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Compendio Histórico DE NAVARRA POR JULIO CARROQUINO y ANGEL XIMÉNEZ DE EMBÜN Obra premiada en el Concurso de 1951, por el Patronato de la Biblioteca Olave, de Pamplona. PRIMERA EDICIÓN ZARAGOZA Imprenta de M. Émbid 1932 INTRODUCCION Lector amable: Antes de penetrar en las entrañas de la obrita que te ofrecemos, deten un mamento tu atención en estas líneas; ellas son las que, al decirte nuestro\s pro pósitos modestísimos, pretenden justificar nuestro atrevimiento; son también la expresión sincera- de nuestro sentir y el tributo de gratitud que te debe rnos. A tí, lector, quienquiera que seas, joven o viejo, docto especialista en estudios históricos o simple afi cionado a ellos, ya nos leas por curiosidad, ya por amor a tu tierra, dedícameos nuestro trabajo. Que tu juicio sea benévolo. No te ofendas, si pudiendo Habitarte discreto o amigo, te calificamos de amable solamente. Discre to, suponemos lo serás; mas, al no conocerte, fáltanos seguridad de ello, y la certeza debe ser la base de nuestras afirmaciones; amigo, no sabernos si que rrás serlo nuestro; ümáble, sí h eres, al menos para — IV — nosotrosf que nos lees. Escucha, pues, lector amable. Hemos querido hacer un compendio de la Histo ria navarra, no una Historia del reino de Navarra. De ser esta última nuestra intención, hubiéramos ini ciado la obra al aparecer Iñigo Arista, para termi narla con la anexión de Navarra; siendo como te decimos, podemos empezar en la prehistoria y llegar hasta los últimós tiempos. Tampoco hacemos una Historia de los reyes de Navarra, sino una Historia de Navarra. No hay que confundir lo primero con lo segundo: la Historia de un pueblo no es la His toria de sus reyes, por 'más que coincida con ella muchas veces. Finalmente, si declarónos que esto es un compen dio, comprenderás que nada nuevo puedes encontrar en él; todo cuanto decimos ha sido escrito anterior mente; sólo la for\ma es nuestra. Yanguas, Olóriz, Altamira, Aguado y los demás autores que citamos, han sido frecuententente consultados, y sirva esta leal advertencia para evitarnos, y evitarte, la enojosa repetición de referencias. Intentamos solamente con nuestra obra reunir en un pequeño volumen cuanto hay de más interés en la Historia navarra, facilitando así su conocimiento a quienes, por tener otras ocupaciones, carecen de tietynpo para leer obras más extensas. Procuramos también, dar una ligerísima idea del desarrollo de la cultura y civilización en Navarra; sin esto, sería la Historia un seco catálogo de batallas, un descar nado esqueleto de la vida de las pueblos. Nosotros hubiércámos querido disponer de espa cio suficiente para presentar de modo más extenso la gloriosa Ma de Navarra, aunque hubiera salido deslustrada por el tosco deletretar de nuestra pluma; hias los estrechos límites de un compendio nos fuer zan a escribir con brevedad. Lee, pues, con benevolencia, y si, por acaso, ha llares algún error, perdona la ignorancia de Los AUTORES. Compendio histórico de Navarra. CAPÍTULO 1 Navarra hasta la invasión musulmana. 1- Datos prehistóricos. — 2. Los primeros pobladores. — 3. Vasconia y Navarra. — 4. Las colonizaciones fe nicia y griega. — 5. Epoca cartaginesa. — 6. Reli gión, cultura, costumbres. — 7. Epoca romana. — 8. Predicación del Evangelio. — 9. Invasión de los bárbaros. — 10. Los vascos durante la dominación visigoda. 1. Datos prehistóricjos.—Los vestigios de gla ciarismo que se encuentran en la península cor responden, en general, a la última glaciación europea. El clima variaba según las distintas re giones, y podemos decir que el Norte de España tenía, durante los períodos glaciares, un clima muy semejante al de la Escocia Central, mientras que durante los períodos interglaciares gozaría de un clima semejante al actual de Andalucía. La prehistoria vasca empieza con estaciones del paleolítico superior, entre las que podemos ci tar: las cuevas de Aitzbitarte, en Rentería, y las de Ermityia, en Sasola, barrio de Deva; la de Armiña Berriatúa, cerca de Lequeitio; la cueva de Balzola, cerca de iDima-Yurre, y la de Santimamiñe, en Bas-ondo, cerca de Guerriica, que es la más importante. Del eneolítico es la cultura pirenaica, que en el país vasco forma un grupo importante, con nu merosos monumentos inegalí ticos en las tres pro vincias vascongadas y en la parte Norte de Na varra, con sepulcros de corredor y galerías cu biertas. La parte Sur de Navarra debió de pertenecer a la cultura central de la península, pues en Echauri se halla una estación -con su cerámica típica. En Navarra, junto a los Arcos, hay menhires; uno de ellos, al pie del monte Aralar, es la "Piedra de Roldán", de tres metros de altura, y con signos grabados. En la vertiente meridional del monte Mendigurem (condado de Treviño; Alava), se ha registrado un ídolo-nienhir. En cuanto a lo-s dólmenes, diremos que en Na varra, lo mismo que en las Vascongadas y Cata luña, se 'da como forma más antigua o primaria el dolmen cuadrangular o poligonal (como núcleo de montículo de planta circular); luego, com. co rredor incipiente, el de la planta cuadrada o rec tangular, cuya prolongación llega a constituir una galería cubierta; y por fin, el sepulcro pequeño rectangular llamado cista. En el monte Aralar, re gistraron unos 26 dólmenes los señores Iturralde y Aranzadi. Y éste, con los señores Barandiarán y Eguren, descubrió algunos más en la provincia de Guipúzcoa. No faltan en Alava, donde es cé lebre el dolmen de Eguilaz, que contenía varios esqueletos, armas e instrumentos (de piedra y bronce (1). La edad del bronce es poco conocida. De la edad del hierro, en las provincias vascongadas, no se conoce nada. En Navarra tenemos la necrópo lis de Echauri, con armas posthallstatticas. 2. Lo» primeros pobladores*— Clásica es la explicación que de los primeros pobladores de Es paña se hace. En¡ época desconocida llegaron a esta península aquellas grandes emigraciones, que partiendo del Asia, fueron a poblar todas las par tes del mundo. Situáronse los iberos <en la parte comprendida entre el Ebro y el Carona, país que de ellos tomó el nombre de Iberia, y de su trato con los celtas, llegados posteriormente, pueblo de hombres fuertes y siempre prontos a la pelea, pro cedieron los esforzados celtiberos. Para Shulten, los ligures son la población más antigua que nos es dado comprobar histórica mente, en la península; pero D. Andrés Giménez Soler, sostiene que los ligures y los iberos son el mismo pueblo (2). (1) J. R. Mélida: Arqueología Española, manuales "La bor", núm. 189-190. (2) A. Giménez Soler: La antigua península ibérica. En la Historia Universal, dirigida por G. Oncken, - ío La influencia de los distintos climas, el influjo de la orografía y de la hidrografía, las variadas pro ducciones del suelo y el correr de los tiempos, oca sionaron, como era lógico, numerosas diferencias en aquellos primitivos grupos étnicos, y originaron una ¡gran cantidad de pueblos, de los que apenas cono cemos los nombres, que nos transmitieron los escri tores griegos y romanos. No es propio de este lugar entrar en un estudio minucioso de los caracteres dis tintivos de cada uno de ellos; más nos interesa, por el contrario, saber cuáles ocuparon el territorio de la actual Navarra. Parece ser que los várdulos ocupaban lo que hoy es provincia de Guipúzcoa, internándose en Nava rra hasta llegar a Estella, donde limitaban con los vascones, pobladores del resto de la región. Vemos, pues, que Navarra estaba principalmente ocupada por los vascones. Cuál sea el origen de este pueblo es cosa muy discutida, pues mientras unos los consideran iberos,, otros los hacen turanios, otros cel tas, y no falta quien los considere como una raza es pecial de procedencia desconocida. La identificación entre vascos e iberos, constituye el problema llamado del vasco-iberismo, problema no resuelto, y que tiene un doble aspecto: el lingüístico y el etnológico y antropológico. Para algunos histo riadores, los que siguen la doctrina de Von Humboldt, en toda España existe un fondo lingüístico clara mente perceptible y anterior a las invasiones cel tas, púnicas y romanas, y este fondo es de tipo vasco; - 11 - para esta escuela, los vascos, al menos en su lengua, son una supervivencia ibérica. Otros historiadores niegan todo parentesco entre los vascos y su lengua y los iberos y el idioma o idiomas ibéricos. Y final mente, otro grupo, menos importante, se desentien de de las dos cuestiones anteriores, para afirmar la existencia en la Península de un fondo lingüístico anterior a lo celta y a lo latino e independiente de las lenguas ibérica y vasca (1). Cuestión es esta, como otras muchas, en la que nada puede resolverse con la polémica, ya que el historiador tiene que conformarse con plantear el problema, sin atreverse a resolverlo, cuando lo en cuentra en su camino. 3. Vasconía y Navarra.—Las palabras "vasconia" y "vascos" son voces de origen latino, que han llegado a nosotros por escritores romanos. Con la palabra vasconia, designaban un territorio especial,, dentro del cual hemos de incluir a Navarra, pues sólo con un criterio vulgar puede excluirse a los navarros de la denominación de vascones. Se ha dicho, durante mucho tiempo, que la pa labra vasco procede de bas (o) ko (montañés, sel vático), mas esta etimología se halla completamente desautorizada. Hoy día, se sigue otra dirección. Los vascos se (1) P. Aguado: Manual de Historia de España. Tomo I, cap. VII, p> 4. - Í2 - llaman a sí mismos "euskaldunak", que significa "los que tienen el eúskera o lengua de eusko". Vasco (uasco, según la pronunciación latina) y eusko, se parece mucho; por lo tanto, éste podría ser el ver dadero origen de la palabra. Hasta el siglo vn, no se conoce al país de los vascos con una denominación distinta de la de Vasconia, debiéndose a Einhard, al hablar de las con quistas de Cario Magno, la noticia más antigua de Navarra (1), aunque seguramente sólo se refería a una parte de la Navarra actual, que más tarde llegó a dar el nombre a todo el territorio. Esta Navarra, debió de estar situada por cerca de Estella,. según puede deducirse del siguiente texto del príncipe de Viana: "...é llámase la antigua Na varra estas tierras; son a saber las cinco villas de Goííi, de Yerri, Valclelana, Amescoa, Voldegabol (2), de Campezo, é la Berrueza, é Ocharan (3); en este día, una gran peña, que está tajada entre Amezcoa, Eulate, é Valdelana, se llama la Corona de Nava rra; é una aldea que está al pie se llama Navatin" (4). Según D. José Yanguas, el nombre de Navarra comenzó a introducirse en los últimos tiempos del (1) "Ipse per bella memorata primo Aquitaniam et Wasconiam totunque Pirinei montis iugum et usque Hiberum omnen qui apud Navarros ortus..." (2) Parece ser el valle de Guesalaz. (Nota de don José Yanguas y Miranda). (3) Puede ser Echarren en el valle de Mañeru, o Echavarri en el de Allín. (Nota de D. José Yanguas). (4) Crónica de los reyes de Navarra. L. I, cap. V, - 13 - señorío de los godos en España, en que, estrechados al fin por sus armas y reducidos los vascones a lo más fragoso del Pirineo,, comenzaron a distinguir la región montuosa de la tierra llana, llamando a ésta Nava, que suena llanura rodeada de montañas, y de la palabra erri, que significa tierra o región, se formó la de Navaerri y después la de Navarra (1). 4. Las colonizaciones fenicia y griega,—Para la mejor inteligencia de lo que sigue, diremos unas palabras acerca de las colonizaciones fenicia y griega. Siendo el comercio y la navegación una de. las principales causas de las relaciones entre los pueblos más apartados, no hay que extrañarse de que algu nos de aquellos primitivos moradores de España en trasen en tratos y comunicación, primero con los fenicios y con los griegos después. Consecuencia de estos tratos, fué la fundación de las colonias fenicias de Gades, y más tarde, Málaga y Sevilla, entre otras, y posteriormente de las colo nias griegas de Rosas, Ampurias y Sagunto. Estas colonizaciones, si bien en un principio fue ron poco gravosas para los habitantes de la ya deno minada Hesperia, no tardaron en hacerse molestas por los continuos abusos de los colonizadores, que, como sucede generalmente en estos casos, explotaban grandemente a los naturales, a cambio de los beneficios ( < i (1) El primer monarca que se denominó rey de Navarra fué Sancho Abarca. - 14 - más o menos positivos de su civilización superior. Tra jo esto el malestar consiguiente,, y comenzaron los na turales a pensar el modo de sacudir el yugo que les iban imponiendo, librándose para siempre de veci nos molestos. No pudiendo por sí solos arrojar a los fenicios, hubieron de pensar en una intervención extranjera, y llamaron en su ayuda a los cartagineses, pueblo de espíritu eminentemente comercial y guerrero, que por entonces alcanzaba gran predicamento. No dejaron los cartagineses de acudir a la invi tación, y esto, no por consideraciones de amistad a los pobres indígenas de Hesperia, consideraciones, que si hoy día son poco atendidas, lo eran menos en tiempos más bárbaros que los presentes, sino por que no podía escaparse a su finísima sensibilidad comercial, que interviniendo en los asuntos de la Península, tenían grandes probabilidades de poder resarcirse con creces de todas sus molestias y de to dos sus trabajos. Desembarcaron, pues,, en Cádiz; arrojaron a los fenicios, y en el siglo ni a. de J. C. intentaron apo derarse de toda la Península, con objeto de compen sar los descalabros que por la posesión de Sicilia habían sufrido en la primera guerra púnica. Hechas estas consideraciones indispensables para la buena inteligencia de la historia de este período, podemos pasar a las épocas cartaginesa y romana, y observar en ellas el papel desempeñado por los mo radores de Navarra, - 15 - 5. Epoca cartaginesa.—No tardaron en compren der los distintos pueblos que habitaban España, qué clase de beneficios podían esperar de sus nuevos amigos los cartagineses, cuyos propósitos no eran otros que indemnizarse en España de las pérdidas sufridas en Sicilia, buscando un nuevo campo en que vengarse de los romanos; y, celosos de su inde pendencia, emprenden una serie de luchas contra el invasor. Unos pueblos se someten de buen grado, y hasta celebran alianzas con los cartagineses; otros, los combaten por sus propios medios; otros, buscan ayu da exterior y ponen los ojos en Roma, la tradicional enemiga de Cartago. Entre estos últimos se contaban los vascones; pero incomodados al fin con Roma, por haber permitido la destrucción de Sagunto, y viendo que los solda dos romanos estaban muy lejos, mientras que los de ¡Cartago llamaban a sus puertas, acabaron por mos trarse sensibles a las liberalidades y halagos de Aní bal y no tuvieron inconveniente en ponerse a sus órdenes y emprender la guerra de Italia. Prodigios de valor hicieron los vascones, que, si guiendo su costumbre, entraban en las batallas sin armadura y con la cabeza descubierta; pero todos sus heroísmos y todo el igenio del gran Aníbal hu bieron de estrellarse ante el poder de Roma, eficaz mente secundado por las luchas intestinas y rivali dades políticas de Cartago. - 16 — 6. Religión, cultura, costumbre)».—Afirman mu chos autores que los vascones no tuvieron religión alguna antes de la predicación del cristianismo, pero de la falta de datos acerca de sus creencias no puede inferirse de ningún modo que careciesen de ellas. Nunca la ausencia de datos positivos será suficiente para negar la existencia de lo que, por naturaleza, debe existir, y ésta, exige que todos los hombres ten gan una religión. Ya D. Pedro Madrazo (1), encuentra dificultoso que un grupo de hombres viva sin religión alguna, pero no se atreve a negar la posibilidad de tal con tingencia, limitándose a decir que este no es el caso de los vascones, pues no se comprende que un pue blo tribute honores y culto a los muertos,, como lo hacían éstos, no teniendo religión. Más audaces nosotros, creemos que no puede ha ber pueblo alguno sin religión, aunque sea ésta todo lo primitiva y rudimentaria que se quiera. Hagamos algunas consideraciones en apoyo de nuestra opinión. Partidarios convencidos del Crea cionismo, teniendo por absolutamente cierta la na rración del Génesis, de acuerdo en sus puntos esen ciales con las investigaciones científicas, hemos de pensar lógicamente que los primeros hombres tuvie ron una religión; esta religión se iría transmitiendo de padres a hijos, con mayores o menores alteraciones, (1) España: sus monumentos y artes; su naturaleza e historia. Navarra y Logroño. T. I, cap. VI, - 17 - y difícilmente podremos llegar a un punto en que los hombres olviden por completo sus creencias pri mitivas. Por otra parte, es natural en el hombre, es algo inherente a su racionalidad, el deseo de explicar los fenómenos del Universo, el afán de buscar la causa y finalidad de éste y la necesidad de hallar un punto de apoyo para su moralidad. Todo esto, ha de llevarle necesariamente a formarse una religión. Tuvieron, pues, los vascones su religión. Lo úni co que cabe preguntar, es cuál era ésta. Nada se guro se sabe sobre este punto, pero puede afirmarse que, sean los que fueren los nombres de los ídolos, las adoraciones iban dirigidas a la naturaleza y sus fenómenos: las fuentes, los árboles, el fuego, etc., etc. Tenían muy arraigada los vascones la práctica de supersticiones y agüeros, y así vemos que estas cos tumbres se conservaban en el siglo xvn, aun entre los mismos devotos que iban a Santiago de Compostela. Entre todas las supersticiones, la que más arraigo tuvo en el país vasco fué la creencia en brujas y he chiceras. Se hallaba ésta tan extendida en Navarra, y tan criminales se reputaban sus prácticas, que en mu chos documentos del siglo xvi se equiparaba a las brujas y brujos con los que cometían delitos de lesa majestad (1). (1) Pedro Madrazo. Oh. cit. 2 - t a - Para los que consideran a los vascos como de raza ibera, las divinidades de aquéllos serian las ibéricas: la diosa Ataecina o Ategina, diosa infernal; Neto o Neton, dios de la guerra; las diosas Madres o Ma tronas, generalmente tres, protectoras de los campos. En las lápidas se conservan los nombres de Tullonio, numen alavés, y de la diosa Tutela, en Iruña. Había lugares sagrados, y para el culto hubo sa cerdotes, sacerdotisas y adivinadoras. Según otros autores, profesaban los vascos un mo noteísmo absoluto, y adoraban a Jaungoikoa, el Señor de lo Alto. Hoy día, no es posible admitir esta opi nión; las investigaciones prehistóricas y la lectura de los escritores griegos y romanos, enseñan que el vasco ha tenido constantemente relaciones culturales con los pueblos vecinos, sin perder por ello su per sonalidad; y por consiguiente, será vano pretender encontrar entre los antiguos vascos una religión completamente diferente de las de otros pueblos; debió de haber necesariamente una comunidad de creencias con las de sus vecinos (1). Se trata, sin duda, de la confusión de algunos pia dosos autores, que tomaron por realidad histórica, sin datos suficientes para ello, lo que no era sino vehemente deseo suyo. Respecto a las costumbres y modo de vivir de los vascones, hemos de decir, ante todo„ que no es fácil (1) La religión des anciens Basques, par D. J. M. de Barandiaran. Estrait du Compte rendu analytique de la Ill.e session de la Semaine d'Ethnologie religieuse; Enjhein, 1923. - 19 - distinguir cuáles eran exclusivamente suyas y cuá les eran comunes a todos los pueblos ibéricos (1) y celtas. Aun en los casos que los autores antiguos expre samente califican de indígenas y originales estas o las otras costumbres, no es fácil discernir cuáles sean propiamente iberas y cuáles celtas, ya que existen no pocas vaguedades en la determinación del origen de muchas tribus. Por otra parte, en los grados pri mitivos de la civilización, se parecen bastante unos pueblos a otros y se advierten en ellos instituciones y maneras de vivir análogas, sin que hayan sido transmitidas de unos a otros (2). Hechas estas salvedades, haremos algunas ligeras indicaciones. Los pueblos que ocupaban España, no constituían una nación, ni obedecían a un poder úni co, sino que vivían organizados en tribus autónomas y habitaban generalmente en pequeñas aldeas. Estas tribus formaban, a veces, federaciones. Al frente de cada tribu había un jefe, electivo o hereditario, y, a veces, estaba -el mando supremo di vidido entre dos personas,, quizá teniendo una la autoridad civil y la otra la militar. Los acuerdos de mayor importancia se tomaban en asambleas deli berantes. (1) Los historiadores de estos tiempos incluyen a los vascones entre 'los pueblos que llaman iberos, pero con esto no prejuzgamos la cuestión de su origen. (2) R. Altamira: Historia de España y de la civilización española. T. I, 20. - 20 — Dentro de la tribu, hemos de distinguir la gens, o gentilidad, grupo autónomo constituido por varias familias emparentadas entre sí, o que reconocían un tronco común. Podían también pertenecer a la gens personas extrañas o adoptadas, respecto de las cua les se fingía el parentesco o se establecía un lazo de dependencia llamado clientela. Cada gens tenía su religión y sus dioses particu lares, y probablemente habitaba en una aldea con nombre especial. Dentro de la gens y de la tribu, existían diferen cias sociales, pues había hombres libres y siervos o esclavos. La condición de estos últimos debió de ser durísima, aunque tal vez hubo una clase de ellos, dedicada exclusivamente a la agricultura, que gozó de libertad relativa. Existía la propiedad privada, y la familia era, por lo general, monógama, correspondiendo al padre la autoridad sobre ella. La cultura variaba mucho según los pueblos. Unos estaban muy adelantados,, como los túrdulos, y otros, en cambio, eran semisalvajes y de costumbres ru das y feroces, como los cántabros y astures. De los vascones dice Estrabón que eran inhumanos, fieros y bárbaros. 7. Epoca romana, — Problema difícil de expli car es la conducta política que los vascones siguieron con Roma, a la que jamás inquietaron. ¿Hubo su misión? ¿Hubo alianza? No sabemos; lo cierto es - Si — que Vasconia vivió en paz con Roma y fué su alia da en las luchas con los cántabros. Piensa Campión que tal vez pueda resolverse el problema teniendo en cuenta que, si bien los roma nos ocuparon los pueblos y territorios de su gusto, construyeron las vías que les convenían, y reprimie ron el bandolerismo y las luchas intestinas que les perjudicaban, se cuidaron muy poco, o no se cui daron del país, difícil de dominar por su aspereza, y éste pudo vivir a su modo, conservando de hecho sus leyes, costumbres e idioma vascónicos, sin reci bir más influencia romana que la que naturalmente se le infiltrase. Duró la paz con los romanos hasta la guerra de Sertorio (80 años antes de Jesucristo), cuyo partido siguieron los vascones, sosteniéndole cerca de diez años y aun después de la muerte del ilustre romano. Asesinado Sertorio por Perpena (73 años antes de Jesucristo), fuéronse rindiendo a Pompeyo, unas tras otras, las ciudades de España, no sin resistencia he roica en algunas de ellas. "Terrible fué la de Cala horra (ciudad de las vascones). La pluma se resiste a dibujar el cuadro espantoso que ofreció esta ciu dad en su obstinada defensa. El hambre que se pa deció fué tal, que según Valerio Máximo, se sala ban los cadáveres para que pudiesen alimentar a los que aún sostenían el peso de las armas (1)". Mas tanto heroísmo no pudo resistir a las legiones (1) M. Lafu-ente: Historia General de España. Cap. IV. — 22 - romanas y Afranio entró en la ciudad y la redujo a cenizas. Desde entonces quedó sometida a Roma toda la tierra llana de Vasconia y sus habitantes lograron conseguir el fuero del Lacio. No quiso Afranio, que quedó con el gobierno de España, proseguir la guerra con los vascones de las montañas, pues con razón temía su fiereza y su pe culiar modo de guerrear. Ayudan más adelante (54 a. J. C.) los vascones, a sus amigos y vecinos los aquitanos en su lucha con tra Publio Craso, pero son derrotados. Toman el partido de Pompeyo en la guerra que sostuvo contra César, y habiendo vencido éste, que dan sin someterse hasta que los reduce Octaviano (1), el cual, forma tan buen concepto de ellos que los emplea en su guardia personal y en la de la ciudad de Roma. Sigue después un largo período de tranquilidad, el conocido con el nombre de paz Octaviana, durante el cual sucede el hecho histórico más importante que se registra: el nacimiento, en Belén de Judea, de Nuestro Señor Jesucristo, Salvador del Mundo. De la predicación del cristianismo en España hablare mos más adelante. Este período de paz quedó interrumpido en tiem(1) (Siendo ocasión esta lucha de la venida del Empera dor a España, fundando cuando ya se retiraba la ciudad de ; César-Augusta (Zaragoza) en Salduba, con colonias de Ca lahorra, Agreda, Arcóbrica y Lérida, el año 26 antes de J. C. ~ 23 — po de Nerón. Hallábase de pretor en la Tarraco nense Servio Sulpicio Galba, el cual se había hecho querer por la severidad con que castigaba a los que se enriquecían por medios injustos. Irritadas las le giones de España por los abominables vicios de Ne rón se sublevaron y aclamaron a Galba (68 después de J. C.) En las banderas de éste militaban los vascones y varias cohortes de ellos le acompañaron a Roma. Poco duró su imperio, pues disgustados los roma nos por las atrocidades que cometió, le dieron muerte cuando sólo hacía siete meses que imperaba; pero ese tiempo fué suficiente para que se mostrara desagra decido con España. Pasan entonces a la Germania las cohortes de vas cones de que hablábamos antes, y gracias a ellos pueden los romanos vencer a los germanos suble vados y conservar su dominación en aquella provincia. Durante el imperio de Otón y sus sucesores con tinúa la paz en la península y ésta se va romanizando bastante. Entre los vascones montañeses no pudo, sin embargo, penetrar la influencia romana ni lo graron arraigar las costumbres extranjeras. No dejaron, por esto, los vascones de dar a Roma algunos hijos ilustres, entre los que citaremos úni camente a M. Fabio Quintiliano, natural de Cálagtirris (Calahorra); ya que Aurelio Prudencio nació probablemente en Zaragoza y no en Cálagurris, como se ha dicho. — 24 - 8. Predicación del Evangelio. — Siendo Espa ña una de las provincias más importantes del impe rio romano, no tardó en tener conocimiento de la doctrina cristiana. Una tradición no interrumpida por espacio de diez y ocho siglos, asegura ser el Apóstol Santiago el Mayor el primer predicador en España, de la religión de Cristo. Esta piadosa tradición ha sido combatida en los últimos tiempos, principalmente por extranjeros. También se asegura que San Pablo fué uno de los primeros evangelizadores de nuestra patria. De esta creencia ha dicho el eminente polígrafo D. Marcelino Menéndez y Pelayo, "no se trata de una tradición de la Iglesia de España, como la ele Santiago, sino de una tradición general y antiquísima de la Iglesia griega y de la latina (1)". Sobre la predicación de San Pablo tenemos cla rísimos testimonios. En su epístola a los romanos escribió: "Cuando me encaminare a España, espero veros al paso y que me acompañaréis hasta allá (2)". ¡Y más adelante: "Pues cuando haya cumplido esto (entregar el producto de una colecta hecha en Macedonia y Grecia para los pobres de Jerusalén), iré a España, pasando por ahí (3)". Más tarde, en (1) Historia de los Heterodoxos españoles. (2) "Cum^ in Hispariam proficisci coepero, spero quod proeteríeris videam vos". XV' 24. (3) "Per vos proficiscar in Hispaniam", XV, 28. Confir ma San Juan la predicación de San Pablo en España en su homilía XIII sobre la epístola a los corintios: San Jerónimo, en el libro IV, sobre Isaías y otros muchos comentaristas. NAVARRA Vista exterior dei Castillo Palacio Real de Oliete (S. XIII-XV) Catedral de PAMPLONA. Capitel Iconístico del Claustro Románico (S. XII PAMPLONA - Catedral Capitel - Animales bebiendo en un algibe de piedra. Estilización Románica en piedra (S. XII) - 25 - una carta dirigida a su discípulo Timoteo, afirma que había terminado su carrera. La opinión de la Iglesia universal en el siglo iv, según Textos de los Santos Padres, es que San Pablo realizó su anuncia do viaje (1). Lo que está completamente fuera de duda es que el Evangelio se predicó en España en el mismo siglo i. Sobre su difusión por Navarra, nos dice el príncipe de Viana lo siguiente: "E en el año catorceno, empues de la pasión de nuestro Señor, partió Sant Pedro de Antioquia, é fué á ¡Roma donde imperaba Ñero el tirano inico, é con él fueron Sant Pablo é Sant Cernin (2), é Sant Marco, é otros mu chos descipulos de Jesucristo; é quando fué en Ro ma destinó é ordenó los descipulos ir á predicar á diversas partes é regiones. Por especial ordenó de Obispo al Señor Sant Cernin, é dende le envió facia las Españas porque eran idólatras, el cual venido en Tholosa de Francia, comenzo ende á predicar é con virtió muchos á la Cristiana Fé; é continuando en su predicación envió a Santsueña un su capellan, llama do Honesto, porque ende predicase al qual lo recebieron bien é graciosament tres senadores que había en la ciudat, el primero se llamaba Firmus é fué pa dre de Sant Fermín, el otro se llamaba Fortunato, ó el otro Faustino; é como hobo fablado con eillos comenzó á predicar la fé de Jesucristo por lo qual los dichos senadores, movidos con grant devoción, le San Clemente asegura que San Pablo llevó la fe "hasta el último confín del Occidente". (1) A. Giménez Soler, ob. cit. (2) San Saturnino. 26 — dijeron que volviese á su maestro é le ficiese venir por tal que mas propiament les declarase los fechos de Jesucristo. E ansi el dicho Honesto fué á Tholosa á su maestro Sant Cernin, é luego, á los diez é seis días vinieron los dos á Santsueña,. é por los senadores fueron bien rescibidos; é á la primera predicación que Sant Cernin fizo convirtiéronse á la fó de Jesucristo, segunt dice su historia, once mil personas ó más. E ansi es cierto que fué convertido Santsueña, que agora es Pamplona (1), veinte é dos años despues de la pasión de Cristo; é el dicho Firmus, dió su fijo Fermin al dicho Honesto para que lo ense ñase en la doctrina del Evangelio; é Sant Cernin pasó adelant en España é convirtió Toledo é muchas otras ciudades é villas. E plúgonos notar é escrebir estas cosas porque á todos sea notorio ser mucho antiguo la conversión de Santsueña á la fó cristiana, é llevar tanta ventaja este regno de Navarra á los otros regnos de España (2)". Honesto, quedó encargado de la Iglesia de Pam plona e instruyó a San Fermín, que fué el primer obispo (3) de su patria, y recibió el martirio en Amiens. (1) No sabemos de dónde tomó esta noticia singular el Príncipe de Vinna: es verosímil que padeció error con la predicación en los pueblos inmediatos a esta ciudad: el pueblo de Ansoain se llamó antiguamente Santsoain, cerca de Pam plona. (Nota de D. José Yanguas). (2) (Crónica de los Reyes de Niavarra. Lib. I, cap. I. (3) Equilino le hace solamente presbítero. - 27 - San Saturnino, primer obispa de Toulouse (250 años después de J. C.) murió allí martirizado; los paganos le ataron a un toro que ofrecían a sus dio ses en sacrificio. Entendemos nosotros con Echegaray que la con versión de los vascos se hizo en el siglo ni. Otros autores la retrasan a siglos posteriores, hasta el dé cimo, en que,, según Amador de los Ríos, no abrió el pueblo vasco del todo su inteligencia a la luz del Cristianismo. 9. Invasión de lots bárbaras. — En el año 409 penetran por los Pirineos varias tribus de origen ger mánico, sembrando la ruina y la muerte a su paso. Eran los alanos, mandados por Respendial, los sue vos mandados por Hermanrico y los vándalos por Gunderico. He aquí la descripción de Idacio: "Los bárbaros, que habían p-enetrado en España, lo llevan todo a sangre y fuego, y el hacinamiento de cadáveres trajo la peste, que no hacía menores destrozos... El ham bre llegó a tal extremo que se vió a los hombres ali mentarse con carne humana, sirviendo a las mismas madres de alimento el cuerpo de sus hijos muertos y preparados por ellas. Las fieras, acostumbradas a cebarse en los cadáveres hacinados por el hambre, la guerra y las enfermedades, que hacían estragos aun en los hombres más vigorosos, iban acabando lentamente con el género humano... Desoladas las provincias españolas por este cúmulo de plagas y con - 28 - vertidos los bárbaros a deseos de paz por la mise ricordia divina, se repartieron por suerte el territo rio provincial. Los vándalos y los suevos ocupan a Galicia, situada en la extremidad del Océano, los alanos la Lusitania y Cartigenense, y los vándalos, llamados silingos, la Bótica (1)". Como hace notar D. Rafael Altamira (2), quedaron en España grandes extensiones de terreno en poder de los hispano-romanos, y especialmente muchas ciudades y castillos,, donde se refugió la población para defenderse. En el año 416 cae Barcelona en po der de los godos, pueblo el más culto y prepotente entre los bárbaros. Brota al fin de aquel caos el Imperio godo; Eurico emprendió definitivamente (466-483) la conquista; pero solamente un siglo más tarde, Leovigildo (569584), consiguió fijar los destinos de la dominación gótica; y Recaredo, su hijo, adjurando el arrianismo (589), preparó la fusión de ambas razas (3). Suintila (621-31), logró reducir la península entera al poder del Imperio godo; aquélla fué la época de mayor grandeza de su dominación, porque muy pronto, cau sas bien diferentes y heterogéneas concurrieron a debilitar su fiero poderío y a precipitarle rápidamente en la más espantosa catástrofe (4). (1) i(2) '(3) (4) de los Idacio. "Chronica". España Sagrada. T. IV. Ob. cit., 90. Gótica e Híspano romana. 'Tomás Ximénez de Embún: Ensayo histórico acerca orígenes de Aragón y Navarra. 2* p., cap. I. - 29 — 10. Los vascos durante la dominación visigoda. Ya conocemos el carácter belicoso de los vascos y su amor ilimitado a la libertad e independencia. No luí de parecemos extraño, por lo tanto, que un pueblo que supo resistir la dominación cartaginesa y la del poderoso Imperio romano, resistiese también a los bárbaros germánicos. La invasión de éstos, determinó entre los vascos un estado de guerra constante, guerra que si bien no pudo tener lugar en las partes montañosas, donde la Naturaleza es el mejor baluarte, debió proseguirse sin tregua en las partes llanas, abiertas a las invasio nes de los distintos dominadores. La misma frase dómail vascones, tan repetida en las crónicas de los reyes visigodos, nos enseña que nunca alcanzó tan decantada dominación un carácter definitivo. Pelean los vascos contra Requiario y el Conde Guther y luchan también contra Eurico, conquistador de Pamplona; Leovigildo quiere reducir a los vascones, pero éstos, antes que someterse, prefieren pasar los Pirineos y derramarse por Aquitania; Recaredo se vió obligado muchas veces a reprimir las invasiones de los vasco-navarros, pero ni él ni Liuva II, ni Witerico, sus sucesores, pudieron subyugarlos. Gundemaro prosigue la guerra contra los vasconavarros, entrando en sus tierras y devastándolas. Sisebuto hace lo mismo con los vascones que se ha bían levantado en la montaña. Durante el reinado de Suintila, invaden los vasco- - 30 - navarros la provincia tarraconense para enriquecerse con las presas; carga entonces Suintila sobre ellos con todo su poder, y les obliga a edificar a su costa el fuerte de Oligitum (Olite?), para que sirva de base militar a los godos contra las nuevas tentativas de los vascos. YVamba lucha también contra este pueblo indómito y, por último, D. Rodrigo hallábase afanado en el asedio de Pamplona cuando tuvo noticia de la inva sión musulmana. Vemos, pues, que los vascos pelean constantemen te contra los godos y que, si en algunos períodos es tuvieron en paz con ellos, nunca puede llamárseles amigos. Ignórase cuál fué su organización en esta época; tal vez la pugna unánime con los invasores produ jese alguna forma de unidad política. Por la índole de la guerra, bastaría en ocasiones, con el esfuerzo aislado, pero en otras sería necesaria una acción con junta. Conservaron los vascos su idioma, sus leyes pecu liares y sus costumbres, y por más que la Academia Española piense lo contrario, no existe el menor in dicio de que el Fuero Juzgo se haya observado en Navarra (1). Los obispos de Pamplona sólo asisten a los Con cilios de Toledo con intermitencias, lo que nos indica (1) S. Yanguas: Historia compendiada de Navarra, - 31 - la íalta de permanencia de los godos en el dominio de aquella ciudad (1). En cuanto a la religión, podemos decir que la doc trina católica se fué extendiendo y arraigando pro fundamente entre los vascos, quedando sólo algu nos reducidos grupos de idólatras que debieron con vertirse también poco antes de la invasión musul mana. ¡ Sólo ante la fe cristiana se había de rendir el no ble pueblo que nunca fué sojuzgado por los grandes dominadores de la antigüedad, ni conquistado por los poderosos de la tierra! (1) Siliolo asistió al III Concilio en 589. reinando Recaredo; el Diácono Vincomalo, en nombre del Obispo Atilano, al Xni, en 681, reinando Ervigio; el mismo Vincomalo, en nombre de Marciano al XVI, en el año 688, reinando Egica. CAPITULO II Primeros Reyes de Navarra. 11. Invasión musulmana. — 12. Principio de la Monarquía Navarra. — 13. García Iñiguez. — 14. Fortún Garcés, el Monje. — 15. Sancho Garcés I. — 16. Gar cía Sánchez I. 11. Invasión musulmana.—Tócanos narrar aho ra la más espantosa catástrofe de la Historia de Es paña; catástrofe, que sepultó entre sus ruinas el Imperio gótico, con sus leyes, usos y costumbres, y estableció un nuevo estado de cosas, provocando la magnífica reacción de la Reconquista. Cómo se realizó la invasión, es cosa no bien ave riguada. La opinión corriente dice que auxilió a los invasores el conde D. Julián, en venganza de ios agravios que su hija Florinda había recibido del rey D. Rodrigo, y que, una vez los musulmanes en Es paña, fueron también ayudados por los partidarios de la familia Witiza, y entre ellos, un célebre obis po, llamado Oppas, que se pasó del ejército visigodo al musulmán. Esta explicación nos parece privada de todo fundamento. 3 - 34 - Otra opinión, más moderna, supone que los mu sulmanes vinieron a España simplemente como auxi liares, llamados por los hijos y partidarios de Witiza, pero que, una vez entrados en la Península, de auxi liares, se convirtieron en dominadores (1). El P. Thailan afirma que la conquista se debió a un plan preconcebido por los musulmanes, sin que hubiese traición ni llamamiento de ningún género. Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que los mu sulmanes hallaron apoyo en algunos visigodos y, prin cipalmente, en los judíos, con lo que fácilmente pu dieron reducir a polvo el Imperio visigótico. Hallábase D. Rodrigo en lucha con los vascos, sitiando la ciudad de Pamplona, cuando le vinieron mensajes de la invasión. Abandona entonces el N. de España, y reuniendo un fuerte ejército, se dirige rápidamente contra los musulmanes. Encuéntranse los contendientes a orillas del lago de la Janda (2), emprenden la lucha el domingo 19 de julio del año 711, y, consumada la traición de los partidarios de Witiza, termina para siempre la dominación goda en España y ondean sobre nuestra patria las banderas de la media luna. ¿Qué raíces habían echado, pues, los conquistadores godos, en nuestro suelo, ni cuál era su poderío, jugado al albur (1) Eduardo Saavedra: Estudio sobre la invasión de los árabes eiv España. (2) Desemboca allí el río Barbate, cuyo nombre árabe (Guadabeca) dió lugar al error de creer que la batalla se había dado a orillas del río Guadalete. - 35 - de una batalla y perdido en el trance de una derro ta? (1). Extiéndense, con esto, los invasores por la Pen ínsula, como río desbordado que todo lo cubre y destroza. Sólo había de estrellarse su furor en el fuerte muro de las montañas navarras; Jaca, Guipúzcoa y Asturias fueron también sagrados baluartes que la planta musulmana no mancilló (2). La patria española, es hija de aquellos valerosos cristianos, indiscutibles fundadores y padres de nues tro pueblo. Iberos, celtas, fenicios, griegos, carta gineses, romanos y visigodos, son nuestros antepa sados remotos; por nuestras venas corre sangre de todos ellos, y en nuestro carácter nacional, todos han dejado huellas; pero nosotros, los españoles de hoy, no nacimos a la vida histórica hasta que en los riscos asturianos desplegó Pelayo el estandarte de la Cruz, y proclamó con varonil acento que ni él ni sus compañeros querían ser siervos, clientes o subditos, sino libres e independientes; palabras que, gracias a Dios y por el esfuerzo de cuarenta gene raciones, han podido sostenerse hasta el momento actual, a través de todas las vicisitudes y peripecias (1) T. Ximéncz de Embún, ob. cit., 2.a parte, cap. I. (2) Según el príncipe de Viana, conquistaron los musul manes toda España, "salvo Galicia é las Asturias, Viscaya. Guipuzcoa, Navarra, Alava, las cinco Villas, Bastan, la Berrueza, Val de Lana, Amescoa de abajo, Ayerri, Escoa (Aezcoa), Sarazar, Roncal, Ansó, Hecho, Jaqua é Sobrarbe", Crónica. <Lib. I, cap. II, - 36 - de trece siglos de historia varia y agitada cual nin guna (1). Levantóse pronto en Asturias la enseña de Pelayo, y se inicia la lucha terrible, empeñada, por el triun fo de la Cruz sobre la media luna; crisol heroico donde se forja el admirable temple del alma española. Y en este ambiente de guerra despiadada, surge un Estado independiente y fuerte, escuela de pa triotas y cristianos, cuya noble savia, siempre viva, habrá de escribir la página sublime de la gloriosa Reconquista. 12. Principio de la Monarquía Navarra.—Al llegar los musulmanes a los montes de Afranc (Pi rineos), tuvo que detenerse su avance dominador. Los vascos habitantes de aquellas montañas eran hombres rudos, vestidos con pieles de oso, y armados con chu zos y guadañas; hombres no acostumbrados a do blar su cerviz al yugo extranjero; feroces guerreros que, armados muy ligeramente, se lanzaban sobre el enemigo, acometiéndole por la retaguardia con gran ímpetu y terrible vocerío. No sabemos hasta qué punto sufrieron los vascos las debelaciones de los musulmanes; es lo cierto, sin embargo, que los reyes de Asturias, y después los condes castellanos, dominaron en las entonces po bres y deshabitadas provincias vascas, contenidas con más o menos trabajo. Hállase también fuera de toda (1) Angel Salcedo: Historia de España, X, 74, - 37 - duda, que los árabes penetraron por Navarra y cau tivaron a Pamplona, cuya dominación les fué dispu tada por Cario Magno y Ludovico Pío, reyes pode rosos de los francos. Hacia el año 778, entró Cario Magno en España, llamado por Ben Alarabí, Walí de Zaragoza, que solicitaba su ayuda contra Abd-er-Rhaman, podero so califa cordobés. Sin tropiezo, avanzó el rey franco hasta Pam plona, entonces en poder de los árabes, que no le opusieron resistencia. Siguió hasta Zaragoza, pero allí se encontró con que eran enemigos los que ami gos esperaba, por los ofrecimientos de Ben-Alarabí, y, temiendo la inmensa fuerza de la muchedumbre mu sulmana, determina volver a su país por el mismo camino que había traído. Vuelve, pues, a Pamplona, y hace desmantelar sus muros; mas percatados los vascos de que Cario Magno intentaba dominarlos, le aguardan en Roncesvalles, donde, cayendo sobre sus tropas desde las cumbres de Altabiscar y de Ibañeta, le hacen perder la mitad de su <yórcito, todo su botín y toda su gloria (1). La famosa composición Altabiskarco-cantuá, que inmortaliza este combate, se ha considerado durante mucho tiempo como una obra primitiva de los vascos; pero, según D. Pedro Madrazo (2), fué escrita en París, en 1834, por el literato bayonés M. Garay (1) *M. Lafuente. Ob. cit. Lib. IV, parte 2.a, cap. VI, (2) Ob. cit. Cap. V. Nota. — 36 — de Monglave, y fué traducida a la lengua vasca por M. Louis Duhalde d'Espelette, estudiante vascofrancés, que se ocupaba en París en dar repasos a los jóvenes que se preparaban para entrar en la Es cuela Politécnica. En cuanto a la fundación del reino de Pamplona, sólo se sabe de cierto lo que cuenta D. Rodrigo Ximénez de Rada. "En el tiempo en que Castilla, León y Navarra eran devastadas por varias incursiones de los árabes, apareció un varón, del condado de Bigorra, acostumbrado desde niño a las armas y co rrerías; llamábase Iñigo, y de renombre, Arista (1), por su aspereza en el combate; moraba, en el prin cipio, en las raíces del Pirineo; pero, después, des cendiendo a las llanuras de Navarra, llevó a cabo grandes hazañas, por lo que mereció la jefatura en tre los naturales. Tuvo un hijo, llamado García, al cual casó con Urraca, de sangre real" (2). Respecto a los reyes García Jiménez I, Fortuño García, Sancho I, Jimeno Iñiguez, Iñigo Jiménez v García Jiménez II, de que solían hablar todas las historias de Navarra, diremos únicamente que son completamente fabulosos, como ha demostrado con toda claridad D. Tomás Ximénez de Embiin, que tantas veces hemos citado en esta obra. (1) Esta palabra debe ser una alteración de la voz vasca Aritza, que significa roble. (2) Lib. V, Cap. XXI. Del origen y Genealogía de los re yes de Navarra, cit, T. Ximénez de Embún, ob. cit - 39 - 13. García Iñiguez.—García Iñiguez es un personaje que pertenece ya a la narración histórica; pero todavía lleno de dudas, de ambigüedades, de va cilaciones. Algunos historiadores árabes hablan de un García a quien llaman rey de los cristianos,, o de Pamplona, al cual suponen en alianza con Muza ben Muza, en sus primeros alzamientos, y poco después, hacia el año 843, vencido y muerto por el emir de Córdoba. Las crónicas latinas se ocupan de otro García, que murió, dicen, peleando a favor de su suegro o cu ñado Muza ben Muza, contra Ordoño I, en la ba talla de Laturce (852). No sabemos qué pueda haber de cierto en todo esto; lo que sí podemos afirmar es que García Iñi guez vivía años después. El 861 ó 62, Mahomad de Córdoba se dirigió contra él, cuando se apoderaba de Pamplona, mas en esta expedición sólo consiguió apresar a Fortún ben Al-Aziz, al que las crónicas árabes y algunas memorias latinas llaman hijo de García Iñiguez. F|ortún ibem Alacela fué devuelto veinte años después, el 882, por Abul Walid, a Alonso III. García Iñiguez murió en un combate contra los musulmanes, pero los historiadores andan divididos acerca de las circunstancias del hecho. Lo más probable es que muriese combatiendo con tra los Beni-Muza, que eran sus más inmediatos e interesados enemigos. - 40 - Según el príncipe de Viana (1), estuvo casado García Iñiguez con doña Urraca, hija única del conde de Aragón Fortún Jiménez; la Crónica de S. Juan de la Peña, llama Enega a la mujer de Gar cía Iñiguez (2), y opina Zurita (3), que fue hija de Endregoto Galíndez, hija del conde Galindo Aznar. Tanto el príncipe de Viana como Zurita, dicen que García Iñiguez no tuvo más hijo que Sancho Abarca, que, según ellos, fué postumo, pero en esto andan equivocados. Dejó el rey D. García cuatro hijos y dos hijas: D. Fortuño y D. Sancho, que le sucedieron,. D. Iñi go y D. Jimeno, la reina doña Jimena, mujer del rey D. Alfonso el Magno, y doña Iñiga, casada con el hijo del rey moro de Córdoba, que reinó luego por muerte de Mohamad, su padre, y exclusión de Almundir, su -hermano mayor. Así parece lo más probable, estando con esto con formes la mayor parte de los relatos históricos, que de otro modo no podrían explicarse. 14. Fortún Garcés, el Monje.—A García Iñi guez sucedió su hijo Fortún Garcés, llamado el Mon je, varón más dado a las prácticas piadosas que al ejercicio de las armas, por lo cual hubo de producir el disgusto de sus belicosos vasallos. (1) Crónica de los Reyes de Navarra. Lib. I, cap. VITT. (2) Cap. XII. (3) Anales, Lib. I, cap. VIL — 4i — Esto, unido a su propio convencimiento y, tal vez, a su pesar, por la prematura muerte de doña Aurea, su mujer, y la de sus hijos, los infantes Iñigo, Lope y Aznar, le inclinaron a cambiar el arnés por la cogulla, y profesó en el convento de Leire, donde alcanzó la edad de 126 años, según afirma el arzobis po D. Rodrigo. Siendo su reinado de importancia muy escasa, ha sino negada hasta su existencia misma por algunos historiadores; pero, si bien no constan los acciden tes de su vida, pocos hechos podrán darse tan fuera de toda duda como la realidad y sucesión de Fortún Garcés en Pamplona. A Garibay le cupo la gloria de colocarle en el lu gar cronológico verdadero, y, desde aquella época, solamente le han omitido algunos historiadores ex cesivamente suspicaces. Reinó hasta el año 905, en que le sucede su her mano Sancho Garcés I. 15. Sancho Garcés I.—Como Fortún Garcés no dejaba sucesores, ocupó el trono (905) su hermano Sancho Garcés I, que reinó durante veinte años. A pesar de sus derrotas, es uno de los grandes reyes reconquistadores. No bien tuvo empuñado el cetro, marchó con su ejército a las Gascuñas, donde contaba numerosos parciales, desde el fallecimiento de su señor natural el duque Aznar Sánchez. Apoderóse en breve de - 42 - aquellos Estados, y, cedida a su hijo segundo, don García el Corvo, la Gascuña Ulterior, púsose en marcha aceleradamente con rumbo a Pamplona, que, sitiada por los árabes, estaba en inminente riesgo (1). Pasa Sancho Garcés los Pirineos, entonces cu biertos de nieve, y cae sobre el enemigo con tal pre cipitación, que les sorprende enteramente y quedan muertos en el campo todos los sitiadores. No les da tiempo para que puedan reponerse de su espanto, sino que, sin perder minuto, asalta y toma el castillo de Monjardín, y, una vez dominada aquella firme atalaya, extiende su poderío por las márgenes del Ebro. Hacia el año 910, gana todos los pueblos de las comarcas de Mendavia, Lodosa, Cárcar, San Adrián, Andosilla y Milagro. Hecho esto, se ocupa (911) del casamiento de su hija doña Sancha con Fernán González, que luego fué primer conde de Castilla, y una vez concluido, vuelve a la guerra contra los musulmanes. El año 912, pasa el Ebro y extiende su dominio por las riberas del Najerilla, hasta Nájera, que tam bién queda en su poder. Luego recorre las tierras meridionales de la Rio ja, y gana las comarcas de Logroño, Alcanadre, Ansejo, Calahorra, Alfaro, Tíl dela, Tarazona, Agreda y hasta tocar en la antigua Numancia, cerca de Soria. En el año 918, después > (1) Olóriz: Resumen histórico del antiguo reino de Navarra. - 43 - de haber limpiado el país de bandidos, se apoderó de Val tierra. Rendido, al fin, Sancho Garcés.. por el peso de los años y las enfermedades, marchó al Monasterio de Leire, dejando con el mando del territorio conquis tado en la región del Ebro a su primogénito D. Gar cía, al que puso Corte en Nájera. Desde su retiro de Leire, veía el anciano rey que su provincia era constantemente invadida y hosti gada por al valeroso Almudhaffar. La noticia de una más numerosa irrupción de musulmanes, des pertó su antiguo ardor bélico y, abandonando el claustro, le hizo acudir en socorro de su hijo. Sintiéndose débil para resistir la enorme fuerza musulmana, reclamó el auxilio de Ordoño II, de León, que, no vacilando un punto, se puso en mar cha sin demora. Invitó Ordoño a varios condes de Castilla, para que le ayudaran en la empresa; mas ellos, por una causa o por otra„ no respondieron á la invitación, y Ordoño prosiguió con sus leoneses hasta juntarse con Sancho García. Una vez reunidos los monarcas de Navarra y de León, marcharon en busca del enemigo, al que ha llaron entre Estella y Pamplona, o mejor, entre Nuez e Irujo, en un valle que, por estar cubierto de jun cos, se llamó Val-de-junquera. Allí se dió la batalla de este nombre (921), en la que los cristianos sufrieron una espantosa derrota, que tal vez hubiera sido más desastrosa, sobre todo para los navarros, si no hubiesen tomado los mu - 44 - sulmanes, con extrañeza general, el camino de Fran cia, por los ásperos y rudos senderos de las mon tañas de Jaca (1). Rehechos Sancho Garcés y su hijo García,, espe raron a los musulmanes en los terribles desfiladeros del Roncal, vengando allí la derrota de Valdejunquera. Este hecho dió lugar al privilegio otorgado a los roncaleses, hacia el año 922, en Pamplona. Ordoño y García Sánchez se apoderaron, en 923, de Nájera y Viguera; Ordoño II restauró el mo nasterio de Santa Columba, en acción de gracias y conmemoración de tan faustos sucesos, y el anciano rey de Pamplona, Sancho Garcés I, fundó el monaste rio de San Martín de Albelda, sobre las ruinas de la destruida ciudad de Albaida, centro y capital de la dominación extinguida de los Beni Muza. Adber-Rhaman, envió una nueva expedición, que llegó, talando y destruyendo por doquier, hasta los mismos muros de Pamplona (924); mas fatigado su ejército por las guerrillas de almogávares que impunemente le destruían, se retiraron,, dejando yermos los sitios por donde habían transitado. Sancho Garcés, enfermo ya por aquel tiempo, murió bien pronto (925), sucediéndole García Sán chez I, su hijo. 16. García Sánchez I.—Sintióse mucho menos, (1) »M. Lafuente: Historia general de España. Lib. IV, parte 2.a, cap. XIV. ~ 45 - en Navarra, por este tiempo, la perniciosa influen cia del poder musulmán, lo que permitió que García Sánchez I, tomando algún aliento y cesando, aunque brevemente, de pelear, se ocupase principalmente de las artes, de la paz y los negocios interiores del Reino. Memoria de la piedad real, se conserva en el mo nasterio de S. Millán, al que donó el pueblo de Asa y el de Logroño, que por entonces empezaba a flo recer. En el año 930, y una vez desembarazado de sus enemigos, tomó por mujer, D. Ramiro de León, a doña Teresa Florentina, hermana del rey D. García, aumentando con esto las alianzas de su Estado. No tardó Navarra en salir de su reposo y tomar nuevamente las armas. Era entonces conde de Cas tilla Fernán González, cuñado del rey de Nava rra, y, aunque independiente del de León, bien pron to la necesidad le obligó a buscar su amparo. Adber-Rhaman de Córdoba, invadió las tierras de Cas tilla, y Fernán González solicitó la ayuda del rey de León; concediósela éste, y asimismo el de Na varra, y una vez todos reunidos, alcanzaron a los musulmanes junto a Osuna, infligiéndoles la más te rrible de las derrotas, que les obligó a huir,, dejando millares de cautivos y toda su impedimenta. Lleno de furor el califa cordobés, hizo proclamar la guerra santa, con lo que toda la morisma se apres tó a luchar contra los odiados hijos de la Cruz, lo grando reunir un ejército compuesto de 50.000 ca - 46 - ballos y 150.000 infantes; cantidad enorme, tratán dose de la época que estudiamos. Marchaban, entre tanto, nuestros cristianos aliados sobre la ciudad de Zaragoza, gobernada por Abenaya, y se hubiesen apoderado de ella, si el jefe musulmán no se anti cipara, ofreciéndose como tributario de D. Ramiro de León. Pactáronlo así, pero este tratado sólo duró hasta la llegada de Adb-er-Rhaman con su poderoso ejército, que más que la buena fe y el respeto al pacto, se estimaban entonces y siguen estimándose, por desgracia, las argucias diplomáticas. Penetró el califa cordobés, causando grandes es tragos por Salamanca y Zamora, llegando hasta Si mancas, donde fué alcanzado por los cristianos. An tes de entrar en batalla, hizo donación el rey don García, al monasterio de Leire, tal vez por más for zar la Divina Providencia,, de todos los lugares que pudiese ganar. Trabóse el combate (939) con todo el furor de que son capaces hombres de distinta religión, y fué tal el encarnizamiento de los cristianos, que el ejér cito mahometano sufrió una terrible derrota, que dando completamente deshecho. La mortandad fué verdaderamente espantosa, y muchos musulmanes cayeron prisioneros, entre ellos el propio Abenaya, faltando poco para que Abd-er-Rhaman corriera la misma suerte; mas, el califa, se salvó, y cuando estuvo en sitio seguro, se vió acompañado solamente de cuarenta y nueve de los suyos (1). (1) Augusto Mülfcr: El islamismo en Oriente y Occi- - 47 - Los privilegios de los votos de Santiago y San Millán aseguran que ambos santos, en sendos caballos blancos y armados con mortíferas espadas,, anima ron a los cristianos atropellando a la morisma. Tal vez el prodigio no fuese sino el producto de la fe ar diente y noble de nuestros antepasados. Vióse obligado el orgulloso caiifa a picar espuelas y huir,, mal herido, a un fuerte cercano; mas, 110 lo grando tampoco sostenerse en él, apeló a la fuga, de jando a los cristianos dueños de aquella fortaleza en que había pretendido refugiarse. Con esta batalla, llamada de Simancas por nues tros historiadores, y del Barranco por los árabes, terminó aquella guerra, cuyos principios amenazaron ser funestos a toda la cristiandad, siguiéndose en Na varra ocho años de profundo sosiego, tras los cua les surgieron nuevas turbaciones que pusieron las armas fratricidas en las manos de aquellos Estados nacientes, que sólo debieran esgrimirlas contra el co mún enemigo. Muerto D. Ramiro, subió al trono de León el hijo mayor de su primer matrimonio, Ordoño III, pero el menor,, llamado Sancho el Craso por su cor pulencia, hijo de la segunda mujer D.a Teresa Flo rentina, hermana del rey de Navarra, le disputó la Corona y logró que se declarasen a su favor el rey de Navarra y el conde Fernán González. dente. Parte 3.a, sec. 2.a, cap. III. Historia Universal, de G, Ondeen, - 48 - Refugióse Ordoño en la ciudad de León, donde fueron a sitiarle los partidarios de su hermano; pero sospechando el rey de Navarra que lo que preten día Fernán González era entronizar a Ordoño el Malo, hijo de Alfonso IV, de quien esperaba lograr la ab soluta independencia de su condado, hasta entonces sujeto a los leoneses, abandonó ei campo y se man tuvo a la espectativa, con lo que Ordoño III logró sujetar a los rebeldes. Muerto Ordoño, ciñó la corona Sancho el Craso. Estalla entonces la conjuración fomentada por Or doño el Malo y Fernán González y, 110 teniendo don Sancho fuerzas para dominarla, penetró en Navarra solicitando el auxilio de su tío el rey D. García, que prometió ayudarle. Por consejo de D. García, partió Sancho el Craso para Córdoba, donde los médicos de Abd-er-Rhaman curaron su obesidad, y el califa, puso un ejército a sus órdenes para que reconquistase su Reino, como lo hizo entrando por las fronteras de León, mien tras el rey de Navarra lo hacía por la Rio ja (960). Salieron las tropas de Fernán González contra el ejército navarro, al que encontraron junto al lugar donde se fundó Santo Domingo de la Calzada. El ejército del Conde quedó deshecho, y él y sus hijos fueron llevados prisioneros a Pamplona» siendo per donado y restituido a sus estados después. Repuesto D. Sancho en el trono leonés, volvióse el rey de Na varra a Pamplona, donde falleció el año 970, siendo - 49 - depositados sus restos junto a los de su padre, en el castillo de Monjardín. Le sucedió Sancho Garcés II Abarca, su hijo pri mogénito, y concedió al infante D. Ramiro la digni dad vitalicia de rey de Viguera, pero dependiente del monarca navarro. CAPITULO 111 Beyes de Navarra y Aragón. 17. Sancho Garcés II Abarca. — 18. García Sánchez II, el Trémulo. — 19. Sancho Garcés III, el Mayor. — 20. Estado social y cultura del siglo VIII al xi. 17. Sancho Garcés II Abarca. — En el año 970 entró a reinar en Navarra y Aragón, cuya unión po lítica se había realizado con el casamiento de D.a En~ dregoto Galíndez y García Sánchez I, el rey Sancho Garcés II, llamado Abarca porque solía usar de este calzado para caminar por los lugares escabrosos. "Este rey D. Sancho Abarca,, había buenos vasaillos é bien dispuestos, é de grant corazón de haber batallas é guerras, con los enemigos de la fe; é eran acostumbrados de llevar dardos é de andar á pie, tam bién los de caballo como los otros. Ansí mesmo el di cho rey andaba á pie muchas veces cor su vasaillos, é non esquivaba ningún trabajo, que hombre podiese sufrir, como entendiese habría vitoria sobre los ene migos de la fé; por lo qual fué amado de sus vasai llos; porque, no como rey, mas como compaiñero, andaba con eillos; é se ponía en igual deillos en - 52 - qualesquier fechos darmas; c algunas veces calzaba abarcas, é sabía qite cosa eran trabajos, ó enojos (1)". Cuando subió al trono, siendo ya de edad madura, se hallaba muy debilitada la monarquía leonesa, a causa de la total independencia de Castilla, gober nada por el conde Garci Fernández, y por el descon tento de los gallegos que acabaron sublevándose y nombrando rey a D. Bernuido, hijo de Ordoño III. Dedicó Sancho Abarca los primeros años de su reinado a recorrer los territorios de su dominación, estudiando y llevando luego a la práctica todas aque llas medidas que sirviesen para mejorar las condicio nes de existencia del pueblo, con lo que obtuvo fama de celoso del bien público. Había ocurrido, por entonces, en Córdoba un he cho de capital importancia y particularmente funes to para la cristiandad: el encumbramiento y dominio de Ben-abi-Amir, Almanzor (2). No incumbe a nuestra historia el estudio del en cumbramiento progresivo de Almanzor y de los me dios (3) de que se valió para llegar al más alto puesto en la corte de Hixem. Bástenos decir que muerto Alhaquen II, ocupó el califato su hijo Hixem, de edad entonces de 10 años, a quien su padre ya había he(1) Príncipe de Viana: Crónica de los reyes de Navarra, lib. I. cap. X. (2) En árabe, Al Mansur, el Invencible. (3) No todos confesables. Parece que fué amante de Aurora, mujer del califa Alhaquen y madre de Hixem. Esta Aurora era de origen vascongado, según Dozy. - *53 — cho jurar por heredero, temiendo que sus subditos no lo reconociesen. Esta inquietud era muy natural, pues nunca, hasta entonces, se había sentado un menor en el trono de Córdoba, y la idea de una re gencia repugnaba extraordinariamente a los árabes. No eran vanos estos temares del viejo califa. Ha biendo expirado en bracos de Fayic y Chandar, sus dos principales eunucos, quisieron éstos guardar se creta su muerte por algún tiempo y dar la corona a Mogira, que contaba entonces veintiséis años, a condición de que éste nombrase sucesor a su sobrino Hixem. Desbaratados sus planes por el ministro Mosafí y por Ben-abi-Amir, mayordomo entonces,, ocupó Hi xem II el trono de su padre y continuó el ambicioso Ben-abi-Amir sil triunfal carrera, hasta lograr el cargo de gobernador del reino ff). Mandando, pues, en Córdoba el terrible Almanzor, no hay que decir que el reinado de Sancho Abar ca fué en extremo agitado. Tenía Almanzor en la corte al conde Vela, caba llero poderoso de Alava que se refugió entre los mu sulmanes huyendo de las persecuciones de Fernán González, el cual no cesaba de incitar a Almanzor para que, pasando a Castilla, le diese ocasión de ven gar en Garci Fernández los agravios que de su padre había recibido. Logró, al fin, el traidor Vela, sus propósitos, y Al(1) Dozy: Historia de los musulmanes de España, lib. III. — 54 — ftianzor organizó un ejército que, mandado por Orduan y ayudado por el conde Veía y sus partidarios, penetró en Castilla talando y destruyendo cuanto hallaba a su paso. Poco avisados, los leoneses veían con placer los maies de Castilla, sin pensar que luego hubiera de tocarles a ellos sufrir las devastaciones musulmanas, por lo que Garci Fernández tuvo que acudir a San cho Abarca,, como único recurso. Socorrióle, en efec to, el rey navarro y, reunidas sus tropas con las del conde castellano, derrotó por completo al ejército de Orduan y el conde Vela (978) (1). Desgraciadamente no desistió Almanzor de su empresa, sino que, pi diendo fuerzas al Africa y haciendo proclamar la guerra santa, logró reunir un poderoso ejército que, mandado por él en persona y acompañado del funesto conde Vela, saqueó todo el país, retirándose después a Córdoba con sus presas. •Mientras tanto acometían a Navarra los moros de Zaragoza, con objeto de distraer las fuerzas de don Sancho, que se vieron obligadas a sostener la lucha en dos fronteras. Continuó Almanzor victoriosamente sus campañas por Castilla y León, mientras D. Sancho adelantaba también sus conquistas y fortificaba sus comarcas. Mas no tardó en verse también atacado por el gue rrero musulmán, con el que evitó cuidadosamente (1) Esta batalla se llamó de Gormaz, por haberse dado en las cercanías de la villa de este nombre. — 55 — trabar batalla, dejando que se debilitase en acciones parciales, como sucedió al fin, retirándose con gran des pérdidas. Murió Sancho Abarca el año 994, dejando dos hijos, D. García y D. Gonzalo, éste gobernador de Aragón y aquél heredero del cetro. 18. García Sánchez II, el Trémula. — En el año 994 sucedió a su padre, Sancho Garcés II Abar ca, García Sánchez II, llamado el Trémulo o temblo roso porque "antes que entrase en la batalla se de mudaba y alteraba tanto, que le temblaban las carnes y todo el cuerpo; pero después escriben que tomaba coraje, y entraba a pelear con grande ánimo y per sistía en la pelea varonilmente" (1). Empezó su reinado haciendo donación al monas terio de San Juan de la Peña, de los lugares de Esu, Catamesas, Caprunas y Genepetra (2), con objeto de implorar el patrocinio del Santo en los peligros que le rodeaban. Reinaba entonces en León y Galicia el rey Bermudo II, el cual tuvo por mujer a D.a Elvira, hija de García el Trémulo, con lo que los reinos cristia nos, mejor unidos, podían más fácilmente atender a su defensa contra el enemigo común: ¡os musul manes capitaneados por Almanzor. (1) Zurita: Anales de la Corona de Aragón, lib. I, cap. XI. Igualmente se halla en la Crónica de S. Juan de la Peña (cap. XIII) y en la del Príncipe de Viana (cap. XI). (2) Yanguas, ob. cit. - 56 ~ Continuaba éste su carrera triunfal y logró poner en armas todos los Reinos árabes de la frontera na varra, desde Zaragoza a Huesca, impidiendo así que el rey de León, con quien estaba en guerra, pudiera ser socorrido por D. García. Atacada la ciudad de León (996), cayó, después de una resistencia heroica, en poder de los mahometanos, que la arrasaron. No satisfizo este triunfo al caudillo,, que prosiguió la guerra, llegando hasta Santiago de Galicia, de donde se llevó las campanas y las puertas de la Iglesia a la gran Mezquita de Córdoba, y allí permanecieron has ta que, en el año 1236, las restituyó a Santiago el rey D. Fernando el Santo de Castilla. Según la crónica de Lucas de Tuy, comprendie ron al fin los reyes cristianos que la causa de sus de sastres era principalmente la desunión en que vivían, por lo que, deponiendo sus odios hereditarios, se dis pusieron a dar contra Almanzor la batalla definitiva. Agrupados, pues, el rey navarro y el conde de Cas tilla y Bermudo II de León y Galicia, dirigiéronse contra la morisma, a cuyo frente iba Almanzor. Don Bermudo, impedido por la gota, se hacía llevar en silla de manos; nadie quería peroer la gloria de to mar parte en el combate en que se arriesgaba lo que tanta sangre había costado de conseguir. Encontráronse ambos ejércitos cerca de Calatañazor, entre Osuna y Soria. Duró la batalla el día entero, y sólo las sombras de la noche pudieron se parar a los combatientes. Esperaron ansiosos los cris tianos la llegada del nuevo día, para continuar la Catedral de PAMPLONA. - Relicario de la Santa Espina, regalada por S. Iglesia de Santa María (SANGÜESA) (S. XIV) Luis a D. Teobaldo de Champaña, Rey de Navarra (S. XIII) Portada del Monasterio de Leyre (S. XIII) - 57 - pelea, mas al levantarse el sol pudieron comprobar que Almanzor los había abandonado, dejando como huella de la lucha 100.000 cuerpos de otros tantos guerreros musulmanes (998). Según la tradición, el hasta entonces invicto Al manzor, cayó en tal desesperación que no sobrevivió a su desgracia, muriendo en Valdecerreja a los tres días del desastre, siendo enterrado en Medinaceli. En realidad es completamente fabuloso este relato, pues la verdadera fecha de la muerte de Almanzor es 1002 (10 de agosto), y el Cronicón Burgense su pone que fué en este año cuando se celebró la bata lla en la que, por lo tanto, no pudieron intervenir ni el conde Garci Fernández, muerto en el año 995, ni D. Bermudo de León, ni García Sánchez el Tré mulo, que murieron en el 999. Corresponde, pues, esta batalla al reinado de Sancho Garcés III el Mayor. El eminente orientalista Dozy, califica lo dicho por Lucas de Tuy de fabuloso é indigno de figurar en la Historia. Hoy parece cierto que Almanzor entró en Castilla y destruyó el monasterio de San Millán de la Cogu lla. Enfermo entonce^, como gran parte de su ejér cito, a consecuencia de una epidemia, y temiendo un choque decisivo con las tropas cristianas que no de jarían de acudir en auxilio de San 'Millán, empren dió la retirada hacia Medinaceli, sufriendo segura mente algún pequeño descalabro al pasar por Calatañazor. Bs i 9. Sancho Garcés III, el Mayor.—A la muerte de García Sánchez el Trémulo, ocupó el trono de Navarra (1000) su hijo Sancho Garcés, tercero de este nombre, llamado el Mayor por lo dilatado de sus dominios, como luego se dirá. Por este tiempo caminaba rápidamente a su total destrucción el califato de Córdoba, mientras que, por el contrario, los reinos cristianos iban fortaleciéndose más y más. En el califato cordobés muchos seño res principales negaban la obediencia a Hixem y cada ciudad formaba una monarquía independiente. No perdieron esta ocasión los príncipes cristianos, sino que renovaron su alianza y, mientras un pode roso ejército, mandado por el conde Sancho de Cas tilla, penetraba en el reino de Toledo llevándolo todo a sangre y fuego, hacía lo mismo Sancho el Mayor en tierras de Aragón y ensanchaba sus dominios por las riberas del Gállego y Cinca sobre Huesca. Siguiéronse estas guerras durante mucho tiempo, casi siempre con ventaja de los príncipes cristianos, ya que iban en aumento las luchas civiles de los mu sulmanes. Hacia el año 1015 invade Mohamed los territorios del rey de Navarra, por la parte del Moncayo, hasta el valle de Funes, en la confluencia de los ríos Arga y Aragón, pero D. Sancho el Mayor logró rechazar le, recuperando las plazas perdidas. La muerte de Sancho de Castilla (1021) y la de Alfonso V de León (1027) dieron ocasión a enlaces de familia entre principes y princesas de las dinas — 59 - tías reinantes. Como heredero de Sancho de Castilla quedó su hijo García II, niño de ocho años, y como tu tor de éste, el rey de Navarra Sancho el Mayor que estaba casado con D.a Mayor, hija del difunto con de Sancho de Castilla, y hermana, por lo tanto, de García II. A Alfonso V de León sucedió su hijo Bermudo III, que se apresuró a contraer matrimonio con D.a Jimena Teresa (1), hermana también de Gar cía II de Castilla; y de esta forma quedaron empa rentados los soberanos de León, de Navarra y de Castilla. En el año 1021, viviendo todavía Alfonso V de León, emprendióse una guerra, entre éste y Sancho el Mayor. La causa no fué otra que los malos ojos con que el de León veía el progresivo engrandeci miento del rey navarro, soberano por entonces de Aragón, y puede decirse que de Castilla, por ser tu tor de García II. Fuéle funesta la guerra al leonés, porque D. San cho le derrotó y ganó todas las tierras desde los lí mites de Castilla hasta las ciudades de Astorga y León. Al suceder Eermudo III a su padre Alfonso V, muerto en el cerco de Viseo el año 1027, pretendie ron los leoneses que les restituyera D. Sancho las tierras conquistadas a su monarca anterior y, con ob jeto de arreglar este asunto y estrechar más los lazos entre las familias reinantes, celebraron consejo los (1) Urraca, según algunos documentos. condes de Burgos y acordaron enviar un mensaje a Berrriudo III de León, solicitando diese en matrimo nio su única hermana, Sancha, al conde García, y que con tal motivo consintiese en que dicho conde tomara el título de rey de Castilla, a la que el rey D. Sancho agregaría voluntariamente las tierras ganadas a Al fonso V. Aceptado el trato por el monarca leonés, regresa ron a Burgos los nobles castellanos, e instaron a Gar cía a que pasase por León a Oviedo,, donde había ido D. Bermudo, y concertase con éste todo lo referente a su matrimonio y título real, entrevistándose con su prometida que, con su madre, se encontraba allí. Sabedores los hijos del conde Vela de la llegada de García a León vieron, con la ausencia de Bermu do, que era la ocasión de vengar los antiguos agra vios que su familia tenía recibidos de Fernán Gon zález, y levantaron un buen golpe de gente a cuya ca beza, y después de marchar toda una noche sin des canso, entraron con el alba en la ciudad de León. Ha bíase dirigido el conde castellano a la iglesia de San Juan Bautista, y a la puerta misma de este templo se vio asaltado por los conjurados que, sin respeto a la santidad del lugar, consumaron su terrible proyecto asesinando al joven D. García. Acabada, con la muerte del Conde, la línea mas culina de la estirpe de Fernán González, sólo queda ban dos princesas, casadas ambas, la menor con Ber mudo III de León y la mayor con el rey de Navarra. No tardó este último en hacer valer sus derechos so - 61 — bre el condado de Castilla, del que se apoderó con un poderoso ejército, como de una herencia que le co rrespondía. Hecho esto se dirigió contra los Velas, que se ha bían refugiado en el castillo de Monzón, a dos le guas de Palencia. Tomado éste por asalto, degolló a todos sus defensores, a quienes mandó quemar v aventar sus cenizas, como así se ejecutó. Encontróse, con todo esto, Sancho de Navarra el más poderoso de los monarcas cristianos (1029), mas pareciéndole poco todavía, determinó apoderarse tam bién del reino de León y, careciendo de derechos para ello, buscó algún pretexto con que tomarlo por la fuerza. Lo halló, según algunos historiadores, en la reedi ficación de Palencia.. comenzada por D. Sancho, ale gando que aquel territorio pertenecía a sus domi nios. No lo entendió así el leonés y se encendió la guerra entre ambos príncipes. Según otros historiadores, la causa de la guerra fué la sospecha que tenía D. Sancho de que la muerte de su cuñado, el conde de Castilla, había sido suge rida por los leoneses. Zurita, con su proverbial dis creción, dice únicamente que "teniendo el rey D. San cho tan acrecentado su estado y reino, hizo muy grande guerra al rey D. Bermudo, el III de León, hijo del rey D. xA^lfonso el quinto, por las diferencias que había entre castellanos y leoneses (1), sin aña dir cuáles fueron estas diferencias. (1) Anales, lib. I, cap. XII. - 62 — Sea de ello lo que fuere, nos interesa saber que, aprovechando la ocasión de hallaise D. Bermudo en Galicia, sofocando dos pequeñas sediciones, invadió el rey navarro los Estados leoneses, siéndole fácil apoderarse del territorio comprendido entre el Pisuerga y el Cea. Franqueó seguidamente este río y avanzó hasta los llanos de León,, donde ya le esperaba Bermudo, que había regresado de Galicia. Estando para efectuarse el encuentro presentáron se como mediadores los Obispos de uno y otro Reino que. haciendo ver a los monarcas los grandes per juicios que sus discusiones traían a la causa del cris tianismo, lograron traerlos a un acomodamiento, es tableciéndose por bases de la paz el casamiento de Sancha, hermana de D. Bermudo, antes prometida al asesinado conde de Castilla, con el principe Fer nando, hijo de D. Sancho el Mayor; que éste toma ría el título de rey de Castilla, y que Bermudo daría en dote a su hermana el país que Sancho había con quistado entre el Pisuerga y el Cea. Celebráronse suntuosamente las bodas y Fernando quedó procla mado primer rey de Castilla (1). No duró la paz mucho tiempo, porque al cabo de un año, y sin motivo que nos sea conocido, penetró nuevamente el rey navarro en los territorios leone ses, se apoderó de Astorga y procedió a gobernar como dueño y señor el reino de León, las Asturias (1) M. Lafuente: Historio General de España, parte 2.a, lib. I, cap. XX. - 63 — y el Vierzo hasta las fronteras de Galicia, donde se había refugiado Bernutdo. Reinaba con esto D. Sancho sobre Navarra, Ara gón, Castilla, gran parte de León, Asturias y los lu gares comprendidos entre Zamora y Barcelona, te rritorio no dominado por ningún monarca cristiano después de la invasión sarracena. Dedicóse en seguida a la reforma de iglesias y mo nasterios. Restauró el de San Victorián, fundó otros muchos, dotó de grandes posesiones a la iglesia Ca tedral de Palencia y llevó a San Juan de la Peña, con permiso de los Obispos de Aragón y de Pamplona, monjes cluniacenses de la Orden de San Benito, sien do Paterno su primer Abad (1). Sorprendióle la muerte en febrero del año 1035, hallándose en la restauración de la Catedral de Pa lencia, y fué sepultado en Oviedo y trasladado des pués por su hijo D. Fernando a la ciudad de León, donde descansan sus restos en la capilla de los reyes. Antes de morir distribuyó sus Estados entre sus hijos. Dejó, pues,, a García el reino de Navarra, a Fer nando el reino de Castilla, de que ya hemos hablado, a Ramiro (2) los territorios del hasta entonces con dado y desde ahora reino de Aragón, y a Gonzalo el señorío de Sobrarbe y Ribagorza. No sabemos qué motivos tenía D. Sancho para (1) Zurita: Amles, lib. I, cap. XII. (2) Aseguran los historiadores, que fué hijo bastardo. Nada se sabe de cierto, - 64 - repartir sus Estados en la forma que lo hizo. Parece ser que existieron algunas razones intimas y fami liares (1). Lo que sí podemos afirmar es que tal par tición fué una desacertadísima medida política, pues rompió la unidad con tanto trabajo conseguida. Estos repartos de Estados, que hoy nos parecen un absurdo, eran entonces cosa corriente, dado el con cepto patrimonial que se tenía de la corona, y esto disculpa la fatal medida con que terminó su glorio so reinado el poderoso y luchador monarca. 20. Estado social y cultura del siglo VIII al XI. — Muy poco se sabe todavía acerca de la organización social de Navarra y Aragón en este período, pues las investigaciones hechas no alcanzan a estos primeros siglos. Existía la división de los hombres en libres y sier vos, y entre los libres ocupaban el primer grado los nobles, dueños de territorios en que ejercían un po der señorial. Conviene advertir que abiertos Nava rra y Aragón a influencias extranjeras, y especial mente a la de los francos, su organización social y sus costumbres se modificaron bastante, separándose de las que presentan las regiones cristianas del Cen tro y N. O. Existió también en Navarra el feudalismo, pero la autoridad real es más fuerte que en otros reinos, puesto que le pertenecía plenamente la administra(1) Zurita: Anales, lito. I, cap. XII. - 65 - ción de justicia. En cambio, parece que el rey estaba sujeto a una porción de trabas impuestas por los nobles, entre ellas la de no celebrar Cortes ni hacer guerras, paz o tregua, sin consejo de aquéllos. Te nía también la obligación de darles parte de las tierras y la de sujetarse en todo a los fueros., leyes especiales o privilegios de la nobleza o de las villas. La monarquía era electiva, pero la elección se guía la línea de una misma familia. La ley común en Aragón y en Cataluña era el Fuero Juzgo; no así en Navarra. Pero, a poco, fue ron apareciendo varios fueros o leyes especiales da dos, ya a una ciudad o villa, ya a una clase social. De éstos se suponía el más antiguo, en Navarra y Aragón, el llamado Fuero de Sobrarbe, mas hoy se sabe que es completamente apócrifo. Tampoco se conocen fueros municipales o cartas de población correspondientes a esta época, salvo la carta de po blación dada en 1032 por Sancho el Mayor a Villanueva de Pampaneto (Logroño), y la de Roncal, de 1015. Respecto a la organización religiosa, diremos que el estado general anárquico se manifestaba en el Clero, principalmente por la simonía, codicia e in subordinación (1). Contra estos vicios y la falta de cohesión entre los diversos elementos del catolicis mo, se alzó,, a comienzos del siglo x, en la Borgoña (1) Seguían casándose, a pesar de las prohibiciones de los Concilios, 5 - 66 - francesa, una Orden religiosa de monjes, llamados de Cluny, por la abadía de este nombre, en que co menzaron, y cuya regla era la antigua de San Be nito, monje del siglo vi. Los cluniacenses se propusieron restaurar la dis ciplina de los monasterios y del Clero, y estrechar las relaciones entre éste y el Papa, enalteciendo la autoridad de la Santa Sede, para lo cual contaban con una organización muy rígida, fundada en la obediencia absoluta al abad de Cluny, y con una cul tura notable en aquella época. Bien pronto se extendieron por Francia, y pene traron luego en Navarra, donde fundaron varias abadías, entre ellas la de Leire. Los cluniacenses produjeron de momento, en Aragón y Navarra,, dos efectos importantes: reforzaron las influencias fran cas y aceleraron la reconquista, impulsando a los reyes a la lucha contra los musulmanes. En cuanto a la cultura general, continúa la tra dición visigoda. En los monasterios de Navarra y Cataluña parece ser donde más viva se mantiene la cultura, quizá por las relaciones con Francia (1). El régimen agrario fué el general de presuras y escalios o roturaciones, en Navarra, llamadas pre sentes (2). De todos modos, la cultura en la España cristia(1) Altatnira, Ob. cit., núms. 208 a 215. (2) J. Costa: Colectivismo agrario, C. 21 y 22, págs. 249 y siguientes. ~ 67 - na no era muy inferior a la de otras naciones de Europa; y sobre todo, las continuas luchas que se veían obligados a sostener, disculpan ciertamente este retraso en hombres que, ocupados en la guerra, se olvidaban por ella del progreso. CAPITULO IV Navarra desde Sancho el Mayor hasta su enlace con Aragón. 21. García Sánchez III, el de Nájera. — 22. Sancho Garcés IV, el de Peñalén. 21. García Sánchez III, el de Nájera.—La didivisión de los reinos cristianos, realizada por San cho el Mayor, no tardó en producir sus naturales frutos, que no fueron sino pendencias y guerras en tre los diversos reyes. Notáronse los primeros efec tos por parte de D. Bermudo, rey de León, el cual guardaba oculto su resentimiento por la segregación de las tierras de su reino, unidas al de Castilla, y por las depredaciones de Sancho el Mayor. Viendo Bermudo que con la división de los rei nos, hecha por el rey navarro, disminuían notable mente las fuerzas de su adversario, pensó que la ocasión era inmejorable para recobrar las tierras que fueron suyas, y emprendió la guerra contra Fer nando de Castilla. Consideróse impotente Fernando para resistir por -TO- sí solo las fuerzas de Bermudo, por lo que solicitó, y obtuvo, el auxilio de su hermano García III de Na varra. Entró este último en la lucha en 1037, dos años después de su coronación, y reunidos ya ambos her manos, fueron con sus tropas sobre Tamarón, en cuyas cercanías acamparon, y retaron a D. Bermu do. Allí perdió el leonés la corona, juntamente con la vida. Extinguida con Bermudo la línea masculina de los reyes leoneses, heredó el reino D. Fernando, cuyo derecho provenía de su mujer doña Sancha, herma na de Bermudo,. como ya decíamos. Terminada esta guerra, ocupóse el rey navarro de la conclusión de su matrimonio con doña Estefanía, hija de los condes de Barcelona (1038). No duró la paz mucho tiempo. Habíanse incor porado por entonces (1042) los territorios de Sobrarbe y Ribagorza a los dominios de Ramiro de Aragón, por causa de la muerte de D. Gonzalo a manos de un vasallo suyo, y parece ser que, coaliga do D. Ramiro con los reyezuelos moros de Zara goza, Huesca y Tudela, movió guerra a su hermano García, y, penetrando en su reino, puso cerco a Tafalla (1043). Voló a socorrerles D. García. Envuelta en som bras se hallaba la campiña del Cidacos; fiado en las centinelas, reposaba D. Ramiro; tal vez acariciaba en sueños halagadoras esperanzas, cuando rumor de acelerados pasos, tañido de clarines, ruido de armas - 71 - y estruendoso vocerío le despiertan y sobrecogen. Oye junto a sí el grito de guerra de los navarros, salta del lecho, precipítase fuera de la tienda para ordenar su hueste, pero la tenebrosa oscuridad, en grandeciendo el peligro, paraliza sus ardientes ím petus. En tanto, los airados taíalleses lánzanse a ]a pelea, animan el furor de la revuelta lucha; ya el enemigo, cercado por todas partes, sucumbe sin batirse; corre la sangre, todo es confusión, todo es espanto, y en un potro, sin freno ni montura, huye el ambicioso aragonés, seguido de aquellos osados reyes moros, que no supieron mandar como jefes ni combatir como soldados. Armas, joyas,, víveres y banderas, las ricas tiendas de los reyes, todo cayó en manos de D. García (1). No se contentó con esto el triunfador, sino que, penetrando por los territorios aragoneses, dejó a su hermano reducido a las tierras de Sobrarbe y Ribagorza; pero más tarde, por mediación de Fernan do de Castilla, hizo la paz con Ramiro y le devolvió cuanto había conquistado. Luchó luego D. García contra los musulmanes (1045), a los que ganó Calahorra y Tudela, si bien esta última la retuvo breve tiempo, haciendo tam bién tributarios a los reyezuelos de Huesca y Za ragoza. Por este año, fundó el monasterio de Santa Ma ría la Real, de Nájera, en el lugar donde halló, en (1) Olóriz, ob. cit. - una cueva,, una imagen de la Santísima Virgen. Cuén tase que, junto a la imagen, había una maceta (1) con azucenas, de la que tomó origen el Orden mili tar de los Caballeros de la Terraza, que tenía por divisa un jarro de azucenas resaltados de un grifo, del cual pendia la imagen de Nuestra Señora de la Antigua, esmaltada de azur y adornada de estrellas. Tócanos narrar ahora la guerra entre Fernando de Castilla y García de Navarra, lucha fatal para este último. Divídense los pareceres en punto a de terminar las causas de la contienda; pues, mientras los historiadores navarros cargan la culpa en la cuenta de Fernando, dicen los castellanos que la causa 110 fué sino los celos y envidias de D. García por el engrandecimiento del monarca de Castilla. Sea de ello lo que fuere, 110 hemos de pararnos en averiguar las causas del rompimiento entre los hermanos, sabiendo, como sabemos, que no eran aquellos monarcas muy escrupulosos en punto a jus tificar sus luchas. Cuentan los historiadores, que hallándose D. Gar cía,. con su mujer, en la ciudad de Nájera, que ha bía convertido en residencia real, cayó enfermo, y su hermano Fernando se apresuró a ir a visitarle; mas enterado de que D. García quería retenerle pri sionero, para obligarle a un nuevo reparto de tie(1) Estas macetas se llamaban terrazas o terreñas, por ser de tierra. - 73 - rras, desistió de su visita y logró ponerse en salvo. Cuentan también que luego fué Fernando el en fermo y García el incauto visitador, que, habiendo sido apresado y encerrado en el castillo de ¡Cea, logró huir sobornando a los guardias. Otros dicen que la razón de su visita a Fernando fué un deseo de ex cusarse de sus malas intenciones. Parécenos todo esto un tanto novelesco. Lo cierto es que García comenzó a devastar las tierras fron terizas del rey de Castilla, el cual, por su parte, re unió un fuerte ejército, con la intención que se puede suponer. Envió Fernando parlamentarios a su hermano, para que le hiciesen ver lo funesto que para él resultaría un rompimiento, ya que las tropas navarras eran muy inferiores en número a las castellanas. Fiaba García en el valor de sus navarros y en los aliados musulmanes que había sabido atraer a su causa, por lo que atravesó por tierra de Burgos en busca de su hermano, y estableció su campamento en Atapuerca, a la vista de las huestes castellanas, que acampaban en aquel valle. Todavía quiso Fernando evitar la batalla, y envió a su hermano dos venerables varones, san Ignacio, abad de Oña, y santo Domingo de Silos, por ver si con sus palabras podían hacerle desistir de su loco in tento. No lo consiguieron, sin embargo, pues el des graciado rey de Navarra, poseído al parecer por cie ga cólera, decidióse a dar la batalla. Al primer albor de la mañana (1 de septiembre - 74 de 1054)—dice D. 'Modesto JLafuente (1)—, entre la confusa gritería de ambas huestes, mezcláronse los peleadores y se cruzaron con furor las espadas. En el calor de la pelea, vióse a un anciano y ve nerable navarro, arrojarse, lanza en ristre,, sin casco y sin coraza, en lo más cerrado de las filas enemigas, como quien busca desesperado la muerte, que reci bió con la tranquilidad de quien la desea. Era el ayo del rey D. García, el que le había educado en su ni ñez, que después de haberle exhortado con enérgicas razones a que desistiese de aquella guerra, viendo la ineficacia de sus consejos, no quiso sobrevivir a la pérdida de su patria y a la muerte de su señor que preveía, y se anticipó a morir como bueno. Una cohorte de caballeros leoneses, antiguos alle gados al rey Bermudo, y particularmente adictos a la causa de su hermana la reina doña Sancha, de los que se habían hallado en la batalla de Tamarón, se abrieron paso con sus lanzas a través de los dos ejércitos, y llegando adonde se hallaba García, ro deado de un grupo de valientes navarros, se preci pitaron sobre ellos y los arrollaron, derribando de su caballo al rey, que cayó al suelo acribillado de heridas. Quedáronle al temerario monarca tan solamente algunos momentos de vida, que aprovechó para con fesarse con el abad de Oña, uno de los santos pre(1) ¡Historia General de España, parte 2*, Üb. I, capí tulo XXII. - 75 - lados cuya misión de paz no había querido escuchar antes el acalorado rey. Muerto García, desalentáronse sus tropas y huye ron a la desbandada. Hizo Fernando recoger el ca dáver de su hermano y mandó transportarlo a Nájera, donde lo enterraron en la iglesia de Santa María. Señalóse entonces el río Ebro como límite entre los reinos de Navarra y Castilla, y el mismo Fer nando entronizó como rey de Navarra a su sobrino Sancho, primogénito del difunto García. 22. Sancho IV, el de Peñalén.—Muerto el rey García, el de Nájera, le sucedió, como ya decíamos, su hijo primogénito Sancho Garcés o García IV, lla mado el de Peñalén, por el lugar donde halló la muerte, y el Noble, por la generosidad de su ca rácter (1054). Vivió, el rey D. Sancho, en buena armonía con sus tíos, Ramiro de Aragón y Fernando de Castilla, ocupándose solamente del gobierno interior de su reino y del arreglo y dotación de las iglesias y mo nasterios. Tal vez hubiese durado la tranquilidad du rante todo su reinado, por su carácter apacible, mas la necesidad le hizo guerrear, mal de su grado. En el año 1063, murió D. Ramiro de Aragón, de jando por heredero a su hijo Sancho Ramírez; y cuatro años después, en 1067, murió también don Fernando I de Castilla, quien, imitando la desacer tada política de su padre, Sancho el Mayor de Nava - 1 6 - rra, dividió sus Estados entre sus hijos. Dióle a su hijo D. Sancho el reino de Castilla; a D. Alfonso los de León y Asturias; a D. García el de Galicia, con las tierras entre el 'Miño y el Duero y las nuevas conquistas de Portugal; a doña Elvira,, la ciudad de Toro, y a doña Urraca, la de Zamora. No tardó en producir esta división los frutos que eran de esperar, puesto que D. Sancho de Castilla pretendía ser dueño de todo. No hubo, sin embargo, un rompimiento inmediato entre los hijos de D. Fer nando I, porque el carácter belicoso de D. Sancho le llevó a buscar querella al rey navarro, pretendien do despojarle de la parte que su mismo padre le había reconocido, a la muerte de García el de Nájera. Precavido, Sancho el de Peñalén, y conociendo sin duda el carácter belicoso del nuevo rey castellano, su primo, habíase confederado con Sancho Ramírez de Aragón para impedir cualquier atentado contra sus respectivos dominios. Así, pues, cuando el belicoso monarca pasó el Ebro, encontróse con los dos ejércitos en el legendario campo de Mendavia, conocido con el nombre de Campó de la Verdad, por ser el lugar donde se ce lebraban los combates del llamado Juicio de Dios (1). Dióse allí la batalla entre los tres Sanchos, y ven cido el de Castilla, hubo de salir huyendo, caballero (1) En este lugar fundóse después la ciudad de Viana. Por eso se llama "batalla de Viana", a la de los tres Sanchos. — 77 - en un potro desenjaezado, siéndole preciso repasar el Ebro, lo cual permitió a Sancho el de Peñalén recuperar las plazas de la Rioja, que Fernando de Castilla había ganado a su padre en la batalla de Atapuerca (1). Luchó más tarde (1073) Sancho de Navarra con tra Al Moktadir Billah, rey de Zaragoza, que se ne gaba a pagar el tributo de doce mil mancusos de oro anuales, a que venía obligado, desde 1046, en señal de vasallaje. Arreglóse este asunto por un convenio en el que se comprometía Al Moktadir a pagar el tri buto, y por su parte D. Sancho se obligaba a que Sancho Ramírez retirase su gente de las tierras de Huesca pertenecientes al dominio del rey musulmán, empleando la fuerza si llegase a ser preciso. Un desgraciado acontecimiento había de ser la causa de que, en el año 1076, se reuniese nuevamente Navarra al reino de Aragón. Existía entre Funes y Villafranca la escarpada roca de Peñalén, cercada de una selva en que abundaba la caza. Invitado por sus hermanos,, los infantes D. Ra món y D.a Ermesinda, hallábase entretenido cazan do el rey navarro cuando, alevosamente sorprendido, fué despeñado por Ramón y sus amigos (2). Preten día el fratricida ocupar el trono de su hermano, mas engañóse por completo, porque los navarros, juzgán(1) Moret: Arabes de Navarra, lib. XIV. (2) Cometióse el asesinato el día 4 de junio del citado año 1076, ~ 78 - dolé, con razón, indigno de ser Rey, eligieron a San cho Ramírez de Aragón, que juntó las dos coronas. Marchó el aragonés a Pamplona, con objeto de po sesionarse del Reino, y al mismo tiempo Alfonso VI de Castilla, que se consideraba con derecho a la su cesión, se apoderó de la Rio ja, Calahorra y otras plazas limítrofes. Un hijo de Sancho el de Peñalén, llamado Ramiro,, que casó más tarde con una hija del Cid, se refugió en Valencia por temer al asesino de su padre que, expulsado por los navarros, marchó a Zaragoza, donde fué bien recibido por el rey mu sulmán. CAPITULO V Segunda unión de Navarra y Aragón. 23. Sancho V. — 24. Pedro I. — 25. Alfonso I, el Ba- tallador. 23. Sancho V.—ÍYa hemos dicho por qué serie de circunstancias vino a reinar en Navarra el rey Sancho Ramírez de Aragón. Sucedió esto el año 1076, al mismo tiempo que Alfonso VI de Castilla se apo deraba de algunas plazas limítrofes de Navarra. No trató, por entonces, Sancho Ramírez, de dispu tar al rey de Castilla la posesión de estas plazas de la Rioja,, sino que, volviéndose contra los infieles, pasó a Ribagorza, donde sitió el castillo de Muniones, que tomó por asalto, después de derrotar al emir de Huesca. Fué Sancho Ramírez el primero que, bajando al llano, contempló los muros de Huesca y Barbastro; recobró la parte de Navarra y Rioja que había per dido el rey asesinado, y restauró los límites que te nía este reino cuando la división hecha por Sancho el Mayor. Para Sancho Ramírez, el problema de la recon - 80 - quista se presentaba difícil, por ser doble: por Orien te, los condes de Urgel, independientes de los de Barcelona, atacaban a los moros de Barbastro, Mon zón y Lérida; por Occidente, los castellanos preten dían llegar al Ebro y descender en la dirección de la corriente. Aragón tenía la amenaza de quedar re cluido en los montes, sin acceso a la tierra llana, si a los moros sucedían otros príncipes cristianos. Sancho Ramírez,, activo y sagaz, llevó sus fuerzas unas veces hacia Oriente, sitiando a Barbastro, con ayuda del conde de Urgel, y tomándola, se aventuró a llegar hasta Monzón, que también hizo suyo. En sus acometidas por Occidente, forzó el paso del Gállego, por la Peña, y se apoderó de Sarsamarcuello, Murillo y Loarre, construyendo aquí un cas tillo-fortaleza, que es maravilla del arte románico, y encaramándose por la cuesta de las Bardenas, forti ficó también el extremo sur de esta sierra,, levantando el castillo de Sancho Abarca, hoy santuario, en térmi no de Tauste. No obstante ser entonces de moros esta villa, se atrevió a dejarla a su espalda y a caminar hacia el Ebro a través del Castellar, restaurando, a la vista de Zaragoza, la ibérica Alaun, que en épocas de tranquilidad se había trasladado a la orilla de recha del Ebro, llevándose el nombre de la población antigua (1). Pensó con esto, Sancho Ramírez, que ya era lle(1) A. Giménez Soler: La Edad Media en la Corona de Aragón, "Manuales Labor", núms. 223-224, págs. 87 y 88. - 81 - gado el momento de poner en práctica su más ardiente deseo, que era la toma de Huesca, principal baluarte de los infieles en tierras de Aragón, cuya posesión era indispensable para intentar la conquista de Za ragoza. Y conforme a su pensamiento, puso cerco a Huesca en el año 1094. Sentó sus reales en un montecillo,. de donde podía ofender fácilmente a los sitiados, que tomó entonces el nombre de Pucyo do Sancho. El cerco continuaba con lentitud, porque los sitiados se defendían bra vamente, tanto, que no estaba reservada a Sancho la gloria de tomar la plaza, y había de perder la vida en la demanda. "Sucedió—dice Zurita (1)—que reconociendo el rey el muro, vió cierta parte del más flaca, por donde le pareció que se podría fácilmente combatir, y levantando el brazo derecho para señalar aquel lugar, descubrió la escotadura de la loriga y fué herido por el costado, y sintiéndose herido de muerte, disimuló con gran corazón cuanto pudo, por no desanimar a los suyos,, y mandó ayuntar a los ricos hombres y caballeros, y tomó juramento del rey D. Pedro y del infante D. Alonso, sus hijos, según el arzobispo t>. Rodrigo y el autor de la historia antigua escri ben, que no se levantarían del cerco hasta que la ciudad fuese ganada y puesta debajo de su señorío, y consolando a sus hijos, y a los que allí estaban, como príncipe cristianísimo, y de singular esfuerzo, sa(1) Anales, 1». I, cap. XXX. 6 - 82 - cándole la saeta, murió luego, y fué su muerte a cuatro de junio de este año." Llevado su cadáver al monasterio de Monte-Ara gón, fundado por él, permaneció insepulto hasta la toma de Huesca, y más tarde lo enterraron en el monasterio de S. Juan de la Peña. Creyeron los sitiados que con la muerte del rey cristiano desanimaríanse sus tropas y abandonarían el campo, por lo que dieron entrada a la esperanza y dispusiéronse a celebrar el hecho con fiestas y lu minarias. Mas duróles poco el regocijo, que no ha bían de olvidar los navarros y aragoneses cuál fué la última voluntad de su rey; y allí mismo, en el campo de batalla y lugar de la muerte de su padre, fué proclamado rey de Navarra y Aragón D. Pedro Sánchez, primero de este nombre, el cual continuó y aún hizo más apretado el asedio a la ciudad. 24. Pedro I.—Reconocido D. Pedro por rey de Navarra y Aragón, continuó el sitio de Huesca, se gún la promesa exigida por Sancho Ramírez, y dió tales muestras de valor insigne, que fué terror de la morisma y asombro y admiración de los suyos, hasta el punto de tenerle por más valeroso que su padre, cosa no esperada por aquellos esforzados gue rreros, tan parcos en conceder heroísmos como pres tos a ejecutarlos. No se abatieron con esto los sitiados, pues ha llándose bien provistos de todas clases de pertrechos y confiando en su valor indomable y tenacidad in - 83 - flexible, pensaban poder quebrantar el empeño de los cristianos y hacer que D. Pedro desistiese de su empresa. Prolongábase la duración del cerco y crecía por momentos la ansiedad de los musulmanes, que, des confiando ya de su éxito, pensaron en celebrar tra tos que terminasen la lucha. Ofreció Abd-er-Rbaman pagar al rey D. Pedro doble tributo que a D. Alfon so de Castilla; mas el caudillo cristiano, fiel a su juramento, siguió tenaz en su propósito de tomar la ciudad, a pesar de los 18 meses que duraba ya el intento. Viendo Al-Mustain, rey de Zaragoza, que la toma de Huesca era inminente, de no auxiliar él a los sitiados, y considerando que si los cristianos domi naban esta plaza no tardarían en conquistar toda la tierra llana, y aun la misma Zaragoza, hizo un lla mamiento general a los musulmanes de su reino, y solicitó la cooperación de dos condes cristianos, D. Gonzalo y D. García Ordóñez, de Nájera, que acudieron con tropas castellanas. "Toda la morisma, que estaba junta con el rey moro—dice Zurita (1)—y otros principales caudi llos, movieron de Zaragoza, para ir al socorro de Huesca, y el rey D. Pedro, aunque tuvo aviso, cuán grande poder era el de los enemigos, confiando en el socorro divino, menospreciando el peligro, con gran ánimo, por el aumento de la fé, determinó de (1) Anules, lib. I, cap. XXXI. ~ 84 ~ salir a dar la batalla a los enemigos, y ordenó sus haces, según se refiere en la historia de ,S. Juan de la Peña,, desta suerte: En la avanguarda, puso al infante D. Alonso Sánchez, su hermano, que fué uno de los mejores caballeros que hubo en sus tiem pos, y con él estuvieron dos muy señalados ricos hombres de Aragón; el uno fué D. Gastón, de Biel, de quien descendieron los Cómeles, que fueron los más antiguos ricos hombres de Aragón, cuya fami lia y linaje duró más de trescientos años después dél, en este reino, y fué su casa y solar, el más anti guo que se sabe de los que fueron naturales arago neses; y el otro, se llamaba D. Barbatuerta. En la batalla estuvieron D. Férriz de Lizana, D. Lope Ferrench, de Luna, y D. Gómez,, de Luna, muy prin cipales ricos hombres, y un caballero que había sido desterrado del reino, que se llamaba D. Fortuño, que escriben haber venido con trescientos peones de Gascuña, con sus mazas, de las cuales se aprovecha ron mucho en aquella jornada, y porque fué de los que más se señalaron en ella, dicen que de allí ade lante le llamaron Fortuño Mazas, y dejó este nom bre a sus descendientes, que fueron muy principa les ricos hombres. En este escuadrón se puso el ma yor cuerpo de la gente, y el rey estuvo en la reta guardia, y con él D. Ladrón,, y Jimen Aznárez de Oteiza y Sancho de Peña, y otros muchos ricos hom bres y buenos caballeros de Navarra y Aragón. Era innumerable la morisma que concurrió para esta jornada y allegáronse tantas compañías de gen - 85 — te de caballo y de pie, que se afirma en la historia antigua que desde Altabas hasta Zuera todo el ca mino que hay desde las riberas del Ebro, hasta las del Gállego, iba cubierto de gente, y que el conde D. García envió a decir al rey D. Pedro que se le vantase el cerco, porque no podía escapar cristiano ninguno de los que con él estaban; pero con grande esperanza salió el rey con su ejército para darles la batalla a un campo que está delante de la ciudad, que decían Alcoraz. Comenzó el infante D. Alonso a mover la batalla, y peleó con la caballería de los mo ros, e hirió un escuadrón en los primeros tan esfor zadamente, que hizo grande daño en ellos,, y mez clóse por todas partes la batalla tan bravamente, que afirma aquel autor que duró todo el día, y los des partió la noche, y fué preso el conde D. García (1), y quedó el rey moro vencido. 'Murieron, según en la historia de San Juan de la Peña se refiere, más de treinta mil de los enemigos, y en la dotación que el rey hizo a la Iglesia Mayor de aquella ciudad, se afirma que fueron muertos casi cuarenta mil, y de los cristianos murieron menos de dos mil. Era tanto el número de los moros, que toda la noche estuvo el ejército del rey en armas, es perando que al día siguiente se había de pelear, pero el rey moro, con los que pudo, se salió huyendo y no (1) Debió ser puesto pronto en libertad, porque en 19 de mayo de 1097, aparece otra vez acompañando a D. Alfonso •de Castilla, en una expedición hacia Zaragoza, — 86 — paró hasta Zaragoza; y en amaneciendo se siguió el alcance hasta Almudévar. Dióse esta batalla el dia de la dedicación de las basílicas de San Pedro y San Pablo en la cuarta feria, aunque está comúnmente recibido que fué a veinticinco de noviembre del año de mil noventa y seis, y llamóse antiguamente la de Alcaraz, por el lugar a donde se dio, y es de las fa mosas que hubo en España contra infieles" (1). A los pocos días entregó Abd-er-Rhaman la ciu dad de Huesca, a condición de dejar salir con vida y haciendas a los sitiados, y fué a refugiarse a Barbastro, que nuevamente se hallaba bajo el poder mu sulmán. No descansó mucho tiempo el rey D. Pedro, ni la victoria sació sus belicosos deseos, sino que muy pronto marchó en socorro del Cid (1097), que aban donado de su rey D. Alfonso, se hallaba sitiado en Valencia por los musulmanes. Hízoles levantar el campo, y una vez de regreso en sus Estados prosi guió atacando los castillos y fortalezas de los moros, entre ellos al formidable de Calasanz, el de Pertusa, con que terminó la campaña de 1099, y, por último, la importante plaza de Barbastro (1100) con los cas- (1) Afirman los historiadores antiguos, que en esta ba talla peleó el señor S. Jorge en favor de los cristianos, por lo que los reyes de Aragón tomaron por armas la cruz de S. Jorge, en campo de plata, y en los cuadros del escudo, cuatro cabezas, que dicen representan cuatro caudillos mo ros muertos allí. - 87 — tillos de Ballonar y Velilla, últimas reliquias del reino de Huesca (1). Libertado todo el norte aragonés de poderío mu sulmán, pensó el Rey hacer lo mismo con Zaragoza. El papa Pascual II le había exhortado a la guerra contra los infieles, y D. Pedro, que no necesitaba para ello de muchas excitaciones, hizo publicar la Cruzada en sus Estados, primera de que se tiene noticia en España,, y tomando como divisa una cruz blanca sobre el hombro derecho, presentóse ante Za ragoza y la puso sitio. Obligado a levantar el cerco, retiró sus tropas, vol vió a Navarra y murió en Estella el 28 de septiem bre del año 1104, a los 38 años de edad. No dejó des cendencia alguna, pues poco tiempo antes había muer to un hijo suyo llamado Pedro, que le dió su es posa Bertha, desgracia que sin duda contribuyó a la muerte prematura de un monarca en quien tantas esperanzas, y tan bien fundadas, tenían puestas los navarros y aragoneses. 25. Alfonso I el Batallador. — Al rey D. Pedro Sánchez sucedió su hermano Alfonso Sánchez, lla mado el Batallador por las muchas victorias que con siguió. Constituye el reinado de D. Alfonso uno de los períodos más turbulentos de la historia de España; época de luchas civiles, desavenencias entre príncipes (1) M. Lafuente, ob. cit., parte II, lib. II, cap. III, — 88 - cristianos, cuya culpa cargan al Batallador muchos antiguos historiadores, más apasionados por la po lítica y cegados por las conveniencias de sus patrias respectivas, que respetuosos con la verdad y celosos de la sinceridad histórica que habían de guardar en sus narraciones. Difícilmente podrá encontrarse figura más calum niada que la de D. Alfonso, al que se le han atribuido las intenciones más aviesas y los hechos más sacrile gos, y se le han tributado a boca llena los epítetos de "impío, sacrilego, apóstata, idólatra, maltratador de su esposa, perseguidor de sacerdotes y obispos, destructor de templos, ladrón de haciendas y vasos sagrados" y otros mil calificativos semejantes. Y esto aun por historiadores relativamente modernos, lleva dos quizás por miserables antagonismos provincia les. Es obra de justicia,, por lo tanto, reivindicar la memoria de este monarca; es tributo debido a la ver dad, poner las cosas en su punto, pasar las apasio nadas relaciones por el espeso tamiz de una crítica severa, desechar los infundios y patrañas acumula dos en el correr de los tiempos, desenmascarar a los mordaces detractores del Batallador descubriendo sus ocultas intenciones. Poco antes de morir Alfonso VI de Castilla, de claró heredera de sus reinos a su hija doña Urraca, viuda de Ramón de Borgoña, conde de Galicia, que ha bía fallecido dejándole dos niños: Alfonso y San cha. Habíase tratado ya de las segundas nupcias de la heredera de Castilla, para tener Rey cuando D. Al- Catedral de PAMPLONA. Claustro. Ventanales Góticos con Gabletes del último periodo. (S. XV) Catedral de PAMPLONA.-Sepulcro de los Reyes de Navarra Carlos III "El Noble" y Leonor de Castilla. (S. XV) Catedral de PAMPLONA.-Cubiertas de plata repujada y dorada, Evangelario de los Obispos de Pamplona (S. XVI) - 89 - fonso faltara. Propusieron los nobles que fuese su marido el conde D. Gómez de Carppdespina, con in tención unos, seguramente, de legitimar relaciones ilícitas, y otros por tener un monarca sin autoridad y arruinar a Castilla. Enojóse mucho el anciano Al fonso VI con tal proposición de matrimonio y enta bló negociaciones con el Batallador para que consin tiera en ser su yerno. Celebradas las bodas, fué doña Urraca con su marido al reino de Aragón, y cuando en 1109 murió D. Alfonso VI marchó el Batallador a Castilla, con objeto de tomar posesión del reino de su mujer, tomando, como su suegro, el título de em perador. Tal vez hubiese sido este suceso el origen de grandes prosperidades para España, si los nobles castellanos no hubiesen antepuesto sus pasiones a su deber y si la reina no hubiese dado que hablar con su conducta privada; mas no siendo esto así, fué por el contrario el origen de las calamidades e infortunios que no tardaron en afligir al reino. Erase doña Urraca —dice D. Tomás Ximénez de Embún (1)— mujer que había gustado de las dul zuras del matrimonio con su primer esposo, y des pués de la libertad e independencia de la viudez; so licitada por los poderosos de Castilla, acostumbrada a sus dulces halagos y rendimientos y celosa en de masía de su autoridad, esquivaba igualmente la su misión de la mujer casada y la participación ajena en su heredado poderío; mujer de brava condición, (1) Ob. cit., 2.a parte, cap. IX. ~ 90 - reina de altivo carácter, desprestigiaba con sus pa siones su dignidad, y su varonil entereza con sus ve leidades : tal era la esposa, por cierto la menos a pro pósito para enlazar el reino de Alfonso VI con el de Alfonso I de Aragón, que tan corto espacio de tiempo vivió con ella en conyugal armonía. Una vez casado D. Alfonso, fué su primera preo cupación la lucha contra los musulmanes y conquistó a Ejea y Tauste, pueblos que se hallaban bajo la do minación de Al-Mustain de Zaragoza, y cuya con quista era absolutamente precisa si quería sitiar la ca pital. Las tomó en 1110, a consecuencia de la batalla que dio al rey moro de Zaragoza entre Valtierra y Arguedas, en territorio de Tudela, pero aún en la ribera izquierda del Ebro, batalla en la que el mismo Al-Mustain perdió la vida. Marchó luego D. Alfonso sobre Zaragoza para comenzar el bloqueo de esta ciudad. Mientras tanto, doña Urraca se hallaba entretenida con sus liviandades, primero con el conde Gómez de Campdespina y después con el conde D. Pedro Gon zález de Lara, sobrino de aquél y competidor suyo, como vemos, en los amores de la Reina. No podía consentirlo D. Alfonso, mas temiendo el influjo de ambos caballeros sobre los castellanos, todavía re sentidos del matrimonio, tomó sabias precauciones antes de hacer con su mujer lo que ya tenía meditado. Introdujo, pues, insensiblemente en las principales fortalezas de Castilla y León fieles caballeros ara goneses y navarros, y, una vez hecho esto, encerró a - 91 - doña Urraca en la fortaleza del Castellar, pero esta logró huir sobornando a los guardias y se metió en Castilla. Poco faltó entonces para que se declarase la gue rra entre los esposos,, mas como la mayor parte de los castellanos se inclinaba a la reconciliación de los Reyes, se consiguió evitar un rompimiento. Continuó doña Urraca su conducta escandalosa, y harto, al fin, D. Alfonso, la repudió formalmente, sin renunciar por eso a la retención de los reinos de Castilla y de León, fundado en no haber sido él la causa del di vorcio. Encendióse entonces el fuego de la guerra fratri cida, y aunque los enemigos del Batallador eran de continuo vencidos, volvían a levantarse nuevamente, prolongando así la guerra. Muerto Gómez de Campdespina, ejerció de Rey el Conde de Lara, sin que los castellanos se sintieran por ello deshonrados, hasta que proclamado rey de Castilla, por D. Diego Gelmirez, arzobispo de Santiago, el infante D. Alonso, y abandonada doña Urraca de sus parciales, com prendió el rey de Navarra y Aragón la dificultad de llevar a buen término su empresa, y reconociendo quizás los derechos del nuevo monarca, cesó de com batirle y retiró sus tropas después de pactar la devo lución de las tierras usurpadas n Navarra desde el Ebro hasta Burgos. Pero estos grandes acontecimientos no emplearon toda la actividad del Batallador, ni le impidieron lle var a cabo al propio tiempo grandes hazañas. El blo — 92 - queo de Zaragoza hizo que numerosos caballeros del Bearne y Gascuña vinieran a servir al rey de Ara gón, no como cruzados, sino como vasallos. Estando en el sitio, ganó el conde de Alperche la ciudad de Tudela, con lo cual se aseguró el paso del Ebro y fué posible acercarse a los muros de la ciudad por la orilla derecha, evitando que recibiese socorros, con incursiones a tierras de Fraga y Lérida. Hacia el año 1116 vino a Barbastro, atraído por la fama del aragonés, el conde de Tolosa,, y le prestó vasallaje, entrando así a formar parte de los estados de Aragón toda la Galia gótica. Preparó entonces Alfonso las operaciones defini tivas del asedio de Zaragoza y reunió un fuerte ejér cito de sus vasallos de ambas vertientes del Pirineo, en Ayerbe, punto de congregación de la gran vía ro mana de Somport y de la que a través de Cinco Villas entraba en Navarra. Habían llegado a España los almorávides, los cua les, comprendiendo que la caída de Zarago-za sería para los musulmanes un golpe tan terrible como la de Toledo, y que así como la pérdida de ésta, presu ponía la de Córdoba y Sevilla, la de Zaragoza anun. ciaba la de Valencia, enviaron dos ejércitos, uno tras otro; pero el primero dícese que no se atrevió a reñir batalla con los aragoneses y se limitó a forti ficar María, un lugar en las orillas del Huerva, a 16 kilómetros de la ciudad; el segundo,, más numeroso, vióse sorprendido cuando avanzaba desde Valencia por el ejército cristiano mandado en persona por Al - 93 - fonso, y fué vencido; desesperados los moros zara gozanos, se rindieron en 18 de diciembre de 1118 (1). Fueron tropas navarras las primeras que se acer caron al muro, amparadas por recios manteletes, y abrieron en él ancho portillo por el que penetraron. En este lugar se edificó un templo con la advocación de San Miguel de los Navarros. Los almorávides quisieron volver a conquistar la plaza, y el sultán Alí envió un fuerte ejército man dado por su propio hermano Ibrahim, al que D. Al fonso derrotó completamente en la sangrienta batalla de Cutanda (1120). Siguió luego su carrera triunfal el Batallador, apoderándose de Riela, Rueda y Borja, y tomando, tras un cerco, la fuerte plaza de Tarazona; subió después por la cuenca del Jalón, conquis tando Calatayud y Ariza,, y por la de Jiloca para apo derarse de Monreal del Campo y de Daroca. Pasó también con sus armas el Pirineo y puso sitio a Ba yona (1130), que probablemente se rindió. La romántica expedición por Valencia, Murcia y toda Andalucía (1125)—dice Aguado (2)—fué en realidad estéril, pues aunque obtuvo una notable vic toria en Arinsol, cerca de Lucena (1126) y llegó has ta el Mediterráneo, en la costa de Salobreda (Gra nada), no logró apoderarse de ninguna ciudad im portante. Pero fué una prueba de valor y fortaleza que en (1) Giménez Soler, ob. cit., págs. 98 y 99. (2) Ob. cit., cap. XXIII. - 04 - señó a los musulmanes lo que podrían esperar de aquella raza. El último empeño de su vida, no logrado por com pleto, fué la lucha contra los moros de Lérida y Fra ga, durante la cual se apoderó de Mequinenza, pero habiendo puesto sitio a Fraga, acudieron en socorro de la plaza (17 de julio de 1134),, tropas enviadas por Texifin de Córdoba, mandadas por Azobeir, a las que se unieron las de Abengania, gobernador de Murcia y Valencia, y las de Abeniyad de Lérida. Atacados a la vez por estas tropas y por los sitiados, fueron derrotados los cristianos, .viéndose obligado el Bata llador a retirarse, aunque no tan maltrecho que no pudiera pronto sitiar el castillo de Lizana (agosto) y luchar nuevamente, con peor fortuna, cerca del cas tillo de Hagón, el 7 de septiembre de 1134, día en que murió estando en Almuniente (1). Fué Alfonso uno de los mayores reyes de España en la Edad Media: si doña Urraca hubiera sido una mujer honesta y los nobles de Castilla no se hubie ran dejado arrastrar por su egoísmo y su patriotismo chico, Alfonso,, al reunir las fuerzas de Castilla v1 Aragón, hubiera seguramente adelantado la Recon quista tal vez siglos enteros. Fué muy religioso y muy moral, no dejó bastardo ni tuvo amigas; restauró iglesias y monasterios, y es muy probable que el cuartel del escudo de Aragón, (1) ÍVide José Salarrullana: El reino moro de Afraga y las últimas campañas del Batallador, Zaragoza, 1909, -QS- una cruz blanca en campo azul, lo adoptara él, dando así a la Reconquista un carácter religioso superior al de recuperación de territorio que antes había te nido (1). De él ha dicho un antiguo historiador castellano que fué "mui buen rei é mui leal, é mucho esforza do, é mui buen cristiano, é fizo muchas batallas con los moros é venciólos". Y este elogio, que no puede tacharse de parcial, ps el verdadero que la Historia debe tributarle. (1) Giménez Soler, ob. cit., pág. 103. CAPITULO VI Navarra a la muerte del Batallador. 26. García Ramírez, el Restaurador — 27. Sancho VI, el Sabio. — 28. Sancho VII, el Fuerte. 26. García Ramírez, el Restaurador* — Habien do muerto sin hijos Alfonso el Batallador, dejó dis puesto en su testamento que le sucedieran en el trono las Ordenes militares del Templo y del Hospital de San Juan de Jerusalén, pero ni los navarros ni los aragoneses quisieron cumplir tan extraña disposi ción. Dividiéronse entonces los pareceres de aragone ses y navarros sobre cuál había de ser su nuevo Rey. Decidiéronse los primeros por el infante D. Ramiro, llamado el Monje porque lo era a la sazón, y hasta obispo electo de Roda, hijo de Sancho Ramírez y her mano, por lo tanto, de D. Pedro y D. Alfonso el Ba tallador, mientras que los navarros fundaban dos partidos: uno que quería por rey a D. Pedro de Atarés, poderoso señor de Borja y biznieto de D. Rami ro I de Aragón, y otro que propendía a restaurar su dinastía y su primitiva independencia, dando la co7 - 98 - roña a García Ramírez, señor de Monzón y nieto del D. Ramiro, hermano de Sancho el del Peñalén. Este último partido triunfó en Navarra, siendo ele gido, por lo tanto, García Ramírez, llamado el Res taurador porque restauró la antigua dinastía, y sepa ráronse nuevamente Aragón y Navarra (1134). No se hubiera realizado el daño de esta división de los reinos del Batallador, si en el asunto de la suce sión no se hubiese entrometido D. Alfonso VII de Castilla, el cual penetró en Aragón con un fuerte ejército, llegó hasta Zaragoza y se tituló rey de la misma. Noticiosos de este hecho el conde de Tolosa y los catalanes de Urgel y Barcelona, vinieron a Za ragoza para salvarla, lo que equivalía a salvar la na cionalidad pirenaica, y convenciendo a D. Alfon so VII le hicieron abandonar la ciudad. No por guerra, sino por pactos, fué convencido el de Castilla de que debía hacerlo y lo hizo, pero cau sando el daño de alentar las ambiciones de García Ramírez y el instinto de los vascones de vivir aisla dos, condenándose al recluimiento, separando Na varra y Aragón. El alma de aquella especie de conjura fué Ramón Berenguer IV, y el incitador más fuerte Armengol, conde de Urgel, movidos los dos por el riesgo de per der Lérida; ésta era la clave de su política; el dueño de Zaragoza lo había de ser por fatalidad geográ fica de aquella ciudad; se ofrecía ocasión de anular las discordias que habían dado vida al reino musul mán del Segre y era menester no perderla, Si el rey _ 99 — de Castilla se apoderaba de Zaragoza^ Lérida sería también castellana, el de Urgel quedaría encerrado en sus montañas y el de Barcelona 110 lograría ver el Ebro en Tortosa, porque los reyes de Aragón habían mostrado aspirar al dominio total del río en cuestión y Alfonso VII no había de abdicar de estos títulos históricos y geográficos (1). Propuso entonces el rey de Castilla a D. García Ramírez de Navarra, la permuta de las tierras que ésta tenía en la Rio ja, por los pueblos de Aragón que tenía el primero. Aceptó D. García (1136) e hizo en trega al castellano de los territorios convenidos, mas éste, ya en posesión de la Rio ja, puso los dominios que había de entregar a D. García en manos de Ra miro el Monje de Aragón y de su yerno el conde de Barcelona. Para asegurar la sucesión de la corona aragonesa, y previamente dispensado de sus votos por el Papa, habíase casado D. Ramiro con doña Iñés de Aquitania. De este matrimonio nació doña Petronila, a la cual desposó con Berenguer IV, conde de Barce lona, volviendo después a su retiro monástico (1137); de esta manera se unieron los dos más importantes estados pirenaicos. Pactaron entonces, en 'Carrión, Alfonso VII y ¡Ra món Berenguer la conquista y reparto de Navarra, mas percatado D. García de sus miras ambiciosas se adelantó a ellas,, y declarando la guerra a Castilla, (1) A. Giménez Soler, ob. cit., pág. 105, - 100 - Aragón y Cataluña, traspasó las fronteras de Ara gón y se apoderó de Malón, Fr¿scano y Bureta. Invandió después la Valdonsella (1138) y puso sitio a Jaca, mas tuvo que levantarlo a toda prisa para ir en socorro de Navarra, en la que había penetrado Alfonso VII por las comarcas de Milagro, Funes y Peralta, sentando sus reales a la vista de Pamplona. Acudió D. García y colocó sus tropas frente a las del castellano, aunque sin ánimo de empeñarse en la lucha. Penetró al mismo tiempo el conde de Barcelona por la frontera de Tudela, seguido de un poderoso ejér cito de catalanes y aragoneses, creyendo entretenido a D. García con Alfonso VII. Enterado el navarro, salió con sus tropas al encuentro del conde, y hallán dole entre Cortes y Gallur le derrotó completamente. El ejército castellano, que venía detrás de D. García con intención de cogerle entre dos fuegos, no consi guió llegar a tiempo y sólo pudo aprovecharse de los despojos. Retiróse entonces D. García hacia las tierras de Tudela por no creerse con fuerzas para resistir a don Alfonso, el cual, despechado por la derrota,, se in ternó en Castilla, firmemente decidido a tomar la re vancha a breve pla*zo. Hallábase Alfonso VII en Ñájera (1140), prepa rando una nueva campaña contra D. García, cuando por intervención de su primo, D. Alfonso Jordán de Tolosa y otros magnates y prelados, se acordó que ambos monarcas se uniesen y tratasen, como lo hicie ron a las márgenes del Ebro entre Calahorra y Al- - 101 - faro. Acordaron allí un tratado de paz y amistad y ajustar los desposorios de la infanta doña Blanca, hija mayor de D. García, con el infante D. Sancho, primo génito de Alfonso VII, quedando la princesa por ser de poca edad, en poder de éste, hasta que tuviese ap titud para contraer matrimonio. (25 octubre 1140). No firmó esta paz el conde de Barcelona, que sólo la admitió en concepto de tregua. Combatió después varias veces contra Navarra sin resultado favorable, no logrando ganar la plaza de Lumbier. Don García rindió Tarazona y conquistó después a Tauste y Los Payos. En el año 1144, casó D. García, viudo de doña Margarita desde 1141„ con doña Urraca, hija na tural del emperador Alfonso VII. Intentó éste res tablecer la paz entre Navarra y Aragón, mas sólo pudo conseguir unas treguas, durante las cuales com batieron reunidos los tres monarcas contra los al morávides (1147). Terminadas las treguas, continua ron las hostilidades entre los navarros y los arago neses, hasta que en 1150 las suspendió nuevamente el emperador, para formar una alianza y luchar con tra los almohades, secta que dominaba en Africa y pasó a España para dominar también en ella. Cerca ron los reyes cristianos la ciudad de Córdoba, y des pués de derrotar un ejército de treinta mil almoha des, que vino en su socorro, lograron asaltarla y sa quearla. Vuelto a Navarra D. García, murió a consecuen cia de la caída de un caballo, estando de caza en - 102 - las cercanías de Estella, siendo enterrado en la ca tedral de Pamplona (1150). 27. Sancho VI, el Sabio.—A la muerte de don García Ramírez,, ocupó el trono navarro un hijo suyo y de doña Margarita, su primera mujer, lla mado Sancho, sexto de este nombre en Navarra, que mereció el renombre de sabio, pero que a la sazón era de pocos años. No dejaron de considerar los soberanos de Ara gón y de Castilla, que la mocedad del rey navarro era condición favorable y circunstancia propicia para satisfacer sus ambiciones, tanto tiempo contenidas, de conquistar Navarra, por lo que, pensando apro vechar la ocasión que se presentaba, reunieron un poderoso ejército y penetraron por tierras de don Sancho. No sabemos cuáles hubieran sido las con secuencias de la lucha, tal vez funestas para don Sancho, no por menor valor de sus tropas, sino por ser éstas muy inferiores en número a las catalanas y aragonesas reunidas. ¿ Lo creyó así D. Sancho ? No lo sabemos; lo cierto es que supo conjurar há bilmente la tormenta, por medio de su casamiento con la infanta doña Sancha,, hija del emperador y de doña Berenguela, hermana del conde de Barce lona (1153). No quedó con esto satisfecho el aragonés, pues el monarca castellano sacaba partido de todo, siendo arbitro en las contiendas de aragoneses y navarros. Duró la paz, sin embargo, en el reino de D. Sancho, - 103 — durante unos años, mientras aragoneses y castella nos se hallaban entretenidos con otras guerras. Nue vamente se vió combatido D. Sancho por los caste llanos y aragoneses, que penetrando en Navarra (1157), se apoderaron de Artajona y otras plazas, mas al fin fueron escarmentados por la fuerza de las armas. La muerte de Alfonso VII de Castilla, su dispo sición nombrando a su primogénito D. Sancho, el Deseado, para sucederle en este reino, y dejando al infante D. Fernando las tierras llanas de León, Ex tremadura y Andalucía,, y la fiera lucha fratricida en que se empeñaron D. Sancho y D. Fernando, produjeron una suspensión de hostilidades entre don Sancho de Navarra y Ramón Berenguer de Aragón y Cataluña, pues éste tenía que atemperar sus mo vimientos a la política de los reyes de Castilla. El miedo a una invasión de los envalentonados musulmanes, produjo luego una unión de los mo narcas cristianos contra el enemigo común. Poco tiempo duró esta alianza, pues no tardó el aragonés en preparar nuevas irrupciones en Navarra, mas no llegó a entablarse la lucha, gracias a los buenos ofi cios de algunos mediadores, que pudieron conseguir que se firmase la paz definitiva (1159). Desembarazado, al fin, D. Sancho de sus querellas con Aragón, y sin temor a Castilla, envuelta en las guerras intestinas provocadas por la minoridad de Alfonso VIII, pudo recuperar gran parte del terri torio de que se habían apoderado los castellanos en - 104 - tiempos de Sancho el de Peñalén, y más tarde, en los de D. Alfonso el Batallador. La muerte del rey de Aragón y conde de Bar celona, ocurrida en 1162,. favoreció también a don Sancho, pues teniendo solamente 12 años el nuevo rey de Aragón, Alfonso II (1), su madre doña Pe tronila se apresuró a solicitar la continuación de la paz concertada por Ramón Berenguer, la cual se ratificó por trece años. Duró la paz hasta 1172. No había olvidado Alfonso de Castilla—dice Lafuente (2)—las usurpaciones que en la Rio ja le ha bía hecho el de Navarra, en tiempo.de su menor edad, y uno de sus primeros cuidados, después de encargar se del gobierno del reino, fué hacer servir la amis tosa alianza que estaba con Alfonso de Aragón, para recuperar aquellas posesiones. Pactaron, pues, los dos Alfonsos, el aragonés y el castellano, hacer jun tos la guerra al de Navarra, y simultáneamente in vadieron su reino; el uno por Tudela, tomándole Arguedas; el otro por Logroño, llegando hasta Pam plona; pero sin ulterior resultado, merced a lo pre venidas que el navarro tenía sus plazas. Quería también D. Alfonso de Aragón echar de Albarracín a D. Pedro Ruiz de Azagra, caballero navarro, en cuyo auxilio acudió D. Sancho. Mientras el aragonés, después de destruir Mila(1) El hijo dte Ramón Berenguer IV, se llamaba Ramón, pero cambió este nombre por Alfonso (II de Aragón y I de Cataluña), en honor de los aragoneses. (2) Ob. cit, parte II, lib. II, cap. X. - 105 - gro, tomaba Arguedas, como ya hemos dicho, y po nía guarnición en ella, talaba y saqueaba Sancho la comarca de Tarazona. Contuvo D. Sancho a sus enemigos, hasta que D. Alfonso de Castilla pasó a Francia, con objeto de ajustar sus diferencias con el conde de Tolosa. De esta manera, la guerra se redujo a robos, pri siones y rescates, que era la cosecha más segura de las guerras de aquellos tiempos. No se resignaba D. Sancho a la estrechez a que el de Castilla iba reduciendo sus reinos; mas can sados ya los príncipes de tantas luchas, acordaron someter sus diferencias a la sentencia arbitral del rey Enrique II de Inglaterra, suegro del de Castilla. Recibidos en Westminster los representantes de los monarcas, dió Enrique II su sentencia,, la cual fué: Que cada uno de los contendientes restituyese al otro las villas, tierras y castillos de que injusta y violentamente le había despojado, obligándose ade más el de Castilla a dar, durante diez años, al de Navarra, diez mil maravedises, en cada uno, paga dos en Burgos, en tres plazos (1). Comunicada esta sentencia a los soberanos con tendientes, reuniéronse en la abadía de Fitero, don de, después de expresada su conformidad, acorda ron una tregua de diez años. No quedó con esto zanjada la cuestión, pues ya en el año siguiente (1178) renuevan los reyes de (1) Lafuente, ob. cit., lug. cit. — 106 — Aragón y de Castilla sus antiguas confederaciones contra el de Navarra, y Alfonso VII rompe otra vez las hostilidades. Nuevamente conjuró Sancho el gran riesgo que se le venía encima,, para lo cual convino con Al fonso VIII el verse entre Logroño y Nájera (1179), y acordaron allí la manera de arreglar sus diferen cias. Cedió Sancho al de Castilla las plazas de la Rioja, pero reteniéndolas como prenda de amistad por diez años, la persona que el primero señalase. Las tierras cedidas volverían al poder de D. San cho, si D. Alfonso violaba el pacto, y también en el caso que éste muriese sin sucesión legítima, mascu lina o femenina. Concluida la tregua, y 110 estando satisfechos los reyes vecinos de Castilla con la escrupulosidad de éste en la observancia de los pactos, comenzaron a confederarse contra él. Reconcilióse entonces el rey de Aragón con D. Sancho de Navarra, en la ciudad de Borja, canjeándose, para mutua seguridad, según costumbre, un determinado número de castillos (1189). Entraron también en esta alianza, los reyes de Por tugal (que fué el iniciador de ella) y el de León. En el año 1194,. falleció en Pamplona el rey don Sancho el Sabio, siendo enterrado en la catedral de aquella ciudad. Dejó por heredero a su hijo Sancho VII, llamado el Fuerte, el cual se hallaba entonces combatiendo contra los francos. También dejó dos hijas casadas: doña Berengue- - 10? - la, con Ricardo, rey de Inglaterra, y doña Blanca, con Teobaldo, duque de Champaña. Un anónimo, muy cercano a su tiempo, dejó es crito de este monarca, que "fo buen rei é mantubo justicia, é fo buen guerrero é ganó siempre de sus vecinos é nunca en sos días perdió nada si por avenienza non fo" (1). 28. Sancho VII, el Fuerte.—Hallábase el rey D. Sancho haciendo la guerra a los francos, en com pañía de su cuñado, el rey de Inglaterra, cuando le vino la noticia de la muerte de su padre. Inmedia tamente se puso en marcha para Pamplona,, y lle gado que fué a esta ciudad, ciñó al punto la coro na (1194). En el año 1195, dirigió Alfonso VIII de Castilla un famoso reto a Yacub ben Yussuf, emperador de los almohades, diciéndole que si no se atrevía a venir a España y medir sus armas con los cristianos, en viase navios con los que éstos irían a imponerles su yugo. Encendido en ira el musulmán, hizo predicar la guerra santa, y al mando de un poderosísimo ejér cito vino a España, dispuesto a vengarse del audaz cristiano. Viendo D. Alfonso la inmensa muchedumbre de enemigos que se le venía encima, pidió socorro apre suradamente a los reyes de León y Navarra, hacién doles ver que de su concurso dependía la suerte de (1) Yanguas. ob. cit., pág. III. - m - la cristiandad. Acudieron éstos rápidamente, tnas habiéndose encontrado el rey castellano con las tro pas del Miramamolín, sea por excesiva confianza en sus propias fuerzas, sea que le pareciese mal toda tardanza que pudiera tomarse por cobardía, trabó pelea con ellas, sin aguardar la llegada de los otros príncipes cristianos. Terrible fué la batalla; horro rosa la mortandad y el estrago; hicieron prodigios de valor los cristianos,, mas, agobiados por el nú mero de enemigos, hubieron finalmente de sucumbir, sirviendo únicamente su heroísmo, para aumentar los muertos y hacer las pérdidas más sensibles. Mas de veinte mil cristianos perecieron en esta batalla; tal fué la espantosa jornada de Alarcos (19 julio 1195). Agraviados los reyes de Aragón y de Navarra con la conducta del castellano, y considerando la ocasión oportuna para vengar antiguos agravios, pe netraron simultáneamente por tierras de Castilla. Di rigióse D. Sancho por las comarcas de Soria y Almazán, dedicándose allí a talar, robar y devastar cuanto hallaba a su camino, que a esto se redujo la guerra. Los progresos de los moros, que no dejaron de aprovechar las luchas intestinas de los cristianos, y los ruegos de las prelados y magnates, que deseaban el bien de la religión y de la patria, hicieron que los reyes de Castilla, Navarra y Aragón concurrie ran a una entrevista. Reuniéronse entre Agreda y Tarazona (1196), pero,, ciegos por las pasiones, y no viendo más que sus afanes particulares, olvidaron — 109 - el peligro común y se separaron sin haber llegado a ningún acuerdo. El rey de Aragón se retiró con tal frialdad, que no tardó en ausentarse de España, pasando a Fran cia, donde le cogió la muerte en Perpiñán (25 abril 1196). Sus restos fueron trasladados a Poblet, según había dispuesto. Dejó heredero a su hijo mayor, D. Pedro II, aun que bajo la tutela de su madre doña Sancha, hasta que cumpliese la edad de veinte años. Ordenó entonces sus tropas, Pedro II, para ir en socorro del rey castellano, cuyos estados eran atacados por el de León y el emperador de Marrue cos. Restablecióse la paz entre Castilla y León, gracias al casamiento de D. Alfonso IX de León con la princesa Berenguela de Castilla (diciembre 1197). Quedó con esto sosegado el reino castellano, por esta parte, y también lo estuvo algún tiempo por el de Navarra,, pues los Papas Celestino III e Inocencio III intimaron, bajo las penas de excomunión y entre dicho, al rey D. Sancho, que se apartara de la alian za que tenia con el emperador de los almohades para luchar contra el de Castilla. No sólo no desistió D. Sancho de sus amistades con el Miramamolín, sino que tomó la arriesgada decisión de pasar al Africa, para entenderse direc tamente con él (1196), halagado quizás con los ofre cimientos que le habría hecho el musulmán, y es perando tal vez atraerle consigo a España para que - 110 - le ayudara en las guerras que tenía con el de Aragón y el de Castilla (1). Mas al llegar D. Sancho al Africa, encontró las cosas de diferente modo que pensaba. Acababa de morir Yacub ben Yussuf, dejando heredero a su hijo Mohammed ben Yacub, el cual supo entretener muy bien al monarca navarro con falaces promesas y aun hacerle intervenir en su favor en las guerras que por allí tenía. Viendo los reyes de Aragón y Castilla que Na varra se hallaba sin rey, penetraron en ella. Lo hizo el de Castilla por Alava, y ganó a Miranda de Ebro y a Inzura; entretanto que D. Pedro de Ara gón atacaba por Sangüesa y Roncal, y se apoderaba de Aibar y Burgui (1200). El de Castilla sitió des pués a Vitoria y, aunque hizo larga resistencia, se entregó también,, precedida licencia del rey D. San cho, para lo cual pasó al Africa el obispo de Pam plona D. García. Las provincias de Alava y Guipúz coa quedaron para siempre en poder del castellano, a quien se entregaron voluntariamente. Conoció, al fin, D. Sancho el engaño en que le te nían los musulmanes y lo mucho que le convenía volver a su Reino, para el cual salió, al fin, el año 1201. Pactó entonces una tregua con los monarcas cristianos y pudo así dedicarse al arreglo interior de su Reino. En el año 1206, estuvo a punto de (1) Mondéjar, cit. Lafuente, ob. cit., parte II, lib. II, cap. 11. La anécdota de los amores de D. Sancho con la hija del 'Miramamolín, está completamente desacreditada, - 111 - romperse esta tregua, pues Estella, por motivos aje nos al rey navarro, y promovidos por D. Diego Ló pez de Haro, señor de Vizcaya, tuvo que resistir y rechazar el sitio que le pusieron las tropas caste llanas. Concluidas en 1211 las treguas pactadas entre el rey de Castilla y el Miramamolín, cercó éste a Sal vatierra, y la ganó. Crecía el poder musulmán,, amenazando invadir Castilla y aniquilar a los cristianos, por lo que coali gáronse todos los príncipes de éstos, para luchar contra aquél. Publicó Inocencio III la Cruzada, y vinieron a España numerosos caballeros de toda la Cristiandad, si bien no ayudaron mucho a los monarcas españo les, pues, tomando el calor como pretexto, abando naron la Cruzada, sin entrar en lucha con los mu sulmanes, llenando a éstos de alegría, y de pesadum bre al ejército cristiano, compuesto entonces por cas tellanos y aragoneses. Llegó en esta ocasión el rey navarro con sus tro pas, haciendo renacer la confianza en el campo cris tiano. Traspuso entonces el gran ejército la esca brosa pendiente de Sierra Morena, y acampó ante la inmensa muchedumbre de los musulmanes. Tales fueron los preparativos de la batalla de las Navas de Tolosa. Veamos la descripción que de ella nos hace Olóriz. "Dos días—dice (1)—permanecieron frente a fren(1) Ob. cit, pág. 78, - 112 — te las enemigas huestes,, sin decidirse a batallar; pero amaneció el tercer día, y el ejército cristiano, des pués de oír solemne misa y de recibir con fervorosa unción los santos Sacramentos, lanzó a los aires el prolongado tañer de sus clarines. Rompió el combate la vanguardia regida por el valeroso vizcaíno D. Lope Díaz de Haro; formaban el centro las tropas de Castilla, las de Aragón man tenían el ala izquierda y Navarra desplegaba sus haces en el flanco derecho. Rudo es el primer cho que ; tanto, que produce en las primeras filas un mo vimiento de repliegue; los pendones de Madrid, Cuenca, Vélez y Gormaz, huyen vencidos; retroce den, aunque luchando, los valientes de Díaz de Haro; Aragón, titubea, y el rey de Castilla, juzgando ya cercana su derrota, quiere entrarse en lo más recio de la pelea y morir combatiendo como soldado. Contiénele,. a duras penas, el arzobispo D. Rodrigo, y en aquel instante supremo, en que sólo un paso atrás era la ruina de la cristiandad entera, el rey D. San cho,, arrebatado de ira, arrójase con los suyos sobre la envalentonada morisma. En su atroz embestida, rompe, destroza y desbarata fiero al enemigo; todo cede y se postra ante su vencedora espada. Reanímanse y cobran aliento los que ya huían como vencidos, acometen con nuevo vigor a los sa rracenos, y D. Sancho, comprendiendo que el éxito de la batalla pendía del asalto de la espesa valla que, entretegida con cadenas y defendida por 10.000 gue rreros valerosos, formaba muro impenetrable que - 113 - cercaba la tienda del Miramamolín, pone todo su esfuerzo en llegar hasta ella y destruirla. Casi solo avanza, pues la muerte ha hecho entre los suyos tre mendo estrago. Cercado por todas partes, defendido no más que por una docena de los suyos, más cerca está de morir que de coronarse victorioso; pero, de un salto de su corcel, traspone la valla; los que le rodean, siguen su ejemplo; D. García Romeu, al frente de sus catalanes, llega a su vez; caen hechas trizas aquellas cadenas, que simbolizan la esclavitud de los cristianos, y el espantado Maomad (1) apela a la fuga, arrastrando tras sí aquel ejército inven cible, vida y orgullo del africano imperio" (lunes, 16 de julio de 1212). Parece ser que la batalla tuvo lugar a unos doce o trece kilómetros al N. de las Navas de Tolosa, entre los pueblos de Santa Elena y Miranda del Rey. Los hechos heroicos realizados por los españoles en esta batalla, fueron muchísimos, y el botín in contable. De éste, la tienda de seda y oro del emir, fué enviada al Papa, para la basílica de San Pedro; Burgos conserva la bandera del rey de Castilla; To ledo, los pendones ganados a los infieles, y el rey de Navarra obtuvo las cadenas que rodeaban la tienda de Alnasiz, las cuales figuraron desde «enton ces en el escudo de Navarra. Trozos de estas ca denas se conservan en las catedrales de Pamplona (1) Alnasir Mahammed ben Yacub, hijo de Yacub ben Yus-suf, 8 — 114 - y Tudela, en la colegiata de Roncesvalles y en el monasterio de Irache. En conmemoración de esta victoria se celebra to dos los años, el 16 de julio, la fiesta de el triunfo de la Cruz, cantándose en todas las catedrales espa ñolas el Te Deum y celebrándose, especialmente en las Huelgas de Burgos, en donde el Capitán ge neral de la región tremola el roto, desteñido y gloriorísimo pendón de las Navas, para que reciba los homenajes del pueblo y del ejército. Algunos historiadores árabes conceden tal impor tancia a esta batalla, que la consideran causa de la ruina del imperio almohade. Volvió el rey D. Sancho a su nación, cuando, con la conquista de Ubeda, se dio por terminada la campaña. El único suceso digno de mención en los 21 años transcurridos desde entonces hasta su muerte, fué el prohijamiento mutuo de D. Sancho de Navarra y D. Jaime de Aragón, que convinieron -en sucederse en el trono, el uno al otro, desheredando el navarro a su sobrino D. Teobaldo y D. Jaime a su hijo D. Alfonso; mas, arrepentido D. Jaime de esta de cisión, quebrantó el pacto en el año siguiente al de su establecimiento (1231). Los últimos años de su vida los pasó D. Sancho, melancólico y triste, retirado en su castillo de Tu dela. Esto añadió el sobrenombre de Encerrado, al que ya tenía el de Fuerte. Murió en 1234 y fué enterrado en la colegiata de Roncesvalles, CAPITULO VII La Casa de Champaña. 29. Teobaldo I. — 30. Teobaldo II. - 31. 'Enrique I. — 32. Memoria de Juana I. 29. Teobaldo L — Muerto D. Sancho el Fuerte, le sucedió en la corona su sobrino el conde Teobaldo de Champaña. Veamos cómo narra este hecho el gran cronista de Aragón. "Los navarros —dice (1)—, estando el rey de Ara gón tan puesto, en perseguir su conquista (2), envia ron por Thibaldo, conde de Champaña, sobrino del rey D. Sancho, y le alzaron y juraron por rey, con tra los homenajes que habían hecho al rey D. Jaime los ricos hombres y estados de aquel reino (3). En la historia del príncipe D. Carlos y en otras de las cosas de Navarra, se refiere, que luego que el rey D. San cho murió, los navarros, queriendo guardar su natu raleza, por tener rey descendiente de recta línea, en(1) Zurita: Anales. Lib. III, cap. XII. (2) Del reino de Valencia. (3) Cuando el mutuo prohijamiento de D. Sancho el Fuerte y D. Jaime I. — 116 - viaron a pedir al rey D. Jaime que los librase de la obligación que le tenían por la fe y juramento que le prestaron; y que no codiciándolo, que no le pertene cía, como príncipe muy justo, los absolvió liberalmente de aquel homenaje y juramento en que se ha bían obligado; y que con esto enviaron por Thibaldo, para que viniese a tomar la posesión de su reino, y que fué coronado y jurado en Pamplona por el mes de mayo deste año (1234). Como quiera que sea, o por causa de la guerra que el rey tenía con los mo ros, o por diferir este negocio, o por otra causa que yo no he podido descubrir,, el rey D. Jaime no se di virtió (separó) de la empresa que tenía; y Thibaldo ocupó el reino, y lo poseyeron él y dos hijos suyos, y sus sucesores". Examinemos atentamente este relato. De él se des prenden dos hechos ciertos: primero, que el conde Teobaldo de Champaña sucedió a Sancho el Fuerte; segundo, que los navarros se desentendieron del pro hijamiento mutuo, con promesa de sucederse, que existía entre D. Sancho y D. Jaime I. Para explicar este segundo hecho tenemos dos hi pótesis : a) los navarros quebrantaron el pacto, y fal tando a sus promesas, nombraron rey a D. Teobaldo, con objeto de continuar en lo posible la línea de sus reyes y mantener su independencia; b) D. Jaime I relevó a los navarros de su promesa. Veamos ambas hipótesis: a) En este caso, claro está que la acción de los navarros sería censurable, dado el concepto que en - 117 - tonces se tenía del régimen monárquico, pues con ella enlazaron su historia a la de Francia, preparan do la conversión de Navarra en provincia francesa, y apartaron su país de las actividades de los restantes reinos españoles. Su única disculpa sería el deseo de mantener la independencia, sentimiento que tan arrai gado tenían los navarros,, como ya sabemos. Don Jaime soportaría la violación del pacto por hallarse entretenido en sus luchas con los musulmanes. b) En esta segunda hipótesis, hemos de tener en cuenta algunas consideraciones. Hallábase el rey don Jaime combatiendo a los musulmanes, por lo que sin duda tendría que alegrarse de que viniese a sus ma nos el reino de Navarra, pues de esta manera se au mentaba su poderío y crecían sus ejércitos. Teniendo en cuenta, además, el carácter ambicioso de todos aque llos reyes, carácter que se pone claramente de mani fiesto en sus constantes luchas intestinas, se hace más inexplicable que D. Jaime renunciara a sus de rechos sobre la herencia de D. Sancho. Y no se nos diga que no podía D. Jaime apoyar sus derechos en un pacto que anteriormente había quebrantado, no ayudando a D. Sancho en sus luchas con el rey de Castilla (1) y gastando los cien mil sueldos que para este objeto le había dado D. Sancho, en la conquista de Mallorca, pues podemos decir que esta ayuda se prestaba a cambio de dicha cantidad, que por cierto no debió pagar D. Sancho, y formaba pacto aparte (1) Yanguas, ob. cit., pág. 124. Olóriz, ob. cit., pág. 81. - 118 — completamente independiente del mutuo prohijamien to, Aun podemos añadir que no se habla en el pacto de tal cantidad de dinero ni de otra alguna (1), y que aun siendo cierto esto sería extraña la acti tud de D. Jaime, pues con bases mucho menos fir mes y pretextos más fútiles se peleaban aquellos reyes. ¿.Cómo explicaríamos, pues, que D. Jaime releva se de su promesa a los navarros? Unicamente pensando que hallándose, como se ha llaba, tan atareado con los musulmanes, no podía lan zar sus tropas a la conquista de un reino que no se le entregaba de grado, y dejó este negocio para mejor ocasión, como sin duda ya sospechaba Zurita, según se desprende de sus frases. Vemos, pues, que los navarros, llevados de su amor a la independencia, llamaron a Teobaldo para que los gobernase, prefiriéndolo al monarca aragonés. Este amor a la independencia y libertad que tantas veces les había servido y tantas veces produjo her mosos frutos, ocasionó ahora un daño irreparable a nuestra patria, al ser el punto inicial de la conver sión de Navarra en provincia francesa. Vino, pues, D. Teobaldo a Navarra, y encontrán dola muy despoblada por causa de las continuas gue rras en que había estado envuelta, hizo venir para (1) Lo único que a este respecto se dice en el pacto, es lo siguiente: "Adunde mas que nos aiudemos contra el rey de Castiella todavía por fé sines enganno". Puede verse este pacto en un apéndice de la citada obra de Lafuente. - 119 - poblarla muchos labradores de las comarcas de Cham paña y Brie, que, como sabemos, pertenecían a sus dominios. Tuvo D. Teobaldo algunas diferencias con la no bleza, cuya gran preponderancia estimaba peligrosa para el trono, respecto a la forma de probar las hi dalguías y de los que siendo villanos o pecheros, ha bían llegado a nobles. Ocasionaban estas diferencias una gran tirantez en las relaciones entre los nobles y el rey, y tal vez las consecuencias hubieran sido fu nestas de no desistir éste en sus afanes de innovación. Era D. Teobaldo un extranjero en Navarra, y des conocía, por lo tanto, las peculiaridades geográficas del país, el carácter de sus habitantes y los usos y costumbres de la tierra; no tiene, pues, nada de ex traño que chocase frecuentemente con sus subditos, especialmente con los nobles, siempre levantiscos y audaces en aquellos tiempos. Son estas luchas las pro pias del feudalismo. Los reyes quieren asegurarse la posesión de la corona, vincularla en su familia, hacer la monarquía hereditaria y sojuzgar a los nobles. Es tos,, por su parte, se oponen a los deseos de los reyes, y orgullosos de su poder, tienden a declararse autó nomos ; saben que sin su apoyo nada puede hacer el monarca y le regatean su concurso, procurando sacar el mayor partido posible, y aun se apartan comple tamente de su lado, si les disgusta, no teniendo es crúpulo de ponerse bajo los poderes de otro rey cuando esto conviene a sus intereses. No cesaba por entonces el Pontífice Gregorio IX - 120 - de excitar a la cristiandad para que llevase a cabo la conquista de los Santos Lugares. Era francés don Teobaldo y no dejó de oír su voz y pensar en tomar parte en la Cruzada, como si la lucha que aquí te níamos emprendida no fuese también por la Cruz. ¿A qué ir a buscar los enemigos de la fe en tierras remotas teniéndolos a la puerta de casa? El caso es que, como dice la crónica del príncipe de Viana (1), "este rey D. Tiblt, deseando imitar á los reyes antecesores, sabiendo que en reyno de Fran cia se pregonaba la Cruzada contra los moros ene migos de la fé, partió de su reyno de Navarra, é fue á la ciudat de Paris, donde el muit cristianísimo,, é santo rey, el rey Sant Luis, estaba con todos los grandes de su reyno por dar orden en la guerra que se había de facer contra los dichos moros". Embarcóse, pues, en Marsella con los demás cru zados, y una vez en tierras de Asia, dirigióse al monte Tauro, en cuyas estrechuras esperaban apostados los infieles (1239). Forzaron el paso los cristianos, des pués de una reñidísima batalla con el Soldán de Icanio, y consiguieron llegar a Antioquía, aunque redu cidos a una tercera parte por las incomodidades de la marcha,, inclemencia del tiempo y repetidos encuen tros con el enemigo (1240). Se desgració la expedición por la falta de concor dia entre los jefes y disciplina en los soldados, siendo completamente derrotado el ejército cristiano en los (1) Lib. III, cap. II. CATEDRAL CLAUSTRO DE PAMPLONAPUERTA DE NUESTRA SEÑORA DEL AMPAROÍS. XV) - 121 - campos de Gaza (1242), debiéndose a los navarros que no emprendiese vergonzosa fuga, ocasionando así mayores males. Acudió Ricardo (1), hermano del rey de Inglate rra, en socorro de los cruzados, mas solamente pudo conseguir la libertad de los cautivos y que se pacta sen unas treguas. Volvieron entonces a Europa los príncipes cristianos y reintegróse D. Teobaldo a su reino de Navarra. Tuvo entonces grandes discusiones con D. Pedro Jiménez de Gazolaz, obispo de Pamplona, por diver sos. motivos ajenos a la iglesia, según parece, entre ellos sobre la preferencia del señorío de San Esteban de Monjardin, "por la cual disensión —dice el Prín cipe de Viana (2)—, el dicho obispo lo escomulgó é puso entredicho en el regno, el qual duró tres años, é non se decía el oficio divinal, salvo en donde el rey mandaba; é por esto el rey al dicho obispo fizo juz gar é pregonar por traidor; ó los del Burgo non lo consintieron pregonar en el dicho Burgo; é estaba é habitaba, el dicho obispo, en Navardun (3) que es de Aragón; é despues los nobles hombres los concor daron, é el dicho rey fué á Roma á pedir la abso lución del Papa (4) é fueron amigos". (1) Ricardo de Cornwall, hermano de Enrique III de In glaterra, sobrino por lo tanto de Ricardo "Corazón de León", y cuñado del emperador Federico. <2) Crónica. Lib. III, cap. I. (3) Este pueblo de la Valdonsella, en Aragón, pertenecía a su Obispado. . (4) Año 1249. - 122 - En el año 1253 murió en Pamplona, donde fué en terrado, el rey D. Teobaldo I de Navarra, a los 48 años de edad. Tuvo D. Teobaldo tres matrimonios: el primero, con una hija del conde de Lorena, que se declaró nulo; el segundo, con Inés, hija de Guiscardo de Beloyoco y de Sicilia,, hija de Filipo, conde de Flandes, de cuyo matrimonio nació doña Blanca, que casó con Juan, duque de Bretaña; y el tercero, con doña Margarita, hija de Arcembaldo, príncipe de la casa de Borbón, del cual matrimonio nacieron D. Teobal do II, D. Pedro, que tuvo el señorío de Muruzábal, doña Leonor, D. Enrique, que reinó después de don Teobaldo II, doña Margarita, mujer del duque de Lorena, y doña Beatriz,, mujer de Hugón, cuarto duque de Borgoña. También fueron hijas suyas, aun que se ignora de qué matrimonio, doña Elide, doña Inés y doña Berenguela (1). Mejoró este rey la condición de los pueblos realen gos en los asuntos administrativos, legó a la posteri dad un tomo de poesías y una colección de melodías, a lo cual hay que añadir la fama de sus virtudes, que le granjeó el sobrenombre de "Grande" (2). Fué "valiente rey, alegre é grant cantador; é fizo traer de Champaña á Navarra la natura de las bue(1) Yanguas, ob. cit. La crónica de Navarra (lib. III, ca pítulo I) dice que al parecer son del primer matrimonio. (2) Olóriz, ob. cit. - 123 - ñas peras é manzanas, ca mucho amaba la buena fruta (1)". Afirman algunos autores que este rey fué el pri mero que se ungió en nuestra patria, costumbre que importó de Francia. 30. Teobaldo II. — Muerto Teobaldo I (8 julio 1253) le sucedió, como ya decíamos* un hijo suyo y de doña Margarita,, llamado también Teobaldo, el cual, no contando a la sazón más que 14 años de edad, quedó bajo la tutela de su madre. "Don Alfonso el Sabio, rey de Castilla y León —dice la crónica de Navarra (2)—, hizo luego sem blante de acometer a Navarra, y nuestra reina doña Margarita de Borbón, heroína de muy relevantes prendas, pidió a D. Jaime de Aragón, hiciesen con tra Castilla las más firmes alianzas, como se hicie ron muy presto en Tudela, a donde partió la reina con su hijo, y a donde envió a su primogénito D. Alonso el rey D. Jaime, que se hallaba en gran rompimiento con su yerno D. Alonso el Sabio (3)". Pactaron en Tudela una alianza ofensiva y defensiva. "La suma de la confederación fué, que prometió el rey a la reina doña Margarita, y a D. Tibaldo, su hijo, rey de Navarra, ó á cualquiera otro hijo suyo que fuese rey, que sería amigo de sus amigos, y ene(1) Crónica del Príncipe de Viana. Lib. III, cap. I. (2) Lib. III, cap. II. (3) Alfonso el Sabio estaba casado con doña Violante, hija de D. Jaime. - 124 — migo de sus enemigos, y si tuviese guerra con algún rey, ó con poder de rey, que quisiese hacer guerra á Navarra sobre la sucesión de aquel reino ó de su se ñorío, le ayudaría con todo su poder á defenderlo contra todos los hombres del mundo por su persona hallándose en Aragón, y en caso que estuviese fuera del reino, ayudarían en la guerra los que tuvieren por el rey cargo del gobierno de Aragón y Valencia, con todo el poder destos reinos, moviendo de Aragón despues de treinta días que fuesen requeridos, y que el rey no haría paz ni tregua sin voluntad de la reina. Juntamente fué concordado que el rey daría á su hija la infanta doña Constanza por mujer al rey Tibaldo, ó si él muriese antes que el matrimonio se efectuase, á cualquiera de sus hermanos que le sucediese en el reino; y en caso que la infanta doña Constanza mu riese antes de consumar el matrimonio, daría de la misma manera a doña Sancha su hija, prometiendo que nunca daría ninguna de sus hijas por mujer á ninguno de los infantes de Castilla hermanos del rey D. Alonso,, ni á otra persona que tratase por medio ni plática de su yerno el rey de Castilla, sin voluntad de la reina de Navarra. Esta concordia se había de confirmar por el Papa, para que se ratificase con grandes penas y censuras, y la habían de jurar todos los ricos hombres de Aragón, los caballeros y procu radores de las ciudades y villas de Aragón y Valen cia, que la reina quisiese, para que ellos procurasen que esta capitulación se guardase y cumpliese por término de quince días despues de la fiesta de San - 125 - Miguel del mismo año. La reina en su nombre y del rey su hijo, se obligaba al rey de Aragón de valerle contra todos los hombres del mundo, exceptuando al rey de Francia y al Emperador de Alemania, y aque llas personas de Francia á quien eran obligados por razón de señorío, y que procuraría con todo su poder que el rey su hijo, ó cualquiera de sus hermanos que sucediese en aquel reino, hiciese el matrimonio con la infanta doña Constanza, ó con doña Sancha, y cuando sus deudos del rey Tibaldo lo impidiesen, ofrecía la reina, que no casaría con hermana del rey de Castilla, hija del rey D. Femado, y de la reina doña Juana, segunda mujer, ni con hija del rey de Castilla, hora fuese legítima, hora no, ni con parienta suya que fuese hija de reina, ó de otra que él lo tratase ó moviese sin consentimiento del rey de Aragón (1)". Volvió entonces a Navarra la reina doña 'Marga rita y procuró allí atraerse las voluntades de sus va sallos, satisfaciendo las quejas que tenían por los con trafueros cometidos durante el reinado de Teobaldo I. Escarmentados los pueblos, querían exigir garantía de los tutores del rey para deshacer los agravios he chos y que se les guardase los fueros. Reuniéronse con este objeto, en Olite, muchos ricos hombres de las villas, y juraron no admitir por rey a D. Teobal do si éste no juraba, por su parte, enmendar los agra vios hechos y no cometer otros; comprometíanse tam il) Zurita: Anales, Lib. III, cap. XLVIII. — 126 - bien los ricos hombres a prolongar esta coalición hasta que el rey cumpliese 25 años y obligar a su observancia a cuantos se resistieren. El talento político de doña Margarita hizo que todo se arreglase amistosamente,, conviniendo en aña dir algunas circunstancias al juramento real, en aquel caso particular. Arregladas las diferencias entre doña Margarita y los ricos hombres, coronóse D. Teobaldo en la cate dral, siendo ungido por su obispo D. Pedro Jiménez de Gazolaz, el jueves veintisiete de noviembre, ha biendo transcurrido, por lo tanto, cuatro meses y diez y nueve días desde la muerte de su padre. En el acto de la coronación, juró la observancia de los fueros; que desharía los agravios; que nin gún navarro sería preso dando fiador, excepto por traidor declarado o ladrón manifiesto; que los plei tos ganados serían juzgados en Corte por el go bernador y doce consejeros o la mayor parte de ellos, sin perjuicio de la jurisdicción de los alcaldes y del fuero particular de cada uno; que no daría ningún empleo sin consejo del mismo gobernador y consejeros; que no batiría sino una moneda en su vida; que si se ausentaba, dejaría un gobernador nombrado por los doce consejeros; que estaría bajo la tutela de un navarro que nombrasen los electo res entre los ricos hombres, caballeros, infanzones y hombres libres o diputados de los pueblos; que se nombrarían jueces de émparansas para conocer y declarar sobre las reclamaciones de los agravios - 127 - anteriores; y que todo esto se observase hasta que el rey cumpliese veintiún años, saliendo entonces de la tutela. Después eligieron las Cortes por tutora del rey y gobernadora del reino a la reina doña Mar garita (1). Llegarnos con esto al año 1254, en el cual, rota ya la guerra con Castilla, fué D. Teobaldo a :Monteagudo, con objeto de entrevistarse con el rey don Jaime de Aragón. Llegaron los reyes a Monteagudo a principios del mes de abril, y "en la iglesia de Santa María, de aquel lugar,, el jueves de la Cena, que fué a cinco del mes de abril, firmaron nueva concordia de ser amigos de amigos y enemigos de sus enemigos. "Prometía el rey D. Jaime de valer al rey de Navarra contra todos los hombres del mundo, y es cosa de notar, que tan solamente fué exceptuado por el rey D. Jaime, en esta liga, Carlos, conde de Proenza, hermano del rey de Francia, que fué el más capital enemigo que el infante D. Pedro, su hijo, y la casa de Aragón, habían de tener; y se obligaron de no hacer ninguna tregua, ni tomar asiento en sus diferencias, sino de conformidad con los dos... El rey de Navarra se obligó de valer al rey de Aragón contra todos los hombres del mundo, exceptuando al rey de Francia y a sus hermanos,, y se obligó, que no casaría con hermana ni con hija del rey de Castilla, sin consentimiento del rey (de Aragón)" (2). (1) Yanguas, ob. cit. (2) Zurita: Anules, Lib. III, caj>. XLIX. - 128 - Ambos reyes se dieron en rehenes varios castillos y juraron la alianza los ricos hombres de Navarra y Aragón, que se hallaron presentes. "Estando las cosas en gran rompimiento entre es tos principes y el rey de Castilla, algunos prelados y ricos hombres, movieron algunos partidos entre ellos, porque desistiesen de la guerra; y pusieron treguas hasta la fiesta de San Miguel del año 1254" (1). "Todo corría ya en tranquilidad en los tres rei nos—dice la crónica de Navarra (2)—, mas la gran de volubilidad de D. Alfonso el Sabio, turbólo todo." Ajustóse la paz, más por necesidad que por gusto, pues aprovechándose los moros de estas disensiones, incomodaban al rey de Castilla en Andalucía y al de Aragón en Valencia (1257). En este mismo año murió la reina doña Marga rita, en sus estados de Francia, adonde había ido con objeto de arreglar su administración. Pasó en tonces allí D. Teobaldo, dejando gobernador de Na varra al senescal D. Jofre, señor Barlemont, y po niendo el reino bajo la protección de D. Jaime de Aragón. Consecuencia de este viaje fué su matri monio con doña Isabel, hija de San Luis, rey de Francia (1257). Volvió luego a Navarra y engrandeció el reino con la incorporación de varios Estados, cuyos se(1) Zurita: Lug. cit. (2) Liib. III, cap. II. - 129 - ñores le rindieron vasallaje. Dedicóse después al arre glo de las contribuciones de sus pueblos, suprimien do algunos impuestos; fundó el pueblo de Espinal, entre Roncesvalles y Visearret, y partió luego para Marsella, al frente de los más distinguidos caballe ros navarros y acompañado de su esposa, con ob jeto de seguir a S. Luis, rey de Francia, en la Cruzada que,, por solicitud del pontífice Clemente IV, se preparaba en socorro de Tierra Santa. Embarcóse, pues, bajo la dirección de S. Luis (1270); pero la empresa de convertir al cristianis mo el reino de Túnez, presentada como fácil por el soberano de Sicilia, hizo cambiar el objeto de la expedición emprendida. Llegados al Africa, dirigié ronse al valle ocupado por Cartago en otro tiempo, donde, no obstante ver diezmadas sus filas por deso ladora peste, derrotaron por completo a los musul manes que fueron a su encuentro. Ofreció el musulmán, a cambio de la paz, satis facer el tributo que desde largo tiempo debía al rey Carlos de Sicilia, pagar los gastos de la Cruzada y per mitir la libre predicación del Evangelio en sus do minios. Aceptaron los cruzados, vistas y pesadas las circunstancias del momento, haciéndose luego a la mar. No fue afortunado el regreso; una terrible tor menta sepultó en el fondo del mar numerosos na vios y más de cuatro mil soldados. Para colmo de males, apenas llegados a la costa, murió en Trápana de Sicilia el rey D. Teobaldo II, fallecimiento que 9 - 130 - ocasionó, sin duda, antes de llegar a Marsella, el de su afligida viuda (1270). No dejó sucesión D. Teobaldo, por lo cual heredó el trono un hermano, D. Enrique, al que había deja do como gobernador del reino durante su ausencia. 31. Enrique I.—Llegada a Navarra la triste nue va de la muerte de D. Teobaldo, celebró su hermano D. Enrique las exequias con toda magnificencia, y declarado en las Cortes sucesor, fué ungido por el obispo Armengol y aclamado rey con todas las ce remonias acostumbradas (í 271). Apenas se había sentado en el trono, cuando se vió solicitado por D. Felipe, hermano de Alfonso el Sabio, de Castilla, para que se coaligase contra este rey. Respondió D. Enrique a tal proposición, que él entraría gustoso en la unión contra Alfonso el Sabio, con tal de que le restituyese todas las tie rras usurpadas por Castilla en la Rio ja y Bureba, hasta los montes de Oca, y las de Alava y Guipúz coa. El infante castellano prefirió ir a buscar soco rro entre los moros, antes que aceptar las proposi ciones del navarro. Estaba casado D. Enrique, desde 1269, con doña Blanca, hija de Roberto, conde de Artois, y her mano de S. Luis, rey de Francia. De este matrimo nio tuvo un hijo, llamado Teobaldo,, y una hija, lla mada Juana. Enterado Alfonso el Sabio de las proposiciones - 131 - echas por su hermano a D. Enrique, procuró atraer se la amistad del rey navarro, para lo cual concertó el matrimonio de D. Teobaldo, hijo de D. Enrique, con una hija suya. Hallábase todavía en la lactancia el hijo del rey navarro, mas este detalle se consi deraba entonces sin importancia, en punto a las pro mesas de matrimonio, y este era un medio, usado con frecuencia, para celebrar alianzas políticas. No tardó en disolverse esta alianza, por una des gracia imprevista. Paseábase D. Teobaldo, en bra zos de su ama, por una galería del castillo de Estelia, donde se criaba, cuando, desprendiéndose de los brazos protectores, cayó al suelo desde gran altura. Intentó el ama retenerle, y cayó también, perecien do con el infante. El rey D. Enrique hizo entonces que se jurara sucesora del reino a su hija doña Juana, niña toda vía menor que su hermano D. Teobaldo. Fué D. Enrique de condición áspera y desabrida. En su breve reinado, se registran pocos hechos dig nos de memoria, siendo únicamente notable el em peño con que trató de robustecer la autoridad real, menguando el poderío de los nobles. A este objeto dedicó toda su actividad. Logró que los poderosos caballeros D. Pedro Sánchez de Monteagudo, señor de Cascante, y D. Gil de Rada, dueño de la impor tante fortaleza de su apellido, cedieran a la corona sus señoríos, con ciertas restricciones; pero no le - 132 — fué dado concluir su obra,, porque le sorprendió la muerte (1). "Este rey fué mal gracioso a todos, especialmente al obispo de Pamplona, llamado D. Armingot, el cual era natural de Castilla; é desfizo la unión que era entre la Navarrería, el Burgo, é la Población (2); é regnó tres años, el qual era mucho cargado de carnes, é de gordura; é morió el día de la Magda lena, en el palacio del obispo, año de 1274...; é yace en Santa María de Pamplona. Créeese que la gor dura lo mató" (3). 32. Minoría de Juana I.—Muerto el rey don Enrique, convocó Cortes generales la reina viuda doña Blanca. En estas Cortes se confirmó la sucesión a favor de la niña doña Juana, y se nombró gober nador del reino a D. Pedro Sánchez de Monteagudo, señor de Cascante,, cuya elección compitieron D. González Juánez de Baztán y D. García Almoravid. Convinieron también los diputados de los pue blos en ayudarse mutuamente, dentro del término de treinta años, si el gobernador hiciese contrafueros. La infancia de la reina despertó las antiguas pre tensiones de Castilla, cuyo rey, D. Alfonso el Sa bio, procuraba atraerse a los navarros y obtener sus simpatías, mientras hacía bélicos preparativos y apro ximaba sus tropas a la frontera navarra, con in- (1) Olóriz, ob. cit., pág. 87. (2) Barrios de Pamplona. (3) Crónica del Príncipe de Viana. Lib. III, cap. VI, - 133 - tentó, sin duda, de apoyar con la fuerza de las ar mas sus mal reprimidas ambiciones. Hasta se decía que las tropas castellanas serían mandadas por el primogénito de D. Alfonso, el in fante D. Fernando de la Cerda. Tanto el rey de Castilla como el de Aragón, tra taban de apoderarse de la reina niña, para, con el pretexto de criarla en sus Cortes, poder casarla se gún sus conveniencias y disponer del reino. Todo conspiraba en favor de los ambiciosos,, hallándose los navarros divididos en sus opiniones, pues mien tras D. García Almoravid, ofendido por el encum bramiento de D. Pedro Sancho de Monteagudo, apo yaba las pretensiones castellanas y robustecía el par tido de D. Alfonso, fomentaba D. Pedro la facción aragonesa. t Viendo el gobernador del reino los peligros que acechaban en la frontera, acudió a remediarlos con toda diligencia, para lo cual duplicó los sueldos y presidios de la frontera de Castilla, envió al alférez del estandarte real a tierras de Estella y marchó él mismo a Tudela. La reina doña Blanca, llena de temor y desconfianza, tomó el partido de acogerse a la protección de su primo Felipe, rey de Francia, hermano de S. Luis, y tomando a la niña doña Jua na, huyó secretamente con ella de Navarra, burlan do así los artificios de los reyes de Aragón y Cas tilla. El partido más poderoso de Navarra se inclinaba en favor del aragonés. D. Pedro Sánchez, que, como - 134 - ya hemos dicho, se hallaba a su cabeza, reunió C o t íes en Olite, y en ellas se acordó que la reina doña Juana casase con el infante D. Alfonso, primogé nito de D. Pedro, heredero éste de la corona de Aragón, jurando que así lo cumplirían, y que si mo ría doña Juana, casaría D. Alfonso con una de sus primas, hija del duque de Bretaña. Irritado Alfonso el Sabio al ver que con la mar cha de doña Blanca se le escapaba la presa que ya creía tener entre las manos, hizo que su ejército, mandado por el infante D. Fernando, penetrase en Navarra por Logroño y pusiera sitio a Viana (1275). Resistieron heroicamente los valientes habitantes, bien decididos a morir antes que aceptar el yugo caste llano,. por lo cual tuvo que levantar el sitio el in fante D. Fernando, y aunque luego volvió con ma yores ímpetus, no fué sino para dejar el campo ver gonzosamente. El rey D. Enrique había cometido el tremendo error, de que ya dimos cuenta, de romper la unión establecida entre los barrios de Pamplona por San cho el Fuerte, dando ocasión con esto a que sur giera en ellos una viva discordia, la cual supo uti lizar D. García Almoravid para sus planes ambi ciosos. Dominaba D. García en la Navarrería, y co menzó a levantar en ella fortificaciones contra el Burgo y Población (1), con manifiesta intención de (1) ,E1 Burgo de San Saturnino y la Población de San Nicolás. - 135 - suscitar luchas civiles y llamar armas de fuera. "Qui so el gobernador cortar esta raíz fecunda de tantos males, y aunque entró en la Navarrería, y en junta de los más principales hizo una exhortación eficací sima, sólo pudo conseguir que se hiciese la obstina ción más patente, y así un caballero de la junta, lla mado Sancho de los Arcos, dijo con despejada e imperiosa desmesura estas palabras: ^Miradlo, señor, bien o no lo miréisf haced juicio o no lo hagáis, que las algaradas e ingenios se han de llevar hasta el cabo" (1). Tuvo noticia doña Blanca de estos tristes suce sos, y escuchando los clamores de algunos buenos navarros, que, fatigados de tanta lucha, de tan pro longada y estéril rivalidad, consideraban cuánto im portaba en semejante situación tener al frente del reino una persona ajena a los intereses del partido, que poseyera verdaderas dotes de mando, determinó sustituir a D. Pedro Sánchez con el enérgico y pru dente caballero D. Eustaquio de Bellamarca. Hízolo así, después de desposar a su hija con Felipe el Her moso, primogénito y sucesor del rey Felipe III de Francia, y de transferir a éste la tutela de la joven reina. Dió con aquel enlace, tan diverso del acor dado en las Cortes de Olite, un golpe mortal al bando aragonés, y ganó un eficaz protector para su hija y un firme apoyo para Navarra (2). (1) Crómica del reino de Navarra. Lib. III, cap. III, pá rrafo II. (2) Olóriz, ob. cit., pág. 89. - 136 - Llegado el nuevo gobernador, juró los fueros y tomó posesión del gobierno; mas si bien de momento se apaciguaron las facciones, no tardó en encender se la lucha con mayor encono. Los partidarios de Almoravid, influidos por el rey de Castilla, quisie ron apoderarse del nuevo gobernador, para lo cual solicitaron de D. Diego López de Haro, señor de Vizcaya, y de D. Jimeno Ruiz, señor de los Ca meros, que mandaban el ejército de Castilla, en ausencia del infante D. Fernando, que guerreaba con los moros en Andalucía, que introdujesen en Navarra algunas tropas. Hiciéronlo así, y engañado el gobernador, estaba ya camino de Estella,. cuando tuvo noticias de lo que se tramaba contra él, y volvió precipitadamente a Pamplona. Empezó entonces una lucha despiadada, y no bas tando las fuerzas leales para sofocar tan terrible in cendio, tuvo que enviar refuerzos el rey de Francia y preparó luego un formidable ejército, cuyo mando tomaría él mismo si lo exigían los acontecimientos. Vinieron los soldados franceses a las órdenes de Roberto, conde de Artois, y unidos a las tropas de la reina consiguieron, tras sangrientas luchas, tomar por asalto la Navarrería, foco de la sedición (1277). El ejército castellano, que venia en socorro de los sediciosos, retiróse a Castilla sin medir las armas con los francos. Quedaron, pues, desamparados sus par ciales, los cuales, vista la conducta incalificable de sus aliados y el estrago de la Navarrería, enmudecieron para siempre. Renovaron poco después su inteligen - 13? - cia los reyes D. Alfonso de Castilla y D. Pedro de Aragón. Avistáronse entre Agreda y Tarazona e hi cieron una alianza ofensiva y defensiva, acordando secretamente invadir y repartirse Navarra. No se llevó a cabo este proyecto, pues el rey D. Pedro tenía entre manos otro todavía más secreto: la conquista de Sicilia. Atacó, pues, a Sicilia (1282), y aprove chándose del descontento general de los sicilianos, que previamente había fomentado, echó de aquel reino a su rey Carlos, hermano de San Luis y tío de Felipe de Francia. Ocasionó esto una guerra entre D. Pedro y el rey de Francia, dolido de la desgracia de su tío, viéndose envuelta Navarra en una lucha completamente ajena a sus intereses. Franceses y navarros tomaron las armas contra Aragón y penetraron por la Valdonsella (1283). Terminó esta campaña sin más resultado que la toma por parte de Navarra, de Lerda, Ul, Filera y Salvatierra, donde se levantó un castillo (1). Por el casamiento de la reina doña Juana con el que luego fué Felipe IV de Francia, desaparece Na varra como reino independiente, siendo por algunos años dependencia de los reyes franceses, transfor mándose después de sus largas y heroicas luchas en pro de la independencia, en una simple provincia ex tranjera. (1) Yanguas, ob. cit., pág. 150. CAPITULO VIII Organización y cultura en este período. (Siglos XI al XIII). 33. Legislación. — 34. Clases sociales. — 35. Organiza ción política. — 36. 'Costumbres, comercio, cultura, bellas artes. 33. Legislación. — En este período es la legisla ción navarra exclusivamente foral, pero los fueros de Navarra son de escasa importancia hasta fines del siglo xi, en que se otorgó el de Estella. Este fuero, dado en 1090 por Sancho Ramírez, es de gran extensión y de mucha importancia por el interés his tórico de sus disposiciones. Al fuero de Estella si guieron otros muchos, entre los cuales merecen citar se el de Arguedas, importante por sus muchos pri vilegios, y los de Tafalla, "Cáseda, San Saturnino (Pamplona), Medinaceli, etc. El de Logroño, dado por el rey de Castilla Alfonso VI, en 1095, se ex tendió a territorios navarros y vascongados, como Vi toria (por Sancho el Sabio, en 1181), Azcoitia, Azpeitia, Cestona, Tolosa, Villarreal, etc. San Sebastián re cibió fuero de Sancho el Sabio, en 1180, sobre el mo- —2140 - délo de los de Jaca, y es importante por ser el primer fuero marítimo dado hasta entonces en Navarra. La ciudad de Pamplona tenía la especialidad de estar for mada por tres barrios diferentes, de que ya hemos hablado, con fuero distinto y en pugna constante, que se trató de resolver por concordias de los años 1213 y 1222, entre otras (1). El origen y año de la formación y promulgación del fuero general de Navarra ha sido muy discutido. Según la opinión más probable, se promulgó bajo el reinado de Teobaldo I, y fué compuesto por una co misión nombrada en virtud de un acuerdo de las Cortes ~áe Estella de 1237. En este convenio entre Teobaldo y los nobles, se decía: "é porque sabida cosa sia entre Nos et eillos de los fueros suyos quales an é deben aver con nosco, ó Nos con eillos, ave rnos parado con eillos ques sean esleitos 10 Ricosornes, é veint caballeros, diez ornes de órdenes é Nos é el Obispo de Pamplona de suso con nuestro conseillo, por meter en scripto aqueillos fueros que son é deben ser entre Nos é eillos... En el Fuero general se nota la presencia de ele mentos extraños; así, por ejemplo, en la disposición que autoriza el embargo del cadáver del deudor es palpable la influencia del derecho germánico. 34. Clases sociales. — Aunque no con todo de talle, conocemos, a partir del siglo xi, las condiciones (1) Altaimira. Ob. cit., núm. 334. - 141 - de la vida social en Navarra. Existe en este período la distinción de nobles y plebeyos, siendo muy honda la separación, no sólo entre estas dos clases, sino también entre las diversas categorías de nobles y villa nos. Todos los nobles se llamaban fíjosdalgo y forma ban una jerarquía compuesta de tres grados: ricos hombres, caballeros e infanzones. Los ricos hombres, verdaderos señores feudales, eran de clase dominante, por lo cual no es de extrañar su orgullo desmedido. Te nían potestad absoluta sobre sus tierras, estaban exen tos de tributos,, gozaban en sus castillos de derecho de asilo y no podían ser juzgados más que por sus iguales. "Siempre que aquellos elevados personajes viajaban, cuando llegaban a los pueblos, los villanos debían darles víveres en abundancia, teniendo ade más el deber de alumbrar de pie al rico hombre mien tras cenaba (1)". Seguían a los ricos hombres los caballeros, que eran los nobles a los que el Rey o los ricos hombres con ferían la orden de caballería, armándoles tales. Los nobles pertenecientes a la clase general de caballeros ocupaban en las Cortes sitio preferente, después de los ricos hombres y antes que los infanzones. La no bleza era indispensable para ingresar en la categoría de caballero, de tal modo, que si un rico hombre ar maba caballero a un villano o hijo de villano, perdía (1) 'Marichalar y -Manrique: Historia de la legislación y recitaciones del derecho civil de España. Navarra, sec. III, cap. II. - 142 - su dignidad y quedaba reducido a la clase de villano realengo. Los infanzones eran de dos clases: infanzones de linaje e infanzones de abarca. Los primeros eran sim ples gentes francas, o exentas de señorío, que no poseían la investidura de caballero. Los segundos eran sacados de entre los labradores por el interés de los reyes, necesitados de apoyo contra la nobleza pre potente, y se llamaban así por el género de cal zado que solían llevar. Su número aumentó por con cesiones verdaderamente abusivas de los reyes, que a veces, por un solo documento,, ennoblecían a toda una villa (1). Si una mujer noble casaba con villano, perdía, ipso facto, su nobleza. El noble acusado de hurto por un plebeyo podía quedar absuelto nada más con jurar que el hurto no era cierto. Los villanos, o sea los plebeyos, siervos o vasallos, no obligaban a los hidalgos para el cumplimiento de promesas, pero ellos estaban obligados siempre. Los siervos pagaban a su señor diversos tributos y ser vicios, según sus distintas cargas; no podían aban donar el territorio de aquél sin dejar otro hombre en su puesto, y generalmente perdiendo sus bienes mue bles; estaban forzados a ir a la guerra por todo el tiempo que se les mandase, y si morían sin hijos he redaba sus bienes el señor. Los simples vasallos esta ban también ligados a los nobles por diversos servi(1) Así, por ejemplo, en 1435, d rey Juan II libertó de pechos a 110 casas de la tierra de Arberoa. — Yanguas: Dic cionario de antigüedades, Art, "Hidalguía", - 143 - cios que habían de prestarles, así es que resultaba una serie de grados y matices difíciles de distinguir. En los primeros tiempos parece que hubo también esclavos moros. El clero constituyó una clase social de gran impor tancia, no sólo por ser depositario de la cultura y por la influencia cluniacense, sino también porque mu chos prelados y abades eran dueños de señoríos y grandes propiedades. Señálase por sus derechos so bre los siervos el Monasterio de Irazu. En las villas realengas comienza a constituirse la clase popular libre, origen de la clase media; muchos labradores siervos se pasaban a la jurisdicción real, mejorando así su situación. En el reinado de Sancho el Sabio obtuvieron los villanos realengos el privilegio de po der reducir los diversos tributos que pagaban a uno solo por capitulación o encabezamiento de todo el pueblo, y poco a poco fueron mejorando su condición, así éstos como los solariegos. Los habitantes de las ciudades, llamados rítanos (1), fueron la base de la clase media industrial y comercial. La proximidad de Francia y el ser Navarra paso para otras regiones de la provincia, fué causa de que abundaran en ella los extranjeros, cuya condi ción libre y privilegios personales influyeron no poco en el desarrollo de los derechos ciudadanos. Los mudé jares eran importantes solamente en Pam(1) Se llamaban así por habitar en las calles o rúas, a diferencia de los villanos, que habitaban en las villas o casas de campo, — 144 — piona, Tudela, Cortes y Fontellas. Gozaban de mer cado franco con cristianos y judíos, tenían gran li bertad religiosa y podían desempeñar cargos muni cipales, mandar mesnadas reales y hasta obtener tí tulos de nobleza. Pagaban multitud de tributos, pero en el año 1264 se libertó a los de Tudela del de mañería (1), concediéndoles que pudiesen dejar sus bie nes, a falta de otro heredero, al pariente más cer cano (2). Los judíos, más numerosos que los mudé jares, so bre todo en Pamplona, Tudela,. Corella y Cascante, ejercían el comercio en tiendas que el rey les alqui laba, eran usureros y recaudadores de tributos y al gunos se dedicaban a la medicina (3). Tanto los mudéjares como los judíos habitaban en barrios especia les, llamados morerías los pertenecientes a los pri meros y juderías los ocupados por los segundos. 35. Organización política. — La monarquía na varra se hace de hecho hereditaria a partir te San cho el Mayor, admitiendo las mujeres sin reserva al guna. El Rey era coronado solemnemente, y proba blemente desde Teobaldo I, como ya dijimos, consa grado con toda magnificencia en la iglesia de Santa María, de Pamplona. (1) Mañería se llamaba al derecho del rey o del señor a heredar todos los bienes del vasallo que moría sin descen dencia. (2) Altamira. Gb. cit., núm. 332. (3) Aguado. Ob. cit., cap. XXVIII. IGLESIA DE LOS TEMPLARIOS EN EUNATE (S. XII) - 145 - El Rey mandaba el ejército en tiempo de guerra, nombraba los oficiales de la corona, los jueces, los gobernadores de los castillos y de las provincias, sin que pudiera confiar los cargos del reino más que a navarros de nacimiento. Estaba ligado por el jura mento de guardar los fueros y por la preponderancia de la alta nobleza feudal (1) que formaba su con sejo. Solía ceder a ésta la jurisdición de causas poco importantes, reservándose la suprema y los recursos; pero de hecho los ricos hombres ejercían en sus se ñoríos una autoridad casi absoluta. El territorio de Navarra estaba dividido en merindades y éstas en baylíos. Tanto los jefes de las merindades (merinos) como los de baylíos (bayles) te nían por potestad ejecutiva en las sentencias que re caían sobre los plebeyos, cobranza de tributos, etc. La administración de justicia correspondía en los pue blos a funcionarios nombrados por el Rey,, que se llamaban alcaldes de jurisdición, y en superior ins tancia a los llamados alcaldes mayores. Esto solamen te para los villanos y ruanos, pues los nobles eran juzgados directamente por el Rey y tres ricos hom bres o infanzones. El desarrollo de los municipios comienza en el rei nado de D. Alfonso el Batallador, que concedió cartas pueblas y fueros, favoreciendo las libertades muni cipales. Al frente de los municipios había para admi nistrar los intereses del pueblo alcaldes y jurados o (1) El feudalismo no existía de derecho, pero sí de hecho. 10 — 146 - regidores nombrados en elecciones que se hacían en las Iglesias (1). Según Altamira, el poder municipal tuvo escasa importancia en Navarra, debido al gran desarrollo de los territorios señoriales y a las luchas intestinas constantes que mantuvieron entre sí los municipios, y aun en cada uno las diversas familias que preten dían preponderar. Formaron, no obstante, herman dades para la persecución de malhechores. Estas her mandades "solían ser de dos clases: o entre los pue blos limítrofes de dos reinos, contra los hombres de mal vivir que recorrían y robaban en uno y se volvían al suyo; o entre pueblos del mismo reino cuando la seguridad interior del país exigía la persecución y castigo de los que atentaban contra ella (2)". Las Cortes no alcanzaron la misma representación política que en los demás reinos peninsulares. Parece ser que no las hubo hasta fines del siglo XIII, y aun hay autores que dicen que las primeras se reunie ron en 1300. Antes de estas fechas parece que hubo en Navarra reuniones o juntas de nobles (como la de 1050) y otras en que figuraban también representantes de las villas y del clero; pero esto ocurrió incidentalmente con motivo de sucesos graves y extraordinarios, como (1) S. .Minguijón: Historia dd Derecho español Col. "La bor", t. II, pág. 99. (2) iMaráchalar y Manrique. Cit S. Minguiión. Oto. ci tada, pág. 102, 147 - en la elección de García Ramírez (1134) y en la mi noría de Teobaldo II. Créese que poco a poco fué arraigando la costum bre de celebrar estas reuniones con asistencia de ele mentos de las tres clases sociales, hasta que quedaron regularmente constituidas las Cortes. 36. Costumbres, Comercio, Cultura y Bellas Artes. — Muy escasas son las noticias que tenemos acerca de las costumbres navarras en esta época. En tiempo de Sancho el Fuerte debieron influir las cos tumbres musulmanas, en materia de objetos y ves tidos,. influencia que se nota en la primitiva corte aragonesa. Teniendo también en cuenta la mucha in fluencia que Francia ejerció en este país, algo de la vida navarra pudiera deducirse del estudio de la francesa, especialmente a partir del siglo xn. El comercio fué muy activo, especialmente por las costas del Cantábrico. Se exportaban varios produc tos, como sargas, cordobanes, cadenas y lonas para velas de naves, vinos y hierro. Esto supone la exis tencia de industrias en el país. Respecto de la cultura, diremos que nos quedan testimonios de la que florecía en los monasterios na varros. Entre los hombres ilustres nacidos en Nava rra por este tiempo, citaremos a D. Rodrigo Jiménez de Rada, el historiador más notable antes de Alfonso el Sabio. Nació en Puente la Reina el año 1170 y era hijo de Jimeno Pérez de Rada y de Eva Finojosa. Estudió lavs Artes liberales y la Teología en París, y - 148 - pasando a Castilla a raíz de la derrota de Alarcos, fué elegido arzobispo de Toledo en 1209 y confirmado por Inocencio III en 1210. Parece probable que a su iniciativa se debió el establecimiento de la Universi dad de Palencia. Intervino decisivamente en la pre paración de la batalla de las Navas de Tolosa. Murió en 1247 y está enterrado, según su deseo, en el Mo nasterio de Santa María de Huerta, al cual donó su biblioteca. Su momia, bastante bien conservada, viste todavía un riquísimo traje de seda con dibujos e ins cripciones árabes, único completo de tan remota fe cha. Además de un compendio de Historia Sagrada, titulado Breviarimn Eclesiae Catolicae, es autor de dos obras importantísimas: La Historia Gothica o De rebus Hispaniae, y la Historia Arabum (1). Ya dijimos que la corte de Teobaldo I fué uno de los principales centros de la poesía trovadoresca. La arquitectura navarra es la románica con in fluencias francesas, castellanas y orientales, constitu yendo un estilo ecléctico, robusto, grave y suntuoso. (San Salvador de Leyre) que influye en las vascon gadas, especialmente en Alava. La influencia francesa se nota tanto en la arqui tectura (palacio de Estella, catedral de Tudela) como en las artes menores, v. gr., la arquilla de Pamplona, del siglo xi, y el Evangelario de Roncesvalles, del si glo xiir, que servía para el juramento de los reyes y tiene capas de oro y plata con figuras a cincel. (1) J. Hurtado y A. Palencia: Historia de la Literatura española, núm. 84, - 140 - En la difusión del arte románico en España, co rresponde a Navarra un importantísimo papel, pues en su territorio comprendía buena parte del camino francés, facilitado por los reyes, con puentes y hos pitales. Sancho el Mayor fué uno de los monarcas que intentaron someter el particularismo mozárabe a las corrientes unificadoras de ultrapuertos (1). El arte románico de Navarra se distingue del de otras regiones por su esplendidez ornamental en las fachadas de las iglesias, debida a influencias de la escuela y del Poitou, sin excluir los vivos reflejos de otras, v. gr., de la borgoñona y de las de Oriente. Su ordinario tipo consiste en la planta latina de tres naves, con crucero o sin él, cubiertas con bóveda de medio cañón, y un ábside o tres de frente, sin más complicaciones, y no se admiten cúpulas ni linternas, sino en muy contados edificios. Pero lo característi co se halla en las magníficas portadas que ostentan las principales iglesias, cargadas de relieves historia dos en las archivoltas y en el tímpano; y cuando éste no existe, preséntase el arco hermosamente cai relado sobre la puerta,, al estilo de las iglesias de Poi tou y Saintonge antedichas. Las columnillas laterales de la puerta llevan adheridas en algunos monumen tos sendas estatuas en relieve, formando lo que suele llamarse estatua-columna. . Del siglo xi apenas se conserva edificio alguno (1) Marqués de Lozoya: Historia del arte hispánico. T. I, cap. XIV. - 150 — digno de notarse, si no es la parte principal de la iglesia del monasterio de Leyre (su portada es ro mánica, de últimos del siglo x n a principios del XIII, con otras adiciones góticas) y la del pueblo de Gazolaz con su pórtico; pero desde mediados del siglo XII hasta principios del siguiente, abundan las iglesias del estilo florido mencionado. Románicas del siglo xn son también la iglesia de San Nicolás, de Pamplona, la parroquial de San Mar tín, de Unx, y la de San Marcial, de Huarte-Araquil, buenos modelos del tipo general con elegantes portaditas; y asimismo la iglesia parroquial de Eusa, con su largo pórtico ante la fachada. Son además muy dignas de notarse las iglesias que pertenecieron a mo nasterios de la época, aunque ya de transición ojival, como las de Irache, La Oliva, Iranzu y Fitero,. y en tre románicas y ojivales se alzan las de Santiago, de Sangüesa; San Pedro, de Puentelarreina; San Pe dro, de Artajona, y algunas otras. De planta octogonal, por haber sido iglesias de ca balleros Templarios, son la de Nuestra Señora de Eunate, en Muruzábal (con su pórtico o claustro que la circunda), otra en Puentelarreina y otra en Torres de Sansol, cerca de Los Arcos (con bóveda nervada hispano-árabe), todas del siglo xn y de poco ornato, según la costumbre cirterciense. De estilo románico son los claustros de San Pedro, en Estella, y de tran sición los de la antigua catedral de Tudela, con los de Santa María,, de Fitero, sin que haya en Navarra otros claustros dignos de mención en este período. Como ya - 151 - insinuamos arriba, se distinguen las construcciones debidas a los cirtercienses (pues lo fueron en alguna época los monasterios mencionados) por su sobriedad en adornos, guardando exactitud y perfección en las líneas. Como edificio civil románico del siglo XII, se halla el palacio de los duques de Granada, de Ega, que en estos últimos años se convirtió en penal de Estella (1). (1) F. Naval: Tratado compendioso de Arqueología y Bellas Artes. T. I, cap. VIII. CAPITULO IX Navarra provincia francesa. 37. 'Felipe I y D.a Juana. — 38. Luis I. — 39. Juan, el de pocos días. — 40. Felipe II, el Largo. — 41. Car los I, el Calvo. Felipe I y D.a Juana. — En el año 1284 verificóse al fin el matrimonio de doña Juana con el infante D. Felipe, y aunque por este hecho cesaba ya de derecho la tutoría, continuó todo en la misma forma, por disposición del rey de Francia, dada la poca edad de los nuevos soberanos. Continuaba entretanto la guerra con el aragonés, viéndose el rey de Francia envuelto en dos luchas: con el rey de Aragón, por motivo de su tío Carlos de Sicilia, y con el rey de Castilla, por el deshere damiento de los infantes de la Cerda, sus sobrinos. Puso cerco a Tudela el rey de Aragón, mas el es fuerzo de los sitiados le hizo pronto levantar el sitio y alejarse, no sin antes desahogar su furor talando los campos. A principios de octubre del año 1286, murió en Perpiñán el rey de Francia, con lo cual vinieron a 37. - 154 — juntarse en las sienes de Felipe el Hermoso las co ronas de Francia y Navarra. Coronóse éste en Reims con toda solemnidad, acompañado de la reina doña Juana, y opinan algu nos autores que vino también a coronarse a Navarra, pero la crónica navarra dice que esto es un "engaño manifiesto". Habiendo muerto también el rey de Aragón, no tardaron en pactar una tregua el rey de Francia y Navarra y D. Alfonso de Aragón. Encendióse por entonces una terrible guerra entre Inglaterra y Francia, y en estas circunstancias hizo D. Felipe la paz con Castilla. Acabada la tregua con Aragón (1289), rompié ronse nuevamente las hostilidades, conquistando los navarros y franceses la orilla de Salvatierra, la cual no pudieron recuperar los aragoneses por más que lo intentaron. La paz con Aragón se hizo por media ción del Papa. Dos años después (1291) nació don Luis, primogénito del rey de Francia. La muerte del rey D. Sancho IV de Castilla (1295) produjo una confederación de Aragón, Portugal, Francia y el rey moro de Granada, con objeto de colocar en el reino de Castilla al infante D. Alfonso de la Cerda, sobrino de Sancho, excluyendo a su hijo D. Fernando IV, el Emplazado, entonces de poca edad. A pesar de tener tan poderosos enemigos, supo la reina doña María de Molina mantener los dereóhos de su hijo. Hallábase D. Jaime II de Aragón sumamente in - 155 - teresado en colocar en el reino de Castilla a D. Al fonso de la Cerda, por lo cual excitó a D. Felipe para que continuase en su defensa (1304), con la esperanza de recuperar la Rioja, Alava, Guipúzcoa y Vizcaya; pero el rey D. Felipe, que ante tales ofertas había devuelto generosamente a D. Jaime las plazas conquistadas en la última guerra, distraído con otras empresas a que le llamaba su corona de Francia, nada obtuvo en definitiva. Quedóse, por lo tanto, Navarra sin las poblaciones tomadas a Ara gón y sin las que anteriormente le arrebatara Cas tilla; resultado natural, aunque triste, de tener un rey que no lo era exclusivamente de Navarra (1). Un año después (1305) murió la reina doña Juana de Navarra, dejando el navarro a su hijo Luis, lla mado Hutin, palabra francesa antigua que significa pendenciero, sobrenombre debido a las cuestiones que sostuvo en León de Francia, durante la vida de su padre. Tuvo D. Luis seis hermanos: Felipe el Lar go, conde de Poitiers; Carlos el Calvo, conde de la Marca; Roberto, que murió de pocos años; Isa bel, esposa del rey Eduardo II de Inglaterra, y Mar garita y Blanca, que fallecieron en la niñez. Entre los sucesos memorables acaecidos en tiempo de los reyes Felipe y doña Juana, citaremos el mar tirio dado en Urgel al beato Pedro de Cadreita, varón de excepcionales dotes, que en los estados de (1) Olóniz, ob. cit., pág. 92. — 156 - Aragón había ejercido con singular encomio el alto cargo de Inquisidor general. Enterróse a la reina doña Juana en el convento de S. Francisco de París, en cuya ciudad había fun dado el célebre colegio llamado de los Navarros. 38. Luis I.—Al tener noticia en Navarra de la muerte de doña Juana, juntáronse las Cortes y enviaron embajadores al rey de Francia y a su pri mogénito D. Luis, pidiendo la venida de este último, con objeto de reconocerle como rey y de que pu siese remedio a las quejas de sus vasallos (1305). No vino por entonces D. Luis, que contaba a la sazón catorce años, pues su padre andaba entrete nido con la coronación del Pontífice Clemente V, que había de trasladar a Aviñón la Santa Sede, y con la extinción de los Templarios (1). Alegaba, además, D. Felipe, que no era necesario la presencia de don Luis en Navarra para efectuar su coronación, como no lo fué la suya cuando casó con doña Juana. Vino, sin embargo, D. Luis, en la primavera del año 1307, con alguna caballería de lanzas gruesas y con real y ostentoso acompañamiento, el cual se aumentó con los delegados enviados por el Reino, por el obispo de Pamplona D. Arnaldo de Puyana (2) y por don (1) Esta extinción no se verificó hasta el año 1311. (2) !D. Arnaldo de Puyana era oriundo de Pamplona la Baja y de muy noble linaje. Siendo prior de la Iglesia de Perigort, en Francia, fué elegido Obispo de Pamplona en el año 1306, según opinión probable. - 157 - Fortuño de Almoravicl, además de los numerosos ri cos hombres y caballeros que salieron a recibir al nue vo soberano. Fué la coronación el día cinco de ju nio, en la catedral de Pamplona, celebrándose el acto con grandes fiestas y regocijos, que duraron varios días. Dedicóse luego a visitar los pueblos, por tanto tiempo abandonados de los monarcas, deteniéndose principalmente en las cabezas de merindad, y juran do los privilegios particulares. Despertó la venida de D. Luis los recelos de Ara gón, donde pensaron que su padre D. Felipe le en viaba con objeto de distraer a D. Jaime II de las luchas que contra el rey de Francia tenía en Italia y Sicilia, y ya fuese por la inquina que se tenían los pueblos fronterizos, ya por algunos desmanes que tal vez cometieran los navarros, es lo cierto que las tropas aragonesas pusieron cerco a Petilla, lugar de la merindad de Sangüesa. Pidió esta población, conio cabeza de merindad, ayuda al rey D. Luis, que estaba en Ultra-Puertos, y admirado el rey de tan súbita mudanza, les envió la caballería de su guardia, tropa escogida aunque poco numerosa, a las órde nes de D. Fortuño Almoravid. Unida esta tropa a los hijos de Sangüesa, se dirigieron contra el eneraigo. No quisieron los aragoneses esperar el combate junto al sitio de la villa, pues carecían allí de espacio Para las evoluciones de la caballería, arma en que tenían ventaja sobre los navarros, y salieron a los campos de Fitero,, donde, trabado el combate, fue - 158 - ron completamente derrotados, perdiendo más de dos mil soldados y teniendo que huir perseguidos por los navarros hasta cerca de Sos y del castillo de Rueita (1308). También murieron muchos navarros, entre ellos ochenta de Sangüesa. Irritados los aragoneses, reunieron mayor fuerza, y pasando el río Aragón por el valle de San Adrián, ocuparon el valle de Aibar, saqueando y destruyendo cuanto encontraban; lo mismo hicieron luego en las comarcas de Olite y Tafalla. Retirábanse con sus presas a repasar el vado, cuando los de Sangüesa y Aibar, emboscados en la otra parte del río, les atacaron de improviso. Reñidísima fué la acción y grandes las pérdidas por ambas partes; todo el botín cayó en poder de los navarros, ganando los de Sangüesa el estandarte real de Aragón (1). Después de tales sucesos, dejando con más gruesa guarnición la frontera, partió a Francia el rey don Luis, movido de las instancias de su padre, llevando consigo a D. Fortuño Almoravid, a D. Martín Aibar y a otros muchos caballeros, con objeto de presentar lucido acompañamiento, según dice la crónica de Navarra, o "por vaciar la tierra de gentes en quie nes él tenía alguna sospecha",, como afirma Garibay. Para el gobierno de Navarra dejó D. Luis dos (1) Yanguas, ob. cit., pág. 158, — 159 - lugartenientes o gobernadores (1) y tres reformado res, para que, unidos con los lugartenientes, refor masen la adminnistración y corrigieran los abusos. En el año 1316 murió el rey D. Luis, siendo en terrado en San Dionisio, como su padre, muerto dos años antes. Dejó una hija de su primer matri monio con doña Margarita, hija de Roberto, duque de Borgoña; y a su segunda mujer, doña Clemen cia, hija del rey de Hungría, en el tercer mes de su embarazo. 39. Juan, el de pocos días.—Con el sobrenom bre de el de pocos días, se conoce al hijo de don Luis y de doña Clemencia, que falleció a los ocho días de su nacimiento. En realidad, no hay motivo para contarlo entre los reyes de Navarra; lo citamos únicamente por no romper la continuidad. Felipe II, el Largo. — Muerto el hijo de D. Luis, ocupó el trono su tío D. Felipe, llamado el Largo, por su gran estatura, apoyándose en la ley sálica, por más que ésta no existiese en Nava rra (1316). "Regnó, aunque tiránicament—dice el príncipe de Viana (2)—despues que el dicho D. Luis Hutin fa lleció, D. Felipe el Luengo su hermano, el qual, 40. (1) y D. Real (2) Los 'lugartenientes fueron D. Guillén de Ohaudenai Hugo de Vizac, y los Reformadores Esteban Borret, Roselet y Pierres de Conde. Crónica. Lib. III, cap. XIII. - 160 - estando en Lion, so la Rena donde continuaba de estar por facer la elección del Papa, oyó las nuevas de la muerte del rey su hermano; é luego veno a Paris; é fué agradablement rescibido por los ba rones de Francia, por cuyo consentimiento, é de la Cort, tomó la guarda e regimiento de los regnos de Francia é Navarra, desposeyendo de su derecho á la dicha doña Juana, su sobrina, la qual, según ley é buena razón, debía heredar en los regnos de Francia é de Navarra, por causa de su abuelo D. Fe lipe el Hermoso,, en Navarra por causa de su abue la doña Juana. E púsose a la posesión de los regnos contra eilla, el dicho D. Felipe, aunque el duque de Borgoña, é su madre, le eran contrarios, é decían que la dicha doña Juana debia de heredar; é todos los otros decían que 110, por que moger nenguna no podia regnar en el reino de Francia. Entonces se puso en Francia esta ley, que moger nenguna non heredase. E ansí este rey fué rescebido en Paris é coronado." Es lo cierto, que teniendo, comc> tenía, D. Felipe las riendas del gobierno, por ser regente, supo atraer se un partido poderoso. Hizo callar al duque de Bor goña, hermano de doña Margarita, madre' de doña Juana, que defendía el derecho de su sobrina, ca sándole con su hija mayor y dándole en dote el con dado de Borgoña, uniendo así en una sola cabeza el ducado y el condado. En cuanto a los navarros, no sólo toleraron este contrafuero, sino que lo miraron sin disgusto, aten - 161 — diendo, según afirma Olóriz, a los pocos años de la princesa y recordando las turbulencias que solían acompañar a las minoridades de los reyes. Escribió D. Felipe una carta al reino de Navarra, en la que decía que no pudiendo venir personalmen te, se nombraran personas que pasasen a Francia con la fórmula del juramento del rey y del reino. Juntáronse Cortes y fueron elegidos el obispo de Pamplona, el prior de Roncesvalles y varios caba lleros y diputados de los pueblos. Nada notable ocurrió en este reinado. Murió don Felipe sin haber tenido hijos varones, en el año 1321, y fué enterrado en San Dionisio. Dejó establecido un pacto con la catedral de Pam plona, a fin de evitar en lo sucesivo las graves cues tiones que por no hallarse puntualmente determina dos los derechos de la corona y los de la Iglesia solían suscitarse entre ambos poderes. Contribuyó eficazmente a esta avenencia el obispo D. Arnaldo Barbazano. 41. Carlos I, el Calvo.—"Muerto el dicho don Felipe el Luengo, tiránicament vino á regnar, en los regnos de Francia é de Navarra, D. Carlos el Calvo, su hermano, del cual no se falla que viniese a Na varra a jurar los fueros" (1), (1321). Para ocupar el trono, tuvo D. Carlos que excluir a tres hijas de su hermano y a la princesa doña (1) Príncipe de Viana: Crónica. Lib. III, cap. XIV. - 162 - Juana, en lo cual le ayudó no poco el ejemplo dado por el propio Felipe el Largo. Comenzaron los na varros a disgustarse de su dependencia de Francia y del repetido agravio inferido a doña Juana, de edad ya de once años, y aunque obligados por las circunstancias (1) parecieran reprimir su justo eno jo, ni juraron por rey a D. Carlos ni permitieron su coronación. Contentáronse entonces, para dar sa lida a su aversión, con colocar el sobrenombre de Calvo a D. Carlos, ridiculizando así al que los fran ceses llamaban el Hermoso. El único acontecimiento digno de citarse, ocurrido en este reinado, fué la derrota que los guipuzcoanos infligieron a los navarros en las lomas de Beotibar, hecho de escasa importancia. Murió D. Carlos el año 1328, y fué enterrado en la iglesia de San Dionisio, de París. (1) D.a Juana estaba en rehenes, so color de tutela, y ha bían corrido graves rumores de la prematura muerte del niño Juan, el de pocos días. CAPITULO X Reyes independientes. 42. Felipe III, el Noble, y D.ft Juana. — 43. Carlos II, el Malo. — 44. Carlos III, el Noble. — 45. D.a Blanca. Felipe III, el Noble, y D.a Juana.—Muerto sin sucesión el rey D. Carlos (1328), tuvieron lugar varias juntas y conferencias entre el pueblo y la nobleza, a fin de marchar unidos en el importante asunto de la elección de nuevo soberano. Deseaban ya los navarros recuperar su antigua independencia y andaban quejosos de los daños que necesariamente traía para su país el hecho de tener un rey que lo fuese a la vez de Francia. Lamentábanse también de los repetidos agravios sufridos con las usurpaciones de la corona, y de las injusticias cometidas con la prin cesa doña Juana,, estando por otra parte completa mente decididos a mantener sus costumbres tradi cionales, rotas con la implantación de la ley sálica. Así, pues, protestaron enérgicamente contra las pretensiones de Felipe de Valois, rey de Francia, que dirigiéndose a Navarra pretendía ser allí reconocido. Juntáronse Cortes, primero en Puente la Reina y 42. - 164 — después en Pamplona, donde por el gran número de los asistentes hubieron de celebrarse al aire li bre, en la plaza llamada del Castillo, y todos los allí reunidos determinaron tomar por reina a la princesa doña Juana, hija de D. Luis Hutin, heredera legí tima del trono, que por entonces estaba ya casada con D. Felipe, conde de Evreux, hijo del conde Luis, hermano tercero del rey Felipe el Hermoso. Participaron este su irrevocable acuerdo a D. Fe lipe de Valois, para su conocimiento y efectos, no tificándolo también a la princesa doña Juana, para que, en compañía de Felipe de Evreux, viniese a ceñir la corona. •Como Felipe de Evreux y el rey Eduardo III de Inglaterra pretendían tener derecho a la corona de Francia, concertó Felipe de Valois con el de Evreux que ambos cedieran algo de sus aspiraciones para regir pacíficamente sus estados. Llegados los reyes a Pamplona, hicieron su entra da en ella con gran regocijo de la ciudad y alegría de los navarros, que veían con esto recobrada su independencia. Coronáronse el día cinco de marzo de 1329, en la catedral de Pamplona, donde hicieron su juramento en presencia de los tres estados, pro cediendo luego el reino a hacer el suyo en la forma acostumbrada. La fórmula del juramento real fué algo modifi cada, pues habiéndose reunido la Cortes en Larrascaña antes de la coronación, hicieron en ella algunas aclaraciones, siendo la principal que se determinase - 165 - expresamente en el juramento que cuando el hijo de ambos cónyuges llegase a cumplir los 21 años abdi caría en él D. Felipe. Hicieron esto, sin duda, ense ñados por lo pasado y queriendo asegurarse para el porvenir. Dueños ya del Trono, dedicáronse al gobierno in terior y a la reforma de la legislación, redactando el llamado "amejoramiento de D. Felipe", de que ha blaremos más tarde. En el año 1331, fueron los reyes navarros visitados por el infante de la Cerda, que iba en busca de ayuda para alzarse con el trono de Castilla, y al objeto de mejor mover sus voluntades no tuvo reparo en dar por válidos los derechos de Navarra sobre los terri torios de la Rioja, Alava y Guipúzcoa, añadiendo la promesa de restituirlos si ocupaba el trono. Bien com prendió D. Felipe que se trataba de promesas de pretendientes, que es tanto como decir promesas sin cumplimiento, por lo cual desentendióse de la cues tión y no quiso mover sus ejércitos para intervenir en los asuntos de Castilla. Tres años después (1334) pasó D. Felipe a Fran cia para ayudar al de Valois en su guerra contra Eduardo de Inglaterra y los flamencos, dejando go bernador de Navarra a D. Enrique, Señor de Sulli. Surgió después de su partida una sangrienta dis cordia entre Castilla y Navarra, discordia iniciada en las fronteras por cuestión de términos o, más proba blemente, por deseos de pillaje, pero creciendo los odios con motivo del concertado matrimonio de los - 166 - infantes D.a Juana de Navarra y D. Pedro de Ara gón, entraron en la contienda muchos caballeros ara goneses y se hizo la lucha general. El Monasterio de Fitero y el castillo de Tudujen fueron también objeto de estas inquietudes, por que los castellanos pretendían que eran de su jurisdición. Siguióse la guerra con varias alternativas de fortuna, mas no logró Castilla, al finalizarla, que Fi tero y Tudujen quedaran en su poder. Hecha la paz entre Castilla y Navarra, y ajustada una tregua de tres años entre Francia e Inglaterra, volvió a Espa ña D. Felipe, el cual, dejándose llevar de su mag nanimidad, o deseando anular las glorias de Alfonso de Castilla, en su triunfo contra los moros en la ba talla del Salado, reunió un poderoso ejército y corrió a unirse con el castellano, que se hallaba sitiando Algeciras. Dio allí numerosas maestras de valor, has ta que, habiendo enfermado, murió en Jerez al poco tiempo (1343). Su cuerpo fué llevado a Navarra y sepultado en la catedral de Pamplona. La reina viuda D.a Juana prosiguió en el gobierno del reino, tanto por pertenecerle en propiedad como porque su primogénito D. Carlos era todavía menor de edad. Supo conservar la paz, a pesar de que no faltaron motivos para alterarla entre los pueblos fron terizos por la parte de Tudela. Los regadíos y pastos comunes debieron dar ocasión a ello. Los vecinos de Tudela, Corella y Cintruénigo, tuvieron guerra con tra los de Alfaro y murieron algunos de ambas par tes, pero los Reyes interpusieron su poder con objeto — 16? — de restablecer la paz. Don Alfonso XI de Castilla dijo que entraba en ello "por hacer honra y acata miento a la Reina de Navarra". Murió D.a Juana en Conflans (1349), cerca de Pa rís, donde había ido con objeto de visitar sus Estados de Francia. Fué enterrada en San Dionisio, al lado de su padre D. Luis Hutin. 43. Carlas II, el Malo. — Muerta la Reina doña Juana, ocupó el trono de Navarra su primogénito Carlos, joven entonces de 17 años, coronándose en la catedral de Pamplona el día 27 de junio de 1350. Fueron desagradables los primeros actos de su so beranía, pues apenas coronado hizo severa justicia en algunos sediciosos que durante la regencia de doña Juana habían alterado el orden público a pretexto de inobservancia de los fueros. Hízoles degollar en el puente de Miluce, cerca de la ciudad, pretendiendo sin duda hacerse respetar de todos y consiguiendo solamente el aborrecimiento de muchos. Consecuen cia de este hecho fué el sobrenombre de Malo con que se le conoce, el cual le dieron tanto por sus de fectos como por el odio ajeno. Fué digno contempo ráneo de D. Pedro el Ceremonioso de Aragón y de D. Pedro el Cruel de Castilla; la política de los tiem pos imponía, aunque no justificaba, estas y otras barbaridades. 'Con la muerte de Felipe de Valois, rey de Francia, y de D. Alfonso XI de Castilla, perdió D. Carlos dos buenos amigos. Sucedió al primero su hijo - i 68 — Juan II, y al de Castilla el suyo, D. Pedro I el Cruel. Quiso este último atraer al rey de Navarra a su par tido en la guerra que meditaba contra Pedro el Cere monioso de Aragón, que también pretendía lo mis mo, más ni uno ni otro consiguieron su propósito, ofreciéndose D. Carlos solamente como mediador y amigo. Ocupóse por algún tiempo el rey navarro en cues tiones de gobierno interior y partió después para Francia, acompañado de muchos señores y caballeros y de los infantes D. Felipe, destinado al gobierno de sus grandes Estados, y D. Luis, gobernador en pro piedad de Navarra. Dejó este último como lugarte niente y gobernador a D. Gil García Dianiz, Señor de Ota-zu (1352), Llegado a París, contrajo en seguida matrimonio con 13.a Juana, hija mayor de Juan II, rey de Fran cia. Sucedió entonces que D. Carlos "puso demanda al rey, su suegro, de diversos Estados que le perte necían en Francia, señaladamente del ducado de Borgoña, que decía tener derecho a él por parte de su madre, que fue hija del rey Luis Hutin y de la hija primogénita del duque de Borgoña, y también pre tendía suceder en los condados de Champaña y Bría. En esta pretensión tuvo por muy contrario el Rey de Navarra a Carlos de España, Condestable de Francia, que fué hijo de D. Alfonso y nieto del in fante D. Fernando de Castilla y habiendo entre ellos malas palabras y muy injuriosas, de allí a algunos días, unos escuderos del rey de Navarra mataron al - 169 — Condestable en una villa de Normandía que se dice Aigle, estando en la cama (1)". Produjo este crimen tristes acontecimientos y hon das perturbaciones. El rey de Francia encarceló al monarca navarro y le tuvo preso hasta que, mitigada su cólera por intervención de las reinas D.a Juana, tía de D. Carlos y hermana de su padre y D.a Blan ca, hermana de D. Carlos, viuda la primera de don Carlos el Calvo, y la segunda de Felipe de Valois, le puso en libertad, contentándose con ¡hacerle pagar una multa para sufragios del alma del Condestable. Apenas se vió D. Carlos dueño de sus acciones, cuando se puso en relación con los ingleses, que eran encarnizados enemigos de Francia. Tomó el rey de Francia la delantera, previendo que la guerra era consecuencia inevitable de estos tratos, y dirigió sus tropas contra los pueblos de Normandía pertene cientes a Navarra. Socorriólos D. Carlos con el ejér cito navarro, y viendo D. Juan de Francia que tenía que ceder ante el empuje de la fuerza y que su tregua con Inglaterra estaba cercana a su fin, hizo la paz con Navarra. Esta paz fué más aparente que real y pronto se vieron los resultados de su escasa fuerza. En los años posteriores vemos a D. Carlos enla zado en intrigas y luchas con Francia y con Inglate rra, con diversas alternativas de fortuna. Correspon den estos hechos más a la historia de Francia que a la de Navarra, por lo cual nos dispensamos de na(1) Zurita: Anales, lib. III, cap. LXI. — 170 - rrarlos, dando solamente algunas ligeras indicaciones. Estuvo algún tiempo D. Carlos prisionero de los franceses, recorriendo los calabozos de Louvre, Ga llar y Alleux, sufriendo todos los horrores de la pér dida de la libertad y todas las amarguras de la pér dida de la corona. Libertado (1357) por algunos lea les servidores, continuó sus luchas, siendo unas veces ídolo de los habitantes de París y objeto de su odio otras. Hizo al fin la paz, obligado por la necesidad, mas resuelto a dañar todo lo posible al rey de Fran cia, no vaciló en aliarse con Pedro I de Castilla, cre yendo hallar en él un enemigo irreconciliable del francés. Encontróse, por el contrario, con que no sólo no fué como deseaba, sino que él mismo se vió envuelto en la guerra que D. Pedro el Cruel mante nía contra el rey de Aragón. Apoderóse en esta guerra D. Carlos de Sos y de Salvatierra, y recorrió victo rioso las comarcas de Jaca y Sobrarbe (1362). Viendo el monarca aragonés que su verdadero enemigo era D. Pedro el Cruel, procuró por todos los medios atraerse la amistad del navarro, lo que consiguió al fin, mas en 1364 ocurrieron tan graves sucesos, que D. Carlos tuvo que separar la atención de su nuevo aliado. El condado de Evreux había sido invadido por Francia y tuvo que acudir a defenderlo. Evreux fué libertado, teniendo que retirarse las tropas del aven turero Beltrán Duguesclin, mas engrosadas luego to maron la ofensiva y derrotaron a los navarros en los campos de Cocherel. Envió entonces D. Carlos 1.500 — 171 - soldados a las órdenes del infante D. Luis, el cual de vastó la Auvernia, mientras D. Carlos se ocupaba en el arreglo de la Hacienda y en la creación del Triun fal de la Cámara Comptos. Entretenido con esto, no vio D. Carlos la red en que le iba envolviendo el rey de Francia, secundado por el veleidoso D. Pedro de Aragón, y cuando quiso darse cuenta, se vió precisado a tolerar que sus Esta dos de Normandía fueran mutilados y tuvo que em plear toda su habilidad y perspicacia para no per der la corona. Comprometióse después D. Carlos a prestar ayuda a D. Pedro el Cruel en la lucha fratricida contra don Enrique, y solicitado luego por éste, convino tam bién en lo mismo, firmemente decidido por otra par te a no apoyar eficazmente a ninguno de los dos. Aprovechando el trastorno producido en Castilla por la lucha de D. Pedro y D. Enrique, apoderóse de Logroño, Vitoria, Salvatierra y Santa Cruz de Campezu. Quiso luego D. Enrique recuperar dichas po blaciones, pero sólo consiguió ganar las dos últimas. Vitoria y Logroño permanecieron fieles a D. Carlos hasta que el romano Pontífice resolvió que debían obedecer al rey de Castilla. En todo este tiempo, las discordias entre Francia y Navarra parecían apaciguadas, pero sus relaciones sólo en apariencia eran cordiales. Afírmase por algunos autores que D. Carlos in tentó deshacerse de su enemigo perpetrando un cri ben ; tal vez se haya admitido esta hipótesis para jus - 112 tificar la conducta del rey de Francia, que unido al castellano proyectaba la destrucción de Navarra. Lo cierto es que luego que aquel Soberano arrebato a D. Carlos todas sus posesiones de Normandía, ex cepto el puerto de Cherebourg, las tropas de D. En rique batían a los navarros en la emboscada de Lo groño y rendían el castillo de Tiebas, que fué pasto de las llamas, quemándose en él el antiguo Archivo nacional (1378). La rendición de Viana fué la última etapa de aquella desastrosa guerra. Hízose la paz con Castilla, teniendo que entregar D. Carlos a D. Enrique, en concepto de rehenes, veinte fortalezas, que éste ha bía de retener durante diez años. Transcurridos ocho falleció el monarca navarro, víctima del curso natu ral de la dolencia que padecía, acerca de la cual y de su muerte se ha fantaseado no poco (1387). Fué D. Carlos desleal con los otros soberanos y cruel con sus subditos, digno émulo de los monarcas contemporáneos de Aragón, Castilla y Portugal, y fiel servidor de la política de aquellos tiempos, pero fué también un gobernante innovador e inteligente. 44. Carlos III, el Noble, — Estaba el príncipe D. Carlos en Peñafiel, con su cuñado el rey de Cas tilla, al ocurrir la muerte de su padre. Fué a Pam plona inmediatamente, siendo recibido por las Cor tes del Reino (1387). Su condición bondadosa le hrzo ser umversalmente querido y respetado, debiéndose a la sincera amistad — 173 - que tenía con el rey de Castilla, que éste evacuase antes del plazo fijado las fortalezas navarras que tenía en rehenes. Su larga existencia estuvo toda con sagrada al bien de su pueblo y de la humanidad. Ocupóse del cisma que por entonces dividía la Igle sia, tomando el partido de Clemente VII, en contra de Urbano IV, y procuró después fomentar la alianza y buena amistad con los príncipes vecinos (1388). Agasajaba a los nobles de su reino, concediéndoles señoríos y mesnadas y armando caballeros, por sí mismo, a muchos que aspiraban a tal honor. De esta manera ganaba el corazón de sus vasallos. La coronación de D. Carlos, con las formalidades del Fuero, no se verificó hasta los tres años de su reinado (1390). Juntáronse para ello Cortes en Pam plona, asistiendo como legado de Clemente VII el Cardenal D. Pedro de Luna, que luego le sucedió en el Pontificado y fué depuesto por el Concilio de Constanza. Tenía D. Carlos el Noble la intención de recuperar el territorio francés, perdido en el anterior reinado, y si no pudo conseguirlo, culpa fué de las circunstan cias, no falta suya, pues lo intentó dos veces. Alcan zó, sin embargo, que se le diera el condado de Ne mours, con los títulos de duque y par de Francia. Casó a su hija, la princesa D.a Blanca, primera mente con el rey D. Martín de Sicilia, que murió sin dejar prole, y después con el infante D. Juan de Aragón, para cuyo hijo instituyó el principado de Viana, - 174 - Murió D. Carlos el Noble el año 1425, siendo en terrado junto a su esposa D.a Leonor, en el Coro de la Catedral de Pamplona, donde se ven sus estatuas, hechas primorosamente en alabastro por el escultor Per Andreo. Dejó a la posteridad su nombre escrito en los reales palacios de Olite y Tafalla, maravillo sas obras de arte que fueron arrasadas por la mano brutal de la ignorancia y de la guerra. 45. Doña Blanca. — Muerto Carlos el Noble, su cedióle su hija D.a Blanca, esposa del infante D. Juan de Aragón (1425), pero los nuevos reyes no fueron coronados con las formalidades del Fuero hasta cua tro años después, debido a que el infante D. Juan se hallaba entonces en la Corte de Castilla, aspirando a dominar el ánimo del rey, su primo. Hallábase el rey de Castilla sometido a la enérgica voluntad del Con destable, D. Alvaro de Luna, lo cual provocó una lu cha enconada entre éste y el infante D. Juan, lucha que, si bien al principio se redujo a intrigas y malas artes, no tardó en hacerse sangrienta. Viendo el infante que no podía conseguir su pro pósito, retiróse a Navarra, dejando el campo libre a su enemigo. Fué entonces coronado (1429), y unido luego con su hermano el rey de Aragón y con el in fante D. Enrique, que esperaba acaudillar los nume rosos enemigos del Condestable, invadió el reino de Castilla contra la expresa voluntad de Navarra. Estando ya dispuestos los ejércitos enemigos entre Jadraque y Cogolludo, pudo evitarse la batalla gracias - 175 - a la reina de Aragón que, plantando su tienda entre ambos contendientes, se mostró firmemente decidida a dejarse arrollar antes que consentir la lucha. Hizose la paz con el Condestable, mas el rey de Castilla no se avino a ella sino después de conquistar algunos lu gares; firmó entonces una tregua de cinco años. Auxilió el rey de Navarra a su hermano de Ara gón en la lucha que éste mantenía en Ñapóles contra la casa de Anjou por la posesión de aquel Estado. Hallóse presente en el cerco de Gaeta, donde cayó prisionero de los genoveses (1453). Libertado por el generoso duque de Milán, volvió a España, nombrán dole entonces su hermano D. Alfonso lugarteniente de los reinos de Aragón y Valencia. Hizo entonces la paz con Castilla, recuperando así las plazas perdi das en la guerra anterior, pero su mal reprimida am bición hizo que volviese a sus intrigas contra D. Al varo de Luna, en vez de ocuparse de los asuntos de Navarra. No tardó en entablarse la lucha, en la cual hubo grandes alternativas, hasta que derrotado el rey de Navarra en los campos de Olmedo (1445), marchó a Zaragoza abandonando la lucha, pero decidido a fo mentar las discordias de los castellanos. Ocurrían mientras tanto en Navarra sucesos im portantes. En el año 1442 murió la reina D.a Blanca, cuando se hallaba visitando el Monasterio de Santa fiaría de Nieva. Dejó dispuesto en su testamento, con arreglo a lo pactado en sus capitulaciones matri moniales, que su hijo D. Carlos, principe de Viana, heredase el reino de Navarra y el ducado de Ne - 176 - mours, si bien al mismo tiempo rogaba al príncipe, por respeto a su padre, le pidiese su consentimiento para usar de aquellos títulos. Dispuso también que si el Príncipe moría sin hijos le heredase la infanta D.a Blanca, princesa de Asturias, y a falta de ésta, su hermana D.a Leonor, condesa de Foix. CAPITULO XI Ultimos reyes de Navarra. 46. Guerra de Sxrcesión. — 47. D.a Leonor. — 45. Fran cisco de Foix, Febo. — 49. D.a Catalina de Foix. 46. Guerra de Sucesión. — A la muerte de doña Blanca (1442) encargóse del gobierno de Navarra su hijo D. Carlos, príncipe de Viana, titulándose lugar teniente del Rey su padre, mientras éste seguía fuera de Navarra, desentendiéndose por lo tanto de los ne gocios del Reino. Las segundas nupcias contraidas por D. Juan con D* Juana Enríquez, hija del almirante de Castilla D. Fadrique (julio 1447), sin dar parte de ello a su hijo, agravaron las tirantes relaciones que entre am bos existían. Era el almirante de Castilla una de las cabezas de la liga contra Alvaro de Luna, y habiendo celebrado éste con el príncipe de Viana un tratado de paz y alianza desaprobado por D. Juan y su mujer, se hizo inevitable el rompimiento. Enviada a Navarra la reina D.a Juana Enríquez para que gobernase junto con el Principe, agriáronse más las relaciones entre ellos, a lo cual contribuyó 12 — 178 - mucho el carácter altivo de la reina y su impertinente conducta con D. Carlos. Mezclóse entonces en la cuestión la rivalidad de dos nobles familias navarras, los Agramont y los Beamont, llevada cada cual, por lógica consecuencia de sus luchas, a militar en opues to partido y levantar bandera diferente. Quedó en tonces Navarra dividida en dos bandos: beamont eses, partidarios del Príncipe, y agramonteses, partidarios del Rey. Entáblase entonces la lucha, y a la voz de su legí timo soberano, se alzan contra D.a Juana Enriquez, que trataba de despojar un derecho a su hijastro D. Carlos, las ciudades de Olite, Tafalla, Pamplona y otros lugares. Encerróse en Estella D.a Juana y allí acudió a cercarla el príncipe de Viana, ayudado del rey de Castilla, que le prestó socorro, no tanto por favorecerle, cuanto por dañar a D. Juan. Acudió en tonces D. Juan para defender a su esposa, mas viendo su inferioridad numérica retiróse a Zaragoza sin en trar en batalla, por lo que, creyendo los sitiadores terminada la campaña, levantaron el cerco y regresó a sus Estados el rey de Castilla. Vino entonces con más fuerzas el rey D. Juan, y avistándose junto a Aibar con las del principe de Viana, trabó con ellos pelea e hizo prisionero al propio D. Carlos (1451). Sin querer verle ordenó su vencedor que fuese ence rrado en el castillo de Tafalla; desde éste fué condu cido al de Mallén, y más tarde al de Monroy, donde gimió largo tiempo sin esperanza. Puesto en libertar el Príncipe a petición de las Cor - 179 - tes de Lérida, sus partidarios volvieron a levantarse apoyados por algunas tropas castellanas, pero fueron vencidos. Entonces D. Juan hizo con el marido de D.a Leonor, Gastón de Foix, un inicuo pacto, com prometiéndose a desheredar al Principe y a su her mana D.a Blanca (1). Buscó D. Carlos en Italia apoyo a su derecho. El Papa le oyó; su tío Alfonso V le acogió cariñosa mente y se dispuso a mediar en su favor, mas ha biendo fallecido (1458), aumentando así el poder de Juan II, desde ahora rey de Aragón y Sicilia, tuvo que regresar el dicho D. Carlos a España. Pocos días después fué reducido a prisión en la Aljafería, de Zaragoza, y luego conducido al castillo de Morella. Cataluña pidió su libertad, que el rey, atemorizado, concedió, y D. Carlos entró triunfalmente en Bar celona. Terminó la guerra por entonces mediante la concordia de Villafranca (21 de junio de 1461), ce lebrada entre los catalanes y D. Juan, mediante la cual reconocía éste todos los actos de aquéllos, se comprometía a enmendar su conducta respecto a don Carlos, le hacía jurar heredero y se obligaba a no en trar en territorio catalán, donde gobernaría el prín cipe de Viana como lugarteniente. t>isfrutaron entonces de la paz todos los Estados regidos por D. Juan, excepto Navarra, que habiendo empuñado las armas al tener noticia de la prisión del (1) Recuérdese los términos del testamento hecho por doña Blanca, la primera mujer de Juan II. — 180 — Príncipe, continuó entregada a las luchas intestinas. La nueva de su libertad creyóse por unos muestra de debilidad en el ánimo de D. Juan, y por otros incen tivo para proseguir la campaña que habría de colo carle en el trono. Solicitaron entonces los agramontes el apoyo de Castilla y, concedido éste, se apoderaron de Laguardia, Los Arcos y San Vicente, dirigiéndose luego contra Viana, que también tomaron. A los pocos meses de la libertad del Príncipe (sep tiembre del mismo año), enfermó éste de dolencia ex traña y falleció. La voz pública atribuyó esta muerte a envenenamiento, señalando como autora a su ma drastra D.ft Juana Enríquez. A los primeros síntomas de la enfermedad, sospe charon los adictos al Príncipe lo que pudiera ser, y con objeto de arrebatar a D.a Juana el premio de su criminal conducta, aconsejaron a éste que se casara con D.a Brianda Vaca, legitimando asi a su hijo na tural D. Felipe, mas D. Carlos no quiso venir en ello y falleció después de declarar heredera a su her mana D.a Blanca, conforme se disponía en el testa mento de su madre. , Fué enterrado en el Monasterio de Poblet, dejando a la posteridad importantes obras, entre ellas la "Crónica de los Reyes de Navarra". Muerto el príncipe D. Carlos, no sólo retuvo el rey de Castilla la población de Viana, sino que pro siguió la guerra, intentando inútilmente conquistar Lerín y Mendigorria, hasta que después de sufrir varias derrotas se retiró a Logroño, Decidido, sin - íái - embargo, a proseguir su empresa, aprovechó el grave trance en que se vió D. Juan por la rebelión de Ca taluña para proponerle el arbitraje del rey de Francia. Aceptó el monarca aragonés, y verificada la entre vista (1463) decidió Luis XI de Francia que Casti lla dejase de tomar parte en la campaña de Cataluña, y que D. Juan, además de darle cierta cantidad, le entregase el dominio de la merindad de Estella. Irritados los navarros protestaron de tal acuerdo, llegando a manifestar sus deseos de nombrar un nuevo Soberano que tomase más interés por las cosas del Reino, por lo cual revocaron secretamente su acuerdo Luis XI y Juan II. Con tortuosa política ofreció D. Juan apoyar a los de Estella contra el rey de Castilla, mientras aseguraba a éste su propósito de mantener la concordia. Sitiada Estella, encontróse D. Enrique con tal re sistencia de los navarros, unidos sin distinción de bandos, que tuvo que levantar el cerco y retroceder con sus tropas (1463). Llegaron por fin a una avenencia los reyes D. Juan y D. Enrique, avenencia seguida de la tregua fir mada entre aquel monarca y la parcialidad beamontesa de Tarragona, una de cuyas principales estipu laciones fué la libertad de la princesa D.a Blanca, le gítima heredera del trono, pero, so pretexto de casar a ésta con el duque de Berry, ordenó D. Juan que pa sase el Pirineo, bajo la custodia de mosén Pierres, de Peralta. Condújola éste al castillo de Ortez, entre gándola allí al cuidado del Captal del Buch. Conoció - 182 - la princesa durante su viaje la suerte que le espera ba, por lo cual, completamente desesperada, hizo do nación del reino y de sus Estados al rey D. Enrique de Castilla, como el protector más poderoso de que podía valerse en aquellas circunstancias. Encerrada en el castillo de Ortez, pasó dos años de grandes padecimientos, hasta que, viéndose sus ene migos en la necesidad de entregarla para que fuese a Navarra, la hicieron morir envenenada por orden de D.a Leonor de Foix (2 de diciembre de 1464). Fueron entonces a Navarra los condes de Foix como gobernadores del reino, titulándose príncipes de Viana, y con objeto de alzarse con la corona de Na varra fomentaron las luchas y disensiones, regando con torrentes de sangre vertidos en la contienda fra tricida el noble suelo de este desdichado país. No hemos de pararnos a relatar los incidentes de la lucha. Basta decir que en ella se disputaron la co rona de Navarra D. Juan de Aragón y D.a Leonor de Foix, interviniendo también con sus intrigas el rey D. Fernando el Católico. Murió, al fin, el rey D. Juan a la avanzada edad de ochenta años (1479), dejando una funesta memo ria de sus desaciertos y proverbial fama de sus pro digalidades. De él se solía decir que había estimado el Reino como propio y que lo había tratado como ajeno. A su muerte se unieron las coronas de Aragón y Castilla en la cabeza de su hijo D. Fernando el Ca tólico. - i 83 - 47. Doña Leonor. — Sucedió al rey D. Juan en el reino de Navarra su hija la princesa D.a Leonor, viuda ya del conde de Foix, y fué jurada por las Cortes de Tudela, después de jurar ella, según cos tumbre, la observancia de los Fueros (28 de enero de 1479). Después de tantas luchas, intrigas y crímenes para lograr ceñirse la corona, no pudo gozar de ella, pues falleció a los quince días de ocupar el trono (12 de febrero), siendo enterrada en el convento de San Francisco, de Tafalla. ¡Ejemplar lección de la Pro videncia! Sic transit gloria mundi. Su hijo primogénito fué D. Gastón, padre de don Francisco Febo y de la reina D.a Catalina. 48. Francisco de Foíx, Febo. — Al morir doña Leonor, nombró heredero universal por su testa mento a su nieto Francisco de Foix, llamado Febo por su excepcional hermosura. Le obligaba en este testamento a seguir la defensa y aumento de la Co rona, acudiendo al rey de Francia caso de necesitar socorro extraño. Subió a reinar D. Francisco (1479) a los doce años de edad, quedando bajo la tutela de su madre la princesa D.a Magdalena. Abandonáronse beamonteses y agramonteses a toda clase de excesos. El conde de Lerín se apoderó de Pamplona, siguiendo su partido muchos pueblos. Mosén Pierres, en cambio, era dueño de las merindades de Estella, Sangüesa, Olite y gran parte de Tudela. Solamente obedecía ál rey la merindad de San Juan - 184 - Pie del Puerto (1) o Baja Navarra. A tal extremo había llegado la anarquía, que según la crónica de Na varra "era necesario a todos llevar escolta y marchar en orden de guerra para ir de un lugar a otro". A pesar de esto, todos reconocían a D. Francisco como rey, según lo mostraron en su modo de recibir a D.a Magdalena y al Cardenal D. Pedro de Foix, nombrado para el cargo de virrey, cuando vinieron a tomar posesión del reino. No pudieron, sin embargo, apaciguar las discordias. La conquista de la pobla ción de Viana, verificada por el mariscal D. Felipe, y su indigna entrega a las tropas de D. Fernando el Católico (2), que tomaron posesión de ella en nom bre del rey de Castilla, exaltó los ánimos de la fac ción beamontesa. Irritado el conde de Lerín, reunió sus fuerzas y marchó sobre Viana, logrando recuperarla. Apode róse luego de Larraga, que se hallaba guarnecida por tropas castellanas, haciendo luego lo mismo con Mi randa. Procuraba, mientras tanto, D.a Magdalena, apaci guar la contienda civil, lo cual pudo conseguir, estan(1) Era la sexta merindad y comprendía San Juan Pie del Puerto, que era la capital y las tierras de Baigorri, Arberoa, Osés, Mixa, Ostabares y Cisa. (2) El mariscal ,D. Felipe no conseguía tomar el casti llo defendido por los beamonteses, ni podía tampoco mante nerse en la villa. Quiso entonces entregarla a los castellano'., entendiéndose para ello con D. Juan, de Ribera, gobernador de D. Fernando en aquellas plazas, que mandó tropas caste llanas. NAVARRA.- Célebre cuadro de la Virgen de Roncesvalles. TUDELA (Navarra) Catedral - Puerta principal llamada del Juicio. TUDELA (Navarra) Portada de la antigua parroquia de San Nicolás. - 185 - do la lucha en su apogeo, por medio del casamiento del mariscal D. Felipe con una hija del conde de Lerín, pactándose treguas hasta que se concluyese el ma trimonio. "Sin embargo—dice la crónica de Navarra (1)—, dijeron algunos al mariscal tales cosas, que le hi cieron retroceder del casamiento y explicarse en mu chas injurias contra el conde, quien se apercibió luego a la venganza. Salió con gente armada al en cuentro del mariscal, cerca de Melida, y junto al monasterio de la Oliva, le quitó la vida a lanza das" (1480). Indignados los agramonteses, dispusiéronse a ven gar la muerte de su jefe. Faltábales caudillo, por ser muy joven el nuevo mariscal y muy anciano mosén Pierres, y aprovechando aquella demora, en vió doña Magdalena el cardenal D. Pedro de Foix a su hermano D. Jaime, para que impidiera el rom pimiento de la tregua. Resultando ineficaces sus es fuerzos, reuniéronse por segunda vez las Cortes (2), va que nada se había conseguido la primera vez, y expusieron en ellas los infantes los males que afli gían al reino, proponiendo como remedio la pronta venida del rey, para ser jurado. Las Cortes contes taron que si su alteza (3) no había tenido libre en(1) Lib. IV, cap. II. (2) En Tafalla. (3) Los reyes tenían tratamiento de Alteza y a veces el de Señoría. El de Majestad empieza a introducirse en este tiempo. - 186 - trada en el reino, no era culpa de todos, sino de unos cuantos alborotadores, y que si el rey se pre sentaba, cumplirían como buenos vasallos. Comunicóse esta respuesta de las Cortes al rey D. Fernando el Católico, que por su gran poder era el verdadero dueño de la suerte de Navarra, y fué su parecer que el rey de Navarra fuese a Pamplona cuanto antes, aunque armado, para hacerse respetar. Hecho esto, volvieron los infantes a Pau, donde se había retirado el Consejo de la princesa doña Mag dalena, y prepararon la venida del rey. Vino éste a Navarra, como Navarra lo quería (1482), siendo coronado con arreglo al Fuero. A su coronación asistieron los jefes de las parcialidades. Recorrió luego las principales poblaciones del reino, atrayéndose con certeras medidas el amor de sus vasallos y haciendo concebir risueñas esperanzas. Quiso D. Fernando el Católico que D. Francisco Febo casase con su hija doña Juana, pero la prin cesa Magdalena se opuso a este desposorio, por agra dar a su hermano Luis XI de Francia, que quería casar al rey de Navarra con doña Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV y competidora de doña Isabel al trono de Castilla. "Por verse libre de este embarazo, doña Magda lena quiso sacar a su hijo de Navarra, siendo in útiles su resistencia, la del cardenal y el vivísimo dolor de los navarros. Dispúsose la jornada, y llegó el rey a Bearne, donde era muy cortejado, así de sus caballeros como de los navarros que le habían se - 187 - guido. Pero presto se mudó todo el teatro, y suce dió el llanto a la alegría, porque siendo el rey diestrísimo en todas las habilidades, y sobre todo en la música, cogió, acabando de comer, un flauta dulce, pero apenas la aplicó a los labios, se sintió herido de un veneno tan violento, que ie arrebató dentro de dos horas" (1). Tenía entonces diez y seis años. Recayeron las sospechas del crimen en el conde de Lerín y en el rey D. Fernando el Católico, mas nada se puede asegurar. Respecto de D. Fernando, parece tratarse de una burda calumnia. D.a Catalina de Foix.—Ocupó el trono a la muerte de D. Francisco Febo (1483), su única hermana doña Catalina, que siendo aún de 13 años, quedó (bajo la tutela de su madre doña Magdalena. Enviados por ésta, vinieron el infante Cardenal y su hermano D. Jaime, a recibir el juramento de las Cortes. Concibió entonces el Cardenal, de acuerdo con los beamonteses, el proyecto de casar a doña Catalina con el príncipe D. Juan, primogénito de D. Fernando el Católico, mas siendo doña Magda lena opuesta a tal unión, le retiró los poderes que le había dado para que gobernase el reino en compañía de D. Jaime. A esta inquietud, se agregó que el infante don Juan de Foix, señor de Narbona y tío de doña Ca talina, hizo pública su aspiración a ocupar el trono, 49. (1) Crónica de Navarra, lib. IV, cap. II. - 188 - fundando su pretensión en la ya tristemente famosa ley sálica, que, como dijimos, no existía en Navarra. Procuraba mientras tanto D. Fernando que se lle vase a buen término los proyectados desposorios de doña Catalina con su hijo, niño de pocos meses, enviando embajadores a doña Magdalena para que le hiciesen ver la conveniencia de unir Navarra a Castilla. Convencióse la princesa, pero tenía tal miedo al rey de Francia, que no se atrevía a dar un paso sin consultarle. Hízolo así, y, como era de esperar, opúsose D. Luis, llenando de temores a su hermana. Hallábase la princesa Magdalena entre dos reyes igualmente poderosos, por lo cual procuró dar largas al asunto, alegando la diferencia de edad entre su hija y el hijo de D. Fernando; pero las Cortes beamontesas se quejaron de que se dilataban mucho los desposorios y de que permanecía la reina fuera de Navarra, añadiendo que mientras no se atendiesen sus observaciones no acatarían más voluntad que la del cardenal D. Pedro. Al mismo tiempo, introducía D. Fernando sus tropas en Navarra y procuraba ganarse la amistad de los pueblos y magnates. Lle vado el conde de Lerín de sus resentimientos, hízose defensor de D. Fernando. El bando agramontés se convirtió entonces en defensor de la legitimidad, y la ciudad de Tudela, mantenedora del partido beamontés, abrió sus puertas al enemigo, pactando su separación de Navarra. Desvanecióse esta tormenta por la mediación de D. Fernando, y queriendo doña Magdalena poner - 189 - su cetro en manos vigorosas, se apresuró a casar a doña Catalina con D. Juan de Albret o Labrit, que poseía grandes estados en la Guyena y en el interior de Francia. Celebróse el matrimonio en la catedral de Lesear (1484). Como en el reinado de D. Juan de Labrit encon tramos ya los primeros síntomas de la anexión de Navarra, hecho importantísimo, dejaremos su relato para más adelante. CAPÍTULO XII Organización y cultura en este período. (Siglos XIII al XV). 50. Clases sociales. — 51. La vida política. — 52. La fa milia. — 53. ¡El régimen vecinal y las asociaciones.— 54. Industrias y Comercio. — 55. Cultura intelec tual. — 56. Las artes. — 57. Costumbres. 50. Clases sociales. — En Navarra, lo mismo que en Aragón y Cataluña, persiste más que en Cas tilla el régimen feudal, en sus relaciones con la pro piedad e independencia personal de los plebeyos; tal vez se deba esto a la influencia francesa, tan cons tante, como hemos visto. Desde el siglo xiv, parece degenerar la cualidad de rico-hombre, que antes era de puro linaje, hasta convertirse en un honor que el rey puede otorgar libremente; al mismo tiempo, crece notablemente la nobleza inferior (infanzones), hasta el punto de que el rey otorga este privilegio a pueblos enteros, con la consiguiente exención de pechos. Tal sucedió con Arberoa, pueblo de ciento diez casas, en 1435. Des- - 192 — arróllanse mucho también los mayorazgos (mayo rías), en bienes inmuebles. La clase media crece en las villas, desarrollando el poder municipal. El poder de los municipios fué considerablemente aumentado por los reyes, que bus caban en los pueblos un firme apoyo para su lucha contra la nobleza. Los villanos siervos, no obstante el mantenimiento en el Fuero general de los más ab solutos derechos del Señor, van redimiéndose, con virtiéndose poco a poco en arrendatarios con cierta libertad autorizada por Cartas y Fueros. Los mudé jares eran muy numerosos, especialmente en algunas villas como Tudela, Cortes y Fontellas. Dependían unas veces del Rey y otras de señores a quienes cedía la Corona las villas de mudéjares. En el siglo xv decreció mucho su número, a pesar de lo cual es de notar que, tanto los mudéjares libres de los grupos cercanos, como los moros siervos del campo y los esclavos, ejercieron una marcada influen cia en las costumbres y trajes, sobre todo de los nobles. Los judíos sufrieron en Navarra las mismas per secuciones que en los demás Reinos peninsulares. Vi vían en importantes aljamas con sus sinagogas, pro tegiéndoles la legislación sus derechos especiales, re ligiosos y de jurisdicción, pero ya en 1234, el Papa Gregorio IX rogaba al rey que les obligase a llevar traje especial; en 1256 da Alejandro VI una Bula para la represión de la usura, pudiéndose despojar a los judíos de los bienes así adquiridos, y Felipe I — 193 - manda aplicar una Ordenanza de San Luis, rey de Francia, que exime a los deudores cristianos del pago de intereses. Hubo matanzas de judíos y saqueos de sus bienes en Tudela, Funes, San Adrián, Falces, Marcilla, Viana y Estella (1328), por más que los Reyes procu raban evitarlo. Era el signo de los tiempos. En Navarra, como en todos los países, la legisla ción dictó el aislamiento de los leprosos o gafes, y probablemente de ellos se formó la raza o clase espe cial de los agotes, que suena en documentos de los si glos medios y que, al parecer, todavía era abundante en el siglo XVIII. 51. La vida política.—La incorporación a Fran cia no cambió en lo fundamental el régimen político de Navarra, que continúa con el funcionamiento del Estado característico de la Edad Media, siendo los Reyes el principio centralizador. La autonomía muni cipal va p-oco a poco sustituyendo la jurisdicción, en gran parte exenta, de los nobles, y la variedad legis lativa. El Fuero general no trajo la unificación, ni lo pre tendía; fué reformado en 1309 por Luis Hutin, en 1330 por Felipe III, y en 1418 adicionado y a\mejorado por Carlos III. Lo mismo pretendió hacer, se gún parece, D.a Catalina de Foix en 1511, poco an tes de la incorporación a Castilla. El Fuero general era solamente supletorio de los municipales y de los privilegios reales. 13 - 194 — Ejercíase el poder real en lo judicial, en primer término por medio de su Cort, confundida con el Consejo hasta mediados del siglo xiv, y determinada luego en su función judicial propia. Los jueces pro pios permanentes con sueldo que tuvo al fijarse su organización, se llamaban alcaldes de Corte. En 1413 eran cuatro, todos de nombramiento real: uno por cada una de las clases (nobles, clero y villa) y otro delegado directo de la Corona. El territorio de Navarra estaba dividido, en 1346 en cinco merindades, que eran las de Pamplona, Tudela, Estella, Sangüesa y Ultrapuertos. En 1407 se creó una sexta merindad, que tuvo por capital a Olite. Esta división regía tanto para lo judicial como para lo administrativo, siendo los funcionarios locales los merinos, jueces de merindad, con sus tenientes o sozmerinos, los alcaldes de distrito o mercado, los bayles, alcaldes de fuero, etc. T1 derecho penal conserva sus caracteres antiguos, persistiendo el uso de las ordalías. La penalidad era muy dura, sobre todo para el hurto y robo. El daño hecho a los animales, especialmente a los gatos, se castigaba mucho, considerándose a los brutos como sujetos responsables, por lo que vemos en el Fuero general que se señalaban penas a perros, mulos, etc. El Consejo real, como cuerpo consultivo en mate rias políticas y administrativas, se fué organizando en los siglos xiv y xv con separación de la Cort, por di ferentes Ordenanzas. En 1364 se creó la Cámara de Comptos o cuentas, institución que tuvo extraordi - 195 - naria importancia. Se ocupaba de establecer el pre supuesto y examinar y fiscalizar las cuentas de los recaudadores del Rey. A mediados del siglo xv (1450), parece nacer un nuevo organismo, el de la Diputación general de Navarra, con funciones económico-fisca les delegadas de las Cortes. Como oficial superior del Reino aparece el maris cal, de importación francesa probablemente, especie de canciller subordinado al condestable, que se creó en tiempos de D.a Blanca, como jefe militar y presi dente de la nobleza en Cortes. Los municipios libres, escasos en Navarra, procu raban contrarrestar los privilegios y abusos de la nobleza y mantener la integridad de sus fueros, me diante hermandades (juntas), que más de una vez acometieron y ahorcaron a los caballeros vagabundos (balderos), que en cuadrillas solían robar y forzar a las gentes plebeyas. El gobierno municipal sigue en cargado a los alcaldes, regidores, jurados, etc., sien do la parroquia la unidad electoral. En el aspecto eco nómico, los concejos disponían de muchos bienes co munales (1). 52. La familia. — Según el a-mejoramiento del Fuero, los varones eran mayores de edad a los 14 años y las mujeres a los 12. Pero por costumbre am parada en el Derecho romano se adquiere la mayoría de edad a los 25 años. (1) Altamira, ob. cit. Minguijón, ob. cit. - 196 — Persistió en Navarra, quizá más que en otras par tes, el matrimonio a yuras como simple contrato, sin intervención de sacerdote, que autorizaba el divorcio o repudio, tanto entre los nobles como entre los labra dores, si bien estos pagaban en tal caso cierta indem nización en especie. Contra esto trabajó la Iglesia sin descanso, procurando que prevaleciese el matrimonio canónico, pero tardó mucho en desarraigarlo. En Navarra, los padres pueden disponer de sus bienes en favor del hijo que contrae matrimonio, por medio de la donación propter nuptias los donantes, o se reservan el usufructo de los bienes donados, o imponen al donatario el deber de suministrarles lo preciso para su decorosa sustentación, fijando al efec to cantidad y planos y pactando la separación de bie nes y hasta las casas o habitaciones que han de ocupar en caso de incompatibilidad de carácter. Se reservan además una onza o 500 reales para no quedar sin testamentifacción. En estas donaciones se consigna a fa vor de los hermanos del donante la legitima foral, consistente en cinco sueldos y una robada de tierra. Las donaciones inter nuptias son muy importantes en Navarra, por existir la libertad de testar. Se conocen también las arras dadas por el marido, y la dote que el padre ha de dar a sus hijas. Los bienes gananciales se llaman en Navarra con quistas. No se comprenden en ellos los bienes adqui ridos durante el matrimonio por título gratuito. Se dividen por mitad entre el cónyuge sobreviviente y los herederos del premuerto, pero respetándose el usu - 19? — fructo de viudedad. El usufructo foral del viudo se llama fealdat (fidelidad o viudedad), y se halla ya con signado en el Fuero general (1). Sólo era aplicable a los nobles, pues a los villanos se les niega (2). Des pués de concedido al viudo este usufructo se exten dió a la viuda. Al igual que en Aragón, no se conoce la patria potestad legal; hay, en cambio, Consejo de Familia, y para los que carecen de padres existe la institución del Padre de huérfanos. Los hijos ilegí timos estaban clasificados en cuatro clases: de matri monio desigual, naturales, adulterinos, incestuosos, sacrilegos (torneemos), y adulterinos dobles o de pa dre y madre (cmnpices). Los primeros no heredaban sino después de cumplir siete años; a los segundos, si eran reconocidos, debía el padre alimentos y se les reconocían más o menos derechos en la herencia, se gún concurrían o no con esposa e hijos legítimos, caso de ser de padres nobles; si procedían de villanos here daban una parte igual a los legítimos; las demás cla ses de hijos gozaban de muchos menos derechos, que en algunos no llegan más que a la posibilidad de le garles algo a título de alimentos. Lo condición jurídica de la mujer ofrece caracte res interesantes. No se consulta su voluntad para ca sarla, pero puede rechazar al primero y segundo de los novios que se le ofrecen. Las ofensas que se le hacen son castigadas severamente, mas a pesar de (1) Lib. IV, tit. II, cap, III. (2) Lib. IV, tít. II, cap. XXV. - 198 - todo, el Fuero autoriza costumbres poco respetuosas respecto a las ofrecidas en matrimonio por los pa rientes (1). 53. El régimen vecinal y las Asociaciones. — Los vecinos se hallan sujetos unos a otros en Navarra, por deberes y cargas reciprocas en gran número. Son mutuamente fiadores, protectores, testigos en to dos los asuntos, tanto públicos como privados, y entre las obligaciones sagradas que les imponían la ley y las costumbres locales estaba la de prestarse fuego para el hogar. El vecino que faltaba a estos deberes era castigado, a veces, con el aislamiento de la sociedad concejil. Esta solidaridad, que naturalmente perduró por más tiempo en las aldeas y en las villas menores, no ex cluía la formación de asociaciones con fines espe ciales. De una cofradía muy curiosa, la de Santiago (crea da en Tudela en 1355), poseemos las Ordenanzas, que revelan el fin militar, religioso y benéfico con que se estableció. Formaban todos los cofrades una milicia que salía a la guerra nacional o concejil; celebraban un banquete el día de su patrón; daban limosna a los pobres; castigaban las ofensas inferidas a alguno de ellos; asistían a los funerales y entierros; se soco rrían en casos de enfermedad, pobreza y cautiverio. (1) Altanara, ob. cit. Minguijón, o¡b. cit. J. Motiva y Pu yo! : Introducción al Derecho Hispánico. El incumplimiento de los deberes recíprocos era cas tigado con multas. Los labradores formaban comunidades de regan tes, con ordenanzas de fecha remota, y los artesanos también tuvieron sus asociaciones (1). 54. Industria y Comercio. — Las Ordenanzas de comercio de Brujas (1304) prueban que los nava rros producían hilados para sargas, cordobanes, ba danas y lonas; así como los aranceles y estatutos de las aduanas guipuzcoanas muestran que recibían mu chos productos extranjeros. Aunque la agricultura chocaba con grandes difi cultades por lo agrio del terreno, procuraron vencer las los naturales, canalizando las aguas, construyendo pantanos, como el de Cadrete, o derivando aguas del Ebro. Recuérdese el Canal de Tauste, cuyas obras se ejecutaron hacia 1444. Así adquirieron importancia cultivos como el del olivo y la viña. La ganadería también floreció, aprovechándose de los muchos montes comunes de pastos de que disfru taban los municipios. Las ferias y mercados de Navarra eran muchas y notables, acudiendo no pocos extranjeros. En pobla ciones importantes, como Tudela, estableciéronse almudís o albóndigas, esto es, almacenes públicos para la venta de cereales, con ordenanzas propias. Los ven dedores pagaban de impuesto tres almudes por car (1) Altamira, ob. cit. - 200 — ga. En los días de mercado usábanse las medidas del Rey (tipo uniforme), y en otros días las de la ciudad, pero se prohibía el uso de las forasteras (1). 55. Cultura intelectual. — No llegó a fundarse en Navarra ningún Estudio general, acudiendo la población escolar a los establecimientos franceses y alemanes. De escuelas inferiores sólo se conoce una de gramática que existia ya en Sangüesa a media dos del siglo xv (1443), aunque es de presumir que hubiera otras de que faltan noticias. La cultura debió de ser escasísima, a juzgar por la ignorancia casi general de los Reyes, que no solían usar más libros que los de rezo, y la del clero, en tonces de costumbres relajadas. El rey D. Juan, muy influido por las corrientes clá sicas e italianas de la época, fué asiduo lector del Dante, favoreció la traducción de autores latinos (2) y proporcionó amplia educación literaria a su hijo D. Carlos. Acentuáronse mucho en éste las influen cias clásicas e italianas, fortalecidas en él durante su viaje a Nápoles. Reunió D. Carlos una notable colección de objetos artísticos y una biblioteca. Tradujo y comentó la ética de Aristóteles; escribió una "Lamentación a la muer te del rey D. Alfonso", la "Epístola a los valientes (1) Alta-mira, ob. cit (2) La introducción de la Eneida hecha por D. Enrique de Villena, se debió a los ruegos de D. Juan. - 201 - letrados de España" y la "Crónica de los Reyes de Navarra". Mayordomo de D. Carlos fué el célebre poeta mosén Pere Tórrelas, a cuyo lado figuraron otros mu chos escritores navarros y catalanes. Las poesías de este tiempo fueron reunidas en un Cancionero por Pero Martínez. Es de notar que, no obstante la fuerza grandísima de los elementos extraños que obraban sobre la cul tura navarra, y a pesar de la existencia de un idioma nacional, D. Carlos y todos los autores de la época usaron en sus escritos el latín o, con más frecuencia, el romance castellano, demostrando así el predominio intelectual que las regiones centrales iban alcanzan do rápidamente en toda la Península. No impidió esto la difusión de la poesía provenzal, que desde comienzos del siglo XIII había entrado en Navarra y tuvo aquí sus cultivadores. De la poesía indígena en vascuence no hay testimonio ninguno autentico (1). 56. Las Artes. — Continúa influyendo el gusto ojival de tipo francés, que ya a mediados del si glo XIII se había significado en la catedral de Tudela. Se le ve mezclado con el románico en la catedral de Pamplona, que comenzó a rehacerse en 1397, uno de cuyos claustros es del siglo xiv, y pertenecen al xv el presbiterio, naves y coro. Lo mismo se advierte en (1) Altamira, ob. cit. - 202 - la capilla de San Agustín, contigua a la Colegiata de Roncesvalles. La iglesia de San Saturnino, en Pamplona, es tam bién gótica, con trozos del siglo XIII y otros del xiv. Se tiene noticias de un templo pamplonés dedicado a Santa Eulalia, demolido en el siglo xvi. De los edifi cios civiles de la capital quedan restos, siendo notable una ventana del palacio del duque de Granada (siglo xv). Al brillantísimo arte románico (1) de transición, sucedió en Navarra, desde mediados del siglo XIII y más desde el xiv, el estilo ojival puro, importado de la escuela de Isla, de Francia, el cual se distingue pol la finura, esbeltez y pureza de líneas, y produce obras importantes del período de su apogeo, sin que apenas se observen ejemplares del estilo florido de cadente. Sus monumentos más notables son: la catedral de Pamplona, del siglo xiv, con su especial giróla y sus bellísimos claustros de igual época, y su antigua sala capitular, de planta cuadrada, que se hace octógona por medio de bovedillas (hoy capilla Barbacana), y en la misma ciudad, la Iglesia de San Cernin (San Sa turnino), con sus capillas absidales como si tuviera giróla, del siglo XIII/ y su pórtico del siglo xiv. En la provincia, las iglesias de Santa María la Real, de Olite (siglo xiv) con su hermosa portada, a cuyos la dos hay una serie de esculturas bajo gabletes; las del (1) ÍF. Naval, ob. cit., cap. X. 203 - Santo Sepulcro, de Estella; la Magdalena, de Tudela, y la ermita de San Zoilo, en Cáseda, todas del si glo XIII, con varias porciones de los monasterios de Irache y de Leyre y de las iglesias románicas de tran sición. Del siglo xiv al xv se cuentan, además, San Salvador, de Sangüesa, el célebre Santuario de Nues tra Señora de Ujué, los claustros de la iglesia pa rroquial de Los Arcos y buena porción de las igle sias de Santiago y San Pedro, en Puentelarreina. Del siglo xvi y de estilo muy decadente, lo principal de la iglesia de Olazagutia y alguna otra. Dignas de mención son igualmente las ruinas del Palacio Real de Olite, del siglo xiv, y las del claustro del monas terio de La Oliva, siglo xv. La escultura, de tipo francés, muéstrase en las por tadas y capiteles; en las imágenes exentas, como la Virgen de Huarte (1349) y la de Roncesvalles (si glo xin), y en relieves, como el curiosísimo de la Adoración de los Magos, existente en el claustro de la Catedral de Pamplona. La misma escuela se advierte en los objetos de orfe brería que se conservan, entre los cuales citaremos el relicario llamado Tablero de Ajedrez (Roncesvalles, siglo xin), el de la Catedral de Pamplona (siglo xiv) v la arqueta de plata con chapas de oro que sirvió de crismera en Roncesvalles. La pintura sigue también los mismos derroteros, como lo demuestra Craccfixion, tabla francesa de fines del XIII, ejecutada al temple y con basamento del siglo XIII o del ^iv (Catedral de Pamplona) y - 204 - otros restos. La pintura en cristal debió tener es caso desarrollo en Navarra, si se juzga por el curioso dato de que en los palacios reales, donde el lujo tomó vuelos extraordinarios, no se usaban cristales, tapán dose los huecos de las ventanas con telas enceradas. Abundaban los tapices de artistas franceses. 57. Las costumbres. — En Navarra encontra mos costumbres semejantes a las de Castilla y Ara gón, sobre todo en las clases altas. Predomina el elemento caballeresco. Celébranse torneos y duelos (rieptos ó bataillas), con mucha concurrencia de cu riosos y gran lujo de trajes; así, el duelo entre el se ñor de Camar y el de Asiain (1379), en que los testi gos enviados por el rey vestían rico paño de granza de Angers, comprado exprofeso; abundan los castillos señoriales y el lujo y ostentación llegan a ser exube rantes, sobre todo en los palacios de los Reyes (Olite, Tafalla, Pamplona, Puentelarreina). El príncipe de Viana tenía a su servicio más de 39 oficios, desempeñados por doble o triple número de personas. Celebrábanse saraos, y en las fiestas reales abundaban los bufones, juglares graciosos, to cadores de arpa, etc., etc. No era raro que en la caza, ejercicio predilecto de los nobles, usasen de onzas o leopardos amaestra dos ; para la cetrería empleaban halcones, traídos con gran coste desde lejanas tierras. También gozaron de gran favor las corridas de to ros, siendo la primera de que se tiene noticia la ce — 205 - lebrada en Pamplona en agosto de 1385; tanto en ésta como en otras posteriores, los matadores pro cedían de Zaragoza y mataban con rejón o venablo. Ya por entonces eran célebres los navarros en el juego de pelota y en los bailes populares, como el "de las espadas" y otros. Los enterramientos se hacían por lo común, lle vando el cadáver en ataúd descubierto, con el mismo traje que usó en vida. También eran usuales las pla ñideras ((aurots) y los banquetes funerarios, en que se gastaban sumas enormes (1). (1) Altamira, ob. oit. CAPITULO XIII Anexión de Navarra O. 58. D.A Catalina y D. Juan de Albrit. — 59. Liga de Cambray. — 60. La Santa Liga y el 'Conciliábulo de Pisa. 61. La conquista y su derecho. 58. D.a Catalina y D. Juan de Albrit. — El ma trimonio de D.a Catalina y D. Juan de Albrit (1484) hizo entrar de lleno al reino navarro en el revuelto mar de la política francesa. Reunía D. Juan grandes dotes de mando, y tal vez hubiera sido un buen rey de haber ocupado el trono en época distinta; en este tiempo tuvo que seguir la política de los reyes vecinos. Con objeto de atraerse la voluntad de los beamonteses, comenzó D. Juan una política de liberalidades, con la cual logró mantener la paz y la tranquilidad. La dirección de la política navarra en este tiempo no la tenían D.a Catalina y D. Juan de Albrit, sino que en realidad era llevada por D.a Magdalena, ma(1) Para la redacción de este capítulo empleamos princi palmente la obra Anexión del reino de Navarra, de D. Fer nando Ruano. — 208 - dre de D * Juana, y Alain de Albrit, padre de don Juan. La política de Alain está impregnada por com pleto del egoísmo y de la ambición de que su cora zón estaba lleno; educado en una corte de magnates poderosos que comparten el poder con el Soberano; hijo de una civilización y de un siglo esencialmente señorial; siglo en el que los reinos se consideran co mo patrimonio privado, y en el que las dinastías se suceden en los tronos, y se incorporan los dominios y se amalgaman los pueblos de diversa raza por alianzas matrimoniales que entre sí conciertan sus príncipes, los cuales aportan tierras y vasallos como un puñado de oro de su peculio o como joyas pre ciadas de su tesoro; Alain de Albrit, hijo de su épo ca, no alcanzó a divisar horizontes más amplios que los que abarcaba desde las góticas torres de su se ñorial castillo; y como si no bastase la intervención que D. Fernando tenía en las cosas de Navarra, por medio del condestable Luis, la acrecentó buscando el apoyo de Castilla, para saciar sus planes ambi ciosos, por lo cual pasó a Valencia, donde a la sazón estaban sus majestades. Consecuencia de estas negociaciones fueron los dos tratados firmados en Valencia el 21 de mayo de 1488. Por el primero, Alain, en nombre de sus hijos (1), jura, entre otras cosas, "non les será fecha guerra, (1) Zurita: Los cinco últimos libros. T. IV, libro XX, cap. LXXIV. - 209 - mal ni daño nin otro desaguisado alguno a los muy altos é muy poderosos príncipes D. Fernando y doña Isabel por parte del dicho reyno de Navarra, nin de su señorío de Bearne. No consentirán que gente al guna extranjera entre en el dicho reyno de Navarra é señorío de Bearne, nin desde allí nin por allí sea fe cha guerra, mal nin daño alguno a su reyno", y si alguien lo intentase, los navarros juntos se opondrán al invasor, y si no lo consiguen, "se juntaran (sus tro pas) con nuestras gentes (las de Castilla) e capitanes para expulsarles del territorio". Estas y otras importantes concesiones a Castilla quedaron hechas bajo la palabra de Alain, que "como caballero las fará cumplir a sus hijos", y en caso de faltar éstos a su compromiso, "reunirá sus tro pas" a las castellanas, para exigir la ejecución de todos y cada uno de los artículos del tratado. Por el segundo tratado, se compromete "a servir v ayudar a sus altezas bien y verdaderamente, con todas sus fuerzas, poder, tierras, señoríos y forta lezas, contra todos e cualesquier personas de cual quier dignidad que sean, excepto la persona del se ñor rey de Francia", pero en el caso concreto de la restitución del Rosellón, "trabajaré, dice, con todas mis fuerzas como aya efetto e se cumpla lo que el rey Luis dispuso al tiempo de su fin acerca de la restitución que a sus altezas se avia de facer de los dichos condados" (1). (1) Zurita, lug. cit. - 210 - Parece ser que en Valencia se concertó algo más de lo que dicen las cláusulas de los tratados, pues en Vizcaya se juntó a toda prisa una poderosa ar mada, en la que embarcó Alain, que arribó a las costas de Bretaña el 3 de mayo de aquel año, y ade más, el catalán Miguel Juan de Gralla, maestresala del rey, es nombrado capitán general de la gente que ha de hacer la guerra en el país citado. Se habló mucho en Valencia de la actitud belicosa del partido beamontés; se pidió a Fernando, y éste ofreció, sin duda, interponer su influencia para re ducir a los rebeldes, y finalmente, so color de una alianza de todos contra todos, "excepto contra la persona del rey de Francia", el rey Católico prestó su apoyo a las Ligas feudales francesas (1), orga nizando para ello la escuadra y el ejército que antes indicábamos. Alain y Magdalena estaban a la vez enemistados con Francia y con Castilla, y pensando los franceses que D. Fernando no dejaría de prestarles ayuda para derrotar a D. Juan de Albrit y poner en su lugar a D. Juan de Narbona, enviaron al rey Católico una embajada, suplicando "le fuese guardada a éste (Juan de Narbona) su justicia cerca de la acción y derecho que al reino de Navarra pretendía". D. Fernando, bien por habilidad política, bien co mo resultado de "la información entera y completa (1) Ligas qite los nobles organizaban para ejercer la so beranía. — 211 — que del derecho de su sobrina Catalina había practi cado", se negó rotundamente a escuchar las propo siciones del francés. Pretendía, mientras tanto, Alain, aunque viudo y viejo, casarse con la heredera de Bretaña. No pudo conseguirlo, pues, tras diversas incidencias, casó ésta con el rey Carlos VIII. Los señores de la Liga, an tes enemigos del rey, asistieron a las bodas, y en vez de ser castigados, recibieron grandes recompen sas. Por el tratado de Moulins, se otorga a los reyes de Navarra la cantidad de diez y ocho mil libras de renta anual, como recompensa a su reconciliación con los monarcas de Francia. Vemos, pues, que Alain de Albrit "se vendió al oro de Francia, olvidando que con las cláusulas de los tratados antes estipulados (los de Valencia), de jaba a espaldas de los Pirineos una nación amiga y poderosa, víctima de un cruel engaño, y un po lítico sagaz, que había de procurar en adelante pa gasen con creces Navarra y sus monarcas la villana felonía que con él había cometido el audaz y ambi cioso, que no reconoció nunca ley ni freno, el ver dadero responsable de esta farsa indigna, el intri gante virrey Alain de Albrit (1). Sucede a esta época una serie completa de tratados y alianzas de Navarra con Castilla, con Francia y hasta con Austria. Luis XII y Fernando el Católico se habían unido íntimamente mediante el tratado de (1) F. Ruano: Anexión del reino de Navarra, pág. 119. - 212 - Blois, y este hecho, que nada de particular encerraba en sí, fué suficiente para que Juan de Albrit, con su mudable política, se decidiera a romper abierta mente con Castilla, entregándose en brazos del yerno de D. Fernando, el archiduque austríaco D. Felipe, lo que disgustó al monarca aragonés. Luis XII, que por entonces se desvivía por crear dificultades a su antiguo protegido Juan de Albrit, en ocasión de que el rey Católico recorría Italia, fué a visitarle en Nápoles el duque de Guisa, con orden expresa del monarca francés de comprometer le en la conquista del reino de Navarra, que inten taba hacer el hijo del vizconde de Narbona. No accedió D. Fernando a los deseos del francés, aun sabedor de la amistad del navarro con el archi duque, y sin duda para no tener que agradecer a nadie participación en una empresa que pensaba rea lizar él solo, perdonó la vida al decrépito reino du rante unos cuantos años. La fatalidad perseguía a los de Albrit, porque su aliado D. Felipe moría el 23 de septiembre de 1506. Mas no por esto dejaron de intentar sacar el mayor partido posible de la situación, y a la vez que par ticipaban al emperador Maximiliano su pésame por la muerte de su hijo, manifestaban sus quejas por la conducta que con ellos había seguido el rey francés. No pareció esto mal a Maximiliano, quien propuso cambiar el pacto defensivo, que se había firmado en Tudela, en una alianza ofensiva, y de este modo declarar la guerra definitivamente a Luis XII. Evi - 213 — dentemente, que la audacia y ceguera de los reyes de Navarra no se atrevió a cometer un acto que tan trascendentales consecuencias podia acarrear. Sin em bargo, no por eso dejaban de realizar verdaderas osadías, como, por ejemplo, los tratos e intrigas con César Borgia, que preparaba una intentona para arre batar la regencia del reino a D. Fernando, y sobre todo, porque esto fué lo más doloroso para éste, la despiadada guerra que realizó Juan de Abrit contra el fiel condestable Beamont. Sintetizando la labor diplomática de todo este tiem po, afirmaremos que los desaciertos, la volubilidad y la mala fortuna de D. Juan, le hacían concertar tratados con aquellos hombres que estaban en pleno período de decadencia, y así, en vez de recibir los frutos que pretendía, se encontraba con los males que ellos acarreaban, unidos con sus desgracias. 59. La Liga de Cambray*—Pacto celebérrimo concertado entre el emperador Maximiliano, el rey Luis XII, D. Fernando de Aragón y el pontífice Ju lio II, soberanos que tenían intereses en Italia, se firmó con el objeto de asegurar los respectivos do minios en contra de la república de Venecia. Quiso Navarra entrar en ese famoso tratado, pero a ello se opuso tenazmente Luis XII, que sólo con sintió la inserción de un artículo, por el cual se obli gan los reyes de Francia, durante un año, a abste nerse de intervenir en los asuntos de Navarra, aun - 214 - que pudiendo proceder contra los soberanos por las vías legales que el derecho permitiera. Vemos, pues, que ninguna ventaja se seguía de tal artículo, y una prueba de esto fué que muy pronto Luis XII arrebató a Alain de Albrit el condado de Castres, so pretexto de que este país estaba en los dominios de Francia y la Liga de Cambray se refería únicamente a los países independientes de Navarra. Es de notar, que todas las potencias que firmaron este tratado estaban en amistad con el estado de cuya repartición se trataba. D. Fernando 110 quería romper abiertamente con el vecino reino, que había sido despreciado en la Liga de Cambray, antes bien, procuraba realizar una política de atracción, y con este fin partió de Valladolid Pedro de Ontañón, en abril de 1509, con instrucciones para exigir de Juan y Catalina la de volución de los bienes del condestable, llevando una larga lista de cargos, que con habilidad extraordina ria había ido recogiendo y hasta provocando, para después justificar su política ulterior. Nada consiguió, sin embargo, más que promesas vanas y propósitos buenos. Por lo cual, se hubieran rote para siempre las ya tirantes relaciones, si Ara gón no se comprometiera en una nueva guerra con tra Francia. Arreciaba, por otra, parte, Luis XII su hostilidad a Navarra, y a tal extremo llegó, que los reyes no se atrevieron a abandonar la Corte de Pau, temiendo, - 215 - no sólo por sus estados de Bearne, sino por el an tiguo territorio navarro. Sólo podían contar, en tan apurada situación, con el emperador Maximiliano, con el Papa Julio II y con el rey Católico; y de éstos, los dos útlimos esta ban resentidos; el Pontífice, por la provisión, en con tra de su parecer, del obispado de Pamplona, y don Fernando, por los motivos antes dichos. Arregladas las diferencias con Julio II, restaba sólo la atracción del aragonés, para lo cual escri bióle su sobrina, la reina Catalina, una afectuosa carta, en que le encarecía la ventaja enorme que representaba el que una hija de Aragón, como era ella, tuviese sus dominios a uno y otro lado de los Pirineos. Pero el camino de la reconciliación no es taba en las imposiciones, sino en las humillaciones, va que la parte poderosa era aquella a la cual se quería atraer. Y estas negociaciones hubieran ter minado con la ruptura de hostilidades, si el famoso conciliábulo de Pisa y la excomunión Sacrosantae Ecclesiae no precipitaran la violenta guerra que es talló en Francia y España. 60. La Santa Liga y el Conciliábulo de Pisa.— Un Concilio, inspirado y fomentado por Luis XII, excomulga y depone al Pontífice, y éste, a su vez, convoca un Concilio general, para condenar la con ducta de los obispos y cardenales reunidos en Pisa; la Liga de Cambray se ve por este hecho disuelta y gravemente ofendidos los que la componían, por — 216 — cuya causa se va a emprender una nueva lucha, que con otros pretextos, sigue teniendo el mismo propó sito: la hegemonía de los estados italianos. El Papa siente "tal aborrecimiento" por el rey de Francia, que busca ayuda en el rey Católico y en la república de Venecia, con los cuales establece una alianza; y con objeto de arrebatar al francés, para la Iglesia, el condado de Bolonia y los demás domi nios conquistados por Luis, acabando con el cisma y dando libertad y unidad al Pontificado, firmó la que se llamó Santísima Liga, por el fin que pretendía. No quería D. Fernando, al emprender la guerra contra Francia, dejarse por detrás un enemigo tan molesto como el rey de Navarra, por lo cual mandó a la corte de Pamplona a Pedro de Ontafíón, con razones poderosas para efectuar una alianza entre los dos reinos; mas D. Juan, después de meditarlo muchos días, declaró que seguiría al de Francia "en la empresa comenzada y aun en cualquier otra que fuese en contradicción con el rey". Roto, pues, este intento de aproximación, se apres taron los contendientes de la Liga a terminar como mejor pudieran lo comenzado; pero unas alarman tes noticias que llegaron a 'Castilla acerca de íntimas relaciones entre Juan III y Luis XII, inquietaron grandemente al rey Católico, quien mandó una es pecie de ultimátum, en el cual exigía que: o sus so brinos habían de permanecer neutrales por ambas partes, o protegerían por igual a los dos, ayudando a España con el reino de Navarra, y a Francia, con pAMPLONA.-Vista del patio de la célebre camara de Comptos, ahora museo Arqueológico de Navarra. Catedral de PAMPLONA.-Detalle de la famosa Arqueta HispanoAráviga de marfil, donde se conservan las reliquias de santas Nunilón y Alodia. OLIETE. - Claustro de Santa María la Real (S. XIII) - 217 - los dominios del otro lado del Pirineo, o se decla rarían abiertamente en favor de la Santa Sede. Para asegurar la neutralidad, si optaba por este extremo, tenía D. Juan que entregar diversas fortalezas para que las tuvieran personas de Navarra. Resistióse el rey navarro a estas exigencias, y D. Fernando, instado por nobles y capitanes de su corte, pensó en oír "el maduro consejo de los pre lados y grandes, y aun de muchas otras personas de ciencia y de conciencia de estos dos reinos; y considerando el daño grande que se pudiera seguir a la Iglesia y a toda la cristiandad, si por dejar su alteza la dicha empresa, el rey de Francia, vién dose libre por la parte de acá, enviase toda su poten cia a Italia contra la Iglesia, y que para remedio della y de toda su cristiandad es necesario y conve niente facer toda la dicha empresa, paresció que pues los dichos rey y reina de Navarra emprendían la dicha empresa y que siendo ellos contrarios a los ejércitos de españoles e ingleses no podían entrar por Bayona, fueron de opinión que su alteza debía ordenar a su ejército atravesase Navarra, rogando y requiriendo a los dichos rey y reina de Navarra para que les diesen pastos y vituallas por sus dine ros y seguridad para la dicha Santa Impresa". Esto dice el manifiesto explicación de las causas por que el rey Católico tomó el título de rey de Na varra (1). (1) Zurita: Noticias de Navarra. Linajes hasta los reyes Católicos, t. III, - 218 - Ante un ultimátum tal, vino la ruptura, que si es cierto que no era temida por D. Fernando el Cató lico, no lo es menos que fué provocada por las pre tensiones exageradas y torpe política del rey na varro. 61. La conquista y su derecho.—El 21 de julio de 1512, penetró en territorio navarro el duque de Alba, al mando del ejército español, publicando que no se haría daño a los que no opusieran resistencia armada, y dos días después llegó a Pamplona, sin tener que vencer más que algunas pequeñísimas di ficultades. D. Juan de Albrit abandonó rápidamente la ciu dad, retirándose a la villa de Lumbier. D.a Catalina se refugió en Bearne, con sus hijos. Al verse los pamploneses desamparados por el rey, sin género de ayuda de ninguna clase, previa la promesa de que serían respetados sus queridos Fueros, privilegios y libertades, entregaron la capital al rey Católico, y el duque de Alba entró en Pamplona el 24 de julio, jurando en nombre de su rey la conservación de los privilegios. D. Juan, al refugiarse en Lumbier, lo hizo con fiando en el auxilio que podía prestarle el duque de Longueville, general francés que acampaba junto a Bayona, y previendo que las demás ciudades del reino navarro imitarían la conducta seguida por la capital, intentó algún género de alianza, enviando embajadores que pactasen con el duque. No quería - m - D. Fernando ninguna clase de arreglo con el que en tanto tiempo no había podido entenderse, y ma nifestó su voluntad de que todas las ciudades, villas y fortalezas de Navarra habían de estar bajo su dominio todo el tiempo que a él le conviniese para la feliz realización de la empresa que había em prendido; dependiendo también de su voluntad el determinar el tiempo y la forma en que hubiese de dejarlas. Casi todos los pueblos de Navarra fueron sumi sos al que desde entonces había de ser su señor, y se le entregaron, exigiendo tan sólo las mismas con diciones que Pamplona. El ejército inglés, que iba a combatir unido al español, quiso el duque de Alba que se le juntara, pero el marqués de Dorset, general inglés, que es taba encargado de acometer la empresa de Viena, buscaba siempre dificultades para no reunirse con el ejército español, por no querer inclinarse ante el parecer de Fernando ni del duque de Alba. Mos trábase resentido de que el rey Católico, estando comprometido en la Santa Liga, hubiese atendido antes a los negocios de Navarra que a los de Viena, por lo cual, después de haber perjudicado los in gleses con su inacción un tiempo precioso a los coali gados, y cuando no se podía ya resistir la fuerza de sus ejércitos, anunció el marqués de Dorset que los ingleses desistían de llevar a cabo aquella guerra en que la alianza con España los había comprome tido. - 220 - El duque de Alba no desmayó por este abandono en que lo dejaban, antes bien, tomó a San Juan de Pie de Puerto, y procuró fortificar su posición por medio de la artillería, que hizo conducir a través de aquellos montes, con infinidad de trabajos. Por otra parte, era la ocasión mas desfavorable, porque los franceses, envalentonados por la retirada del ejército inglés, y por los refuerzos que les llegaban de Italia, de donde habían sido arrojados, dividieron sus ejércitos en tres grandes cuerpos, el uno al man do del rey D. Juan, el otro al de los condes de Angu lema, y el tercero, al de Carlos de Borbón, duque de Montpensier. El primero, con sus quince mil hom bres, atravesó el Pirineo y tomó por asalto a Burguete, degollando a toda la guarnición, pero per diendo mil hombres. Si D. Juan hubiera ocupado los desfiladeros de Roncesvalles, el ejército español podía haber sido cogido entre dos fuegos, pero el ensañamiento con que trató a la plaza tomada, le ocupó un tiempo suficiente para que el previsor du que de Alba se retirara a Pamplona, donde llegó a punto de contener las conspiraciones que en esta ciudad se preparaban. Los otros dos cuerpos franceses, invadieron Gui púzcoa y destruyeron a Irún, Oyarzun y Rentería, sitiando a San Sebastián, plaza en que se había en cerrado toda la nobleza del país y que resistió ocho asaltos, ocasionando tal desgaste en el ejército fran cés, que mandaba el general Lautrec, que obligó a éste a levantar el cerco. - 221 - No todas las dificultades las tenia D. Fernando en los ejércitos franceses, porque algunas villas, como Estella, Tai alia y Miranda, se sublevaban contra la dominación castellana, y D. Juan de Albrit se dirigió a sitiar Pamplona. Todas las plazas no sometidas fueron sojuzgadas por los capitanes aragoneses y castellanos. El duque de Alba se resistía heroicamente en Pamplona, adonde acudían tropas de Castilla en so corro de los cercados, y el ejército de Albrit, falto de víveres, y temiendo a quince mil hombres que D. Fernando había reunido en Puente la Reina, se retiró precipitadamente, siendo su retaguardia des trozada y abandonando en poder de los bravos mon tañeses doce cañones, cuando le atacaron en los des filaderos de Elizondo. Con esto, acabaron los reyes doña Catalina y don Juan de Albrit de perder toda esperanza de ser repuestos en su trono, y Navarra pasaba a reunirse con este episodio histórico a la corona de Aragón y de Castilla, para formar las tres la nación espa ñola. Se ha discutido mucho, una vez realizada esta conquista, su legitimidad, por más que D, Fernando trató de defenderse con las célebres bulas de exco munión formuladas por el Pontífice Julio II. Son varios los que creen en la falsedad de estos docu mentos, pero los historiadores nacionales Mariana, Garibay, Sandoval y Zurita, defienden el hecho de - 222 - la excomunión, aunque 110 presentan pruebas, que los contrarios exigen. Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que si todas las conquistas se fueran a juzgar por el derecho, pocas podrían ser declaradas legítimas; mas ésta, que tan provechosas consecuencias había de acarrear a España y que realizaba la unidad nacional, bien puede, si alguna insuficiencia hubiera en la parte de su justicia, ser contrarrestada por la grandiosidad del fin. CAPITULO XIV Intervención de Navarra en los hechos culminantes de la Historia de España. 62. Carlos I y Juan de Albrit. — 63. Las Cortes de Navarra en 1552. — 64. Las libertades navarras y los > reyes de España. — 65. La guerra de la Independen cia en Navarra. — 66. El Carlismo y sus campañas. 67. Navarra hasta nuestros días. Hemos considerado en el capítulo anterior la unión del reino de Navarra con los demás pueblos de la Península, gracia 1i política sagaz del Rey Cató lico D. Fernnido; y con v-ta unión termina lo que propiamente puede llamarse historia de Navarra, teniendo que hacerlo, si quereiros proseguir en su estudio, junta: :iente con el de las otras regiones her manas. Como nuestro leseo es presentar un cuadro breve —puesto que un compendio es esta obra—, lo más completo posible, que abarque desde las primeras noticias prehistóricas hasta los últimos sucesos de nuestros días, y por otra parte, no vamos a insertar en un resumen de historia de Navarra la narración - 224 - de todos cuantos hechos se han sucedido en España desde la unión nacional hasta los tiempos en que vi vimos, trataremos en el presente capítulo aquellos puntos que guardan íntima relación con el reino, que hasta ahora ha ocupado nuestro estudio, ya porque sea Navarra el lugar de acción en que dichos sucesos se han realizado, ya también porque de ellos se sigan consecuencias para ésta. * ** 62. Carlos I y Juan de Aibrit. — A la muerte del Rey Católico D. Fernando, por el estado mental de Ja heredera D.a Juana, que le incapacitaba para el gobierno, subió al trono su hijo D. Carlos, nieto del Emperador Maximiliano I. Ya, cuando el joven monarca nacido en Gante y educado en Flandes se dirigía a España para tomar posesión de sus Estados, comenzó el rey francés Francisco I a dar muestras de una animosidad con tra D. Carlos, que le había de acompañar en todos los tiempos de su vida. Amenazóle por de pronto con ne gar el paso por su territorio, si no concedía la resti tución de Navarra a su antiguo rey Juan de Aibrit. D. Carlos dilataba la grave respuesta que al fran cés tenía que dar, y como no le convenía de ningún modo —tenía muchas dificultades que resolver con la herencia de su abuelo materno— complicar su po sición en una prematura guerra, envió al señor de — 225 - Chievres a concertar unas paces con Francia, cosa fá cil que quedó arreglada, a justando para D. Carlos la boda de la Princesa Luisa, hija de Francisco I. Después de algunas dificultades que Carlos tuvo que vencer para ser reconocido rey en las dife rentes Cortes de los varios reinos de la península (1), estando en Lérida el 3110 1519, cuando se dirigía a Barcelona, le llegó un correo que le anunciaba la muerte de su abuelo el Emperador Maximiliano. No vamos a reseñar aquí los numerosos obstáculos que tuvo que atravesar fuera del reino, y también dentro, con las sublevaciones que su marcha en busca de la imperial corona provocó, dando lugar a las llamadas Comunidades de Castilla y Gemianías de Valencia. Baste decir que el 23 de octubre de 1520 fué solem nemente coronado Emperador en Aquisgrán, llevan do las vestiduras de Cario Magno; y allí juró defen der la Iglesia y la Justicia, proteger a los débiles y luchar contra los infieles. Desde aquel momento, Car los I de España y V de Alemania era el Monarca más poderoso de la tierra. Como si esta elevación y rápido encumbramiento que había alcanzado D. Carlos, colmara la copa de la indignación de su enemigo eterno Francisco I, inme diatamente se alzó en armas, protegido por éste, el pretendiente D. Juan de Albrit, y se disponía a inva (1) Sugeridas por el escrúpulo que los españoles sentían después de 'haber prestado juramento de fidelidad a la reina doña Juana, !de proclamar rey a su hijo, antes de la muerte de ésta. 15 — 226 - dir lo que fué su territorio, a la vez que Roberto de la Marca intentaba sojuzgar el Luxemburgo. Muy bien percatado D. Carlos de que sin el apoyo del franeéis ninguno de éstos dos se hubieran atrevido a romper las hostilidades, se quejó a Francisco I (1); éste estimó injuriosa la imputación, desafió al Empe rador y comunicó a los aliados (el Papa y el rey de Inglaterra) el hecho, proponiéndoles ir juntos contra él; en vano trató el Emperador de justificar y ex plicar sus palabras; el rey de Francia pregonó el es tado de guerra, llamó a su Embajador y rompió las hostilidades. Aunque el Emperador acudió buscando el apoyo de sus aliados, negáronse éstos a prestár selo hasta averiguar cuál de los dos beligerantes te nia razón. Defendiéronse los imperiales en Luxem burgo e invadieron la Champaña mientras Francis co I atacaba Flandes, y por poco sorprende y apresa al Emperador en Valenciennes en agosto de 1521. Mas el peligro principal en los comienzos de la guerra es tuvo en Navarra. Las tropas de este Reino habían sido enviadas a Castilla para luchar contra las Comunidades. Al man do de Mr. André de Foix, señor del Lesparre, se apoderaron de Pamplona, escasamente defendida, y en la toma del Castillo fué herido en una pierna el Capitán español D. Iñigo de Loyola, después funda dor de la ¡Compañía de Jesús, y más tarde venerado en los altares con el nombre de San Ignacio. Pása(1) E. Ibarra: España bajo los Ansirias, - 227 - ron luego a sitiar Logroño, que fué valerosamente defendido por D. Pedro Vélez de Guevara. La nobleza, fiel a D. Carlos, fué convocada rápida mente y formóse un ejército, dirigido por el duque de Nájera, que entró en el mes de junio en Navarra, llegando el día 30 a Escaroz. No esperaban allí la presencia, y mucho menos el ataque de los enemigos, por lo que, con objeto de descansar, acamparon y des armáronse, y cuando se disponían a comer fueron atacados por los franceses con tanta furia, que mal lo hubieran pasado a no ser por la maravillosa reac ción que experimentaron, combatiendo con ímpetu tan grande, que a pesar de la desventaja en que es taban por la impresión, lograron derrotarlos, apre sando a su jefe Mr. De Lasparre, que después con siguió la libertad por un precio de 10.000 ducados, que entregó a D. Francés de Viamonte, poderoso ca ballero navarro en cuyo poder estaba. ' Despidióse con esto el señor de Albrit de sus as piraciones a su antiguo trono, y comprendió que aun con la alianza del francés era él muy débil para lu char contra la poderosa España. Quedó con esto Na varra ya tranquila y siguió prestando su valioso con curso a las empresas que el Emperador planeaba, nu triendo con sus hombres parte de las huestes que en el reinado de D. Carlos habían de gastarse en nume rosas guerras y combates que en casi todas las partes del mundo el nuevo César había de librar. 63. Las Cortes de Navarra en 1552. — Cansá - 228 - base el Emperador y Rey del excesivo peso que su corona mantenía, por lo cual decidió descargarse de él o, por lo menos, buscar ayuda en su hijo el Prín cipe D. Felipe. Ejerciendo la regencia en el año 1543 con secretas instrucciones de su padre, se planteó el problema de la boda del Príncipe; su padre quería para él la hija del rey de Francia Francisco I, acaso para, de esta manera, terminar cuanto antes la larga e inútil serie de guerras que el francés, no escarmentado de mane ra suficiente en la para él trágica batalla de Pavía, promovía continuamente. Tampoco hubiera parecido mal a D. Carlos el matrimonio de su hijo con la única heredera de Enrique de Albrit, pretendiente ahora por herencia directa del antiguo rey de Navarra, porque así veíase libre para siempre de alguna posible inva sión del territorio navarro, siempre peligrosa, y más aún en el caso del Emperador, que casi nunca estaba en España, ausente siempre de ella, ya por política ya por luchas. No pareció bien a D. Felipe ninguna de estas dos proporciones y eligió, manifestándolo por escrito a su padre, a D.a María Manuela de Portugal, hija de Juan III, hermano de la Emperatriz y de D.a Catalina, hermana del Emperador, siendo por tanto primos hermanos doblemente, y ambos nietos de D.a Juana la Loca. Realizóse así la boda, pero no duró mucho el pri mer enlace. En 1545 nació el Príncipe D. Carlos, y cuatro días después, por una imprudencia de las ca mareras, moría la futura reina de España. - 229 — Quería el Emperador en la Dieta de Augsburgo de 1550 abordar el tema de la sucesión imperial en favor de su hijo D. Felipe, cuando tan viva oposición se le vantó contra este propósito de D. Carlos, que para evitar mayores males tuvo que renunciar a ello. En tonces piensa en la vuelta del Príncipe a España para que se formara en las artes del gobierno y cuanto antes poder descargar en él el peso de la real Co rona. Con el fin de ser jurado D. Felipe heredero —pro mesa que no tenía aun recibida de sus vasallos futu ros—, fueron convocadas en 1552 las famosas Cor tes de Navarra, en las cuales fué jurado heredero de todos los reinos, estados y señoríos pertenecientes a la Corona de España. Más tarde se celebraron nuevas Cortes en Monzón, y allí le fué repetido el juramento por los catalanes, aragoneses y valencianos, que sin dificultad alguna siguieron el ejemplo de los na varros. A partir de este momento, la intervención de don Felipe en los asuntos de España puede decirse que fué la del verdadero rey, habiendo dado, por lo tanto, las Cortes de Navarra comienzo a una de las más gloriosas épocas de la Historia de España, puesto que, pese a los numerosos detractores de D. Felipe, su figura se agiganta cada día más, a medida que la investigación va esclareciendo hechos y la crítica los sanciona. 64. Las libertades navarras y los reyes de - 230 - España. — Ei absolutismo de los Austrias fué seguído por los Borbones y acentuado, si cabe, en el sen tido de centralización. Respecto a Cortes, que en país de unas libertades como las de Navarra es el punto que más nos inte resa, diremos que Felipe V se valió de pretextos para no convocarlas cuando se le reclamaron en 1701. Cada vez más, aumentó la poca afición de estos Soberanos a la convocatoria de aquéllas, y así vemos que sólo ante acontecimientos, para los cuales eran imprescin dibles, se reunían. Fueron las de 1709 para jurar como heredero al Príncipe D. Luis; en 1712 para la renuncia de Felipe V a la corona de Francia. Una vez rey D. Fernando VI, no fueron convocadas ni una sola vez; Carlos III las reúne para prestar jura mento a su hijo, y Carlos IV congregó las del año 1789, pero redujo hasta lo ínfimo su misión. Las de Aragón y Cataluña se van olvidando, por desgracia, y podemos observar que, poco a poco, se van fundiendo con las castellanas. Unicamente Nava rra nos había de dar el ejemplo de su firmeza y de su constancia, que tanto le sirvió antes ya para escribir su gloriosa historia, y es en España la única región que conserva sus antiguas Cortes, si bien por culpa del abusivo poder centralizador y absoluto tienen tan escasa importancia que pueden considerarse como una tenue luz, triste residuo de la claridad que alum bró sus mejores tiempos. Como organismo superior de gobierno fueron crea das en Zaragoza, Valencia, Barcelona y Mallorca, - 231 - Audiencias regidas por Capitanes Generales y copia das de las que ya existían en Granada y Valladolid. También en esto había de distinguirse Navarra, y cuando en todos los reinos el dicho organismo fué implantado, respétase en aquélla la antigua autori dad de Virrey, que representaba el supremo poder del Monarca. Esta centralrzadora política que venimos observan do en todas las organizaciones, implantóse igualmente en el régimen de los municipios. La nación ofrecía a este respecto una variada estructura; mientras en Navarra y Vascongadas se sostenía el tipo de Conce jo abierto, interviniendo el pueblo directamente en la administración de sus intereses, en el resto de Es paña el poder municipal era ejercido por los Ayun tamientos. En esta época que nos ocupa, los concejos abiertos en Navarra y Vasconia se conservan sólo en pueblos menores de cien vecinos. Quisieron los Reyes poner término a tal situación, y lentamente se comenzó a democratizar municipios, creando los síndicos y diputados del común, que ha bían de ser nombrados por popular elección; siendo esta reforma el precedente de la votada y establecida en las Cortes de Cádiz de 1812. 65. La Guerra de la Independencia en Navarra. Hecho capitalísimo de la Historia, en el que todas las regiones pusieron su parte de heroísmo, contribu yendo cada una en la medida necesaria a destrozar a aquel ejército francés que jamás hasta entonces - 232 — había sido vencido, fué la guerra de la Independencia; porque ella sola había de arrojar más gloría que to das las campañas y todos los grandes descubrimien tos anteriores. Mas el que quiere conocer las preclaras páginas de la epopeya nacional, siente un contraste rudo que hay entre las intrigas palaciegas, las falsías y, debemos decirlo también, las traiciones de espíritus ruines, que obran sin otro interés que el personal, y la sublime generosidad y nobleza del pueblo español, que puso al servicio de la patria hasta las últimas gotas de sangre y los últimos alientos de su vida. Muy crítica era la situación de España en marzo de 1808. El rey Carlos IV acababa de abdicar entre motines del pueblo. El omnipotente Godoy había caído desde las cumbres del favor a las profundida des de la prisión de Villaviciosa, y un joven monarca, Fernando VII, llegaba al trono cuando un ejército extranjero ocupaba militarmente el país con objeto aparente de dirigirse a Portugal, aunque el instinto popular le atribuía el designio de conquista. El General Murat, lugarteniente del Emperador Napoleón en la península, había penetrado en ella, según los partidarios de D. Fernando, para favore cer la causa de éste en contra del partido de su padre. Sin embargo, Murat envió a Aranjuez a su ayudante con objeto de que se entrevistara con los Reyes pa dres, a los cuales sugirió la idea de protestar contra la legalidad de su abdicación. El débil Carlos IV fué - 233 - engañado una vez más y firmó la protesta aconseja da, con una fecha notoria y evidentemente falsa. Legalmente ocupaba el trono D. Fernando VII, mas las circunstancias le forzaban a tener que aspi rar a merecer, antes que el consentimiento de sus va sallos, el reconocimiento del Invasor. El lugarteniente de Napoleón se abstenía de reconocerle, y el Empe rador se negaba a admitir las credenciales que el Embajador del nuevo rey le presentaba. Prescindiremos de detalles que sería muy largo enumerar, y diremos tan sólo que por un lado los Reyes padres con el Príncipe de la Paz D. Manuel Godoy, y por otro Fernando VII con su pernicioso consejero el canónigo Escoiquiz, se pusieron en viaje para salir al encuentro del Emperador, que afirmaba venir a solucionar el conflicto, y como no lo encon traron porque Napoleón no tenía semejantes inten ciones, creyendo que los que llegaran antes al sitio imperial de Bayona serían reconocidos, atravesaron precipitadamente la frontera y se pusieron en poder del Emperador, sin necesidad de tener éste que salir de su casa para buscarlos. Entonces Murat recibió un corto escrito de su Se ñor, en el que aparecía una frase suficiente para de mostrar los planes de aquel hombre ambicioso, pero grande, que había conocido la ineptitud de las reales personas españolas: "Es una cosa esencial que la opinión se penetre de que España está sin rey". Fueron recibidos D. Carlos y su esposa María Luisa, en Bayona, con honores reales por parte de - 234 - Napoleón, quien llamando a D. Fernando lo colocó frente a éstos, y todos juntos, le echaron en cara la violencia que sobre sus personas se había hecho para conseguir la abdicación. No quiso, sin embar go, éste, devolver la corona a su padre, sin que am bos regresaran a España, donde, reunidas las Cortes, se haría la transición. Claro está que a Napoleón no convenía esta tác tica, y apenas se marchó el príncipe, dictó a D. Car los una carta negando a su hijo la facultad de de volverle una corona que no había recibido legalmente. En esto llegaron noticias de los graves sucesos del 2 de mayo, en Madrid, y el emperador llama con una cólera fingida a D. Fernando, y comienza una vergonzosa escena, en que los padres llegan a maldecir a su hijo y a ordenarle que inmediatamente hiciera la renuncia en favor de Carlos IV. Asustado por las graves amenazas, escribió un documento sen cillo, por el que devolvía la corona al que espontá neamente se la había cedido. El día anterior, ya Car los IV había cedido sus derechos al emperador, por lo cual la corona de España era desde aquel mo mento una más en el número que Napoleón había reunido. El día 9 de mayo, salieron para Fontainebleau Carlos IV, María Luisa y el Príncipe de la Paz. El 10, marcharon a Valencey, Fernando VII y los in fantes D. Carlos y D. Antonio. Los españoles, indignados por el proceder taima do de Napoleón, se aprestaron a defender con sus - 235 —* vidas los derechos de un príncipe, que no merecía tal sacrificio, y comienzan las heroicas escenas de la guerra franco-española. El ejército francés, valiéndose de la traición, había ido conquistando las principales fortalezas y posi ciones del país, aun en tiempo que los inocentes re yes seguían afirmando que las tropas de su querido amigo y aliado, el emperador de los franceses, esta ban en España para una empresa que mucha gloria les había de dar. El ejemplo más claro del procedimiento empleado por los franceses para adueñarse de los lugares que a ellos les convenía, nos lo presenta la toma de la Ciudadela de Pamplona. El general D'Armanac había llegado a esta ciudad con tres batallones. Después de alojadas sus tropas sin ninguna oposición en la capital, recibió secretas órdenes de apoderarse de la Ciudadela. Pidió auto rización al virrey, marqués de Vallesantoro, para en cerrar en dicha fortaleza dos batallones de suizos, de cuya disciplina afirmó que desconfiaba. Falló este plan a D'Armanac, porque el virrey no se atrevió a conceder la autorización que se le pedía; mas pronto el francés concibió una nueva treta, que había de darle mejores resultados. Diariamente entraban en la Ciudadela soldados franceses, en busca de las raciones de pan, que en ella les suministraban. Una mañana, entraron, como de costumbre, llevando bajo los capotes armas ocul tas. Mientras tanto, otros se entretenían fuera, arro - 236 - jándose, al parecer inocentemente, bolas de nieve, que en gran cantidad había caído. Colocáronse sus compañeros a presenciar el infantil juego, precisa mente sobre el puente levadizo, impidiendo de ecta forma que pudiera ser éste levantado. En el momento preciso, fué muy fác;l arrojarse sobre la descuidada guardia, y con ayuda de las ar mas que habían pasado escondidas, mientras unos los desarmaban, otros se imponían en el interior y daban tiempo a que llegara el resto de los suyos que ocultos en casa del marqués de Besolla, donde D'Armanac se había alojado, estaban. No es de extrañar, pues, que con esta clase de procedimientos ocuparan muy pronto, sin ningún tra bajo, posiciones que la inconsciencia o tontería del soberano español, que seguía considerándolos como amigos, mandaba respetar, por no contrariar a su fiel aliado. Decretada por Napoleón la entrega del trono de España a su hermano José, comenzó el período ál gido de la rebelión y de la lucha. Convocadas Cor tes, se dio lectura a un proyecto de Constitución compuesto de trece títulos y 128 artículos (1). El título xi establecía la unidad de Códigos civil, cri minal y de comercio; sin embargo, el artículo 144 establecía la excepción a favor de los Fueros de las provincias Vascongadas y de Navarra, los cuales sub (1) Al aprobarse la Constitución quedó aumentado el nú mero de artículos hasta 146. Fué jurada el 8 de junio. - 231 — sistirían en tanto que las Cortes acordaban lo más conveniente. Al comenzar junio de 1808, las fuerzas francesas introducidas en la península eran de 161.353 hom bres y 21.580 caballos. Movilizados los invasores, Verdier se adueña de Logroño; La Salle se apodera de Torquemada; Merle toma a Santander, y Lefebvre, después de derrotar a los españoles en Tudela y Alagón, pone sitio a Zaragoza. El segundo cuerpo, mandado por Dupont, se en caminó a Andalucía. Las maniobras de los españoles le obligaron a retirarse a Andújar, y el general Cas taños ocupó Bailen. Dupont, ignorando esta conquis ta, emprendió la retirada hacia dicha ciudad, y al amanecer del 19 de julio, les salieron al encuentro las tropas de Reding; trabóse la pelea, que duró hasta el mediodía, y Dupont, desesperado por no recibir auxilio, pidió una suspensión de hostilidades, que le fué concedida. El día 22 se firmó la capitula ción. y el ejército francés rindió las armas. Este triunfo animó a los bravos españoles, y toda la península ardía en horrorosa lucha. Inglaterra, por luchar contra su eterna enemiga Francia, mando un ejército, que ayudó no poco a la derrota del francés. Si Navarra y las Vascongadas retardaron algún tiempo su alzamiento, fué por ser limítrofes con Francia y tener tomadas sus dos plazas fuertes prin cipales; auxiliando, a pesar de esto, a las provincias sublevadas, eficazmente, hasta que, más desembara - 238 - zadas ellas, demuestran por si solas el amor patrio que como a todas animaba. Las Juntas generales que se habían creado en cada provincia, para tener más homogeneidad, se reúnen en una llamada Junta central, formada por treinta y cinco representantes. Viendo Napoleón el mal cariz que los asuntos de España tomaban para sus armas, se decidió a ponerse al frente del ejército, que con los refuerzos añadi dos llegaba entonces a 300.000 hombres. Entra, pues, el Emperador, dispuesto a terminar cuanto antes la guerra de España, y desde Burgos ordena una serie de operaciones para combatir al ejército español del centro, único a la sa*zón fuerte, despúes de los descalabros que había sufrido el de la izquierda. El mariscal Lannes, con las tropas de Lagrange y Colbert, del sexto cuerpo, con las del tercero, que mandaba Moncey, y con la división de MauriceMathieu, reúne en Lodosa, el 20 de noviembre, unos 35.000 hombres, que habían de operar en combina ción con los 20.000 del rtiariscal Ney, que por Soria marchaba en dirección a Navarra. Presentados algunos escuadrones en las cercanías de Tudela, el general Castaños colocó a sus volunta rios aragoneses con la quinta división de valencia nos y murcianos, que hacían un contingente de 20.000 hombres, en la parte más alta, frente a la ciudad; la cuarta división, de 8.000 hombres, manda da por Peña, en Cascante, y en Tarazona, las otras — 239 - tres divisiones, mandadas por- Grimarest, que en to tal sumaban 14.000. Atacó el general Maurice-Mathieu, y la quinta di visión, con los batallones de aragoneses, resistió tan bravamente, que rechazó y persiguió a los franceses, hasta que, reforzados por el general Morlot, reaccio naron y destrozaron nuestro centro. Castaños tuvo que refugiarse en Borja, y Peña era batido en Cascante por el general Lagrange, y si el mariscal Ney no se hubiera detenido un día en el camino, las divisiones de Grimarest hubieran sido copadas en Tarazona, perdiéndose así totalmente el ejército central. Tal fué el resultado de la batalla de Tudela, el 23 de noviembre de 1808, que abrió a los franceses el camino de la capital de España, siendo el 4 de diciembre la fecha de su capitulación. Además, per mitió a los invasores llegar hasta Zaragoza, y co menzar en este mes el segundo sitio de la heroica ciudad. Muy pronto, noticias recibidas de Austria, obli garon al emperador a marchar rápidamente a París, y la conquista volvió con esto a sus cauces lentos e inseguros. Adelantaban poco las armas napoleónicas ante el increíble arrojo de los españoles, pero con todo, hubiéranse éstos visto pronto sojuzgados por la po tencia del enemigo, si Francia no hubiera sido de nuevo atacada por otra coalición europea. Retiró el emperador refuerzos de España, para gastarlos en la - 240 - campaña que comenzaba, y humilladas sus armas en la batalla de Leipzig, pensó seriamente en abandonar sus aspiraciones al dominio de esta nación, y con certó con Fernando VII su libertad, reintegrándose éste a la patria, que había sido destruida por su cau sa; mientras él, desde Valencey, escribía a Napoleón felicitándole por los triunfos que su ejército lograba sobre los nobles defensores suyos (1). Con razón, años más tarde, confesaba Napoleón: "No acerté, al secuestrar al joven rey; sino que debí dejar que lo conociese todo el mundo, para desen gañar a los que se interesaban por él" (2). 66. El carlismo y sus campaña».—«Quiso don Fernando VII, que sólo tenía como heredera a la infanta Isabel, asegurarle la sucesión del trono; y (1) En el Monitor de París se 'publicaron algunas cartas como la que copiamos a continuación, y que, como dice don 'Modesto La fuente, fueron desconocidas entonces en España. En el número del 5 de febrero de 1810, aparece en el Menitor la carta siguiente de D. Fernando, dirigida a Napoleón: " Señor: El placer que he tenido viendo en los papeles pú blicos las victorias con que la Povidencia corona sucesiva mente la augusta frente de V. M. I. y R. y ol grande inte rés que tomamos mi 'hermano, mi tío y yo, en la satisfacción de V. M. I. y R. nos estimula a felicitarle con el respeto, el amor, la sinceridad y reconocimiento en que vivimos bajo la protección de V. M. I. y R. Mi hermano y mi tío me encargan que ofrezca a V. M. su respetuoso homenaje, y se unen al que tiene el honor de ser con la más alta y respetuosa consideración, Señor, de V. M. I. y R. el más humilde y más obediente servidor. — Fernando. — Valencey, 6 de agosto de 1809". (2) Memorial de Santa Elena. - 241 — para ello, publicó una Pragmática Sanción, decretada por Carlos IV, a petición de las Cortes de 1789, por la cual se restablecía la antigua legislación de Es paña sobre Ja sucesión de las hembras, en contra de la hasta entonces acatada ley Sálica. El infante D. Carlos, hermano del rey, protestó de esta maniobra de D. Fernando, y le participó que después de su muerte no respetaría esta disposición y se dispondria a la lucha para conseguir el trono que sus derechos le habían de deparar. Enfermó Fernando VII, y un desmayo del rey vino a hacer creer a todos que había muerto. D. Car los y sus partidarios celebraron el triunfo que creían próximo, pero D. Fernando volvió en sí y comienza una rápida mejoría. Percatáronse los reyes entonces del peligro que la presencia de D. Carlos para su hija suponía, y se obligó a éste a salir de España, llegando, en efecto, el 29 de marzo de 1833 a Lisboa. Comienza una co rrespondencia entre los dos hermanos, que dejaba traslucir abiertamente los sentimientos de éstos; don Fernando, mandándole con dulzura que prosiguiera su viaje hasta los Estados pontificios inmediatamen te, y D. Carlos, alargando cuanto podía, con disi mulo primero y descaradamente después, su aleja miento de Portugal, lugar en que, por su indepen dencia y su proximidad a España, estaba perfecta mente (1). (1) ¡Es curiosísima la correspondencia de los dos herma nos en este período, llegando D. Fernando desde el cariñosí16 - 242 - Murió a poco Fernando VII, y con arreglo a su testamento, quedó su mujer, Cristina, gobernadora del Reino y tutora de sus hijas. Los partidos polí ticos se prepararon a la lucha; D. Carlos fomentaba la ruptura, y muy pronto estalló en forma asoladora. A cada dispersión de una partida carlista, surgían varias por distintas partes; claro está, que Navarra llevaba la primacía en esto, pudiendo considerarse como la patria del carlismo. Aumentaban los defen sores del pretendiente, de día en día, y molestaban sin cesar al enemigo, porque con su agilidad y estilo propio del combate en guerrillas, le obligaban a una porción de marchas y contramarchas fatigosas. La primera guerra carlista, durante el año 1838. había registrado como sucesos de mayor relieve, en Navarra, la toma de Peñacerrada por el general Es partero, y la derrota del general carlista Guergué, que acudió a auxiliar la citada plaza. Era el general en jefe de D. Carlos,, el bravo Maroto, pero por los sucesivos desgastes que su ejér cito se vió obligado a sufrir, llegó a un punto en que sólo podía realizar una labor defensiva con sus 8.000 hombres. En 1839, perdieron los carlistas, por la parte de Navarra, a Belascoain, y por la derecha de su línea, los fuertes de Ramales y Guardamiro. Desconfiábase, por calumniosas delaciones, de la fidelidad de Maroto, y en los primeros días de agosto / — ^imo encabezamiento "<Mi muy querido hermano mío de mi vida, Carlos mío de mi corazón", al seco y autoritario de "Infante de España". - 243 - del ya dicho año, se sublevaron contra él los bata llones 5.°, 11.° y 12®, de Navarra, y algunos ele mentos guipuzcoanos renegaron también de la dis ciplina. En este estado de cosas, el general Espartero ini cia con mayor intensidad su movimiento de avance,, y con la conquista por las tropas liberales de la plaza de Durango, entra en el ánimo del general carlista la persuasión de que eran inútiles cuantos esfuerzos realizaran. Exigía Maroto, como condiciones previas para la paz, el mantenimiento íntegro de los Fueros y la se guridad de que serían respetados los grados obteni dos por los oficiales del ejército carlista. Requerida Francia para mediar en la solución de la contienda, añadió a éstas la condición de que D. Carlos renun ciara al trono, y que el heredero de éste contrajera matrimonio con la reina doña Isabel. El Gobierno inglés, llamado también a deliberar en el asunto, no estuvo conforme con la proyectada boda, y redujo sus proposiciones a las presentadas por el general carlista. Puestos de acuerdo en este sentido, Maroto y Es partero, accedió al ajuste firmado en Oñate y con firmado más tarde en Vargara. Este famoso convenio constaba de las siguientes estipulaciones: se obligaba Espartero a recomendar al Gobierno la concesión o modificación de los Fue ros. Se reconocían los empleos y recompensas a to dos los individuos del ejército carlista. Como en la - 244 — fecha en que se firmaba el pacto, seguían en armas las divisiones de las provincias de Alava y Navarra, habían de regir para ellas, si se presentaban, las mismas estipulaciones que se habían concedido. Fi nalmente, se pondrían a disposición del general Es partero los parques de artillería y depósitos de armas que pertenecían al ejército de Maroto. Ante este hecho, que significaba la pacificación, D. Carlos abandonó el país, no sin quejarse de que "al oro extranjero y al precio vil de la conservación de algunos grados" se habían vendido los carlistas, y con ellos su Dios, su Rey,, su Patria y sus Fueros (1). D. 'Carlos había renunciado sus derechos en favor del hijo y heredero suyo, de su mismo nombre, que se conoce en la Historia con el titulo de conde de Montemolín. Pensando D. Francisco de Asís, esposo de la reina doña Isabel, realizar un acercamiento que juzgaba beneficioso, entre D. Carlos y el trono, comenzó una serie de imprudentes negociaciones, que hicieron aumentar el número de personas que simpatizaban con el carlismo, poniendo a éste en disposición de actuar en favor de sus intereses. D. Jaime Ortega, capitán general de las Baleares, apareció aliado a la causa del pretendiente; y en Palma de Mallorca se unió con D. Joaquín Elío, con duciendo las tropas de su mando a San Carlos de la Rápita, donde desembarcaron el 2 de abril. Los v (1) Zabala: Historia Contemporánea de España. - 245 — soldados,, que ignoraban la causa de la expedición, cuando la conocieron por unos vivas dados a don Carlos, contestaron con vivas a la reina Isabel, y esta disposición motivó el fracaso del alzamiento iniciado. Por si esto fuera poco para la causa carlista, en los comienzos del año 1861 fallecieron el preten diente, su esposa, D. Fernando, hermano de aquél, y no quedó más representante del legitismo que don Juan de Borbón, hermano del conde de Montemolín. Descontentos los carlistas por las ideas y procedi mientos de éste, lo exoneraron y aclamaron a su hijo, con el nombre de Carlos VII, dando lugar con ello a la tercera guerra carlista. Al alzamiento que esta proclamación acarreó, acu dió, con objeto de sojuzgarlo, el duque de la Torre. Desde abril de 1872, habían aparecido en Navarra y Vascongadas los absolutistas, en armas otra vez, con nuevo ímpetu. Penetró D. Carlos por la frontera de Ascain, y se dirigió a Oroquieta, donde fué dete nido por el general Moriones, que le obligó a regre sar precipitadamente a Francia. Luchóse, no muv intensamente, por el lado de Vizcaya, y por fin, se ajustó el convenio de Amoravieta (1), con las esti pulaciones que eran corrientes, y que fueron presen tadas en la siguiente forma: "1.° Se concede indulto general a todos los in surrectos carlistas que se hayan presentado, los cua (1) (El 24 de mayo de 1872. - 246 — les serán provistos de un documento para que nadie les moleste. 2.° Gozarán de igual beneficio los que en adelan te se presenten con armas o sin ellas, a los cuales se les dará todo género de garantías para su segu ridad. 3.° Los que hubieran venido de Francia, podrán volver o quedarse en España, y al efecto, se les proveerá del salvoconducto necesario, para que por nadie sean molestados. 4.° Los Generales, Jefes y Oficiales y demás indi viduos de tropa que, procedentes del Ejército, se hu bieran alzado en armas en favor de la causa carlista, podrán ingresar de nuevo en el Ejército, con los mis mos empleos que tenían al desertar. 5.° La Diputación de Vizcaya, se reunirá, con arreglo al fuero, so el árbol de Guernica, y deter minará el modo y manera de pagar los gastos que ha ocasionado la guerra con motivo de la insurrec ción." No convenció este final a D. Carlos, y penetrando en España de nuevo, se dirigió a Bilbao, y la guerra civil adquirió nuevos bríos en su siempre bien abo nado campo de Navarra, Vascongadas y Cataluña. En Cortes, que por entonces había convocadas con objeto de fortificar la República que del caos poli tivo había nacido, se dió cuenta a la Cámara de la situación del país; de cuya exposición resultaba, que las provincias Vascongadas y Navarra se hallaban en su totalidad en poder de los carlistas, y que éstos — 247 - amenazaban Castilla, por la parte de Burgos, y pasa ban el Ebro cuantas veces querían, destrozando los campos de Aragón y Cataluña. No paró en esto el auge del poder del pretendien te, sino que, dueñas sus huestes de Portugalete, pu sieron sitio a Bilbao, y Moriones, que acudió en su socorro, fué vencido en San Pedro Abanto, y poco después, el duque de la Torre quedaba mal parado en los campos de Somorrostro. Por fin, el marqués del Duero lo libertó, penetrando en su recinto, y ale jando a las tropas carlistas. Continúa hasta los últimos días del año la guerra fratricida en Guipúzcoa, y allí sufre D. Carlos una grave derrota al intentar la toma de Irún; sigue tam bién en Navarra, cuya capital cercaban las tropas del pretendiente; y en forma mucho menos vigorosa, se mantiene, con pequeñas escaramuzas, en Cataluña, Castilla y Andalucía. En 1878, de nuevo la guerra se siente reanimada por algunos hechos favorables a las armas carlis tas, pero el general Martínez Campos, que operaba en Cataluña, se apodera de Olot, iniciando una sagaz política de atracción; y más que nada afirmó a don Carlos en la creencia de que su causa estaba perdida, el abandono del Generalísimo de sus ejércitos, el prestigioso jefe D. Ramón Cabrera, que reconoció, deseoso de paz y de descanso, la Monarquía de Al fonso XII, proclamado en Sagunto por el General Martínez Campos, como medio único de poner fin al - 248 - estado caótico en que se encontraba la política en Es paña. Los liberales realizan entonces hermosas conquis tas, como por ejemplo la de Estella, debida al arrojo del valiente General Primo de Rivera, y todos estos desastres que para el absolutismo se sucedían, deter minaron en D. Carlos la decisión de abandonar la tantas veces pretendida tierra española, acto que rea lizó el 28 de febrero del año 1876, retirándose a Pau, mientras D. Alfonso recorría los campos de batalla, y regresaba a Madrid, acompañado de brillante repre sentación del ejército victorioso. 67. Navarra hasta nuestros días. — Muerto prematuramente el rey D. Alfonso XII, asumió la regencia su viuda D.a María Cristina. "El estado de feliz esperanza de esta señora, cuya sola descendencia anterior eran dos niñas de 5 y 3 años„ abría a la su cesión del trono un paréntesis de incertidumbre, que la ciencia misma era impotente para cerrar hasta des pués de transcurridos más de cinco meses" (1). El 17 de mayo de 1886, poco después del medio día, nació el Príncipe que había de reinar con el nom bre de Alfonso XIII. Reciente todavía el destronamiento del último Rey de España, no es momento propicio para juzgar su reinado. Unicamente diremos que durante él, el afán centralizador continuó absorbiendo las libertades re (1) Zabala. Ob. cit. CATEDRAL DE PAMPLONA. PUERTA CLAUSTRAL DE NTRA SRA. DEL AMPARO - 249 — gionales, sobre todo en el largo período dictatorial. Proclamada la República, se inicia una corriente revolucionaria, que originará probablemente grandes cambios en nuestra patria. Siendo una de las institu ciones que quizá sienta de modo más radical la re forma. la Iglesia, a cuya defensa se aprestan los ca tólicos; y los navarros,, reunidos bajo el histórico árbol de Guernica, con el lema ^Dios y Fueros", acordaron redactar un Estatuto que, en intima unión con los vascongados, mantenga esas libertades sa gradas por las que Navarra luchó constantemente. En la vida nacional se abre un misterioso interro gante que la crisis del mundo presenta inquietador; pero el porvenir no debe acobardarnos, sino animar nos a prestar ayuda, confiando siempre en las ener gías de la vieja España, que sabrá vencer las nue vas dificultades, como triunfó siempre de todas las que a su paso, en el camino de la Historia, le sa lieron. CAPITULO XV Derecho y cultura en este período. 68. Derecho vigente. — 69. Bellas Artes. — 70. Lite ratura. 68. Derecho vigente. — Ya decíamos que el Fuero general de Navarra no ha llegado hasta nos otros en su forma primitiva. Se hicieron dos refor mas, llamadas "Amejoramientos del Fuero", por D. Felipe III,. en 1330, y por D. Carlos III, en 1418. Este segundo Amejoramiento no está en vigor. Además de los fueros hay otra fuente del Dere cho navarro que son las leyes. Se decretaban por el Rey a instancia de las Cortes, y de ellas se hicieron varias recopilaciones. Es digna de especial mención, entre ellas, la "Noví sima Recopilación de las Leyes del Reino de Nava rra", hecha por D. Joaquín de Elizondo y publicada en 1735, después de haber sido aprobada y confir mada por las Cortes de Estella. Después de esta recopilación siguieron promulgán dose leyes, que formaron ocho cuadernos, que com prenden las de los años 1724 a 1829. - 252 - La ley de 25 de octubre de 1839 confirmó los Fue ros de Navarra, "sin perjuicio de la unidad constitu cional de la Monarquía", y autorizó al Gobierno para introducir en la organización política y administra tiva las variaciones necesarias, de acuerdo con los representantes locales. Por virtud de tal autorización, se dió la ley de 16 de agosto de 1841 y el Real de creto de 29 de octubre del mismo año (1). Forman el Derecho civil vigente en Navarra las disposiciones siguientes: I. Leyes modernas, dadas en Cortes generales, y ley paccionada de 16 de agosto de 1841. II. Leyes posteriores a la Novísima Recopilación. III. Fuero general y amejoramientos. IV. Derecho romano. V. Leyes de Partida. VI. Código civil español. Son navarros los hijos de padre o madre nava rros nacidos en el territorio, y los que tengan carta de naturaleza de las Cortes de Navarra o de la Di putación; además, los que ganen ciudadanía navarra, según el Código civil español. La vecindad forana es de tres clases: procedente de residencia personal; procedente de tener bienes para dejar a cada hijo de la casa un casal y tierras; procedente de tener una sola casa del pueblo, cercada de soto. Sánchez Román niega que exista la vecindad fo (1) S, 'Minguijón, ob. cit. - 253 - rana; el Tribunal Supremo la reconoció por senten cia de 24 de mayo de 1867. La mujer casada no puede adquirir, sin licencia del marido, sino a título lucrativo, ni puede gastar por sí para necesidades de la casa más de dos robos de harina,, ni para otros fines más de un robo de salvado. El padre, al convolar a segundas nupcias, pierde la tutela y administración de los hijos del primer ma trimonio, y, si no les reparte los bienes, forma con ellos sociedad continuada y han de participar por igual con los del segundo matrimonio en las ganan cias de éste, en tres partes: una para el padre y otra para cada estirpe de hijos. Los padres y los hijos se deben entre sí alimentos, pero los hijos no tienen esa obligación si los padres venden o empeñan sus fincas. Los labradores están exentos de la obligación de ser tutores; pueden serlo si se prestan a ello. La retribu ción de los tutores es el 5 % del producto líquido de la renta del pupilo. Para ser arrendados los bienes de menores, han de ser sacados en arrendamiento a pública subasta por pujas a la llana, en la Casa del Lugar, previo pregón, con plazo de veinte días. En la Montaña navarra hay vestigios de Consejo 'de familia; cuando ambos cónyuges mueren intesta dos dejando hijos, la Junta de Parientes de ambas líneas designa el heredero y fija la legítima de cada - 254 - uno de los otros; suelen reunirse dos parientes por cada línea. Las edades de derecho en Navarra son los 7, 14 y 25 años. Los mayores de 14 y menores de 25 rigen su capacidad por el Derecho romano. Bastan para acreditar la posesión dos vecinos de buena fama. El dueño de una heredad puede cambiar la servi dumbre de paso que tenga ésta en favor de otro fundo, mientras el nuevo paso que dé no cause per juicio o molestia grave a los interesados. Cuando precisa dar paso para una heredad, el dueño ide ésta dará voces desde ella, y por donde llegue el primer hombre que acuda al llamamiento será dado el paso. No hay derecho a pastos en heredad ajena sino en las abiertas, después de levantadas sus cosechas o ¡cubierto el fruto que el ganado pudiera hacer daño. No es permitido poner colmenas dentro de 200 va ras de radio de un colmenar existente, ni otro col menar dentro de las 300 varas. La donación de más de 300 ducados requiere insi nuación judicial y otorgamiento por escritura pú blica, si no es para matrimonio o transacción de plei tos ; en caso contrario, la donación entera es nula. La donación de padres a hijos es irrevocable y no colacionable; pero los padres viudos no pueden dar a un hijo bienes' del abolorio sin licencia de los demás hijos. Pueden testar libremente la mujer mayor de 12 años y el hombre mayor de 14, Vale el testamento no - 255 — escrito, hecho por un enfermo ante dos testigos o ca bezaleros, pero éstos deben protocolizarlo ante No tario con testigos instrumentales, como si los cabeza leros juntos fuesen el testador. Enfermos o sanos pueden escribir su testamento o hacerlo escribir,, pre sentes los cabezaleros; y, si alguno lo impugna, éstos deben citarlo a la puerta de la iglesia y allí leer el testamento ante testigos, jurar, de cara a la gente, que aquél es el testamento del difunto y darlo por con firmado, pues ese juramento basta. Si están enfer mos, pueden jurar en su cama. En despoblado, basta para causar testamento, la manifestación de la vo luntad del testador, dicha ante tres testigos de cual quier sexo que no tengan interés en el testamento; si uno es clérigo de buena fama, bastan dos testigos. El testador casado y con hijos puede encargar a su cónyuge que designe heredero y fije las legítimas de los otros. Cabe también entre los cónyuges la insti tución de heredero del premoriente al sobreviviente. Es plena la libertad de testar. Los padres pueden ins tituir herederos aun a extraños; la legitima de los hijos es cinco sueldos carlines y sendas robadas de tierra en monte común. Cada cónyuge, durante su viudez, tiene el usu fructo de todos los bienes del otro, ha de comenzar el inventario de esos bienes dentro de los cincuenta días siguientes a la viudez y acabarlo en no más de cincuenta días desde que lo comenzó. Son bienes de abolorio los que posee el abuelo,, cuyo hijo ha muerto dejando hijos. Son bienes de patri- - 256 - moni o los que el padre tiene heredados del abuelo o donados por éste. Son bienes conquistados los obte1nidos por otros títulos que no sean herencia o dona ción de padres o abuelos. Según fuero, los bienes de patrimonio o conquis tados no son heredados abintestato por los ascendien tes, sino por los colaterales más próximos; pero se gún la Novísima Recopilación, suceden en esos bienes los hermanos, y a falta de ellos los padres; éstos su ceden también a ios hijos en los demás bienes, menos en los troncales y dótales, pues en estos dos suceden los parientes más próximos de la respectiva linea. Si alguna persona hiciese donación por causa de matrimonio y el donatario muere sin hijos, el donan te recobra la donación. En la linea colateral heredan abintestato los parientes más próximos, sin derecho de representación. Los arrendatarios son de enero a enero en fincas rústicas, con renovación cada año para no causar prescripción. El laudemio por venta de feudo enfitéutico es del 2 % del valor actual de la finca. El enfiteuta debe notificar el proyecto de venta al señor directo. Es admitido el comiso para cobrar el principal, ren tas atrasadas y costas, si está pactado en instrumento público. La pensión del censo consignativo es del 5 %. Por instrumento público han de constar el censo, la en trega del capital ante el Notario y ser gravada con el censo una cosa inmueble y productiva; son nulos to - 257 - dos los pactos agregados que agraven la condición del censatario; este censo es siempre redimible a volun tad del deudor, con aviso previo de dos meses y obli gación de redimir dentro del año de haber avisado. Es extinguible también por prescripción. En el cen so reservativo, el censalista tiene derecho de comiso en ganados, o en el fundo mismo si le debe el censa tario dos anualidades; pero si el censatario las paga y el censalista acepta el pago, ha de cesar el comiso. El perdidoso en juego de envite o azar puede re clamar del ganancioso lo que perdió; son juegos de envite y azar los de dados, carteta, vueltos y al parar. Pueden ser fiadores los mayores de catorce años. El fiador puede oponerse a que su fiado grave o enajene sus bienes. El fiador de otro no puede ser su abogado en el pleito de aquella deuda. No pueden ser objeto de prenda los ganados destinados a la la branza. Causan prescripción adquisitiva veinte años entre presentes y treinta entre ausentes. Causan prescrip ción adquisitiva en favor del plantador de viña en he redad ajena tres años, si el dueño de la heredad du rante este tiempo entraba y salía en el pueblo y no se opuso. Prescribe por un año la acción del comodante para reclamar pérdida o daños de la bestia dada en comodato (1). 69. Bellas Artes. — Respecto a la arquitectura (1) J. Moneva, ob. cit. 17 — 258 - en este período, ya citábamos (cap. XII) las ruinas del monasterio de la Oliva (siglo xv) y nada más he mos de añadir, pues las obras arquitectónicas del re nacimiento carecen de importancia en Navarra. Sír vanos de ejemplo la fachada neoclásica de la catedral de Pamplona. En Navarra se manifiesta floreciente la escultura gótica del siglo xv, en la cual se revela poderosa mente la influencia de la escuela flamenca. En los comienzos del siglo xv presenta el arte na varro al escultor de Tournai Janin de Lomme, de quien Bertaux ha comprobado que fué escultor de cámara del rey Carlos III el Noble. Parece verosímil que este maestro belga pasara por la escuela de Borgoña„ aun cuando Bertaux lo niega (1). Por lo de más, bien pocas noticias tenemos de su persona. Sa bemos que en 1411 había esculpido ya una imagen del Bautista, para Carlos el Noble, desgraciadamente perdida, y que cinco años después (1416), comenza ba el sepulcro del monarca, que había de ser su obra maestra. Hoy es, por otra parte, la creación capital de escultura del foco artístico en que aparecieron Campin y Weyden, y, por lo tanto, uno de los jalo nes esenciales del renacimiento septentrional. El monarca y su esposa, con las manos unidas, descansan en un gran lecho rectangular de mármol oscuro, que hace resaltar el blanco purísimo de los (1) Kad Woermann: Historia del Arte. Tomo IV, li bro III, B. - 259 - bultos y de la decoración restante. Dos grandes do seles protegen la cabeza de los difuntos, y en las paredes laterales, otros más pequeños coronan las estatuillas de llorones, separados por los delgados pilares. A Janin de Lomme se le atribuye también el se pulcro de Lionelo de Navarra y de su esposa doña Elfa de Luna, de la misma catedral de Pamplona, y el del canciller del reino D. Francisco de Villaespesa y de su mujer, en Tudela. Como obra de su taller se citan las esculturas de la fachada norte de aquella catedral (1). En el período plateresco, podemos señalar al na varro (o francés, según otros) Esteban de Obray, autor de la sillería del coro del Pilar de Zaragoza. La sillería del coro de la catedral de Pamplona co rresponde a este período. •Con el pamplonés Miguel de x\nchieta (-J- 1598) surge en Navarra un artista indígena, de tempera mento español fuertemente pronunciado, y cuyo cru cifijo, de madera pintada, de la catedral de Pam plona, representa al Salvador expirante, con la ca beza inclinada y el cabello caído sobre la frente, ya en una convulsión rígida. Miguel de Anchieta es notable por la fuerza de expresión en sus imágenes, como lo patentiza,, entre otras obras, en Burgos y Aragón, el suntuoso retablo de la iglesia parroquial de Tafalla. (1) H. Stegimann: La escultura de occidente, VI, 24, c. - 26Ü - En cuanto a la pintura, citaremos el retablo de la capilla del canciller Villaespesa, en la catedral de Tudela (hacia el año 1426), en el cual campea el estilo flamenco, importado allí sin duda por la soli citud de Carlos el Noble, que se rodeaba de artistas de variadas escuelas. ¡Reflejos del mismo estilo fla menco descúbrense en el retablo mayor de la citada catedral, pintado a fines del siglo xv por Pedro Díaz de Oviedo (1). 70. Literatura.—La literatura no alcanza gran desarrollo en Navarra, siendo relativamente pocos, comparados con el cúmulo de escritores nacionales, los navarros sobresalientes en este aspecto de la cultnra. Tal vez se deba esto a la gran importancia que alcanzó la lengua vasca y al carácter peculiar de los naturales, más práctico que teórico, antes preparado a la acción que a las sedentarias tareas del escritor. Bastará que citemos a S. Francisco Javier para comprender el carácter navarro. Diremos algo, sin embargo, de los escritores na varros (1). Tenemos, en primer lugar, a fray Diego de Estella (1523-1578),, que trocó su apellido, Ballestero, por el de su ciudad natal, al profesar como francis cano. Su obra capital es las Cien meditaciones devo tísimas del amor de Dios (1578), que tiene el defecto (1) F. Naval, ob. cit. (1) (Vide Hurtado y Patencia, ob. cit. — 261 — de excesiva erudición en muchos casos, aunque por su método ordenado y por su expresión clara y atildada, pase el autor por uno de los escritores as céticos que mejor manejan la lengua castellana. Tam bién escribió De la vanidad del mundo, muy leído por las personas piadosas, y la Vida y excelencias de San Juan Evangelista. Mayor importancia tiene Pedro Malón de Echaide. Nació en Cascante y profesó en el convento de San Agustín, de Salamanca (1557); fué discípulo de fray Luis de León, y, más tarde, catedrático en las Uni versidades de Huesca y Zaragoza; ocupó altos car gos en la Orden y adquirió gran fama como predi cador, como teólogo y como poeta. Murió en Bar celona (1589). Su nombre como escritor lo debe al Libro de la Conversión de la Magdalena, "libro—dice Menéndez y Pelayo—el más brillante, compuesto y aseado, el más alegre y pintoresco de nuestra literatura devota; libro que es todo colores vivos y pompas orientales, halago ponderable de los ojos". De otros libros, perdidos,, del padre Malón, pa rece que se encuentran huellas en Discursos predi cables y la Hierarchia celestial, del padre Jerónimo de Saona, que acaso trasladara a sus obras los ma nuscritos de su compañero de hábito Malón de Echaide. Citaremos también a Juan de Hitarte de San Juan (1530P-1591 ?), natural de San Juan de Pie de Puer to. Tomando por modelo a Galeno, escribió su Exa — 262 — men de ingenios para las ciencias (1575), muchas veces reimpreso en los siglos xvi y xvn, y tradu cido a numerosas lenguas. Huarte, es uno de los médicos más cultos y filó sofos de su tiempo; por su lenguaje selecto y puro, puede considerársele como modelo literario. Muchas de sus ideas se consideran como una adivinación de la pedagogía moderna. Debe ser considerado como precursor de la Antropología y de la Psicofísica. Mucho más moderno es el escritor con que vamos a terminar estas breves notas. Nos referimos a Fran cisco Navarro Vil!oslada (1818-1895). Navarro Villoslada, natural de Viana, fué perio dista católico, y fundador, con Gabino Tejado, de El Pensamiento Español. Incluye las tradiciones vas cas en su novela Doña Blanca de Navarra (1847). Tanto en ésta, como Doña Urraca de Castilla (1849), tienen gran sabor arqueológico. Al fin de su ca rrera,, publicó Aniaya, o los vascos en el siglo V I I I (1877), verdadera epopeya de Euscaria, puesta en el momento de unirse en el Cristianismo la raza visigoda con la vasca, frente al poder del Islam. García Jiménez, señor de Abarzuza y las Amezcoas, Teodosio de Goñi, Amaya, Eudon, Ranimiro, Pelayo, Petronila... son seres con vida propia, que pa recen salir del marco de la fábula para incorporarse al de la historia. Epílogo Toca a su fin nuestro trabajo. A lo largo de éstas páginas, han desfilado los personajes de la Historia, dejando a su paso un recuerdo de gloria y de ideal. Nos resta solo, contemplar en una última ojeada, el vanado conjunto de consideraciones, que el estu dio de Navarra puede ofrecer. Dos han sido, principalmente, las banderas de fendidas con la indómita bravura de la raza, y la firme constancia del que fía el triunfo en su tesón. Dos banderas, que teñidas por la sangre de incon tables defensores, España recogió de los cansados brazos de unos reinos, que por ellas, se habían agotado en siglos enteros de lucha y agitación, ¡Independencia y Libertad! ¡Los dos grandes amores de Navarra! Por su independencia luchó siempre con heroís mo sin igual, y de nadie sufrió dominación. Ella enseñó a los invasores el respeto que debían a su suelo; ella ocupó la vanguardia en la gloriosa epo peya de la Reconquista; ella se impuso con las ar mas a cuantos la quisieron sojuzgar. Difícilmente podrá encontrarse pueblo alguno más deseoso de independencia, porque es imposi ble encontrarlo más amante de libertad. Buena muestra de ello, son los Fueros, arranca dos uno tras otro de la corona de los Reyes, que aunque avaros de poder, no osaban negar al pueblo esos privilegios que la seguridad del Trono recla maba. Cuando en todos los reinos españoles, los Fueros habían casi desaparecido, se encontraban en Nava rra en pleno vigor; y es, que forman algo consustan cial a su esencia misma. La sed que sienten hoy los pueblos de libertad, se registró hace siglos en Navarra; y en esos códi gos antiguos, podrían buscarse solución, todavía, a problemas de actualidad. Por último, la firmeza, es la nota principal que resalta en el estudio de su historia, y con ella están escritas todas sus páginas y acciones; acaso, para enseñarnos que no hay escudo que resista a la es pada de la constancia, como no pudieron resistir al ímpetu de D. Sancho, las cadenas que rodeaban al Rey moro, en las Navas de Tolosa. Fí N. Agosto de I931- Reyes de Navarra desde los primeros tiempos, hasta la Unidad Nacional (1) REYESFABULOSOS Iñigo Arista. García Gimenez I. Fortuño García. Sancho I. Ginieno Iñiguez. Iñigo Gimenez. García Gimenez 11. REYES HISTORICOS ¿—? García Iñiguez. ¿-? - 905 Fortún Garcés, el monje (hijo). 905 - 925 Sancho Garcés I (hermano). 925 - 970 García Sánchez 1 (hijo). 970 - 994 Sancho Garcés II Abarca (hijo). 994 - 999 999 - 1035 1035 - 1054 1054 - 1076 García Sánchez II, el Trémulo (hijo). Sancho Garcés III, el Mayor (hijo). García Sánchez III, el de Nájera (hijo)*J Sancho IV, el de Peñalen (hijo). / García-Navarra. \ Fernando-Castilla j Ramiro-Aragón. / Gonzalo -Sobrar( b e y Ribagorza. Navarra y Aragón 1076 - 1094 Sancho V (primo). 1094- 1104 Pedro I (hijo). i 1104 - 1134 Alfonso I, el Batallador (hermano).] Ramiro 11. el Monje - Aragón. García - Navarra. N a v a r r a 1134 - 1150 García Ramírez, el Restaurador (nieto de D. Ramiro, her1150- 1194 Sancho VI, el Sabio (hijo). mano de Sancho el de 1194 - 1234 Sancho VII, el Fuerte (hijo). Peñalen)CASA DE CHAMPAÑA 1234 - 1253 Teobaldo 1 (sobrino). 1253 - 1270 Teobaldo 11 (hijo). 1270 - 1274 Enrique I (hermano). 1274 - 1305 Juana I (hija) (Casó con Felipe 1). CASA DE CAPETO 1305 - 1316 Vivió 8 días 1316 - 1322 1?22 - 1328 REYES Luis I (hijo). Juan I (hijo). Felipe II, el Largo (tío). Carlos I, el Calvo (hermano). i [ } Provincia francesa. I INDEPENDIENTES 1328 - 1349 Juana 11 (sobrina). 1349 - 1387 Carlos 11, el Malo (hijo). 1387 - 1425 Carlos 111, el Noble ('hijo). 1425 - 1441 Blanca (hija). CASA DE ARAGON 1441 - 1479 Reinó 15 días 1479 - 1483 1483 - 1512 Juan II {esposo). Leonor ('hija/ Francisco, el Febo (nieto/ Catalina de Foix ('hermana/ Unión Nacional en D. Fernando el Católico (1) Las dos fechas anteriores al nombre del Monarca, expresan respectivamente el principio y el fin de su reinado; y el parentesco que se indica, debe entenderse siempre con relación al anterior. Obra» consultada» Aguado, Pedro - Manual de Historia de España. Quinta edición; Bilbao 1927. Altamira, Rafael - Historia de España y de la cavila ción española. Tercera edición. Barcelona 1913. Barandiaran, D. J. M. de - La religión des anciens Basques. Enghein 1923. 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Invasión de los bárbaros 10. Los Vascos durante la dominación vi sigoda 7 9 11 13 15 16 20 24 27 29 Cap. II. Los primeros Reyes de Navarra. 11. Invasión musulmana 12. Principio de la Monarquía Navarra... 13. García Iñiguez 14. Fortún Garcés, el Monje 15. Sancho Garcés 1 16. García Sánchez 1 33 36 39 40 41 44 Cap. III. Reyes de Navarra y Aragón. 17. Sancho Garcés II, Abarca 18. García Sánchez II, el Trémulo .... 19. Sancho Garcés III, el Mayor 20. Estado social y cultura del siglo VIII al XI 51 55 58 64 Cap. IV. Navarra desde Sancho el Mayor, hasta su nuevo eniace con Aragón. 21. García Sánchez III, el de Nájera. ... 22. Sancho IV, el de Peñalen 69 75 Pág- Cap. V. Segunda unión de Navarra y Aragón. 23. Sancho V 24. Pedro 1 25. Alfonso I, el Batallador 79 82 87 Cap. VI. Navarra y la muerte del Batallador. 26. García Ramírez, el Restaurador .... 97 27. Sancho VI, el Sabio. ....... 102 28. Sancho VII, el Fuerte 107 Cap. VII. La casa de Champaña. 29. Teobaldo 1 30. Teobaldo II 31. Enrique I 32. Minoría de Juana 1 115 123 130 132 Cap. VIII. Organización y Cultura en éste periodo Siglos XI al XIII. 33. Legislación 34. Clases sociales , 35. Organización política 36. Costumbres, comercio, cultura, artes 139 140 144 bellas 147 Cap. IX. Navarra provincia francesa. 37. Felipe 1. y doña Juana 38. Luis I. . 39. Juan, el de pocos días 40. Felipe II, el Largo 41. Carlos I, el Calvo 153 156 159 159 161 Cap. X. Reyes independientes. 42. Felipe III, el Noble y doña Juana ... 163 Pág- 43. Carlos II, el Malo 44. Carlos III, el Noble 45. Doña Blanca 167 172 . " . . 174 Cap. XI. Ultimos Reyes de Navarra. 46. Guerra de Sucesión 47. Doña Leonor 48. Francisco de Foix, Febo 49. Doña Catalina de Foix 177 183 183 187 Cap. XII. Organización y Cultura en éste periodo (Siglos XII! al XV). x5°» Clases Sociales 193 51. La vida política 193 52. La familia 195 53. El régimen vecinal y lab asociaciones . . 198 54. Industrias y Comercio 199 55. Cultura intelectual 200 56. Las artes . 201 57. Costumbres 204 Cap. XIII. Anexión de Navarra. 58. Doña Catalina y D. Juan de Albrit . . . 207 59. Liga de Cambray . 213 60. La santa Liga y el Conciliábulo de Pisa . 215 61. La Conquista y su Derecho 218 Cap. XIV. Intervención de Navarra en los echcs culminantes de la Historia de España. 62. Carlos I y Juan de Albrit 224 63. Las Cortes de Navarra en 1552 . . . . 227 64. Las libertades navarras y los Reyes de España 229 65- Las guerra de la Independencia en Navarra. 231 66. El Carlimo y sus campañas 240 67. Navarra hasta nuestros días 248 Cap. XV. Derecho y Cultura de éste periodo, 68. Derecho vigente 69. Bellas Artes . 70. Literatura . Epílogo Obras consultadas 251 257 260 263 265