una minúscula fracción de las conexiones creadas para un cerebro en pleno
funcionamiento.
En los mamíferos adultos, por ejemplo, los axones que conectan el sistema visual del cerebro se
acomodan a sí mismos en sorprendentes capas y columnas que reflejan la división entre el ojo
izquierdo y el derecho. Pero esos axones parten tan enredados como un plato de tallarines, según
explica Michael Stryker, de la Universidad de California, en San Francisco. Lo que soluciona el
enredo, según se ha establecido, es la actividad neuronal. En una serie de experimentos
considerados como clásicos por los científicos de este campo, la doctora Shatz, de Berkeley,
bloqueó químicamente la actividad neuronal en embriones de gatos. ¿El resultado? Los axones
que conectan las neuronas en la retina del ojo con el cerebro nunca formaron la geometría ojo
izquierdo/ojo derecho necesaria para apoyar la visión.
CABLEADO DE LA VISION
Lo que sucede: Las criaturas pueden ver desde
el nacimiento, pero no con detalles finos.
Todavía no han adquirido la habilidad de
enfocar ambos ojos en un solo objeto ni han
desarrollado
habilidades
visuales
más
sofisticadas como la percepción en profundidad.
También carecen de la coordinación mano-ojo.
CABLEADO DEL LENGUAJE
Lo que sucede: Incluso antes del nacimiento, la
criatura está sintonizada con la melodía de la
voz de su madre. Durante los seis años
siguientes, su cerebro establecerá los circuitos
necesarios para descifrar y reproducir los
poemas. Un pequeño de seis meses puede
reconocer los sonidos de las vocales, que son los
ladrillos básicos para la construcción del habla.
Lo aconsejable: No se necesitan juguetes
demasiado contrastados en blanco y negro para
estimular la visión. Exámenes periódicos de los
ojos, a partir de las dos semanas de edad,
detectan problemas que, si no se corrigen,
pueden hacer que un ojo débil o no usado
pierda sus conexiones funcionales con el
cerebro.
Lo aconsejable: Los investigadores han
descubierto que hablar mucho a una criatura
acelera significativamente el proceso de
aprender palabras nuevas. El estilo remarcado,
con sonsonete al hablar –conocido como
parentese- ayuda a los niños a conectar los
objetos con palabras.
Ventana de aprendizaje: A menos que sea
ejercitado tempranamente, el sistema visual no
se desarrollará.
CABLEADO DE LOS SENTIMIENTOS
Lo que sucede: Entre los primeros circuitos que
construye el cerebro están los que gobiernan las
emociones. Alrededor de los dos meses de
edad, el malestar y el contento experimentados
por los recién nacidos comienzan a evolucionar
para transformarse en sentimientos más
complejos: alegría, tristeza, envidia y empatía,
orgullo y verguenza.
Ventana de aprendizaje: Las habilidades de
lenguaje son más agudas tempranamente, pero
aumenta a través de la vida.
CABLEADO DEL MOVIMIENTO
Lo que sucede: Al nacimiento, las criaturas
pueden mover sus extremidades, pero de una
manera incontrolada, dispersa. Durante los
cuatro años siguientes, el cerebro refina
progresivamente los circuitos para alcanzar,
asir, sentarse, gatear, caminar y correr.
Lo aconsejable: Dar a las criaturas mucha
libertad para explorar, mientras la seguridad lo
permita. El solo llegar hasta un objeto ayuda al
cerebro a desarrollar la coordinación mano-ojo.
Tan pronto como los niños estén listos para
ellas, actividades como dibujar y tocar el violín o
el piano estimulan el desarrollo de las
habilidades motoras finas.
Lo
aconsejable:
El cuidado
amoroso
proporciona al cerebro del niño el estímulo
emocional correcto. Descuidar a una criatura
puede producir modelos de ondas cerebrales
que apaguen los sentimientos felices. El abuso
puede producir aumento de la ansiedad y
respuestas de estrés anormales.
4
Ventana de aprendizaje: Las emociones se Ventana de aprendizaje: El desarrollo de las
desarrollan por capas, cada una más compleja habilidades motoras va desde los movimientos
que la anterior.
gruesos a los cada vez más finos.
Pero ninguno de los recientes descubrimientos ha intrigado tanto a los investigadores como los
informados por Goodman y sus colegas de Berkeley. Al estudiar el problema de cómo los axones
de las neuronas motoras de la médula espinal de la mosca establecen conexiones con las células
musculares de sus extremidades, los biólogos se encontraron con algo inesperado. Sabían que
existía un gen que mantiene juntos a racimos de axones mientras corren hacia las células
musculares que constituyen su blanco; lo que descubrieron fue que la actividad eléctrica
producida por las neuronas inhibía este gen, aumentando espectacularmente la cantidad de
conexiones que hacían los axones. Todavía más intrigante fue que las señales amplificaban la
actividad de un segundo gen, llamado CREB.
La presencia del CREB, más que cualquier otro, relaciona el proceso de desarrollo que ocurre antes
del nacimiento con el que continúa mucho después. Porque el neurofisiólogo Eric Kandel, de la
Universidad de Columbia, ha demostrado que los procesos gemelos de la memoria y el aprendizaje
que suceden en los animales adultos dependen de la molécula CREB. Sin ella, los seres humanos
no pueden formar recuerdos a largo plazo. Y sin recuerdos a largo plazo, resulta difícil imaginar
cómo los cerebros infantiles podrían dominar algo más que las habilidades rudimentarias. “La
crianza es importante –afirma Kandel- pero la crianza opera a través de la naturaleza”.
El Fruto de la Experiencia
Cuando nace una criatura, puede ver y oler y responder al tacto, pero sólo débilmente. El tallo
cerebral, una región primitiva que controla funciones vitales como los latidos del corazón y
respiración, tiene su “cableado” completo. En todos los demás sitios las conexiones entre
neuronas son débiles y pequeñas. Pero durante los primeros meses de vida, los centros superiores
del cerebro atraviesan por una verdadera explosión de nuevas sinapsis. A medida que axones y
dendritas eclosionan con brotes y ramas, como árboles en primavera, el metabolismo se eleva. A
los dos años, el cerebro de un niño contiene el doble de sinapsis y consume el doble de energía
que el cerebro de un adulto normal.
El doctor Peter Huttenlocher, neurólogo pediátrico de la Universidad de Chicago, realizó un
estudio de esta época extraordinaria del desarrollo del cerebro mediante autopsias de niños
muertos inesperadamente. La cantidad de sinapsis en una capa de la corteza visual, informó
después, se elevó desde alrededor de 2.500 por neurona en el nacimiento hasta 18.000 alrededor
de seis meses después. Y aunque estas conexiones microscópicas entre fibras nerviosas continúan
formándose durante toda la vida alcanzan sus más altas densidades promedio (15.000 sinapsis por
neurona) alrededor de los dos años y permanecen a este nivel hasta los diez u once.
Los neurocientíficos afirman que lo que cablea el cerebro de un niño es la experiencia repetida.
Cada vez que una criatura intenta tocar un objeto atractivo, observa un rostro o escucha una
canción de cuna, minúsculos estallidos eléctricos se disparan a través del cerebro, entretejiendo a
las neuronas en círculos tan bien definidos como los grabados en los chips de silicio. Los
resultados son esos hilos neuronales que nunca dejan de deleitar y asombrar a los padres.
Aproximadamente a los dos meses, por ejemplo, los centros de control motor del cerebro se
desarrollan hasta el punto que las criaturas pueden alcanzar o asir un objeto cercano. Alrededor
de los cuatro meses, el cortex –la corteza cerebral- comienza a refinar las conexiones necesarias
para la percepción en profundidad y la visión binocular. Y alrededor de los doce meses, los centros
del habla están predispuestos para producir lo que quizás es el momento más mágico de la niñez:
la primera palabra, que marca el florecimiento del lenguaje.
En realidad, los padres son los primeros y más importantes maestros del cerebro. Entre otras
cosas, parecen ayudar a las criaturas al adoptar la manera de hablar sílabada y con dulce
sonsonete conocida como parentese. Anne Fernald, psicóloga de la Universidad de Stanford,
descubrió que cuando se habla a las criaturas, madres y padres de muchas culturas cambian sus
modelos de modular de la misma y peculiar manera -“Acercan mucho sus rostros al niño –cuenta.
Usan sonidos cortos y hablan de un modo melodioso”. La tasa de latidos cardiacos de los niños
aumenta cuando escuchan parentese, incluso el hablado en un idioma extranjero. Más aún, afirma
Fernald, el parentese acelera el proceso de conectar las palabras con los objetos que representan.
5
Niños de doce meses, al recibir la indicación de “mirar la pelota” en parentese, dirigen sus ojos
hacia la ilustración correcta con más eficacia que cuando la instrucción es dada en el lenguaje
normal.
Sintonía de Peligro
Lo más fundamental, declara el doctor Bruce Perry, del Colegio de Medicina Baylor, en Houston, es
el rol que los padres desempeñan en el establecimiento de los circuitos neuronales que ayudan al
niño a regular sus respuestas al estrés. Pequeños que son sometidos a abusos tempranamente en
su vida, observa, desarrollan cerebros finamente sintonizados con el peligro. A la menor amenaza,
sus corazones se aceleran, sus hormonas del estrés aumentan en el cerebro, con ansiedad, busca
las claves no verbales que pueden señalar el próximo ataque. Dado que el cerebro se desarrolla
secuencialmente –con las estructuras más primitivas estabilizando primero sus conexiones-, los
abusos tempranos son especialmente dañinos. Añade Perry. “La experiencia es el principal
arquitecto del cerebro”. Y dado que las experiencias tempranas de estrés forman una especie de
patrón alrededor del cual se organiza el posterior desarrollo del cerebro, los cambios que provoca
son los más penetrantes”.
La privación emocional en etapas tempranas de la vida tiene un efecto similar, durante seis años la
psicóloga Geraldine Dawson y sus colegas, en la Universidad de Washington, controlaron los
modelos de ondas cerebrales de niños nacidos de madres con diagnóstico de depresión. Las
criaturas mostraron una actividad marcadamente reducida en el lóbulo frontal izquierdo, un área
de la corteza que sirve como centro de la alegría y otras emociones festivas. Todavía más decidor,
los modelos de actividad cerebral desplegados por estos niños seguían en forma cercana los
altibajos de la depresión de sus madres. A los tres años, los pequeños cuyas mamás estuvieron
más severamente deprimidas, o cuya depresión duró más, continuaban mostrando lecturas
anormalmente bajas.
No todos los pequeños nacidos de madres deprimidas, no obstante, desarrollan estos modelos de
ondas cerebrales aberrantes, según descubrió Dawson. Comprobó que la causa de la diferencia es
el tono emocional de los intercambios entre madre e hijo estableciendo que las mamás
despreocupadas, irritables o impacientes tenían criaturas con cerebros tristes, pero aquellas que
se las arreglaban para superar su depresión, abrumando de atenciones a sus pequeños y jugando
alegremente con ellos, tenían criaturas con una actividad cerebral considerablemente más
animada.
¿Cuándo es demasiado tarde para reparar el daño provocado por el descuido o los abusos físicos o
emocionales? Durante un tiempo, al menos, el cerebro de un niño todo lo perdona. Si una madre
sale de su depresión antes de que su hijo tenga un año, según descubrió Dawson, la actividad
cerebral del lóbulo frontal izquierdo se recupera rápidamente. Sin embargo, la capacidad para
recuperarse declina a medida que el niño crece. Muchos científicos creen que en los primeros
años de la niñez existen períodos muy sensibles, o “ventanas”, cuando el cerebro exige ciertos
tipos de ingreso con el fin de crear o estabilizar algunas estructuras de larga duración.
Por ejemplo, niños nacidos con una catarata quedarán permanentemente ciegos de ese ojo si no
se extirpa rápidamente el cristalino afectado. ¿Por qué? Los centros visuales del cerebro requieren
estímulos sensoriales –en este caso, el estímulo proporcionado por la luz que alcanza la retina del
ojo- para mantener sus conexiones todavía tentativas.
Ventanas de Oportunidad
Con pocas excepciones, las ventanas de oportunidad en el cerebro humano no se cierran tan
abruptamente. Parece que existe una serie de ellas para desarrollar el lenguaje. La destinada a la
sintaxis puede cerrarse tan tempranamente como a los cinco o seis años, mientras que la
requerida para añadir palabras nuevas puede no cerrarse nunca. La capacidad para aprender un
segundo idioma es mayor entre el nacimiento y los seis años; luego se produce un descenso
paulatino e inexorable.
6
Se ha confirmado que el período de crecimiento del cerebro llega a su fin alrededor de los diez
años, cuando el equilibrio entre creación de sinapsis y atrofia sufre un cambio brusco. Durante los
siete años siguientes destruirá implacablemente las sinapsis más débiles preservando sólo
aquellas que hayan sido mágicamente transformadas por la experiencia. Esa magia, una vez más
parece estar codificada en los genes. Los efímeros estallidos eléctricos que viajan a través del
cerebro, creando todo, desde imágenes visuales y sensaciones placenteras a sueños sombríos y
pensamientos extravagantes, aseguran la supervivencia de las sinapsis estimulando los genes que
promueven la liberación de poderosos factores del crecimiento y suprimiendo genes que codifican
las enzimas destructoras de sinapsis.
Hacia el fin de la adolescencia, alrededor de los dieciocho años, el cerebro ha declinado en cuanto
a plasticidad, pero ha aumentado en poder. Talentos y tendencias latentes que hayan sido
alimentados están listos para florecer. “Es la sobreproducción de conexiones sinápticas seguida de
su pérdida lo que conduce los patrones cerebrales”, afirma el neurocientífico William Greenough,
de la Universidad de Illinois. El potencial para la grandeza puede estar codificado en los genes,
pero si ese potencial se realiza como alguien excepcionalmente dotado para las matemáticas,
digamos, o un criminal brillante, depende de modelos grabados por la experiencia en aquellos
críticos años iniciales.
Siquiatras y educadores reconocen desde hace tiempo el valor de la experiencia temprana, pero
hasta ahora sus observaciones habían sido más bien anecdóticas. Lo que ahora entusiasma es que
la neurociencia moderna está proporcionando evidencia firme, cuantificable, que era lo que antes
faltaba. Dado que hoy se pueden ver los resultados bajo un microscopio o un escáner, el estudio
del cerebro es mucho más convincente.
¿Qué lecciones pueden extraerse de los nuevos descubrimientos? Entre otras cosas, queda claro
que los idiomas extranjeros deben enseñarse en la escuela elemental, e incluso antes. La
educación especial o diferenciada para algunos pequeños puede ser más efectiva a lo tres o cuatro
años que a los nueve o diez. La buena atención en los jardines infantiles con personal bien
entrenado no es un lujo o un beneficio marginal para padres que trabajan, sino un alimento
esencial para el cerebro de la próxima generación. Porque, mientras a lo largo de la vida continúan
formándose nuevas sinapsis, e incluso reabasteciendo la mente a través de la lectura y el
aprendizaje, el cerebro nunca más será capaz de dominar nuevas habilidades o recuperarse de los
reveses con tanta facilidad.
J.Madeleine Nash, Time, 1997.
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