Download a proposito de la "mariologia" coránica

Document related concepts

Isa (Jesús de Nazaret) wikipedia , lookup

Islam wikipedia , lookup

Corán wikipedia , lookup

Profetas del islam wikipedia , lookup

Evento de Mubahala wikipedia , lookup

Transcript
A PROPOSITO DE LA “MARIOLOGIA” CORÁNICA
UNA PROPUESTA DE “DIÁLOGO” ABSURDA Y DESCONCERTANTE
En un artículo publicado en el Corriere della Sera del 15 de junio de este año, titulado: Sí, el diálogo
puede comenzar por María, Vittorio Messori asumió la propuesta de “diálogo” (la cual no tenía nada de
nueva, la verdad sea dicha) que había lanzado el periodista y publicista egipcio Magdi Allam
(colaborador del Corriere y exponente destacado, en Italia, del islam moderado y occidentalizante) a las
nada menos que sesenta mil personas, según pone de relieve el artículo, que participaban en una
peregrinación nocturna de Macerata a Loreto que se celebra sin falta, cada año, en el mes de junio.
Estas masas, siempre numerosas, que acuden en tropel a los ritos públicos de la carismática y
neocatecumenal iglesia ecuménica (las peregrinaciones tradicionales han desaparecido para ser sustituidas
por estos ritos), ¿significan algo desde el punto de vista del estado de salud, de la fuerza de nuestra
religión, del catolicismo? Tal vez parezcamos irreverentes a alguno, pero nos recuerdan el «majestuoso
cero», ese epíteto con el cual León Trotski, el famoso, hábil y despiadado revolucionario bolchevique,
calificaba el peso político real de las grandes masas con que los diferentes partidos rusos en el gobierno
abarrotaban frecuentemente las plazas en aquellos tiempos turbulentos, después de la instauración de la
República en marzo de 1917. Así que no hay que dejarse impresionar por esos números, que representan
sólo a los variopintos ejércitos de papel del “catolicismo postizo”, unos ejércitos que suelen desaparecer
cada vez que los enemigos de la fe asestan un golpe; tampoco cabe pensar que puedan legitimar de algún
modo, en cuanto tales, propuestas absurdas y desconcertantes, como la de un “diálogo” entre moros y
cristianos sobre los principios, sobre los dogmas de la fe.
¿En qué consiste la propuesta? Hela aquí resumida en palabras de Vittorio Messori:
«El egipcio [Magdi Allam] que, al decir del título de su libro „ama a Italia‟ acaso más que muchos
italianos, hizo un llamamiento realmente escandaloso para cierta intelligentsia -o, al menos,
incomprensible-: “Musulmanes italianos, hermanos míos, hagamos del culto a María un momento de
unificación con los cristianos, y de la peregrinación a Loreto y a cualquier otro santuario mariano, un
momento para compartir, así como una ocasión para cultivar la fraternidad entre las personas de buena
voluntad”.
Allam -prosigue el artículo de Messori- ha recordado lo que muchos cristianos han olvidado ya, algo que,
de todos modos, miran éstos con indiferencia, dada su ceguera para todo lo que mueve de hecho a las
masas. El Alcorán consagra una azora entera a la madre de Jesús; venera su nombre cuarenta veces; la
eleva a la altura de Fátima, la hija predilecta del Profeta, poniéndola a su lado; le asigna un papel de
maternidad misericordiosa; defiende su honor contra los judíos que la difaman [...] Toda la tradición
islámica siguiente no hizo más que exaltar a la „Señora María‟, como la llama. A quien blasfema de ella
en los ambientes cristianos se le considera, como mucho, un maleducado. Quien osara hacerlo entre
musulmanes, quien dudara de su pureza perpetua, se arriesgaría a ser linchado en el acto a manos de las
turbas enfurecidas. Magdi Allam ha recordado lo que muchos „expertos‟ nuestros ignoran o no saben
valorar: precisamente los santuarios marianos son, en tierras del islam, los lugares de encuentro entre
cristianos y musulmanes. A Jesús se le venera, pero sólo como penúltimo de los profetas, como
anunciador del definitivo, de Muhammad [Mahoma] El respeto por el Nazareno corre parejo no sólo con
la veneración, sino también con el amor apasionado a su madre».
Messori recuerda, a propósito de dicho “amor”, las repetidas “apariciones” de la Virgen sobre la cúpula
de la iglesia copta de Zeitún, un suburbio de El Cairo, en 1968, a las que concurrieron
grandes masas islámicas. Dichas “apariciones” se juzgaron auténticas por el patriarca copto de Egipto y el
católico (no consta, con todo, que Roma las reconociera como tales, y el artículo no nos esclarece al
respecto; es dudoso, dada las modalidades de las “apariciones” y su contexto, que hayan de reputarse por
verdaderas). El artículo de Messori concluye, por último, con una especie de llamamiento: es menester
redescubrir «este „lugar de encuentro‟ que es la persona de la Virgen» para procurar evitar el desastroso
“choque de civilizaciones” que se perfila de manera cada vez más radical (entre nuestra civilización y la
islámica).
El respeto a nuestra fe nos impone disentir públicamente
Sentimos de veras vernos obligados a criticar a Vittorio Messori, intrépido ensayista y polemista católico,
que defendió y sigue defendiendo valientemente nuestra religión de los ataques de los ateos y los
anticlericales, hoy cada vez más agresivos (y que no faltan, por cierto, en el periódico en el que colabora,
el cual se las echa de “diario nacional”). Con todo, consideramos que, aunque lo animaban las mejores
intenciones, formuló una propuesta objetivamente incompatible con nuestra fe y causa de confusión para
las almas, ya bastante confundidas por el ecumenismo actual, que no deja de propagarse.
No nos asombra que, animado por un “amor sincero” a Italia, el intelectual islamita moderado Magdi
Allam formulara ciertas propuestas de “diálogo” en torno a los principios. Se trata de un individuo de
formación occidental, que reside entre nosotros y que se licenció por la Universidad La Sapienza, de
Roma -donde imparte cursos y seminarios sobre la cultura y la sociedad del islam-; es, además,
vicedirector ad personam del Corriere della Sera desde el 2003 (1). Tampoco nos admira demasiado el
hecho de que, en el malsano ambiente actual, algunos intelectuales católicos, bien informados sobre su
propia religión pero acaso no tanto sobre las otras, se dejen seducir hasta cierto punto por la peregrina
idea según la cual el culto a María podría considerarse un “lugar de encuentro” entre nuestra religión y la
islámica, un “lugar” donde podrían “mestizarse pacíficamente”.
Bien es verdad que se ha de reconocer que los intelectuales católicos de hogaño gozan de atenuantes. ¿Por
qué? Pues porque el mal ejemplo lo da en primer lugar la línea que prevalece desde hace tiempo en la
jerarquía católica actual, que se halla dominada, como sabemos, por las turbias aspiraciones del
denominado “diálogo”. ¡Diálogo no tanto con los que yerran -cosa que la Iglesia ha practicado siempre
con miras a convertir a éstos- cuanto con el error, es decir, con los principios y los valores en que se
inspiran las demás religiones y el mundo moderno en general! Sólo por dar un ejemplo: el difunto
cardenal Agostino Bea, S. J., uno de los protagonistas del concilio ecuménico Vaticano II, no vaciló en
escribir lo siguiente al comentar (positivamente, como es obvio) el parágrafo 3, que está consagrado al
islam, de la famosa y funesta declaración conciliar Nostra Aetate (28-X-1965), relativa a las relaciones de
la Iglesia con las religiones acristianas: «La declaración pone de relieve a propósito del islam, ante todo,
los numerosos puntos de contacto que presenta con el cristianismo». Sigue luego el pasaje
correspondiente de Nostra Aetate (2).
¿“Numerosos puntos de contacto” entre nuestra fe y la predicada por
“profeta del islam”, esto es, por Mahoma? ¿Está de broma? Quien conozca, por poco que sea, la teología,
la moral y la praxis de ambas religiones sabe que no sólo no son “numerosos” los “numerosos puntos de
contacto” que el cardenal yerra al dar por seguros, sino que, además, son aparentes de todo punto. En
realidad de verdad, no hay ningún “punto de contacto” efectivo entre el islam y el cristianismo, como no
podía ser de otro modo.
Es descarriador en grado superlativo y constituye un claro ejemplo de tentativa de diálogo con el error el
afirmar, como hace Nostra Aetate, que la Iglesia estima a los moros porque adoran al “Dios único” (se
entiende que porque lo adoran igual que nosotros, pues, en caso contrario, la estima carecería de sentido)
y porque «veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios» (con lo que insinúa que
ellos y nosotros tenemos algo en común sobre lo cual poder “dialogar”, dado que también para nosotros
Jesús es un profeta, si bien se guarda de especificar, como es obvio, que la musulmanes lo veneran tan
sólo en tanto que profeta del islam -es decir, únicamente en calidad de precursor de Mahoma y de su
monoteísmo antitrinitario-, que lo reputa por inferior a él debido a su mision -que se limitaba sólo a Israel,
al decir de los agarenos- y que lo subordina al mismo en la jerarquía celestial). Al añadir luego que los
islamitas «honran a María, su madre virginal, y a veces también la invocan devotamente», sin aclarar que
se trata del culto tributado a la madre de un mero hombre, de un hombre hecho de polvo como nosotros;
al fin y al cabo, aunque naciera por intervención divina (la cual, de todos modos, no tuvo nada que ver
con el Espíritu Santo: véase más abajo), y que constituye, por ende, el culto debido a la madre de un
profeta del islam y nada más, lo único que se hace es escamotear el verdadero significado de las creencias
mahometanas y, en consecuencia, extraviar a los católicos ignaros, quienes fían en la autoridad de sus
Pastores inclusive en lo que toca al significado que hay que atribuir a las demás religiones.
Por lo demás, ¿no fue el propio Romano Pontífice actualmente reinante el que desmintió implícitamente a
Nostra Aetate y al cardenal Bea al recordarles de improviso a los desmemoriados, en Ratisbona, el 12 de
septiembre pasado, el carácter decididamente irracional de la noción islámica de Dios? A su tiempo nos
detuvimos ya en los graves errores que contiene Nostra Aetate, los cuales se acercan objetivamente a la
apostasía porque ese documento parece reconocer como auténtica la revelación que predicaba Mahoma.
Remitimos al lector a dichos análisis (3). Nos limitaremos en este artículo a exponer una breve sinopsis
de la “mariología coránica”, a la que seguirán, a guisa de conclusión, unos breves pero suficientes pasajes
de la “cristología coránica”; todo ello constituirá una modesta contribución nuestra a la tentativa de
disipar la densa nube que aun hoy parece ocultar a los católicos el carácter profundamente anticristiano
del islam.
La “mariología coránica” en breve síntesis
1. Que “María, madre de Jesús”, sea la madre del Verbo encarnado, del Hijo de Dios, consustancial al
Padre, es una verdad de fe que los musulmanes reputan por horrendamente blasfema, ya que rechazan con
todas sus fuerzas,
al igual que los judíos, el dogma de la Santísima Trinidad y, en consecuencia, la Encarnación del Verbo;
de ahí que los moros respeten a la Virgen tan sólo como madre de un hombre a secas, aunque éste naciera
por intervención divina (la cual, no obstante, no hizo nacer al Hijo de Dios, sino a un hombre igual a
nosotros) y fuera asimismo un profeta al que Dios dotó de poderes extraordinarios (se trató de un profeta
del islam, ciertamente, y por consiguiente, nada más que de un mero precursor de Mahoma; aquí está el
busilis).
2. Además, la identidad de la María alcoránica es ambigua, visto que el Alcorán parece confundir a
“María, madre de Jesús”, con “María, hermana de Aarón” y, por ende, de Moisés, quien vivió casi doce
siglos antes. En efecto, además de llamarla «hermana de Aarón», el Alcorán afirma que «María, madre
de Jesús», era de la «familia de Imram», que es precisamente el nombre árabe de Amram, el padre de
Moisés y Aarón. Decir, como sostienen varios comentadores musulmanes, que se trataba sencillamente de
otro Aarón y de otro Imram, no es de recibo, pues tal tesis plantea problemas insuperables a los mismos
comentadores tocante a la reconstrucción de una genealogía de María digna de consideración (4).
3. Como si no bastara, a la María coránica (la “madre de Jesús”) se la presenta como la verdadera
respecto de otra, de aquella que, al decir del Alcorán, los cristianos insertaron en la Santísima Trinidad:
¡como si María fuera para éstos la tercera persona, o, mejor dicho, la tercera de las tres divinidades que,
según el Corán, integran la infame “trinidad” en la que creen los cristianos!: «¡Gente de la Escritura! [...]
¡Creed pues, en Dios y en sus enviados! ¡No digáis „Tres‟! [...] Dios es sólo un Dios uno [...]» (azora 4,
titulada Las mujeres, aleya 171). Así, pues, se trata de otro error explícito y clamoroso del Alcorán, como
lo evidencia asimismo este pasaje: «Y cuando dijo Dios: “¡Jesús, hijo de María! ¿Eres tú quien ha dicho
a los hombres: „¡Tomadnos a mí y a mi madre como a dioses, además de a Dios!‟?”.Dijo: “¡Gloria a Ti!
¿Cómo voy a decir algo que no tengo por verdad?” [...]» (5)
Conque sobre la María alcoránica alean inexactitudes y malentendidos graves, que no nos parece justo se
les escamoteen a los cristianos ignaros. Los cristianos del pasado consideraron siempre todas esas “confusiones” una prueba cierta de la impostura de Mahoma, visto que revelan la presencia en su mensaje de
fuentes cristianas apócrifas o heréticas perfectamente identificables. No pudo haber sido el arcángel
Gabriel quien transmitiera tamañas herejías. De modo que la idea, desconcertante como mínimo, de María
tercera persona de la Santísima Trinidad presenta el siguiente trasfondo herético y gnóstico: «Estos
ataques a los cristianos [tocante al dogma trinitario], más que derivar, como se tiende a pensar por lo
común, de una interpretación burda del significado del dogma trinitario, se inspiran probablemente en
los contactos que mantuvo Mahoma [además de con judíos] con miembros de una secta cristiana que
profesaba, en efecto, una forma de triteísmo [herejía siempre condenada firmemente por la Iglesia] Tal
era la doctrina de Juan Asquthnages de Aramea, quien lideraba la escuela teológica de Edesa, que fue
condenada en el año 557 por el concilio de Constantinopla: sostenía que hay tres naturalezas divinas,
tres sustancias divinas, tres divinidades. También la desconcertante doctrina según la cual María sería
una de las personas de la Trinidad (o, si se prefiere, de una tríada divina) había cosechado adhesiones
en ciertas sectas cristianas [heréticas, embebidas de gnosticismo] Desde el siglo II los ofitas [secta
gnóstica] identificaban al Espíritu Santo con la Mujer primordial, la Madre de los vivientes, que, al decir
de ellos, engendró al Mesías. El denominado “Evangelio de los hebreos”, conocido en los ambientes
ebionitas -cristianos judaizantes influenciados por el gnosticismo-, veía al Espíritu Santo en la madre de
Jesús; la identificación la favorecía, si es que no la causaba, el hecho de que la voz ruha, “espíritu”, se
usa como femenino en arameo. Por lo demás, San Afraate escribe lo siguiente: „El hombre pío ama y
sirve a Dios, su padre, y al Espíritu Santo, su madre‟ [“madre” ha de entenderse, sin embargo, en sentido
figurado]» (6).
4. La natividad milagrosa de que habla el Alcorán tampoco debe inducir a error a los católicos. No tiene
nada que ver con la auténtica, la que se menciona en los evangelios. Jesús nace, sí, por el fiat divino que
un ángel le comunica a María, pero se trata del mismo fiat que, al decir de los muslimes, hace nacer a los
niños dotados normalmente de un padre y una madre. La teología musulmana niega en general el
principio de causalidad, en el sentido de que admite sólo la acción continua de la Causa Primera, es decir,
de Dios, no la de las causas segundas (como tampoco distingue entre sustancia y atributos de Dios):
«Dios crea cada vez los fenómenos uno por uno; la conexión causal entre ellos no es necesaria en
absoluto [...] Cuando un hombre le corta el cuello a otro, la muerte del asesinado es un fenómeno
producido por creación exclusiva de Dios en el mismo instante del corte del cuello [no una consecuencia
necesaria e imprescindible de la acción de cortar en cuanto tal]» (7). Así, pues, toda acción nuestra es
obra de Dios, incluso el movimiento exterior más sencillo, y exige el fiat divino que la crea de la nada.
Según esto, la Causa Primera actúa de la manera siguiente en el caso
del nacimiento de Jesús: Alá, desde su insondable omnipotencia, quiso que naciera un niño sin padre,
haciendo que su fiat lo comunicara un mensajero suyo, un ángel en forma de hombre (Gabriel). Pero no
por ello dejó nunca Jesús de ser un hombre y nada más que un hombre. Eso lo corrobora el Corán a boca
llena: «Para Dios, Jesús es semejante a Adán, a quien creó de tierra y a quien dijo: „¡Sé!‟ y fue» (8). Así,
pues, Jesús (Isa en árabe) vino del polvo como nosotros, es una criatura igual que nosotros. Eso es para
nosotros, los católicos, una forma de arrianismo, una de las más graves herejías cristológicas. Aunque el
Corán llame a veces a Jesús “Mesías” o “verbo de Dios”, su nacimiento no es el del Verbo encarnado: el
“verbo” es siempre el de Alá, el “fiat” que hace nacer a todo niño de este mundo, que se comunica esta
vez al vientre de una mujer sin necesidad de la mediación de un padre (9). No se da, pues, intervención
alguna del Espíritu Santo, que está ausente por completo del Corán igual que San José, el padre putativo
de Nuestro Señor (10). De ahí
que no pueda existir la Sagrada Familia en el islam. Después del nacimiento María vuelve con el niño a
donde su familia, y éste la defiende desde la cuna del cargo de inmoralidad que sus parientes le imputaban
(Arnáldez, pp. 92-97; se trata de un milagro que se narra tan sólo en las fuentes cristianas apócrifas). No
se sigue de ello que los ismaitas crean en la virginidad de María después del parto milagroso (para ellos
está claro que la concepción fue milagrosa -en el sentido susodicho-, no el parto, que dio a luz a un mero
hombre).
Además, la María coránica no da su consentimiento a la elección divina que le atañía. No sólo no dice
nada parecido a las famosas palabras Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum(Mt 1, 38),
sino que no dice nada en absoluto. Las palabras proferidas por la Santísima Virgen, que san Mateo nos
refiere, demuestran -entre otras cosas- que Dios nos creó dotados de libre albedrío, que Él quiere nuestra
libre adhesión a sus decretos. Nada de todo eso se echa de ver en el Alcorán:
«Dijo él [Gabriel, que se apareció bajo la figura de un „hombre perfecto‟]: “Yo soy sólo el enviado de tu
Señor para regalarte un muchacho puro”. Dijo ella [María]: “¿Cómo puedo tener un muchacho si no me
ha tocado mortal, ni soy una ramera [Arnáldez: „una prostituta‟]?”. “Así será”, dijo [Gabriel] “Tu Señor
dice: „Es cosa facil para Mí. Para hacer de él signo para la gente y muestra de Nuestra misericordia‟. Es
cosa decretada”.
Quedó embarazada con él y se retiró con él a un lugar alejado» (11).
Párese mientes en ello: era “cosa decretada” por Dios que María quedara encinta de Jesús de manera
milagrosa, y por eso no hacía falta que diera su consentimiento. El decreto de Alá es más que suficiente,
por lo que no hay necesidad de que el hombre se adhiera a él con su libre albedrío, el cual no existe para
los mahometanos: lo rechaza la ortodoxia (los sunnitas) y sólo lo sostiene una minoría (mutazilíes o
“racionalistas”). Y no puede existir habida cuenta de la concepción de la causalidad que predomina en la
teología islámica, según se recordó más arriba, que es la más idónea para justificar la más arbitraria de las
omnipotencias divinas.
La Iglesia ha enseñado siempre que la concepción divina se verificó por obra del Espíritu Santo, es decir,
de una manera absolutamente sobrenatural, no perceptible en manera alguna por parte del hombre, a
renglón seguido de las palabras que atestiguaban la aceptación de la Santísima Virgen. Al no conocer el
Alcorán la existencia del Espíritu Santo, sus comentadores se devanaron los sesos para imaginar la
“operación” del ángel en el empreñamiento de María: «Gabriel cogió con los dedos el borde de la manga
de la túnica [de María] y sopló dentro». Otros añaden que sopló dentro de la boca de la Virgen. Como
quiera que sea, “el soplo” llegó dejó de inmediato encinta a María (A., pp. 105-6). Así, pues, se trató de
una transmisión material, mecánica, de la palabra de Dios por parte del ángel, que había asumido la
apariencia de un “hombre perfecto”. Tamaña interpretación es conforme con la mentalidad moruna.
Dicho “soplo” era el de la «luz de la palabra de Dios» (Cor 4, 169), era el verbo de Dios, según se dijo,
que venía a formar al hombre Jesús igual que había formado desde siempre a todo niño en el vientre de su
madre.
5. Mas ¿cuál es, en el Alcorán, la posición de María respecto de las demás mujeres y del género humano?
¿Es ella la bendita entre las mujeres, la que ocupa una posición privilegiada e incomparable en este
mundo y en el otro por haber dado vida al Salvador? Obviamente, no. El Corán nos la pinta como una
excelente musulmana, que dice sus oraciones y hace sus devociones a Alá. Es una virgen, sí, pero
sometida (muslim) a Alá, hasta el punto de que obedece su orden sin rechistar.
Los comentadores la presentan unas veces desde el punto de vista legalista, típico del islam, como una
creyente que se aplica con ahínco a observar los ritos de la plegaria con todos los movimientos prescritos,
hasta el punto (la fuente de esto es un hadiz) de que «sus pies se hinchaban y manaban sangre y pus»;
otras veces, en cambio, la figuran como una “santa” que alcanza el grado más alto de la vida espiritual
(A., p. 79). Es superior a todas las mujeres, o sólo a las de su tiempo, aunque, de todos modos, lo es
juntamente con otras, a las que se reputa por elegidas. Al respecto, dijo Mahoma según un hadiz: «Entre
todas las mujeres del mundo, basta con recordar a cuatro: María,, Asiya, Jadiya y Fátima» (A., p. 77).
Según esto, a María se la pone en el mismo plano que a la mujer del faraón, la que salvó a Moisés de las
aguas (Cor 28, 9; 66, 11; se trataba en realidad de la hija del faraón, que lo hizo salvar de las aguas y lo
adoptó, cuyo nombre silencian las Escrituras: Ex 2, 5 ss.); se la coloca también al mismo nivel que Jadiya,
la primera esposa de Mahoma, y en pie de igualdad con Fátima, hija de Jadiya y de Mahoma, la preferida
de éste último (quien tuvo, a lo que parece, doce esposas y un número indeterminado de concubinas,
tomadas éstas de entre las esclavas) (12). Nótese que estas cuatro mujeres se hallan ligadas a la tríada
profética sobre la cual pretende el islam fundamentarse a sí propio: Moisés, Jesús y Mahoma (Moisés
anunció a Jesús como profeta del islam, cosa que los judíos niegan; y Jesús anunció a Mahoma como
profeta del islam, cosa que los cristianos niegan a su vez; A., p. 73).
Algunos comentadores afirman que María es superior a las otras tres figuras de mujer de que habló
Mahoma. Y en efecto, ¿cuáles son los méritos particulares de estás últimas, sobre todo de Jadiya y
Fátima? En cualquier caso, subraya Arnáldez, desde el punto de vista musulmán «no se trata, en
resumidas cuentas, más que de una diferencia de grado» (A., p. 77). A María se la venera siempre en
relación con estas otras mujeres, a las que se tiene por extraordinarias. La María coránica no ocupa, pues,
una posición única y excepcional en la historia del género humano, una posición que se extiende de hecho
a lo sobrenatural según el dogma católico. Y no puede ocuparla puesto que no es la madre del Hijo de
Dios, consustancial al Padre, sino la madre de un hombre excepcional que fue, sobre todo, el precursor de
Mahoma -y esto es lo que cuenta para los agarenos-. Cada vez que el Corán califica a Jesús de “hijo de
María” lo hace, dicen los comentadores, para excluir expresamente, contra los cristianos, toda filiación
divina: él es tan sólo Isà ben Maryam.: “Jesús, hijo de María”, no del Altísimo (A., p. 87). Los
promotores del “diálogo” se dejan fascinar por este modo coránico de calificar a Jesús (ved, dicen,
también para ellos es “el hijo de María”, de la Virgen, de Nuestra Señora). Deberían comprender, de una
vez por todas, que el significado de tal calificación es, en realidad y sobre todo, anticristiano, por lo que
encierra justo lo contrario de lo que creen hallar en ella.
La María alcoránica es, pues, para los musulmanes, garantía de la naturaleza sólo humana del Jesús del
Alcorán. De ahí que nos parezca erróneo de todo punto creer que puedan ver en ella una «maternidad
misericordiosa» de manera semejante a como lo hacemos nosotros, los católicos. Una maternidad, por lo
demás, inseparable de la Sagrada Familia. La maternidad “misericordiosa” de María Santísima se liga de
una manera estrecha precisamente al hecho de ser la madre del Hijo de Dios, del Verbo, que se hizo carne
por nuestra salvación y se educó en las virtudes silenciosas y cristianas de la Sagrada Familia. Y puesto
que constituyó en plena libertad el inmaculado instrumento humano que le permitió al Salvador venir al
mundo, fue elevada por la Bondad Divina al rango celestial de medianera de todas las gracias. Es, pues,
una criatura maternalmente “misericordiosa” en el sentido profundo y sobrenatural del término.
La misericordia del Corazón Inmaculado de María constituye un privilegio inaudito que se nos concede a
nosotros, los cristianos, y cuyo ejercicio mediante las humildes e ignoradas plegarias de multitud de fieles
seguro que ha permitido la salvación de innumerables almas, cuyo número se conocerá el día del Juicio.
Es, por tanto, una de las formas en que se manifiesta la gracia divina, concepto absolutamente
desconocido para la morisma. Y, de hecho, la María coránica no intercede ante Alá por los musulmanes,
al contrario que los profetas del islam y, por ende, que
su hijo Jesús (este último siempre en subordinación a la intercesión de Mahoma), pues, entre otras cosas,
es una mujer, y una mujer no puede ser profetisa del islam. Especificamos “por los musulmanes” porque
de la intercesión (prohibida en principio, pero concedida sólo por don especial de Dios: azora 39, titulada
“los grupos”, aleyas 43-44) se hallan excluidos todos los que “asocian” otros dioses al Dios único, una
prohibición que se aplica, pues, a politeístas, judíos y cristianos (13). El musulmán, pues, no debe ni
siquiera rogar por los difuntos de éstos (azora 9, titulada “El arrepentimiento”, aleya 84). A María
Santísima, en cambio, a la verdadera María, se le puede pedir que interceda por todos los pecadores, ya
sean ateos o de cualquier religión: Dios (el Dios verdadero) no ha puesto límites a la misericordia del
Corazón Inmaculado de María.
El Jesús del alcorán no es Nuestro Señor Jesucristo, sino su opuesto: es ni más ni menos que un
enemigo de los cristianos
Ya de una visión de conjunto de la “mariología” coránica se desprende que el Jesús del Alcorán no tiene
nada que ver con el Jesús auténtico, el de los evangelios. No tiene dos naturalezas, una divina y otra
humana, unidas en su única persona divina. Se le presenta nada más que como un hombre, bien que
nacido en las circunstancias que hemos visto y dotado de poderes extraordinarios (curaciones, milagros).
Más aún: se niega la crucifixión (azora 4, titulada “Las mujeres”, aleyas 157-158). El Corán dice que
Jesús fue elevado al cielo por Alá y que en su lugar fue crucificado otro (*). Se trata, como se sabe, de
una variante de la herejía docetista, que consideraba sólo aparente o fruto de una ilusión la muerte de
Nuestro Señor en la cruz: «Mahoma acoge, pues, un aspecto de la doctrina docetista, que sostenía que
Jesús se había revestido de un cuerpo aparente y que, en consecuencia, había sufrido y muerto sólo en
apariencia. Tal doctrina la sostenían, en diversas formas, bien sectas monofisitas, bien los maniqueos y
algunos gnósticos. Basílides, en particular fundador de una secta gnóstica , había enseñado que Jesús no
había sufrido la crucifixión, sino que el que murió en su lugar fue el Cireneo -personaje conocido por el
relato evangélico de la Pasión-, cuyo aspecto había sido cambiado por el de Cristo» (14). Se niega, pues,
el hecho histórico de la
crucifixión. El Jesús del Alcorán no es ni puede ser el “varón de dolores” que soporta la Pasión para
cumplir la voluntad del Padre y redimirnos del pecado, y que resucita luego en la gloria. La cruz es una
blasfemia así para los moros como para los judíos. Ofende la idea que ellos se hacen de Dios. Pero un
Jesús que no sea el “varón de dolores” de los evangelios, el cordero sin mácula que borra con su sangre
los pecados del mundo, no puede considerarse que sea Jesús, hablando con propiedad. Es una entidad que
nosotros, los católicos, no conocemos, y con cuyo culto no debemos comprometernos en modo alguno,
como es evidente, por el bien de nuestras almas.
El Alcorán atribuye a Jesús rasgos vengativos, entre otras cosas: «Los hijos de Israel que no creyeron
fueron maldecidos por boca [lit.: lengua] de David y de Jesús, hijo de María [...]» (azora 5, aleya 78).
¿David maldijo a los judíos? No nos lo parece. En cualquier caso, no consta por los evangelios que Jesús
los maldijera. Ciertamente, no pueden considerarse maldiciones las graves monitorias que les hizo en los
evangelios, o la famosa y dura requisitoria contra los escribas y fariseos (Mt 23), que no es un acta de
acusación contra los judíos en cuanto tales, sino una despiadada denuncia de la hipocresía moral de una
clase dirigente en decadencia -acompañada del anuncio del castigo divino-, hasta tal punto, que siempre
se la ha alegado contra cualquier otra clase dirigente que presentara los mismos síntomas de ocaso moral.
Y no sólo no los maldijo, sino que le pidió al Padre en la cruz que perdonara a los crueles judíos, a
despecho de la enormidad de su pecado.
Así, pues, Jesús, al decir del Alcorán, fue elevado al cielo, parece ser que con su cuerpo (terrenal, no
transfigurado), y allí permanece por decreto especial de Alá; volverá el día del juicio final para testificar
en favor de Mahoma y hacer arrojar a los cristianos a la condenación eterna, pues que creyeron en la
blasfemia de su naturaleza divina (!). ¡Un Jesús buen musulmán, que testificará contra los cristianos antes
de morir! «Jesús volverá a la tierra, bajará sobre un minarete de la gran mezquita de Damasco, dará la
paz al mundo, lo convertirá todo al islam y, por último, morirá» (15).
Los conceptos de pecado original, encarnación, redención y gracia brillan por su ausencia en el Alcorán y
resultan incomprensibles para los musulmanes, que niega los dogmas relativos a ellos y los combate. Por
donde se ve claro que la personalidad de su Jesús será la de un musulmán particularmente acepto a Dios,
como lo prueba su inclusión en el rango de los profetas del islam, es decir, en el de aquellos que, al decir
del Corán, anunciaron a Mahoma y a su monoteísmo arbitrario e irracional, el de la
“sumisión” incondicional (islam) a un Dios único. Pero, ¿cómo se explica que se concibiera un Jesús
“musulmán”, que quiere enviar nada menos que al infierno a los cristianos porque creen en su naturaleza
divina? ¿Qué significa eso? ¿Qué diantres de inversión diabólica es ésta? ¿Qué significa dicha
apropiación de la figura de Jesús por parte de Mahoma y sus secuaces?
Lo explicó de la mejor manera posible, a nuestro juicio, el profesor Arnáldez en su estudio citado.
Después de recordar que a Jesús se le presenta también en el Corán como un taumaturgo que realiza
curaciones milagrosas, aunque no en testimonio de su naturaleza divina, sino de la omnipotencia de Alá,
la cual se manifiesta por conducto suyo, el autor concluye así: «Se comprende, pues, por qué numerosas
aleyas del Alcorán se hallan transidas de un ánimo polémico anticristiano incluso cuando alaban la
figura de Jesús como taumaturgo, porque hacen siempre referencia, aunque sea indirecta, a la
aborrecida fe de los cristianos en su naturaleza divina . El islam debía recuperar a Jesús en beneficio
propio, de manera que los cristianos no pudieran reivindicarlo como suyo. El cristianismo no conoce al
verdadero Jesús que es -según dice el islam- el del Alcorán, porque hace de él un ídolo al adorarlo como
Hijo de Dios consustancial al Padre. Mas la incontestable grandeza de Cristo no justifica (a los ojos de
los moros) el hecho de que se le repute por hijo de Dios. Dicha grandeza estriba en su misión
fundamental: la de ser el precursor inmediato de Mahoma y anunciar su venida, un poco a la manera de
Juan el Bautista, que es grande porque fue el precursor de Jesús y dio testimonio de la verdad de su
mensaje. Jesús es el Juan del Alcorán, en cuanto que anuncia a Mahoma como profeta del islam. Por lo
demás, Jesús es el último de los profetas de Israel. Al anunciar a Mahoma, que enlaza directamente con
Abrahán por conducto de Ismael (progenitor de los árabes) y que es el restaurador del monoteísmo puro
del padre de la fe (es decir, de Abrahán), Jesús restablece la unión de toda la descendencia de Abrahán.
Así que la figura de Jesús desempeña un papel capital en relación con el ideal musulmán de todos los
creyentes en Alá, el Único. Pero desempeña dicho papel porque se le considera un hombre, un servidor
de Dios (esto es, un muslim del Dios “único”), un profeta del islam» (16). Nada más que un hombre,
pues, cuyo mérito, a los ojos de Alá, estriba sobre todo en haber anunciado a Mahoma, un anuncio que,
sin embargo, fue ocultado por sus seguidores, quienes alteraron el libro que Dios «había hecho
descender» sobre Jesús, un libro que, en opinión de la morisma agarena, nosotros no poseemos en su
forma pura y originaria, y que, de todos modos, fue abrogado por el Corán, la revelación última y
definitiva.
La clave de bóveda de esta “cristología” islámica parece constituirla la interpretación que Mahoma dio de
la figura de Abrahán, considerado el “padre de la fe” por judíos y cristianos. Por increíble que pueda
parecer, Mahoma tuvo la osadía de atribuir al monoteísmo de Abrahán una fe en el Dios único cual la
concebía él mismo, una fe que, según decía, había sido corrompida por judíos y cristianos y que él,
Mahoma, descendiente de Abrahán según la carne por vía de Ismael, progenitor de los árabes, al cual
Abrahán engendró en su esclava Agar, se sentía llamado a restaurar en su presunta pureza. Al interpretar
de esta guisa la figura de Abrahán, Mahoma debía establecer necesariamente una continuidad entre el
padre de la fe y él mismo, una continuidad que no podía basarse en los textos sagrados de judíos y
cristianos, los cuales, como es obvio, no habían oído hablar nunca de Mahoma: sólo podía basarse en las
figuras de los profetas, oportunamente reinterpretadas y enriquecidas con elementos legendarios, hasta
llegar a Jesús. He aquí por qué Jesús, último de los profetas, “restablece la unión de toda la descendencia
abrahámica”: la “restablece” en cuanto que se le considera un anillo fundamental e indispensable de la
cadena que, al parecer, une a Abrahán con Mahoma. He aquí por qué Jesús debe ser arrancado a los
cristianos y reivindicado como auténtico “musulmán”.
Mas ¿por qué esta idea de una unión que se “restablece”? ¿Qué “unión” había que restablecer? El
concepto nos resulta ininteligible a los católicos, pero sólo si se sigue sin comprender el verdadero
contenido de la increíble pretensión de Mahoma, que es la de ser él, nada menos, el restaurador de un
presunto monoteísmo puro -que era el de Abrahán, en su opinión- contra la supuesta corrupción que le
habían infligido judíos y cristianos (!). Dicha “corrupción” había interrumpido, al decir de Mahoma, la
enseñanza de tal monoteísmo puro, con lo que se quebró la unidad de los creyentes en el Dios único. El
cometido de la religión fundada por Mahoma (el islam o “sumisión” a Alá, según se dijo) estriba entonces
precisamente en el restablecimiento de tal unidad o unión, predicando primero a los árabes y luego al
mundo entero la fe en el Dios “único” (en el Alá del Alcorán) y poniéndola por obra en una comunidad
(la umma de los creyentes sometidos al Dios “único” o musulmanes), rígidamente organizada con base en
el Corán, la cual debe extenderse a todo el mundo. «El islam constituye en sus creencias y ritos», en la
formulación
definitiva que hizo de él su fundador, «la forma religiosa definitiva para toda la humanidad» (17).
Conclusión: el verdadero “diálogo” estriba en profesar sin miedo nuestra fe, remitiéndonos a
Nuestro Señor para lo demás
¿Se puede “dialogar” cuando los nombres y los conceptos denotan creencias y valores no sólo distintos,
sino realmente opuestos? El sentido común dice que no, mientras que el sensus fidei se escandaliza con
toda razón.
La fe en la “Virgen” puede ser “lugar de encuentro” sólo para quien posee la revelación auténtica y se
remite al Corazón Inmaculado de la verdadera María, madre siempre virgen de Nuestro Señor, concebida
sin pecado original, que fue asunta al cielo y es medianera de todas las gracias, madre de la santa Iglesia y
debeladora de todas las herejías.
Un modo verdaderamente católico-de afrontar el “choque de civilizaciones” que dura desde siempre entre
nosotros y los musulmanes (lo único que pasa ahora es que ha entrado en una fase en la cual los moros
han tomado de nuevo la ofensiva en todos los frentes y a escala mundial) sería, a nuestro parecer, el de
organizar peregrinajes a los santuarios marianos con objeto de invocar públicamente a Nuestra Señora
para que interceda por la conversión de todos los islamitas a Nuestro Señor Jesucristo. Éste sería el
verdadero “diálogo” según nuestra fe. El resto “es silencio”
Canonicus
Notas:
(1) Véase: Magdi Allam, Kamikaze made in Europe.¿Logrará Occidente derrotar a los terroristas
islámicos? (tit. orig. italiano) Milán: Mondadori, 2004. El ensayo recoge, reelaborándolos, una serie de
artículos publicados en el Corriere della Sera.
(2) Cardenal Bea, Le chemin de l'unité, Desclée, 1967, pp. 271-2. En este texto la voz “islam”se escribe
con mayúscula mientras que el vocablo “cristianismo” siempre figura con minúscula. Dicho libro lo
publicó en italiano la casa editorial Morcelliana con el título: Il cammino all'unione dopo il Concilio. El
cardenal Bea teoriza en él la perspectiva ecuménica con la que nos hemos familiarizado en estos últimos
cuarenta años, y hace ver que corresponde a las exigencias que se afirmaron en el concilio: de la unidad
en la “libertad religiosa” con los “hermanos separados” a la auspiciada “unidad de la familia humana”
merced al diálogo ecuménico extendido a la humanidad como tal (cf. el último capítulo: “L'oecuménisme
et l'édification de l'unité de la famille humaine”, op. cit., pp. 304-316). Esta obra, como en general otras
intervenciones semejantes del cardenal susodicho, no revela ni profundidad de pensamiento ni una rara
cultura, pero es importante porque hace ver cuál era, y sigue siendo la auténtica mente de los
protagonistas deVaticano II tocante a los objetivos últimos del ecumenismo y del diálogo.
(3) Cf. Si Si No No (XXVIII), n2,'22 del 31 de diciembre del 2 002, pp. 5-7 (edición italiana).
(4) El asunto lo reconstruye con mano maestra el profesor Roger Arnáldez, eminente arabista e
islamólogo, en su trabajo fundamental, sobre el cual nos hemos basado ampliamente: Jésus fils de Marie,
profhéte de l'Islam, Desclée, 1980, pp. 32-38. La importancia de este trabajo deriva, sobre todo, del hecho
de que el autor analiza en detalle, con una sabiduría sutil, la interpretación que los comentadores
musulmanes dan de Jesús y María. Se basa para ello en los seis más representativos (siglo X hasta
principios del XIII). Para un cuadro completo, véase también: Arnáldez, Gesú nel pensiero musulmano,
versión italiana de F. Caponi, Milán: Edizioni Paoline, 1990, que trata de la figura de Jesús entre los
místicos islámicos y reduce algún tanto el alcance de la presunta influencia que tuvo aquélla sobre éstos.
Refuta así ciertas interpretaciones en boga entre los estudiosos occidentales deseosos de “diálogo” a toda
costa. La influencia de la figura de Jesús fue mínima, en realidad; sólo tuvo un peso notable en el caso
famoso del gran místico Hallay, quien, aunque nunca dejó de confesarse musulmán, con todo, apreció al
máximo el valor del sufrimiento y de la crucifixión de Cristo (dos auténticas herejías para la teología
islámica ortodoxa), hasta llegar a experimentarlos en su carne (las autoridades mahometanas lo hicieron
crucificar en el año 922 d. C. como hereje). Pero el suyo constituye un caso absolutamente anómalo
(véase la obra citada de Arnáldez, parte segunda., cap III y conclusión de la obra, pp. 173-187).
(5) Il Corano, versión italiana de Luigi Bonelli, 1929, azora 5, titulada “La mesa servida”, aleya 116 (para
la versión castellana, hemos usado la traducción de Julio Cortés publicada por la editorial Herder).
Recordemos a nuestros lectores que las fuentes de la revelación son sólo tres para los musulmanes:
a) El Alcorán, «compilación de las revelaciones textuales que Dios transmitió a Mahoma por conducto
del ángel Gabriel y, en consecuencia, palabra exacta de Dios, no mera palabra divina elaborada por
Mahoma». El sujeto que habla en las azoras o capitulitos de dicha obra es casi siempre Alá (“el Dios”),
nunca Mahoma. El Alcorán es un libro que «se hizo descender» desde el cielo, un libro eterno e increado;
su matriz se halla cabe Dios. La prueba de su autenticidad la constituye, para los agarenos, su
“inimitabilidad”, es decir, su mera existencia de hecho (si un católico dijera que los evangelios son la
copia de un arquetipo celestial, eterno e increado, y que su mera existencia prueba su origen divino, lo
considerarían una persona extravagante como mínimo). Esta “palabra de Dios” que bajó del cielo sobre
Mahoma es el único “milagro” de Mahoma. Contiene una Ley que sustituye de manera definitiva a todas
las leyes que “se habían hecho bajar” sobre los profetas precedentes (desde Adán a Jesús, según el
Corán), abrogándolas para siempre; de ahí que deba ser acatada por toda la humanidad.
b) Los hadices, «o sea, las tradiciones, „canónicas‟ por decirlo así, en torno a cosas que Mahoma dijo o
hizo, el cual se supone que obraba por inspiración divina y era, por ende, infalible en sus palabras y
actos, salvo los casos de arrepentimiento o mudanza explícitos. La autenticidad de dichas tradiciones la
garantiza, para el islam, su transmisión de manera invariada mediante una cadena ininterrumpida de
narradores idóneos y fidedignos. El fiqh (el derecho islámico) deduce la azuna, o modo consuetudinario
de obrar de Mahoma, de los hadices contenidos en las famosas compilaciones del siglo III de la hégira
(IX d. C.). La dogmática recaba de ellos muchos elementos que vienen a ser, en parte, explicaciones del
Alcorán. La moral infiere de los mismos muchísimas enseñanzas».
c) Por último, «la opinión concorde de la comunidad musulmana» (igma). Véase. C. A. Nallino, voz
Islamismo en la Enciclopedia Italiana, XIX, 1933, pp. 603-614, que puede leerse también en la obra del
mismo autor Raccólta di scritti editi ed inediti, vol. II (edición de Maria Nallino), Roma, 1940, pp. 1-44;
pp. 13-14.
Los cristianos no deben olvidar, nunca que, para el islam, el Corán abrogó definitivamente el Viejo y el
Nuevo Testamentos.
(6) Italo Sordi, Che cosa ha veramente detto Maometto, Roma: Astrolabio-Ubaldini, 1970, pp. 132-133.
Véase, además, C. A. Nallino, voz Maometto, en la Enciclopedia Italiana, XXII, 1934, pp. 193-197, que
puede leerse ahora también en la ya citada Raccolta di scritti editi ed inediti, vol. II, pp. 45-49; pp. 4647:
«Sus primeros informadores sobre el monoteísmo fueron cristianos casi con toda seguridad, que
pertenecían a la categoría de comerciantes no árabes de paso por La Meca, o bien esclavos de origen
abisinio, o sirio-palestinense, o mesopotámico; cristianos de fe ardiente, en cualquier caso, pero no muy
versados en las doctrinas de su religión, embebidos de herejías, y judaizantes en cierto sentido; por
donde se explican ciertos errores gravísimos de Mahoma en materia bíblica y a propósito de elementos
doctrinales judíos y cristianos, aunque a menudo sea imposible decidir con seguridad si los errores y las
deformaciones han de imputarse a los primeros informadores de Mahoma o a este mismo».
(7) Alessandro Bausán, L'Islam, Milán: Garzanti, 1980, p. 19. Véase también Nallino, voz Islamismo, cit.,
pp. 26-29. La teología islámica defiende así hasta sus extremas consecuencias lógicas (respecto de sus
premisas) la idea de un Dios que crea y ejerce la omnipotencia de la manera más arbitraria y personal que
pueda imaginarse. Como corroboró asimismo recientemente Su Santidad Benedicto XVI, en el discurso
de Ratisbona del 12 de septiembre del 2006, ya recordado, se trata de una idea de Dios incompatible con
el canon de la racionalidad, al cual no es ajeno, ciertamente, el Dios del Viejo y del Nuevo Testamento.
Constituye una concepción irracional de lo divino, lo cual basta y sobra para que nosotros, los católicos,
no podamos reputarla por fruto de una revelación auténtica.
(8) Cor 3, azora titulada “La familia de Imram”, aleya 52. Semejante a Adán, recuerda Bonelli, porque
«ninguno de los dos tuvo por padre a un hombre». Conviene recordar que el modo en que el Alcorán
entiende a Jesús como “semejante a Adán” no tiene absolutamente nada que ver con la interpretación
fundamental de la figura de Cristo como “segundo Adán”, el Hombre Nuevo, regenerado por el Espíritu,
que nos da San Pablo en I Cor 15, 47: «El primer hombre [Adán] fue de la tierra, terreno; el segundo
hombre [Cristo] fue del cielo [es el Hijo de Dios]». En el Alcorán, en cambio, se utiliza el paralelo para
negar la divinidad de Cristo, para afirmar, una vez más, que hay que considerarlo “terreno”,
como a Adán.
(9) El calificativo de “Mesías” que emplea el Alcorán no tiene ni por pienso el significado que posee en el
dogma católico. Véase un minucioso análisis del mismo en Arnáldez, op. cit., pp. 84-87.
(10) Cf. A., pp. 80-84. Para las curiosas e increíbles leyendas que
los comentadores musulmanes consideran fidedignas sobre “José, el carpintero”, véase, p. ej., op. cit., pp.
109-110: «María tenía un primo que se llamaba José, hijo de su tío paterno. Puesto que corría la voz de
que estaba preñada por haber fornicado, éste temía que el rey [sic] la hiciera matar. Entonces huyó con
ella. Pero por el camino empezó a reflexionar y a pensar que debía matarla. En eso estaba cuando se le
envió el ángel Gabriel, quien le reveló que la maternidad era obra del espíritu de santidad o sea, de Dios
, razón por la cual no había que condenarla. Entonces José la dejó vivir». Se amalgamaron leyendas de
diverso origen en esta y en otras historias (ibídem, pp. 111-112). Aquí, como en otras partes, se advierte
que se deforman los datos neotestamentarios.
(11) Cor 19, azora titulada “María”, aleyas 19-22. El ángel «se hizo para ella semejante a un hombre
perfecto» (también aleya 17), es decir, se le apareció bajo el aspecto de un hombre “perfecto”, no como
un ángel.
(12) Sergio Noja, Maometto profeta dell'islam, Milán: Mondadori, 1985, p. 259. El Alcorán permite un
máximo de cuatro esposas al islamita. Un número mayor sólo se le consintió a Mahoma, a título de
excepción. La tradición islámica muestra que aprecia la sensualidad de Mahoma (su declarada pasión por
los perfumes y las mujeres), y le atribuye una enorme potencia sexual («la fuerza de treinta hombres»).
También en este campo el “profeta” constituye un modelo (op. cit., ibídem). Así, pues, la familia de
Mahoma, no la Sagrada Familia, es lo que constituye para los moros el ejemplo a seguir. Y menos mal
que la familia de Mahoma no es, ciertamente, la de la madre single [soltera] ni la homosexual, que clases
dirigentes irresponsables han impuesto y siguen imponiendo en Occidente. Parece que estamos hoy en el
último estadio de la decadencia de una civilización. Pero el renacimiento no pasa, a buen seguro, por los
“valores” del islam. Sólo podrá comenzar con una restauración del verdadero catolicismo y, por ende, con
un retorno a la Sagrada Familia, basada en la prole, la castidad y la fe en el Dios verdadero, cual único
modelo de la familia terrena.
(13) A., pp. 87-92. También a los judíos se les incluye en este elenco porque se les acusa, erróneamente,
de haber divinizado al bíblico Esdrás: «Los judíos dicen “Uzary [Esdrás] es el hijo de Dios”. Y los
cristianos dicen: “El Ungido es el hijo de Dios”. Eso es lo que dicen de palabra. Remedan lo que ya
antes habían dicho los infieles. ¡Que Dios combata contra ellos! ¡Cómo pueden ser tan desviados!»
(azora 9, titulada “El arrepentimiento”, aleya 30). Bonelli nos recuerda que la expresión “¡Que Dios
combata contra ellos!” es, en realidad, una fórmula de maldición (versión italiana citada, p. 167, nota n°
3). Y, en efecto, Bausani traduce sin más “¡Dios los maldiga!” (Il Corano. Introducción, versión y
comentarios de Alessandro Bausani, Florencia: Sansoni, 1978). En la literatura hebrea post-bíblica no
hay, como es obvio, ni rastro de tamaña “divinización”. Quizás se trate de un rasgo polémico que
Mahoma tomó, según parece, de los samaritanos (Bonelli, ibídem, nota nº 2). En la literatura rabínica y
apócrifa se halla sólo algún pasaje del cual emerge una gran veneración por el sacerdote Esdrás en tanto
que maestro y casi un «segundo Moisés» (Bausani, Commento, en Il Corano, cit., p. 560).
(14) Sordi, op. cit., pp. 130-1. Algunos comentadores musulmanes dan hasta el nombre del presunto
sosías, un tal Sergio (sic), que sólo ellos mencionan (cf. el Commento de Alessandro Bausani, cit., p.
532). De todos modos, la aleya que niega la crucifixión es bastante oscura. Se la traduce en general así:
«una semejanza se ofreció a sus ojos» (Arnáldez), o bien: «sino que alguien fue hecho semejante a él»
(Bausani). Cf. al respecto A., pp. 187-201, que se ocupa de la «elevación de Jesús al cielo» del Alcorán.
(15) Nallino, voz Islamismo, cit., p. 24. Jesús no es el único “inmortal” del que habla el Alcorán; hay tres
más: uno en el cielo (Idris [¿Henoch?]) y dos en la tierra: Elías y un misterioso al-Jadir (*****) (véase
Bausani, Commento, cit., p. 591). Recordemos que, según la teología musulmana, las penas del infierno
son eternas sólo para los no musulmanes (cf. al respecto Nallino, voz Islamismo, cit., p. 25).
(16) Arnáldez, op. cit., p. 185.
(17) Nallino, voz Maometto, cit., p. 52. Así como el Alcorán abroga definitivamente todas las
revelaciones precedentes, así y por igual manera la sociedad que se fundamenta en él debe sustituir a
cualquier otra forma social. Recordemos, a propósito del presunto fundamento abrahámico del islam, que
los musulmanes, alterando los datos bíblicos, sustituyen a Isaac por Ismael en el episodio del famoso
sacrificio (Gen 22, 1-19). Los moros piensan también que el Viejo Testamento está alterado, y aducen al
respecto las mismas razones que les llevan a pensar que el Nuevo Testamento es una falsificación.
Nota del traductor:
(*) Como dice Julio Cortés, autor de la versión del Alcorán publicada por la editorial Herder, «Para el
Corán, Jesús y María vivían aún en tiempos de Mahoma (C 5, 17). Según la tradición islámica, Jesús fue
elevado en vida al cielo por Dios (C 4, 157-158) y en el cielo está, en cuerpo y alma» (El Corán, versión
de Julio Cortés, Barcelona: Herder, 1999, pág. 130).
Por otra parte, es evidente que la negación de la crucifixión está tomada de la literatura gnóstica, aunque
el Corán no asegura que en lugar de Cristo muriera otro; sólo afirma que los judíos intentaron matarlo sin
éxito; los datos restantes provienen de la tradición islámica:
«En ActJuan 99 [Hechos de Juan], Jesús dice a Juan: “... ni soy yo quien está en la cruz”. Para los
gnósticos basilidianos fue Simón de Cirene (Mt 27, 32; Mc 15, 21) el crucificado, en lugar de Jesús. V. El
Mito de Basílides según san Ireneo, en Adversus Haereses l. 24, 4. El docetismo enseñaba que Cristo,
durante su vida humana, no tuvo cuerpo real, sino aparente, fantasmal, y que todos sus actos -incluidos
los sufrimientos y, entre ellos, la crucifixión- no tuvieron existencia real sino tan sólo aparente. El Corán
no habla de sustitución de Jesús por otro, ni de que tuviera cuerpo aparente. Para el islam tradicional,
los judíos intentaron matar a Jesús, pero no lo consiguieron. Según la secta moderna ahmadí, Jesús fue
crucificado, pero sobrevivió y predicó hasta los ciento veinte años, en que murió y fue sepultado en
Srinagar, Cachemira» (Julio Cortés, ibid., p. 130).
FÁBULAS MODERNAS: LA COMARCA QUE NO CONOCE EL DIVORCIO
Recibimos y publicamos:
«La ciudad de Siroki-Brijeg en Herzegovina presenta una particularidad extraordinaria: nadie recuerda un
solo divorcio entre sus 13.000 habitantes, ni tampoco un solo caso de fractura de la familia. El secreto de
Herzegovina es sencillo: los habitantes croatas han mantenido su fe católica soportando durante siglos las
persecuciones de los turcos primero, y de los comunistas después. Su fe se arraiga en el conocimiento del
poder salvífico de la cruz de Jesús. Saben que el matrimonio está indisolublemente unido a la cruz de
Cristo. Según la tradición croata, cuando una pareja se prepara para el matrimonio, no se les dice a sus
integrantes que han hallado a la persona perfecta. No, al contrario; el sacerdote les dice: “Habéis
encontrado vuestra cruz”. Es una cruz que hay que amar, que tomar consigo, una cruz que no se repudia,
sino que se considera un tesoro.
La cruz representa el amor más grande en Herzegovina, y el crucifijo es el tesoro de la casa. Los novios
llevan consigo un crucifijo cuando van a la Iglesia a casarse. El sacerdote lo bendice. Cuando llega el
momento del intercambio de promesas, el novio pone su mano derecha en el crucifijo y la novia pone la
suya en la de aquél, de suerte que ambas manos se unen a la cruz. El sacerdote cubre sus manos con la
estola mientras ellos se intercambian las promesas, según el rito de la Iglesia, de ser fieles el uno al otro
en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, hasta la muerte. Los novios no se dan el beso
nupcial antes de haber besado ambos la cruz. Los que asisten el rito comprenden que si uno de ellos
abandona al otro, abandona a Cristo en la cruz. Los recién casados llevan el crucifijo a su casa después de
la ceremonia y lo conservan en un lugar honroso. Será siempre para ellos el punto de referencia y el lugar
de la oración familiar. No acuden al abogado ni al psiquiatra cuando atraviesan dificultades, sino que
acuden juntos ante la cruz a pedir la ayuda de Jesús. Se arrodillan, lloran, abren sus corazones e imploran
juntos perdón al Señor. Se van a dormir con la paz en el corazón porque han recibido el perdón de la
única persona que tiene el poder de salvarlos. Enseñan a sus hijos a besar la cruz a diario y a no irse a
dormir como los paganos, sin dar antes las gracias a Jesús en primer lugar. Saben que Jesús los tiene entre
sus brazos y que nada han de temer».
Carta firmada
LA EXTRAÑA "CONVERSIÓN" DE ROGER SCHUTZ
Un lector nos escribe:
«Estimado Si Si No No:
Me enteré por una noticia del diario I1 Giornale, del 9 de septiembre del 2006, que remito adjunta en
fotocopia, de que el difunto Frére Roger, fundador de la comunidad de Taizé, se convirtió al catolicismo,
según parece, en el lejano 1972, pero que se había silenciado el asunto “para no turbar a sus fieles”. Si el
hecho respondiera a la verdad, ¿podrían decirme ustedes de qué ralea de conversión se trató?
Saludos cordiales».
Estimado amigo:
Hablamos largo y tendido de la “conversión” de Roger Schutz en el número del 15 de enero de 1988
(edición italiana), en un artículo titulado: Taizé: una propuesta de apostasía embozada en el
sentimentalismo. Siguiendo el libro-entrevista Frére Roger di Taizé, documentamos, con sus mismas
palabras, que la que él llamaba «reconciliación» no era una conversión en absoluto, sino una pretensión
de doble pertenencia (a la Iglesia católica y a su «iglesia de origen»), como si pudiera darse una doble
revelación divina.
Que Roger Schutz no mudó nunca de parecer y que, por ende, no se convirtió jamás, lo atestiguó
L'Osservatore Romano al menos dos veces: con ocasión de su muerte, al publicar el discurso que Schutz
estaba preparando, y, más recientemente, al conmemorar el primer aniversario de su violenta desaparicion
en el número 14-15 de agosto del 2006, pág. 7, donde hallamos expresada su posición doctrinal con las
mismas palabras de Schutz que criticamos en el remoto 1988: «He hallado mi propia identidad de
cristiano reconciliando en mí mismo la fe de mis orígenes con el misterio de la fe católica, sin romper la
comunión con nadie»; así, pues, una “conversión” sin “aversión” hacia el error, lo cual es absurdo
tratándose de la verdad, y más aún si la verdad es la que Dios reveló.
Roger Schutz era de origen calvinista, pero su subjetivismo sentimental lo volvía muy afín a los
“pietistas” luteranos, para los cuales lo que cuenta ante todo es el “corazón” y el “sentimiento”, no la
verdad revelada: posición que constituye un obstáculo no pequeño para la conversión al ser ésta
principalmente la adhesión de la inteligencia a la revelación divina.