Download Compendio histórico de Navarra / por Julio - Gobierno

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
Compendio Histórico
DE
NAVARRA
POR
JULIO CARROQUINO
y
ANGEL XIMÉNEZ DE EMBÜN
Obra premiada en el Concurso de 1951,
por el Patronato de la Biblioteca Olave,
de Pamplona.
PRIMERA EDICIÓN
ZARAGOZA
Imprenta de M. Émbid
1932
INTRODUCCION
Lector amable:
Antes de penetrar en las entrañas de la obrita
que te ofrecemos, deten un mamento tu atención en
estas líneas; ellas son las que, al decirte nuestro\s pro­
pósitos modestísimos, pretenden justificar nuestro
atrevimiento; son también la expresión sincera- de
nuestro sentir y el tributo de gratitud que te debe­
rnos. A tí, lector, quienquiera que seas, joven o viejo,
docto especialista en estudios históricos o simple afi­
cionado a ellos, ya nos leas por curiosidad, ya por
amor a tu tierra, dedícameos nuestro trabajo. Que tu
juicio sea benévolo.
No te ofendas, si pudiendo Habitarte discreto o
amigo, te calificamos de amable solamente. Discre­
to, suponemos lo serás; mas, al no conocerte, fáltanos
seguridad de ello, y la certeza debe ser la base de
nuestras afirmaciones; amigo, no sabernos si que­
rrás serlo nuestro; ümáble, sí h eres, al menos para
— IV —
nosotrosf que nos lees. Escucha, pues, lector amable.
Hemos querido hacer un compendio de la Histo­
ria navarra, no una Historia del reino de Navarra.
De ser esta última nuestra intención, hubiéramos ini­
ciado la obra al aparecer Iñigo Arista, para termi­
narla con la anexión de Navarra; siendo como te
decimos, podemos empezar en la prehistoria y llegar
hasta los últimós tiempos. Tampoco hacemos una
Historia de los reyes de Navarra, sino una Historia
de Navarra. No hay que confundir lo primero con
lo segundo: la Historia de un pueblo no es la His­
toria de sus reyes, por 'más que coincida con ella
muchas veces.
Finalmente, si declarónos que esto es un compen­
dio, comprenderás que nada nuevo puedes encontrar
en él; todo cuanto decimos ha sido escrito anterior­
mente; sólo la for\ma es nuestra. Yanguas, Olóriz,
Altamira, Aguado y los demás autores que citamos,
han sido frecuententente consultados, y sirva esta
leal advertencia para evitarnos, y evitarte, la enojosa
repetición de referencias.
Intentamos solamente con nuestra obra reunir en
un pequeño volumen cuanto hay de más interés en
la Historia navarra, facilitando así su conocimiento
a quienes, por tener otras ocupaciones, carecen de
tietynpo para leer obras más extensas. Procuramos
también, dar una ligerísima idea del desarrollo de
la cultura y civilización en Navarra; sin esto, sería
la Historia un seco catálogo de batallas, un descar­
nado esqueleto de la vida de las pueblos.
Nosotros hubiércámos querido disponer de espa­
cio suficiente para presentar de modo más extenso
la gloriosa Ma de Navarra, aunque hubiera salido
deslustrada por el tosco deletretar de nuestra pluma;
hias los estrechos límites de un compendio nos fuer­
zan a escribir con brevedad.
Lee, pues, con benevolencia, y si, por acaso, ha­
llares algún error, perdona la ignorancia de
Los AUTORES.
Compendio histórico de Navarra.
CAPÍTULO 1
Navarra hasta la invasión musulmana.
1- Datos prehistóricos. — 2. Los primeros pobladores. —
3. Vasconia y Navarra. — 4. Las colonizaciones fe­
nicia y griega. — 5. Epoca cartaginesa. — 6. Reli­
gión, cultura, costumbres. — 7. Epoca romana. —
8. Predicación del Evangelio. — 9. Invasión de los
bárbaros. — 10. Los vascos durante la dominación
visigoda.
1. Datos prehistóricjos.—Los vestigios de gla­
ciarismo que se encuentran en la península cor­
responden, en general, a la última glaciación
europea. El clima variaba según las distintas re­
giones, y podemos decir que el Norte de España
tenía, durante los períodos glaciares, un clima
muy semejante al de la Escocia Central, mientras
que durante los períodos interglaciares gozaría
de un clima semejante al actual de Andalucía.
La prehistoria vasca empieza con estaciones
del paleolítico superior, entre las que podemos ci­
tar: las cuevas de Aitzbitarte, en Rentería, y las
de Ermityia, en Sasola, barrio de Deva; la de
Armiña Berriatúa, cerca de Lequeitio; la cueva
de Balzola, cerca de iDima-Yurre, y la de Santimamiñe, en Bas-ondo, cerca de Guerriica, que es la
más importante.
Del eneolítico es la cultura pirenaica, que en el
país vasco forma un grupo importante, con nu­
merosos monumentos inegalí ticos en las tres pro­
vincias vascongadas y en la parte Norte de Na­
varra, con sepulcros de corredor y galerías cu­
biertas.
La parte Sur de Navarra debió de pertenecer
a la cultura central de la península, pues en Echauri se halla una estación -con su cerámica típica.
En Navarra, junto a los Arcos, hay menhires;
uno de ellos, al pie del monte Aralar, es la "Piedra
de Roldán", de tres metros de altura, y con signos
grabados. En la vertiente meridional del monte
Mendigurem (condado de Treviño; Alava), se ha
registrado un ídolo-nienhir.
En cuanto a lo-s dólmenes, diremos que en Na­
varra, lo mismo que en las Vascongadas y Cata­
luña, se 'da como forma más antigua o primaria
el dolmen cuadrangular o poligonal (como núcleo
de montículo de planta circular); luego, com. co­
rredor incipiente, el de la planta cuadrada o rec­
tangular, cuya prolongación llega a constituir una
galería cubierta; y por fin, el sepulcro pequeño
rectangular llamado cista. En el monte Aralar, re­
gistraron unos 26 dólmenes los señores Iturralde
y Aranzadi. Y éste, con los señores Barandiarán
y Eguren, descubrió algunos más en la provincia
de Guipúzcoa. No faltan en Alava, donde es cé­
lebre el dolmen de Eguilaz, que contenía varios
esqueletos, armas e instrumentos (de piedra y
bronce (1).
La edad del bronce es poco conocida. De la
edad del hierro, en las provincias vascongadas, no
se conoce nada. En Navarra tenemos la necrópo­
lis de Echauri, con armas posthallstatticas.
2. Lo» primeros pobladores*— Clásica es la
explicación que de los primeros pobladores de Es­
paña se hace. En¡ época desconocida llegaron a
esta península aquellas grandes emigraciones, que
partiendo del Asia, fueron a poblar todas las par­
tes del mundo. Situáronse los iberos <en la parte
comprendida entre el Ebro y el Carona, país que
de ellos tomó el nombre de Iberia, y de su trato
con los celtas, llegados posteriormente, pueblo de
hombres fuertes y siempre prontos a la pelea, pro­
cedieron los esforzados celtiberos.
Para Shulten, los ligures son la población más
antigua que nos es dado comprobar histórica­
mente, en la península; pero D. Andrés Giménez
Soler, sostiene que los ligures y los iberos son el
mismo pueblo (2).
(1) J. R. Mélida: Arqueología Española, manuales "La­
bor", núm. 189-190.
(2) A. Giménez Soler: La antigua península ibérica. En
la Historia Universal, dirigida por G. Oncken,
- ío La influencia de los distintos climas, el influjo de
la orografía y de la hidrografía, las variadas pro­
ducciones del suelo y el correr de los tiempos, oca­
sionaron, como era lógico, numerosas diferencias en
aquellos primitivos grupos étnicos, y originaron una
¡gran cantidad de pueblos, de los que apenas cono­
cemos los nombres, que nos transmitieron los escri­
tores griegos y romanos. No es propio de este lugar
entrar en un estudio minucioso de los caracteres dis­
tintivos de cada uno de ellos; más nos interesa, por
el contrario, saber cuáles ocuparon el territorio de
la actual Navarra.
Parece ser que los várdulos ocupaban lo que hoy
es provincia de Guipúzcoa, internándose en Nava­
rra hasta llegar a Estella, donde limitaban con los
vascones, pobladores del resto de la región.
Vemos, pues, que Navarra estaba principalmente
ocupada por los vascones. Cuál sea el origen de este
pueblo es cosa muy discutida, pues mientras unos los
consideran iberos,, otros los hacen turanios, otros cel­
tas, y no falta quien los considere como una raza es­
pecial de procedencia desconocida.
La identificación entre vascos e iberos, constituye
el problema llamado del vasco-iberismo, problema no
resuelto, y que tiene un doble aspecto: el lingüístico
y el etnológico y antropológico. Para algunos histo­
riadores, los que siguen la doctrina de Von Humboldt,
en toda España existe un fondo lingüístico clara­
mente perceptible y anterior a las invasiones cel­
tas, púnicas y romanas, y este fondo es de tipo vasco;
- 11 -
para esta escuela, los vascos, al menos en su lengua,
son una supervivencia ibérica. Otros historiadores
niegan todo parentesco entre los vascos y su lengua
y los iberos y el idioma o idiomas ibéricos. Y final­
mente, otro grupo, menos importante, se desentien­
de de las dos cuestiones anteriores, para afirmar la
existencia en la Península de un fondo lingüístico
anterior a lo celta y a lo latino e independiente de
las lenguas ibérica y vasca (1).
Cuestión es esta, como otras muchas, en la que
nada puede resolverse con la polémica, ya que el
historiador tiene que conformarse con plantear el
problema, sin atreverse a resolverlo, cuando lo en­
cuentra en su camino.
3. Vasconía y Navarra.—Las palabras "vasconia" y "vascos" son voces de origen latino, que han
llegado a nosotros por escritores romanos.
Con la palabra vasconia, designaban un territorio
especial,, dentro del cual hemos de incluir a Navarra,
pues sólo con un criterio vulgar puede excluirse a
los navarros de la denominación de vascones.
Se ha dicho, durante mucho tiempo, que la pa­
labra vasco procede de bas (o) ko (montañés, sel­
vático), mas esta etimología se halla completamente
desautorizada.
Hoy día, se sigue otra dirección. Los vascos se
(1) P. Aguado: Manual de Historia de España. Tomo I,
cap. VII, p> 4.
- Í2 -
llaman a sí mismos "euskaldunak", que significa "los
que tienen el eúskera o lengua de eusko". Vasco
(uasco, según la pronunciación latina) y eusko, se
parece mucho; por lo tanto, éste podría ser el ver­
dadero origen de la palabra.
Hasta el siglo vn, no se conoce al país de los
vascos con una denominación distinta de la de Vasconia, debiéndose a Einhard, al hablar de las con­
quistas de Cario Magno, la noticia más antigua de
Navarra (1), aunque seguramente sólo se refería a
una parte de la Navarra actual, que más tarde llegó
a dar el nombre a todo el territorio.
Esta Navarra, debió de estar situada por cerca de
Estella,. según puede deducirse del siguiente texto
del príncipe de Viana: "...é llámase la antigua Na­
varra estas tierras; son a saber las cinco villas de
Goííi, de Yerri, Valclelana, Amescoa, Voldegabol (2),
de Campezo, é la Berrueza, é Ocharan (3); en este
día, una gran peña, que está tajada entre Amezcoa,
Eulate, é Valdelana, se llama la Corona de Nava­
rra; é una aldea que está al pie se llama Navatin" (4).
Según D. José Yanguas, el nombre de Navarra
comenzó a introducirse en los últimos tiempos del
(1) "Ipse per bella memorata primo Aquitaniam et Wasconiam totunque Pirinei montis iugum et usque Hiberum
omnen qui apud Navarros ortus..."
(2) Parece ser el valle de Guesalaz. (Nota de don José
Yanguas y Miranda).
(3) Puede ser Echarren en el valle de Mañeru, o Echavarri en el de Allín. (Nota de D. José Yanguas).
(4) Crónica de los reyes de Navarra. L. I, cap. V,
- 13 -
señorío de los godos en España, en que, estrechados
al fin por sus armas y reducidos los vascones a lo
más fragoso del Pirineo,, comenzaron a distinguir
la región montuosa de la tierra llana, llamando a
ésta Nava, que suena llanura rodeada de montañas,
y de la palabra erri, que significa tierra o región, se
formó la de Navaerri y después la de Navarra (1).
4. Las colonizaciones fenicia y griega,—Para
la mejor inteligencia de lo que sigue, diremos unas
palabras acerca de las colonizaciones fenicia y griega.
Siendo el comercio y la navegación una de. las
principales causas de las relaciones entre los pueblos
más apartados, no hay que extrañarse de que algu­
nos de aquellos primitivos moradores de España en­
trasen en tratos y comunicación, primero con los
fenicios y con los griegos después.
Consecuencia de estos tratos, fué la fundación de
las colonias fenicias de Gades, y más tarde, Málaga
y Sevilla, entre otras, y posteriormente de las colo­
nias griegas de Rosas, Ampurias y Sagunto.
Estas colonizaciones, si bien en un principio fue­
ron poco gravosas para los habitantes de la ya deno­
minada Hesperia, no tardaron en hacerse molestas
por los continuos abusos de los colonizadores, que,
como sucede generalmente en estos casos, explotaban
grandemente a los naturales, a cambio de los beneficios
(
<
i
(1) El primer monarca que se denominó rey de Navarra
fué Sancho Abarca.
- 14 -
más o menos positivos de su civilización superior. Tra­
jo esto el malestar consiguiente,, y comenzaron los na­
turales a pensar el modo de sacudir el yugo que les
iban imponiendo, librándose para siempre de veci­
nos molestos.
No pudiendo por sí solos arrojar a los fenicios,
hubieron de pensar en una intervención extranjera, y
llamaron en su ayuda a los cartagineses, pueblo de
espíritu eminentemente comercial y guerrero, que
por entonces alcanzaba gran predicamento.
No dejaron los cartagineses de acudir a la invi­
tación, y esto, no por consideraciones de amistad a
los pobres indígenas de Hesperia, consideraciones,
que si hoy día son poco atendidas, lo eran menos
en tiempos más bárbaros que los presentes, sino por­
que no podía escaparse a su finísima sensibilidad
comercial, que interviniendo en los asuntos de la
Península, tenían grandes probabilidades de poder
resarcirse con creces de todas sus molestias y de to­
dos sus trabajos.
Desembarcaron, pues,, en Cádiz; arrojaron a los
fenicios, y en el siglo ni a. de J. C. intentaron apo­
derarse de toda la Península, con objeto de compen­
sar los descalabros que por la posesión de Sicilia
habían sufrido en la primera guerra púnica.
Hechas estas consideraciones indispensables para
la buena inteligencia de la historia de este período,
podemos pasar a las épocas cartaginesa y romana, y
observar en ellas el papel desempeñado por los mo­
radores de Navarra,
- 15 -
5. Epoca cartaginesa.—No tardaron en compren­
der los distintos pueblos que habitaban España, qué
clase de beneficios podían esperar de sus nuevos
amigos los cartagineses, cuyos propósitos no eran
otros que indemnizarse en España de las pérdidas
sufridas en Sicilia, buscando un nuevo campo en
que vengarse de los romanos; y, celosos de su inde­
pendencia, emprenden una serie de luchas contra el
invasor.
Unos pueblos se someten de buen grado, y hasta
celebran alianzas con los cartagineses; otros, los
combaten por sus propios medios; otros, buscan ayu­
da exterior y ponen los ojos en Roma, la tradicional
enemiga de Cartago.
Entre estos últimos se contaban los vascones; pero
incomodados al fin con Roma, por haber permitido
la destrucción de Sagunto, y viendo que los solda­
dos romanos estaban muy lejos, mientras que los de
¡Cartago llamaban a sus puertas, acabaron por mos­
trarse sensibles a las liberalidades y halagos de Aní­
bal y no tuvieron inconveniente en ponerse a sus
órdenes y emprender la guerra de Italia.
Prodigios de valor hicieron los vascones, que, si­
guiendo su costumbre, entraban en las batallas sin
armadura y con la cabeza descubierta; pero todos
sus heroísmos y todo el igenio del gran Aníbal hu­
bieron de estrellarse ante el poder de Roma, eficaz­
mente secundado por las luchas intestinas y rivali­
dades políticas de Cartago.
- 16 —
6. Religión, cultura, costumbre)».—Afirman mu­
chos autores que los vascones no tuvieron religión
alguna antes de la predicación del cristianismo, pero
de la falta de datos acerca de sus creencias no puede
inferirse de ningún modo que careciesen de ellas.
Nunca la ausencia de datos positivos será suficiente
para negar la existencia de lo que, por naturaleza,
debe existir, y ésta, exige que todos los hombres ten­
gan una religión.
Ya D. Pedro Madrazo (1), encuentra dificultoso
que un grupo de hombres viva sin religión alguna,
pero no se atreve a negar la posibilidad de tal con­
tingencia, limitándose a decir que este no es el caso
de los vascones, pues no se comprende que un pue­
blo tribute honores y culto a los muertos,, como lo
hacían éstos, no teniendo religión.
Más audaces nosotros, creemos que no puede ha­
ber pueblo alguno sin religión, aunque sea ésta todo
lo primitiva y rudimentaria que se quiera.
Hagamos algunas consideraciones en apoyo de
nuestra opinión. Partidarios convencidos del Crea­
cionismo, teniendo por absolutamente cierta la na­
rración del Génesis, de acuerdo en sus puntos esen­
ciales con las investigaciones científicas, hemos de
pensar lógicamente que los primeros hombres tuvie­
ron una religión; esta religión se iría transmitiendo
de padres a hijos, con mayores o menores alteraciones,
(1) España: sus monumentos y artes; su naturaleza e
historia. Navarra y Logroño. T. I, cap. VI,
- 17 -
y difícilmente podremos llegar a un punto en que
los hombres olviden por completo sus creencias pri­
mitivas.
Por otra parte, es natural en el hombre, es algo
inherente a su racionalidad, el deseo de explicar los
fenómenos del Universo, el afán de buscar la causa
y finalidad de éste y la necesidad de hallar un punto
de apoyo para su moralidad. Todo esto, ha de llevarle
necesariamente a formarse una religión.
Tuvieron, pues, los vascones su religión. Lo úni­
co que cabe preguntar, es cuál era ésta. Nada se­
guro se sabe sobre este punto, pero puede afirmarse
que, sean los que fueren los nombres de los ídolos,
las adoraciones iban dirigidas a la naturaleza y sus
fenómenos: las fuentes, los árboles, el fuego, etc., etc.
Tenían muy arraigada los vascones la práctica de
supersticiones y agüeros, y así vemos que estas cos­
tumbres se conservaban en el siglo xvn, aun entre
los mismos devotos que iban a Santiago de Compostela.
Entre todas las supersticiones, la que más arraigo
tuvo en el país vasco fué la creencia en brujas y he­
chiceras.
Se hallaba ésta tan extendida en Navarra, y tan
criminales se reputaban sus prácticas, que en mu­
chos documentos del siglo xvi se equiparaba a las
brujas y brujos con los que cometían delitos de lesa
majestad (1).
(1) Pedro Madrazo.
Oh. cit.
2
- t a -
Para los que consideran a los vascos como de raza
ibera, las divinidades de aquéllos serian las ibéricas:
la diosa Ataecina o Ategina, diosa infernal; Neto o
Neton, dios de la guerra; las diosas Madres o Ma­
tronas, generalmente tres, protectoras de los campos.
En las lápidas se conservan los nombres de Tullonio, numen alavés, y de la diosa Tutela, en Iruña.
Había lugares sagrados, y para el culto hubo sa­
cerdotes, sacerdotisas y adivinadoras.
Según otros autores, profesaban los vascos un mo­
noteísmo absoluto, y adoraban a Jaungoikoa, el Señor
de lo Alto. Hoy día, no es posible admitir esta opi­
nión; las investigaciones prehistóricas y la lectura
de los escritores griegos y romanos, enseñan que el
vasco ha tenido constantemente relaciones culturales
con los pueblos vecinos, sin perder por ello su per­
sonalidad; y por consiguiente, será vano pretender
encontrar entre los antiguos vascos una religión
completamente diferente de las de otros pueblos;
debió de haber necesariamente una comunidad de
creencias con las de sus vecinos (1).
Se trata, sin duda, de la confusión de algunos pia­
dosos autores, que tomaron por realidad histórica,
sin datos suficientes para ello, lo que no era sino
vehemente deseo suyo.
Respecto a las costumbres y modo de vivir de los
vascones, hemos de decir, ante todo„ que no es fácil
(1) La religión des anciens Basques, par D. J. M. de
Barandiaran. Estrait du Compte rendu analytique de la Ill.e
session de la Semaine d'Ethnologie religieuse; Enjhein, 1923.
- 19 -
distinguir cuáles eran exclusivamente suyas y cuá­
les eran comunes a todos los pueblos ibéricos (1) y
celtas.
Aun en los casos que los autores antiguos expre­
samente califican de indígenas y originales estas o
las otras costumbres, no es fácil discernir cuáles sean
propiamente iberas y cuáles celtas, ya que existen
no pocas vaguedades en la determinación del origen
de muchas tribus. Por otra parte, en los grados pri­
mitivos de la civilización, se parecen bastante unos
pueblos a otros y se advierten en ellos instituciones
y maneras de vivir análogas, sin que hayan sido
transmitidas de unos a otros (2).
Hechas estas salvedades, haremos algunas ligeras
indicaciones. Los pueblos que ocupaban España, no
constituían una nación, ni obedecían a un poder úni­
co, sino que vivían organizados en tribus autónomas
y habitaban generalmente en pequeñas aldeas. Estas
tribus formaban, a veces, federaciones.
Al frente de cada tribu había un jefe, electivo o
hereditario, y, a veces, estaba -el mando supremo di­
vidido entre dos personas,, quizá teniendo una la
autoridad civil y la otra la militar. Los acuerdos de
mayor importancia se tomaban en asambleas deli­
berantes.
(1) Los historiadores de estos tiempos incluyen a los vascones entre 'los pueblos que llaman iberos, pero con esto no
prejuzgamos la cuestión de su origen.
(2) R. Altamira: Historia de España y de la civilización
española. T. I, 20.
- 20 —
Dentro de la tribu, hemos de distinguir la gens, o
gentilidad, grupo autónomo constituido por varias
familias emparentadas entre sí, o que reconocían un
tronco común. Podían también pertenecer a la gens
personas extrañas o adoptadas, respecto de las cua­
les se fingía el parentesco o se establecía un lazo de
dependencia llamado clientela.
Cada gens tenía su religión y sus dioses particu­
lares, y probablemente habitaba en una aldea con
nombre especial.
Dentro de la gens y de la tribu, existían diferen­
cias sociales, pues había hombres libres y siervos o
esclavos. La condición de estos últimos debió de ser
durísima, aunque tal vez hubo una clase de ellos,
dedicada exclusivamente a la agricultura, que gozó
de libertad relativa.
Existía la propiedad privada, y la familia era, por
lo general, monógama, correspondiendo al padre la
autoridad sobre ella.
La cultura variaba mucho según los pueblos. Unos
estaban muy adelantados,, como los túrdulos, y otros,
en cambio, eran semisalvajes y de costumbres ru­
das y feroces, como los cántabros y astures. De los
vascones dice Estrabón que eran inhumanos, fieros
y bárbaros.
7. Epoca romana, — Problema difícil de expli­
car es la conducta política que los vascones siguieron
con Roma, a la que jamás inquietaron. ¿Hubo su­
misión? ¿Hubo alianza? No sabemos; lo cierto es
- Si —
que Vasconia vivió en paz con Roma y fué su alia­
da en las luchas con los cántabros.
Piensa Campión que tal vez pueda resolverse el
problema teniendo en cuenta que, si bien los roma­
nos ocuparon los pueblos y territorios de su gusto,
construyeron las vías que les convenían, y reprimie­
ron el bandolerismo y las luchas intestinas que les
perjudicaban, se cuidaron muy poco, o no se cui­
daron del país, difícil de dominar por su aspereza, y
éste pudo vivir a su modo, conservando de hecho
sus leyes, costumbres e idioma vascónicos, sin reci­
bir más influencia romana que la que naturalmente
se le infiltrase.
Duró la paz con los romanos hasta la guerra de
Sertorio (80 años antes de Jesucristo), cuyo partido
siguieron los vascones, sosteniéndole cerca de diez
años y aun después de la muerte del ilustre romano.
Asesinado Sertorio por Perpena (73 años antes de
Jesucristo), fuéronse rindiendo a Pompeyo, unas tras
otras, las ciudades de España, no sin resistencia he­
roica en algunas de ellas. "Terrible fué la de Cala­
horra (ciudad de las vascones). La pluma se resiste
a dibujar el cuadro espantoso que ofreció esta ciu­
dad en su obstinada defensa. El hambre que se pa­
deció fué tal, que según Valerio Máximo, se sala­
ban los cadáveres para que pudiesen alimentar a
los que aún sostenían el peso de las armas (1)".
Mas tanto heroísmo no pudo resistir a las legiones
(1) M. Lafu-ente: Historia General de España. Cap. IV.
— 22 -
romanas y Afranio entró en la ciudad y la redujo a
cenizas.
Desde entonces quedó sometida a Roma toda la
tierra llana de Vasconia y sus habitantes lograron
conseguir el fuero del Lacio.
No quiso Afranio, que quedó con el gobierno de
España, proseguir la guerra con los vascones de las
montañas, pues con razón temía su fiereza y su pe­
culiar modo de guerrear.
Ayudan más adelante (54 a. J. C.) los vascones, a
sus amigos y vecinos los aquitanos en su lucha con­
tra Publio Craso, pero son derrotados.
Toman el partido de Pompeyo en la guerra que
sostuvo contra César, y habiendo vencido éste, que­
dan sin someterse hasta que los reduce Octaviano (1),
el cual, forma tan buen concepto de ellos que los
emplea en su guardia personal y en la de la ciudad
de Roma.
Sigue después un largo período de tranquilidad,
el conocido con el nombre de paz Octaviana, durante
el cual sucede el hecho histórico más importante que
se registra: el nacimiento, en Belén de Judea, de
Nuestro Señor Jesucristo, Salvador del Mundo. De
la predicación del cristianismo en España hablare­
mos más adelante.
Este período de paz quedó interrumpido en tiem(1) (Siendo ocasión esta lucha de la venida del Empera­
dor a España, fundando cuando ya se retiraba la ciudad de
; César-Augusta (Zaragoza) en Salduba, con colonias de Ca­
lahorra, Agreda, Arcóbrica y Lérida, el año 26 antes de J. C.
~ 23 —
po de Nerón. Hallábase de pretor en la Tarraco­
nense Servio Sulpicio Galba, el cual se había hecho
querer por la severidad con que castigaba a los que
se enriquecían por medios injustos. Irritadas las le­
giones de España por los abominables vicios de Ne­
rón se sublevaron y aclamaron a Galba (68 después
de J. C.) En las banderas de éste militaban los vascones y varias cohortes de ellos le acompañaron a
Roma.
Poco duró su imperio, pues disgustados los roma­
nos por las atrocidades que cometió, le dieron muerte
cuando sólo hacía siete meses que imperaba; pero ese
tiempo fué suficiente para que se mostrara desagra­
decido con España.
Pasan entonces a la Germania las cohortes de vas­
cones de que hablábamos antes, y gracias a ellos
pueden los romanos vencer a los germanos suble­
vados y conservar su dominación en aquella provincia.
Durante el imperio de Otón y sus sucesores con­
tinúa la paz en la península y ésta se va romanizando
bastante. Entre los vascones montañeses no pudo,
sin embargo, penetrar la influencia romana ni lo­
graron arraigar las costumbres extranjeras.
No dejaron, por esto, los vascones de dar a Roma
algunos hijos ilustres, entre los que citaremos úni­
camente a M. Fabio Quintiliano, natural de Cálagtirris (Calahorra); ya que Aurelio Prudencio nació
probablemente en Zaragoza y no en Cálagurris, como
se ha dicho.
— 24 -
8. Predicación del Evangelio. — Siendo Espa­
ña una de las provincias más importantes del impe­
rio romano, no tardó en tener conocimiento de la
doctrina cristiana. Una tradición no interrumpida por
espacio de diez y ocho siglos, asegura ser el Apóstol
Santiago el Mayor el primer predicador en España,
de la religión de Cristo. Esta piadosa tradición ha sido
combatida en los últimos tiempos, principalmente por
extranjeros.
También se asegura que San Pablo fué uno de los
primeros evangelizadores de nuestra patria. De esta
creencia ha dicho el eminente polígrafo D. Marcelino
Menéndez y Pelayo, "no se trata de una tradición de
la Iglesia de España, como la ele Santiago, sino de
una tradición general y antiquísima de la Iglesia
griega y de la latina (1)".
Sobre la predicación de San Pablo tenemos cla­
rísimos testimonios. En su epístola a los romanos
escribió: "Cuando me encaminare a España, espero
veros al paso y que me acompañaréis hasta allá (2)".
¡Y más adelante: "Pues cuando haya cumplido
esto (entregar el producto de una colecta hecha en
Macedonia y Grecia para los pobres de Jerusalén),
iré a España, pasando por ahí (3)". Más tarde, en
(1) Historia de los Heterodoxos españoles.
(2) "Cum^ in Hispariam proficisci coepero, spero quod
proeteríeris videam vos". XV' 24.
(3) "Per vos proficiscar in Hispaniam", XV, 28. Confir­
ma San Juan la predicación de San Pablo en España en su
homilía XIII sobre la epístola a los corintios: San Jerónimo,
en el libro IV, sobre Isaías y otros muchos comentaristas.
NAVARRA
Vista exterior dei Castillo Palacio Real de Oliete (S. XIII-XV)
Catedral de PAMPLONA.
Capitel Iconístico del Claustro Románico (S. XII
PAMPLONA - Catedral Capitel - Animales bebiendo en un algibe
de piedra. Estilización Románica en piedra (S. XII)
- 25 -
una carta dirigida a su discípulo Timoteo, afirma
que había terminado su carrera. La opinión de la
Iglesia universal en el siglo iv, según Textos de los
Santos Padres, es que San Pablo realizó su anuncia­
do viaje (1). Lo que está completamente fuera de
duda es que el Evangelio se predicó en España en el
mismo siglo i. Sobre su difusión por Navarra, nos
dice el príncipe de Viana lo siguiente: "E en el año
catorceno, empues de la pasión de nuestro Señor,
partió Sant Pedro de Antioquia, é fué á ¡Roma donde
imperaba Ñero el tirano inico, é con él fueron Sant
Pablo é Sant Cernin (2), é Sant Marco, é otros mu­
chos descipulos de Jesucristo; é quando fué en Ro­
ma destinó é ordenó los descipulos ir á predicar á
diversas partes é regiones. Por especial ordenó de
Obispo al Señor Sant Cernin, é dende le envió facia
las Españas porque eran idólatras, el cual venido en
Tholosa de Francia, comenzo ende á predicar é con­
virtió muchos á la Cristiana Fé; é continuando en su
predicación envió a Santsueña un su capellan, llama­
do Honesto, porque ende predicase al qual lo recebieron bien é graciosament tres senadores que había
en la ciudat, el primero se llamaba Firmus é fué pa­
dre de Sant Fermín, el otro se llamaba Fortunato,
ó el otro Faustino; é como hobo fablado con eillos
comenzó á predicar la fé de Jesucristo por lo qual
los dichos senadores, movidos con grant devoción, le
San Clemente asegura que San Pablo llevó la fe "hasta el
último confín del Occidente".
(1) A. Giménez Soler, ob. cit.
(2) San Saturnino.
26 —
dijeron que volviese á su maestro é le ficiese venir
por tal que mas propiament les declarase los fechos
de Jesucristo. E ansi el dicho Honesto fué á Tholosa á su maestro Sant Cernin, é luego, á los diez
é seis días vinieron los dos á Santsueña,. é por los
senadores fueron bien rescibidos; é á la primera
predicación que Sant Cernin fizo convirtiéronse á la
fó de Jesucristo, segunt dice su historia, once mil
personas ó más.
E ansi es cierto que fué convertido Santsueña,
que agora es Pamplona (1), veinte é dos años despues de la pasión de Cristo; é el dicho Firmus, dió
su fijo Fermin al dicho Honesto para que lo ense­
ñase en la doctrina del Evangelio; é Sant Cernin pasó
adelant en España é convirtió Toledo é muchas otras
ciudades é villas. E plúgonos notar é escrebir estas
cosas porque á todos sea notorio ser mucho antiguo
la conversión de Santsueña á la fó cristiana, é llevar
tanta ventaja este regno de Navarra á los otros regnos de España (2)".
Honesto, quedó encargado de la Iglesia de Pam­
plona e instruyó a San Fermín, que fué el primer
obispo (3) de su patria, y recibió el martirio en
Amiens.
(1) No sabemos de dónde tomó esta noticia singular el
Príncipe de Vinna: es verosímil que padeció error con la
predicación en los pueblos inmediatos a esta ciudad: el pueblo
de Ansoain se llamó antiguamente Santsoain, cerca de Pam­
plona. (Nota de D. José Yanguas).
(2) (Crónica de los Reyes de Niavarra. Lib. I, cap. I.
(3) Equilino le hace solamente presbítero.
- 27 -
San Saturnino, primer obispa de Toulouse (250
años después de J. C.) murió allí martirizado; los
paganos le ataron a un toro que ofrecían a sus dio­
ses en sacrificio.
Entendemos nosotros con Echegaray que la con­
versión de los vascos se hizo en el siglo ni. Otros
autores la retrasan a siglos posteriores, hasta el dé­
cimo, en que,, según Amador de los Ríos, no abrió
el pueblo vasco del todo su inteligencia a la luz del
Cristianismo.
9. Invasión de lots bárbaras. — En el año 409
penetran por los Pirineos varias tribus de origen ger­
mánico, sembrando la ruina y la muerte a su paso.
Eran los alanos, mandados por Respendial, los sue­
vos mandados por Hermanrico y los vándalos por
Gunderico.
He aquí la descripción de Idacio: "Los bárbaros,
que habían p-enetrado en España, lo llevan todo a
sangre y fuego, y el hacinamiento de cadáveres trajo
la peste, que no hacía menores destrozos... El ham­
bre llegó a tal extremo que se vió a los hombres ali­
mentarse con carne humana, sirviendo a las mismas
madres de alimento el cuerpo de sus hijos muertos
y preparados por ellas. Las fieras, acostumbradas a
cebarse en los cadáveres hacinados por el hambre,
la guerra y las enfermedades, que hacían estragos
aun en los hombres más vigorosos, iban acabando
lentamente con el género humano... Desoladas las
provincias españolas por este cúmulo de plagas y con­
- 28 -
vertidos los bárbaros a deseos de paz por la mise­
ricordia divina, se repartieron por suerte el territo­
rio provincial. Los vándalos y los suevos ocupan a
Galicia, situada en la extremidad del Océano, los
alanos la Lusitania y Cartigenense, y los vándalos,
llamados silingos, la Bótica (1)".
Como hace notar D. Rafael Altamira (2), quedaron
en España grandes extensiones de terreno en poder
de los hispano-romanos, y especialmente muchas
ciudades y castillos,, donde se refugió la población
para defenderse. En el año 416 cae Barcelona en po­
der de los godos, pueblo el más culto y prepotente
entre los bárbaros.
Brota al fin de aquel caos el Imperio godo; Eurico
emprendió definitivamente (466-483) la conquista;
pero solamente un siglo más tarde, Leovigildo (569584), consiguió fijar los destinos de la dominación
gótica; y Recaredo, su hijo, adjurando el arrianismo
(589), preparó la fusión de ambas razas (3). Suintila
(621-31), logró reducir la península entera al poder
del Imperio godo; aquélla fué la época de mayor
grandeza de su dominación, porque muy pronto, cau­
sas bien diferentes y heterogéneas concurrieron a
debilitar su fiero poderío y a precipitarle rápidamente
en la más espantosa catástrofe (4).
(1)
i(2)
'(3)
(4)
de los
Idacio. "Chronica". España Sagrada. T. IV.
Ob. cit., 90.
Gótica e Híspano romana.
'Tomás Ximénez de Embún: Ensayo histórico acerca
orígenes de Aragón y Navarra. 2* p., cap. I.
- 29 —
10. Los vascos durante la dominación visigoda.
Ya conocemos el carácter belicoso de los vascos y su
amor ilimitado a la libertad e independencia. No luí
de parecemos extraño, por lo tanto, que un pueblo
que supo resistir la dominación cartaginesa y la del
poderoso Imperio romano, resistiese también a los
bárbaros germánicos.
La invasión de éstos, determinó entre los vascos
un estado de guerra constante, guerra que si bien
no pudo tener lugar en las partes montañosas, donde
la Naturaleza es el mejor baluarte, debió proseguirse
sin tregua en las partes llanas, abiertas a las invasio­
nes de los distintos dominadores.
La misma frase dómail vascones, tan repetida en
las crónicas de los reyes visigodos, nos enseña que
nunca alcanzó tan decantada dominación un carácter
definitivo.
Pelean los vascos contra Requiario y el Conde Guther y luchan también contra Eurico, conquistador de
Pamplona; Leovigildo quiere reducir a los vascones,
pero éstos, antes que someterse, prefieren pasar los
Pirineos y derramarse por Aquitania; Recaredo se
vió obligado muchas veces a reprimir las invasiones
de los vasco-navarros, pero ni él ni Liuva II, ni Witerico, sus sucesores, pudieron subyugarlos.
Gundemaro prosigue la guerra contra los vasconavarros, entrando en sus tierras y devastándolas.
Sisebuto hace lo mismo con los vascones que se ha­
bían levantado en la montaña.
Durante el reinado de Suintila, invaden los vasco-
- 30 -
navarros la provincia tarraconense para enriquecerse
con las presas; carga entonces Suintila sobre ellos
con todo su poder, y les obliga a edificar a su costa
el fuerte de Oligitum (Olite?), para que sirva de base
militar a los godos contra las nuevas tentativas de los
vascos.
YVamba lucha también contra este pueblo indómito
y, por último, D. Rodrigo hallábase afanado en el
asedio de Pamplona cuando tuvo noticia de la inva­
sión musulmana.
Vemos, pues, que los vascos pelean constantemen­
te contra los godos y que, si en algunos períodos es­
tuvieron en paz con ellos, nunca puede llamárseles
amigos.
Ignórase cuál fué su organización en esta época;
tal vez la pugna unánime con los invasores produ­
jese alguna forma de unidad política. Por la índole
de la guerra, bastaría en ocasiones, con el esfuerzo
aislado, pero en otras sería necesaria una acción con­
junta.
Conservaron los vascos su idioma, sus leyes pecu­
liares y sus costumbres, y por más que la Academia
Española piense lo contrario, no existe el menor in­
dicio de que el Fuero Juzgo se haya observado en
Navarra (1).
Los obispos de Pamplona sólo asisten a los Con­
cilios de Toledo con intermitencias, lo que nos indica
(1) S. Yanguas: Historia compendiada de Navarra,
- 31 -
la íalta de permanencia de los godos en el dominio
de aquella ciudad (1).
En cuanto a la religión, podemos decir que la doc­
trina católica se fué extendiendo y arraigando pro­
fundamente entre los vascos, quedando sólo algu­
nos reducidos grupos de idólatras que debieron con­
vertirse también poco antes de la invasión musul­
mana.
¡ Sólo ante la fe cristiana se había de rendir el no­
ble pueblo que nunca fué sojuzgado por los grandes
dominadores de la antigüedad, ni conquistado por los
poderosos de la tierra!
(1) Siliolo asistió al III Concilio en 589. reinando Recaredo; el Diácono Vincomalo, en nombre del Obispo Atilano,
al Xni, en 681, reinando Ervigio; el mismo Vincomalo, en
nombre de Marciano al XVI, en el año 688, reinando Egica.
CAPITULO II
Primeros Reyes de Navarra.
11. Invasión musulmana. — 12. Principio de la Monarquía
Navarra. — 13. García Iñiguez. — 14. Fortún Garcés, el Monje. — 15. Sancho Garcés I. — 16. Gar­
cía Sánchez I.
11. Invasión musulmana.—Tócanos narrar aho­
ra la más espantosa catástrofe de la Historia de Es­
paña; catástrofe, que sepultó entre sus ruinas el
Imperio gótico, con sus leyes, usos y costumbres, y
estableció un nuevo estado de cosas, provocando la
magnífica reacción de la Reconquista.
Cómo se realizó la invasión, es cosa no bien ave­
riguada. La opinión corriente dice que auxilió a los
invasores el conde D. Julián, en venganza de ios
agravios que su hija Florinda había recibido del rey
D. Rodrigo, y que, una vez los musulmanes en Es­
paña, fueron también ayudados por los partidarios
de la familia Witiza, y entre ellos, un célebre obis­
po, llamado Oppas, que se pasó del ejército visigodo
al musulmán. Esta explicación nos parece privada
de todo fundamento.
3
- 34 -
Otra opinión, más moderna, supone que los mu­
sulmanes vinieron a España simplemente como auxi­
liares, llamados por los hijos y partidarios de Witiza,
pero que, una vez entrados en la Península, de auxi­
liares, se convirtieron en dominadores (1).
El P. Thailan afirma que la conquista se debió a
un plan preconcebido por los musulmanes, sin que
hubiese traición ni llamamiento de ningún género.
Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que los mu­
sulmanes hallaron apoyo en algunos visigodos y, prin­
cipalmente, en los judíos, con lo que fácilmente pu­
dieron reducir a polvo el Imperio visigótico.
Hallábase D. Rodrigo en lucha con los vascos,
sitiando la ciudad de Pamplona, cuando le vinieron
mensajes de la invasión. Abandona entonces el N. de
España, y reuniendo un fuerte ejército, se dirige
rápidamente contra los musulmanes.
Encuéntranse los contendientes a orillas del lago
de la Janda (2), emprenden la lucha el domingo 19
de julio del año 711, y, consumada la traición de
los partidarios de Witiza, termina para siempre la
dominación goda en España y ondean sobre nuestra
patria las banderas de la media luna. ¿Qué raíces
habían echado, pues, los conquistadores godos, en
nuestro suelo, ni cuál era su poderío, jugado al albur
(1) Eduardo Saavedra: Estudio sobre la invasión de los
árabes eiv España.
(2) Desemboca allí el río Barbate, cuyo nombre árabe
(Guadabeca) dió lugar al error de creer que la batalla se
había dado a orillas del río Guadalete.
- 35 -
de una batalla y perdido en el trance de una derro­
ta? (1).
Extiéndense, con esto, los invasores por la Pen­
ínsula, como río desbordado que todo lo cubre y
destroza.
Sólo había de estrellarse su furor en el fuerte
muro de las montañas navarras; Jaca, Guipúzcoa y
Asturias fueron también sagrados baluartes que la
planta musulmana no mancilló (2).
La patria española, es hija de aquellos valerosos
cristianos, indiscutibles fundadores y padres de nues­
tro pueblo. Iberos, celtas, fenicios, griegos, carta­
gineses, romanos y visigodos, son nuestros antepa­
sados remotos; por nuestras venas corre sangre de
todos ellos, y en nuestro carácter nacional, todos
han dejado huellas; pero nosotros, los españoles de
hoy, no nacimos a la vida histórica hasta que en
los riscos asturianos desplegó Pelayo el estandarte
de la Cruz, y proclamó con varonil acento que ni
él ni sus compañeros querían ser siervos, clientes o
subditos, sino libres e independientes; palabras que,
gracias a Dios y por el esfuerzo de cuarenta gene­
raciones, han podido sostenerse hasta el momento
actual, a través de todas las vicisitudes y peripecias
(1) T. Ximéncz de Embún, ob. cit., 2.a parte, cap. I.
(2) Según el príncipe de Viana, conquistaron los musul­
manes toda España, "salvo Galicia é las Asturias, Viscaya.
Guipuzcoa, Navarra, Alava, las cinco Villas, Bastan, la
Berrueza, Val de Lana, Amescoa de abajo, Ayerri, Escoa
(Aezcoa), Sarazar, Roncal, Ansó, Hecho, Jaqua é Sobrarbe", Crónica. <Lib. I, cap. II,
- 36 -
de trece siglos de historia varia y agitada cual nin­
guna (1).
Levantóse pronto en Asturias la enseña de Pelayo,
y se inicia la lucha terrible, empeñada, por el triun­
fo de la Cruz sobre la media luna; crisol heroico
donde se forja el admirable temple del alma española.
Y en este ambiente de guerra despiadada, surge
un Estado independiente y fuerte, escuela de pa­
triotas y cristianos, cuya noble savia, siempre viva,
habrá de escribir la página sublime de la gloriosa
Reconquista.
12. Principio de la Monarquía Navarra.—Al
llegar los musulmanes a los montes de Afranc (Pi­
rineos), tuvo que detenerse su avance dominador. Los
vascos habitantes de aquellas montañas eran hombres
rudos, vestidos con pieles de oso, y armados con chu­
zos y guadañas; hombres no acostumbrados a do­
blar su cerviz al yugo extranjero; feroces guerreros
que, armados muy ligeramente, se lanzaban sobre
el enemigo, acometiéndole por la retaguardia con
gran ímpetu y terrible vocerío.
No sabemos hasta qué punto sufrieron los vascos
las debelaciones de los musulmanes; es lo cierto, sin
embargo, que los reyes de Asturias, y después los
condes castellanos, dominaron en las entonces po­
bres y deshabitadas provincias vascas, contenidas con
más o menos trabajo. Hállase también fuera de toda
(1) Angel Salcedo: Historia de España, X, 74,
- 37 -
duda, que los árabes penetraron por Navarra y cau­
tivaron a Pamplona, cuya dominación les fué dispu­
tada por Cario Magno y Ludovico Pío, reyes pode­
rosos de los francos.
Hacia el año 778, entró Cario Magno en España,
llamado por Ben Alarabí, Walí de Zaragoza, que
solicitaba su ayuda contra Abd-er-Rhaman, podero­
so califa cordobés.
Sin tropiezo, avanzó el rey franco hasta Pam­
plona, entonces en poder de los árabes, que no le
opusieron resistencia. Siguió hasta Zaragoza, pero
allí se encontró con que eran enemigos los que ami­
gos esperaba, por los ofrecimientos de Ben-Alarabí, y,
temiendo la inmensa fuerza de la muchedumbre mu­
sulmana, determina volver a su país por el mismo
camino que había traído.
Vuelve, pues, a Pamplona, y hace desmantelar sus
muros; mas percatados los vascos de que Cario Magno
intentaba dominarlos, le aguardan en Roncesvalles,
donde, cayendo sobre sus tropas desde las cumbres de
Altabiscar y de Ibañeta, le hacen perder la mitad de su
<yórcito, todo su botín y toda su gloria (1).
La famosa composición Altabiskarco-cantuá, que
inmortaliza este combate, se ha considerado durante
mucho tiempo como una obra primitiva de los vascos;
pero, según D. Pedro Madrazo (2), fué escrita en
París, en 1834, por el literato bayonés M. Garay
(1) *M. Lafuente. Ob. cit. Lib. IV, parte 2.a, cap. VI,
(2) Ob. cit. Cap. V. Nota.
— 36 —
de Monglave, y fué traducida a la lengua vasca por
M. Louis Duhalde d'Espelette, estudiante vascofrancés, que se ocupaba en París en dar repasos a
los jóvenes que se preparaban para entrar en la Es­
cuela Politécnica.
En cuanto a la fundación del reino de Pamplona,
sólo se sabe de cierto lo que cuenta D. Rodrigo Ximénez de Rada. "En el tiempo en que Castilla, León
y Navarra eran devastadas por varias incursiones
de los árabes, apareció un varón, del condado de
Bigorra, acostumbrado desde niño a las armas y co­
rrerías; llamábase Iñigo, y de renombre, Arista (1),
por su aspereza en el combate; moraba, en el prin­
cipio, en las raíces del Pirineo; pero, después, des­
cendiendo a las llanuras de Navarra, llevó a cabo
grandes hazañas, por lo que mereció la jefatura en­
tre los naturales. Tuvo un hijo, llamado García, al
cual casó con Urraca, de sangre real" (2).
Respecto a los reyes García Jiménez I, Fortuño
García, Sancho I, Jimeno Iñiguez, Iñigo Jiménez v
García Jiménez II, de que solían hablar todas las
historias de Navarra, diremos únicamente que son
completamente fabulosos, como ha demostrado con
toda claridad D. Tomás Ximénez de Embiin, que
tantas veces hemos citado en esta obra.
(1) Esta palabra debe ser una alteración de la voz vasca
Aritza, que significa roble.
(2) Lib. V, Cap. XXI. Del origen y Genealogía de los re­
yes de Navarra, cit, T. Ximénez de Embún, ob. cit
- 39 -
13. García Iñiguez.—García Iñiguez es un
personaje que pertenece ya a la narración histórica;
pero todavía lleno de dudas, de ambigüedades, de va­
cilaciones. Algunos historiadores árabes hablan de
un García a quien llaman rey de los cristianos,, o de
Pamplona, al cual suponen en alianza con Muza ben
Muza, en sus primeros alzamientos, y poco después,
hacia el año 843, vencido y muerto por el emir de
Córdoba.
Las crónicas latinas se ocupan de otro García, que
murió, dicen, peleando a favor de su suegro o cu­
ñado Muza ben Muza, contra Ordoño I, en la ba­
talla de Laturce (852).
No sabemos qué pueda haber de cierto en todo
esto; lo que sí podemos afirmar es que García Iñi­
guez vivía años después. El 861 ó 62, Mahomad de
Córdoba se dirigió contra él, cuando se apoderaba
de Pamplona, mas en esta expedición sólo consiguió
apresar a Fortún ben Al-Aziz, al que las crónicas
árabes y algunas memorias latinas llaman hijo de
García Iñiguez. F|ortún ibem Alacela fué devuelto
veinte años después, el 882, por Abul Walid, a
Alonso III.
García Iñiguez murió en un combate contra los
musulmanes, pero los historiadores andan divididos
acerca de las circunstancias del hecho.
Lo más probable es que muriese combatiendo con­
tra los Beni-Muza, que eran sus más inmediatos e
interesados enemigos.
- 40 -
Según el príncipe de Viana (1), estuvo casado
García Iñiguez con doña Urraca, hija única del
conde de Aragón Fortún Jiménez; la Crónica de
S. Juan de la Peña, llama Enega a la mujer de Gar­
cía Iñiguez (2), y opina Zurita (3), que fue hija de
Endregoto Galíndez, hija del conde Galindo Aznar.
Tanto el príncipe de Viana como Zurita, dicen
que García Iñiguez no tuvo más hijo que Sancho
Abarca, que, según ellos, fué postumo, pero en esto
andan equivocados.
Dejó el rey D. García cuatro hijos y dos hijas:
D. Fortuño y D. Sancho, que le sucedieron,. D. Iñi­
go y D. Jimeno, la reina doña Jimena, mujer del
rey D. Alfonso el Magno, y doña Iñiga, casada con
el hijo del rey moro de Córdoba, que reinó luego
por muerte de Mohamad, su padre, y exclusión de
Almundir, su -hermano mayor.
Así parece lo más probable, estando con esto con­
formes la mayor parte de los relatos históricos, que
de otro modo no podrían explicarse.
14. Fortún Garcés, el Monje.—A García Iñi­
guez sucedió su hijo Fortún Garcés, llamado el Mon­
je, varón más dado a las prácticas piadosas que al
ejercicio de las armas, por lo cual hubo de producir
el disgusto de sus belicosos vasallos.
(1) Crónica de los Reyes de Navarra. Lib. I, cap. VITT.
(2) Cap. XII.
(3) Anales, Lib. I, cap. VIL
— 4i —
Esto, unido a su propio convencimiento y, tal vez,
a su pesar, por la prematura muerte de doña Aurea,
su mujer, y la de sus hijos, los infantes Iñigo, Lope
y Aznar, le inclinaron a cambiar el arnés por la
cogulla, y profesó en el convento de Leire, donde
alcanzó la edad de 126 años, según afirma el arzobis­
po D. Rodrigo.
Siendo su reinado de importancia muy escasa, ha
sino negada hasta su existencia misma por algunos
historiadores; pero, si bien no constan los acciden­
tes de su vida, pocos hechos podrán darse tan fuera
de toda duda como la realidad y sucesión de Fortún
Garcés en Pamplona.
A Garibay le cupo la gloria de colocarle en el lu­
gar cronológico verdadero, y, desde aquella época,
solamente le han omitido algunos historiadores ex­
cesivamente suspicaces.
Reinó hasta el año 905, en que le sucede su her­
mano Sancho Garcés I.
15. Sancho Garcés I.—Como Fortún Garcés no
dejaba sucesores, ocupó el trono (905) su hermano
Sancho Garcés I, que reinó durante veinte años. A
pesar de sus derrotas, es uno de los grandes reyes
reconquistadores.
No bien tuvo empuñado el cetro, marchó con su
ejército a las Gascuñas, donde contaba numerosos
parciales, desde el fallecimiento de su señor natural
el duque Aznar Sánchez. Apoderóse en breve de
- 42 -
aquellos Estados, y, cedida a su hijo segundo, don
García el Corvo, la Gascuña Ulterior, púsose en
marcha aceleradamente con rumbo a Pamplona, que,
sitiada por los árabes, estaba en inminente riesgo (1).
Pasa Sancho Garcés los Pirineos, entonces cu­
biertos de nieve, y cae sobre el enemigo con tal pre­
cipitación, que les sorprende enteramente y quedan
muertos en el campo todos los sitiadores. No les da
tiempo para que puedan reponerse de su espanto, sino
que, sin perder minuto, asalta y toma el castillo de
Monjardín, y, una vez dominada aquella firme atalaya,
extiende su poderío por las márgenes del Ebro.
Hacia el año 910, gana todos los pueblos de las
comarcas de Mendavia, Lodosa, Cárcar, San Adrián,
Andosilla y Milagro.
Hecho esto, se ocupa (911) del casamiento de su
hija doña Sancha con Fernán González, que luego
fué primer conde de Castilla, y una vez concluido,
vuelve a la guerra contra los musulmanes.
El año 912, pasa el Ebro y extiende su dominio
por las riberas del Najerilla, hasta Nájera, que tam­
bién queda en su poder. Luego recorre las tierras
meridionales de la Rio ja, y gana las comarcas de
Logroño, Alcanadre, Ansejo, Calahorra, Alfaro, Tíl­
dela, Tarazona, Agreda y hasta tocar en la antigua
Numancia, cerca de Soria. En el año 918, después
> (1) Olóriz: Resumen histórico del antiguo reino de Navarra.
- 43 -
de haber limpiado el país de bandidos, se apoderó
de Val tierra.
Rendido, al fin, Sancho Garcés.. por el peso de los
años y las enfermedades, marchó al Monasterio de
Leire, dejando con el mando del territorio conquis­
tado en la región del Ebro a su primogénito D. Gar­
cía, al que puso Corte en Nájera.
Desde su retiro de Leire, veía el anciano rey que
su provincia era constantemente invadida y hosti­
gada por al valeroso Almudhaffar. La noticia de
una más numerosa irrupción de musulmanes, des­
pertó su antiguo ardor bélico y, abandonando el
claustro, le hizo acudir en socorro de su hijo.
Sintiéndose débil para resistir la enorme fuerza
musulmana, reclamó el auxilio de Ordoño II, de
León, que, no vacilando un punto, se puso en mar­
cha sin demora. Invitó Ordoño a varios condes de
Castilla, para que le ayudaran en la empresa; mas
ellos, por una causa o por otra„ no respondieron á
la invitación, y Ordoño prosiguió con sus leoneses
hasta juntarse con Sancho García.
Una vez reunidos los monarcas de Navarra y de
León, marcharon en busca del enemigo, al que ha­
llaron entre Estella y Pamplona, o mejor, entre Nuez
e Irujo, en un valle que, por estar cubierto de jun­
cos, se llamó Val-de-junquera.
Allí se dió la batalla de este nombre (921), en la
que los cristianos sufrieron una espantosa derrota,
que tal vez hubiera sido más desastrosa, sobre todo
para los navarros, si no hubiesen tomado los mu­
- 44 -
sulmanes, con extrañeza general, el camino de Fran­
cia, por los ásperos y rudos senderos de las mon­
tañas de Jaca (1).
Rehechos Sancho Garcés y su hijo García,, espe­
raron a los musulmanes en los terribles desfiladeros
del Roncal, vengando allí la derrota de Valdejunquera. Este hecho dió lugar al privilegio otorgado
a los roncaleses, hacia el año 922, en Pamplona.
Ordoño y García Sánchez se apoderaron, en 923,
de Nájera y Viguera; Ordoño II restauró el mo­
nasterio de Santa Columba, en acción de gracias y
conmemoración de tan faustos sucesos, y el anciano
rey de Pamplona, Sancho Garcés I, fundó el monaste­
rio de San Martín de Albelda, sobre las ruinas de
la destruida ciudad de Albaida, centro y capital de
la dominación extinguida de los Beni Muza. Adber-Rhaman, envió una nueva expedición, que llegó,
talando y destruyendo por doquier, hasta los mismos
muros de Pamplona (924); mas fatigado su ejército
por las guerrillas de almogávares que impunemente
le destruían, se retiraron,, dejando yermos los sitios
por donde habían transitado.
Sancho Garcés, enfermo ya por aquel tiempo,
murió bien pronto (925), sucediéndole García Sán­
chez I, su hijo.
16. García Sánchez I.—Sintióse mucho menos,
(1) »M. Lafuente: Historia general de España. Lib. IV,
parte 2.a, cap. XIV.
~ 45 -
en Navarra, por este tiempo, la perniciosa influen­
cia del poder musulmán, lo que permitió que García
Sánchez I, tomando algún aliento y cesando, aunque
brevemente, de pelear, se ocupase principalmente de
las artes, de la paz y los negocios interiores del
Reino.
Memoria de la piedad real, se conserva en el mo­
nasterio de S. Millán, al que donó el pueblo de Asa
y el de Logroño, que por entonces empezaba a flo­
recer.
En el año 930, y una vez desembarazado de sus
enemigos, tomó por mujer, D. Ramiro de León, a
doña Teresa Florentina, hermana del rey D. García,
aumentando con esto las alianzas de su Estado.
No tardó Navarra en salir de su reposo y tomar
nuevamente las armas. Era entonces conde de Cas­
tilla Fernán González, cuñado del rey de Nava­
rra, y, aunque independiente del de León, bien pron­
to la necesidad le obligó a buscar su amparo. Adber-Rhaman de Córdoba, invadió las tierras de Cas­
tilla, y Fernán González solicitó la ayuda del rey
de León; concediósela éste, y asimismo el de Na­
varra, y una vez todos reunidos, alcanzaron a los
musulmanes junto a Osuna, infligiéndoles la más te­
rrible de las derrotas, que les obligó a huir,, dejando
millares de cautivos y toda su impedimenta.
Lleno de furor el califa cordobés, hizo proclamar
la guerra santa, con lo que toda la morisma se apres­
tó a luchar contra los odiados hijos de la Cruz, lo­
grando reunir un ejército compuesto de 50.000 ca­
- 46 -
ballos y 150.000 infantes; cantidad enorme, tratán­
dose de la época que estudiamos. Marchaban, entre­
tanto, nuestros cristianos aliados sobre la ciudad de
Zaragoza, gobernada por Abenaya, y se hubiesen
apoderado de ella, si el jefe musulmán no se anti­
cipara, ofreciéndose como tributario de D. Ramiro
de León. Pactáronlo así, pero este tratado sólo duró
hasta la llegada de Adb-er-Rhaman con su poderoso
ejército, que más que la buena fe y el respeto al
pacto, se estimaban entonces y siguen estimándose,
por desgracia, las argucias diplomáticas.
Penetró el califa cordobés, causando grandes es­
tragos por Salamanca y Zamora, llegando hasta Si­
mancas, donde fué alcanzado por los cristianos. An­
tes de entrar en batalla, hizo donación el rey don
García, al monasterio de Leire, tal vez por más for­
zar la Divina Providencia,, de todos los lugares que
pudiese ganar.
Trabóse el combate (939) con todo el furor de
que son capaces hombres de distinta religión, y fué
tal el encarnizamiento de los cristianos, que el ejér­
cito mahometano sufrió una terrible derrota, que­
dando completamente deshecho. La mortandad fué
verdaderamente espantosa, y muchos musulmanes
cayeron prisioneros, entre ellos el propio Abenaya,
faltando poco para que Abd-er-Rhaman corriera la
misma suerte; mas, el califa, se salvó, y cuando estuvo
en sitio seguro, se vió acompañado solamente de
cuarenta y nueve de los suyos (1).
(1) Augusto Mülfcr: El islamismo en Oriente y Occi-
- 47 -
Los privilegios de los votos de Santiago y San Millán aseguran que ambos santos, en sendos caballos
blancos y armados con mortíferas espadas,, anima­
ron a los cristianos atropellando a la morisma. Tal
vez el prodigio no fuese sino el producto de la fe ar­
diente y noble de nuestros antepasados.
Vióse obligado el orgulloso caiifa a picar espuelas
y huir,, mal herido, a un fuerte cercano; mas, 110 lo­
grando tampoco sostenerse en él, apeló a la fuga, de­
jando a los cristianos dueños de aquella fortaleza en
que había pretendido refugiarse.
Con esta batalla, llamada de Simancas por nues­
tros historiadores, y del Barranco por los árabes,
terminó aquella guerra, cuyos principios amenazaron
ser funestos a toda la cristiandad, siguiéndose en Na­
varra ocho años de profundo sosiego, tras los cua­
les surgieron nuevas turbaciones que pusieron las
armas fratricidas en las manos de aquellos Estados
nacientes, que sólo debieran esgrimirlas contra el co­
mún enemigo.
Muerto D. Ramiro, subió al trono de León el
hijo mayor de su primer matrimonio, Ordoño III,
pero el menor,, llamado Sancho el Craso por su cor­
pulencia, hijo de la segunda mujer D.a Teresa Flo­
rentina, hermana del rey de Navarra, le disputó la
Corona y logró que se declarasen a su favor el rey
de Navarra y el conde Fernán González.
dente. Parte 3.a, sec. 2.a, cap. III. Historia Universal, de
G, Ondeen,
- 48 -
Refugióse Ordoño en la ciudad de León, donde
fueron a sitiarle los partidarios de su hermano; pero
sospechando el rey de Navarra que lo que preten­
día Fernán González era entronizar a Ordoño el Malo,
hijo de Alfonso IV, de quien esperaba lograr la ab­
soluta independencia de su condado, hasta entonces
sujeto a los leoneses, abandonó ei campo y se man­
tuvo a la espectativa, con lo que Ordoño III logró
sujetar a los rebeldes.
Muerto Ordoño, ciñó la corona Sancho el Craso.
Estalla entonces la conjuración fomentada por Or­
doño el Malo y Fernán González y, 110 teniendo don
Sancho fuerzas para dominarla, penetró en Navarra
solicitando el auxilio de su tío el rey D. García, que
prometió ayudarle.
Por consejo de D. García, partió Sancho el Craso
para Córdoba, donde los médicos de Abd-er-Rhaman
curaron su obesidad, y el califa, puso un ejército a
sus órdenes para que reconquistase su Reino, como
lo hizo entrando por las fronteras de León, mien­
tras el rey de Navarra lo hacía por la Rio ja (960).
Salieron las tropas de Fernán González contra el
ejército navarro, al que encontraron junto al lugar
donde se fundó Santo Domingo de la Calzada. El
ejército del Conde quedó deshecho, y él y sus hijos
fueron llevados prisioneros a Pamplona» siendo per­
donado y restituido a sus estados después. Repuesto
D. Sancho en el trono leonés, volvióse el rey de Na­
varra a Pamplona, donde falleció el año 970, siendo
- 49 -
depositados sus restos junto a los de su padre, en el
castillo de Monjardín.
Le sucedió Sancho Garcés II Abarca, su hijo pri­
mogénito, y concedió al infante D. Ramiro la digni­
dad vitalicia de rey de Viguera, pero dependiente del
monarca navarro.
CAPITULO 111
Beyes de Navarra y Aragón.
17. Sancho Garcés II Abarca. — 18. García Sánchez II,
el Trémulo. — 19. Sancho Garcés III, el Mayor. —
20. Estado social y cultura del siglo VIII al xi.
17. Sancho Garcés II Abarca. — En el año 970
entró a reinar en Navarra y Aragón, cuya unión po­
lítica se había realizado con el casamiento de D.a En~
dregoto Galíndez y García Sánchez I, el rey Sancho
Garcés II, llamado Abarca porque solía usar de este
calzado para caminar por los lugares escabrosos.
"Este rey D. Sancho Abarca,, había buenos vasaillos é bien dispuestos, é de grant corazón de haber
batallas é guerras, con los enemigos de la fe; é eran
acostumbrados de llevar dardos é de andar á pie, tam­
bién los de caballo como los otros. Ansí mesmo el di­
cho rey andaba á pie muchas veces cor su vasaillos,
é non esquivaba ningún trabajo, que hombre podiese
sufrir, como entendiese habría vitoria sobre los ene­
migos de la fé; por lo qual fué amado de sus vasai­
llos; porque, no como rey, mas como compaiñero,
andaba con eillos; é se ponía en igual deillos en
- 52 -
qualesquier fechos darmas; c algunas veces calzaba
abarcas, é sabía qite cosa eran trabajos, ó enojos (1)".
Cuando subió al trono, siendo ya de edad madura,
se hallaba muy debilitada la monarquía leonesa, a
causa de la total independencia de Castilla, gober­
nada por el conde Garci Fernández, y por el descon­
tento de los gallegos que acabaron sublevándose y
nombrando rey a D. Bernuido, hijo de Ordoño III.
Dedicó Sancho Abarca los primeros años de su
reinado a recorrer los territorios de su dominación,
estudiando y llevando luego a la práctica todas aque­
llas medidas que sirviesen para mejorar las condicio­
nes de existencia del pueblo, con lo que obtuvo fama
de celoso del bien público.
Había ocurrido, por entonces, en Córdoba un he­
cho de capital importancia y particularmente funes­
to para la cristiandad: el encumbramiento y dominio
de Ben-abi-Amir, Almanzor (2).
No incumbe a nuestra historia el estudio del en­
cumbramiento progresivo de Almanzor y de los me­
dios (3) de que se valió para llegar al más alto puesto
en la corte de Hixem. Bástenos decir que muerto Alhaquen II, ocupó el califato su hijo Hixem, de edad
entonces de 10 años, a quien su padre ya había he(1) Príncipe de Viana: Crónica de los reyes de Navarra,
lib. I. cap. X.
(2) En árabe, Al Mansur, el Invencible.
(3) No todos confesables. Parece que fué amante de
Aurora, mujer del califa Alhaquen y madre de Hixem.
Esta Aurora era de origen vascongado, según Dozy.
- *53 —
cho jurar por heredero, temiendo que sus subditos
no lo reconociesen. Esta inquietud era muy natural,
pues nunca, hasta entonces, se había sentado un
menor en el trono de Córdoba, y la idea de una re­
gencia repugnaba extraordinariamente a los árabes.
No eran vanos estos temares del viejo califa. Ha­
biendo expirado en bracos de Fayic y Chandar, sus
dos principales eunucos, quisieron éstos guardar se­
creta su muerte por algún tiempo y dar la corona
a Mogira, que contaba entonces veintiséis años, a
condición de que éste nombrase sucesor a su sobrino
Hixem.
Desbaratados sus planes por el ministro Mosafí y
por Ben-abi-Amir, mayordomo entonces,, ocupó Hi­
xem II el trono de su padre y continuó el ambicioso
Ben-abi-Amir sil triunfal carrera, hasta lograr el
cargo de gobernador del reino ff).
Mandando, pues, en Córdoba el terrible Almanzor, no hay que decir que el reinado de Sancho Abar­
ca fué en extremo agitado.
Tenía Almanzor en la corte al conde Vela, caba­
llero poderoso de Alava que se refugió entre los mu­
sulmanes huyendo de las persecuciones de Fernán
González, el cual no cesaba de incitar a Almanzor
para que, pasando a Castilla, le diese ocasión de ven­
gar en Garci Fernández los agravios que de su padre
había recibido.
Logró, al fin, el traidor Vela, sus propósitos, y Al(1)
Dozy: Historia de los musulmanes de España, lib. III.
— 54 —
ftianzor organizó un ejército que, mandado por Orduan y ayudado por el conde Veía y sus partidarios,
penetró en Castilla talando y destruyendo cuanto
hallaba a su paso.
Poco avisados, los leoneses veían con placer los
maies de Castilla, sin pensar que luego hubiera de
tocarles a ellos sufrir las devastaciones musulmanas,
por lo que Garci Fernández tuvo que acudir a San­
cho Abarca,, como único recurso. Socorrióle, en efec­
to, el rey navarro y, reunidas sus tropas con las del
conde castellano, derrotó por completo al ejército de
Orduan y el conde Vela (978) (1). Desgraciadamente
no desistió Almanzor de su empresa, sino que, pi­
diendo fuerzas al Africa y haciendo proclamar la
guerra santa, logró reunir un poderoso ejército que,
mandado por él en persona y acompañado del funesto
conde Vela, saqueó todo el país, retirándose después
a Córdoba con sus presas.
•Mientras tanto acometían a Navarra los moros de
Zaragoza, con objeto de distraer las fuerzas de don
Sancho, que se vieron obligadas a sostener la lucha
en dos fronteras.
Continuó Almanzor victoriosamente sus campañas
por Castilla y León, mientras D. Sancho adelantaba
también sus conquistas y fortificaba sus comarcas.
Mas no tardó en verse también atacado por el gue­
rrero musulmán, con el que evitó cuidadosamente
(1) Esta batalla se llamó de Gormaz, por haberse dado en
las cercanías de la villa de este nombre.
— 55 —
trabar batalla, dejando que se debilitase en acciones
parciales, como sucedió al fin, retirándose con gran­
des pérdidas.
Murió Sancho Abarca el año 994, dejando dos
hijos, D. García y D. Gonzalo, éste gobernador de
Aragón y aquél heredero del cetro.
18. García Sánchez II, el Trémula. — En el
año 994 sucedió a su padre, Sancho Garcés II Abar­
ca, García Sánchez II, llamado el Trémulo o temblo­
roso porque "antes que entrase en la batalla se de­
mudaba y alteraba tanto, que le temblaban las carnes
y todo el cuerpo; pero después escriben que tomaba
coraje, y entraba a pelear con grande ánimo y per­
sistía en la pelea varonilmente" (1).
Empezó su reinado haciendo donación al monas­
terio de San Juan de la Peña, de los lugares de Esu,
Catamesas, Caprunas y Genepetra (2), con objeto
de implorar el patrocinio del Santo en los peligros
que le rodeaban.
Reinaba entonces en León y Galicia el rey Bermudo II, el cual tuvo por mujer a D.a Elvira, hija
de García el Trémulo, con lo que los reinos cristia­
nos, mejor unidos, podían más fácilmente atender
a su defensa contra el enemigo común: ¡os musul­
manes capitaneados por Almanzor.
(1) Zurita: Anales de la Corona de Aragón, lib. I, cap. XI.
Igualmente se halla en la Crónica de S. Juan de la Peña
(cap. XIII) y en la del Príncipe de Viana (cap. XI).
(2) Yanguas, ob. cit.
- 56 ~
Continuaba éste su carrera triunfal y logró poner
en armas todos los Reinos árabes de la frontera na­
varra, desde Zaragoza a Huesca, impidiendo así que
el rey de León, con quien estaba en guerra, pudiera
ser socorrido por D. García. Atacada la ciudad de
León (996), cayó, después de una resistencia heroica,
en poder de los mahometanos, que la arrasaron. No
satisfizo este triunfo al caudillo,, que prosiguió la
guerra, llegando hasta Santiago de Galicia, de donde
se llevó las campanas y las puertas de la Iglesia a la
gran Mezquita de Córdoba, y allí permanecieron has­
ta que, en el año 1236, las restituyó a Santiago el rey
D. Fernando el Santo de Castilla.
Según la crónica de Lucas de Tuy, comprendie­
ron al fin los reyes cristianos que la causa de sus de­
sastres era principalmente la desunión en que vivían,
por lo que, deponiendo sus odios hereditarios, se dis­
pusieron a dar contra Almanzor la batalla definitiva.
Agrupados, pues, el rey navarro y el conde de Cas­
tilla y Bermudo II de León y Galicia, dirigiéronse
contra la morisma, a cuyo frente iba Almanzor. Don
Bermudo, impedido por la gota, se hacía llevar en
silla de manos; nadie quería peroer la gloria de to­
mar parte en el combate en que se arriesgaba lo que
tanta sangre había costado de conseguir.
Encontráronse ambos ejércitos cerca de Calatañazor, entre Osuna y Soria. Duró la batalla el día
entero, y sólo las sombras de la noche pudieron se­
parar a los combatientes. Esperaron ansiosos los cris­
tianos la llegada del nuevo día, para continuar la
Catedral de PAMPLONA. - Relicario
de la Santa Espina, regalada por S.
Iglesia de Santa María (SANGÜESA) (S. XIV)
Luis a D. Teobaldo de Champaña,
Rey de Navarra (S. XIII)
Portada del Monasterio de Leyre (S. XIII)
- 57 -
pelea, mas al levantarse el sol pudieron comprobar
que Almanzor los había abandonado, dejando como
huella de la lucha 100.000 cuerpos de otros tantos
guerreros musulmanes (998).
Según la tradición, el hasta entonces invicto Al­
manzor, cayó en tal desesperación que no sobrevivió
a su desgracia, muriendo en Valdecerreja a los tres
días del desastre, siendo enterrado en Medinaceli.
En realidad es completamente fabuloso este relato,
pues la verdadera fecha de la muerte de Almanzor
es 1002 (10 de agosto), y el Cronicón Burgense su­
pone que fué en este año cuando se celebró la bata­
lla en la que, por lo tanto, no pudieron intervenir
ni el conde Garci Fernández, muerto en el año 995,
ni D. Bermudo de León, ni García Sánchez el Tré­
mulo, que murieron en el 999. Corresponde, pues,
esta batalla al reinado de Sancho Garcés III el Mayor.
El eminente orientalista Dozy, califica lo dicho por
Lucas de Tuy de fabuloso é indigno de figurar en la
Historia.
Hoy parece cierto que Almanzor entró en Castilla
y destruyó el monasterio de San Millán de la Cogu­
lla. Enfermo entonce^, como gran parte de su ejér­
cito, a consecuencia de una epidemia, y temiendo un
choque decisivo con las tropas cristianas que no de­
jarían de acudir en auxilio de San 'Millán, empren­
dió la retirada hacia Medinaceli, sufriendo segura­
mente algún pequeño descalabro al pasar por Calatañazor.
Bs i 9. Sancho Garcés III, el Mayor.—A la muerte
de García Sánchez el Trémulo, ocupó el trono de
Navarra (1000) su hijo Sancho Garcés, tercero de
este nombre, llamado el Mayor por lo dilatado de sus
dominios, como luego se dirá.
Por este tiempo caminaba rápidamente a su total
destrucción el califato de Córdoba, mientras que, por
el contrario, los reinos cristianos iban fortaleciéndose
más y más. En el califato cordobés muchos seño­
res principales negaban la obediencia a Hixem y
cada ciudad formaba una monarquía independiente.
No perdieron esta ocasión los príncipes cristianos,
sino que renovaron su alianza y, mientras un pode­
roso ejército, mandado por el conde Sancho de Cas­
tilla, penetraba en el reino de Toledo llevándolo todo
a sangre y fuego, hacía lo mismo Sancho el Mayor
en tierras de Aragón y ensanchaba sus dominios por
las riberas del Gállego y Cinca sobre Huesca.
Siguiéronse estas guerras durante mucho tiempo,
casi siempre con ventaja de los príncipes cristianos,
ya que iban en aumento las luchas civiles de los mu­
sulmanes.
Hacia el año 1015 invade Mohamed los territorios
del rey de Navarra, por la parte del Moncayo, hasta
el valle de Funes, en la confluencia de los ríos Arga
y Aragón, pero D. Sancho el Mayor logró rechazar­
le, recuperando las plazas perdidas.
La muerte de Sancho de Castilla (1021) y la de
Alfonso V de León (1027) dieron ocasión a enlaces
de familia entre principes y princesas de las dinas­
— 59 -
tías reinantes. Como heredero de Sancho de Castilla
quedó su hijo García II, niño de ocho años, y como tu­
tor de éste, el rey de Navarra Sancho el Mayor que
estaba casado con D.a Mayor, hija del difunto con­
de Sancho de Castilla, y hermana, por lo tanto, de
García II. A Alfonso V de León sucedió su hijo Bermudo III, que se apresuró a contraer matrimonio con
D.a Jimena Teresa (1), hermana también de Gar­
cía II de Castilla; y de esta forma quedaron empa­
rentados los soberanos de León, de Navarra y de
Castilla.
En el año 1021, viviendo todavía Alfonso V de
León, emprendióse una guerra, entre éste y Sancho
el Mayor. La causa no fué otra que los malos ojos
con que el de León veía el progresivo engrandeci­
miento del rey navarro, soberano por entonces de
Aragón, y puede decirse que de Castilla, por ser tu­
tor de García II.
Fuéle funesta la guerra al leonés, porque D. San­
cho le derrotó y ganó todas las tierras desde los lí­
mites de Castilla hasta las ciudades de Astorga y
León.
Al suceder Eermudo III a su padre Alfonso V,
muerto en el cerco de Viseo el año 1027, pretendie­
ron los leoneses que les restituyera D. Sancho las
tierras conquistadas a su monarca anterior y, con ob­
jeto de arreglar este asunto y estrechar más los lazos
entre las familias reinantes, celebraron consejo los
(1)
Urraca, según algunos documentos.
condes de Burgos y acordaron enviar un mensaje a
Berrriudo III de León, solicitando diese en matrimo­
nio su única hermana, Sancha, al conde García, y que
con tal motivo consintiese en que dicho conde tomara
el título de rey de Castilla, a la que el rey D. Sancho
agregaría voluntariamente las tierras ganadas a Al­
fonso V.
Aceptado el trato por el monarca leonés, regresa­
ron a Burgos los nobles castellanos, e instaron a Gar­
cía a que pasase por León a Oviedo,, donde había ido
D. Bermudo, y concertase con éste todo lo referente
a su matrimonio y título real, entrevistándose con su
prometida que, con su madre, se encontraba allí.
Sabedores los hijos del conde Vela de la llegada
de García a León vieron, con la ausencia de Bermu­
do, que era la ocasión de vengar los antiguos agra­
vios que su familia tenía recibidos de Fernán Gon­
zález, y levantaron un buen golpe de gente a cuya ca­
beza, y después de marchar toda una noche sin des­
canso, entraron con el alba en la ciudad de León. Ha­
bíase dirigido el conde castellano a la iglesia de San
Juan Bautista, y a la puerta misma de este templo se
vio asaltado por los conjurados que, sin respeto a la
santidad del lugar, consumaron su terrible proyecto
asesinando al joven D. García.
Acabada, con la muerte del Conde, la línea mas­
culina de la estirpe de Fernán González, sólo queda­
ban dos princesas, casadas ambas, la menor con Ber­
mudo III de León y la mayor con el rey de Navarra.
No tardó este último en hacer valer sus derechos so­
- 61 —
bre el condado de Castilla, del que se apoderó con un
poderoso ejército, como de una herencia que le co­
rrespondía.
Hecho esto se dirigió contra los Velas, que se ha­
bían refugiado en el castillo de Monzón, a dos le­
guas de Palencia. Tomado éste por asalto, degolló
a todos sus defensores, a quienes mandó quemar v
aventar sus cenizas, como así se ejecutó.
Encontróse, con todo esto, Sancho de Navarra el
más poderoso de los monarcas cristianos (1029), mas
pareciéndole poco todavía, determinó apoderarse tam­
bién del reino de León y, careciendo de derechos para
ello, buscó algún pretexto con que tomarlo por la
fuerza.
Lo halló, según algunos historiadores, en la reedi­
ficación de Palencia.. comenzada por D. Sancho, ale­
gando que aquel territorio pertenecía a sus domi­
nios. No lo entendió así el leonés y se encendió la
guerra entre ambos príncipes.
Según otros historiadores, la causa de la guerra
fué la sospecha que tenía D. Sancho de que la muerte
de su cuñado, el conde de Castilla, había sido suge­
rida por los leoneses. Zurita, con su proverbial dis­
creción, dice únicamente que "teniendo el rey D. San­
cho tan acrecentado su estado y reino, hizo muy
grande guerra al rey D. Bermudo, el III de León,
hijo del rey D. xA^lfonso el quinto, por las diferencias
que había entre castellanos y leoneses (1), sin aña­
dir cuáles fueron estas diferencias.
(1)
Anales, lib. I, cap. XII.
- 62 —
Sea de ello lo que fuere, nos interesa saber que,
aprovechando la ocasión de hallaise D. Bermudo en
Galicia, sofocando dos pequeñas sediciones, invadió
el rey navarro los Estados leoneses, siéndole fácil
apoderarse del territorio comprendido entre el Pisuerga y el Cea. Franqueó seguidamente este río y
avanzó hasta los llanos de León,, donde ya le esperaba
Bermudo, que había regresado de Galicia.
Estando para efectuarse el encuentro presentáron­
se como mediadores los Obispos de uno y otro Reino
que. haciendo ver a los monarcas los grandes per­
juicios que sus discusiones traían a la causa del cris­
tianismo, lograron traerlos a un acomodamiento, es­
tableciéndose por bases de la paz el casamiento de
Sancha, hermana de D. Bermudo, antes prometida
al asesinado conde de Castilla, con el principe Fer­
nando, hijo de D. Sancho el Mayor; que éste toma­
ría el título de rey de Castilla, y que Bermudo daría
en dote a su hermana el país que Sancho había con­
quistado entre el Pisuerga y el Cea. Celebráronse
suntuosamente las bodas y Fernando quedó procla­
mado primer rey de Castilla (1).
No duró la paz mucho tiempo, porque al cabo de
un año, y sin motivo que nos sea conocido, penetró
nuevamente el rey navarro en los territorios leone­
ses, se apoderó de Astorga y procedió a gobernar
como dueño y señor el reino de León, las Asturias
(1) M. Lafuente: Historio General de España, parte 2.a,
lib. I, cap. XX.
- 63 —
y el Vierzo hasta las fronteras de Galicia, donde se
había refugiado Bernutdo.
Reinaba con esto D. Sancho sobre Navarra, Ara­
gón, Castilla, gran parte de León, Asturias y los lu­
gares comprendidos entre Zamora y Barcelona, te­
rritorio no dominado por ningún monarca cristiano
después de la invasión sarracena.
Dedicóse en seguida a la reforma de iglesias y mo­
nasterios. Restauró el de San Victorián, fundó otros
muchos, dotó de grandes posesiones a la iglesia Ca­
tedral de Palencia y llevó a San Juan de la Peña, con
permiso de los Obispos de Aragón y de Pamplona,
monjes cluniacenses de la Orden de San Benito, sien­
do Paterno su primer Abad (1).
Sorprendióle la muerte en febrero del año 1035,
hallándose en la restauración de la Catedral de Pa­
lencia, y fué sepultado en Oviedo y trasladado des­
pués por su hijo D. Fernando a la ciudad de León,
donde descansan sus restos en la capilla de los reyes.
Antes de morir distribuyó sus Estados entre sus
hijos. Dejó, pues,, a García el reino de Navarra, a Fer­
nando el reino de Castilla, de que ya hemos hablado,
a Ramiro (2) los territorios del hasta entonces con­
dado y desde ahora reino de Aragón, y a Gonzalo el
señorío de Sobrarbe y Ribagorza.
No sabemos qué motivos tenía D. Sancho para
(1) Zurita: Amles, lib. I, cap. XII.
(2) Aseguran los historiadores, que fué hijo bastardo.
Nada se sabe de cierto,
- 64 -
repartir sus Estados en la forma que lo hizo. Parece
ser que existieron algunas razones intimas y fami­
liares (1). Lo que sí podemos afirmar es que tal par­
tición fué una desacertadísima medida política, pues
rompió la unidad con tanto trabajo conseguida.
Estos repartos de Estados, que hoy nos parecen un
absurdo, eran entonces cosa corriente, dado el con­
cepto patrimonial que se tenía de la corona, y esto
disculpa la fatal medida con que terminó su glorio­
so reinado el poderoso y luchador monarca.
20. Estado social y cultura del siglo VIII
al XI. — Muy poco se sabe todavía acerca de la
organización social de Navarra y Aragón en este
período, pues las investigaciones hechas no alcanzan
a estos primeros siglos.
Existía la división de los hombres en libres y sier­
vos, y entre los libres ocupaban el primer grado los
nobles, dueños de territorios en que ejercían un po­
der señorial. Conviene advertir que abiertos Nava­
rra y Aragón a influencias extranjeras, y especial­
mente a la de los francos, su organización social y
sus costumbres se modificaron bastante, separándose
de las que presentan las regiones cristianas del Cen­
tro y N. O.
Existió también en Navarra el feudalismo, pero
la autoridad real es más fuerte que en otros reinos,
puesto que le pertenecía plenamente la administra(1)
Zurita: Anales, lito. I, cap. XII.
- 65 -
ción de justicia. En cambio, parece que el rey estaba
sujeto a una porción de trabas impuestas por los
nobles, entre ellas la de no celebrar Cortes ni hacer
guerras, paz o tregua, sin consejo de aquéllos. Te­
nía también la obligación de darles parte de las
tierras y la de sujetarse en todo a los fueros., leyes
especiales o privilegios de la nobleza o de las villas.
La monarquía era electiva, pero la elección se­
guía la línea de una misma familia.
La ley común en Aragón y en Cataluña era el
Fuero Juzgo; no así en Navarra. Pero, a poco, fue­
ron apareciendo varios fueros o leyes especiales da­
dos, ya a una ciudad o villa, ya a una clase social.
De éstos se suponía el más antiguo, en Navarra y
Aragón, el llamado Fuero de Sobrarbe, mas hoy se
sabe que es completamente apócrifo. Tampoco se
conocen fueros municipales o cartas de población
correspondientes a esta época, salvo la carta de po­
blación dada en 1032 por Sancho el Mayor a Villanueva de Pampaneto (Logroño), y la de Roncal,
de 1015.
Respecto a la organización religiosa, diremos que
el estado general anárquico se manifestaba en el
Clero, principalmente por la simonía, codicia e in­
subordinación (1). Contra estos vicios y la falta de
cohesión entre los diversos elementos del catolicis­
mo, se alzó,, a comienzos del siglo x, en la Borgoña
(1) Seguían casándose, a pesar de las prohibiciones de
los Concilios,
5
- 66 -
francesa, una Orden religiosa de monjes, llamados
de Cluny, por la abadía de este nombre, en que co­
menzaron, y cuya regla era la antigua de San Be­
nito, monje del siglo vi.
Los cluniacenses se propusieron restaurar la dis­
ciplina de los monasterios y del Clero, y estrechar
las relaciones entre éste y el Papa, enalteciendo la
autoridad de la Santa Sede, para lo cual contaban
con una organización muy rígida, fundada en la
obediencia absoluta al abad de Cluny, y con una cul­
tura notable en aquella época.
Bien pronto se extendieron por Francia, y pene­
traron luego en Navarra, donde fundaron varias
abadías, entre ellas la de Leire. Los cluniacenses
produjeron de momento, en Aragón y Navarra,, dos
efectos importantes: reforzaron las influencias fran­
cas y aceleraron la reconquista, impulsando a los
reyes a la lucha contra los musulmanes.
En cuanto a la cultura general, continúa la tra­
dición visigoda. En los monasterios de Navarra y
Cataluña parece ser donde más viva se mantiene la
cultura, quizá por las relaciones con Francia (1).
El régimen agrario fué el general de presuras y
escalios o roturaciones, en Navarra, llamadas pre­
sentes (2).
De todos modos, la cultura en la España cristia(1) Altatnira, Ob. cit., núms. 208 a 215.
(2) J. Costa: Colectivismo agrario, C. 21 y 22, págs. 249
y siguientes.
~ 67 -
na no era muy inferior a la de otras naciones de
Europa; y sobre todo, las continuas luchas que se
veían obligados a sostener, disculpan ciertamente este
retraso en hombres que, ocupados en la guerra, se
olvidaban por ella del progreso.
CAPITULO IV
Navarra desde Sancho el Mayor hasta
su enlace con Aragón.
21. García Sánchez III, el de Nájera. — 22. Sancho
Garcés IV, el de Peñalén.
21. García Sánchez III, el de Nájera.—La didivisión de los reinos cristianos, realizada por San­
cho el Mayor, no tardó en producir sus naturales
frutos, que no fueron sino pendencias y guerras en­
tre los diversos reyes. Notáronse los primeros efec­
tos por parte de D. Bermudo, rey de León, el cual
guardaba oculto su resentimiento por la segregación
de las tierras de su reino, unidas al de Castilla, y
por las depredaciones de Sancho el Mayor.
Viendo Bermudo que con la división de los rei­
nos, hecha por el rey navarro, disminuían notable­
mente las fuerzas de su adversario, pensó que la
ocasión era inmejorable para recobrar las tierras que
fueron suyas, y emprendió la guerra contra Fer­
nando de Castilla.
Consideróse impotente Fernando para resistir por
-TO-
sí solo las fuerzas de Bermudo, por lo que solicitó, y
obtuvo, el auxilio de su hermano García III de Na­
varra.
Entró este último en la lucha en 1037, dos años
después de su coronación, y reunidos ya ambos her­
manos, fueron con sus tropas sobre Tamarón, en
cuyas cercanías acamparon, y retaron a D. Bermu­
do. Allí perdió el leonés la corona, juntamente con
la vida.
Extinguida con Bermudo la línea masculina de
los reyes leoneses, heredó el reino D. Fernando, cuyo
derecho provenía de su mujer doña Sancha, herma­
na de Bermudo,. como ya decíamos.
Terminada esta guerra, ocupóse el rey navarro de
la conclusión de su matrimonio con doña Estefanía,
hija de los condes de Barcelona (1038).
No duró la paz mucho tiempo. Habíanse incor­
porado por entonces (1042) los territorios de Sobrarbe y Ribagorza a los dominios de Ramiro de
Aragón, por causa de la muerte de D. Gonzalo a
manos de un vasallo suyo, y parece ser que, coaliga­
do D. Ramiro con los reyezuelos moros de Zara­
goza, Huesca y Tudela, movió guerra a su hermano
García, y, penetrando en su reino, puso cerco a Tafalla (1043).
Voló a socorrerles D. García. Envuelta en som­
bras se hallaba la campiña del Cidacos; fiado en las
centinelas, reposaba D. Ramiro; tal vez acariciaba
en sueños halagadoras esperanzas, cuando rumor de
acelerados pasos, tañido de clarines, ruido de armas
- 71 -
y estruendoso vocerío le despiertan y sobrecogen.
Oye junto a sí el grito de guerra de los navarros,
salta del lecho, precipítase fuera de la tienda para
ordenar su hueste, pero la tenebrosa oscuridad, en­
grandeciendo el peligro, paraliza sus ardientes ím­
petus. En tanto, los airados taíalleses lánzanse a
]a pelea, animan el furor de la revuelta lucha; ya
el enemigo, cercado por todas partes, sucumbe sin
batirse; corre la sangre, todo es confusión, todo es
espanto, y en un potro, sin freno ni montura, huye
el ambicioso aragonés, seguido de aquellos osados
reyes moros, que no supieron mandar como jefes
ni combatir como soldados. Armas, joyas,, víveres y
banderas, las ricas tiendas de los reyes, todo cayó
en manos de D. García (1).
No se contentó con esto el triunfador, sino que,
penetrando por los territorios aragoneses, dejó a su
hermano reducido a las tierras de Sobrarbe y Ribagorza; pero más tarde, por mediación de Fernan­
do de Castilla, hizo la paz con Ramiro y le devolvió
cuanto había conquistado.
Luchó luego D. García contra los musulmanes
(1045), a los que ganó Calahorra y Tudela, si bien
esta última la retuvo breve tiempo, haciendo tam­
bién tributarios a los reyezuelos de Huesca y Za­
ragoza.
Por este año, fundó el monasterio de Santa Ma­
ría la Real, de Nájera, en el lugar donde halló, en
(1) Olóriz, ob. cit.
-
una cueva,, una imagen de la Santísima Virgen. Cuén­
tase que, junto a la imagen, había una maceta (1)
con azucenas, de la que tomó origen el Orden mili­
tar de los Caballeros de la Terraza, que tenía por
divisa un jarro de azucenas resaltados de un grifo,
del cual pendia la imagen de Nuestra Señora de la
Antigua, esmaltada de azur y adornada de estrellas.
Tócanos narrar ahora la guerra entre Fernando
de Castilla y García de Navarra, lucha fatal para
este último. Divídense los pareceres en punto a de­
terminar las causas de la contienda; pues, mientras
los historiadores navarros cargan la culpa en la
cuenta de Fernando, dicen los castellanos que la
causa 110 fué sino los celos y envidias de D. García
por el engrandecimiento del monarca de Castilla.
Sea de ello lo que fuere, 110 hemos de pararnos
en averiguar las causas del rompimiento entre los
hermanos, sabiendo, como sabemos, que no eran
aquellos monarcas muy escrupulosos en punto a jus­
tificar sus luchas.
Cuentan los historiadores, que hallándose D. Gar­
cía,. con su mujer, en la ciudad de Nájera, que ha­
bía convertido en residencia real, cayó enfermo, y
su hermano Fernando se apresuró a ir a visitarle;
mas enterado de que D. García quería retenerle pri­
sionero, para obligarle a un nuevo reparto de tie(1) Estas macetas se llamaban terrazas o terreñas, por
ser de tierra.
- 73 -
rras, desistió de su visita y logró ponerse en salvo.
Cuentan también que luego fué Fernando el en­
fermo y García el incauto visitador, que, habiendo
sido apresado y encerrado en el castillo de ¡Cea, logró
huir sobornando a los guardias. Otros dicen que la
razón de su visita a Fernando fué un deseo de ex­
cusarse de sus malas intenciones.
Parécenos todo esto un tanto novelesco. Lo cierto es que García comenzó a devastar las tierras fron­
terizas del rey de Castilla, el cual, por su parte, re­
unió un fuerte ejército, con la intención que se puede
suponer.
Envió Fernando parlamentarios a su hermano, para
que le hiciesen ver lo funesto que para él resultaría
un rompimiento, ya que las tropas navarras eran
muy inferiores en número a las castellanas. Fiaba
García en el valor de sus navarros y en los aliados
musulmanes que había sabido atraer a su causa, por
lo que atravesó por tierra de Burgos en busca de su
hermano, y estableció su campamento en Atapuerca,
a la vista de las huestes castellanas, que acampaban
en aquel valle.
Todavía quiso Fernando evitar la batalla, y envió
a su hermano dos venerables varones, san Ignacio, abad
de Oña, y santo Domingo de Silos, por ver si con
sus palabras podían hacerle desistir de su loco in­
tento. No lo consiguieron, sin embargo, pues el des­
graciado rey de Navarra, poseído al parecer por cie­
ga cólera, decidióse a dar la batalla.
Al primer albor de la mañana (1 de septiembre
- 74 de 1054)—dice D. 'Modesto JLafuente (1)—, entre
la confusa gritería de ambas huestes, mezcláronse
los peleadores y se cruzaron con furor las espadas.
En el calor de la pelea, vióse a un anciano y ve­
nerable navarro, arrojarse, lanza en ristre,, sin casco
y sin coraza, en lo más cerrado de las filas enemigas,
como quien busca desesperado la muerte, que reci­
bió con la tranquilidad de quien la desea. Era el ayo
del rey D. García, el que le había educado en su ni­
ñez, que después de haberle exhortado con enérgicas
razones a que desistiese de aquella guerra, viendo
la ineficacia de sus consejos, no quiso sobrevivir a
la pérdida de su patria y a la muerte de su señor
que preveía, y se anticipó a morir como bueno.
Una cohorte de caballeros leoneses, antiguos alle­
gados al rey Bermudo, y particularmente adictos a
la causa de su hermana la reina doña Sancha, de
los que se habían hallado en la batalla de Tamarón,
se abrieron paso con sus lanzas a través de los dos
ejércitos, y llegando adonde se hallaba García, ro­
deado de un grupo de valientes navarros, se preci­
pitaron sobre ellos y los arrollaron, derribando de
su caballo al rey, que cayó al suelo acribillado de
heridas.
Quedáronle al temerario monarca tan solamente
algunos momentos de vida, que aprovechó para con­
fesarse con el abad de Oña, uno de los santos pre(1) ¡Historia General de España, parte 2*, Üb. I, capí­
tulo XXII.
- 75 -
lados cuya misión de paz no había querido escuchar
antes el acalorado rey.
Muerto García, desalentáronse sus tropas y huye­
ron a la desbandada. Hizo Fernando recoger el ca­
dáver de su hermano y mandó transportarlo a Nájera, donde lo enterraron en la iglesia de Santa
María.
Señalóse entonces el río Ebro como límite entre
los reinos de Navarra y Castilla, y el mismo Fer­
nando entronizó como rey de Navarra a su sobrino
Sancho, primogénito del difunto García.
22. Sancho IV, el de Peñalén.—Muerto el rey
García, el de Nájera, le sucedió, como ya decíamos,
su hijo primogénito Sancho Garcés o García IV, lla­
mado el de Peñalén, por el lugar donde halló la
muerte, y el Noble, por la generosidad de su ca­
rácter (1054).
Vivió, el rey D. Sancho, en buena armonía con
sus tíos, Ramiro de Aragón y Fernando de Castilla,
ocupándose solamente del gobierno interior de su
reino y del arreglo y dotación de las iglesias y mo­
nasterios. Tal vez hubiese durado la tranquilidad du­
rante todo su reinado, por su carácter apacible, mas
la necesidad le hizo guerrear, mal de su grado.
En el año 1063, murió D. Ramiro de Aragón, de­
jando por heredero a su hijo Sancho Ramírez; y
cuatro años después, en 1067, murió también don
Fernando I de Castilla, quien, imitando la desacer­
tada política de su padre, Sancho el Mayor de Nava­
- 1 6 -
rra, dividió sus Estados entre sus hijos. Dióle a su
hijo D. Sancho el reino de Castilla; a D. Alfonso
los de León y Asturias; a D. García el de Galicia,
con las tierras entre el 'Miño y el Duero y las nuevas
conquistas de Portugal; a doña Elvira,, la ciudad
de Toro, y a doña Urraca, la de Zamora.
No tardó en producir esta división los frutos que
eran de esperar, puesto que D. Sancho de Castilla
pretendía ser dueño de todo. No hubo, sin embargo,
un rompimiento inmediato entre los hijos de D. Fer­
nando I, porque el carácter belicoso de D. Sancho
le llevó a buscar querella al rey navarro, pretendien­
do despojarle de la parte que su mismo padre le
había reconocido, a la muerte de García el de Nájera.
Precavido, Sancho el de Peñalén, y conociendo sin
duda el carácter belicoso del nuevo rey castellano,
su primo, habíase confederado con Sancho Ramírez
de Aragón para impedir cualquier atentado contra
sus respectivos dominios.
Así, pues, cuando el belicoso monarca pasó el Ebro,
encontróse con los dos ejércitos en el legendario
campo de Mendavia, conocido con el nombre de
Campó de la Verdad, por ser el lugar donde se ce­
lebraban los combates del llamado Juicio de Dios (1).
Dióse allí la batalla entre los tres Sanchos, y ven­
cido el de Castilla, hubo de salir huyendo, caballero
(1) En este lugar fundóse después la ciudad de Viana.
Por eso se llama "batalla de Viana", a la de los tres Sanchos.
— 77 -
en un potro desenjaezado, siéndole preciso repasar
el Ebro, lo cual permitió a Sancho el de Peñalén
recuperar las plazas de la Rioja, que Fernando de
Castilla había ganado a su padre en la batalla de
Atapuerca (1).
Luchó más tarde (1073) Sancho de Navarra con­
tra Al Moktadir Billah, rey de Zaragoza, que se ne­
gaba a pagar el tributo de doce mil mancusos de oro
anuales, a que venía obligado, desde 1046, en señal
de vasallaje. Arreglóse este asunto por un convenio
en el que se comprometía Al Moktadir a pagar el tri­
buto, y por su parte D. Sancho se obligaba a que
Sancho Ramírez retirase su gente de las tierras de
Huesca pertenecientes al dominio del rey musulmán,
empleando la fuerza si llegase a ser preciso.
Un desgraciado acontecimiento había de ser la
causa de que, en el año 1076, se reuniese nuevamente
Navarra al reino de Aragón.
Existía entre Funes y Villafranca la escarpada roca
de Peñalén, cercada de una selva en que abundaba la
caza. Invitado por sus hermanos,, los infantes D. Ra­
món y D.a Ermesinda, hallábase entretenido cazan­
do el rey navarro cuando, alevosamente sorprendido,
fué despeñado por Ramón y sus amigos (2). Preten­
día el fratricida ocupar el trono de su hermano, mas
engañóse por completo, porque los navarros, juzgán(1) Moret: Arabes de Navarra, lib. XIV.
(2) Cometióse el asesinato el día 4 de junio del citado
año 1076,
~ 78 -
dolé, con razón, indigno de ser Rey, eligieron a San­
cho Ramírez de Aragón, que juntó las dos coronas.
Marchó el aragonés a Pamplona, con objeto de po­
sesionarse del Reino, y al mismo tiempo Alfonso VI
de Castilla, que se consideraba con derecho a la su­
cesión, se apoderó de la Rio ja, Calahorra y otras
plazas limítrofes. Un hijo de Sancho el de Peñalén,
llamado Ramiro,, que casó más tarde con una hija del
Cid, se refugió en Valencia por temer al asesino de
su padre que, expulsado por los navarros, marchó a
Zaragoza, donde fué bien recibido por el rey mu­
sulmán.
CAPITULO V
Segunda unión de Navarra y Aragón.
23. Sancho V. — 24.
Pedro I. — 25. Alfonso I, el Ba-
tallador.
23. Sancho V.—ÍYa hemos dicho por qué serie
de circunstancias vino a reinar en Navarra el rey
Sancho Ramírez de Aragón. Sucedió esto el año 1076,
al mismo tiempo que Alfonso VI de Castilla se apo­
deraba de algunas plazas limítrofes de Navarra.
No trató, por entonces, Sancho Ramírez, de dispu­
tar al rey de Castilla la posesión de estas plazas de
la Rioja,, sino que, volviéndose contra los infieles,
pasó a Ribagorza, donde sitió el castillo de Muniones, que tomó por asalto, después de derrotar al
emir de Huesca.
Fué Sancho Ramírez el primero que, bajando al
llano, contempló los muros de Huesca y Barbastro;
recobró la parte de Navarra y Rioja que había per­
dido el rey asesinado, y restauró los límites que te­
nía este reino cuando la división hecha por Sancho
el Mayor.
Para Sancho Ramírez, el problema de la recon­
- 80 -
quista se presentaba difícil, por ser doble: por Orien­
te, los condes de Urgel, independientes de los de
Barcelona, atacaban a los moros de Barbastro, Mon­
zón y Lérida; por Occidente, los castellanos preten­
dían llegar al Ebro y descender en la dirección de
la corriente. Aragón tenía la amenaza de quedar re­
cluido en los montes, sin acceso a la tierra llana, si
a los moros sucedían otros príncipes cristianos.
Sancho Ramírez,, activo y sagaz, llevó sus fuerzas
unas veces hacia Oriente, sitiando a Barbastro, con
ayuda del conde de Urgel, y tomándola, se aventuró
a llegar hasta Monzón, que también hizo suyo.
En sus acometidas por Occidente, forzó el paso
del Gállego, por la Peña, y se apoderó de Sarsamarcuello, Murillo y Loarre, construyendo aquí un cas­
tillo-fortaleza, que es maravilla del arte románico, y
encaramándose por la cuesta de las Bardenas, forti­
ficó también el extremo sur de esta sierra,, levantando
el castillo de Sancho Abarca, hoy santuario, en térmi­
no de Tauste. No obstante ser entonces de moros esta
villa, se atrevió a dejarla a su espalda y a caminar
hacia el Ebro a través del Castellar, restaurando, a
la vista de Zaragoza, la ibérica Alaun, que en épocas
de tranquilidad se había trasladado a la orilla de­
recha del Ebro, llevándose el nombre de la población
antigua (1).
Pensó con esto, Sancho Ramírez, que ya era lle(1) A. Giménez Soler: La Edad Media en la Corona de
Aragón, "Manuales Labor", núms. 223-224, págs. 87 y 88.
- 81 -
gado el momento de poner en práctica su más ardiente
deseo, que era la toma de Huesca, principal baluarte
de los infieles en tierras de Aragón, cuya posesión
era indispensable para intentar la conquista de Za­
ragoza. Y conforme a su pensamiento, puso cerco
a Huesca en el año 1094.
Sentó sus reales en un montecillo,. de donde podía
ofender fácilmente a los sitiados, que tomó entonces
el nombre de Pucyo do Sancho. El cerco continuaba
con lentitud, porque los sitiados se defendían bra­
vamente, tanto, que no estaba reservada a Sancho
la gloria de tomar la plaza, y había de perder la vida
en la demanda.
"Sucedió—dice Zurita (1)—que reconociendo el
rey el muro, vió cierta parte del más flaca, por
donde le pareció que se podría fácilmente combatir,
y levantando el brazo derecho para señalar aquel lugar,
descubrió la escotadura de la loriga y fué herido por
el costado, y sintiéndose herido de muerte, disimuló
con gran corazón cuanto pudo, por no desanimar a
los suyos,, y mandó ayuntar a los ricos hombres y
caballeros, y tomó juramento del rey D. Pedro y
del infante D. Alonso, sus hijos, según el arzobispo
t>. Rodrigo y el autor de la historia antigua escri­
ben, que no se levantarían del cerco hasta que la
ciudad fuese ganada y puesta debajo de su señorío,
y consolando a sus hijos, y a los que allí estaban, como
príncipe cristianísimo, y de singular esfuerzo, sa(1)
Anales, 1». I, cap. XXX.
6
- 82 -
cándole la saeta, murió luego, y fué su muerte a
cuatro de junio de este año."
Llevado su cadáver al monasterio de Monte-Ara­
gón, fundado por él, permaneció insepulto hasta la
toma de Huesca, y más tarde lo enterraron en el
monasterio de S. Juan de la Peña.
Creyeron los sitiados que con la muerte del rey
cristiano desanimaríanse sus tropas y abandonarían
el campo, por lo que dieron entrada a la esperanza
y dispusiéronse a celebrar el hecho con fiestas y lu­
minarias. Mas duróles poco el regocijo, que no ha­
bían de olvidar los navarros y aragoneses cuál fué
la última voluntad de su rey; y allí mismo, en el
campo de batalla y lugar de la muerte de su padre,
fué proclamado rey de Navarra y Aragón D. Pedro
Sánchez, primero de este nombre, el cual continuó
y aún hizo más apretado el asedio a la ciudad.
24. Pedro I.—Reconocido D. Pedro por rey de
Navarra y Aragón, continuó el sitio de Huesca, se­
gún la promesa exigida por Sancho Ramírez, y dió
tales muestras de valor insigne, que fué terror de
la morisma y asombro y admiración de los suyos,
hasta el punto de tenerle por más valeroso que su
padre, cosa no esperada por aquellos esforzados gue­
rreros, tan parcos en conceder heroísmos como pres­
tos a ejecutarlos.
No se abatieron con esto los sitiados, pues ha­
llándose bien provistos de todas clases de pertrechos
y confiando en su valor indomable y tenacidad in­
- 83 -
flexible, pensaban poder quebrantar el empeño de los
cristianos y hacer que D. Pedro desistiese de su
empresa.
Prolongábase la duración del cerco y crecía por
momentos la ansiedad de los musulmanes, que, des­
confiando ya de su éxito, pensaron en celebrar tra­
tos que terminasen la lucha. Ofreció Abd-er-Rbaman
pagar al rey D. Pedro doble tributo que a D. Alfon­
so de Castilla; mas el caudillo cristiano, fiel a su
juramento, siguió tenaz en su propósito de tomar
la ciudad, a pesar de los 18 meses que duraba ya el
intento.
Viendo Al-Mustain, rey de Zaragoza, que la toma
de Huesca era inminente, de no auxiliar él a los
sitiados, y considerando que si los cristianos domi­
naban esta plaza no tardarían en conquistar toda la
tierra llana, y aun la misma Zaragoza, hizo un lla­
mamiento general a los musulmanes de su reino, y
solicitó la cooperación de dos condes cristianos,
D. Gonzalo y D. García Ordóñez, de Nájera, que
acudieron con tropas castellanas.
"Toda la morisma, que estaba junta con el rey
moro—dice Zurita (1)—y otros principales caudi­
llos, movieron de Zaragoza, para ir al socorro de
Huesca, y el rey D. Pedro, aunque tuvo aviso, cuán
grande poder era el de los enemigos, confiando en
el socorro divino, menospreciando el peligro, con
gran ánimo, por el aumento de la fé, determinó de
(1)
Anules, lib. I, cap. XXXI.
~ 84 ~
salir a dar la batalla a los enemigos, y ordenó sus
haces, según se refiere en la historia de ,S. Juan de
la Peña,, desta suerte: En la avanguarda, puso al
infante D. Alonso Sánchez, su hermano, que fué
uno de los mejores caballeros que hubo en sus tiem­
pos, y con él estuvieron dos muy señalados ricos
hombres de Aragón; el uno fué D. Gastón, de Biel,
de quien descendieron los Cómeles, que fueron los
más antiguos ricos hombres de Aragón, cuya fami­
lia y linaje duró más de trescientos años después
dél, en este reino, y fué su casa y solar, el más anti­
guo que se sabe de los que fueron naturales arago­
neses; y el otro, se llamaba D. Barbatuerta. En la
batalla estuvieron D. Férriz de Lizana, D. Lope Ferrench, de Luna, y D. Gómez,, de Luna, muy prin­
cipales ricos hombres, y un caballero que había sido
desterrado del reino, que se llamaba D. Fortuño,
que escriben haber venido con trescientos peones de
Gascuña, con sus mazas, de las cuales se aprovecha­
ron mucho en aquella jornada, y porque fué de los
que más se señalaron en ella, dicen que de allí ade­
lante le llamaron Fortuño Mazas, y dejó este nom­
bre a sus descendientes, que fueron muy principa­
les ricos hombres. En este escuadrón se puso el ma­
yor cuerpo de la gente, y el rey estuvo en la reta­
guardia, y con él D. Ladrón,, y Jimen Aznárez de
Oteiza y Sancho de Peña, y otros muchos ricos hom­
bres y buenos caballeros de Navarra y Aragón.
Era innumerable la morisma que concurrió para
esta jornada y allegáronse tantas compañías de gen­
- 85 —
te de caballo y de pie, que se afirma en la historia
antigua que desde Altabas hasta Zuera todo el ca­
mino que hay desde las riberas del Ebro, hasta las
del Gállego, iba cubierto de gente, y que el conde
D. García envió a decir al rey D. Pedro que se le­
vantase el cerco, porque no podía escapar cristiano
ninguno de los que con él estaban; pero con grande
esperanza salió el rey con su ejército para darles la
batalla a un campo que está delante de la ciudad, que
decían Alcoraz. Comenzó el infante D. Alonso a
mover la batalla, y peleó con la caballería de los mo­
ros, e hirió un escuadrón en los primeros tan esfor­
zadamente, que hizo grande daño en ellos,, y mez­
clóse por todas partes la batalla tan bravamente, que
afirma aquel autor que duró todo el día, y los des­
partió la noche, y fué preso el conde D. García (1),
y quedó el rey moro vencido.
'Murieron, según en la historia de San Juan de la
Peña se refiere, más de treinta mil de los enemigos,
y en la dotación que el rey hizo a la Iglesia Mayor
de aquella ciudad, se afirma que fueron muertos casi
cuarenta mil, y de los cristianos murieron menos de
dos mil. Era tanto el número de los moros, que toda
la noche estuvo el ejército del rey en armas, es­
perando que al día siguiente se había de pelear, pero
el rey moro, con los que pudo, se salió huyendo y no
(1) Debió ser puesto pronto en libertad, porque en 19 de
mayo de 1097, aparece otra vez acompañando a D. Alfonso
•de Castilla, en una expedición hacia Zaragoza,
— 86 —
paró hasta Zaragoza; y en amaneciendo se siguió
el alcance hasta Almudévar. Dióse esta batalla el dia
de la dedicación de las basílicas de San Pedro y San
Pablo en la cuarta feria, aunque está comúnmente
recibido que fué a veinticinco de noviembre del año
de mil noventa y seis, y llamóse antiguamente la de
Alcaraz, por el lugar a donde se dio, y es de las fa­
mosas que hubo en España contra infieles" (1).
A los pocos días entregó Abd-er-Rhaman la ciu­
dad de Huesca, a condición de dejar salir con vida
y haciendas a los sitiados, y fué a refugiarse a Barbastro, que nuevamente se hallaba bajo el poder mu­
sulmán.
No descansó mucho tiempo el rey D. Pedro, ni la
victoria sació sus belicosos deseos, sino que muy
pronto marchó en socorro del Cid (1097), que aban­
donado de su rey D. Alfonso, se hallaba sitiado en
Valencia por los musulmanes. Hízoles levantar el
campo, y una vez de regreso en sus Estados prosi­
guió atacando los castillos y fortalezas de los moros,
entre ellos al formidable de Calasanz, el de Pertusa,
con que terminó la campaña de 1099, y, por último,
la importante plaza de Barbastro (1100) con los cas-
(1) Afirman los historiadores antiguos, que en esta ba­
talla peleó el señor S. Jorge en favor de los cristianos, por
lo que los reyes de Aragón tomaron por armas la cruz de
S. Jorge, en campo de plata, y en los cuadros del escudo,
cuatro cabezas, que dicen representan cuatro caudillos mo­
ros muertos allí.
- 87 —
tillos de Ballonar y Velilla, últimas reliquias del
reino de Huesca (1).
Libertado todo el norte aragonés de poderío mu­
sulmán, pensó el Rey hacer lo mismo con Zaragoza.
El papa Pascual II le había exhortado a la guerra
contra los infieles, y D. Pedro, que no necesitaba
para ello de muchas excitaciones, hizo publicar la
Cruzada en sus Estados, primera de que se tiene
noticia en España,, y tomando como divisa una cruz
blanca sobre el hombro derecho, presentóse ante Za­
ragoza y la puso sitio.
Obligado a levantar el cerco, retiró sus tropas, vol­
vió a Navarra y murió en Estella el 28 de septiem­
bre del año 1104, a los 38 años de edad. No dejó des­
cendencia alguna, pues poco tiempo antes había muer­
to un hijo suyo llamado Pedro, que le dió su es­
posa Bertha, desgracia que sin duda contribuyó a la
muerte prematura de un monarca en quien tantas
esperanzas, y tan bien fundadas, tenían puestas los
navarros y aragoneses.
25. Alfonso I el Batallador. — Al rey D. Pedro
Sánchez sucedió su hermano Alfonso Sánchez, lla­
mado el Batallador por las muchas victorias que con­
siguió.
Constituye el reinado de D. Alfonso uno de los
períodos más turbulentos de la historia de España;
época de luchas civiles, desavenencias entre príncipes
(1)
M. Lafuente, ob. cit., parte II, lib. II, cap. III,
— 88 -
cristianos, cuya culpa cargan al Batallador muchos
antiguos historiadores, más apasionados por la po­
lítica y cegados por las conveniencias de sus patrias
respectivas, que respetuosos con la verdad y celosos
de la sinceridad histórica que habían de guardar en
sus narraciones.
Difícilmente podrá encontrarse figura más calum­
niada que la de D. Alfonso, al que se le han atribuido
las intenciones más aviesas y los hechos más sacrile­
gos, y se le han tributado a boca llena los epítetos
de "impío, sacrilego, apóstata, idólatra, maltratador
de su esposa, perseguidor de sacerdotes y obispos,
destructor de templos, ladrón de haciendas y vasos
sagrados" y otros mil calificativos semejantes. Y esto
aun por historiadores relativamente modernos, lleva­
dos quizás por miserables antagonismos provincia­
les. Es obra de justicia,, por lo tanto, reivindicar la
memoria de este monarca; es tributo debido a la ver­
dad, poner las cosas en su punto, pasar las apasio­
nadas relaciones por el espeso tamiz de una crítica
severa, desechar los infundios y patrañas acumula­
dos en el correr de los tiempos, desenmascarar a los
mordaces detractores del Batallador descubriendo sus
ocultas intenciones.
Poco antes de morir Alfonso VI de Castilla, de­
claró heredera de sus reinos a su hija doña Urraca,
viuda de Ramón de Borgoña, conde de Galicia, que ha­
bía fallecido dejándole dos niños: Alfonso y San­
cha. Habíase tratado ya de las segundas nupcias de
la heredera de Castilla, para tener Rey cuando D. Al-
Catedral de PAMPLONA. Claustro.
Ventanales Góticos con Gabletes del último periodo. (S. XV)
Catedral de PAMPLONA.-Sepulcro de los Reyes de
Navarra Carlos III "El Noble" y Leonor de Castilla. (S. XV)
Catedral de PAMPLONA.-Cubiertas de plata repujada y dorada,
Evangelario de los Obispos de Pamplona (S. XVI)
- 89 -
fonso faltara. Propusieron los nobles que fuese su
marido el conde D. Gómez de Carppdespina, con in­
tención unos, seguramente, de legitimar relaciones
ilícitas, y otros por tener un monarca sin autoridad
y arruinar a Castilla. Enojóse mucho el anciano Al­
fonso VI con tal proposición de matrimonio y enta­
bló negociaciones con el Batallador para que consin­
tiera en ser su yerno. Celebradas las bodas, fué doña
Urraca con su marido al reino de Aragón, y cuando
en 1109 murió D. Alfonso VI marchó el Batallador
a Castilla, con objeto de tomar posesión del reino de
su mujer, tomando, como su suegro, el título de em­
perador. Tal vez hubiese sido este suceso el origen
de grandes prosperidades para España, si los nobles
castellanos no hubiesen antepuesto sus pasiones a su
deber y si la reina no hubiese dado que hablar con su
conducta privada; mas no siendo esto así, fué por el
contrario el origen de las calamidades e infortunios
que no tardaron en afligir al reino.
Erase doña Urraca —dice D. Tomás Ximénez de
Embún (1)— mujer que había gustado de las dul­
zuras del matrimonio con su primer esposo, y des­
pués de la libertad e independencia de la viudez; so­
licitada por los poderosos de Castilla, acostumbrada
a sus dulces halagos y rendimientos y celosa en de­
masía de su autoridad, esquivaba igualmente la su­
misión de la mujer casada y la participación ajena
en su heredado poderío; mujer de brava condición,
(1) Ob. cit., 2.a parte, cap. IX.
~ 90 -
reina de altivo carácter, desprestigiaba con sus pa­
siones su dignidad, y su varonil entereza con sus ve­
leidades : tal era la esposa, por cierto la menos a pro­
pósito para enlazar el reino de Alfonso VI con el
de Alfonso I de Aragón, que tan corto espacio de
tiempo vivió con ella en conyugal armonía.
Una vez casado D. Alfonso, fué su primera preo­
cupación la lucha contra los musulmanes y conquistó
a Ejea y Tauste, pueblos que se hallaban bajo la do­
minación de Al-Mustain de Zaragoza, y cuya con­
quista era absolutamente precisa si quería sitiar la ca­
pital. Las tomó en 1110, a consecuencia de la batalla
que dio al rey moro de Zaragoza entre Valtierra y
Arguedas, en territorio de Tudela, pero aún en la
ribera izquierda del Ebro, batalla en la que el mismo
Al-Mustain perdió la vida. Marchó luego D. Alfonso
sobre Zaragoza para comenzar el bloqueo de esta
ciudad.
Mientras tanto, doña Urraca se hallaba entretenida
con sus liviandades, primero con el conde Gómez de
Campdespina y después con el conde D. Pedro Gon­
zález de Lara, sobrino de aquél y competidor suyo,
como vemos, en los amores de la Reina. No podía
consentirlo D. Alfonso, mas temiendo el influjo de
ambos caballeros sobre los castellanos, todavía re­
sentidos del matrimonio, tomó sabias precauciones
antes de hacer con su mujer lo que ya tenía meditado.
Introdujo, pues, insensiblemente en las principales
fortalezas de Castilla y León fieles caballeros ara­
goneses y navarros, y, una vez hecho esto, encerró a
- 91 -
doña Urraca en la fortaleza del Castellar, pero esta
logró huir sobornando a los guardias y se metió en
Castilla.
Poco faltó entonces para que se declarase la gue­
rra entre los esposos,, mas como la mayor parte de
los castellanos se inclinaba a la reconciliación de los
Reyes, se consiguió evitar un rompimiento. Continuó
doña Urraca su conducta escandalosa, y harto, al fin,
D. Alfonso, la repudió formalmente, sin renunciar
por eso a la retención de los reinos de Castilla y de
León, fundado en no haber sido él la causa del di­
vorcio.
Encendióse entonces el fuego de la guerra fratri­
cida, y aunque los enemigos del Batallador eran de
continuo vencidos, volvían a levantarse nuevamente,
prolongando así la guerra. Muerto Gómez de Campdespina, ejerció de Rey el Conde de Lara, sin que los
castellanos se sintieran por ello deshonrados, hasta
que proclamado rey de Castilla, por D. Diego Gelmirez, arzobispo de Santiago, el infante D. Alonso,
y abandonada doña Urraca de sus parciales, com­
prendió el rey de Navarra y Aragón la dificultad
de llevar a buen término su empresa, y reconociendo
quizás los derechos del nuevo monarca, cesó de com­
batirle y retiró sus tropas después de pactar la devo­
lución de las tierras usurpadas n Navarra desde el
Ebro hasta Burgos.
Pero estos grandes acontecimientos no emplearon
toda la actividad del Batallador, ni le impidieron lle­
var a cabo al propio tiempo grandes hazañas. El blo­
— 92 -
queo de Zaragoza hizo que numerosos caballeros del
Bearne y Gascuña vinieran a servir al rey de Ara­
gón, no como cruzados, sino como vasallos. Estando
en el sitio, ganó el conde de Alperche la ciudad de
Tudela, con lo cual se aseguró el paso del Ebro y fué
posible acercarse a los muros de la ciudad por la
orilla derecha, evitando que recibiese socorros, con
incursiones a tierras de Fraga y Lérida.
Hacia el año 1116 vino a Barbastro, atraído por
la fama del aragonés, el conde de Tolosa,, y le prestó
vasallaje, entrando así a formar parte de los estados
de Aragón toda la Galia gótica.
Preparó entonces Alfonso las operaciones defini­
tivas del asedio de Zaragoza y reunió un fuerte ejér­
cito de sus vasallos de ambas vertientes del Pirineo,
en Ayerbe, punto de congregación de la gran vía ro­
mana de Somport y de la que a través de Cinco Villas
entraba en Navarra.
Habían llegado a España los almorávides, los cua­
les, comprendiendo que la caída de Zarago-za sería
para los musulmanes un golpe tan terrible como la
de Toledo, y que así como la pérdida de ésta, presu­
ponía la de Córdoba y Sevilla, la de Zaragoza anun. ciaba la de Valencia, enviaron dos ejércitos, uno
tras otro; pero el primero dícese que no se atrevió
a reñir batalla con los aragoneses y se limitó a forti­
ficar María, un lugar en las orillas del Huerva, a 16
kilómetros de la ciudad; el segundo,, más numeroso,
vióse sorprendido cuando avanzaba desde Valencia
por el ejército cristiano mandado en persona por Al­
- 93 -
fonso, y fué vencido; desesperados los moros zara­
gozanos, se rindieron en 18 de diciembre de 1118 (1).
Fueron tropas navarras las primeras que se acer­
caron al muro, amparadas por recios manteletes, y
abrieron en él ancho portillo por el que penetraron.
En este lugar se edificó un templo con la advocación
de San Miguel de los Navarros.
Los almorávides quisieron volver a conquistar la
plaza, y el sultán Alí envió un fuerte ejército man­
dado por su propio hermano Ibrahim, al que D. Al­
fonso derrotó completamente en la sangrienta batalla
de Cutanda (1120). Siguió luego su carrera triunfal
el Batallador, apoderándose de Riela, Rueda y Borja,
y tomando, tras un cerco, la fuerte plaza de Tarazona; subió después por la cuenca del Jalón, conquis­
tando Calatayud y Ariza,, y por la de Jiloca para apo­
derarse de Monreal del Campo y de Daroca. Pasó
también con sus armas el Pirineo y puso sitio a Ba­
yona (1130), que probablemente se rindió.
La romántica expedición por Valencia, Murcia y
toda Andalucía (1125)—dice Aguado (2)—fué en
realidad estéril, pues aunque obtuvo una notable vic­
toria en Arinsol, cerca de Lucena (1126) y llegó has­
ta el Mediterráneo, en la costa de Salobreda (Gra­
nada), no logró apoderarse de ninguna ciudad im­
portante.
Pero fué una prueba de valor y fortaleza que en­
(1) Giménez Soler, ob. cit., págs. 98 y 99.
(2) Ob. cit., cap. XXIII.
- 04 -
señó a los musulmanes lo que podrían esperar de
aquella raza.
El último empeño de su vida, no logrado por com­
pleto, fué la lucha contra los moros de Lérida y Fra­
ga, durante la cual se apoderó de Mequinenza, pero
habiendo puesto sitio a Fraga, acudieron en socorro
de la plaza (17 de julio de 1134),, tropas enviadas por
Texifin de Córdoba, mandadas por Azobeir, a las que
se unieron las de Abengania, gobernador de Murcia
y Valencia, y las de Abeniyad de Lérida. Atacados
a la vez por estas tropas y por los sitiados, fueron
derrotados los cristianos, .viéndose obligado el Bata­
llador a retirarse, aunque no tan maltrecho que no
pudiera pronto sitiar el castillo de Lizana (agosto) y
luchar nuevamente, con peor fortuna, cerca del cas­
tillo de Hagón, el 7 de septiembre de 1134, día en
que murió estando en Almuniente (1).
Fué Alfonso uno de los mayores reyes de España
en la Edad Media: si doña Urraca hubiera sido una
mujer honesta y los nobles de Castilla no se hubie­
ran dejado arrastrar por su egoísmo y su patriotismo
chico, Alfonso,, al reunir las fuerzas de Castilla v1
Aragón, hubiera seguramente adelantado la Recon­
quista tal vez siglos enteros.
Fué muy religioso y muy moral, no dejó bastardo
ni tuvo amigas; restauró iglesias y monasterios, y es
muy probable que el cuartel del escudo de Aragón,
(1) ÍVide José Salarrullana: El reino moro de Afraga y
las últimas campañas del Batallador, Zaragoza, 1909,
-QS-
una cruz blanca en campo azul, lo adoptara él, dando
así a la Reconquista un carácter religioso superior al
de recuperación de territorio que antes había te­
nido (1).
De él ha dicho un antiguo historiador castellano
que fué "mui buen rei é mui leal, é mucho esforza­
do, é mui buen cristiano, é fizo muchas batallas con
los moros é venciólos".
Y este elogio, que no puede tacharse de parcial,
ps el verdadero que la Historia debe tributarle.
(1) Giménez Soler, ob. cit., pág. 103.
CAPITULO VI
Navarra a la muerte del Batallador.
26. García Ramírez, el Restaurador — 27. Sancho VI, el
Sabio. — 28. Sancho VII, el Fuerte.
26. García Ramírez, el Restaurador* — Habien­
do muerto sin hijos Alfonso el Batallador, dejó dis­
puesto en su testamento que le sucedieran en el trono
las Ordenes militares del Templo y del Hospital de
San Juan de Jerusalén, pero ni los navarros ni los
aragoneses quisieron cumplir tan extraña disposi­
ción.
Dividiéronse entonces los pareceres de aragone­
ses y navarros sobre cuál había de ser su nuevo Rey.
Decidiéronse los primeros por el infante D. Ramiro,
llamado el Monje porque lo era a la sazón, y hasta
obispo electo de Roda, hijo de Sancho Ramírez y her­
mano, por lo tanto, de D. Pedro y D. Alfonso el Ba­
tallador, mientras que los navarros fundaban dos
partidos: uno que quería por rey a D. Pedro de Atarés, poderoso señor de Borja y biznieto de D. Rami­
ro I de Aragón, y otro que propendía a restaurar su
dinastía y su primitiva independencia, dando la co7
- 98 -
roña a García Ramírez, señor de Monzón y nieto
del D. Ramiro, hermano de Sancho el del Peñalén.
Este último partido triunfó en Navarra, siendo ele­
gido, por lo tanto, García Ramírez, llamado el Res­
taurador porque restauró la antigua dinastía, y sepa­
ráronse nuevamente Aragón y Navarra (1134).
No se hubiera realizado el daño de esta división de
los reinos del Batallador, si en el asunto de la suce­
sión no se hubiese entrometido D. Alfonso VII de
Castilla, el cual penetró en Aragón con un fuerte
ejército, llegó hasta Zaragoza y se tituló rey de la
misma. Noticiosos de este hecho el conde de Tolosa
y los catalanes de Urgel y Barcelona, vinieron a Za­
ragoza para salvarla, lo que equivalía a salvar la na­
cionalidad pirenaica, y convenciendo a D. Alfon­
so VII le hicieron abandonar la ciudad.
No por guerra, sino por pactos, fué convencido el
de Castilla de que debía hacerlo y lo hizo, pero cau­
sando el daño de alentar las ambiciones de García
Ramírez y el instinto de los vascones de vivir aisla­
dos, condenándose al recluimiento, separando Na­
varra y Aragón.
El alma de aquella especie de conjura fué Ramón
Berenguer IV, y el incitador más fuerte Armengol,
conde de Urgel, movidos los dos por el riesgo de per­
der Lérida; ésta era la clave de su política; el dueño
de Zaragoza lo había de ser por fatalidad geográ­
fica de aquella ciudad; se ofrecía ocasión de anular
las discordias que habían dado vida al reino musul­
mán del Segre y era menester no perderla, Si el rey
_ 99 —
de Castilla se apoderaba de Zaragoza^ Lérida sería
también castellana, el de Urgel quedaría encerrado
en sus montañas y el de Barcelona 110 lograría ver el
Ebro en Tortosa, porque los reyes de Aragón habían
mostrado aspirar al dominio total del río en cuestión
y Alfonso VII no había de abdicar de estos títulos
históricos y geográficos (1).
Propuso entonces el rey de Castilla a D. García
Ramírez de Navarra, la permuta de las tierras que
ésta tenía en la Rio ja, por los pueblos de Aragón que
tenía el primero. Aceptó D. García (1136) e hizo en­
trega al castellano de los territorios convenidos, mas
éste, ya en posesión de la Rio ja, puso los dominios
que había de entregar a D. García en manos de Ra­
miro el Monje de Aragón y de su yerno el conde de
Barcelona.
Para asegurar la sucesión de la corona aragonesa,
y previamente dispensado de sus votos por el Papa,
habíase casado D. Ramiro con doña Iñés de Aquitania. De este matrimonio nació doña Petronila, a la
cual desposó con Berenguer IV, conde de Barce­
lona, volviendo después a su retiro monástico (1137);
de esta manera se unieron los dos más importantes
estados pirenaicos.
Pactaron entonces, en 'Carrión, Alfonso VII y ¡Ra­
món Berenguer la conquista y reparto de Navarra,
mas percatado D. García de sus miras ambiciosas se
adelantó a ellas,, y declarando la guerra a Castilla,
(1) A. Giménez Soler, ob. cit., pág. 105,
- 100 -
Aragón y Cataluña, traspasó las fronteras de Ara­
gón y se apoderó de Malón, Fr¿scano y Bureta.
Invandió después la Valdonsella (1138) y puso sitio
a Jaca, mas tuvo que levantarlo a toda prisa para ir
en socorro de Navarra, en la que había penetrado
Alfonso VII por las comarcas de Milagro, Funes y
Peralta, sentando sus reales a la vista de Pamplona.
Acudió D. García y colocó sus tropas frente a las del
castellano, aunque sin ánimo de empeñarse en la lucha.
Penetró al mismo tiempo el conde de Barcelona por
la frontera de Tudela, seguido de un poderoso ejér­
cito de catalanes y aragoneses, creyendo entretenido
a D. García con Alfonso VII. Enterado el navarro,
salió con sus tropas al encuentro del conde, y hallán­
dole entre Cortes y Gallur le derrotó completamente.
El ejército castellano, que venía detrás de D. García
con intención de cogerle entre dos fuegos, no consi­
guió llegar a tiempo y sólo pudo aprovecharse de los
despojos.
Retiróse entonces D. García hacia las tierras de
Tudela por no creerse con fuerzas para resistir a don
Alfonso, el cual, despechado por la derrota,, se in­
ternó en Castilla, firmemente decidido a tomar la re­
vancha a breve pla*zo.
Hallábase Alfonso VII en Ñájera (1140), prepa­
rando una nueva campaña contra D. García, cuando
por intervención de su primo, D. Alfonso Jordán de
Tolosa y otros magnates y prelados, se acordó que
ambos monarcas se uniesen y tratasen, como lo hicie­
ron a las márgenes del Ebro entre Calahorra y Al-
- 101 -
faro. Acordaron allí un tratado de paz y amistad y
ajustar los desposorios de la infanta doña Blanca, hija
mayor de D. García, con el infante D. Sancho, primo­
génito de Alfonso VII, quedando la princesa por ser
de poca edad, en poder de éste, hasta que tuviese ap­
titud para contraer matrimonio. (25 octubre 1140).
No firmó esta paz el conde de Barcelona, que sólo
la admitió en concepto de tregua. Combatió después
varias veces contra Navarra sin resultado favorable,
no logrando ganar la plaza de Lumbier. Don García
rindió Tarazona y conquistó después a Tauste y Los
Payos.
En el año 1144, casó D. García, viudo de doña
Margarita desde 1141„ con doña Urraca, hija na­
tural del emperador Alfonso VII. Intentó éste res­
tablecer la paz entre Navarra y Aragón, mas sólo
pudo conseguir unas treguas, durante las cuales com­
batieron reunidos los tres monarcas contra los al­
morávides (1147). Terminadas las treguas, continua­
ron las hostilidades entre los navarros y los arago­
neses, hasta que en 1150 las suspendió nuevamente
el emperador, para formar una alianza y luchar con­
tra los almohades, secta que dominaba en Africa y
pasó a España para dominar también en ella. Cerca­
ron los reyes cristianos la ciudad de Córdoba, y des­
pués de derrotar un ejército de treinta mil almoha­
des, que vino en su socorro, lograron asaltarla y sa­
quearla.
Vuelto a Navarra D. García, murió a consecuen­
cia de la caída de un caballo, estando de caza en
- 102 -
las cercanías de Estella, siendo enterrado en la ca­
tedral de Pamplona (1150).
27. Sancho VI, el Sabio.—A la muerte de don
García Ramírez,, ocupó el trono navarro un hijo
suyo y de doña Margarita, su primera mujer, lla­
mado Sancho, sexto de este nombre en Navarra, que
mereció el renombre de sabio, pero que a la sazón
era de pocos años.
No dejaron de considerar los soberanos de Ara­
gón y de Castilla, que la mocedad del rey navarro
era condición favorable y circunstancia propicia para
satisfacer sus ambiciones, tanto tiempo contenidas,
de conquistar Navarra, por lo que, pensando apro­
vechar la ocasión que se presentaba, reunieron un
poderoso ejército y penetraron por tierras de don
Sancho. No sabemos cuáles hubieran sido las con­
secuencias de la lucha, tal vez funestas para don
Sancho, no por menor valor de sus tropas, sino por
ser éstas muy inferiores en número a las catalanas
y aragonesas reunidas. ¿ Lo creyó así D. Sancho ?
No lo sabemos; lo cierto es que supo conjurar há­
bilmente la tormenta, por medio de su casamiento
con la infanta doña Sancha,, hija del emperador y
de doña Berenguela, hermana del conde de Barce­
lona (1153).
No quedó con esto satisfecho el aragonés, pues
el monarca castellano sacaba partido de todo, siendo
arbitro en las contiendas de aragoneses y navarros.
Duró la paz, sin embargo, en el reino de D. Sancho,
- 103 —
durante unos años, mientras aragoneses y castella­
nos se hallaban entretenidos con otras guerras. Nue­
vamente se vió combatido D. Sancho por los caste­
llanos y aragoneses, que penetrando en Navarra
(1157), se apoderaron de Artajona y otras plazas,
mas al fin fueron escarmentados por la fuerza de
las armas.
La muerte de Alfonso VII de Castilla, su dispo­
sición nombrando a su primogénito D. Sancho, el
Deseado, para sucederle en este reino, y dejando al
infante D. Fernando las tierras llanas de León, Ex­
tremadura y Andalucía,, y la fiera lucha fratricida
en que se empeñaron D. Sancho y D. Fernando,
produjeron una suspensión de hostilidades entre don
Sancho de Navarra y Ramón Berenguer de Aragón
y Cataluña, pues éste tenía que atemperar sus mo­
vimientos a la política de los reyes de Castilla.
El miedo a una invasión de los envalentonados
musulmanes, produjo luego una unión de los mo­
narcas cristianos contra el enemigo común. Poco
tiempo duró esta alianza, pues no tardó el aragonés
en preparar nuevas irrupciones en Navarra, mas no
llegó a entablarse la lucha, gracias a los buenos ofi­
cios de algunos mediadores, que pudieron conseguir
que se firmase la paz definitiva (1159).
Desembarazado, al fin, D. Sancho de sus querellas
con Aragón, y sin temor a Castilla, envuelta en las
guerras intestinas provocadas por la minoridad de
Alfonso VIII, pudo recuperar gran parte del terri­
torio de que se habían apoderado los castellanos en
- 104 -
tiempos de Sancho el de Peñalén, y más tarde, en
los de D. Alfonso el Batallador.
La muerte del rey de Aragón y conde de Bar­
celona, ocurrida en 1162,. favoreció también a don
Sancho, pues teniendo solamente 12 años el nuevo
rey de Aragón, Alfonso II (1), su madre doña Pe­
tronila se apresuró a solicitar la continuación de la
paz concertada por Ramón Berenguer, la cual se
ratificó por trece años. Duró la paz hasta 1172.
No había olvidado Alfonso de Castilla—dice Lafuente (2)—las usurpaciones que en la Rio ja le ha­
bía hecho el de Navarra, en tiempo.de su menor edad,
y uno de sus primeros cuidados, después de encargar­
se del gobierno del reino, fué hacer servir la amis­
tosa alianza que estaba con Alfonso de Aragón, para
recuperar aquellas posesiones. Pactaron, pues, los
dos Alfonsos, el aragonés y el castellano, hacer jun­
tos la guerra al de Navarra, y simultáneamente in­
vadieron su reino; el uno por Tudela, tomándole
Arguedas; el otro por Logroño, llegando hasta Pam­
plona; pero sin ulterior resultado, merced a lo pre­
venidas que el navarro tenía sus plazas.
Quería también D. Alfonso de Aragón echar de
Albarracín a D. Pedro Ruiz de Azagra, caballero
navarro, en cuyo auxilio acudió D. Sancho.
Mientras el aragonés, después de destruir Mila(1) El hijo dte Ramón Berenguer IV, se llamaba Ramón,
pero cambió este nombre por Alfonso (II de Aragón y I de
Cataluña), en honor de los aragoneses.
(2) Ob. cit, parte II, lib. II, cap. X.
- 105 -
gro, tomaba Arguedas, como ya hemos dicho, y po­
nía guarnición en ella, talaba y saqueaba Sancho la
comarca de Tarazona.
Contuvo D. Sancho a sus enemigos, hasta que
D. Alfonso de Castilla pasó a Francia, con objeto
de ajustar sus diferencias con el conde de Tolosa.
De esta manera, la guerra se redujo a robos, pri­
siones y rescates, que era la cosecha más segura de
las guerras de aquellos tiempos.
No se resignaba D. Sancho a la estrechez a que
el de Castilla iba reduciendo sus reinos; mas can­
sados ya los príncipes de tantas luchas, acordaron
someter sus diferencias a la sentencia arbitral del
rey Enrique II de Inglaterra, suegro del de Castilla.
Recibidos en Westminster los representantes de los
monarcas, dió Enrique II su sentencia,, la cual fué:
Que cada uno de los contendientes restituyese al
otro las villas, tierras y castillos de que injusta y
violentamente le había despojado, obligándose ade­
más el de Castilla a dar, durante diez años, al de
Navarra, diez mil maravedises, en cada uno, paga­
dos en Burgos, en tres plazos (1).
Comunicada esta sentencia a los soberanos con­
tendientes, reuniéronse en la abadía de Fitero, don­
de, después de expresada su conformidad, acorda­
ron una tregua de diez años.
No quedó con esto zanjada la cuestión, pues ya
en el año siguiente (1178) renuevan los reyes de
(1) Lafuente, ob. cit., lug. cit.
— 106 —
Aragón y de Castilla sus antiguas confederaciones
contra el de Navarra, y Alfonso VII rompe otra
vez las hostilidades.
Nuevamente conjuró Sancho el gran riesgo que
se le venía encima,, para lo cual convino con Al­
fonso VIII el verse entre Logroño y Nájera (1179),
y acordaron allí la manera de arreglar sus diferen­
cias. Cedió Sancho al de Castilla las plazas de la
Rioja, pero reteniéndolas como prenda de amistad
por diez años, la persona que el primero señalase.
Las tierras cedidas volverían al poder de D. San­
cho, si D. Alfonso violaba el pacto, y también en
el caso que éste muriese sin sucesión legítima, mascu­
lina o femenina.
Concluida la tregua, y 110 estando satisfechos los
reyes vecinos de Castilla con la escrupulosidad de
éste en la observancia de los pactos, comenzaron a
confederarse contra él. Reconcilióse entonces el rey
de Aragón con D. Sancho de Navarra, en la ciudad
de Borja, canjeándose, para mutua seguridad, según
costumbre, un determinado número de castillos (1189).
Entraron también en esta alianza, los reyes de Por­
tugal (que fué el iniciador de ella) y el de León.
En el año 1194,. falleció en Pamplona el rey don
Sancho el Sabio, siendo enterrado en la catedral de
aquella ciudad. Dejó por heredero a su hijo Sancho
VII, llamado el Fuerte, el cual se hallaba entonces
combatiendo contra los francos.
También dejó dos hijas casadas: doña Berengue-
- 10? -
la, con Ricardo, rey de Inglaterra, y doña Blanca,
con Teobaldo, duque de Champaña.
Un anónimo, muy cercano a su tiempo, dejó es­
crito de este monarca, que "fo buen rei é mantubo
justicia, é fo buen guerrero é ganó siempre de sus
vecinos é nunca en sos días perdió nada si por avenienza non fo" (1).
28. Sancho VII, el Fuerte.—Hallábase el rey
D. Sancho haciendo la guerra a los francos, en com­
pañía de su cuñado, el rey de Inglaterra, cuando le
vino la noticia de la muerte de su padre. Inmedia­
tamente se puso en marcha para Pamplona,, y lle­
gado que fué a esta ciudad, ciñó al punto la coro­
na (1194).
En el año 1195, dirigió Alfonso VIII de Castilla
un famoso reto a Yacub ben Yussuf, emperador de
los almohades, diciéndole que si no se atrevía a venir
a España y medir sus armas con los cristianos, en­
viase navios con los que éstos irían a imponerles su
yugo. Encendido en ira el musulmán, hizo predicar
la guerra santa, y al mando de un poderosísimo ejér­
cito vino a España, dispuesto a vengarse del audaz
cristiano.
Viendo D. Alfonso la inmensa muchedumbre de
enemigos que se le venía encima, pidió socorro apre­
suradamente a los reyes de León y Navarra, hacién­
doles ver que de su concurso dependía la suerte de
(1)
Yanguas. ob. cit., pág. III.
-
m
-
la cristiandad. Acudieron éstos rápidamente, tnas
habiéndose encontrado el rey castellano con las tro­
pas del Miramamolín, sea por excesiva confianza en
sus propias fuerzas, sea que le pareciese mal toda
tardanza que pudiera tomarse por cobardía, trabó
pelea con ellas, sin aguardar la llegada de los otros
príncipes cristianos. Terrible fué la batalla; horro­
rosa la mortandad y el estrago; hicieron prodigios
de valor los cristianos,, mas, agobiados por el nú­
mero de enemigos, hubieron finalmente de sucumbir,
sirviendo únicamente su heroísmo, para aumentar los
muertos y hacer las pérdidas más sensibles. Mas de
veinte mil cristianos perecieron en esta batalla; tal
fué la espantosa jornada de Alarcos (19 julio 1195).
Agraviados los reyes de Aragón y de Navarra
con la conducta del castellano, y considerando la
ocasión oportuna para vengar antiguos agravios, pe­
netraron simultáneamente por tierras de Castilla. Di­
rigióse D. Sancho por las comarcas de Soria y Almazán, dedicándose allí a talar, robar y devastar
cuanto hallaba a su camino, que a esto se redujo
la guerra.
Los progresos de los moros, que no dejaron de
aprovechar las luchas intestinas de los cristianos, y
los ruegos de las prelados y magnates, que deseaban
el bien de la religión y de la patria, hicieron que
los reyes de Castilla, Navarra y Aragón concurrie­
ran a una entrevista. Reuniéronse entre Agreda y
Tarazona (1196), pero,, ciegos por las pasiones, y no
viendo más que sus afanes particulares, olvidaron
— 109 -
el peligro común y se separaron sin haber llegado
a ningún acuerdo.
El rey de Aragón se retiró con tal frialdad, que
no tardó en ausentarse de España, pasando a Fran­
cia, donde le cogió la muerte en Perpiñán (25 abril
1196). Sus restos fueron trasladados a Poblet, según
había dispuesto.
Dejó heredero a su hijo mayor, D. Pedro II, aun­
que bajo la tutela de su madre doña Sancha, hasta
que cumpliese la edad de veinte años.
Ordenó entonces sus tropas, Pedro II, para ir
en socorro del rey castellano, cuyos estados eran
atacados por el de León y el emperador de Marrue­
cos.
Restablecióse la paz entre Castilla y León, gracias
al casamiento de D. Alfonso IX de León con la
princesa Berenguela de Castilla (diciembre 1197).
Quedó con esto sosegado el reino castellano, por
esta parte, y también lo estuvo algún tiempo por el de
Navarra,, pues los Papas Celestino III e Inocencio III
intimaron, bajo las penas de excomunión y entre­
dicho, al rey D. Sancho, que se apartara de la alian­
za que tenia con el emperador de los almohades
para luchar contra el de Castilla.
No sólo no desistió D. Sancho de sus amistades
con el Miramamolín, sino que tomó la arriesgada
decisión de pasar al Africa, para entenderse direc­
tamente con él (1196), halagado quizás con los ofre­
cimientos que le habría hecho el musulmán, y es­
perando tal vez atraerle consigo a España para que
- 110 -
le ayudara en las guerras que tenía con el de Aragón
y el de Castilla (1).
Mas al llegar D. Sancho al Africa, encontró las
cosas de diferente modo que pensaba. Acababa de
morir Yacub ben Yussuf, dejando heredero a su
hijo Mohammed ben Yacub, el cual supo entretener
muy bien al monarca navarro con falaces promesas
y aun hacerle intervenir en su favor en las guerras
que por allí tenía.
Viendo los reyes de Aragón y Castilla que Na­
varra se hallaba sin rey, penetraron en ella. Lo
hizo el de Castilla por Alava, y ganó a Miranda de
Ebro y a Inzura; entretanto que D. Pedro de Ara­
gón atacaba por Sangüesa y Roncal, y se apoderaba
de Aibar y Burgui (1200). El de Castilla sitió des­
pués a Vitoria y, aunque hizo larga resistencia, se
entregó también,, precedida licencia del rey D. San­
cho, para lo cual pasó al Africa el obispo de Pam­
plona D. García. Las provincias de Alava y Guipúz­
coa quedaron para siempre en poder del castellano,
a quien se entregaron voluntariamente.
Conoció, al fin, D. Sancho el engaño en que le te­
nían los musulmanes y lo mucho que le convenía
volver a su Reino, para el cual salió, al fin, el año
1201. Pactó entonces una tregua con los monarcas
cristianos y pudo así dedicarse al arreglo interior
de su Reino. En el año 1206, estuvo a punto de
(1) Mondéjar, cit. Lafuente, ob. cit., parte II, lib. II,
cap. 11. La anécdota de los amores de D. Sancho con la
hija del 'Miramamolín, está completamente desacreditada,
- 111 -
romperse esta tregua, pues Estella, por motivos aje­
nos al rey navarro, y promovidos por D. Diego Ló­
pez de Haro, señor de Vizcaya, tuvo que resistir y
rechazar el sitio que le pusieron las tropas caste­
llanas.
Concluidas en 1211 las treguas pactadas entre el
rey de Castilla y el Miramamolín, cercó éste a Sal­
vatierra, y la ganó.
Crecía el poder musulmán,, amenazando invadir
Castilla y aniquilar a los cristianos, por lo que coali­
gáronse todos los príncipes de éstos, para luchar
contra aquél.
Publicó Inocencio III la Cruzada, y vinieron a
España numerosos caballeros de toda la Cristiandad,
si bien no ayudaron mucho a los monarcas españo­
les, pues, tomando el calor como pretexto, abando­
naron la Cruzada, sin entrar en lucha con los mu­
sulmanes, llenando a éstos de alegría, y de pesadum­
bre al ejército cristiano, compuesto entonces por cas­
tellanos y aragoneses.
Llegó en esta ocasión el rey navarro con sus tro­
pas, haciendo renacer la confianza en el campo cris­
tiano. Traspuso entonces el gran ejército la esca­
brosa pendiente de Sierra Morena, y acampó ante
la inmensa muchedumbre de los musulmanes. Tales
fueron los preparativos de la batalla de las Navas
de Tolosa.
Veamos la descripción que de ella nos hace Olóriz.
"Dos días—dice (1)—permanecieron frente a fren(1) Ob. cit, pág. 78,
- 112 —
te las enemigas huestes,, sin decidirse a batallar; pero
amaneció el tercer día, y el ejército cristiano, des­
pués de oír solemne misa y de recibir con fervorosa
unción los santos Sacramentos, lanzó a los aires el
prolongado tañer de sus clarines.
Rompió el combate la vanguardia regida por el
valeroso vizcaíno D. Lope Díaz de Haro; formaban
el centro las tropas de Castilla, las de Aragón man­
tenían el ala izquierda y Navarra desplegaba sus
haces en el flanco derecho. Rudo es el primer cho­
que ; tanto, que produce en las primeras filas un mo­
vimiento de repliegue; los pendones de Madrid,
Cuenca, Vélez y Gormaz, huyen vencidos; retroce­
den, aunque luchando, los valientes de Díaz de Haro;
Aragón, titubea, y el rey de Castilla, juzgando ya
cercana su derrota, quiere entrarse en lo más recio
de la pelea y morir combatiendo como soldado. Contiénele,. a duras penas, el arzobispo D. Rodrigo, y
en aquel instante supremo, en que sólo un paso atrás
era la ruina de la cristiandad entera, el rey D. San­
cho,, arrebatado de ira, arrójase con los suyos sobre
la envalentonada morisma. En su atroz embestida,
rompe, destroza y desbarata fiero al enemigo; todo
cede y se postra ante su vencedora espada.
Reanímanse y cobran aliento los que ya huían
como vencidos, acometen con nuevo vigor a los sa­
rracenos, y D. Sancho, comprendiendo que el éxito
de la batalla pendía del asalto de la espesa valla que,
entretegida con cadenas y defendida por 10.000 gue­
rreros valerosos, formaba muro impenetrable que
- 113 -
cercaba la tienda del Miramamolín, pone todo su
esfuerzo en llegar hasta ella y destruirla. Casi solo
avanza, pues la muerte ha hecho entre los suyos tre­
mendo estrago. Cercado por todas partes, defendido
no más que por una docena de los suyos, más cerca
está de morir que de coronarse victorioso; pero, de
un salto de su corcel, traspone la valla; los que le
rodean, siguen su ejemplo; D. García Romeu, al
frente de sus catalanes, llega a su vez; caen hechas
trizas aquellas cadenas, que simbolizan la esclavitud
de los cristianos, y el espantado Maomad (1) apela
a la fuga, arrastrando tras sí aquel ejército inven­
cible, vida y orgullo del africano imperio" (lunes,
16 de julio de 1212).
Parece ser que la batalla tuvo lugar a unos doce
o trece kilómetros al N. de las Navas de Tolosa,
entre los pueblos de Santa Elena y Miranda del Rey.
Los hechos heroicos realizados por los españoles
en esta batalla, fueron muchísimos, y el botín in­
contable. De éste, la tienda de seda y oro del emir,
fué enviada al Papa, para la basílica de San Pedro;
Burgos conserva la bandera del rey de Castilla; To­
ledo, los pendones ganados a los infieles, y el rey
de Navarra obtuvo las cadenas que rodeaban la
tienda de Alnasiz, las cuales figuraron desde «enton­
ces en el escudo de Navarra. Trozos de estas ca­
denas se conservan en las catedrales de Pamplona
(1) Alnasir Mahammed ben Yacub, hijo de Yacub ben
Yus-suf,
8
— 114 -
y Tudela, en la colegiata de Roncesvalles y en el
monasterio de Irache.
En conmemoración de esta victoria se celebra to­
dos los años, el 16 de julio, la fiesta de el triunfo
de la Cruz, cantándose en todas las catedrales espa­
ñolas el Te Deum y celebrándose, especialmente
en las Huelgas de Burgos, en donde el Capitán ge­
neral de la región tremola el roto, desteñido y gloriorísimo pendón de las Navas, para que reciba los
homenajes del pueblo y del ejército.
Algunos historiadores árabes conceden tal impor­
tancia a esta batalla, que la consideran causa de la
ruina del imperio almohade.
Volvió el rey D. Sancho a su nación, cuando, con
la conquista de Ubeda, se dio por terminada la
campaña.
El único suceso digno de mención en los 21 años
transcurridos desde entonces hasta su muerte, fué el
prohijamiento mutuo de D. Sancho de Navarra y
D. Jaime de Aragón, que convinieron -en sucederse
en el trono, el uno al otro, desheredando el navarro
a su sobrino D. Teobaldo y D. Jaime a su hijo
D. Alfonso; mas, arrepentido D. Jaime de esta de­
cisión, quebrantó el pacto en el año siguiente al de
su establecimiento (1231).
Los últimos años de su vida los pasó D. Sancho,
melancólico y triste, retirado en su castillo de Tu­
dela. Esto añadió el sobrenombre de Encerrado, al
que ya tenía el de Fuerte. Murió en 1234 y fué
enterrado en la colegiata de Roncesvalles,
CAPITULO VII
La Casa de Champaña.
29. Teobaldo I. — 30. Teobaldo II. - 31. 'Enrique I. —
32. Memoria de Juana I.
29. Teobaldo L — Muerto D. Sancho el Fuerte,
le sucedió en la corona su sobrino el conde Teobaldo
de Champaña. Veamos cómo narra este hecho el
gran cronista de Aragón.
"Los navarros —dice (1)—, estando el rey de Ara­
gón tan puesto, en perseguir su conquista (2), envia­
ron por Thibaldo, conde de Champaña, sobrino del
rey D. Sancho, y le alzaron y juraron por rey, con­
tra los homenajes que habían hecho al rey D. Jaime
los ricos hombres y estados de aquel reino (3). En la
historia del príncipe D. Carlos y en otras de las cosas
de Navarra, se refiere, que luego que el rey D. San­
cho murió, los navarros, queriendo guardar su natu­
raleza, por tener rey descendiente de recta línea, en(1) Zurita: Anales. Lib. III, cap. XII.
(2) Del reino de Valencia.
(3) Cuando el mutuo prohijamiento de D. Sancho el
Fuerte y D. Jaime I.
— 116 -
viaron a pedir al rey D. Jaime que los librase de la
obligación que le tenían por la fe y juramento que le
prestaron; y que no codiciándolo, que no le pertene­
cía, como príncipe muy justo, los absolvió liberalmente de aquel homenaje y juramento en que se ha­
bían obligado; y que con esto enviaron por Thibaldo,
para que viniese a tomar la posesión de su reino, y
que fué coronado y jurado en Pamplona por el mes
de mayo deste año (1234). Como quiera que sea, o
por causa de la guerra que el rey tenía con los mo­
ros, o por diferir este negocio, o por otra causa que
yo no he podido descubrir,, el rey D. Jaime no se di­
virtió (separó) de la empresa que tenía; y Thibaldo
ocupó el reino, y lo poseyeron él y dos hijos suyos, y
sus sucesores".
Examinemos atentamente este relato. De él se des­
prenden dos hechos ciertos: primero, que el conde
Teobaldo de Champaña sucedió a Sancho el Fuerte;
segundo, que los navarros se desentendieron del pro­
hijamiento mutuo, con promesa de sucederse, que
existía entre D. Sancho y D. Jaime I.
Para explicar este segundo hecho tenemos dos hi­
pótesis : a) los navarros quebrantaron el pacto, y fal­
tando a sus promesas, nombraron rey a D. Teobaldo,
con objeto de continuar en lo posible la línea de sus
reyes y mantener su independencia; b) D. Jaime I
relevó a los navarros de su promesa. Veamos ambas
hipótesis:
a) En este caso, claro está que la acción de los
navarros sería censurable, dado el concepto que en­
- 117 -
tonces se tenía del régimen monárquico, pues con
ella enlazaron su historia a la de Francia, preparan­
do la conversión de Navarra en provincia francesa, y
apartaron su país de las actividades de los restantes
reinos españoles. Su única disculpa sería el deseo de
mantener la independencia, sentimiento que tan arrai­
gado tenían los navarros,, como ya sabemos. Don
Jaime soportaría la violación del pacto por hallarse
entretenido en sus luchas con los musulmanes.
b) En esta segunda hipótesis, hemos de tener en
cuenta algunas consideraciones. Hallábase el rey don
Jaime combatiendo a los musulmanes, por lo que sin
duda tendría que alegrarse de que viniese a sus ma­
nos el reino de Navarra, pues de esta manera se au­
mentaba su poderío y crecían sus ejércitos. Teniendo
en cuenta, además, el carácter ambicioso de todos aque­
llos reyes, carácter que se pone claramente de mani­
fiesto en sus constantes luchas intestinas, se hace
más inexplicable que D. Jaime renunciara a sus de­
rechos sobre la herencia de D. Sancho. Y no se nos
diga que no podía D. Jaime apoyar sus derechos en
un pacto que anteriormente había quebrantado, no
ayudando a D. Sancho en sus luchas con el rey de
Castilla (1) y gastando los cien mil sueldos que para
este objeto le había dado D. Sancho, en la conquista
de Mallorca, pues podemos decir que esta ayuda se
prestaba a cambio de dicha cantidad, que por cierto
no debió pagar D. Sancho, y formaba pacto aparte
(1) Yanguas, ob. cit., pág. 124. Olóriz, ob. cit., pág. 81.
- 118 —
completamente independiente del mutuo prohijamien­
to, Aun podemos añadir que no se habla en el
pacto de tal cantidad de dinero ni de otra alguna (1),
y que aun siendo cierto esto sería extraña la acti­
tud de D. Jaime, pues con bases mucho menos fir­
mes y pretextos más fútiles se peleaban aquellos
reyes.
¿.Cómo explicaríamos, pues, que D. Jaime releva­
se de su promesa a los navarros?
Unicamente pensando que hallándose, como se ha­
llaba, tan atareado con los musulmanes, no podía lan­
zar sus tropas a la conquista de un reino que no se
le entregaba de grado, y dejó este negocio para mejor
ocasión, como sin duda ya sospechaba Zurita, según
se desprende de sus frases.
Vemos, pues, que los navarros, llevados de su
amor a la independencia, llamaron a Teobaldo para
que los gobernase, prefiriéndolo al monarca aragonés.
Este amor a la independencia y libertad que tantas
veces les había servido y tantas veces produjo her­
mosos frutos, ocasionó ahora un daño irreparable a
nuestra patria, al ser el punto inicial de la conver­
sión de Navarra en provincia francesa.
Vino, pues, D. Teobaldo a Navarra, y encontrán­
dola muy despoblada por causa de las continuas gue­
rras en que había estado envuelta, hizo venir para
(1) Lo único que a este respecto se dice en el pacto, es lo
siguiente: "Adunde mas que nos aiudemos contra el rey de
Castiella todavía por fé sines enganno". Puede verse este
pacto en un apéndice de la citada obra de Lafuente.
- 119 -
poblarla muchos labradores de las comarcas de Cham­
paña y Brie, que, como sabemos, pertenecían a sus
dominios.
Tuvo D. Teobaldo algunas diferencias con la no­
bleza, cuya gran preponderancia estimaba peligrosa
para el trono, respecto a la forma de probar las hi­
dalguías y de los que siendo villanos o pecheros, ha­
bían llegado a nobles. Ocasionaban estas diferencias
una gran tirantez en las relaciones entre los nobles y
el rey, y tal vez las consecuencias hubieran sido fu­
nestas de no desistir éste en sus afanes de innovación.
Era D. Teobaldo un extranjero en Navarra, y des­
conocía, por lo tanto, las peculiaridades geográficas
del país, el carácter de sus habitantes y los usos y
costumbres de la tierra; no tiene, pues, nada de ex­
traño que chocase frecuentemente con sus subditos,
especialmente con los nobles, siempre levantiscos y
audaces en aquellos tiempos. Son estas luchas las pro­
pias del feudalismo. Los reyes quieren asegurarse la
posesión de la corona, vincularla en su familia, hacer
la monarquía hereditaria y sojuzgar a los nobles. Es­
tos,, por su parte, se oponen a los deseos de los reyes,
y orgullosos de su poder, tienden a declararse autó­
nomos ; saben que sin su apoyo nada puede hacer el
monarca y le regatean su concurso, procurando sacar
el mayor partido posible, y aun se apartan comple­
tamente de su lado, si les disgusta, no teniendo es­
crúpulo de ponerse bajo los poderes de otro rey
cuando esto conviene a sus intereses.
No cesaba por entonces el Pontífice Gregorio IX
- 120 -
de excitar a la cristiandad para que llevase a cabo la
conquista de los Santos Lugares. Era francés don
Teobaldo y no dejó de oír su voz y pensar en tomar
parte en la Cruzada, como si la lucha que aquí te­
níamos emprendida no fuese también por la Cruz.
¿A qué ir a buscar los enemigos de la fe en tierras
remotas teniéndolos a la puerta de casa?
El caso es que, como dice la crónica del príncipe
de Viana (1), "este rey D. Tiblt, deseando imitar á
los reyes antecesores, sabiendo que en reyno de Fran­
cia se pregonaba la Cruzada contra los moros ene­
migos de la fé, partió de su reyno de Navarra, é fue
á la ciudat de Paris, donde el muit cristianísimo,, é
santo rey, el rey Sant Luis, estaba con todos los
grandes de su reyno por dar orden en la guerra que
se había de facer contra los dichos moros".
Embarcóse, pues, en Marsella con los demás cru­
zados, y una vez en tierras de Asia, dirigióse al monte
Tauro, en cuyas estrechuras esperaban apostados los
infieles (1239). Forzaron el paso los cristianos, des­
pués de una reñidísima batalla con el Soldán de Icanio, y consiguieron llegar a Antioquía, aunque redu­
cidos a una tercera parte por las incomodidades de la
marcha,, inclemencia del tiempo y repetidos encuen­
tros con el enemigo (1240).
Se desgració la expedición por la falta de concor­
dia entre los jefes y disciplina en los soldados, siendo
completamente derrotado el ejército cristiano en los
(1)
Lib. III, cap. II.
CATEDRAL CLAUSTRO DE PAMPLONAPUERTA DE NUESTRA SEÑORA DEL AMPAROÍS. XV)
- 121 -
campos de Gaza (1242), debiéndose a los navarros
que no emprendiese vergonzosa fuga, ocasionando así
mayores males.
Acudió Ricardo (1), hermano del rey de Inglate­
rra, en socorro de los cruzados, mas solamente pudo
conseguir la libertad de los cautivos y que se pacta­
sen unas treguas. Volvieron entonces a Europa los
príncipes cristianos y reintegróse D. Teobaldo a su
reino de Navarra.
Tuvo entonces grandes discusiones con D. Pedro
Jiménez de Gazolaz, obispo de Pamplona, por diver­
sos. motivos ajenos a la iglesia, según parece, entre
ellos sobre la preferencia del señorío de San Esteban
de Monjardin, "por la cual disensión —dice el Prín­
cipe de Viana (2)—, el dicho obispo lo escomulgó é
puso entredicho en el regno, el qual duró tres años,
é non se decía el oficio divinal, salvo en donde el rey
mandaba; é por esto el rey al dicho obispo fizo juz­
gar é pregonar por traidor; ó los del Burgo non lo
consintieron pregonar en el dicho Burgo; é estaba é
habitaba, el dicho obispo, en Navardun (3) que es de
Aragón; é despues los nobles hombres los concor­
daron, é el dicho rey fué á Roma á pedir la abso­
lución del Papa (4) é fueron amigos".
(1) Ricardo de Cornwall, hermano de Enrique III de In­
glaterra, sobrino por lo tanto de Ricardo "Corazón de León",
y cuñado del emperador Federico.
<2) Crónica. Lib. III, cap. I.
(3) Este pueblo de la Valdonsella, en Aragón, pertenecía
a su Obispado.
. (4) Año 1249.
- 122 -
En el año 1253 murió en Pamplona, donde fué en­
terrado, el rey D. Teobaldo I de Navarra, a los 48
años de edad.
Tuvo D. Teobaldo tres matrimonios: el primero,
con una hija del conde de Lorena, que se declaró
nulo; el segundo, con Inés, hija de Guiscardo de Beloyoco y de Sicilia,, hija de Filipo, conde de Flandes, de cuyo matrimonio nació doña Blanca, que casó
con Juan, duque de Bretaña; y el tercero, con doña
Margarita, hija de Arcembaldo, príncipe de la casa
de Borbón, del cual matrimonio nacieron D. Teobal­
do II, D. Pedro, que tuvo el señorío de Muruzábal,
doña Leonor, D. Enrique, que reinó después de don
Teobaldo II, doña Margarita, mujer del duque de
Lorena, y doña Beatriz,, mujer de Hugón, cuarto
duque de Borgoña. También fueron hijas suyas, aun­
que se ignora de qué matrimonio, doña Elide, doña
Inés y doña Berenguela (1).
Mejoró este rey la condición de los pueblos realen­
gos en los asuntos administrativos, legó a la posteri­
dad un tomo de poesías y una colección de melodías,
a lo cual hay que añadir la fama de sus virtudes, que
le granjeó el sobrenombre de "Grande" (2).
Fué "valiente rey, alegre é grant cantador; é fizo
traer de Champaña á Navarra la natura de las bue(1) Yanguas, ob. cit. La crónica de Navarra (lib. III, ca­
pítulo I) dice que al parecer son del primer matrimonio.
(2) Olóriz, ob. cit.
- 123 -
ñas peras é manzanas, ca mucho amaba la buena
fruta (1)".
Afirman algunos autores que este rey fué el pri­
mero que se ungió en nuestra patria, costumbre que
importó de Francia.
30. Teobaldo II. — Muerto Teobaldo I (8 julio
1253) le sucedió, como ya decíamos* un hijo suyo y
de doña Margarita,, llamado también Teobaldo, el
cual, no contando a la sazón más que 14 años de
edad, quedó bajo la tutela de su madre.
"Don Alfonso el Sabio, rey de Castilla y León
—dice la crónica de Navarra (2)—, hizo luego sem­
blante de acometer a Navarra, y nuestra reina doña
Margarita de Borbón, heroína de muy relevantes
prendas, pidió a D. Jaime de Aragón, hiciesen con­
tra Castilla las más firmes alianzas, como se hicie­
ron muy presto en Tudela, a donde partió la reina con
su hijo, y a donde envió a su primogénito D. Alonso
el rey D. Jaime, que se hallaba en gran rompimiento
con su yerno D. Alonso el Sabio (3)". Pactaron en
Tudela una alianza ofensiva y defensiva.
"La suma de la confederación fué, que prometió el
rey a la reina doña Margarita, y a D. Tibaldo, su
hijo, rey de Navarra, ó á cualquiera otro hijo suyo
que fuese rey, que sería amigo de sus amigos, y ene(1) Crónica del Príncipe de Viana. Lib. III, cap. I.
(2) Lib. III, cap. II.
(3) Alfonso el Sabio estaba casado con doña Violante,
hija de D. Jaime.
- 124 —
migo de sus enemigos, y si tuviese guerra con algún
rey, ó con poder de rey, que quisiese hacer guerra á
Navarra sobre la sucesión de aquel reino ó de su se­
ñorío, le ayudaría con todo su poder á defenderlo
contra todos los hombres del mundo por su persona
hallándose en Aragón, y en caso que estuviese fuera
del reino, ayudarían en la guerra los que tuvieren por
el rey cargo del gobierno de Aragón y Valencia, con
todo el poder destos reinos, moviendo de Aragón despues de treinta días que fuesen requeridos, y que el
rey no haría paz ni tregua sin voluntad de la reina.
Juntamente fué concordado que el rey daría á su hija
la infanta doña Constanza por mujer al rey Tibaldo,
ó si él muriese antes que el matrimonio se efectuase,
á cualquiera de sus hermanos que le sucediese en el
reino; y en caso que la infanta doña Constanza mu­
riese antes de consumar el matrimonio, daría de la
misma manera a doña Sancha su hija, prometiendo
que nunca daría ninguna de sus hijas por mujer á
ninguno de los infantes de Castilla hermanos del rey
D. Alonso,, ni á otra persona que tratase por medio
ni plática de su yerno el rey de Castilla, sin voluntad
de la reina de Navarra. Esta concordia se había de
confirmar por el Papa, para que se ratificase con
grandes penas y censuras, y la habían de jurar todos
los ricos hombres de Aragón, los caballeros y procu­
radores de las ciudades y villas de Aragón y Valen­
cia, que la reina quisiese, para que ellos procurasen
que esta capitulación se guardase y cumpliese por
término de quince días despues de la fiesta de San
- 125 -
Miguel del mismo año. La reina en su nombre y del
rey su hijo, se obligaba al rey de Aragón de valerle
contra todos los hombres del mundo, exceptuando al
rey de Francia y al Emperador de Alemania, y aque­
llas personas de Francia á quien eran obligados por
razón de señorío, y que procuraría con todo su poder
que el rey su hijo, ó cualquiera de sus hermanos que
sucediese en aquel reino, hiciese el matrimonio con
la infanta doña Constanza, ó con doña Sancha, y
cuando sus deudos del rey Tibaldo lo impidiesen,
ofrecía la reina, que no casaría con hermana del rey
de Castilla, hija del rey D. Femado, y de la reina
doña Juana, segunda mujer, ni con hija del rey de
Castilla, hora fuese legítima, hora no, ni con parienta suya que fuese hija de reina, ó de otra que él
lo tratase ó moviese sin consentimiento del rey de
Aragón (1)".
Volvió entonces a Navarra la reina doña 'Marga­
rita y procuró allí atraerse las voluntades de sus va­
sallos, satisfaciendo las quejas que tenían por los con­
trafueros cometidos durante el reinado de Teobaldo I.
Escarmentados los pueblos, querían exigir garantía
de los tutores del rey para deshacer los agravios he­
chos y que se les guardase los fueros. Reuniéronse
con este objeto, en Olite, muchos ricos hombres de
las villas, y juraron no admitir por rey a D. Teobal­
do si éste no juraba, por su parte, enmendar los agra­
vios hechos y no cometer otros; comprometíanse tam­
il) Zurita: Anales, Lib. III, cap. XLVIII.
— 126 -
bien los ricos hombres a prolongar esta coalición
hasta que el rey cumpliese 25 años y obligar a su
observancia a cuantos se resistieren.
El talento político de doña Margarita hizo que
todo se arreglase amistosamente,, conviniendo en aña­
dir algunas circunstancias al juramento real, en aquel
caso particular.
Arregladas las diferencias entre doña Margarita y
los ricos hombres, coronóse D. Teobaldo en la cate­
dral, siendo ungido por su obispo D. Pedro Jiménez
de Gazolaz, el jueves veintisiete de noviembre, ha­
biendo transcurrido, por lo tanto, cuatro meses y diez
y nueve días desde la muerte de su padre.
En el acto de la coronación, juró la observancia
de los fueros; que desharía los agravios; que nin­
gún navarro sería preso dando fiador, excepto por
traidor declarado o ladrón manifiesto; que los plei­
tos ganados serían juzgados en Corte por el go­
bernador y doce consejeros o la mayor parte de
ellos, sin perjuicio de la jurisdicción de los alcaldes
y del fuero particular de cada uno; que no daría
ningún empleo sin consejo del mismo gobernador y
consejeros; que no batiría sino una moneda en su
vida; que si se ausentaba, dejaría un gobernador
nombrado por los doce consejeros; que estaría bajo
la tutela de un navarro que nombrasen los electo­
res entre los ricos hombres, caballeros, infanzones
y hombres libres o diputados de los pueblos; que
se nombrarían jueces de émparansas para conocer
y declarar sobre las reclamaciones de los agravios
- 127 -
anteriores; y que todo esto se observase hasta que
el rey cumpliese veintiún años, saliendo entonces de
la tutela. Después eligieron las Cortes por tutora
del rey y gobernadora del reino a la reina doña Mar­
garita (1).
Llegarnos con esto al año 1254, en el cual, rota
ya la guerra con Castilla, fué D. Teobaldo a :Monteagudo, con objeto de entrevistarse con el rey don
Jaime de Aragón. Llegaron los reyes a Monteagudo
a principios del mes de abril, y "en la iglesia de
Santa María, de aquel lugar,, el jueves de la Cena,
que fué a cinco del mes de abril, firmaron nueva
concordia de ser amigos de amigos y enemigos de
sus enemigos. "Prometía el rey D. Jaime de valer
al rey de Navarra contra todos los hombres del
mundo, y es cosa de notar, que tan solamente fué
exceptuado por el rey D. Jaime, en esta liga, Carlos,
conde de Proenza, hermano del rey de Francia, que
fué el más capital enemigo que el infante D. Pedro,
su hijo, y la casa de Aragón, habían de tener; y
se obligaron de no hacer ninguna tregua, ni tomar
asiento en sus diferencias, sino de conformidad con
los dos... El rey de Navarra se obligó de valer al
rey de Aragón contra todos los hombres del mundo,
exceptuando al rey de Francia y a sus hermanos,,
y se obligó, que no casaría con hermana ni con hija
del rey de Castilla, sin consentimiento del rey (de
Aragón)" (2).
(1) Yanguas, ob. cit.
(2) Zurita: Anules, Lib. III, caj>. XLIX.
- 128 -
Ambos reyes se dieron en rehenes varios castillos
y juraron la alianza los ricos hombres de Navarra
y Aragón, que se hallaron presentes.
"Estando las cosas en gran rompimiento entre es­
tos principes y el rey de Castilla, algunos prelados
y ricos hombres, movieron algunos partidos entre
ellos, porque desistiesen de la guerra; y pusieron
treguas hasta la fiesta de San Miguel del año
1254" (1).
"Todo corría ya en tranquilidad en los tres rei­
nos—dice la crónica de Navarra (2)—, mas la gran­
de volubilidad de D. Alfonso el Sabio, turbólo todo."
Ajustóse la paz, más por necesidad que por gusto,
pues aprovechándose los moros de estas disensiones,
incomodaban al rey de Castilla en Andalucía y al
de Aragón en Valencia (1257).
En este mismo año murió la reina doña Marga­
rita, en sus estados de Francia, adonde había ido
con objeto de arreglar su administración. Pasó en­
tonces allí D. Teobaldo, dejando gobernador de Na­
varra al senescal D. Jofre, señor Barlemont, y po­
niendo el reino bajo la protección de D. Jaime de
Aragón. Consecuencia de este viaje fué su matri­
monio con doña Isabel, hija de San Luis, rey de
Francia (1257).
Volvió luego a Navarra y engrandeció el reino
con la incorporación de varios Estados, cuyos se(1) Zurita: Lug. cit.
(2) Liib. III, cap. II.
- 129 -
ñores le rindieron vasallaje. Dedicóse después al arre­
glo de las contribuciones de sus pueblos, suprimien­
do algunos impuestos; fundó el pueblo de Espinal,
entre Roncesvalles y Visearret, y partió luego para
Marsella, al frente de los más distinguidos caballe­
ros navarros y acompañado de su esposa, con ob­
jeto de seguir a S. Luis, rey de Francia, en
la Cruzada que,, por solicitud del pontífice Clemente
IV, se preparaba en socorro de Tierra Santa.
Embarcóse, pues, bajo la dirección de S. Luis
(1270); pero la empresa de convertir al cristianis­
mo el reino de Túnez, presentada como fácil por
el soberano de Sicilia, hizo cambiar el objeto de la
expedición emprendida. Llegados al Africa, dirigié­
ronse al valle ocupado por Cartago en otro tiempo,
donde, no obstante ver diezmadas sus filas por deso­
ladora peste, derrotaron por completo a los musul­
manes que fueron a su encuentro.
Ofreció el musulmán, a cambio de la paz, satis­
facer el tributo que desde largo tiempo debía al rey
Carlos de Sicilia, pagar los gastos de la Cruzada y per­
mitir la libre predicación del Evangelio en sus do­
minios. Aceptaron los cruzados, vistas y pesadas las
circunstancias del momento, haciéndose luego a la
mar.
No fue afortunado el regreso; una terrible tor­
menta sepultó en el fondo del mar numerosos na­
vios y más de cuatro mil soldados. Para colmo de
males, apenas llegados a la costa, murió en Trápana
de Sicilia el rey D. Teobaldo II, fallecimiento que
9
- 130 -
ocasionó, sin duda, antes de llegar a Marsella, el
de su afligida viuda (1270).
No dejó sucesión D. Teobaldo, por lo cual heredó
el trono un hermano, D. Enrique, al que había deja­
do como gobernador del reino durante su ausencia.
31. Enrique I.—Llegada a Navarra la triste nue­
va de la muerte de D. Teobaldo, celebró su hermano
D. Enrique las exequias con toda magnificencia, y
declarado en las Cortes sucesor, fué ungido por el
obispo Armengol y aclamado rey con todas las ce­
remonias acostumbradas (í 271).
Apenas se había sentado en el trono, cuando se
vió solicitado por D. Felipe, hermano de Alfonso
el Sabio, de Castilla, para que se coaligase contra
este rey. Respondió D. Enrique a tal proposición,
que él entraría gustoso en la unión contra Alfonso
el Sabio, con tal de que le restituyese todas las tie­
rras usurpadas por Castilla en la Rio ja y Bureba,
hasta los montes de Oca, y las de Alava y Guipúz­
coa. El infante castellano prefirió ir a buscar soco­
rro entre los moros, antes que aceptar las proposi­
ciones del navarro.
Estaba casado D. Enrique, desde 1269, con doña
Blanca, hija de Roberto, conde de Artois, y her­
mano de S. Luis, rey de Francia. De este matrimo­
nio tuvo un hijo, llamado Teobaldo,, y una hija, lla­
mada Juana.
Enterado Alfonso el Sabio de las proposiciones
- 131 -
echas por su hermano a D. Enrique, procuró atraer­
se la amistad del rey navarro, para lo cual concertó
el matrimonio de D. Teobaldo, hijo de D. Enrique,
con una hija suya. Hallábase todavía en la lactancia
el hijo del rey navarro, mas este detalle se consi­
deraba entonces sin importancia, en punto a las pro­
mesas de matrimonio, y este era un medio, usado
con frecuencia, para celebrar alianzas políticas.
No tardó en disolverse esta alianza, por una des­
gracia imprevista. Paseábase D. Teobaldo, en bra­
zos de su ama, por una galería del castillo de Estelia, donde se criaba, cuando, desprendiéndose de los
brazos protectores, cayó al suelo desde gran altura.
Intentó el ama retenerle, y cayó también, perecien­
do con el infante.
El rey D. Enrique hizo entonces que se jurara
sucesora del reino a su hija doña Juana, niña toda­
vía menor que su hermano D. Teobaldo.
Fué D. Enrique de condición áspera y desabrida.
En su breve reinado, se registran pocos hechos dig­
nos de memoria, siendo únicamente notable el em­
peño con que trató de robustecer la autoridad real,
menguando el poderío de los nobles. A este objeto
dedicó toda su actividad. Logró que los poderosos
caballeros D. Pedro Sánchez de Monteagudo, señor
de Cascante, y D. Gil de Rada, dueño de la impor­
tante fortaleza de su apellido, cedieran a la corona
sus señoríos, con ciertas restricciones; pero no le
- 132 —
fué dado concluir su obra,, porque le sorprendió la
muerte (1).
"Este rey fué mal gracioso a todos, especialmente
al obispo de Pamplona, llamado D. Armingot, el
cual era natural de Castilla; é desfizo la unión que
era entre la Navarrería, el Burgo, é la Población (2);
é regnó tres años, el qual era mucho cargado de
carnes, é de gordura; é morió el día de la Magda­
lena, en el palacio del obispo, año de 1274...; é yace
en Santa María de Pamplona. Créeese que la gor­
dura lo mató" (3).
32. Minoría de Juana I.—Muerto el rey don
Enrique, convocó Cortes generales la reina viuda
doña Blanca. En estas Cortes se confirmó la sucesión
a favor de la niña doña Juana, y se nombró gober­
nador del reino a D. Pedro Sánchez de Monteagudo, señor de Cascante,, cuya elección compitieron
D. González Juánez de Baztán y D. García Almoravid. Convinieron también los diputados de los pue­
blos en ayudarse mutuamente, dentro del término
de treinta años, si el gobernador hiciese contrafueros.
La infancia de la reina despertó las antiguas pre­
tensiones de Castilla, cuyo rey, D. Alfonso el Sa­
bio, procuraba atraerse a los navarros y obtener sus
simpatías, mientras hacía bélicos preparativos y apro­
ximaba sus tropas a la frontera navarra, con in-
(1) Olóriz, ob. cit., pág. 87.
(2) Barrios de Pamplona.
(3) Crónica del Príncipe de Viana. Lib. III, cap. VI,
- 133 -
tentó, sin duda, de apoyar con la fuerza de las ar­
mas sus mal reprimidas ambiciones.
Hasta se decía que las tropas castellanas serían
mandadas por el primogénito de D. Alfonso, el in­
fante D. Fernando de la Cerda.
Tanto el rey de Castilla como el de Aragón, tra­
taban de apoderarse de la reina niña, para, con el
pretexto de criarla en sus Cortes, poder casarla se­
gún sus conveniencias y disponer del reino. Todo
conspiraba en favor de los ambiciosos,, hallándose
los navarros divididos en sus opiniones, pues mien­
tras D. García Almoravid, ofendido por el encum­
bramiento de D. Pedro Sancho de Monteagudo, apo­
yaba las pretensiones castellanas y robustecía el par­
tido de D. Alfonso, fomentaba D. Pedro la facción
aragonesa.
t
Viendo el gobernador del reino los peligros que
acechaban en la frontera, acudió a remediarlos con
toda diligencia, para lo cual duplicó los sueldos y
presidios de la frontera de Castilla, envió al alférez
del estandarte real a tierras de Estella y marchó él
mismo a Tudela. La reina doña Blanca, llena de
temor y desconfianza, tomó el partido de acogerse
a la protección de su primo Felipe, rey de Francia,
hermano de S. Luis, y tomando a la niña doña Jua­
na, huyó secretamente con ella de Navarra, burlan­
do así los artificios de los reyes de Aragón y Cas­
tilla.
El partido más poderoso de Navarra se inclinaba
en favor del aragonés. D. Pedro Sánchez, que, como
- 134 -
ya hemos dicho, se hallaba a su cabeza, reunió C o t ­
íes en Olite, y en ellas se acordó que la reina doña
Juana casase con el infante D. Alfonso, primogé­
nito de D. Pedro, heredero éste de la corona de
Aragón, jurando que así lo cumplirían, y que si mo­
ría doña Juana, casaría D. Alfonso con una de sus
primas, hija del duque de Bretaña.
Irritado Alfonso el Sabio al ver que con la mar­
cha de doña Blanca se le escapaba la presa que ya
creía tener entre las manos, hizo que su ejército,
mandado por el infante D. Fernando, penetrase en
Navarra por Logroño y pusiera sitio a Viana (1275).
Resistieron heroicamente los valientes habitantes, bien
decididos a morir antes que aceptar el yugo caste­
llano,. por lo cual tuvo que levantar el sitio el in­
fante D. Fernando, y aunque luego volvió con ma­
yores ímpetus, no fué sino para dejar el campo ver­
gonzosamente.
El rey D. Enrique había cometido el tremendo
error, de que ya dimos cuenta, de romper la unión
establecida entre los barrios de Pamplona por San­
cho el Fuerte, dando ocasión con esto a que sur­
giera en ellos una viva discordia, la cual supo uti­
lizar D. García Almoravid para sus planes ambi­
ciosos.
Dominaba D. García en la Navarrería, y co­
menzó a levantar en ella fortificaciones contra el
Burgo y Población (1), con manifiesta intención de
(1) ,E1 Burgo de San Saturnino y la Población de San
Nicolás.
- 135 -
suscitar luchas civiles y llamar armas de fuera. "Qui­
so el gobernador cortar esta raíz fecunda de tantos
males, y aunque entró en la Navarrería, y en junta
de los más principales hizo una exhortación eficací­
sima, sólo pudo conseguir que se hiciese la obstina­
ción más patente, y así un caballero de la junta, lla­
mado Sancho de los Arcos, dijo con despejada e
imperiosa desmesura estas palabras: ^Miradlo, señor,
bien o no lo miréisf haced juicio o no lo hagáis, que
las algaradas e ingenios se han de llevar hasta el
cabo" (1).
Tuvo noticia doña Blanca de estos tristes suce­
sos, y escuchando los clamores de algunos buenos
navarros, que, fatigados de tanta lucha, de tan pro­
longada y estéril rivalidad, consideraban cuánto im­
portaba en semejante situación tener al frente del
reino una persona ajena a los intereses del partido,
que poseyera verdaderas dotes de mando, determinó
sustituir a D. Pedro Sánchez con el enérgico y pru­
dente caballero D. Eustaquio de Bellamarca. Hízolo
así, después de desposar a su hija con Felipe el Her­
moso, primogénito y sucesor del rey Felipe III de
Francia, y de transferir a éste la tutela de la joven
reina. Dió con aquel enlace, tan diverso del acor­
dado en las Cortes de Olite, un golpe mortal al
bando aragonés, y ganó un eficaz protector para su
hija y un firme apoyo para Navarra (2).
(1) Crómica del reino de Navarra. Lib. III, cap. III, pá­
rrafo II.
(2) Olóriz, ob. cit., pág. 89.
- 136 -
Llegado el nuevo gobernador, juró los fueros y
tomó posesión del gobierno; mas si bien de momento
se apaciguaron las facciones, no tardó en encender­
se la lucha con mayor encono. Los partidarios de
Almoravid, influidos por el rey de Castilla, quisie­
ron apoderarse del nuevo gobernador, para lo cual
solicitaron de D. Diego López de Haro, señor de
Vizcaya, y de D. Jimeno Ruiz, señor de los Ca­
meros, que mandaban el ejército de Castilla, en
ausencia del infante D. Fernando, que guerreaba
con los moros en Andalucía, que introdujesen en
Navarra algunas tropas. Hiciéronlo así, y engañado
el gobernador, estaba ya camino de Estella,. cuando
tuvo noticias de lo que se tramaba contra él, y volvió
precipitadamente a Pamplona.
Empezó entonces una lucha despiadada, y no bas­
tando las fuerzas leales para sofocar tan terrible in­
cendio, tuvo que enviar refuerzos el rey de Francia y
preparó luego un formidable ejército, cuyo mando
tomaría él mismo si lo exigían los acontecimientos.
Vinieron los soldados franceses a las órdenes de
Roberto, conde de Artois, y unidos a las tropas de la
reina consiguieron, tras sangrientas luchas, tomar por
asalto la Navarrería, foco de la sedición (1277).
El ejército castellano, que venia en socorro de los
sediciosos, retiróse a Castilla sin medir las armas con
los francos. Quedaron, pues, desamparados sus par­
ciales, los cuales, vista la conducta incalificable de sus
aliados y el estrago de la Navarrería, enmudecieron
para siempre. Renovaron poco después su inteligen­
- 13? -
cia los reyes D. Alfonso de Castilla y D. Pedro de
Aragón. Avistáronse entre Agreda y Tarazona e hi­
cieron una alianza ofensiva y defensiva, acordando
secretamente invadir y repartirse Navarra. No se
llevó a cabo este proyecto, pues el rey D. Pedro tenía
entre manos otro todavía más secreto: la conquista
de Sicilia. Atacó, pues, a Sicilia (1282), y aprove­
chándose del descontento general de los sicilianos,
que previamente había fomentado, echó de aquel reino
a su rey Carlos, hermano de San Luis y tío de Felipe
de Francia.
Ocasionó esto una guerra entre D. Pedro y el rey
de Francia, dolido de la desgracia de su tío, viéndose
envuelta Navarra en una lucha completamente ajena
a sus intereses. Franceses y navarros tomaron las
armas contra Aragón y penetraron por la Valdonsella (1283). Terminó esta campaña sin más resultado
que la toma por parte de Navarra, de Lerda, Ul, Filera y Salvatierra, donde se levantó un castillo (1).
Por el casamiento de la reina doña Juana con el
que luego fué Felipe IV de Francia, desaparece Na­
varra como reino independiente, siendo por algunos
años dependencia de los reyes franceses, transfor­
mándose después de sus largas y heroicas luchas en
pro de la independencia, en una simple provincia ex­
tranjera.
(1) Yanguas, ob. cit., pág. 150.
CAPITULO VIII
Organización y cultura en este período.
(Siglos XI al XIII).
33. Legislación. — 34. Clases sociales. — 35. Organiza­
ción política. — 36. 'Costumbres, comercio, cultura,
bellas artes.
33. Legislación. — En este período es la legisla­
ción navarra exclusivamente foral, pero los fueros
de Navarra son de escasa importancia hasta fines
del siglo xi, en que se otorgó el de Estella. Este
fuero, dado en 1090 por Sancho Ramírez, es de gran
extensión y de mucha importancia por el interés his­
tórico de sus disposiciones. Al fuero de Estella si­
guieron otros muchos, entre los cuales merecen citar­
se el de Arguedas, importante por sus muchos pri­
vilegios, y los de Tafalla, "Cáseda, San Saturnino
(Pamplona), Medinaceli, etc. El de Logroño, dado
por el rey de Castilla Alfonso VI, en 1095, se ex­
tendió a territorios navarros y vascongados, como Vi­
toria (por Sancho el Sabio, en 1181), Azcoitia, Azpeitia, Cestona, Tolosa, Villarreal, etc. San Sebastián re­
cibió fuero de Sancho el Sabio, en 1180, sobre el mo-
—2140 -
délo de los de Jaca, y es importante por ser el primer
fuero marítimo dado hasta entonces en Navarra. La
ciudad de Pamplona tenía la especialidad de estar for­
mada por tres barrios diferentes, de que ya hemos
hablado, con fuero distinto y en pugna constante, que
se trató de resolver por concordias de los años 1213
y 1222, entre otras (1).
El origen y año de la formación y promulgación
del fuero general de Navarra ha sido muy discutido.
Según la opinión más probable, se promulgó bajo el
reinado de Teobaldo I, y fué compuesto por una co­
misión nombrada en virtud de un acuerdo de las
Cortes ~áe Estella de 1237. En este convenio entre
Teobaldo y los nobles, se decía: "é porque sabida
cosa sia entre Nos et eillos de los fueros suyos quales an é deben aver con nosco, ó Nos con eillos, ave­
rnos parado con eillos ques sean esleitos 10 Ricosornes, é veint caballeros, diez ornes de órdenes é Nos
é el Obispo de Pamplona de suso con nuestro conseillo, por meter en scripto aqueillos fueros que son
é deben ser entre Nos é eillos...
En el Fuero general se nota la presencia de ele­
mentos extraños; así, por ejemplo, en la disposición
que autoriza el embargo del cadáver del deudor es
palpable la influencia del derecho germánico.
34. Clases sociales. — Aunque no con todo de­
talle, conocemos, a partir del siglo xi, las condiciones
(1) Altaimira. Ob. cit., núm. 334.
- 141 -
de la vida social en Navarra. Existe en este período
la distinción de nobles y plebeyos, siendo muy honda
la separación, no sólo entre estas dos clases, sino
también entre las diversas categorías de nobles y villa­
nos. Todos los nobles se llamaban fíjosdalgo y forma­
ban una jerarquía compuesta de tres grados: ricos
hombres, caballeros e infanzones. Los ricos hombres,
verdaderos señores feudales, eran de clase dominante,
por lo cual no es de extrañar su orgullo desmedido. Te­
nían potestad absoluta sobre sus tierras, estaban exen­
tos de tributos,, gozaban en sus castillos de derecho
de asilo y no podían ser juzgados más que por sus
iguales. "Siempre que aquellos elevados personajes
viajaban, cuando llegaban a los pueblos, los villanos
debían darles víveres en abundancia, teniendo ade­
más el deber de alumbrar de pie al rico hombre mien­
tras cenaba (1)".
Seguían a los ricos hombres los caballeros, que eran
los nobles a los que el Rey o los ricos hombres con­
ferían la orden de caballería, armándoles tales. Los
nobles pertenecientes a la clase general de caballeros
ocupaban en las Cortes sitio preferente, después de
los ricos hombres y antes que los infanzones. La no­
bleza era indispensable para ingresar en la categoría
de caballero, de tal modo, que si un rico hombre ar­
maba caballero a un villano o hijo de villano, perdía
(1) 'Marichalar y -Manrique: Historia de la legislación y
recitaciones del derecho civil de España. Navarra, sec. III,
cap. II.
- 142 -
su dignidad y quedaba reducido a la clase de villano
realengo.
Los infanzones eran de dos clases: infanzones de
linaje e infanzones de abarca. Los primeros eran sim­
ples gentes francas, o exentas de señorío, que no
poseían la investidura de caballero. Los segundos eran
sacados de entre los labradores por el interés de los
reyes, necesitados de apoyo contra la nobleza pre­
potente, y se llamaban así por el género de cal­
zado que solían llevar. Su número aumentó por con­
cesiones verdaderamente abusivas de los reyes, que a
veces, por un solo documento,, ennoblecían a toda
una villa (1). Si una mujer noble casaba con villano,
perdía, ipso facto, su nobleza. El noble acusado de
hurto por un plebeyo podía quedar absuelto nada más
con jurar que el hurto no era cierto.
Los villanos, o sea los plebeyos, siervos o vasallos,
no obligaban a los hidalgos para el cumplimiento de
promesas, pero ellos estaban obligados siempre. Los
siervos pagaban a su señor diversos tributos y ser­
vicios, según sus distintas cargas; no podían aban­
donar el territorio de aquél sin dejar otro hombre en
su puesto, y generalmente perdiendo sus bienes mue­
bles; estaban forzados a ir a la guerra por todo el
tiempo que se les mandase, y si morían sin hijos he­
redaba sus bienes el señor. Los simples vasallos esta­
ban también ligados a los nobles por diversos servi(1) Así, por ejemplo, en 1435, d rey Juan II libertó de
pechos a 110 casas de la tierra de Arberoa. — Yanguas: Dic­
cionario de antigüedades, Art, "Hidalguía",
- 143 -
cios que habían de prestarles, así es que resultaba
una serie de grados y matices difíciles de distinguir.
En los primeros tiempos parece que hubo también
esclavos moros.
El clero constituyó una clase social de gran impor­
tancia, no sólo por ser depositario de la cultura y por
la influencia cluniacense, sino también porque mu­
chos prelados y abades eran dueños de señoríos y
grandes propiedades. Señálase por sus derechos so­
bre los siervos el Monasterio de Irazu. En las villas
realengas comienza a constituirse la clase popular
libre, origen de la clase media; muchos labradores
siervos se pasaban a la jurisdicción real, mejorando
así su situación. En el reinado de Sancho el Sabio
obtuvieron los villanos realengos el privilegio de po­
der reducir los diversos tributos que pagaban a uno
solo por capitulación o encabezamiento de todo el
pueblo, y poco a poco fueron mejorando su condición,
así éstos como los solariegos. Los habitantes de las
ciudades, llamados rítanos (1), fueron la base de la
clase media industrial y comercial.
La proximidad de Francia y el ser Navarra paso
para otras regiones de la provincia, fué causa de
que abundaran en ella los extranjeros, cuya condi­
ción libre y privilegios personales influyeron no poco
en el desarrollo de los derechos ciudadanos.
Los mudé jares eran importantes solamente en Pam(1) Se llamaban así por habitar en las calles o rúas, a
diferencia de los villanos, que habitaban en las villas o casas
de campo,
— 144 —
piona, Tudela, Cortes y Fontellas. Gozaban de mer­
cado franco con cristianos y judíos, tenían gran li­
bertad religiosa y podían desempeñar cargos muni­
cipales, mandar mesnadas reales y hasta obtener tí­
tulos de nobleza. Pagaban multitud de tributos, pero
en el año 1264 se libertó a los de Tudela del de mañería (1), concediéndoles que pudiesen dejar sus bie­
nes, a falta de otro heredero, al pariente más cer­
cano (2).
Los judíos, más numerosos que los mudé jares, so­
bre todo en Pamplona, Tudela,. Corella y Cascante,
ejercían el comercio en tiendas que el rey les alqui­
laba, eran usureros y recaudadores de tributos y al­
gunos se dedicaban a la medicina (3). Tanto los mudéjares como los judíos habitaban en barrios especia­
les, llamados morerías los pertenecientes a los pri­
meros y juderías los ocupados por los segundos.
35. Organización política. — La monarquía na­
varra se hace de hecho hereditaria a partir te San­
cho el Mayor, admitiendo las mujeres sin reserva al­
guna. El Rey era coronado solemnemente, y proba­
blemente desde Teobaldo I, como ya dijimos, consa­
grado con toda magnificencia en la iglesia de Santa
María, de Pamplona.
(1) Mañería se llamaba al derecho del rey o del señor a
heredar todos los bienes del vasallo que moría sin descen­
dencia.
(2) Altamira. Gb. cit., núm. 332.
(3) Aguado. Ob. cit., cap. XXVIII.
IGLESIA DE LOS TEMPLARIOS EN EUNATE (S. XII)
- 145 -
El Rey mandaba el ejército en tiempo de guerra,
nombraba los oficiales de la corona, los jueces, los
gobernadores de los castillos y de las provincias, sin
que pudiera confiar los cargos del reino más que a
navarros de nacimiento. Estaba ligado por el jura­
mento de guardar los fueros y por la preponderancia
de la alta nobleza feudal (1) que formaba su con­
sejo. Solía ceder a ésta la jurisdición de causas poco
importantes, reservándose la suprema y los recursos;
pero de hecho los ricos hombres ejercían en sus se­
ñoríos una autoridad casi absoluta.
El territorio de Navarra estaba dividido en merindades y éstas en baylíos. Tanto los jefes de las merindades (merinos) como los de baylíos (bayles) te­
nían por potestad ejecutiva en las sentencias que re­
caían sobre los plebeyos, cobranza de tributos, etc. La
administración de justicia correspondía en los pue­
blos a funcionarios nombrados por el Rey,, que se
llamaban alcaldes de jurisdición, y en superior ins­
tancia a los llamados alcaldes mayores. Esto solamen­
te para los villanos y ruanos, pues los nobles eran
juzgados directamente por el Rey y tres ricos hom­
bres o infanzones.
El desarrollo de los municipios comienza en el rei­
nado de D. Alfonso el Batallador, que concedió cartas
pueblas y fueros, favoreciendo las libertades muni­
cipales. Al frente de los municipios había para admi­
nistrar los intereses del pueblo alcaldes y jurados o
(1) El feudalismo no existía de derecho, pero sí de hecho.
10
— 146 -
regidores nombrados en elecciones que se hacían en
las Iglesias (1).
Según Altamira, el poder municipal tuvo escasa
importancia en Navarra, debido al gran desarrollo de
los territorios señoriales y a las luchas intestinas
constantes que mantuvieron entre sí los municipios,
y aun en cada uno las diversas familias que preten­
dían preponderar. Formaron, no obstante, herman­
dades para la persecución de malhechores. Estas her­
mandades "solían ser de dos clases: o entre los pue­
blos limítrofes de dos reinos, contra los hombres de
mal vivir que recorrían y robaban en uno y se volvían
al suyo; o entre pueblos del mismo reino cuando la
seguridad interior del país exigía la persecución y
castigo de los que atentaban contra ella (2)".
Las Cortes no alcanzaron la misma representación
política que en los demás reinos peninsulares. Parece
ser que no las hubo hasta fines del siglo XIII, y aun
hay autores que dicen que las primeras se reunie­
ron en 1300.
Antes de estas fechas parece que hubo en Navarra
reuniones o juntas de nobles (como la de 1050) y
otras en que figuraban también representantes de las
villas y del clero; pero esto ocurrió incidentalmente
con motivo de sucesos graves y extraordinarios, como
(1) S. .Minguijón: Historia dd Derecho español Col. "La­
bor", t. II, pág. 99.
(2) iMaráchalar y Manrique. Cit S. Minguiión. Oto. ci­
tada, pág. 102,
147 -
en la elección de García Ramírez (1134) y en la mi­
noría de Teobaldo II.
Créese que poco a poco fué arraigando la costum­
bre de celebrar estas reuniones con asistencia de ele­
mentos de las tres clases sociales, hasta que quedaron
regularmente constituidas las Cortes.
36. Costumbres, Comercio, Cultura y Bellas
Artes. — Muy escasas son las noticias que tenemos
acerca de las costumbres navarras en esta época. En
tiempo de Sancho el Fuerte debieron influir las cos­
tumbres musulmanas, en materia de objetos y ves­
tidos,. influencia que se nota en la primitiva corte
aragonesa. Teniendo también en cuenta la mucha in­
fluencia que Francia ejerció en este país, algo de la
vida navarra pudiera deducirse del estudio de la
francesa, especialmente a partir del siglo xn.
El comercio fué muy activo, especialmente por las
costas del Cantábrico. Se exportaban varios produc­
tos, como sargas, cordobanes, cadenas y lonas para
velas de naves, vinos y hierro. Esto supone la exis­
tencia de industrias en el país.
Respecto de la cultura, diremos que nos quedan
testimonios de la que florecía en los monasterios na­
varros. Entre los hombres ilustres nacidos en Nava­
rra por este tiempo, citaremos a D. Rodrigo Jiménez
de Rada, el historiador más notable antes de Alfonso
el Sabio. Nació en Puente la Reina el año 1170 y era
hijo de Jimeno Pérez de Rada y de Eva Finojosa.
Estudió lavs Artes liberales y la Teología en París, y
- 148 -
pasando a Castilla a raíz de la derrota de Alarcos, fué
elegido arzobispo de Toledo en 1209 y confirmado
por Inocencio III en 1210. Parece probable que a su
iniciativa se debió el establecimiento de la Universi­
dad de Palencia. Intervino decisivamente en la pre­
paración de la batalla de las Navas de Tolosa. Murió
en 1247 y está enterrado, según su deseo, en el Mo­
nasterio de Santa María de Huerta, al cual donó su
biblioteca. Su momia, bastante bien conservada, viste
todavía un riquísimo traje de seda con dibujos e ins­
cripciones árabes, único completo de tan remota fe­
cha. Además de un compendio de Historia Sagrada,
titulado Breviarimn Eclesiae Catolicae, es autor de
dos obras importantísimas: La Historia Gothica o De
rebus Hispaniae, y la Historia Arabum (1).
Ya dijimos que la corte de Teobaldo I fué uno de
los principales centros de la poesía trovadoresca.
La arquitectura navarra es la románica con in­
fluencias francesas, castellanas y orientales, constitu­
yendo un estilo ecléctico, robusto, grave y suntuoso.
(San Salvador de Leyre) que influye en las vascon­
gadas, especialmente en Alava.
La influencia francesa se nota tanto en la arqui­
tectura (palacio de Estella, catedral de Tudela) como
en las artes menores, v. gr., la arquilla de Pamplona,
del siglo xi, y el Evangelario de Roncesvalles, del si­
glo xiir, que servía para el juramento de los reyes y
tiene capas de oro y plata con figuras a cincel.
(1) J. Hurtado y A. Palencia: Historia de la Literatura
española, núm. 84,
- 140 -
En la difusión del arte románico en España, co­
rresponde a Navarra un importantísimo papel, pues
en su territorio comprendía buena parte del camino
francés, facilitado por los reyes, con puentes y hos­
pitales. Sancho el Mayor fué uno de los monarcas
que intentaron someter el particularismo mozárabe a
las corrientes unificadoras de ultrapuertos (1).
El arte románico de Navarra se distingue del de
otras regiones por su esplendidez ornamental en las
fachadas de las iglesias, debida a influencias de la
escuela y del Poitou, sin excluir los vivos reflejos
de otras, v. gr., de la borgoñona y de las de Oriente.
Su ordinario tipo consiste en la planta latina de tres
naves, con crucero o sin él, cubiertas con bóveda de
medio cañón, y un ábside o tres de frente, sin más
complicaciones, y no se admiten cúpulas ni linternas,
sino en muy contados edificios. Pero lo característi­
co se halla en las magníficas portadas que ostentan
las principales iglesias, cargadas de relieves historia­
dos en las archivoltas y en el tímpano; y cuando
éste no existe, preséntase el arco hermosamente cai­
relado sobre la puerta,, al estilo de las iglesias de Poi­
tou y Saintonge antedichas. Las columnillas laterales
de la puerta llevan adheridas en algunos monumen­
tos sendas estatuas en relieve, formando lo que suele
llamarse estatua-columna.
. Del siglo xi apenas se conserva edificio alguno
(1) Marqués de Lozoya: Historia del arte hispánico. T. I,
cap. XIV.
- 150 —
digno de notarse, si no es la parte principal de la
iglesia del monasterio de Leyre (su portada es ro­
mánica, de últimos del siglo x n a principios del XIII,
con otras adiciones góticas) y la del pueblo de Gazolaz con su pórtico; pero desde mediados del siglo XII
hasta principios del siguiente, abundan las iglesias del
estilo florido mencionado.
Románicas del siglo xn son también la iglesia de
San Nicolás, de Pamplona, la parroquial de San Mar­
tín, de Unx, y la de San Marcial, de Huarte-Araquil,
buenos modelos del tipo general con elegantes portaditas; y asimismo la iglesia parroquial de Eusa, con
su largo pórtico ante la fachada. Son además muy
dignas de notarse las iglesias que pertenecieron a mo­
nasterios de la época, aunque ya de transición ojival,
como las de Irache, La Oliva, Iranzu y Fitero,. y en­
tre románicas y ojivales se alzan las de Santiago, de
Sangüesa; San Pedro, de Puentelarreina; San Pe­
dro, de Artajona, y algunas otras.
De planta octogonal, por haber sido iglesias de ca­
balleros Templarios, son la de Nuestra Señora de
Eunate, en Muruzábal (con su pórtico o claustro que
la circunda), otra en Puentelarreina y otra en Torres
de Sansol, cerca de Los Arcos (con bóveda nervada
hispano-árabe), todas del siglo xn y de poco ornato,
según la costumbre cirterciense. De estilo románico
son los claustros de San Pedro, en Estella, y de tran­
sición los de la antigua catedral de Tudela, con los de
Santa María,, de Fitero, sin que haya en Navarra otros
claustros dignos de mención en este período. Como ya
- 151 -
insinuamos arriba, se distinguen las construcciones
debidas a los cirtercienses (pues lo fueron en alguna
época los monasterios mencionados) por su sobriedad
en adornos, guardando exactitud y perfección en las
líneas. Como edificio civil románico del siglo XII, se
halla el palacio de los duques de Granada, de Ega,
que en estos últimos años se convirtió en penal de
Estella (1).
(1) F. Naval: Tratado compendioso de Arqueología y
Bellas Artes. T. I, cap. VIII.
CAPITULO IX
Navarra provincia francesa.
37. 'Felipe I y D.a Juana. — 38. Luis I. — 39. Juan, el de
pocos días. — 40. Felipe II, el Largo. — 41. Car­
los I, el Calvo.
Felipe I y D.a Juana. — En el año 1284
verificóse al fin el matrimonio de doña Juana con
el infante D. Felipe, y aunque por este hecho cesaba
ya de derecho la tutoría, continuó todo en la misma
forma, por disposición del rey de Francia, dada la
poca edad de los nuevos soberanos.
Continuaba entretanto la guerra con el aragonés,
viéndose el rey de Francia envuelto en dos luchas:
con el rey de Aragón, por motivo de su tío Carlos
de Sicilia, y con el rey de Castilla, por el deshere­
damiento de los infantes de la Cerda, sus sobrinos.
Puso cerco a Tudela el rey de Aragón, mas el es­
fuerzo de los sitiados le hizo pronto levantar el sitio
y alejarse, no sin antes desahogar su furor talando
los campos.
A principios de octubre del año 1286, murió en
Perpiñán el rey de Francia, con lo cual vinieron a
37.
- 154 —
juntarse en las sienes de Felipe el Hermoso las co­
ronas de Francia y Navarra.
Coronóse éste en Reims con toda solemnidad,
acompañado de la reina doña Juana, y opinan algu­
nos autores que vino también a coronarse a Navarra,
pero la crónica navarra dice que esto es un "engaño
manifiesto".
Habiendo muerto también el rey de Aragón, no
tardaron en pactar una tregua el rey de Francia y
Navarra y D. Alfonso de Aragón.
Encendióse por entonces una terrible guerra entre
Inglaterra y Francia, y en estas circunstancias hizo
D. Felipe la paz con Castilla.
Acabada la tregua con Aragón (1289), rompié­
ronse nuevamente las hostilidades, conquistando los
navarros y franceses la orilla de Salvatierra, la cual
no pudieron recuperar los aragoneses por más que
lo intentaron. La paz con Aragón se hizo por media­
ción del Papa. Dos años después (1291) nació don
Luis, primogénito del rey de Francia.
La muerte del rey D. Sancho IV de Castilla (1295)
produjo una confederación de Aragón, Portugal,
Francia y el rey moro de Granada, con objeto de
colocar en el reino de Castilla al infante D. Alfonso
de la Cerda, sobrino de Sancho, excluyendo a su
hijo D. Fernando IV, el Emplazado, entonces de
poca edad. A pesar de tener tan poderosos enemigos,
supo la reina doña María de Molina mantener los
dereóhos de su hijo.
Hallábase D. Jaime II de Aragón sumamente in­
- 155 -
teresado en colocar en el reino de Castilla a D. Al­
fonso de la Cerda, por lo cual excitó a D. Felipe
para que continuase en su defensa (1304), con la
esperanza de recuperar la Rioja, Alava, Guipúzcoa
y Vizcaya; pero el rey D. Felipe, que ante tales
ofertas había devuelto generosamente a D. Jaime
las plazas conquistadas en la última guerra, distraído
con otras empresas a que le llamaba su corona de
Francia, nada obtuvo en definitiva. Quedóse, por lo
tanto, Navarra sin las poblaciones tomadas a Ara­
gón y sin las que anteriormente le arrebatara Cas­
tilla; resultado natural, aunque triste, de tener un
rey que no lo era exclusivamente de Navarra (1).
Un año después (1305) murió la reina doña Juana
de Navarra, dejando el navarro a su hijo Luis, lla­
mado Hutin, palabra francesa antigua que significa
pendenciero, sobrenombre debido a las cuestiones que
sostuvo en León de Francia, durante la vida de su
padre. Tuvo D. Luis seis hermanos: Felipe el Lar­
go, conde de Poitiers; Carlos el Calvo, conde de
la Marca; Roberto, que murió de pocos años; Isa­
bel, esposa del rey Eduardo II de Inglaterra, y Mar­
garita y Blanca, que fallecieron en la niñez.
Entre los sucesos memorables acaecidos en tiempo
de los reyes Felipe y doña Juana, citaremos el mar­
tirio dado en Urgel al beato Pedro de Cadreita,
varón de excepcionales dotes, que en los estados de
(1) Olóniz, ob. cit., pág. 92.
— 156 -
Aragón había ejercido con singular encomio el alto
cargo de Inquisidor general.
Enterróse a la reina doña Juana en el convento
de S. Francisco de París, en cuya ciudad había fun­
dado el célebre colegio llamado de los Navarros.
38. Luis I.—Al tener noticia en Navarra de
la muerte de doña Juana, juntáronse las Cortes y
enviaron embajadores al rey de Francia y a su pri­
mogénito D. Luis, pidiendo la venida de este último,
con objeto de reconocerle como rey y de que pu­
siese remedio a las quejas de sus vasallos (1305).
No vino por entonces D. Luis, que contaba a la
sazón catorce años, pues su padre andaba entrete­
nido con la coronación del Pontífice Clemente V, que
había de trasladar a Aviñón la Santa Sede, y con la
extinción de los Templarios (1). Alegaba, además,
D. Felipe, que no era necesario la presencia de don
Luis en Navarra para efectuar su coronación, como
no lo fué la suya cuando casó con doña Juana. Vino,
sin embargo, D. Luis, en la primavera del año 1307,
con alguna caballería de lanzas gruesas y con real y
ostentoso acompañamiento, el cual se aumentó con
los delegados enviados por el Reino, por el obispo
de Pamplona D. Arnaldo de Puyana (2) y por don
(1) Esta extinción no se verificó hasta el año 1311.
(2) !D. Arnaldo de Puyana era oriundo de Pamplona la
Baja y de muy noble linaje. Siendo prior de la Iglesia de
Perigort, en Francia, fué elegido Obispo de Pamplona en el
año 1306, según opinión probable.
- 157 -
Fortuño de Almoravicl, además de los numerosos ri­
cos hombres y caballeros que salieron a recibir al nue­
vo soberano. Fué la coronación el día cinco de ju­
nio, en la catedral de Pamplona, celebrándose el
acto con grandes fiestas y regocijos, que duraron
varios días.
Dedicóse luego a visitar los pueblos, por tanto
tiempo abandonados de los monarcas, deteniéndose
principalmente en las cabezas de merindad, y juran­
do los privilegios particulares.
Despertó la venida de D. Luis los recelos de Ara­
gón, donde pensaron que su padre D. Felipe le en­
viaba con objeto de distraer a D. Jaime II de las
luchas que contra el rey de Francia tenía en Italia y
Sicilia, y ya fuese por la inquina que se tenían los
pueblos fronterizos, ya por algunos desmanes que
tal vez cometieran los navarros, es lo cierto que las
tropas aragonesas pusieron cerco a Petilla, lugar de
la merindad de Sangüesa. Pidió esta población, conio cabeza de merindad, ayuda al rey D. Luis, que
estaba en Ultra-Puertos, y admirado el rey de tan
súbita mudanza, les envió la caballería de su guardia,
tropa escogida aunque poco numerosa, a las órde­
nes de D. Fortuño Almoravid. Unida esta tropa a
los hijos de Sangüesa, se dirigieron contra el eneraigo. No quisieron los aragoneses esperar el combate
junto al sitio de la villa, pues carecían allí de espacio
Para las evoluciones de la caballería, arma en que
tenían ventaja sobre los navarros, y salieron a los
campos de Fitero,, donde, trabado el combate, fue­
- 158 -
ron completamente derrotados, perdiendo más de dos
mil soldados y teniendo que huir perseguidos por los
navarros hasta cerca de Sos y del castillo de Rueita
(1308). También murieron muchos navarros, entre
ellos ochenta de Sangüesa.
Irritados los aragoneses, reunieron mayor fuerza,
y pasando el río Aragón por el valle de San Adrián,
ocuparon el valle de Aibar, saqueando y destruyendo
cuanto encontraban; lo mismo hicieron luego en las
comarcas de Olite y Tafalla. Retirábanse con sus
presas a repasar el vado, cuando los de Sangüesa
y Aibar, emboscados en la otra parte del río, les
atacaron de improviso.
Reñidísima fué la acción y grandes las pérdidas
por ambas partes; todo el botín cayó en poder de
los navarros, ganando los de Sangüesa el estandarte
real de Aragón (1).
Después de tales sucesos, dejando con más gruesa
guarnición la frontera, partió a Francia el rey don
Luis, movido de las instancias de su padre, llevando
consigo a D. Fortuño Almoravid, a D. Martín Aibar
y a otros muchos caballeros, con objeto de presentar
lucido acompañamiento, según dice la crónica de
Navarra, o "por vaciar la tierra de gentes en quie­
nes él tenía alguna sospecha",, como afirma Garibay.
Para el gobierno de Navarra dejó D. Luis dos
(1)
Yanguas, ob. cit., pág. 158,
— 159 -
lugartenientes o gobernadores (1) y tres reformado­
res, para que, unidos con los lugartenientes, refor­
masen la adminnistración y corrigieran los abusos.
En el año 1316 murió el rey D. Luis, siendo en­
terrado en San Dionisio, como su padre, muerto
dos años antes. Dejó una hija de su primer matri­
monio con doña Margarita, hija de Roberto, duque
de Borgoña; y a su segunda mujer, doña Clemen­
cia, hija del rey de Hungría, en el tercer mes de
su embarazo.
39. Juan, el de pocos días.—Con el sobrenom­
bre de el de pocos días, se conoce al hijo de don
Luis y de doña Clemencia, que falleció a los ocho
días de su nacimiento. En realidad, no hay motivo
para contarlo entre los reyes de Navarra; lo citamos
únicamente por no romper la continuidad.
Felipe II, el Largo. — Muerto el hijo de
D. Luis, ocupó el trono su tío D. Felipe, llamado
el Largo, por su gran estatura, apoyándose en la
ley sálica, por más que ésta no existiese en Nava­
rra (1316).
"Regnó, aunque tiránicament—dice el príncipe de
Viana (2)—despues que el dicho D. Luis Hutin fa­
lleció, D. Felipe el Luengo su hermano, el qual,
40.
(1)
y D.
Real
(2)
Los 'lugartenientes fueron D. Guillén de Ohaudenai
Hugo de Vizac, y los Reformadores Esteban Borret,
Roselet y Pierres de Conde.
Crónica. Lib. III, cap. XIII.
- 160 -
estando en Lion, so la Rena donde continuaba de
estar por facer la elección del Papa, oyó las nuevas
de la muerte del rey su hermano; é luego veno a
Paris; é fué agradablement rescibido por los ba­
rones de Francia, por cuyo consentimiento, é de la
Cort, tomó la guarda e regimiento de los regnos de
Francia é Navarra, desposeyendo de su derecho á
la dicha doña Juana, su sobrina, la qual, según
ley é buena razón, debía heredar en los regnos de
Francia é de Navarra, por causa de su abuelo D. Fe­
lipe el Hermoso,, en Navarra por causa de su abue­
la doña Juana. E púsose a la posesión de los regnos
contra eilla, el dicho D. Felipe, aunque el duque de
Borgoña, é su madre, le eran contrarios, é decían
que la dicha doña Juana debia de heredar; é todos
los otros decían que 110, por que moger nenguna no
podia regnar en el reino de Francia. Entonces se
puso en Francia esta ley, que moger nenguna non
heredase. E ansí este rey fué rescebido en Paris é
coronado."
Es lo cierto, que teniendo, comc> tenía, D. Felipe
las riendas del gobierno, por ser regente, supo atraer­
se un partido poderoso. Hizo callar al duque de Bor­
goña, hermano de doña Margarita, madre' de doña
Juana, que defendía el derecho de su sobrina, ca­
sándole con su hija mayor y dándole en dote el con­
dado de Borgoña, uniendo así en una sola cabeza
el ducado y el condado.
En cuanto a los navarros, no sólo toleraron este
contrafuero, sino que lo miraron sin disgusto, aten­
- 161 —
diendo, según afirma Olóriz, a los pocos años de la
princesa y recordando las turbulencias que solían
acompañar a las minoridades de los reyes.
Escribió D. Felipe una carta al reino de Navarra,
en la que decía que no pudiendo venir personalmen­
te, se nombraran personas que pasasen a Francia
con la fórmula del juramento del rey y del reino.
Juntáronse Cortes y fueron elegidos el obispo de
Pamplona, el prior de Roncesvalles y varios caba­
lleros y diputados de los pueblos.
Nada notable ocurrió en este reinado. Murió don
Felipe sin haber tenido hijos varones, en el año 1321,
y fué enterrado en San Dionisio.
Dejó establecido un pacto con la catedral de Pam­
plona, a fin de evitar en lo sucesivo las graves cues­
tiones que por no hallarse puntualmente determina­
dos los derechos de la corona y los de la Iglesia
solían suscitarse entre ambos poderes. Contribuyó
eficazmente a esta avenencia el obispo D. Arnaldo
Barbazano.
41. Carlos I, el Calvo.—"Muerto el dicho don
Felipe el Luengo, tiránicament vino á regnar, en los
regnos de Francia é de Navarra, D. Carlos el Calvo,
su hermano, del cual no se falla que viniese a Na­
varra a jurar los fueros" (1), (1321).
Para ocupar el trono, tuvo D. Carlos que excluir
a tres hijas de su hermano y a la princesa doña
(1)
Príncipe de Viana: Crónica. Lib. III, cap. XIV.
- 162 -
Juana, en lo cual le ayudó no poco el ejemplo dado
por el propio Felipe el Largo. Comenzaron los na­
varros a disgustarse de su dependencia de Francia
y del repetido agravio inferido a doña Juana, de
edad ya de once años, y aunque obligados por las
circunstancias (1) parecieran reprimir su justo eno­
jo, ni juraron por rey a D. Carlos ni permitieron
su coronación. Contentáronse entonces, para dar sa­
lida a su aversión, con colocar el sobrenombre de
Calvo a D. Carlos, ridiculizando así al que los fran­
ceses llamaban el Hermoso.
El único acontecimiento digno de citarse, ocurrido
en este reinado, fué la derrota que los guipuzcoanos
infligieron a los navarros en las lomas de Beotibar,
hecho de escasa importancia.
Murió D. Carlos el año 1328, y fué enterrado en
la iglesia de San Dionisio, de París.
(1) D.a Juana estaba en rehenes, so color de tutela, y ha­
bían corrido graves rumores de la prematura muerte del niño
Juan, el de pocos días.
CAPITULO X
Reyes independientes.
42. Felipe III, el Noble, y D.ft Juana. — 43. Carlos II, el
Malo. — 44. Carlos III, el Noble. — 45. D.a Blanca.
Felipe III, el Noble, y D.a Juana.—Muerto
sin sucesión el rey D. Carlos (1328), tuvieron lugar
varias juntas y conferencias entre el pueblo y la
nobleza, a fin de marchar unidos en el importante
asunto de la elección de nuevo soberano. Deseaban
ya los navarros recuperar su antigua independencia
y andaban quejosos de los daños que necesariamente
traía para su país el hecho de tener un rey que lo
fuese a la vez de Francia. Lamentábanse también de
los repetidos agravios sufridos con las usurpaciones
de la corona, y de las injusticias cometidas con la prin­
cesa doña Juana,, estando por otra parte completa­
mente decididos a mantener sus costumbres tradi­
cionales, rotas con la implantación de la ley sálica.
Así, pues, protestaron enérgicamente contra las
pretensiones de Felipe de Valois, rey de Francia, que
dirigiéndose a Navarra pretendía ser allí reconocido.
Juntáronse Cortes, primero en Puente la Reina y
42.
- 164 —
después en Pamplona, donde por el gran número
de los asistentes hubieron de celebrarse al aire li­
bre, en la plaza llamada del Castillo, y todos los allí
reunidos determinaron tomar por reina a la princesa
doña Juana, hija de D. Luis Hutin, heredera legí­
tima del trono, que por entonces estaba ya casada
con D. Felipe, conde de Evreux, hijo del conde Luis,
hermano tercero del rey Felipe el Hermoso.
Participaron este su irrevocable acuerdo a D. Fe­
lipe de Valois, para su conocimiento y efectos, no­
tificándolo también a la princesa doña Juana, para
que, en compañía de Felipe de Evreux, viniese a
ceñir la corona.
•Como Felipe de Evreux y el rey Eduardo III de
Inglaterra pretendían tener derecho a la corona de
Francia, concertó Felipe de Valois con el de Evreux
que ambos cedieran algo de sus aspiraciones para
regir pacíficamente sus estados.
Llegados los reyes a Pamplona, hicieron su entra­
da en ella con gran regocijo de la ciudad y alegría
de los navarros, que veían con esto recobrada su
independencia. Coronáronse el día cinco de marzo
de 1329, en la catedral de Pamplona, donde hicieron
su juramento en presencia de los tres estados, pro­
cediendo luego el reino a hacer el suyo en la forma
acostumbrada.
La fórmula del juramento real fué algo modifi­
cada, pues habiéndose reunido la Cortes en Larrascaña antes de la coronación, hicieron en ella algunas
aclaraciones, siendo la principal que se determinase
- 165 -
expresamente en el juramento que cuando el hijo de
ambos cónyuges llegase a cumplir los 21 años abdi­
caría en él D. Felipe. Hicieron esto, sin duda, ense­
ñados por lo pasado y queriendo asegurarse para el
porvenir.
Dueños ya del Trono, dedicáronse al gobierno in­
terior y a la reforma de la legislación, redactando el
llamado "amejoramiento de D. Felipe", de que ha­
blaremos más tarde.
En el año 1331, fueron los reyes navarros visitados
por el infante de la Cerda, que iba en busca de ayuda
para alzarse con el trono de Castilla, y al objeto de
mejor mover sus voluntades no tuvo reparo en dar
por válidos los derechos de Navarra sobre los terri­
torios de la Rioja, Alava y Guipúzcoa, añadiendo la
promesa de restituirlos si ocupaba el trono. Bien com­
prendió D. Felipe que se trataba de promesas de
pretendientes, que es tanto como decir promesas sin
cumplimiento, por lo cual desentendióse de la cues­
tión y no quiso mover sus ejércitos para intervenir en
los asuntos de Castilla.
Tres años después (1334) pasó D. Felipe a Fran­
cia para ayudar al de Valois en su guerra contra
Eduardo de Inglaterra y los flamencos, dejando go­
bernador de Navarra a D. Enrique, Señor de Sulli.
Surgió después de su partida una sangrienta dis­
cordia entre Castilla y Navarra, discordia iniciada en
las fronteras por cuestión de términos o, más proba­
blemente, por deseos de pillaje, pero creciendo los
odios con motivo del concertado matrimonio de los
- 166 -
infantes D.a Juana de Navarra y D. Pedro de Ara­
gón, entraron en la contienda muchos caballeros ara­
goneses y se hizo la lucha general.
El Monasterio de Fitero y el castillo de Tudujen
fueron también objeto de estas inquietudes, por que
los castellanos pretendían que eran de su jurisdición. Siguióse la guerra con varias alternativas de
fortuna, mas no logró Castilla, al finalizarla, que Fi­
tero y Tudujen quedaran en su poder. Hecha la paz
entre Castilla y Navarra, y ajustada una tregua de
tres años entre Francia e Inglaterra, volvió a Espa­
ña D. Felipe, el cual, dejándose llevar de su mag­
nanimidad, o deseando anular las glorias de Alfonso
de Castilla, en su triunfo contra los moros en la ba­
talla del Salado, reunió un poderoso ejército y corrió
a unirse con el castellano, que se hallaba sitiando Algeciras. Dio allí numerosas maestras de valor, has­
ta que, habiendo enfermado, murió en Jerez al poco
tiempo (1343). Su cuerpo fué llevado a Navarra y
sepultado en la catedral de Pamplona.
La reina viuda D.a Juana prosiguió en el gobierno
del reino, tanto por pertenecerle en propiedad como
porque su primogénito D. Carlos era todavía menor
de edad. Supo conservar la paz, a pesar de que no
faltaron motivos para alterarla entre los pueblos fron­
terizos por la parte de Tudela. Los regadíos y pastos
comunes debieron dar ocasión a ello. Los vecinos de
Tudela, Corella y Cintruénigo, tuvieron guerra con­
tra los de Alfaro y murieron algunos de ambas par­
tes, pero los Reyes interpusieron su poder con objeto
— 16? —
de restablecer la paz. Don Alfonso XI de Castilla
dijo que entraba en ello "por hacer honra y acata­
miento a la Reina de Navarra".
Murió D.a Juana en Conflans (1349), cerca de Pa­
rís, donde había ido con objeto de visitar sus Estados
de Francia. Fué enterrada en San Dionisio, al lado
de su padre D. Luis Hutin.
43. Carlas II, el Malo. — Muerta la Reina doña
Juana, ocupó el trono de Navarra su primogénito
Carlos, joven entonces de 17 años, coronándose en
la catedral de Pamplona el día 27 de junio de 1350.
Fueron desagradables los primeros actos de su so­
beranía, pues apenas coronado hizo severa justicia
en algunos sediciosos que durante la regencia de doña
Juana habían alterado el orden público a pretexto de
inobservancia de los fueros. Hízoles degollar en el
puente de Miluce, cerca de la ciudad, pretendiendo
sin duda hacerse respetar de todos y consiguiendo
solamente el aborrecimiento de muchos. Consecuen­
cia de este hecho fué el sobrenombre de Malo con
que se le conoce, el cual le dieron tanto por sus de­
fectos como por el odio ajeno. Fué digno contempo­
ráneo de D. Pedro el Ceremonioso de Aragón y de
D. Pedro el Cruel de Castilla; la política de los tiem­
pos imponía, aunque no justificaba, estas y otras
barbaridades.
'Con la muerte de Felipe de Valois, rey de Francia,
y de D. Alfonso XI de Castilla, perdió D. Carlos
dos buenos amigos. Sucedió al primero su hijo
- i 68 —
Juan II, y al de Castilla el suyo, D. Pedro I el Cruel.
Quiso este último atraer al rey de Navarra a su par­
tido en la guerra que meditaba contra Pedro el Cere­
monioso de Aragón, que también pretendía lo mis­
mo, más ni uno ni otro consiguieron su propósito,
ofreciéndose D. Carlos solamente como mediador y
amigo.
Ocupóse por algún tiempo el rey navarro en cues­
tiones de gobierno interior y partió después para
Francia, acompañado de muchos señores y caballeros
y de los infantes D. Felipe, destinado al gobierno de
sus grandes Estados, y D. Luis, gobernador en pro­
piedad de Navarra. Dejó este último como lugarte­
niente y gobernador a D. Gil García Dianiz, Señor
de Ota-zu (1352),
Llegado a París, contrajo en seguida matrimonio
con 13.a Juana, hija mayor de Juan II, rey de Fran­
cia. Sucedió entonces que D. Carlos "puso demanda
al rey, su suegro, de diversos Estados que le perte­
necían en Francia, señaladamente del ducado de Borgoña, que decía tener derecho a él por parte de su
madre, que fue hija del rey Luis Hutin y de la hija
primogénita del duque de Borgoña, y también pre­
tendía suceder en los condados de Champaña y Bría.
En esta pretensión tuvo por muy contrario el Rey
de Navarra a Carlos de España, Condestable de
Francia, que fué hijo de D. Alfonso y nieto del in­
fante D. Fernando de Castilla y habiendo entre ellos
malas palabras y muy injuriosas, de allí a algunos
días, unos escuderos del rey de Navarra mataron al
- 169 —
Condestable en una villa de Normandía que se dice
Aigle, estando en la cama (1)".
Produjo este crimen tristes acontecimientos y hon­
das perturbaciones. El rey de Francia encarceló al
monarca navarro y le tuvo preso hasta que, mitigada
su cólera por intervención de las reinas D.a Juana,
tía de D. Carlos y hermana de su padre y D.a Blan­
ca, hermana de D. Carlos, viuda la primera de don
Carlos el Calvo, y la segunda de Felipe de Valois,
le puso en libertad, contentándose con ¡hacerle pagar
una multa para sufragios del alma del Condestable.
Apenas se vió D. Carlos dueño de sus acciones,
cuando se puso en relación con los ingleses, que eran
encarnizados enemigos de Francia. Tomó el rey de
Francia la delantera, previendo que la guerra era
consecuencia inevitable de estos tratos, y dirigió sus
tropas contra los pueblos de Normandía pertene­
cientes a Navarra. Socorriólos D. Carlos con el ejér­
cito navarro, y viendo D. Juan de Francia que tenía
que ceder ante el empuje de la fuerza y que su tregua
con Inglaterra estaba cercana a su fin, hizo la paz
con Navarra. Esta paz fué más aparente que real y
pronto se vieron los resultados de su escasa fuerza.
En los años posteriores vemos a D. Carlos enla­
zado en intrigas y luchas con Francia y con Inglate­
rra, con diversas alternativas de fortuna. Correspon­
den estos hechos más a la historia de Francia que a
la de Navarra, por lo cual nos dispensamos de na(1) Zurita: Anales, lib. III, cap. LXI.
— 170 -
rrarlos, dando solamente algunas ligeras indicaciones.
Estuvo algún tiempo D. Carlos prisionero de los
franceses, recorriendo los calabozos de Louvre, Ga­
llar y Alleux, sufriendo todos los horrores de la pér­
dida de la libertad y todas las amarguras de la pér­
dida de la corona. Libertado (1357) por algunos lea­
les servidores, continuó sus luchas, siendo unas veces
ídolo de los habitantes de París y objeto de su odio
otras. Hizo al fin la paz, obligado por la necesidad,
mas resuelto a dañar todo lo posible al rey de Fran­
cia, no vaciló en aliarse con Pedro I de Castilla, cre­
yendo hallar en él un enemigo irreconciliable del
francés. Encontróse, por el contrario, con que no
sólo no fué como deseaba, sino que él mismo se vió
envuelto en la guerra que D. Pedro el Cruel mante­
nía contra el rey de Aragón. Apoderóse en esta guerra
D. Carlos de Sos y de Salvatierra, y recorrió victo­
rioso las comarcas de Jaca y Sobrarbe (1362).
Viendo el monarca aragonés que su verdadero
enemigo era D. Pedro el Cruel, procuró por todos
los medios atraerse la amistad del navarro, lo que
consiguió al fin, mas en 1364 ocurrieron tan graves
sucesos, que D. Carlos tuvo que separar la atención
de su nuevo aliado.
El condado de Evreux había sido invadido por
Francia y tuvo que acudir a defenderlo. Evreux fué
libertado, teniendo que retirarse las tropas del aven­
turero Beltrán Duguesclin, mas engrosadas luego to­
maron la ofensiva y derrotaron a los navarros en los
campos de Cocherel. Envió entonces D. Carlos 1.500
— 171 -
soldados a las órdenes del infante D. Luis, el cual de­
vastó la Auvernia, mientras D. Carlos se ocupaba en
el arreglo de la Hacienda y en la creación del Triun­
fal de la Cámara Comptos.
Entretenido con esto, no vio D. Carlos la red en
que le iba envolviendo el rey de Francia, secundado
por el veleidoso D. Pedro de Aragón, y cuando quiso
darse cuenta, se vió precisado a tolerar que sus Esta­
dos de Normandía fueran mutilados y tuvo que em­
plear toda su habilidad y perspicacia para no per­
der la corona.
Comprometióse después D. Carlos a prestar ayuda
a D. Pedro el Cruel en la lucha fratricida contra don
Enrique, y solicitado luego por éste, convino tam­
bién en lo mismo, firmemente decidido por otra par­
te a no apoyar eficazmente a ninguno de los dos.
Aprovechando el trastorno producido en Castilla
por la lucha de D. Pedro y D. Enrique, apoderóse de
Logroño, Vitoria, Salvatierra y Santa Cruz de Campezu. Quiso luego D. Enrique recuperar dichas po­
blaciones, pero sólo consiguió ganar las dos últimas.
Vitoria y Logroño permanecieron fieles a D. Carlos
hasta que el romano Pontífice resolvió que debían
obedecer al rey de Castilla.
En todo este tiempo, las discordias entre Francia
y Navarra parecían apaciguadas, pero sus relaciones
sólo en apariencia eran cordiales.
Afírmase por algunos autores que D. Carlos in­
tentó deshacerse de su enemigo perpetrando un cri­
ben ; tal vez se haya admitido esta hipótesis para jus­
- 112 tificar la conducta del rey de Francia, que unido al
castellano proyectaba la destrucción de Navarra.
Lo cierto es que luego que aquel Soberano arrebato
a D. Carlos todas sus posesiones de Normandía, ex­
cepto el puerto de Cherebourg, las tropas de D. En­
rique batían a los navarros en la emboscada de Lo­
groño y rendían el castillo de Tiebas, que fué pasto
de las llamas, quemándose en él el antiguo Archivo
nacional (1378).
La rendición de Viana fué la última etapa de
aquella desastrosa guerra. Hízose la paz con Castilla,
teniendo que entregar D. Carlos a D. Enrique, en
concepto de rehenes, veinte fortalezas, que éste ha­
bía de retener durante diez años. Transcurridos ocho
falleció el monarca navarro, víctima del curso natu­
ral de la dolencia que padecía, acerca de la cual y de
su muerte se ha fantaseado no poco (1387).
Fué D. Carlos desleal con los otros soberanos y
cruel con sus subditos, digno émulo de los monarcas
contemporáneos de Aragón, Castilla y Portugal, y
fiel servidor de la política de aquellos tiempos, pero
fué también un gobernante innovador e inteligente.
44. Carlos III, el Noble, — Estaba el príncipe
D. Carlos en Peñafiel, con su cuñado el rey de Cas­
tilla, al ocurrir la muerte de su padre. Fué a Pam­
plona inmediatamente, siendo recibido por las Cor­
tes del Reino (1387).
Su condición bondadosa le hrzo ser umversalmente
querido y respetado, debiéndose a la sincera amistad
— 173 -
que tenía con el rey de Castilla, que éste evacuase
antes del plazo fijado las fortalezas navarras que
tenía en rehenes. Su larga existencia estuvo toda con­
sagrada al bien de su pueblo y de la humanidad.
Ocupóse del cisma que por entonces dividía la Igle­
sia, tomando el partido de Clemente VII, en contra
de Urbano IV, y procuró después fomentar la alianza
y buena amistad con los príncipes vecinos (1388).
Agasajaba a los nobles de su reino, concediéndoles
señoríos y mesnadas y armando caballeros, por sí
mismo, a muchos que aspiraban a tal honor. De esta
manera ganaba el corazón de sus vasallos.
La coronación de D. Carlos, con las formalidades
del Fuero, no se verificó hasta los tres años de su
reinado (1390). Juntáronse para ello Cortes en Pam­
plona, asistiendo como legado de Clemente VII el
Cardenal D. Pedro de Luna, que luego le sucedió
en el Pontificado y fué depuesto por el Concilio de
Constanza.
Tenía D. Carlos el Noble la intención de recuperar
el territorio francés, perdido en el anterior reinado,
y si no pudo conseguirlo, culpa fué de las circunstan­
cias, no falta suya, pues lo intentó dos veces. Alcan­
zó, sin embargo, que se le diera el condado de Ne­
mours, con los títulos de duque y par de Francia.
Casó a su hija, la princesa D.a Blanca, primera­
mente con el rey D. Martín de Sicilia, que murió
sin dejar prole, y después con el infante D. Juan de
Aragón, para cuyo hijo instituyó el principado de
Viana,
- 174 -
Murió D. Carlos el Noble el año 1425, siendo en­
terrado junto a su esposa D.a Leonor, en el Coro de
la Catedral de Pamplona, donde se ven sus estatuas,
hechas primorosamente en alabastro por el escultor
Per Andreo. Dejó a la posteridad su nombre escrito
en los reales palacios de Olite y Tafalla, maravillo­
sas obras de arte que fueron arrasadas por la mano
brutal de la ignorancia y de la guerra.
45. Doña Blanca. — Muerto Carlos el Noble, su­
cedióle su hija D.a Blanca, esposa del infante D. Juan
de Aragón (1425), pero los nuevos reyes no fueron
coronados con las formalidades del Fuero hasta cua­
tro años después, debido a que el infante D. Juan se
hallaba entonces en la Corte de Castilla, aspirando a
dominar el ánimo del rey, su primo. Hallábase el rey
de Castilla sometido a la enérgica voluntad del Con­
destable, D. Alvaro de Luna, lo cual provocó una lu­
cha enconada entre éste y el infante D. Juan, lucha
que, si bien al principio se redujo a intrigas y malas
artes, no tardó en hacerse sangrienta.
Viendo el infante que no podía conseguir su pro­
pósito, retiróse a Navarra, dejando el campo libre a
su enemigo. Fué entonces coronado (1429), y unido
luego con su hermano el rey de Aragón y con el in­
fante D. Enrique, que esperaba acaudillar los nume­
rosos enemigos del Condestable, invadió el reino de
Castilla contra la expresa voluntad de Navarra.
Estando ya dispuestos los ejércitos enemigos entre
Jadraque y Cogolludo, pudo evitarse la batalla gracias
- 175 -
a la reina de Aragón que, plantando su tienda entre
ambos contendientes, se mostró firmemente decidida
a dejarse arrollar antes que consentir la lucha. Hizose
la paz con el Condestable, mas el rey de Castilla no
se avino a ella sino después de conquistar algunos lu­
gares; firmó entonces una tregua de cinco años.
Auxilió el rey de Navarra a su hermano de Ara­
gón en la lucha que éste mantenía en Ñapóles contra
la casa de Anjou por la posesión de aquel Estado.
Hallóse presente en el cerco de Gaeta, donde cayó
prisionero de los genoveses (1453). Libertado por el
generoso duque de Milán, volvió a España, nombrán­
dole entonces su hermano D. Alfonso lugarteniente
de los reinos de Aragón y Valencia. Hizo entonces
la paz con Castilla, recuperando así las plazas perdi­
das en la guerra anterior, pero su mal reprimida am­
bición hizo que volviese a sus intrigas contra D. Al­
varo de Luna, en vez de ocuparse de los asuntos de
Navarra. No tardó en entablarse la lucha, en la cual
hubo grandes alternativas, hasta que derrotado el rey
de Navarra en los campos de Olmedo (1445), marchó
a Zaragoza abandonando la lucha, pero decidido a fo­
mentar las discordias de los castellanos.
Ocurrían mientras tanto en Navarra sucesos im­
portantes. En el año 1442 murió la reina D.a Blanca,
cuando se hallaba visitando el Monasterio de Santa
fiaría de Nieva. Dejó dispuesto en su testamento,
con arreglo a lo pactado en sus capitulaciones matri­
moniales, que su hijo D. Carlos, principe de Viana,
heredase el reino de Navarra y el ducado de Ne­
- 176 -
mours, si bien al mismo tiempo rogaba al príncipe,
por respeto a su padre, le pidiese su consentimiento
para usar de aquellos títulos. Dispuso también que si
el Príncipe moría sin hijos le heredase la infanta
D.a Blanca, princesa de Asturias, y a falta de ésta, su
hermana D.a Leonor, condesa de Foix.
CAPITULO XI
Ultimos reyes de Navarra.
46. Guerra de Sxrcesión. — 47. D.a Leonor. — 45. Fran­
cisco de Foix, Febo. — 49. D.a Catalina de Foix.
46. Guerra de Sucesión. — A la muerte de doña
Blanca (1442) encargóse del gobierno de Navarra su
hijo D. Carlos, príncipe de Viana, titulándose lugar­
teniente del Rey su padre, mientras éste seguía fuera
de Navarra, desentendiéndose por lo tanto de los ne­
gocios del Reino.
Las segundas nupcias contraidas por D. Juan con
D* Juana Enríquez, hija del almirante de Castilla
D. Fadrique (julio 1447), sin dar parte de ello a su
hijo, agravaron las tirantes relaciones que entre am­
bos existían. Era el almirante de Castilla una de las
cabezas de la liga contra Alvaro de Luna, y habiendo
celebrado éste con el príncipe de Viana un tratado
de paz y alianza desaprobado por D. Juan y su mujer,
se hizo inevitable el rompimiento.
Enviada a Navarra la reina D.a Juana Enríquez
para que gobernase junto con el Principe, agriáronse
más las relaciones entre ellos, a lo cual contribuyó
12
— 178 -
mucho el carácter altivo de la reina y su impertinente
conducta con D. Carlos. Mezclóse entonces en la
cuestión la rivalidad de dos nobles familias navarras,
los Agramont y los Beamont, llevada cada cual, por
lógica consecuencia de sus luchas, a militar en opues­
to partido y levantar bandera diferente. Quedó en­
tonces Navarra dividida en dos bandos: beamont eses,
partidarios del Príncipe, y agramonteses, partidarios
del Rey.
Entáblase entonces la lucha, y a la voz de su legí­
timo soberano, se alzan contra D.a Juana Enriquez,
que trataba de despojar un derecho a su hijastro
D. Carlos, las ciudades de Olite, Tafalla, Pamplona
y otros lugares. Encerróse en Estella D.a Juana y allí
acudió a cercarla el príncipe de Viana, ayudado del
rey de Castilla, que le prestó socorro, no tanto por
favorecerle, cuanto por dañar a D. Juan. Acudió en­
tonces D. Juan para defender a su esposa, mas viendo
su inferioridad numérica retiróse a Zaragoza sin en­
trar en batalla, por lo que, creyendo los sitiadores
terminada la campaña, levantaron el cerco y regresó
a sus Estados el rey de Castilla. Vino entonces con
más fuerzas el rey D. Juan, y avistándose junto a
Aibar con las del principe de Viana, trabó con ellos
pelea e hizo prisionero al propio D. Carlos (1451).
Sin querer verle ordenó su vencedor que fuese ence­
rrado en el castillo de Tafalla; desde éste fué condu­
cido al de Mallén, y más tarde al de Monroy, donde
gimió largo tiempo sin esperanza.
Puesto en libertar el Príncipe a petición de las Cor­
- 179 -
tes de Lérida, sus partidarios volvieron a levantarse
apoyados por algunas tropas castellanas, pero fueron
vencidos. Entonces D. Juan hizo con el marido de
D.a Leonor, Gastón de Foix, un inicuo pacto, com­
prometiéndose a desheredar al Principe y a su her­
mana D.a Blanca (1).
Buscó D. Carlos en Italia apoyo a su derecho. El
Papa le oyó; su tío Alfonso V le acogió cariñosa­
mente y se dispuso a mediar en su favor, mas ha­
biendo fallecido (1458), aumentando así el poder de
Juan II, desde ahora rey de Aragón y Sicilia, tuvo
que regresar el dicho D. Carlos a España. Pocos
días después fué reducido a prisión en la Aljafería,
de Zaragoza, y luego conducido al castillo de Morella.
Cataluña pidió su libertad, que el rey, atemorizado,
concedió, y D. Carlos entró triunfalmente en Bar­
celona. Terminó la guerra por entonces mediante la
concordia de Villafranca (21 de junio de 1461), ce­
lebrada entre los catalanes y D. Juan, mediante la
cual reconocía éste todos los actos de aquéllos, se
comprometía a enmendar su conducta respecto a don
Carlos, le hacía jurar heredero y se obligaba a no en­
trar en territorio catalán, donde gobernaría el prín­
cipe de Viana como lugarteniente.
t>isfrutaron entonces de la paz todos los Estados
regidos por D. Juan, excepto Navarra, que habiendo
empuñado las armas al tener noticia de la prisión del
(1) Recuérdese los términos del testamento hecho por doña
Blanca, la primera mujer de Juan II.
— 180 —
Príncipe, continuó entregada a las luchas intestinas.
La nueva de su libertad creyóse por unos muestra de
debilidad en el ánimo de D. Juan, y por otros incen­
tivo para proseguir la campaña que habría de colo­
carle en el trono. Solicitaron entonces los agramontes
el apoyo de Castilla y, concedido éste, se apoderaron
de Laguardia, Los Arcos y San Vicente, dirigiéndose
luego contra Viana, que también tomaron.
A los pocos meses de la libertad del Príncipe (sep­
tiembre del mismo año), enfermó éste de dolencia ex­
traña y falleció. La voz pública atribuyó esta muerte
a envenenamiento, señalando como autora a su ma­
drastra D.ft Juana Enríquez.
A los primeros síntomas de la enfermedad, sospe­
charon los adictos al Príncipe lo que pudiera ser, y
con objeto de arrebatar a D.a Juana el premio de su
criminal conducta, aconsejaron a éste que se casara
con D.a Brianda Vaca, legitimando asi a su hijo na­
tural D. Felipe, mas D. Carlos no quiso venir en
ello y falleció después de declarar heredera a su her­
mana D.a Blanca, conforme se disponía en el testa­
mento de su madre.
,
Fué enterrado en el Monasterio de Poblet, dejando
a la posteridad importantes obras, entre ellas la
"Crónica de los Reyes de Navarra".
Muerto el príncipe D. Carlos, no sólo retuvo el
rey de Castilla la población de Viana, sino que pro­
siguió la guerra, intentando inútilmente conquistar
Lerín y Mendigorria, hasta que después de sufrir
varias derrotas se retiró a Logroño, Decidido, sin
- íái -
embargo, a proseguir su empresa, aprovechó el grave
trance en que se vió D. Juan por la rebelión de Ca­
taluña para proponerle el arbitraje del rey de Francia.
Aceptó el monarca aragonés, y verificada la entre­
vista (1463) decidió Luis XI de Francia que Casti­
lla dejase de tomar parte en la campaña de Cataluña,
y que D. Juan, además de darle cierta cantidad, le
entregase el dominio de la merindad de Estella.
Irritados los navarros protestaron de tal acuerdo,
llegando a manifestar sus deseos de nombrar un
nuevo Soberano que tomase más interés por las cosas
del Reino, por lo cual revocaron secretamente su
acuerdo Luis XI y Juan II. Con tortuosa política
ofreció D. Juan apoyar a los de Estella contra el rey
de Castilla, mientras aseguraba a éste su propósito
de mantener la concordia.
Sitiada Estella, encontróse D. Enrique con tal re­
sistencia de los navarros, unidos sin distinción de
bandos, que tuvo que levantar el cerco y retroceder
con sus tropas (1463).
Llegaron por fin a una avenencia los reyes D. Juan
y D. Enrique, avenencia seguida de la tregua fir­
mada entre aquel monarca y la parcialidad beamontesa de Tarragona, una de cuyas principales estipu­
laciones fué la libertad de la princesa D.a Blanca, le­
gítima heredera del trono, pero, so pretexto de casar
a ésta con el duque de Berry, ordenó D. Juan que pa­
sase el Pirineo, bajo la custodia de mosén Pierres, de
Peralta. Condújola éste al castillo de Ortez, entre­
gándola allí al cuidado del Captal del Buch. Conoció
- 182 -
la princesa durante su viaje la suerte que le espera­
ba, por lo cual, completamente desesperada, hizo do­
nación del reino y de sus Estados al rey D. Enrique
de Castilla, como el protector más poderoso de que
podía valerse en aquellas circunstancias.
Encerrada en el castillo de Ortez, pasó dos años de
grandes padecimientos, hasta que, viéndose sus ene­
migos en la necesidad de entregarla para que fuese
a Navarra, la hicieron morir envenenada por orden
de D.a Leonor de Foix (2 de diciembre de 1464).
Fueron entonces a Navarra los condes de Foix
como gobernadores del reino, titulándose príncipes de
Viana, y con objeto de alzarse con la corona de Na­
varra fomentaron las luchas y disensiones, regando
con torrentes de sangre vertidos en la contienda fra­
tricida el noble suelo de este desdichado país.
No hemos de pararnos a relatar los incidentes de
la lucha. Basta decir que en ella se disputaron la co­
rona de Navarra D. Juan de Aragón y D.a Leonor
de Foix, interviniendo también con sus intrigas el
rey D. Fernando el Católico.
Murió, al fin, el rey D. Juan a la avanzada edad
de ochenta años (1479), dejando una funesta memo­
ria de sus desaciertos y proverbial fama de sus pro­
digalidades. De él se solía decir que había estimado
el Reino como propio y que lo había tratado como
ajeno.
A su muerte se unieron las coronas de Aragón y
Castilla en la cabeza de su hijo D. Fernando el Ca­
tólico.
- i 83 -
47. Doña Leonor. — Sucedió al rey D. Juan en
el reino de Navarra su hija la princesa D.a Leonor,
viuda ya del conde de Foix, y fué jurada por las
Cortes de Tudela, después de jurar ella, según cos­
tumbre, la observancia de los Fueros (28 de enero
de 1479).
Después de tantas luchas, intrigas y crímenes para
lograr ceñirse la corona, no pudo gozar de ella, pues
falleció a los quince días de ocupar el trono (12 de
febrero), siendo enterrada en el convento de San
Francisco, de Tafalla. ¡Ejemplar lección de la Pro­
videncia! Sic transit gloria mundi.
Su hijo primogénito fué D. Gastón, padre de don
Francisco Febo y de la reina D.a Catalina.
48. Francisco de Foíx, Febo. — Al morir doña
Leonor, nombró heredero universal por su testa­
mento a su nieto Francisco de Foix, llamado Febo
por su excepcional hermosura. Le obligaba en este
testamento a seguir la defensa y aumento de la Co­
rona, acudiendo al rey de Francia caso de necesitar
socorro extraño. Subió a reinar D. Francisco (1479)
a los doce años de edad, quedando bajo la tutela de
su madre la princesa D.a Magdalena.
Abandonáronse beamonteses y agramonteses a toda
clase de excesos. El conde de Lerín se apoderó de
Pamplona, siguiendo su partido muchos pueblos. Mosén Pierres, en cambio, era dueño de las merindades
de Estella, Sangüesa, Olite y gran parte de Tudela.
Solamente obedecía ál rey la merindad de San Juan
- 184 -
Pie del Puerto (1) o Baja Navarra. A tal extremo
había llegado la anarquía, que según la crónica de Na­
varra "era necesario a todos llevar escolta y marchar
en orden de guerra para ir de un lugar a otro".
A pesar de esto, todos reconocían a D. Francisco
como rey, según lo mostraron en su modo de recibir
a D.a Magdalena y al Cardenal D. Pedro de Foix,
nombrado para el cargo de virrey, cuando vinieron a
tomar posesión del reino. No pudieron, sin embargo,
apaciguar las discordias. La conquista de la pobla­
ción de Viana, verificada por el mariscal D. Felipe,
y su indigna entrega a las tropas de D. Fernando el
Católico (2), que tomaron posesión de ella en nom­
bre del rey de Castilla, exaltó los ánimos de la fac­
ción beamontesa.
Irritado el conde de Lerín, reunió sus fuerzas y
marchó sobre Viana, logrando recuperarla. Apode­
róse luego de Larraga, que se hallaba guarnecida por
tropas castellanas, haciendo luego lo mismo con Mi­
randa.
Procuraba, mientras tanto, D.a Magdalena, apaci­
guar la contienda civil, lo cual pudo conseguir, estan(1) Era la sexta merindad y comprendía San Juan Pie del
Puerto, que era la capital y las tierras de Baigorri, Arberoa,
Osés, Mixa, Ostabares y Cisa.
(2) El mariscal ,D. Felipe no conseguía tomar el casti­
llo defendido por los beamonteses, ni podía tampoco mante­
nerse en la villa. Quiso entonces entregarla a los castellano'.,
entendiéndose para ello con D. Juan, de Ribera, gobernador
de D. Fernando en aquellas plazas, que mandó tropas caste­
llanas.
NAVARRA.- Célebre cuadro de la
Virgen de Roncesvalles.
TUDELA (Navarra) Catedral - Puerta principal
llamada del Juicio.
TUDELA (Navarra) Portada de la antigua parroquia
de San Nicolás.
- 185 -
do la lucha en su apogeo, por medio del casamiento
del mariscal D. Felipe con una hija del conde de Lerín, pactándose treguas hasta que se concluyese el ma­
trimonio.
"Sin embargo—dice la crónica de Navarra (1)—,
dijeron algunos al mariscal tales cosas, que le hi­
cieron retroceder del casamiento y explicarse en mu­
chas injurias contra el conde, quien se apercibió
luego a la venganza. Salió con gente armada al en­
cuentro del mariscal, cerca de Melida, y junto al
monasterio de la Oliva, le quitó la vida a lanza­
das" (1480).
Indignados los agramonteses, dispusiéronse a ven­
gar la muerte de su jefe. Faltábales caudillo, por
ser muy joven el nuevo mariscal y muy anciano
mosén Pierres, y aprovechando aquella demora, en­
vió doña Magdalena el cardenal D. Pedro de Foix
a su hermano D. Jaime, para que impidiera el rom­
pimiento de la tregua. Resultando ineficaces sus es­
fuerzos, reuniéronse por segunda vez las Cortes (2),
va que nada se había conseguido la primera vez, y
expusieron en ellas los infantes los males que afli­
gían al reino, proponiendo como remedio la pronta
venida del rey, para ser jurado. Las Cortes contes­
taron que si su alteza (3) no había tenido libre en(1) Lib. IV, cap. II.
(2) En Tafalla.
(3) Los reyes tenían tratamiento de Alteza y a veces el
de Señoría. El de Majestad empieza a introducirse en este
tiempo.
- 186 -
trada en el reino, no era culpa de todos, sino de
unos cuantos alborotadores, y que si el rey se pre­
sentaba, cumplirían como buenos vasallos.
Comunicóse esta respuesta de las Cortes al rey
D. Fernando el Católico, que por su gran poder era
el verdadero dueño de la suerte de Navarra, y fué
su parecer que el rey de Navarra fuese a Pamplona
cuanto antes, aunque armado, para hacerse respetar.
Hecho esto, volvieron los infantes a Pau, donde se
había retirado el Consejo de la princesa doña Mag­
dalena, y prepararon la venida del rey.
Vino éste a Navarra, como Navarra lo quería
(1482), siendo coronado con arreglo al Fuero. A su
coronación asistieron los jefes de las parcialidades.
Recorrió luego las principales poblaciones del reino,
atrayéndose con certeras medidas el amor de sus
vasallos y haciendo concebir risueñas esperanzas.
Quiso D. Fernando el Católico que D. Francisco
Febo casase con su hija doña Juana, pero la prin­
cesa Magdalena se opuso a este desposorio, por agra­
dar a su hermano Luis XI de Francia, que quería
casar al rey de Navarra con doña Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV y competidora de doña
Isabel al trono de Castilla.
"Por verse libre de este embarazo, doña Magda­
lena quiso sacar a su hijo de Navarra, siendo in­
útiles su resistencia, la del cardenal y el vivísimo
dolor de los navarros. Dispúsose la jornada, y llegó
el rey a Bearne, donde era muy cortejado, así de sus
caballeros como de los navarros que le habían se­
- 187 -
guido. Pero presto se mudó todo el teatro, y suce­
dió el llanto a la alegría, porque siendo el rey diestrísimo en todas las habilidades, y sobre todo en la
música, cogió, acabando de comer, un flauta dulce,
pero apenas la aplicó a los labios, se sintió herido
de un veneno tan violento, que ie arrebató dentro
de dos horas" (1). Tenía entonces diez y seis años.
Recayeron las sospechas del crimen en el conde
de Lerín y en el rey D. Fernando el Católico, mas
nada se puede asegurar. Respecto de D. Fernando,
parece tratarse de una burda calumnia.
D.a Catalina de Foix.—Ocupó el trono a
la muerte de D. Francisco Febo (1483), su única
hermana doña Catalina, que siendo aún de 13 años,
quedó (bajo la tutela de su madre doña Magdalena.
Enviados por ésta, vinieron el infante Cardenal y
su hermano D. Jaime, a recibir el juramento de las
Cortes. Concibió entonces el Cardenal, de acuerdo
con los beamonteses, el proyecto de casar a doña
Catalina con el príncipe D. Juan, primogénito de
D. Fernando el Católico, mas siendo doña Magda­
lena opuesta a tal unión, le retiró los poderes que le
había dado para que gobernase el reino en compañía
de D. Jaime.
A esta inquietud, se agregó que el infante don
Juan de Foix, señor de Narbona y tío de doña Ca­
talina, hizo pública su aspiración a ocupar el trono,
49.
(1) Crónica de Navarra, lib. IV, cap. II.
- 188 -
fundando su pretensión en la ya tristemente famosa
ley sálica, que, como dijimos, no existía en Navarra.
Procuraba mientras tanto D. Fernando que se lle­
vase a buen término los proyectados desposorios de
doña Catalina con su hijo, niño de pocos meses,
enviando embajadores a doña Magdalena para que
le hiciesen ver la conveniencia de unir Navarra a
Castilla. Convencióse la princesa, pero tenía tal miedo
al rey de Francia, que no se atrevía a dar un paso
sin consultarle. Hízolo así, y, como era de esperar,
opúsose D. Luis, llenando de temores a su hermana.
Hallábase la princesa Magdalena entre dos reyes
igualmente poderosos, por lo cual procuró dar largas
al asunto, alegando la diferencia de edad entre su
hija y el hijo de D. Fernando; pero las Cortes beamontesas se quejaron de que se dilataban mucho los
desposorios y de que permanecía la reina fuera de
Navarra, añadiendo que mientras no se atendiesen
sus observaciones no acatarían más voluntad que la
del cardenal D. Pedro. Al mismo tiempo, introducía
D. Fernando sus tropas en Navarra y procuraba
ganarse la amistad de los pueblos y magnates. Lle­
vado el conde de Lerín de sus resentimientos, hízose
defensor de D. Fernando. El bando agramontés se
convirtió entonces en defensor de la legitimidad, y
la ciudad de Tudela, mantenedora del partido beamontés, abrió sus puertas al enemigo, pactando su
separación de Navarra.
Desvanecióse esta tormenta por la mediación de
D. Fernando, y queriendo doña Magdalena poner
- 189 -
su cetro en manos vigorosas, se apresuró a casar a
doña Catalina con D. Juan de Albret o Labrit, que
poseía grandes estados en la Guyena y en el interior
de Francia. Celebróse el matrimonio en la catedral
de Lesear (1484).
Como en el reinado de D. Juan de Labrit encon­
tramos ya los primeros síntomas de la anexión de
Navarra, hecho importantísimo, dejaremos su relato
para más adelante.
CAPÍTULO XII
Organización y cultura en este período.
(Siglos XIII al XV).
50. Clases sociales. — 51. La vida política. — 52. La fa­
milia. — 53. ¡El régimen vecinal y las asociaciones.—
54. Industrias y Comercio. — 55. Cultura intelec­
tual. — 56. Las artes. — 57. Costumbres.
50. Clases sociales. — En Navarra, lo mismo
que en Aragón y Cataluña, persiste más que en Cas­
tilla el régimen feudal, en sus relaciones con la pro­
piedad e independencia personal de los plebeyos; tal
vez se deba esto a la influencia francesa, tan cons­
tante, como hemos visto.
Desde el siglo xiv, parece degenerar la cualidad
de rico-hombre, que antes era de puro linaje, hasta
convertirse en un honor que el rey puede otorgar
libremente; al mismo tiempo, crece notablemente la
nobleza inferior (infanzones), hasta el punto de que
el rey otorga este privilegio a pueblos enteros, con
la consiguiente exención de pechos. Tal sucedió con
Arberoa, pueblo de ciento diez casas, en 1435. Des-
- 192 —
arróllanse mucho también los mayorazgos (mayo­
rías), en bienes inmuebles.
La clase media crece en las villas, desarrollando
el poder municipal. El poder de los municipios fué
considerablemente aumentado por los reyes, que bus­
caban en los pueblos un firme apoyo para su lucha
contra la nobleza. Los villanos siervos, no obstante
el mantenimiento en el Fuero general de los más ab­
solutos derechos del Señor, van redimiéndose, con­
virtiéndose poco a poco en arrendatarios con cierta
libertad autorizada por Cartas y Fueros.
Los mudé jares eran muy numerosos, especialmente
en algunas villas como Tudela, Cortes y Fontellas.
Dependían unas veces del Rey y otras de señores a
quienes cedía la Corona las villas de mudéjares.
En el siglo xv decreció mucho su número, a pesar
de lo cual es de notar que, tanto los mudéjares libres
de los grupos cercanos, como los moros siervos del
campo y los esclavos, ejercieron una marcada influen­
cia en las costumbres y trajes, sobre todo de los
nobles.
Los judíos sufrieron en Navarra las mismas per­
secuciones que en los demás Reinos peninsulares. Vi­
vían en importantes aljamas con sus sinagogas, pro­
tegiéndoles la legislación sus derechos especiales, re­
ligiosos y de jurisdicción, pero ya en 1234, el Papa
Gregorio IX rogaba al rey que les obligase a llevar
traje especial; en 1256 da Alejandro VI una Bula
para la represión de la usura, pudiéndose despojar a
los judíos de los bienes así adquiridos, y Felipe I
— 193 -
manda aplicar una Ordenanza de San Luis, rey de
Francia, que exime a los deudores cristianos del pago
de intereses.
Hubo matanzas de judíos y saqueos de sus bienes
en Tudela, Funes, San Adrián, Falces, Marcilla, Viana y Estella (1328), por más que los Reyes procu­
raban evitarlo. Era el signo de los tiempos.
En Navarra, como en todos los países, la legisla­
ción dictó el aislamiento de los leprosos o gafes, y
probablemente de ellos se formó la raza o clase espe­
cial de los agotes, que suena en documentos de los si­
glos medios y que, al parecer, todavía era abundante
en el siglo XVIII.
51. La vida política.—La incorporación a Fran­
cia no cambió en lo fundamental el régimen político
de Navarra, que continúa con el funcionamiento del
Estado característico de la Edad Media, siendo los
Reyes el principio centralizador. La autonomía muni­
cipal va p-oco a poco sustituyendo la jurisdicción, en
gran parte exenta, de los nobles, y la variedad legis­
lativa.
El Fuero general no trajo la unificación, ni lo pre­
tendía; fué reformado en 1309 por Luis Hutin, en
1330 por Felipe III, y en 1418 adicionado y a\mejorado por Carlos III. Lo mismo pretendió hacer, se­
gún parece, D.a Catalina de Foix en 1511, poco an­
tes de la incorporación a Castilla. El Fuero general
era solamente supletorio de los municipales y de los
privilegios reales.
13
- 194 —
Ejercíase el poder real en lo judicial, en primer
término por medio de su Cort, confundida con el
Consejo hasta mediados del siglo xiv, y determinada
luego en su función judicial propia. Los jueces pro­
pios permanentes con sueldo que tuvo al fijarse su
organización, se llamaban alcaldes de Corte. En 1413
eran cuatro, todos de nombramiento real: uno por
cada una de las clases (nobles, clero y villa) y otro
delegado directo de la Corona.
El territorio de Navarra estaba dividido, en 1346
en cinco merindades, que eran las de Pamplona, Tudela, Estella, Sangüesa y Ultrapuertos. En 1407 se
creó una sexta merindad, que tuvo por capital a Olite.
Esta división regía tanto para lo judicial como para
lo administrativo, siendo los funcionarios locales los
merinos, jueces de merindad, con sus tenientes o sozmerinos, los alcaldes de distrito o mercado, los bayles,
alcaldes de fuero, etc.
T1 derecho penal conserva sus caracteres antiguos,
persistiendo el uso de las ordalías. La penalidad era
muy dura, sobre todo para el hurto y robo. El daño
hecho a los animales, especialmente a los gatos, se
castigaba mucho, considerándose a los brutos como
sujetos responsables, por lo que vemos en el Fuero
general que se señalaban penas a perros, mulos, etc.
El Consejo real, como cuerpo consultivo en mate­
rias políticas y administrativas, se fué organizando en
los siglos xiv y xv con separación de la Cort, por di­
ferentes Ordenanzas. En 1364 se creó la Cámara de
Comptos o cuentas, institución que tuvo extraordi­
- 195 -
naria importancia. Se ocupaba de establecer el pre­
supuesto y examinar y fiscalizar las cuentas de los
recaudadores del Rey. A mediados del siglo xv (1450),
parece nacer un nuevo organismo, el de la Diputación
general de Navarra, con funciones económico-fisca­
les delegadas de las Cortes.
Como oficial superior del Reino aparece el maris­
cal, de importación francesa probablemente, especie
de canciller subordinado al condestable, que se creó
en tiempos de D.a Blanca, como jefe militar y presi­
dente de la nobleza en Cortes.
Los municipios libres, escasos en Navarra, procu­
raban contrarrestar los privilegios y abusos de la
nobleza y mantener la integridad de sus fueros, me­
diante hermandades (juntas), que más de una vez
acometieron y ahorcaron a los caballeros vagabundos
(balderos), que en cuadrillas solían robar y forzar a
las gentes plebeyas. El gobierno municipal sigue en­
cargado a los alcaldes, regidores, jurados, etc., sien­
do la parroquia la unidad electoral. En el aspecto eco­
nómico, los concejos disponían de muchos bienes co­
munales (1).
52. La familia. — Según el a-mejoramiento del
Fuero, los varones eran mayores de edad a los 14
años y las mujeres a los 12. Pero por costumbre am­
parada en el Derecho romano se adquiere la mayoría
de edad a los 25 años.
(1) Altamira, ob. cit. Minguijón, ob. cit.
- 196 —
Persistió en Navarra, quizá más que en otras par­
tes, el matrimonio a yuras como simple contrato, sin
intervención de sacerdote, que autorizaba el divorcio
o repudio, tanto entre los nobles como entre los labra­
dores, si bien estos pagaban en tal caso cierta indem­
nización en especie. Contra esto trabajó la Iglesia sin
descanso, procurando que prevaleciese el matrimonio
canónico, pero tardó mucho en desarraigarlo.
En Navarra, los padres pueden disponer de sus
bienes en favor del hijo que contrae matrimonio, por
medio de la donación propter nuptias los donantes,
o se reservan el usufructo de los bienes donados, o
imponen al donatario el deber de suministrarles lo
preciso para su decorosa sustentación, fijando al efec­
to cantidad y planos y pactando la separación de bie­
nes y hasta las casas o habitaciones que han de ocupar
en caso de incompatibilidad de carácter. Se reservan
además una onza o 500 reales para no quedar sin testamentifacción. En estas donaciones se consigna a fa­
vor de los hermanos del donante la legitima foral,
consistente en cinco sueldos y una robada de tierra.
Las donaciones inter nuptias son muy importantes en
Navarra, por existir la libertad de testar.
Se conocen también las arras dadas por el marido, y
la dote que el padre ha de dar a sus hijas.
Los bienes gananciales se llaman en Navarra con­
quistas. No se comprenden en ellos los bienes adqui­
ridos durante el matrimonio por título gratuito. Se
dividen por mitad entre el cónyuge sobreviviente y los
herederos del premuerto, pero respetándose el usu­
- 19? —
fructo de viudedad. El usufructo foral del viudo se
llama fealdat (fidelidad o viudedad), y se halla ya con­
signado en el Fuero general (1). Sólo era aplicable a
los nobles, pues a los villanos se les niega (2). Des­
pués de concedido al viudo este usufructo se exten­
dió a la viuda. Al igual que en Aragón, no se conoce
la patria potestad legal; hay, en cambio, Consejo de
Familia, y para los que carecen de padres existe la
institución del Padre de huérfanos. Los hijos ilegí­
timos estaban clasificados en cuatro clases: de matri­
monio desigual, naturales, adulterinos, incestuosos,
sacrilegos (torneemos), y adulterinos dobles o de pa­
dre y madre (cmnpices). Los primeros no heredaban
sino después de cumplir siete años; a los segundos, si
eran reconocidos, debía el padre alimentos y se les
reconocían más o menos derechos en la herencia, se­
gún concurrían o no con esposa e hijos legítimos, caso
de ser de padres nobles; si procedían de villanos here­
daban una parte igual a los legítimos; las demás cla­
ses de hijos gozaban de muchos menos derechos, que
en algunos no llegan más que a la posibilidad de le­
garles algo a título de alimentos.
Lo condición jurídica de la mujer ofrece caracte­
res interesantes. No se consulta su voluntad para ca­
sarla, pero puede rechazar al primero y segundo de
los novios que se le ofrecen. Las ofensas que se le
hacen son castigadas severamente, mas a pesar de
(1) Lib. IV, tit. II, cap, III.
(2) Lib. IV, tít. II, cap. XXV.
- 198 -
todo, el Fuero autoriza costumbres poco respetuosas
respecto a las ofrecidas en matrimonio por los pa­
rientes (1).
53. El régimen vecinal y las Asociaciones. —
Los vecinos se hallan sujetos unos a otros en Navarra,
por deberes y cargas reciprocas en gran número.
Son mutuamente fiadores, protectores, testigos en to­
dos los asuntos, tanto públicos como privados, y entre
las obligaciones sagradas que les imponían la ley y
las costumbres locales estaba la de prestarse fuego
para el hogar.
El vecino que faltaba a estos deberes era castigado,
a veces, con el aislamiento de la sociedad concejil.
Esta solidaridad, que naturalmente perduró por más
tiempo en las aldeas y en las villas menores, no ex­
cluía la formación de asociaciones con fines espe­
ciales.
De una cofradía muy curiosa, la de Santiago (crea­
da en Tudela en 1355), poseemos las Ordenanzas, que
revelan el fin militar, religioso y benéfico con que se
estableció. Formaban todos los cofrades una milicia
que salía a la guerra nacional o concejil; celebraban
un banquete el día de su patrón; daban limosna a los
pobres; castigaban las ofensas inferidas a alguno de
ellos; asistían a los funerales y entierros; se soco­
rrían en casos de enfermedad, pobreza y cautiverio.
(1) Altanara, ob. cit. Minguijón, o¡b. cit. J. Motiva y Pu­
yo! : Introducción al Derecho Hispánico.
El incumplimiento de los deberes recíprocos era cas­
tigado con multas.
Los labradores formaban comunidades de regan­
tes, con ordenanzas de fecha remota, y los artesanos
también tuvieron sus asociaciones (1).
54. Industria y Comercio. — Las Ordenanzas
de comercio de Brujas (1304) prueban que los nava­
rros producían hilados para sargas, cordobanes, ba­
danas y lonas; así como los aranceles y estatutos de
las aduanas guipuzcoanas muestran que recibían mu­
chos productos extranjeros.
Aunque la agricultura chocaba con grandes difi­
cultades por lo agrio del terreno, procuraron vencer­
las los naturales, canalizando las aguas, construyendo
pantanos, como el de Cadrete, o derivando aguas del
Ebro. Recuérdese el Canal de Tauste, cuyas obras se
ejecutaron hacia 1444. Así adquirieron importancia
cultivos como el del olivo y la viña.
La ganadería también floreció, aprovechándose de
los muchos montes comunes de pastos de que disfru­
taban los municipios.
Las ferias y mercados de Navarra eran muchas y
notables, acudiendo no pocos extranjeros. En pobla­
ciones importantes, como Tudela, estableciéronse almudís o albóndigas, esto es, almacenes públicos para
la venta de cereales, con ordenanzas propias. Los ven­
dedores pagaban de impuesto tres almudes por car­
(1)
Altamira, ob. cit.
- 200 —
ga. En los días de mercado usábanse las medidas del
Rey (tipo uniforme), y en otros días las de la ciudad,
pero se prohibía el uso de las forasteras (1).
55. Cultura intelectual. — No llegó a fundarse
en Navarra ningún Estudio general, acudiendo la
población escolar a los establecimientos franceses y
alemanes. De escuelas inferiores sólo se conoce una
de gramática que existia ya en Sangüesa a media­
dos del siglo xv (1443), aunque es de presumir que
hubiera otras de que faltan noticias.
La cultura debió de ser escasísima, a juzgar por la
ignorancia casi general de los Reyes, que no solían
usar más libros que los de rezo, y la del clero, en­
tonces de costumbres relajadas.
El rey D. Juan, muy influido por las corrientes clá­
sicas e italianas de la época, fué asiduo lector del
Dante, favoreció la traducción de autores latinos (2)
y proporcionó amplia educación literaria a su hijo
D. Carlos. Acentuáronse mucho en éste las influen­
cias clásicas e italianas, fortalecidas en él durante su
viaje a Nápoles.
Reunió D. Carlos una notable colección de objetos
artísticos y una biblioteca. Tradujo y comentó la ética
de Aristóteles; escribió una "Lamentación a la muer­
te del rey D. Alfonso", la "Epístola a los valientes
(1) Alta-mira, ob. cit
(2) La introducción de la Eneida hecha por D. Enrique de
Villena, se debió a los ruegos de D. Juan.
- 201 -
letrados de España" y la "Crónica de los Reyes de
Navarra".
Mayordomo de D. Carlos fué el célebre poeta mosén Pere Tórrelas, a cuyo lado figuraron otros mu­
chos escritores navarros y catalanes. Las poesías de
este tiempo fueron reunidas en un Cancionero por
Pero Martínez.
Es de notar que, no obstante la fuerza grandísima
de los elementos extraños que obraban sobre la cul­
tura navarra, y a pesar de la existencia de un idioma
nacional, D. Carlos y todos los autores de la época
usaron en sus escritos el latín o, con más frecuencia,
el romance castellano, demostrando así el predominio
intelectual que las regiones centrales iban alcanzan­
do rápidamente en toda la Península.
No impidió esto la difusión de la poesía provenzal,
que desde comienzos del siglo XIII había entrado en
Navarra y tuvo aquí sus cultivadores. De la poesía
indígena en vascuence no hay testimonio ninguno
autentico (1).
56. Las Artes. — Continúa influyendo el gusto
ojival de tipo francés, que ya a mediados del si­
glo XIII se había significado en la catedral de Tudela.
Se le ve mezclado con el románico en la catedral de
Pamplona, que comenzó a rehacerse en 1397, uno
de cuyos claustros es del siglo xiv, y pertenecen al xv
el presbiterio, naves y coro. Lo mismo se advierte en
(1)
Altamira, ob. cit.
- 202 -
la capilla de San Agustín, contigua a la Colegiata de
Roncesvalles.
La iglesia de San Saturnino, en Pamplona, es tam­
bién gótica, con trozos del siglo XIII y otros del xiv.
Se tiene noticias de un templo pamplonés dedicado a
Santa Eulalia, demolido en el siglo xvi. De los edifi­
cios civiles de la capital quedan restos, siendo notable
una ventana del palacio del duque de Granada
(siglo xv).
Al brillantísimo arte románico (1) de transición,
sucedió en Navarra, desde mediados del siglo XIII y
más desde el xiv, el estilo ojival puro, importado de
la escuela de Isla, de Francia, el cual se distingue pol­
la finura, esbeltez y pureza de líneas, y produce
obras importantes del período de su apogeo, sin que
apenas se observen ejemplares del estilo florido de­
cadente.
Sus monumentos más notables son: la catedral de
Pamplona, del siglo xiv, con su especial giróla y sus
bellísimos claustros de igual época, y su antigua sala
capitular, de planta cuadrada, que se hace octógona
por medio de bovedillas (hoy capilla Barbacana), y en
la misma ciudad, la Iglesia de San Cernin (San Sa­
turnino), con sus capillas absidales como si tuviera
giróla, del siglo XIII/ y su pórtico del siglo xiv. En
la provincia, las iglesias de Santa María la Real, de
Olite (siglo xiv) con su hermosa portada, a cuyos la­
dos hay una serie de esculturas bajo gabletes; las del
(1) ÍF. Naval, ob. cit., cap. X.
203 -
Santo Sepulcro, de Estella; la Magdalena, de Tudela,
y la ermita de San Zoilo, en Cáseda, todas del si­
glo XIII, con varias porciones de los monasterios de
Irache y de Leyre y de las iglesias románicas de tran­
sición. Del siglo xiv al xv se cuentan, además, San
Salvador, de Sangüesa, el célebre Santuario de Nues­
tra Señora de Ujué, los claustros de la iglesia pa­
rroquial de Los Arcos y buena porción de las igle­
sias de Santiago y San Pedro, en Puentelarreina. Del
siglo xvi y de estilo muy decadente, lo principal de
la iglesia de Olazagutia y alguna otra. Dignas de
mención son igualmente las ruinas del Palacio Real
de Olite, del siglo xiv, y las del claustro del monas­
terio de La Oliva, siglo xv.
La escultura, de tipo francés, muéstrase en las por­
tadas y capiteles; en las imágenes exentas, como la
Virgen de Huarte (1349) y la de Roncesvalles (si­
glo xin), y en relieves, como el curiosísimo de la
Adoración de los Magos, existente en el claustro de
la Catedral de Pamplona.
La misma escuela se advierte en los objetos de orfe­
brería que se conservan, entre los cuales citaremos el
relicario llamado Tablero de Ajedrez (Roncesvalles,
siglo xin), el de la Catedral de Pamplona (siglo xiv)
v la arqueta de plata con chapas de oro que sirvió de
crismera en Roncesvalles.
La pintura sigue también los mismos derroteros,
como lo demuestra Craccfixion, tabla francesa de
fines del XIII, ejecutada al temple y con basamento
del siglo XIII o del ^iv (Catedral de Pamplona) y
- 204 -
otros restos. La pintura en cristal debió tener es­
caso desarrollo en Navarra, si se juzga por el curioso
dato de que en los palacios reales, donde el lujo tomó
vuelos extraordinarios, no se usaban cristales, tapán­
dose los huecos de las ventanas con telas enceradas.
Abundaban los tapices de artistas franceses.
57. Las costumbres. — En Navarra encontra­
mos costumbres semejantes a las de Castilla y Ara­
gón, sobre todo en las clases altas. Predomina el
elemento caballeresco. Celébranse torneos y duelos
(rieptos ó bataillas), con mucha concurrencia de cu­
riosos y gran lujo de trajes; así, el duelo entre el se­
ñor de Camar y el de Asiain (1379), en que los testi­
gos enviados por el rey vestían rico paño de granza
de Angers, comprado exprofeso; abundan los castillos
señoriales y el lujo y ostentación llegan a ser exube­
rantes, sobre todo en los palacios de los Reyes (Olite,
Tafalla, Pamplona, Puentelarreina).
El príncipe de Viana tenía a su servicio más de
39 oficios, desempeñados por doble o triple número
de personas. Celebrábanse saraos, y en las fiestas
reales abundaban los bufones, juglares graciosos, to­
cadores de arpa, etc., etc.
No era raro que en la caza, ejercicio predilecto de
los nobles, usasen de onzas o leopardos amaestra­
dos ; para la cetrería empleaban halcones, traídos con
gran coste desde lejanas tierras.
También gozaron de gran favor las corridas de to­
ros, siendo la primera de que se tiene noticia la ce­
— 205 -
lebrada en Pamplona en agosto de 1385; tanto en
ésta como en otras posteriores, los matadores pro­
cedían de Zaragoza y mataban con rejón o venablo.
Ya por entonces eran célebres los navarros en el
juego de pelota y en los bailes populares, como el
"de las espadas" y otros.
Los enterramientos se hacían por lo común, lle­
vando el cadáver en ataúd descubierto, con el mismo
traje que usó en vida. También eran usuales las pla­
ñideras ((aurots) y los banquetes funerarios, en que
se gastaban sumas enormes (1).
(1)
Altamira, ob. oit.
CAPITULO XIII
Anexión de Navarra O.
58. D.A Catalina y D. Juan de Albrit. — 59. Liga de Cambray. — 60. La Santa Liga y el 'Conciliábulo de Pisa.
61. La conquista y su derecho.
58. D.a Catalina y D. Juan de Albrit. — El ma­
trimonio de D.a Catalina y D. Juan de Albrit (1484)
hizo entrar de lleno al reino navarro en el revuelto
mar de la política francesa. Reunía D. Juan grandes
dotes de mando, y tal vez hubiera sido un buen rey de
haber ocupado el trono en época distinta; en este
tiempo tuvo que seguir la política de los reyes vecinos.
Con objeto de atraerse la voluntad de los beamonteses, comenzó D. Juan una política de liberalidades,
con la cual logró mantener la paz y la tranquilidad.
La dirección de la política navarra en este tiempo
no la tenían D.a Catalina y D. Juan de Albrit, sino
que en realidad era llevada por D.a Magdalena, ma(1) Para la redacción de este capítulo empleamos princi­
palmente la obra Anexión del reino de Navarra, de D. Fer­
nando Ruano.
— 208 -
dre de D * Juana, y Alain de Albrit, padre de don
Juan.
La política de Alain está impregnada por com­
pleto del egoísmo y de la ambición de que su cora­
zón estaba lleno; educado en una corte de magnates
poderosos que comparten el poder con el Soberano;
hijo de una civilización y de un siglo esencialmente
señorial; siglo en el que los reinos se consideran co­
mo patrimonio privado, y en el que las dinastías se
suceden en los tronos, y se incorporan los dominios
y se amalgaman los pueblos de diversa raza por
alianzas matrimoniales que entre sí conciertan sus
príncipes, los cuales aportan tierras y vasallos como
un puñado de oro de su peculio o como joyas pre­
ciadas de su tesoro; Alain de Albrit, hijo de su épo­
ca, no alcanzó a divisar horizontes más amplios que
los que abarcaba desde las góticas torres de su se­
ñorial castillo; y como si no bastase la intervención
que D. Fernando tenía en las cosas de Navarra, por
medio del condestable Luis, la acrecentó buscando
el apoyo de Castilla, para saciar sus planes ambi­
ciosos, por lo cual pasó a Valencia, donde a la sazón
estaban sus majestades.
Consecuencia de estas negociaciones fueron los dos
tratados firmados en Valencia el 21 de mayo de 1488.
Por el primero, Alain, en nombre de sus hijos (1),
jura, entre otras cosas, "non les será fecha guerra,
(1) Zurita: Los cinco últimos libros. T. IV, libro XX,
cap. LXXIV.
- 209 -
mal ni daño nin otro desaguisado alguno a los muy
altos é muy poderosos príncipes D. Fernando y doña
Isabel por parte del dicho reyno de Navarra, nin de
su señorío de Bearne. No consentirán que gente al­
guna extranjera entre en el dicho reyno de Navarra
é señorío de Bearne, nin desde allí nin por allí sea fe­
cha guerra, mal nin daño alguno a su reyno", y si
alguien lo intentase, los navarros juntos se opondrán
al invasor, y si no lo consiguen, "se juntaran (sus tro­
pas) con nuestras gentes (las de Castilla) e capitanes
para expulsarles del territorio".
Estas y otras importantes concesiones a Castilla
quedaron hechas bajo la palabra de Alain, que "como
caballero las fará cumplir a sus hijos", y en caso
de faltar éstos a su compromiso, "reunirá sus tro­
pas" a las castellanas, para exigir la ejecución de
todos y cada uno de los artículos del tratado.
Por el segundo tratado, se compromete "a servir
v ayudar a sus altezas bien y verdaderamente, con
todas sus fuerzas, poder, tierras, señoríos y forta­
lezas, contra todos e cualesquier personas de cual­
quier dignidad que sean, excepto la persona del se­
ñor rey de Francia", pero en el caso concreto de la
restitución del Rosellón, "trabajaré, dice, con todas
mis fuerzas como aya efetto e se cumpla lo que el
rey Luis dispuso al tiempo de su fin acerca de la
restitución que a sus altezas se avia de facer de
los dichos condados" (1).
(1)
Zurita, lug. cit.
- 210 -
Parece ser que en Valencia se concertó algo más
de lo que dicen las cláusulas de los tratados, pues
en Vizcaya se juntó a toda prisa una poderosa ar­
mada, en la que embarcó Alain, que arribó a las
costas de Bretaña el 3 de mayo de aquel año, y ade­
más, el catalán Miguel Juan de Gralla, maestresala
del rey, es nombrado capitán general de la gente
que ha de hacer la guerra en el país citado.
Se habló mucho en Valencia de la actitud belicosa
del partido beamontés; se pidió a Fernando, y éste
ofreció, sin duda, interponer su influencia para re­
ducir a los rebeldes, y finalmente, so color de una
alianza de todos contra todos, "excepto contra la
persona del rey de Francia", el rey Católico prestó
su apoyo a las Ligas feudales francesas (1), orga­
nizando para ello la escuadra y el ejército que antes
indicábamos.
Alain y Magdalena estaban a la vez enemistados
con Francia y con Castilla, y pensando los franceses
que D. Fernando no dejaría de prestarles ayuda para
derrotar a D. Juan de Albrit y poner en su lugar
a D. Juan de Narbona, enviaron al rey Católico una
embajada, suplicando "le fuese guardada a éste (Juan
de Narbona) su justicia cerca de la acción y derecho
que al reino de Navarra pretendía".
D. Fernando, bien por habilidad política, bien co­
mo resultado de "la información entera y completa
(1) Ligas qite los nobles organizaban para ejercer la so­
beranía.
— 211 —
que del derecho de su sobrina Catalina había practi­
cado", se negó rotundamente a escuchar las propo­
siciones del francés.
Pretendía, mientras tanto, Alain, aunque viudo y
viejo, casarse con la heredera de Bretaña. No pudo
conseguirlo, pues, tras diversas incidencias, casó ésta
con el rey Carlos VIII. Los señores de la Liga, an­
tes enemigos del rey, asistieron a las bodas, y en
vez de ser castigados, recibieron grandes recompen­
sas. Por el tratado de Moulins, se otorga a los reyes
de Navarra la cantidad de diez y ocho mil libras
de renta anual, como recompensa a su reconciliación
con los monarcas de Francia.
Vemos, pues, que Alain de Albrit "se vendió al
oro de Francia, olvidando que con las cláusulas de
los tratados antes estipulados (los de Valencia), de­
jaba a espaldas de los Pirineos una nación amiga
y poderosa, víctima de un cruel engaño, y un po­
lítico sagaz, que había de procurar en adelante pa­
gasen con creces Navarra y sus monarcas la villana
felonía que con él había cometido el audaz y ambi­
cioso, que no reconoció nunca ley ni freno, el ver­
dadero responsable de esta farsa indigna, el intri­
gante virrey Alain de Albrit (1).
Sucede a esta época una serie completa de tratados
y alianzas de Navarra con Castilla, con Francia y
hasta con Austria. Luis XII y Fernando el Católico
se habían unido íntimamente mediante el tratado de
(1) F. Ruano: Anexión del reino de Navarra, pág. 119.
- 212 -
Blois, y este hecho, que nada de particular encerraba
en sí, fué suficiente para que Juan de Albrit, con
su mudable política, se decidiera a romper abierta­
mente con Castilla, entregándose en brazos del yerno
de D. Fernando, el archiduque austríaco D. Felipe,
lo que disgustó al monarca aragonés.
Luis XII, que por entonces se desvivía por crear
dificultades a su antiguo protegido Juan de Albrit,
en ocasión de que el rey Católico recorría Italia,
fué a visitarle en Nápoles el duque de Guisa, con
orden expresa del monarca francés de comprometer­
le en la conquista del reino de Navarra, que inten­
taba hacer el hijo del vizconde de Narbona.
No accedió D. Fernando a los deseos del francés,
aun sabedor de la amistad del navarro con el archi­
duque, y sin duda para no tener que agradecer a
nadie participación en una empresa que pensaba rea­
lizar él solo, perdonó la vida al decrépito reino du­
rante unos cuantos años.
La fatalidad perseguía a los de Albrit, porque su
aliado D. Felipe moría el 23 de septiembre de 1506.
Mas no por esto dejaron de intentar sacar el mayor
partido posible de la situación, y a la vez que par­
ticipaban al emperador Maximiliano su pésame por
la muerte de su hijo, manifestaban sus quejas por
la conducta que con ellos había seguido el rey francés.
No pareció esto mal a Maximiliano, quien propuso
cambiar el pacto defensivo, que se había firmado en
Tudela, en una alianza ofensiva, y de este modo
declarar la guerra definitivamente a Luis XII. Evi­
- 213 —
dentemente, que la audacia y ceguera de los reyes de
Navarra no se atrevió a cometer un acto que tan
trascendentales consecuencias podia acarrear. Sin em­
bargo, no por eso dejaban de realizar verdaderas
osadías, como, por ejemplo, los tratos e intrigas con
César Borgia, que preparaba una intentona para arre­
batar la regencia del reino a D. Fernando, y sobre
todo, porque esto fué lo más doloroso para éste, la
despiadada guerra que realizó Juan de Abrit contra
el fiel condestable Beamont.
Sintetizando la labor diplomática de todo este tiem­
po, afirmaremos que los desaciertos, la volubilidad
y la mala fortuna de D. Juan, le hacían concertar
tratados con aquellos hombres que estaban en pleno
período de decadencia, y así, en vez de recibir los
frutos que pretendía, se encontraba con los males
que ellos acarreaban, unidos con sus desgracias.
59. La Liga de Cambray*—Pacto celebérrimo
concertado entre el emperador Maximiliano, el rey
Luis XII, D. Fernando de Aragón y el pontífice Ju­
lio II, soberanos que tenían intereses en Italia, se
firmó con el objeto de asegurar los respectivos do­
minios en contra de la república de Venecia.
Quiso Navarra entrar en ese famoso tratado, pero
a ello se opuso tenazmente Luis XII, que sólo con­
sintió la inserción de un artículo, por el cual se obli­
gan los reyes de Francia, durante un año, a abste­
nerse de intervenir en los asuntos de Navarra, aun­
- 214 -
que pudiendo proceder contra los soberanos por las
vías legales que el derecho permitiera.
Vemos, pues, que ninguna ventaja se seguía de
tal artículo, y una prueba de esto fué que muy pronto
Luis XII arrebató a Alain de Albrit el condado de
Castres, so pretexto de que este país estaba en los
dominios de Francia y la Liga de Cambray se refería
únicamente a los países independientes de Navarra.
Es de notar, que todas las potencias que firmaron
este tratado estaban en amistad con el estado de
cuya repartición se trataba.
D. Fernando 110 quería romper abiertamente con
el vecino reino, que había sido despreciado en la
Liga de Cambray, antes bien, procuraba realizar una
política de atracción, y con este fin partió de Valladolid Pedro de Ontañón, en abril de 1509, con
instrucciones para exigir de Juan y Catalina la de­
volución de los bienes del condestable, llevando una
larga lista de cargos, que con habilidad extraordina­
ria había ido recogiendo y hasta provocando, para
después justificar su política ulterior.
Nada consiguió, sin embargo, más que promesas
vanas y propósitos buenos. Por lo cual, se hubieran
rote para siempre las ya tirantes relaciones, si Ara­
gón no se comprometiera en una nueva guerra con­
tra Francia.
Arreciaba, por otra, parte, Luis XII su hostilidad
a Navarra, y a tal extremo llegó, que los reyes no
se atrevieron a abandonar la Corte de Pau, temiendo,
- 215 -
no sólo por sus estados de Bearne, sino por el an­
tiguo territorio navarro.
Sólo podían contar, en tan apurada situación, con
el emperador Maximiliano, con el Papa Julio II y
con el rey Católico; y de éstos, los dos útlimos esta­
ban resentidos; el Pontífice, por la provisión, en con­
tra de su parecer, del obispado de Pamplona, y don
Fernando, por los motivos antes dichos.
Arregladas las diferencias con Julio II, restaba
sólo la atracción del aragonés, para lo cual escri­
bióle su sobrina, la reina Catalina, una afectuosa
carta, en que le encarecía la ventaja enorme que
representaba el que una hija de Aragón, como era
ella, tuviese sus dominios a uno y otro lado de los
Pirineos. Pero el camino de la reconciliación no es­
taba en las imposiciones, sino en las humillaciones,
va que la parte poderosa era aquella a la cual se
quería atraer. Y estas negociaciones hubieran ter­
minado con la ruptura de hostilidades, si el famoso
conciliábulo de Pisa y la excomunión Sacrosantae
Ecclesiae no precipitaran la violenta guerra que es­
talló en Francia y España.
60. La Santa Liga y el Conciliábulo de Pisa.—
Un Concilio, inspirado y fomentado por Luis XII,
excomulga y depone al Pontífice, y éste, a su vez,
convoca un Concilio general, para condenar la con­
ducta de los obispos y cardenales reunidos en Pisa;
la Liga de Cambray se ve por este hecho disuelta
y gravemente ofendidos los que la componían, por
— 216 —
cuya causa se va a emprender una nueva lucha, que
con otros pretextos, sigue teniendo el mismo propó­
sito: la hegemonía de los estados italianos.
El Papa siente "tal aborrecimiento" por el rey de
Francia, que busca ayuda en el rey Católico y en
la república de Venecia, con los cuales establece una
alianza; y con objeto de arrebatar al francés, para
la Iglesia, el condado de Bolonia y los demás domi­
nios conquistados por Luis, acabando con el cisma
y dando libertad y unidad al Pontificado, firmó la
que se llamó Santísima Liga, por el fin que pretendía.
No quería D. Fernando, al emprender la guerra
contra Francia, dejarse por detrás un enemigo tan
molesto como el rey de Navarra, por lo cual mandó
a la corte de Pamplona a Pedro de Ontafíón, con
razones poderosas para efectuar una alianza entre
los dos reinos; mas D. Juan, después de meditarlo
muchos días, declaró que seguiría al de Francia "en
la empresa comenzada y aun en cualquier otra que
fuese en contradicción con el rey".
Roto, pues, este intento de aproximación, se apres­
taron los contendientes de la Liga a terminar como
mejor pudieran lo comenzado; pero unas alarman­
tes noticias que llegaron a 'Castilla acerca de íntimas
relaciones entre Juan III y Luis XII, inquietaron
grandemente al rey Católico, quien mandó una es­
pecie de ultimátum, en el cual exigía que: o sus so­
brinos habían de permanecer neutrales por ambas
partes, o protegerían por igual a los dos, ayudando a
España con el reino de Navarra, y a Francia, con
pAMPLONA.-Vista
del patio de la célebre camara de Comptos,
ahora museo Arqueológico de Navarra.
Catedral de PAMPLONA.-Detalle de la famosa Arqueta HispanoAráviga de marfil, donde se conservan las reliquias
de santas Nunilón y Alodia.
OLIETE. - Claustro de Santa María la Real (S. XIII)
- 217 -
los dominios del otro lado del Pirineo, o se decla­
rarían abiertamente en favor de la Santa Sede. Para
asegurar la neutralidad, si optaba por este extremo,
tenía D. Juan que entregar diversas fortalezas para
que las tuvieran personas de Navarra.
Resistióse el rey navarro a estas exigencias, y
D. Fernando, instado por nobles y capitanes de su
corte, pensó en oír "el maduro consejo de los pre­
lados y grandes, y aun de muchas otras personas
de ciencia y de conciencia de estos dos reinos; y
considerando el daño grande que se pudiera seguir
a la Iglesia y a toda la cristiandad, si por dejar
su alteza la dicha empresa, el rey de Francia, vién­
dose libre por la parte de acá, enviase toda su poten­
cia a Italia contra la Iglesia, y que para remedio
della y de toda su cristiandad es necesario y conve­
niente facer toda la dicha empresa, paresció que pues
los dichos rey y reina de Navarra emprendían la
dicha empresa y que siendo ellos contrarios a los
ejércitos de españoles e ingleses no podían entrar
por Bayona, fueron de opinión que su alteza debía
ordenar a su ejército atravesase Navarra, rogando
y requiriendo a los dichos rey y reina de Navarra
para que les diesen pastos y vituallas por sus dine­
ros y seguridad para la dicha Santa Impresa".
Esto dice el manifiesto explicación de las causas
por que el rey Católico tomó el título de rey de Na­
varra (1).
(1) Zurita: Noticias de Navarra. Linajes hasta los reyes
Católicos, t. III,
- 218 -
Ante un ultimátum tal, vino la ruptura, que si es
cierto que no era temida por D. Fernando el Cató­
lico, no lo es menos que fué provocada por las pre­
tensiones exageradas y torpe política del rey na­
varro.
61. La conquista y su derecho.—El 21 de julio
de 1512, penetró en territorio navarro el duque de
Alba, al mando del ejército español, publicando que
no se haría daño a los que no opusieran resistencia
armada, y dos días después llegó a Pamplona, sin
tener que vencer más que algunas pequeñísimas di­
ficultades.
D. Juan de Albrit abandonó rápidamente la ciu­
dad, retirándose a la villa de Lumbier. D.a Catalina
se refugió en Bearne, con sus hijos. Al verse los
pamploneses desamparados por el rey, sin género de
ayuda de ninguna clase, previa la promesa de que
serían respetados sus queridos Fueros, privilegios
y libertades, entregaron la capital al rey Católico, y
el duque de Alba entró en Pamplona el 24 de julio,
jurando en nombre de su rey la conservación de los
privilegios.
D. Juan, al refugiarse en Lumbier, lo hizo con­
fiando en el auxilio que podía prestarle el duque de
Longueville, general francés que acampaba junto a
Bayona, y previendo que las demás ciudades del
reino navarro imitarían la conducta seguida por la
capital, intentó algún género de alianza, enviando
embajadores que pactasen con el duque. No quería
-
m
-
D. Fernando ninguna clase de arreglo con el que
en tanto tiempo no había podido entenderse, y ma­
nifestó su voluntad de que todas las ciudades, villas
y fortalezas de Navarra habían de estar bajo su
dominio todo el tiempo que a él le conviniese para
la feliz realización de la empresa que había em­
prendido; dependiendo también de su voluntad el
determinar el tiempo y la forma en que hubiese de
dejarlas.
Casi todos los pueblos de Navarra fueron sumi­
sos al que desde entonces había de ser su señor, y
se le entregaron, exigiendo tan sólo las mismas con­
diciones que Pamplona.
El ejército inglés, que iba a combatir unido al
español, quiso el duque de Alba que se le juntara,
pero el marqués de Dorset, general inglés, que es­
taba encargado de acometer la empresa de Viena,
buscaba siempre dificultades para no reunirse con
el ejército español, por no querer inclinarse ante el
parecer de Fernando ni del duque de Alba. Mos­
trábase resentido de que el rey Católico, estando
comprometido en la Santa Liga, hubiese atendido
antes a los negocios de Navarra que a los de Viena,
por lo cual, después de haber perjudicado los in­
gleses con su inacción un tiempo precioso a los coali­
gados, y cuando no se podía ya resistir la fuerza
de sus ejércitos, anunció el marqués de Dorset que
los ingleses desistían de llevar a cabo aquella guerra
en que la alianza con España los había comprome­
tido.
- 220 -
El duque de Alba no desmayó por este abandono
en que lo dejaban, antes bien, tomó a San Juan de
Pie de Puerto, y procuró fortificar su posición por
medio de la artillería, que hizo conducir a través
de aquellos montes, con infinidad de trabajos. Por
otra parte, era la ocasión mas desfavorable, porque
los franceses, envalentonados por la retirada del
ejército inglés, y por los refuerzos que les llegaban
de Italia, de donde habían sido arrojados, dividieron
sus ejércitos en tres grandes cuerpos, el uno al man­
do del rey D. Juan, el otro al de los condes de Angu­
lema, y el tercero, al de Carlos de Borbón, duque
de Montpensier. El primero, con sus quince mil hom­
bres, atravesó el Pirineo y tomó por asalto a Burguete, degollando a toda la guarnición, pero per­
diendo mil hombres. Si D. Juan hubiera ocupado
los desfiladeros de Roncesvalles, el ejército español
podía haber sido cogido entre dos fuegos, pero el
ensañamiento con que trató a la plaza tomada, le
ocupó un tiempo suficiente para que el previsor du­
que de Alba se retirara a Pamplona, donde llegó a
punto de contener las conspiraciones que en esta
ciudad se preparaban.
Los otros dos cuerpos franceses, invadieron Gui­
púzcoa y destruyeron a Irún, Oyarzun y Rentería,
sitiando a San Sebastián, plaza en que se había en­
cerrado toda la nobleza del país y que resistió ocho
asaltos, ocasionando tal desgaste en el ejército fran­
cés, que mandaba el general Lautrec, que obligó a
éste a levantar el cerco.
- 221 -
No todas las dificultades las tenia D. Fernando
en los ejércitos franceses, porque algunas villas, como
Estella, Tai alia y Miranda, se sublevaban contra la
dominación castellana, y D. Juan de Albrit se dirigió
a sitiar Pamplona. Todas las plazas no sometidas
fueron sojuzgadas por los capitanes aragoneses y
castellanos.
El duque de Alba se resistía heroicamente en
Pamplona, adonde acudían tropas de Castilla en so­
corro de los cercados, y el ejército de Albrit, falto
de víveres, y temiendo a quince mil hombres que
D. Fernando había reunido en Puente la Reina, se
retiró precipitadamente, siendo su retaguardia des­
trozada y abandonando en poder de los bravos mon­
tañeses doce cañones, cuando le atacaron en los des­
filaderos de Elizondo.
Con esto, acabaron los reyes doña Catalina y don
Juan de Albrit de perder toda esperanza de ser
repuestos en su trono, y Navarra pasaba a reunirse
con este episodio histórico a la corona de Aragón
y de Castilla, para formar las tres la nación espa­
ñola.
Se ha discutido mucho, una vez realizada esta
conquista, su legitimidad, por más que D, Fernando
trató de defenderse con las célebres bulas de exco­
munión formuladas por el Pontífice Julio II. Son
varios los que creen en la falsedad de estos docu­
mentos, pero los historiadores nacionales Mariana,
Garibay, Sandoval y Zurita, defienden el hecho de
- 222 -
la excomunión, aunque 110 presentan pruebas, que
los contrarios exigen.
Sea de esto lo que fuere, lo cierto es que si todas
las conquistas se fueran a juzgar por el derecho,
pocas podrían ser declaradas legítimas; mas ésta,
que tan provechosas consecuencias había de acarrear
a España y que realizaba la unidad nacional, bien
puede, si alguna insuficiencia hubiera en la parte de
su justicia, ser contrarrestada por la grandiosidad
del fin.
CAPITULO XIV
Intervención de Navarra en los hechos
culminantes de la Historia de España.
62. Carlos I y Juan de Albrit. — 63. Las Cortes de Navarra en 1552. — 64. Las libertades navarras y los
>
reyes de España. — 65. La guerra de la Independen­
cia en Navarra. — 66. El Carlismo y sus campañas.
67. Navarra hasta nuestros días.
Hemos considerado en el capítulo anterior la unión
del reino de Navarra con los demás pueblos de la
Península, gracia 1i política sagaz del Rey Cató­
lico D. Fernnido; y con v-ta unión termina lo que
propiamente puede llamarse historia de Navarra,
teniendo que hacerlo, si quereiros proseguir en su
estudio, junta: :iente con el de las otras regiones her­
manas.
Como nuestro leseo es presentar un cuadro breve
—puesto que un compendio es esta obra—, lo más
completo posible, que abarque desde las primeras
noticias prehistóricas hasta los últimos sucesos de
nuestros días, y por otra parte, no vamos a insertar
en un resumen de historia de Navarra la narración
- 224 -
de todos cuantos hechos se han sucedido en España
desde la unión nacional hasta los tiempos en que vi­
vimos, trataremos en el presente capítulo aquellos
puntos que guardan íntima relación con el reino, que
hasta ahora ha ocupado nuestro estudio, ya porque sea
Navarra el lugar de acción en que dichos sucesos se
han realizado, ya también porque de ellos se sigan
consecuencias para ésta.
* **
62. Carlos I y Juan de Aibrit. — A la muerte
del Rey Católico D. Fernando, por el estado mental
de Ja heredera D.a Juana, que le incapacitaba para el
gobierno, subió al trono su hijo D. Carlos, nieto del
Emperador Maximiliano I.
Ya, cuando el joven monarca nacido en Gante y
educado en Flandes se dirigía a España para tomar
posesión de sus Estados, comenzó el rey francés
Francisco I a dar muestras de una animosidad con­
tra D. Carlos, que le había de acompañar en todos los
tiempos de su vida. Amenazóle por de pronto con ne­
gar el paso por su territorio, si no concedía la resti­
tución de Navarra a su antiguo rey Juan de Aibrit.
D. Carlos dilataba la grave respuesta que al fran­
cés tenía que dar, y como no le convenía de ningún
modo —tenía muchas dificultades que resolver con
la herencia de su abuelo materno— complicar su po­
sición en una prematura guerra, envió al señor de
— 225 -
Chievres a concertar unas paces con Francia, cosa fá­
cil que quedó arreglada, a justando para D. Carlos la
boda de la Princesa Luisa, hija de Francisco I.
Después de algunas dificultades que Carlos tuvo
que vencer para ser reconocido rey en las dife­
rentes Cortes de los varios reinos de la península (1),
estando en Lérida el 3110 1519, cuando se dirigía a
Barcelona, le llegó un correo que le anunciaba la
muerte de su abuelo el Emperador Maximiliano. No
vamos a reseñar aquí los numerosos obstáculos que
tuvo que atravesar fuera del reino, y también dentro,
con las sublevaciones que su marcha en busca de la
imperial corona provocó, dando lugar a las llamadas
Comunidades de Castilla y Gemianías de Valencia.
Baste decir que el 23 de octubre de 1520 fué solem­
nemente coronado Emperador en Aquisgrán, llevan­
do las vestiduras de Cario Magno; y allí juró defen­
der la Iglesia y la Justicia, proteger a los débiles y
luchar contra los infieles. Desde aquel momento, Car­
los I de España y V de Alemania era el Monarca más
poderoso de la tierra.
Como si esta elevación y rápido encumbramiento
que había alcanzado D. Carlos, colmara la copa de la
indignación de su enemigo eterno Francisco I, inme­
diatamente se alzó en armas, protegido por éste, el
pretendiente D. Juan de Albrit, y se disponía a inva­
(1) Sugeridas por el escrúpulo que los españoles sentían
después de 'haber prestado juramento de fidelidad a la reina
doña Juana, !de proclamar rey a su hijo, antes de la muerte
de ésta.
15
— 226 -
dir lo que fué su territorio, a la vez que Roberto de
la Marca intentaba sojuzgar el Luxemburgo. Muy
bien percatado D. Carlos de que sin el apoyo del
franeéis ninguno de éstos dos se hubieran atrevido a
romper las hostilidades, se quejó a Francisco I (1);
éste estimó injuriosa la imputación, desafió al Empe­
rador y comunicó a los aliados (el Papa y el rey de
Inglaterra) el hecho, proponiéndoles ir juntos contra
él; en vano trató el Emperador de justificar y ex­
plicar sus palabras; el rey de Francia pregonó el es­
tado de guerra, llamó a su Embajador y rompió las
hostilidades. Aunque el Emperador acudió buscando
el apoyo de sus aliados, negáronse éstos a prestár­
selo hasta averiguar cuál de los dos beligerantes te­
nia razón. Defendiéronse los imperiales en Luxem­
burgo e invadieron la Champaña mientras Francis­
co I atacaba Flandes, y por poco sorprende y apresa
al Emperador en Valenciennes en agosto de 1521. Mas
el peligro principal en los comienzos de la guerra es­
tuvo en Navarra.
Las tropas de este Reino habían sido enviadas a
Castilla para luchar contra las Comunidades. Al man­
do de Mr. André de Foix, señor del Lesparre, se
apoderaron de Pamplona, escasamente defendida, y
en la toma del Castillo fué herido en una pierna el
Capitán español D. Iñigo de Loyola, después funda­
dor de la ¡Compañía de Jesús, y más tarde venerado
en los altares con el nombre de San Ignacio. Pása(1)
E. Ibarra: España bajo los Ansirias,
- 227 -
ron luego a sitiar Logroño, que fué valerosamente
defendido por D. Pedro Vélez de Guevara.
La nobleza, fiel a D. Carlos, fué convocada rápida­
mente y formóse un ejército, dirigido por el duque
de Nájera, que entró en el mes de junio en Navarra,
llegando el día 30 a Escaroz. No esperaban allí la
presencia, y mucho menos el ataque de los enemigos,
por lo que, con objeto de descansar, acamparon y des­
armáronse, y cuando se disponían a comer fueron
atacados por los franceses con tanta furia, que mal
lo hubieran pasado a no ser por la maravillosa reac­
ción que experimentaron, combatiendo con ímpetu
tan grande, que a pesar de la desventaja en que es­
taban por la impresión, lograron derrotarlos, apre­
sando a su jefe Mr. De Lasparre, que después con­
siguió la libertad por un precio de 10.000 ducados,
que entregó a D. Francés de Viamonte, poderoso ca­
ballero navarro en cuyo poder estaba.
' Despidióse con esto el señor de Albrit de sus as­
piraciones a su antiguo trono, y comprendió que aun
con la alianza del francés era él muy débil para lu­
char contra la poderosa España. Quedó con esto Na­
varra ya tranquila y siguió prestando su valioso con­
curso a las empresas que el Emperador planeaba, nu­
triendo con sus hombres parte de las huestes que en
el reinado de D. Carlos habían de gastarse en nume­
rosas guerras y combates que en casi todas las partes
del mundo el nuevo César había de librar.
63. Las Cortes de Navarra en 1552. — Cansá­
- 228 -
base el Emperador y Rey del excesivo peso que su
corona mantenía, por lo cual decidió descargarse de
él o, por lo menos, buscar ayuda en su hijo el Prín­
cipe D. Felipe.
Ejerciendo la regencia en el año 1543 con secretas
instrucciones de su padre, se planteó el problema de
la boda del Príncipe; su padre quería para él la hija
del rey de Francia Francisco I, acaso para, de esta
manera, terminar cuanto antes la larga e inútil serie
de guerras que el francés, no escarmentado de mane­
ra suficiente en la para él trágica batalla de Pavía,
promovía continuamente. Tampoco hubiera parecido
mal a D. Carlos el matrimonio de su hijo con la única
heredera de Enrique de Albrit, pretendiente ahora por
herencia directa del antiguo rey de Navarra, porque
así veíase libre para siempre de alguna posible inva­
sión del territorio navarro, siempre peligrosa, y más
aún en el caso del Emperador, que casi nunca estaba
en España, ausente siempre de ella, ya por política ya
por luchas. No pareció bien a D. Felipe ninguna de
estas dos proporciones y eligió, manifestándolo por
escrito a su padre, a D.a María Manuela de Portugal,
hija de Juan III, hermano de la Emperatriz y de
D.a Catalina, hermana del Emperador, siendo por
tanto primos hermanos doblemente, y ambos nietos
de D.a Juana la Loca.
Realizóse así la boda, pero no duró mucho el pri­
mer enlace. En 1545 nació el Príncipe D. Carlos, y
cuatro días después, por una imprudencia de las ca­
mareras, moría la futura reina de España.
- 229 —
Quería el Emperador en la Dieta de Augsburgo de
1550 abordar el tema de la sucesión imperial en favor
de su hijo D. Felipe, cuando tan viva oposición se le­
vantó contra este propósito de D. Carlos, que para
evitar mayores males tuvo que renunciar a ello. En­
tonces piensa en la vuelta del Príncipe a España
para que se formara en las artes del gobierno y cuanto antes poder descargar en él el peso de la real Co­
rona.
Con el fin de ser jurado D. Felipe heredero —pro­
mesa que no tenía aun recibida de sus vasallos futu­
ros—, fueron convocadas en 1552 las famosas Cor­
tes de Navarra, en las cuales fué jurado heredero de
todos los reinos, estados y señoríos pertenecientes a la
Corona de España. Más tarde se celebraron nuevas
Cortes en Monzón, y allí le fué repetido el juramento
por los catalanes, aragoneses y valencianos, que sin
dificultad alguna siguieron el ejemplo de los na­
varros.
A partir de este momento, la intervención de don
Felipe en los asuntos de España puede decirse que
fué la del verdadero rey, habiendo dado, por lo tanto,
las Cortes de Navarra comienzo a una de las más
gloriosas épocas de la Historia de España, puesto
que, pese a los numerosos detractores de D. Felipe,
su figura se agiganta cada día más, a medida que la
investigación va esclareciendo hechos y la crítica los
sanciona.
64. Las libertades navarras y los reyes de
- 230 -
España. — Ei absolutismo de los Austrias fué seguído por los Borbones y acentuado, si cabe, en el sen­
tido de centralización.
Respecto a Cortes, que en país de unas libertades
como las de Navarra es el punto que más nos inte­
resa, diremos que Felipe V se valió de pretextos para
no convocarlas cuando se le reclamaron en 1701. Cada
vez más, aumentó la poca afición de estos Soberanos
a la convocatoria de aquéllas, y así vemos que sólo
ante acontecimientos, para los cuales eran imprescin­
dibles, se reunían. Fueron las de 1709 para jurar
como heredero al Príncipe D. Luis; en 1712 para la
renuncia de Felipe V a la corona de Francia. Una
vez rey D. Fernando VI, no fueron convocadas ni
una sola vez; Carlos III las reúne para prestar jura­
mento a su hijo, y Carlos IV congregó las del año
1789, pero redujo hasta lo ínfimo su misión.
Las de Aragón y Cataluña se van olvidando, por
desgracia, y podemos observar que, poco a poco, se
van fundiendo con las castellanas. Unicamente Nava­
rra nos había de dar el ejemplo de su firmeza y de su
constancia, que tanto le sirvió antes ya para escribir
su gloriosa historia, y es en España la única región
que conserva sus antiguas Cortes, si bien por culpa
del abusivo poder centralizador y absoluto tienen tan
escasa importancia que pueden considerarse como
una tenue luz, triste residuo de la claridad que alum­
bró sus mejores tiempos.
Como organismo superior de gobierno fueron crea­
das en Zaragoza, Valencia, Barcelona y Mallorca,
- 231 -
Audiencias regidas por Capitanes Generales y copia­
das de las que ya existían en Granada y Valladolid.
También en esto había de distinguirse Navarra, y
cuando en todos los reinos el dicho organismo fué
implantado, respétase en aquélla la antigua autori­
dad de Virrey, que representaba el supremo poder del
Monarca.
Esta centralrzadora política que venimos observan­
do en todas las organizaciones, implantóse igualmente
en el régimen de los municipios. La nación ofrecía
a este respecto una variada estructura; mientras en
Navarra y Vascongadas se sostenía el tipo de Conce­
jo abierto, interviniendo el pueblo directamente en la
administración de sus intereses, en el resto de Es­
paña el poder municipal era ejercido por los Ayun­
tamientos. En esta época que nos ocupa, los concejos
abiertos en Navarra y Vasconia se conservan sólo en
pueblos menores de cien vecinos.
Quisieron los Reyes poner término a tal situación,
y lentamente se comenzó a democratizar municipios,
creando los síndicos y diputados del común, que ha­
bían de ser nombrados por popular elección; siendo
esta reforma el precedente de la votada y establecida
en las Cortes de Cádiz de 1812.
65. La Guerra de la Independencia en Navarra.
Hecho capitalísimo de la Historia, en el que todas las
regiones pusieron su parte de heroísmo, contribu­
yendo cada una en la medida necesaria a destrozar
a aquel ejército francés que jamás hasta entonces
- 232 —
había sido vencido, fué la guerra de la Independencia;
porque ella sola había de arrojar más gloría que to­
das las campañas y todos los grandes descubrimien­
tos anteriores.
Mas el que quiere conocer las preclaras páginas de
la epopeya nacional, siente un contraste rudo que hay
entre las intrigas palaciegas, las falsías y, debemos
decirlo también, las traiciones de espíritus ruines, que
obran sin otro interés que el personal, y la sublime
generosidad y nobleza del pueblo español, que puso
al servicio de la patria hasta las últimas gotas de
sangre y los últimos alientos de su vida.
Muy crítica era la situación de España en marzo
de 1808. El rey Carlos IV acababa de abdicar entre
motines del pueblo. El omnipotente Godoy había
caído desde las cumbres del favor a las profundida­
des de la prisión de Villaviciosa, y un joven monarca,
Fernando VII, llegaba al trono cuando un ejército
extranjero ocupaba militarmente el país con objeto
aparente de dirigirse a Portugal, aunque el instinto
popular le atribuía el designio de conquista.
El General Murat, lugarteniente del Emperador
Napoleón en la península, había penetrado en ella,
según los partidarios de D. Fernando, para favore­
cer la causa de éste en contra del partido de su padre.
Sin embargo, Murat envió a Aranjuez a su ayudante
con objeto de que se entrevistara con los Reyes pa­
dres, a los cuales sugirió la idea de protestar contra
la legalidad de su abdicación. El débil Carlos IV fué
- 233 -
engañado una vez más y firmó la protesta aconseja­
da, con una fecha notoria y evidentemente falsa.
Legalmente ocupaba el trono D. Fernando VII,
mas las circunstancias le forzaban a tener que aspi­
rar a merecer, antes que el consentimiento de sus va­
sallos, el reconocimiento del Invasor. El lugarteniente
de Napoleón se abstenía de reconocerle, y el Empe­
rador se negaba a admitir las credenciales que el
Embajador del nuevo rey le presentaba.
Prescindiremos de detalles que sería muy largo
enumerar, y diremos tan sólo que por un lado los
Reyes padres con el Príncipe de la Paz D. Manuel
Godoy, y por otro Fernando VII con su pernicioso
consejero el canónigo Escoiquiz, se pusieron en viaje
para salir al encuentro del Emperador, que afirmaba
venir a solucionar el conflicto, y como no lo encon­
traron porque Napoleón no tenía semejantes inten­
ciones, creyendo que los que llegaran antes al sitio
imperial de Bayona serían reconocidos, atravesaron
precipitadamente la frontera y se pusieron en poder
del Emperador, sin necesidad de tener éste que salir
de su casa para buscarlos.
Entonces Murat recibió un corto escrito de su Se­
ñor, en el que aparecía una frase suficiente para de­
mostrar los planes de aquel hombre ambicioso, pero
grande, que había conocido la ineptitud de las reales
personas españolas: "Es una cosa esencial que la
opinión se penetre de que España está sin rey".
Fueron recibidos D. Carlos y su esposa María
Luisa, en Bayona, con honores reales por parte de
- 234 -
Napoleón, quien llamando a D. Fernando lo colocó
frente a éstos, y todos juntos, le echaron en cara
la violencia que sobre sus personas se había hecho
para conseguir la abdicación. No quiso, sin embar­
go, éste, devolver la corona a su padre, sin que am­
bos regresaran a España, donde, reunidas las Cortes,
se haría la transición.
Claro está que a Napoleón no convenía esta tác­
tica, y apenas se marchó el príncipe, dictó a D. Car­
los una carta negando a su hijo la facultad de de­
volverle una corona que no había recibido legalmente.
En esto llegaron noticias de los graves sucesos
del 2 de mayo, en Madrid, y el emperador llama
con una cólera fingida a D. Fernando, y comienza
una vergonzosa escena, en que los padres llegan a
maldecir a su hijo y a ordenarle que inmediatamente
hiciera la renuncia en favor de Carlos IV. Asustado
por las graves amenazas, escribió un documento sen­
cillo, por el que devolvía la corona al que espontá­
neamente se la había cedido. El día anterior, ya Car­
los IV había cedido sus derechos al emperador, por
lo cual la corona de España era desde aquel mo­
mento una más en el número que Napoleón había
reunido.
El día 9 de mayo, salieron para Fontainebleau
Carlos IV, María Luisa y el Príncipe de la Paz. El
10, marcharon a Valencey, Fernando VII y los in­
fantes D. Carlos y D. Antonio.
Los españoles, indignados por el proceder taima­
do de Napoleón, se aprestaron a defender con sus
- 235 —*
vidas los derechos de un príncipe, que no merecía
tal sacrificio, y comienzan las heroicas escenas de la
guerra franco-española.
El ejército francés, valiéndose de la traición, había
ido conquistando las principales fortalezas y posi­
ciones del país, aun en tiempo que los inocentes re­
yes seguían afirmando que las tropas de su querido
amigo y aliado, el emperador de los franceses, esta­
ban en España para una empresa que mucha gloria
les había de dar.
El ejemplo más claro del procedimiento empleado
por los franceses para adueñarse de los lugares que
a ellos les convenía, nos lo presenta la toma de la
Ciudadela de Pamplona.
El general D'Armanac había llegado a esta ciudad
con tres batallones. Después de alojadas sus tropas
sin ninguna oposición en la capital, recibió secretas
órdenes de apoderarse de la Ciudadela. Pidió auto­
rización al virrey, marqués de Vallesantoro, para en­
cerrar en dicha fortaleza dos batallones de suizos,
de cuya disciplina afirmó que desconfiaba.
Falló este plan a D'Armanac, porque el virrey no
se atrevió a conceder la autorización que se le pedía;
mas pronto el francés concibió una nueva treta, que
había de darle mejores resultados.
Diariamente entraban en la Ciudadela soldados
franceses, en busca de las raciones de pan, que en
ella les suministraban. Una mañana, entraron, como
de costumbre, llevando bajo los capotes armas ocul­
tas. Mientras tanto, otros se entretenían fuera, arro­
- 236 -
jándose, al parecer inocentemente, bolas de nieve,
que en gran cantidad había caído. Colocáronse sus
compañeros a presenciar el infantil juego, precisa­
mente sobre el puente levadizo, impidiendo de ecta
forma que pudiera ser éste levantado.
En el momento preciso, fué muy fác;l arrojarse
sobre la descuidada guardia, y con ayuda de las ar­
mas que habían pasado escondidas, mientras unos
los desarmaban, otros se imponían en el interior y
daban tiempo a que llegara el resto de los suyos
que ocultos en casa del marqués de Besolla, donde
D'Armanac se había alojado, estaban.
No es de extrañar, pues, que con esta clase de
procedimientos ocuparan muy pronto, sin ningún tra­
bajo, posiciones que la inconsciencia o tontería del
soberano español, que seguía considerándolos como
amigos, mandaba respetar, por no contrariar a su
fiel aliado.
Decretada por Napoleón la entrega del trono de
España a su hermano José, comenzó el período ál­
gido de la rebelión y de la lucha. Convocadas Cor­
tes, se dio lectura a un proyecto de Constitución
compuesto de trece títulos y 128 artículos (1). El
título xi establecía la unidad de Códigos civil, cri­
minal y de comercio; sin embargo, el artículo 144
establecía la excepción a favor de los Fueros de las
provincias Vascongadas y de Navarra, los cuales sub­
(1) Al aprobarse la Constitución quedó aumentado el nú­
mero de artículos hasta 146. Fué jurada el 8 de junio.
- 231 —
sistirían en tanto que las Cortes acordaban lo más
conveniente.
Al comenzar junio de 1808, las fuerzas francesas
introducidas en la península eran de 161.353 hom­
bres y 21.580 caballos. Movilizados los invasores,
Verdier se adueña de Logroño; La Salle se apodera
de Torquemada; Merle toma a Santander, y Lefebvre, después de derrotar a los españoles en Tudela y Alagón, pone sitio a Zaragoza.
El segundo cuerpo, mandado por Dupont, se en­
caminó a Andalucía. Las maniobras de los españoles
le obligaron a retirarse a Andújar, y el general Cas­
taños ocupó Bailen. Dupont, ignorando esta conquis­
ta, emprendió la retirada hacia dicha ciudad, y al
amanecer del 19 de julio, les salieron al encuentro
las tropas de Reding; trabóse la pelea, que duró
hasta el mediodía, y Dupont, desesperado por no
recibir auxilio, pidió una suspensión de hostilidades,
que le fué concedida. El día 22 se firmó la capitula­
ción. y el ejército francés rindió las armas.
Este triunfo animó a los bravos españoles, y toda
la península ardía en horrorosa lucha. Inglaterra, por
luchar contra su eterna enemiga Francia, mando un
ejército, que ayudó no poco a la derrota del francés.
Si Navarra y las Vascongadas retardaron algún
tiempo su alzamiento, fué por ser limítrofes con
Francia y tener tomadas sus dos plazas fuertes prin­
cipales; auxiliando, a pesar de esto, a las provincias
sublevadas, eficazmente, hasta que, más desembara­
- 238 -
zadas ellas, demuestran por si solas el amor patrio
que como a todas animaba.
Las Juntas generales que se habían creado en cada
provincia, para tener más homogeneidad, se reúnen
en una llamada Junta central, formada por treinta
y cinco representantes.
Viendo Napoleón el mal cariz que los asuntos de
España tomaban para sus armas, se decidió a ponerse
al frente del ejército, que con los refuerzos añadi­
dos llegaba entonces a 300.000 hombres.
Entra, pues, el Emperador, dispuesto a terminar
cuanto antes la guerra de España, y desde Burgos
ordena una serie de operaciones para combatir al
ejército español del centro, único a la sa*zón fuerte,
despúes de los descalabros que había sufrido el de
la izquierda.
El mariscal Lannes, con las tropas de Lagrange
y Colbert, del sexto cuerpo, con las del tercero, que
mandaba Moncey, y con la división de MauriceMathieu, reúne en Lodosa, el 20 de noviembre, unos
35.000 hombres, que habían de operar en combina­
ción con los 20.000 del rtiariscal Ney, que por Soria
marchaba en dirección a Navarra.
Presentados algunos escuadrones en las cercanías
de Tudela, el general Castaños colocó a sus volunta­
rios aragoneses con la quinta división de valencia­
nos y murcianos, que hacían un contingente de
20.000 hombres, en la parte más alta, frente a la
ciudad; la cuarta división, de 8.000 hombres, manda­
da por Peña, en Cascante, y en Tarazona, las otras
— 239 -
tres divisiones, mandadas por- Grimarest, que en to­
tal sumaban 14.000.
Atacó el general Maurice-Mathieu, y la quinta di­
visión, con los batallones de aragoneses, resistió tan
bravamente, que rechazó y persiguió a los franceses,
hasta que, reforzados por el general Morlot, reaccio­
naron y destrozaron nuestro centro.
Castaños tuvo que refugiarse en Borja, y Peña
era batido en Cascante por el general Lagrange, y si
el mariscal Ney no se hubiera detenido un día en el
camino, las divisiones de Grimarest hubieran sido
copadas en Tarazona, perdiéndose así totalmente el
ejército central.
Tal fué el resultado de la batalla de Tudela, el
23 de noviembre de 1808, que abrió a los franceses
el camino de la capital de España, siendo el 4 de
diciembre la fecha de su capitulación. Además, per­
mitió a los invasores llegar hasta Zaragoza, y co­
menzar en este mes el segundo sitio de la heroica
ciudad.
Muy pronto, noticias recibidas de Austria, obli­
garon al emperador a marchar rápidamente a París,
y la conquista volvió con esto a sus cauces lentos
e inseguros.
Adelantaban poco las armas napoleónicas ante el
increíble arrojo de los españoles, pero con todo, hubiéranse éstos visto pronto sojuzgados por la po­
tencia del enemigo, si Francia no hubiera sido de
nuevo atacada por otra coalición europea. Retiró el
emperador refuerzos de España, para gastarlos en la
- 240 -
campaña que comenzaba, y humilladas sus armas en
la batalla de Leipzig, pensó seriamente en abandonar
sus aspiraciones al dominio de esta nación, y con­
certó con Fernando VII su libertad, reintegrándose
éste a la patria, que había sido destruida por su cau­
sa; mientras él, desde Valencey, escribía a Napoleón
felicitándole por los triunfos que su ejército lograba
sobre los nobles defensores suyos (1).
Con razón, años más tarde, confesaba Napoleón:
"No acerté, al secuestrar al joven rey; sino que debí
dejar que lo conociese todo el mundo, para desen­
gañar a los que se interesaban por él" (2).
66. El carlismo y sus campaña».—«Quiso don
Fernando VII, que sólo tenía como heredera a la
infanta Isabel, asegurarle la sucesión del trono; y
(1) En el Monitor de París se 'publicaron algunas cartas
como la que copiamos a continuación, y que, como dice don
'Modesto La fuente, fueron desconocidas entonces en España.
En el número del 5 de febrero de 1810, aparece en el Menitor la carta siguiente de D. Fernando, dirigida a Napoleón:
" Señor: El placer que he tenido viendo en los papeles pú­
blicos las victorias con que la Povidencia corona sucesiva­
mente la augusta frente de V. M. I. y R. y ol grande inte­
rés que tomamos mi 'hermano, mi tío y yo, en la satisfacción
de V. M. I. y R. nos estimula a felicitarle con el respeto,
el amor, la sinceridad y reconocimiento en que vivimos bajo
la protección de V. M. I. y R.
Mi hermano y mi tío me encargan que ofrezca a V. M. su
respetuoso homenaje, y se unen al que tiene el honor de ser
con la más alta y respetuosa consideración, Señor, de
V. M. I. y R. el más humilde y más obediente servidor. —
Fernando. — Valencey, 6 de agosto de 1809".
(2)
Memorial de Santa Elena.
- 241 —
para ello, publicó una Pragmática Sanción, decretada
por Carlos IV, a petición de las Cortes de 1789, por
la cual se restablecía la antigua legislación de Es­
paña sobre Ja sucesión de las hembras, en contra de
la hasta entonces acatada ley Sálica.
El infante D. Carlos, hermano del rey, protestó
de esta maniobra de D. Fernando, y le participó que
después de su muerte no respetaría esta disposición
y se dispondria a la lucha para conseguir el trono que
sus derechos le habían de deparar.
Enfermó Fernando VII, y un desmayo del rey
vino a hacer creer a todos que había muerto. D. Car­
los y sus partidarios celebraron el triunfo que creían
próximo, pero D. Fernando volvió en sí y comienza
una rápida mejoría.
Percatáronse los reyes entonces del peligro que
la presencia de D. Carlos para su hija suponía, y se
obligó a éste a salir de España, llegando, en efecto, el
29 de marzo de 1833 a Lisboa. Comienza una co­
rrespondencia entre los dos hermanos, que dejaba
traslucir abiertamente los sentimientos de éstos; don
Fernando, mandándole con dulzura que prosiguiera
su viaje hasta los Estados pontificios inmediatamen­
te, y D. Carlos, alargando cuanto podía, con disi­
mulo primero y descaradamente después, su aleja­
miento de Portugal, lugar en que, por su indepen­
dencia y su proximidad a España, estaba perfecta­
mente (1).
(1) ¡Es curiosísima la correspondencia de los dos herma­
nos en este período, llegando D. Fernando desde el cariñosí16
- 242 -
Murió a poco Fernando VII, y con arreglo a su
testamento, quedó su mujer, Cristina, gobernadora
del Reino y tutora de sus hijas. Los partidos polí­
ticos se prepararon a la lucha; D. Carlos fomentaba
la ruptura, y muy pronto estalló en forma asoladora.
A cada dispersión de una partida carlista, surgían
varias por distintas partes; claro está, que Navarra
llevaba la primacía en esto, pudiendo considerarse
como la patria del carlismo. Aumentaban los defen­
sores del pretendiente, de día en día, y molestaban
sin cesar al enemigo, porque con su agilidad y estilo
propio del combate en guerrillas, le obligaban a una
porción de marchas y contramarchas fatigosas.
La primera guerra carlista, durante el año 1838.
había registrado como sucesos de mayor relieve, en
Navarra, la toma de Peñacerrada por el general Es­
partero, y la derrota del general carlista Guergué,
que acudió a auxiliar la citada plaza.
Era el general en jefe de D. Carlos,, el bravo Maroto, pero por los sucesivos desgastes que su ejér­
cito se vió obligado a sufrir, llegó a un punto en que
sólo podía realizar una labor defensiva con sus 8.000
hombres. En 1839, perdieron los carlistas, por la
parte de Navarra, a Belascoain, y por la derecha de
su línea, los fuertes de Ramales y Guardamiro.
Desconfiábase, por calumniosas delaciones, de la
fidelidad de Maroto, y en los primeros días de agosto
/
—
^imo encabezamiento "<Mi muy querido hermano mío de mi
vida, Carlos mío de mi corazón", al seco y autoritario de
"Infante de España".
- 243 -
del ya dicho año, se sublevaron contra él los bata­
llones 5.°, 11.° y 12®, de Navarra, y algunos ele­
mentos guipuzcoanos renegaron también de la dis­
ciplina.
En este estado de cosas, el general Espartero ini­
cia con mayor intensidad su movimiento de avance,, y
con la conquista por las tropas liberales de la plaza
de Durango, entra en el ánimo del general carlista
la persuasión de que eran inútiles cuantos esfuerzos
realizaran.
Exigía Maroto, como condiciones previas para la
paz, el mantenimiento íntegro de los Fueros y la se­
guridad de que serían respetados los grados obteni­
dos por los oficiales del ejército carlista. Requerida
Francia para mediar en la solución de la contienda,
añadió a éstas la condición de que D. Carlos renun­
ciara al trono, y que el heredero de éste contrajera
matrimonio con la reina doña Isabel. El Gobierno
inglés, llamado también a deliberar en el asunto, no
estuvo conforme con la proyectada boda, y redujo
sus proposiciones a las presentadas por el general
carlista.
Puestos de acuerdo en este sentido, Maroto y Es­
partero, accedió al ajuste firmado en Oñate y con­
firmado más tarde en Vargara.
Este famoso convenio constaba de las siguientes
estipulaciones: se obligaba Espartero a recomendar
al Gobierno la concesión o modificación de los Fue­
ros. Se reconocían los empleos y recompensas a to­
dos los individuos del ejército carlista. Como en la
- 244 —
fecha en que se firmaba el pacto, seguían en armas
las divisiones de las provincias de Alava y Navarra,
habían de regir para ellas, si se presentaban, las
mismas estipulaciones que se habían concedido. Fi­
nalmente, se pondrían a disposición del general Es­
partero los parques de artillería y depósitos de armas
que pertenecían al ejército de Maroto.
Ante este hecho, que significaba la pacificación,
D. Carlos abandonó el país, no sin quejarse de que
"al oro extranjero y al precio vil de la conservación
de algunos grados" se habían vendido los carlistas, y
con ellos su Dios, su Rey,, su Patria y sus Fueros (1).
D. 'Carlos había renunciado sus derechos en favor
del hijo y heredero suyo, de su mismo nombre, que
se conoce en la Historia con el titulo de conde de
Montemolín.
Pensando D. Francisco de Asís, esposo de la reina
doña Isabel, realizar un acercamiento que juzgaba
beneficioso, entre D. Carlos y el trono, comenzó una
serie de imprudentes negociaciones, que hicieron
aumentar el número de personas que simpatizaban
con el carlismo, poniendo a éste en disposición de
actuar en favor de sus intereses.
D. Jaime Ortega, capitán general de las Baleares,
apareció aliado a la causa del pretendiente; y en
Palma de Mallorca se unió con D. Joaquín Elío, con­
duciendo las tropas de su mando a San Carlos de
la Rápita, donde desembarcaron el 2 de abril. Los
v
(1)
Zabala: Historia Contemporánea de España.
- 245 —
soldados,, que ignoraban la causa de la expedición,
cuando la conocieron por unos vivas dados a don
Carlos, contestaron con vivas a la reina Isabel, y
esta disposición motivó el fracaso del alzamiento
iniciado.
Por si esto fuera poco para la causa carlista, en
los comienzos del año 1861 fallecieron el preten­
diente, su esposa, D. Fernando, hermano de aquél,
y no quedó más representante del legitismo que don
Juan de Borbón, hermano del conde de Montemolín.
Descontentos los carlistas por las ideas y procedi­
mientos de éste, lo exoneraron y aclamaron a su
hijo, con el nombre de Carlos VII, dando lugar con
ello a la tercera guerra carlista.
Al alzamiento que esta proclamación acarreó, acu­
dió, con objeto de sojuzgarlo, el duque de la Torre.
Desde abril de 1872, habían aparecido en Navarra
y Vascongadas los absolutistas, en armas otra vez,
con nuevo ímpetu. Penetró D. Carlos por la frontera
de Ascain, y se dirigió a Oroquieta, donde fué dete­
nido por el general Moriones, que le obligó a regre­
sar precipitadamente a Francia. Luchóse, no muv
intensamente, por el lado de Vizcaya, y por fin, se
ajustó el convenio de Amoravieta (1), con las esti­
pulaciones que eran corrientes, y que fueron presen­
tadas en la siguiente forma:
"1.° Se concede indulto general a todos los in­
surrectos carlistas que se hayan presentado, los cua­
(1) (El 24 de mayo de 1872.
- 246 —
les serán provistos de un documento para que nadie
les moleste.
2.° Gozarán de igual beneficio los que en adelan­
te se presenten con armas o sin ellas, a los cuales
se les dará todo género de garantías para su segu­
ridad.
3.° Los que hubieran venido de Francia, podrán
volver o quedarse en España, y al efecto, se les
proveerá del salvoconducto necesario, para que por
nadie sean molestados.
4.° Los Generales, Jefes y Oficiales y demás indi­
viduos de tropa que, procedentes del Ejército, se hu­
bieran alzado en armas en favor de la causa carlista,
podrán ingresar de nuevo en el Ejército, con los mis­
mos empleos que tenían al desertar.
5.° La Diputación de Vizcaya, se reunirá, con
arreglo al fuero, so el árbol de Guernica, y deter­
minará el modo y manera de pagar los gastos que
ha ocasionado la guerra con motivo de la insurrec­
ción."
No convenció este final a D. Carlos, y penetrando
en España de nuevo, se dirigió a Bilbao, y la guerra
civil adquirió nuevos bríos en su siempre bien abo­
nado campo de Navarra, Vascongadas y Cataluña.
En Cortes, que por entonces había convocadas con
objeto de fortificar la República que del caos poli tivo había nacido, se dió cuenta a la Cámara de la
situación del país; de cuya exposición resultaba, que
las provincias Vascongadas y Navarra se hallaban
en su totalidad en poder de los carlistas, y que éstos
— 247 -
amenazaban Castilla, por la parte de Burgos, y pasa­
ban el Ebro cuantas veces querían, destrozando los
campos de Aragón y Cataluña.
No paró en esto el auge del poder del pretendien­
te, sino que, dueñas sus huestes de Portugalete, pu­
sieron sitio a Bilbao, y Moriones, que acudió en su
socorro, fué vencido en San Pedro Abanto, y poco
después, el duque de la Torre quedaba mal parado
en los campos de Somorrostro. Por fin, el marqués
del Duero lo libertó, penetrando en su recinto, y ale­
jando a las tropas carlistas.
Continúa hasta los últimos días del año la guerra
fratricida en Guipúzcoa, y allí sufre D. Carlos una
grave derrota al intentar la toma de Irún; sigue tam­
bién en Navarra, cuya capital cercaban las tropas
del pretendiente; y en forma mucho menos vigorosa,
se mantiene, con pequeñas escaramuzas, en Cataluña,
Castilla y Andalucía.
En 1878, de nuevo la guerra se siente reanimada
por algunos hechos favorables a las armas carlis­
tas, pero el general Martínez Campos, que operaba
en Cataluña, se apodera de Olot, iniciando una sagaz
política de atracción; y más que nada afirmó a don
Carlos en la creencia de que su causa estaba perdida,
el abandono del Generalísimo de sus ejércitos, el
prestigioso jefe D. Ramón Cabrera, que reconoció,
deseoso de paz y de descanso, la Monarquía de Al­
fonso XII, proclamado en Sagunto por el General
Martínez Campos, como medio único de poner fin al
- 248 -
estado caótico en que se encontraba la política en Es­
paña.
Los liberales realizan entonces hermosas conquis­
tas, como por ejemplo la de Estella, debida al arrojo
del valiente General Primo de Rivera, y todos estos
desastres que para el absolutismo se sucedían, deter­
minaron en D. Carlos la decisión de abandonar la
tantas veces pretendida tierra española, acto que rea­
lizó el 28 de febrero del año 1876, retirándose a Pau,
mientras D. Alfonso recorría los campos de batalla, y
regresaba a Madrid, acompañado de brillante repre­
sentación del ejército victorioso.
67. Navarra hasta nuestros días. — Muerto
prematuramente el rey D. Alfonso XII, asumió la
regencia su viuda D.a María Cristina. "El estado de
feliz esperanza de esta señora, cuya sola descendencia
anterior eran dos niñas de 5 y 3 años„ abría a la su­
cesión del trono un paréntesis de incertidumbre, que
la ciencia misma era impotente para cerrar hasta des­
pués de transcurridos más de cinco meses" (1).
El 17 de mayo de 1886, poco después del medio
día, nació el Príncipe que había de reinar con el nom­
bre de Alfonso XIII.
Reciente todavía el destronamiento del último Rey
de España, no es momento propicio para juzgar su
reinado. Unicamente diremos que durante él, el afán
centralizador continuó absorbiendo las libertades re­
(1) Zabala. Ob. cit.
CATEDRAL DE PAMPLONA.
PUERTA CLAUSTRAL DE NTRA SRA. DEL AMPARO
- 249 —
gionales, sobre todo en el largo período dictatorial.
Proclamada la República, se inicia una corriente
revolucionaria, que originará probablemente grandes
cambios en nuestra patria. Siendo una de las institu­
ciones que quizá sienta de modo más radical la re­
forma. la Iglesia, a cuya defensa se aprestan los ca­
tólicos; y los navarros,, reunidos bajo el histórico
árbol de Guernica, con el lema ^Dios y Fueros",
acordaron redactar un Estatuto que, en intima unión
con los vascongados, mantenga esas libertades sa­
gradas por las que Navarra luchó constantemente.
En la vida nacional se abre un misterioso interro­
gante que la crisis del mundo presenta inquietador;
pero el porvenir no debe acobardarnos, sino animar
nos a prestar ayuda, confiando siempre en las ener­
gías de la vieja España, que sabrá vencer las nue­
vas dificultades, como triunfó siempre de todas las
que a su paso, en el camino de la Historia, le sa­
lieron.
CAPITULO XV
Derecho y cultura en este período.
68.
Derecho vigente. — 69. Bellas Artes. — 70. Lite­
ratura.
68. Derecho vigente. — Ya decíamos que el
Fuero general de Navarra no ha llegado hasta nos­
otros en su forma primitiva. Se hicieron dos refor­
mas, llamadas "Amejoramientos del Fuero", por
D. Felipe III,. en 1330, y por D. Carlos III, en 1418.
Este segundo Amejoramiento no está en vigor.
Además de los fueros hay otra fuente del Dere­
cho navarro que son las leyes. Se decretaban por el
Rey a instancia de las Cortes, y de ellas se hicieron
varias recopilaciones.
Es digna de especial mención, entre ellas, la "Noví­
sima Recopilación de las Leyes del Reino de Nava­
rra", hecha por D. Joaquín de Elizondo y publicada
en 1735, después de haber sido aprobada y confir­
mada por las Cortes de Estella.
Después de esta recopilación siguieron promulgán­
dose leyes, que formaron ocho cuadernos, que com­
prenden las de los años 1724 a 1829.
- 252 -
La ley de 25 de octubre de 1839 confirmó los Fue­
ros de Navarra, "sin perjuicio de la unidad constitu­
cional de la Monarquía", y autorizó al Gobierno para
introducir en la organización política y administra­
tiva las variaciones necesarias, de acuerdo con los
representantes locales. Por virtud de tal autorización,
se dió la ley de 16 de agosto de 1841 y el Real de­
creto de 29 de octubre del mismo año (1).
Forman el Derecho civil vigente en Navarra las
disposiciones siguientes:
I. Leyes modernas, dadas en Cortes generales, y
ley paccionada de 16 de agosto de 1841.
II. Leyes posteriores a la Novísima Recopilación.
III. Fuero general y amejoramientos.
IV. Derecho romano.
V. Leyes de Partida.
VI. Código civil español.
Son navarros los hijos de padre o madre nava­
rros nacidos en el territorio, y los que tengan carta
de naturaleza de las Cortes de Navarra o de la Di­
putación; además, los que ganen ciudadanía navarra,
según el Código civil español.
La vecindad forana es de tres clases: procedente
de residencia personal; procedente de tener bienes
para dejar a cada hijo de la casa un casal y tierras;
procedente de tener una sola casa del pueblo, cercada
de soto.
Sánchez Román niega que exista la vecindad fo­
(1) S, 'Minguijón, ob. cit.
- 253 -
rana; el Tribunal Supremo la reconoció por senten­
cia de 24 de mayo de 1867.
La mujer casada no puede adquirir, sin licencia
del marido, sino a título lucrativo, ni puede gastar
por sí para necesidades de la casa más de dos robos
de harina,, ni para otros fines más de un robo de
salvado.
El padre, al convolar a segundas nupcias, pierde la
tutela y administración de los hijos del primer ma­
trimonio, y, si no les reparte los bienes, forma con
ellos sociedad continuada y han de participar por
igual con los del segundo matrimonio en las ganan­
cias de éste, en tres partes: una para el padre y otra
para cada estirpe de hijos.
Los padres y los hijos se deben entre sí alimentos,
pero los hijos no tienen esa obligación si los padres
venden o empeñan sus fincas.
Los labradores están exentos de la obligación de ser
tutores; pueden serlo si se prestan a ello. La retribu­
ción de los tutores es el 5 % del producto líquido de
la renta del pupilo.
Para ser arrendados los bienes de menores, han de
ser sacados en arrendamiento a pública subasta por
pujas a la llana, en la Casa del Lugar, previo pregón,
con plazo de veinte días.
En la Montaña navarra hay vestigios de Consejo
'de familia; cuando ambos cónyuges mueren intesta­
dos dejando hijos, la Junta de Parientes de ambas
líneas designa el heredero y fija la legítima de cada
- 254 -
uno de los otros; suelen reunirse dos parientes por
cada línea.
Las edades de derecho en Navarra son los 7, 14 y
25 años. Los mayores de 14 y menores de 25 rigen
su capacidad por el Derecho romano.
Bastan para acreditar la posesión dos vecinos de
buena fama.
El dueño de una heredad puede cambiar la servi­
dumbre de paso que tenga ésta en favor de otro
fundo, mientras el nuevo paso que dé no cause per­
juicio o molestia grave a los interesados. Cuando
precisa dar paso para una heredad, el dueño ide ésta
dará voces desde ella, y por donde llegue el primer
hombre que acuda al llamamiento será dado el paso.
No hay derecho a pastos en heredad ajena sino
en las abiertas, después de levantadas sus cosechas o
¡cubierto el fruto que el ganado pudiera hacer daño.
No es permitido poner colmenas dentro de 200 va­
ras de radio de un colmenar existente, ni otro col­
menar dentro de las 300 varas.
La donación de más de 300 ducados requiere insi­
nuación judicial y otorgamiento por escritura pú­
blica, si no es para matrimonio o transacción de plei­
tos ; en caso contrario, la donación entera es nula. La
donación de padres a hijos es irrevocable y no colacionable; pero los padres viudos no pueden dar a un
hijo bienes' del abolorio sin licencia de los demás
hijos.
Pueden testar libremente la mujer mayor de 12
años y el hombre mayor de 14, Vale el testamento no
- 255 —
escrito, hecho por un enfermo ante dos testigos o ca­
bezaleros, pero éstos deben protocolizarlo ante No­
tario con testigos instrumentales, como si los cabeza­
leros juntos fuesen el testador. Enfermos o sanos
pueden escribir su testamento o hacerlo escribir,, pre­
sentes los cabezaleros; y, si alguno lo impugna, éstos
deben citarlo a la puerta de la iglesia y allí leer el
testamento ante testigos, jurar, de cara a la gente, que
aquél es el testamento del difunto y darlo por con­
firmado, pues ese juramento basta. Si están enfer­
mos, pueden jurar en su cama. En despoblado, basta
para causar testamento, la manifestación de la vo­
luntad del testador, dicha ante tres testigos de cual­
quier sexo que no tengan interés en el testamento;
si uno es clérigo de buena fama, bastan dos testigos.
El testador casado y con hijos puede encargar a su
cónyuge que designe heredero y fije las legítimas de
los otros. Cabe también entre los cónyuges la insti­
tución de heredero del premoriente al sobreviviente.
Es plena la libertad de testar. Los padres pueden ins­
tituir herederos aun a extraños; la legitima de los
hijos es cinco sueldos carlines y sendas robadas de
tierra en monte común.
Cada cónyuge, durante su viudez, tiene el usu­
fructo de todos los bienes del otro, ha de comenzar
el inventario de esos bienes dentro de los cincuenta
días siguientes a la viudez y acabarlo en no más de
cincuenta días desde que lo comenzó.
Son bienes de abolorio los que posee el abuelo,, cuyo
hijo ha muerto dejando hijos. Son bienes de patri-
- 256 -
moni o los que el padre tiene heredados del abuelo o
donados por éste. Son bienes conquistados los obte1nidos por otros títulos que no sean herencia o dona­
ción de padres o abuelos.
Según fuero, los bienes de patrimonio o conquis­
tados no son heredados abintestato por los ascendien­
tes, sino por los colaterales más próximos; pero se­
gún la Novísima Recopilación, suceden en esos bienes
los hermanos, y a falta de ellos los padres; éstos su­
ceden también a ios hijos en los demás bienes, menos
en los troncales y dótales, pues en estos dos suceden
los parientes más próximos de la respectiva linea.
Si alguna persona hiciese donación por causa de
matrimonio y el donatario muere sin hijos, el donan­
te recobra la donación. En la linea colateral heredan
abintestato los parientes más próximos, sin derecho
de representación.
Los arrendatarios son de enero a enero en fincas
rústicas, con renovación cada año para no causar
prescripción.
El laudemio por venta de feudo enfitéutico es del
2 % del valor actual de la finca. El enfiteuta debe
notificar el proyecto de venta al señor directo.
Es admitido el comiso para cobrar el principal, ren­
tas atrasadas y costas, si está pactado en instrumento
público.
La pensión del censo consignativo es del 5 %. Por
instrumento público han de constar el censo, la en­
trega del capital ante el Notario y ser gravada con el
censo una cosa inmueble y productiva; son nulos to­
- 257 -
dos los pactos agregados que agraven la condición del
censatario; este censo es siempre redimible a volun­
tad del deudor, con aviso previo de dos meses y obli­
gación de redimir dentro del año de haber avisado.
Es extinguible también por prescripción. En el cen­
so reservativo, el censalista tiene derecho de comiso
en ganados, o en el fundo mismo si le debe el censa­
tario dos anualidades; pero si el censatario las paga
y el censalista acepta el pago, ha de cesar el comiso.
El perdidoso en juego de envite o azar puede re­
clamar del ganancioso lo que perdió; son juegos de
envite y azar los de dados, carteta, vueltos y al parar.
Pueden ser fiadores los mayores de catorce años.
El fiador puede oponerse a que su fiado grave o
enajene sus bienes. El fiador de otro no puede ser
su abogado en el pleito de aquella deuda. No pueden
ser objeto de prenda los ganados destinados a la la­
branza.
Causan prescripción adquisitiva veinte años entre
presentes y treinta entre ausentes. Causan prescrip­
ción adquisitiva en favor del plantador de viña en he­
redad ajena tres años, si el dueño de la heredad du­
rante este tiempo entraba y salía en el pueblo y no se
opuso. Prescribe por un año la acción del comodante
para reclamar pérdida o daños de la bestia dada en
comodato (1).
69. Bellas Artes. — Respecto a la arquitectura
(1) J. Moneva, ob. cit.
17
— 258 -
en este período, ya citábamos (cap. XII) las ruinas
del monasterio de la Oliva (siglo xv) y nada más he­
mos de añadir, pues las obras arquitectónicas del re­
nacimiento carecen de importancia en Navarra. Sír­
vanos de ejemplo la fachada neoclásica de la catedral
de Pamplona.
En Navarra se manifiesta floreciente la escultura
gótica del siglo xv, en la cual se revela poderosa­
mente la influencia de la escuela flamenca.
En los comienzos del siglo xv presenta el arte na­
varro al escultor de Tournai Janin de Lomme, de
quien Bertaux ha comprobado que fué escultor de
cámara del rey Carlos III el Noble. Parece verosímil
que este maestro belga pasara por la escuela de Borgoña„ aun cuando Bertaux lo niega (1). Por lo de­
más, bien pocas noticias tenemos de su persona. Sa­
bemos que en 1411 había esculpido ya una imagen del
Bautista, para Carlos el Noble, desgraciadamente
perdida, y que cinco años después (1416), comenza­
ba el sepulcro del monarca, que había de ser su obra
maestra. Hoy es, por otra parte, la creación capital
de escultura del foco artístico en que aparecieron
Campin y Weyden, y, por lo tanto, uno de los jalo­
nes esenciales del renacimiento septentrional.
El monarca y su esposa, con las manos unidas,
descansan en un gran lecho rectangular de mármol
oscuro, que hace resaltar el blanco purísimo de los
(1) Kad Woermann: Historia del Arte. Tomo IV, li­
bro III, B.
- 259 -
bultos y de la decoración restante. Dos grandes do­
seles protegen la cabeza de los difuntos, y en las
paredes laterales, otros más pequeños coronan las
estatuillas de llorones, separados por los delgados
pilares.
A Janin de Lomme se le atribuye también el se­
pulcro de Lionelo de Navarra y de su esposa doña
Elfa de Luna, de la misma catedral de Pamplona, y
el del canciller del reino D. Francisco de Villaespesa y de su mujer, en Tudela. Como obra de su
taller se citan las esculturas de la fachada norte de
aquella catedral (1).
En el período plateresco, podemos señalar al na­
varro (o francés, según otros) Esteban de Obray,
autor de la sillería del coro del Pilar de Zaragoza.
La sillería del coro de la catedral de Pamplona co­
rresponde a este período.
•Con el pamplonés Miguel de x\nchieta (-J- 1598)
surge en Navarra un artista indígena, de tempera­
mento español fuertemente pronunciado, y cuyo cru­
cifijo, de madera pintada, de la catedral de Pam­
plona, representa al Salvador expirante, con la ca­
beza inclinada y el cabello caído sobre la frente, ya
en una convulsión rígida. Miguel de Anchieta es
notable por la fuerza de expresión en sus imágenes,
como lo patentiza,, entre otras obras, en Burgos y
Aragón, el suntuoso retablo de la iglesia parroquial
de Tafalla.
(1)
H. Stegimann: La escultura de occidente, VI, 24, c.
- 26Ü -
En cuanto a la pintura, citaremos el retablo de
la capilla del canciller Villaespesa, en la catedral de
Tudela (hacia el año 1426), en el cual campea el
estilo flamenco, importado allí sin duda por la soli­
citud de Carlos el Noble, que se rodeaba de artistas
de variadas escuelas. ¡Reflejos del mismo estilo fla­
menco descúbrense en el retablo mayor de la citada
catedral, pintado a fines del siglo xv por Pedro Díaz
de Oviedo (1).
70. Literatura.—La literatura no alcanza gran
desarrollo en Navarra, siendo relativamente pocos,
comparados con el cúmulo de escritores nacionales,
los navarros sobresalientes en este aspecto de la cultnra. Tal vez se deba esto a la gran importancia
que alcanzó la lengua vasca y al carácter peculiar
de los naturales, más práctico que teórico, antes
preparado a la acción que a las sedentarias tareas
del escritor. Bastará que citemos a S. Francisco
Javier para comprender el carácter navarro.
Diremos algo, sin embargo, de los escritores na­
varros (1).
Tenemos, en primer lugar, a fray Diego de Estella (1523-1578),, que trocó su apellido, Ballestero,
por el de su ciudad natal, al profesar como francis­
cano. Su obra capital es las Cien meditaciones devo­
tísimas del amor de Dios (1578), que tiene el defecto
(1) F. Naval, ob. cit.
(1) (Vide Hurtado y Patencia, ob. cit.
— 261 —
de excesiva erudición en muchos casos, aunque por
su método ordenado y por su expresión clara y
atildada, pase el autor por uno de los escritores as­
céticos que mejor manejan la lengua castellana. Tam­
bién escribió De la vanidad del mundo, muy leído
por las personas piadosas, y la Vida y excelencias
de San Juan Evangelista.
Mayor importancia tiene Pedro Malón de Echaide.
Nació en Cascante y profesó en el convento de San
Agustín, de Salamanca (1557); fué discípulo de fray
Luis de León, y, más tarde, catedrático en las Uni­
versidades de Huesca y Zaragoza; ocupó altos car­
gos en la Orden y adquirió gran fama como predi­
cador, como teólogo y como poeta. Murió en Bar­
celona (1589).
Su nombre como escritor lo debe al Libro de la
Conversión de la Magdalena, "libro—dice Menéndez
y Pelayo—el más brillante, compuesto y aseado, el
más alegre y pintoresco de nuestra literatura devota;
libro que es todo colores vivos y pompas orientales,
halago ponderable de los ojos".
De otros libros, perdidos,, del padre Malón, pa­
rece que se encuentran huellas en Discursos predi­
cables y la Hierarchia celestial, del padre Jerónimo
de Saona, que acaso trasladara a sus obras los ma­
nuscritos de su compañero de hábito Malón de
Echaide.
Citaremos también a Juan de Hitarte de San Juan
(1530P-1591 ?), natural de San Juan de Pie de Puer­
to. Tomando por modelo a Galeno, escribió su Exa­
— 262 —
men de ingenios para las ciencias (1575), muchas
veces reimpreso en los siglos xvi y xvn, y tradu­
cido a numerosas lenguas.
Huarte, es uno de los médicos más cultos y filó­
sofos de su tiempo; por su lenguaje selecto y puro,
puede considerársele como modelo literario. Muchas
de sus ideas se consideran como una adivinación de
la pedagogía moderna. Debe ser considerado como
precursor de la Antropología y de la Psicofísica.
Mucho más moderno es el escritor con que vamos
a terminar estas breves notas. Nos referimos a Fran­
cisco Navarro Vil!oslada (1818-1895).
Navarro Villoslada, natural de Viana, fué perio­
dista católico, y fundador, con Gabino Tejado, de
El Pensamiento Español. Incluye las tradiciones vas­
cas en su novela Doña Blanca de Navarra (1847).
Tanto en ésta, como Doña Urraca de Castilla (1849),
tienen gran sabor arqueológico. Al fin de su ca­
rrera,, publicó Aniaya, o los vascos en el siglo V I I I
(1877), verdadera epopeya de Euscaria, puesta en
el momento de unirse en el Cristianismo la raza
visigoda con la vasca, frente al poder del Islam.
García Jiménez, señor de Abarzuza y las Amezcoas,
Teodosio de Goñi, Amaya, Eudon, Ranimiro, Pelayo, Petronila... son seres con vida propia, que pa­
recen salir del marco de la fábula para incorporarse
al de la historia.
Epílogo
Toca a su fin nuestro trabajo. A lo largo de éstas
páginas, han desfilado los personajes de la Historia,
dejando a su paso un recuerdo de gloria y de ideal.
Nos resta solo, contemplar en una última ojeada, el
vanado conjunto de consideraciones, que el estu­
dio de Navarra puede ofrecer.
Dos han sido, principalmente, las banderas de­
fendidas con la indómita bravura de la raza, y la
firme constancia del que fía el triunfo en su tesón.
Dos banderas, que teñidas por la sangre de incon­
tables defensores, España recogió de los cansados
brazos de unos reinos, que por ellas, se habían
agotado en siglos enteros de lucha y agitación,
¡Independencia y Libertad! ¡Los dos grandes
amores de Navarra!
Por su independencia luchó siempre con heroís­
mo sin igual, y de nadie sufrió dominación. Ella
enseñó a los invasores el respeto que debían a su
suelo; ella ocupó la vanguardia en la gloriosa epo­
peya de la Reconquista; ella se impuso con las ar­
mas a cuantos la quisieron sojuzgar.
Difícilmente podrá encontrarse pueblo alguno
más deseoso de independencia, porque es imposi­
ble encontrarlo más amante de libertad.
Buena muestra de ello, son los Fueros, arranca­
dos uno tras otro de la corona de los Reyes, que
aunque avaros de poder, no osaban negar al pueblo
esos privilegios que la seguridad del Trono recla­
maba.
Cuando en todos los reinos españoles, los Fueros
habían casi desaparecido, se encontraban en Nava­
rra en pleno vigor; y es, que forman algo consustan­
cial a su esencia misma.
La sed que sienten hoy los pueblos de libertad,
se registró hace siglos en Navarra; y en esos códi­
gos antiguos, podrían buscarse solución, todavía, a
problemas de actualidad.
Por último, la firmeza, es la nota principal que
resalta en el estudio de su historia, y con ella están
escritas todas sus páginas y acciones; acaso, para
enseñarnos que no hay escudo que resista a la es­
pada de la constancia, como no pudieron resistir al
ímpetu de D. Sancho, las cadenas que rodeaban al
Rey moro, en las Navas de Tolosa.
Fí N.
Agosto de I931-
Reyes de Navarra desde los primeros tiempos,
hasta la Unidad Nacional (1)
REYESFABULOSOS
Iñigo Arista.
García Gimenez I.
Fortuño García.
Sancho I.
Ginieno Iñiguez.
Iñigo Gimenez.
García Gimenez 11.
REYES HISTORICOS
¿—? García Iñiguez.
¿-? - 905 Fortún Garcés, el monje (hijo).
905 - 925 Sancho Garcés I (hermano).
925 - 970 García Sánchez 1 (hijo).
970 - 994 Sancho Garcés II Abarca (hijo).
994 - 999
999 - 1035
1035 - 1054
1054 - 1076
García Sánchez II, el Trémulo (hijo).
Sancho Garcés III, el Mayor (hijo).
García Sánchez III, el de Nájera (hijo)*J
Sancho IV, el de Peñalen (hijo).
/ García-Navarra.
\ Fernando-Castilla
j Ramiro-Aragón.
/ Gonzalo -Sobrar( b e y Ribagorza.
Navarra y Aragón
1076 - 1094 Sancho V (primo).
1094- 1104 Pedro I (hijo).
i
1104 - 1134 Alfonso I, el Batallador (hermano).]
Ramiro 11.
el Monje - Aragón.
García - Navarra.
N a v a r r a
1134 - 1150 García Ramírez, el Restaurador (nieto de D. Ramiro, her1150- 1194 Sancho VI, el Sabio (hijo).
mano de Sancho el de
1194 - 1234 Sancho VII, el Fuerte (hijo).
Peñalen)CASA DE CHAMPAÑA
1234 - 1253 Teobaldo 1 (sobrino).
1253 - 1270 Teobaldo 11 (hijo).
1270 - 1274 Enrique I (hermano).
1274 - 1305 Juana I (hija) (Casó con Felipe 1).
CASA DE CAPETO
1305 - 1316
Vivió 8 días
1316 - 1322
1?22 - 1328
REYES
Luis I (hijo).
Juan I (hijo).
Felipe II, el Largo (tío).
Carlos I, el Calvo (hermano).
i
[
} Provincia francesa.
I
INDEPENDIENTES
1328 - 1349 Juana 11 (sobrina).
1349 - 1387 Carlos 11, el Malo (hijo).
1387 - 1425 Carlos 111, el Noble ('hijo).
1425 - 1441 Blanca (hija).
CASA DE ARAGON
1441 - 1479
Reinó 15 días
1479 - 1483
1483 - 1512
Juan II {esposo).
Leonor ('hija/
Francisco, el Febo (nieto/
Catalina de Foix ('hermana/
Unión Nacional en D. Fernando
el Católico
(1) Las dos fechas anteriores al nombre del Monarca, expresan respectivamente el
principio y el fin de su reinado; y el parentesco que se indica, debe entenderse
siempre con relación al anterior.
Obra» consultada»
Aguado, Pedro - Manual de Historia de España.
Quinta edición; Bilbao 1927.
Altamira, Rafael - Historia de España y de la cavila­
ción española. Tercera edición. Barcelona 1913.
Barandiaran, D. J. M. de - La religión des anciens
Basques. Enghein 1923.
Crónica de Navarra. Madrid 1853.
Crónica de San Juan de la Peña. Zaragoza 1876.
Dozy, Reniero Pedro - Historia de los musulmanes
de España. Colección Universal de Calpe.
Ciménez Soler, Andrés - La antigua península ibé­
rica. H. U. O. Barcelona 1918.
Giménez Soler, Andrés - La edad media en la Coro­
na de Aragón. Manuales Labor, números 223 - 224.
Hurtado, Juan y Palencia, Angel - Historia de la li­
teratura española. Madrid 1925.
lbarra, Eduardo - España bajo los Austrias. Manua­
les Labor, números 127 - 128.
ldacio - Chronica. España Sagrada. T. IV.
Lafuente, Modesto - Historia general de España.
Barcelona 1922.
Lozoya, Marqués de - Historia del Arte hispánico.
Barcelona 1931.
Menéndez y Pelayo, Marcelino - Historia de los
Heterodoxos españoles. Madrid 1880.
Madrazo, Pedro de - España. Sus monumentos y
artes, su naturaleza e historia.
Marichalar, Amalio y Manrique, Cayetano. Historia
de la legislación y recitaciones del derecho civil de
España.
Mélida, José R. - Arqueología española. Manuales
Labor, números 189 - 190.
Minguijón, Salvador - Historia del Derecho español.
Manuales Labor, números 131 - 132.
Moneva, Juan - Introducción al Derecho hispánico.
Manuales Labor, números 5-6.
Moret, José de - Anales de Navarra. Madrid 1893.
Mtiller, Augusto - El islamismo en "oriente y occi­
dente. H. U. O. - Barcelona 1918.
Naval, Francisco - Tratado compendioso de Ar­
queología y Bellas Artes. Madrid 1920.
Olóriz, Herminio - Resumen histórico del antiguo
Reino de Navarra.
Príncipe de Viana - Crónica de los Reyes de Nava­
rra. Edición de D. José Yanguas.
Ruano, Fernando - Anexión del Reino de Navarra,
Madrid 1899.
Saavedra, Eduardo - Estudio sobre la invasión de los
árabes en España. Madrid 1892,
Salarrullana, José - El reino moro de Afraga y últi­
mas campañas y muerte del Batallador. Zaragoza 1909Salcedo, Angel - Historia de España. Madrid 1914.
Stegmann, Hans - La escultura en occidente. Ma­
nuales Labor, números 78 - 79.
Woermann, Karl - Historia del Arte. Segunda edi­
ción. Madrid 1930.
Ximénez de Embún, Tomás - Ensayo histórico acer­
ca délos orígenes de Aragón y Navarra. Zaragoza 1878.
Yanguas, José - Diccionario de antigüedades del
reino de Navarra. Pamplona 1832.
Yanguas, José - Historia compendiosa de Navarra.
San Sebastián 1833.
Zabala, Pío - España bajo los Borbones. Manuales
Labor, números 83 - 84.
Zabala, Pío - Historia de España y de la civilización
(edad contemporánea española). Barcelona 1930.
Zurita, Jerónimo - Anales de la Corona de Aragón,
Madrid 1853.
Zurita, Jerónimo - Historia del rey D. Fernando el
Católico. Madrid 1853.
Zurita. Jerónimo - Los cinco últimos libros de la his­
toria del rey D. Fernando el Católico. Madrid 1853.
I N D I C E
Introducción
Pág.
3
Capítulo I, Navarra hasta la invasión Musulmana.
1. Datos prehistóricos . .
2. Los primeros pobladores
3. Vasconia y Navarra . , . . . . . ,
4. Las colonizaciones Fenicia y Griega ...
5. Epoca cartaginesa
6. Religión, Cultura, Costumbres
7* Epoca romana
8. Predicación del Evangelio
9. Invasión de los bárbaros
10. Los Vascos durante la dominación vi­
sigoda
7
9
11
13
15
16
20
24
27
29
Cap. II. Los primeros Reyes de Navarra.
11. Invasión musulmana
12. Principio de la Monarquía Navarra...
13. García Iñiguez
14. Fortún Garcés, el Monje 15. Sancho Garcés 1
16. García Sánchez 1
33
36
39
40
41
44
Cap. III. Reyes de Navarra y Aragón.
17. Sancho Garcés II, Abarca
18. García Sánchez II, el Trémulo ....
19. Sancho Garcés III, el Mayor
20. Estado social y cultura del siglo VIII
al XI
51
55
58
64
Cap. IV. Navarra desde Sancho el Mayor, hasta
su nuevo eniace con Aragón.
21. García Sánchez III, el de Nájera. ...
22. Sancho IV, el de Peñalen
69
75
Pág-
Cap. V. Segunda unión de Navarra y Aragón.
23. Sancho V
24. Pedro 1
25. Alfonso I, el Batallador
79
82
87
Cap. VI. Navarra y la muerte del Batallador.
26. García Ramírez, el Restaurador .... 97
27. Sancho VI, el Sabio. ....... 102
28. Sancho VII, el Fuerte
107
Cap. VII. La casa de Champaña.
29. Teobaldo 1
30. Teobaldo II
31. Enrique I
32. Minoría de Juana 1
115
123
130
132
Cap. VIII. Organización y Cultura en éste periodo
Siglos XI al XIII.
33. Legislación
34. Clases sociales
,
35. Organización política
36. Costumbres, comercio, cultura,
artes
139
140
144
bellas
147
Cap. IX. Navarra provincia francesa.
37. Felipe 1. y doña Juana
38. Luis I. .
39. Juan, el de pocos días
40. Felipe II, el Largo
41. Carlos I, el Calvo
153
156
159
159
161
Cap. X. Reyes independientes.
42. Felipe III, el Noble y doña Juana ... 163
Pág-
43. Carlos II, el Malo
44. Carlos III, el Noble
45. Doña Blanca
167
172
. " . . 174
Cap. XI. Ultimos Reyes de Navarra.
46. Guerra de Sucesión
47. Doña Leonor
48. Francisco de Foix, Febo
49. Doña Catalina de Foix
177
183
183
187
Cap. XII. Organización y Cultura en éste periodo
(Siglos XII! al XV).
x5°»
Clases Sociales
193
51. La vida política
193
52. La familia
195
53. El régimen vecinal y lab asociaciones . . 198
54. Industrias y Comercio
199
55. Cultura intelectual
200
56. Las artes .
201
57. Costumbres
204
Cap. XIII. Anexión de Navarra.
58. Doña Catalina y D. Juan de Albrit . . . 207
59. Liga de Cambray
. 213
60. La santa Liga y el Conciliábulo de Pisa . 215
61. La Conquista y su Derecho
218
Cap. XIV. Intervención de Navarra en los echcs
culminantes de la Historia de España.
62. Carlos I y Juan de Albrit
224
63. Las Cortes de Navarra en 1552 . . . . 227
64. Las libertades navarras y los Reyes de España 229
65- Las guerra de la Independencia en Navarra. 231
66. El Carlimo y sus campañas
240
67. Navarra hasta nuestros días
248
Cap. XV. Derecho y Cultura de éste periodo,
68. Derecho vigente
69. Bellas Artes .
70. Literatura .
Epílogo
Obras consultadas
251
257
260
263
265