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El cielo y sus astros
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texto Jos de Boer i lu straci on es Víctor Vergara
E
n la astronomía moderna, nuevos planetas que orbitan estrellas
lejanas son descubiertos casi todas las semanas. El estudio de
éstos puede enseñarnos mucho acerca del origen de los planetas y
eventualmente sobre nuestros orígenes también. A través de la historia,
los pueblos siempre han creído que observar las estrellas puede enseñarnos acerca de nosotros mismos y del mundo que habitamos. Para las
culturas ancestrales la astronomía tenía diferentes roles: seguimiento
cronológico del tiempo, predicción del futuro de reyes o del hombre
común y la ilustración de cuentos de héroes y dioses.
Cotidianamente usamos el Sol para estimar la hora del día. Por lo que
no debería sorprendernos encontrar distintos ejemplos de relojes
solares alrededor del mundo. Uno de ellos, en este continente, son
las Intihuatanas que se encuentran en ruinas del Imperio Inca. Estas
grandes esculturas monolíticas fueron probablemente usadas como
calendarios o como relojes solares. Cuando no había Sol en cambio, la
gente usaba las posiciones conocidas de las estrellas para orientarse.
Tanto monjes católicos como musulmanes usaban las estrellas para
determinar las horas previas al amanecer y saber cuándo era tiempo
de empezar a rezar.
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La mayoría de las estrellas no se pueden ver todo el año. El primer
día del año en el cual se puede observar brevemente una estrella específica en el horizonte, justo antes del amanecer, se llama orto helíaco.
Antiguos textos egipcios se refieren al orto helíaco de la estrella más
brillante del cielo nocturno como estrella del Perro (Alfa Canis Maioris)
o Sirius, como la llamamos hoy en día. La primera vez que Sirius apareció en el horizonte se entendió como el anuncio de la inundación
anual del río Nilo, el que fertiliza la tierra. La aparición de Sirius para
los egipcios señalaba el momento de la siembra.
Al mismo tiempo que los egipcios aprendían a leer la aparición
de Sirius, los babilonios tomaban nota de los eventos astronómicos
regulares y extraordinarios. Buscaban presagios que pudieran afectar
la vida del rey o del país. Consideraban especialmente como malos augurios los eclipses solares y lunares. Tenían tablas muy detalladas con
las que podían predecir el mes en que ocurriría el próximo eclipse. El
rey era frecuentemente advertido y para evitar el mal que traía consigo
el eclipse, intercambiaba posición con un granjero. Con suerte, la ira de
los dioses caería sobre el rey sustituto, salvándose el verdadero. Luego
del evento astronómico, el falso rey y su falsa corte eran ejecutados. Sin
embargo, se sabe de ocasiones en que el granjero no cedía el poder de
vuelta, con lo cual el mal si afectaba al rey durante el mes de un eclipse.
Fueron los griegos quienes popularizaron el rol predictivo de la astronomía e inventaron la astrología, la cual decía dar predicciones de sucesos
que afectarían a la gente. Desde esta óptica astronómica, la posición de
las estrellas y planetas durante el nacimiento, influenciaba la vida de los
recién nacidos. A los astrónomos de hoy, generalmente no nos gustan
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estas prácticas, ya que parecen burlarse de todo lo que consideramos
como científico. Sin embargo, lo cierto es que la astrología ha sido una
gran motivación para contemplar las estrellas y los planetas, dejando
un registro de lo que se ha observado a través de los siglos.
Quizá el rol más encantador de la astronomía en las civilizaciones
antiguas, es el que juega en muchas de las historias acerca de héroes
y dioses. El Dios hindú de seis caras, Karttikeya (Murugan en Malasia),
fue criado por las Krittikas, quienes más tarde se convirtieron en las
Pléyades. En la mitología griega, el mismo cúmulo estelar está formado por las hijas del titán Atlas. Luego de que Atlas fuera condenado a
cargar el mundo en sus hombros, Orión, el cazador gigante, comenzó
a perseguir a las Pléyades. Zeus atendió las súplicas del padre afligido y
convirtió a las Pléyades en un grupo de estrellas en el cielo, salvándolas
de Orión, quien luego se fue a Creta a cazar en compañía de la diosa
Artemisa. Juntos, amenazaron con limpiar la faz de la Tierra de vida
salvaje. Gaia, la Madre Tierra, ante esta posibilidad, envió un escorpión
gigante a matar al cazador. El escorpión resultó victorioso, pero Zeus
decidió honrar a Orión, otorgándole un lugar entre las constelaciones,
donde pudo, una vez más, dar caza a las Pléyades.
Los incas reservaron una habitación especial para las Pléyades en
el Templo del Sol. De acuerdo al cronista del siglo XVI, Garcilaso de
la Vega, ellos consideraban que las «siete estrellas» eran sirvientas de
la Luna, quien era la hermana y esposa del Sol. Ya que los incas son
descendientes directos del Sol y la Luna, la mayoría de sus historias
refieren a estos cuerpos celestiales. De la Vega cuenta la historia de
un zorro que se enamoró de la Luna. El amor del zorro fue tal, que le
crecieron alas con las que voló hacia la Luna. Los rastros de ese abrazo
eterno del zorro, los podemos ver hoy, como puntos oscuros que
aparecen en la superficie lunar.
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Material bajo licencia Creative Commons: Attribution 3.0 Unported
(CC BY 3.0). Producido durante el segundo semestre de 2013.
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