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Transcript
Replantearse
el PIB
Tal vez sea el momento de
formular un nuevo indicador
del bienestar económico
con menos fallas
16 Finanzas & Desarrollo marzo de 2017
¿
CRECIMIENTO
Diane Coyle
POR QUÉ es importante el crecimiento económico? Para
los economistas la respuesta es que mide un componente
sustancial del progreso social: el bienestar económico, o
cuánto se beneficia la sociedad del uso y asignación de
los recursos. Un vistazo al PIB per cápita a largo plazo muestra
una historia de innovación y escape de la trampa malthusiana
de mejora del nivel de vida que se ve inevitablemente limitada
por el crecimiento de la población.
El crecimiento del PIB también tiene una importancia decisiva. Está estrechamente correlacionado con la disponibilidad
de empleos e ingresos, los cuales, a su vez, son esenciales para
mejorar el nivel de vida de los ciudadanos y respaldar su capacidad para alcanzar el tipo de vida que valoran (Sen, 1999).
Sin embargo, el PIB no es un objeto natural, aunque hoy se
utiliza como sinónimo de desempeño económico. No puede
medirse de forma precisa, a diferencia de los fenómenos físicos.
Los economistas y estadísticos comprenden que es un indicador
imperfecto del bienestar económico y que tiene desventajas
bien conocidas. De hecho, los pioneros de la contabilidad
nacional, como Simon Kuznets y Colin Clark, habrían preferido
medir el bienestar económico, pero el PIB prevaleció porque
las necesidades en tiempos de guerra exigían un indicador de
la actividad total. Por lo tanto, desde su creación, el concepto
de PIB ha tenido sus críticos. Pero elaborar un indicador más
preciso es más fácil de decir que de hacer.
Indicador a corto plazo
El PIB mide el valor monetario de los bienes y servicios finales
—es decir, aquellos que compra el usuario final— producidos y consumidos en un país en un período determinado. La
limitación del PIB como indicador del bienestar económico
es que registra, principalmente, las transacciones monetarias
a precios de mercado. Este indicador no incluye, por ejemplo,
las externalidades medioambientales, como la contaminación
o los daños a especies, ya que nadie paga un precio por ellas.
Tampoco incorpora las variaciones en el valor de los activos,
como el agotamiento de los recursos o la pérdida de biodiversidad: el PIB no las descuenta de los flujos de transacciones
realizadas durante el período cubierto.
El precio medioambiental del crecimiento económico es
cada vez más claro, y más elevado. El esmog en Pekín o Nueva
Delhi, el impacto de la contaminación en la salud pública y
la productividad en cualquier gran ciudad, y los costos de las
inundaciones cada vez más frecuentes para los países que no
están bien preparados son una muestra de la brecha entre el
crecimiento del PIB y el bienestar económico. Por ello, los economistas y estadísticos están trabajando para elaborar estimaciones
del capital natural y su tasa de pérdida (Banco Mundial, 2016).
Cuando lo logren, quedará claro que el crecimiento sostenible
del PIB (el cual permite a las generaciones futuras como mínimo
consumir lo mismo que en la actualidad) es más bajo que el
crecimiento del PIB registrado a lo largo de muchos años.
Sin embargo, conseguir que estos nuevos indicadores formen
parte del debate político predominante y que se reflejen en las
opciones de política es otro tema.
De hecho, el PIB no toma en cuenta ningún tipo de activo
de capital, como la infraestructura y el capital humano; es un
indicador a corto plazo por naturaleza. Las políticas económicas
dirigidas a generar crecimiento han demostrado la validez del
famoso comentario de su arquitecto intelectual, John Maynard
Keynes: “A largo plazo, estaremos todos muertos”.
Setenta años después, el largo plazo está a la vuelta de la
esquina. Un indicador amplio de la sostenibilidad del crecimiento económico y, por lo tanto, del bienestar económico
a largo plazo, debería tomar en cuenta tanto los activos económicos como los flujos incluidos en el PIB: la necesidad de
mantener la infraestructura, o de registrar su depreciación, ya
que los puentes se desmoronan y las carreteras se llenan de
baches. Un balance nacional real tomaría en cuenta los pasivos
financieros futuros, como las pensiones estatales. También
incluiría los aumentos del capital humano al elevarse los niveles
de educación y conocimientos de un mayor número de personas. Para calcular el bienestar económico deben deducirse estas
variaciones en el valor de los activos nacionales.
Trabajo de los hogares
Una crítica de larga data a la dependencia del PIB como indicador del éxito económico es que excluye gran parte del trabajo
no remunerado de los hogares. Debería existir una definición
aceptada de lo que forma parte de la economía y es medible
y lo que no lo es. Los economistas lo denominan “la frontera
de producción”. Lo que se incluye o no en dicha frontera es
inevitablemente una cuestión de criterio. Inicialmente, también se debatió si el gasto público debía incluirse, ya que es
un consumo colectivo, o excluirse, ya que el gobierno paga,
por ejemplo, las carreteras y la seguridad que son insumos
en la economía (como un costo empresarial) y no consumo o
bienes de inversión.
Otro debate clave está relacionado con la definición de los
bienes y servicios producidos —y a menudo también consumidos— por los hogares. Se incluyeron los bienes producidos
en los hogares, como los alimentos, porque en muchos países
estos se pueden comprar y vender fácilmente en el mercado,
pero no se incluyeron los servicios prestados en los hogares,
como la limpieza y el cuidado de niños. No sorprende que las
investigadoras feministas siempre hayan deplorado el hecho de
que el trabajo realizado principalmente por mujeres literalmente
no sea valorado. Muchos economistas estuvieron de acuerdo
en principio, pero se estableció un límite en parte por razones
prácticas: realizar una encuesta de los servicios producidos por
los hogares era una tarea enorme, y estos servicios pocas veces
se adquirían en el mercado de trabajo.
Esto ha cambiado drásticamente en las economías de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
(OCDE) desde la década de 1940 y 1950, cuando se tomaron
las decisiones con respecto a la frontera de producción. Ahora
que más mujeres tienen un empleo remunerado, el mercado
de servicios como la limpieza y el cuidado de niños ha crecido,
y los hogares pueden y a menudo compran estos servicios en
lugar de realizarlos, o viceversa. No hay ninguna razón lógica
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Un indicador adecuado
El PIB es el valor de la producción total de bienes y servicios en
una economía durante un período específico.
Si bien la definición parece muy sencilla, no es fácil calcular el
PIB. En primer lugar, recopilar los datos es complicadísimo. Hay
millones de productores, productos, servicios y precios.
Además, determinar qué proporción de la variación del PIB,
que se calcula en dólares (u otras monedas nacionales) corrientes,
representa una variación real en la cantidad de bienes y servicios
disponibles para los consumidores y qué proporción se debe a
variaciones de los precios añade un nivel adicional de complejidad.
Si el precio de unos zapatos aumenta, por ejemplo, un 5% con
respecto al año anterior y el PIB registra un aumento del 5% en el
valor de la producción de zapatos, el aumento nominal del componente del PIB correspondiente a los zapatos no es real, debido a la
inflación. La producción efectiva de zapatos se mantuvo constante.
Para determinar, por ejemplo, qué proporción de la variación interanual del PIB refleja una mayor producción final (volumen) y
qué proporción refleja un aumento de los precios (inflación), los
economistas utilizan una técnica denominada deflación.
El PIB es un indicador de los bienes y servicios finales producidos
en una economía, y que son consumidos por personas o empresas.
Los bienes y servicios intermedios se excluyen del PIB porque se
utilizan para producir otro bien o servicio. Un automóvil es un bien
final. El acero, el plástico o el vidrio que se utilizan para hacerlo
son productos (o insumos) intermedios.
Tres indicadores
El PIB se puede medir de tres formas. El enfoque del gasto suma
el valor de mercado de todo el gasto en productos finales realizado
por los consumidores, las empresas y el gobierno más las exportaciones menos las importaciones. El enfoque de la producción suma
el valor de todo lo producido, la producción bruta, y luego deduce
el valor de los productos intermedios para obtener la producción
para no considerar el trabajo realizado por los hogares como
cualquier otro trabajo.
La evolución de la economía digital ha reavivado este antiguo
debate, ya que está cambiando la forma de trabajar de mucha
gente. Los contadores nacionales han considerado al gobierno y las
empresas como la parte productiva de la economía, y a los hogares
la no productiva, pero la frontera entre hogar y trabajo que hasta
ahora ha sido relativamente clara se está desdibujando. El número
de trabajadores por cuenta propia o independientes que utilizan
las plataformas digitales es cada vez mayor. Su horario puede ser
flexible, y el trabajo puede superponerse con otras actividades. En
muchos casos están utilizando activos de los hogares, como sus
computadoras, teléfonos inteligentes, casas y coches, para realizar
un trabajo remunerado. Mucha gente produce gratuitamente
trabajos digitales, como el software libre, que pueden utilizarse
como sustitutos de otros productos equivalentes comercializados,
y que sin duda tienen gran valor económico a pesar de que no
cuestan nada.
Estas circunstancias subrayan la necesidad de comprender
mejor la información estadística sobre la actividad de los hogares, aunque pocos países recopilan datos adecuados sobre los
activos de los hogares.
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neta. El enfoque del ingreso suma todo lo obtenido por las personas
y empresas, principalmente sueldos, utilidades, alquileres e intereses.
Con los tres indicadores se obtendría teóricamente el mismo
valor del PIB. Pero debido a las dificultades de recopilación de datos
fuente, los tres enfoques nunca dan el mismo valor. En muchos
países, el PIB oficial se basa en el enfoque de la producción porque
los datos fuente de los productores son más completos y precisos.
Efectos de los precios
Dado que los precios de los bienes y servicios se recopilan en dólares corrientes, el denominado PIB nominal se ve afectado por las
variaciones de precios y no refleja necesariamente en qué proporción
aumenta el volumen de estos bienes y servicios, que es lo que le interesa a la mayoría de las personas y empresas. Para ver los efectos de
la inflación en los precios de los bienes y servicios, los economistas
construyen un estadístico denominado índice, el cual toma en cuenta
las variaciones del precio de un bien o un servicio entre el año base
y el año corriente. Este índice se aplica a los precios para eliminar el
componente de la inflación en los precios corrientes (o deflactar).
Volviendo al ejemplo de los zapatos, si el valor nominal de los
zapatos aumenta un 10% durante el año, el PIB nominal de ese
año reflejará un aumento del 10% de la producción de zapatos.
Si el precio de los zapatos aumenta un 8%, el deflactor aplicado a
la parte del precio de los zapatos del PIB convertirá ese aumento
nominal del 10% en un aumento real del 2% (en la jerga estadística
se diría que el volumen de zapatos producidos aumentó un 2%).
Los deflactores presentan sus propias dificultades. Cuanto más
preciso sea el deflactor, más exacto será el cálculo del PIB real. Pero
hay un problema sustancial. Cuanto más preciso sea el deflactor,
más información sobre los precios se precisará, y más costoso será
recopilar datos de precios.
Este recuadro se basa en parte en el estudio “Measure Up: A Better
Way to Calculate GDP” (Documento de análisis del personal técnico del
FMI No. 17/02), preparado por Thomas Alexander, Claudia Dziobek,
Marco Marini, Eric Metreau y Michael Stanger.
Evolución constante de la tecnología
La tecnología no solo desdibuja la frontera entre el hogar y el
trabajo, sino que también dificulta el proceso de calcular el PIB.
En el sector de la tecnología, muchos sostienen que las estadísticas convencionales sobre el PIB subestiman la importancia de
la revolución digital. También señalan, acertadamente, que el
ritmo de innovación no se ha desacelerado en ámbitos como
las telecomunicaciones, la biotecnología, los materiales y la
energía verde, lo que complica aún más el enigma en torno al
débil desempeño del crecimiento económico y la productividad
al que se enfrentan tantas economías avanzadas.
Por ejemplo, la tecnología de compresión permite que las
redes inalámbricas puedan transmitir un mayor volumen de
datos de alta calidad con más rapidez que nunca, y el precio
de estas innovaciones, como la energía solar y la secuenciación
del genoma, ha ido cayendo rápidamente. ¿Podría ser que las
estadísticas no estén reflejando de manera adecuada las mejoras
de calidad resultantes de la tecnología y que, por lo tanto, estén
sobreestimando la inflación y subestimando la productividad
y el crecimiento en términos reales?
Los datos oficiales incluyen muy pocos ajustes de calidad para
calcular los índices de precios “hedónicos”, es decir, aquellos que
toman en cuenta las mejoras de calidad. Los investigadores que han
tratado de añadir el ajuste hedónico a una gama más amplia de precios
en el sector de las tecnologías de la información y la comunicación
en Estados Unidos han llegado a la conclusión de que esto no cambia
mucho el panorama de crecimiento lento de la productividad, en
parte porque hay poca manufactura de estas tecnologías con base
en Estados Unidos (Byrne, Fernald y Reinsdorf, 2016).
Sin embargo, estos estudios no se han añadido a la gama más
amplia de bienes y servicios afectados por la transformación
digital, y quedan algunas cuestiones conceptuales por resolver.
Por ejemplo, ¿utilizar un servicio de streaming de música es equivalente a descargar contenido digital o comprar discos compactos,
o es un bien nuevo? Dicho de otro modo, ¿está comprando el
consumidor un formato específico o sencillamente la capacidad
de escuchar música? Si es el primer caso, debería existir un índice
de precios de música ajustados por calidad. En principio, los
índices de precios calculan lo que la gente tiene que pagar para
obtener el mismo nivel de “servicio” o satisfacción de todas sus
compras, pero realizar este cálculo no es tan fácil.
De hecho, los economistas sostienen que es imposible registrar
todos los beneficios del bienestar económico de las innovaciones
en el PIB, que mide las transacciones a precios de mercado;
siempre habrá algún servicio por encima y por debajo de ese
precio, denominado “superávit del consumidor”. En este sentido,
los bienes digitales no son distintos de otras olas anteriores de
innovación. Aquellos que utilizan el crecimiento del PIB como
indicador de la evolución de la economía deben tener presente que
nunca ha sido un indicador completo del bienestar económico.
La desigualdad importa
Las deficiencias del PIB a la hora de representar la desigualdad
se han hecho especialmente evidentes en los últimos tiempos. La
agregación de los ingresos o gastos en el PIB no tiene en cuenta
las cuestiones distributivas, y si se supone que el crecimiento
del PIB es equiparable a una mejora del bienestar económico,
no hay razón para no seguir con la actual distribución. Cuando
la distribución del ingreso no variaba mucho —hasta mediados
de la década de 1980 en la mayoría de los países de la OCDE—
no importó demasiado no tener en cuenta estas cuestiones. Sin
embargo, gracias en parte al famoso libro de Thomas Piketty
El capital en siglo XXI y en parte a los movimientos populistas
que están surgiendo en muchos países, ya nadie puede hacer
caso omiso de las cuestiones distributivas.
Es posible ajustar el PIB para tomar en cuenta la distribución
y otros aspectos ajenos al mercado del bienestar económico. Los
economistas han comenzado a debatir (de nuevo) ajustes específicos. El economista de Harvard Dale Jorgenson (de próxima
publicación) propone combinar la información distributiva proveniente de encuestas de hogares con las cuentas nacionales. Charles
Jones y Peter Klenow (2016) han presentado un solo indicador
que incorpora el consumo, el ocio, la mortalidad y la desigualdad;
sus cálculos muestran que este enfoque cubre la mayor parte de
la aparente brecha entre el nivel de vida de Estados Unidos y el
de otros países de la OCDE cuando se evalúa sobre la base del
PIB per cápita.
Estos indicadores, que amplían el enfoque de las cuentas nacionales estándar a fin de tomar en cuenta por lo menos la desigualdad,
abordan algunos de los desafíos para medir el PIB, pero no todos.
El debate sobre la mejor forma de medir el bienestar económico se
está intensificando por varios motivos. La crisis financiera mundial
de 2008 y sus consecuencias siguen ensombreciendo el panorama.
Aunque la desigualdad ha comenzado a disminuir en algunos países,
en ciertos casos el débil crecimiento, el sobreendeudamiento y el
elevado desempleo se han traducido en una recuperación poco
dinámica y un descontento latente con la política económica de
siempre. Al mismo tiempo, es difícil hacer caso omiso de la evidencia sobre el costo medioambiental del crecimiento económico
pasado. La revolución digital y el debate sobre los vínculos entre la
tecnología y el aumento de la productividad —y la tecnología y los
empleos futuros— añaden un giro sutil a este debate.
Es más fácil expresar descontento con los indicadores actuales
que llegar a un consenso sobre lo que debería reemplazar al PIB. En
2009 la emblemática Comisión Stiglitz-Sen-Fitoussi recomendó la
publicación de un “panel” de indicadores del bienestar económico,
argumentando que sus múltiples dimensiones no podían reducirse
a una sola cifra. Otros señalan que para influir en los medios de
comunicación y el debate político es esencial que exista un solo
indicador. El PIB se establece mediante un proceso de consenso
internacional lento y de perfil bajo, de manera que es difícil imaginar
que pueda producirse claramente una ruptura con el estándar actual
a menos que los investigadores económicos formulen un enfoque
que sea tan convincente y viable como el PIB, el indicador más
conocido en el marco del Sistema de Cuentas Nacionales.
Podría ocurrir. Esta cuestión está en la agenda de investigación
de los economistas por primera vez desde la década de 1940 y 1950.
La Oficina Nacional de Estadística del Reino Unido ha establecido
un nuevo centro de investigación sobre estadísticas económicas,
que inició sus actividades en febrero de 2017. Este debate es de vital
importancia, dado que para muchos el reciente progreso económico,
calculado según el PIB, no se ve adecuadamente reflejado en este
indicador. El diálogo público de política económica se lleva a cabo
en gran medida en términos de crecimiento del PIB, de modo
que la erosión del PIB como indicador razonable del bienestar
económico es un asunto muy importante.
■
Diane Coyle es Profesora de Economía en la Universidad de
Manchester y autora de GDP: A Brief but Affectionate History.
Referencias:
Banco Mundial, 2016, “Natural Capital Accounting”, Brief, Washington, DC.
Byrne, David M., John G. Fernald, y Marshall B. Reinsdorf, 2016,
“Does the United States Have a Productivity Problem or a Measurement
Problem?”, BPEA Conference Draft, Brookings Institution, Washington, DC.
Coyle, Diane, 2015, “Modernising Economic Statistics: Why It Matters”,
National Institute Economic Review, vol. 234 (noviembre), págs. F4–F8.
———, de próxima publicación, “The Political Economy of National
Statistics”, en National Wealth, editado por K. Hamilton y C. Hepburn
(Oxford: Oxford University Press). El documento de trabajo está disponible
en https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=2850061
Jones, Charles I., y Peter J. Klenow, 2016, “Beyond GDP? Welfare across
Countries and Time”, American Economic Review, vol. 106, No. 9, págs. 2426–57.
Jorgenson, Dale, de próxima publicación, “Within and Beyond the GDP:
Progress in Economic Measurement”, Journal of Economic Literature.
Sen, Amartya, 1999, Development as Freedom (Oxford: Oxford University Press).
Stiglitz, Joseph E., Amartya Sen y Jean-Paul Fitoussi, 2009, Report by
the Commission on the Measurement of Economic Performance and Social
Progress. París.
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