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TEMA 9. La España del siglo XVII
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9.- LA ESPAÑA DEL SIGLO XVII
9.1. LOS AUSTRIAS DEL SIGLO XVII. GOBIERNO DE VALIDOS
Y CONFLICTOS INTERNOS.
El siglo XVII es el de la decadencia de España, ya que el continuo enfrentamiento
bélico en Europa conlleva el agotamiento económico de Castilla. Cuando termina el reinado de
Felipe IV en 1665, las posesiones europeas de la Corona se habían reducido notablemente, y la
Península se había convertido en un territorio despoblado y sumido en una considerable crisis
económica. Paradójicamente, el siglo XVII es el más brillante de la cultura española, el “Siglo
de Oro”.
La Monarquía siguió siendo un conjunto de reinos con instituciones y leyes diferentes, y
todo intento de unificarlos fracasó. En la administración de la Corona hay dos novedades: la
primera y principal fue la introducción de la figura del valido, personaje casi siempre
aristocrático en el que el rey deposita su máxima confianza y en el que delega las principales
decisiones de gobierno, cada vez más complejas. Los validos intentaron gobernar al margen de
los Consejos a través de juntas reducidas formadas por sus partidarios. Esto hizo que la
corrupción se generalizase, porque los validos aprovechaban su posición para favorecer con
cargos, pensiones y mercedes a sus familiares y favoritos. Además de por esto último, los
validos fueron criticados tanto por los marginados letrados que formaban los Consejos, como
por la apartada aristocracia. Se pensaba que los validos separaban al rey de sus súbditos y de sus
responsabilidades de gobierno.
La segunda novedad fue la venta de cargos, como solución de urgencia para conseguir
dinero. Afectaban principalmente a cargos menores (regidores, escribanías, etc), pero llegaron a
venderse puestos en los Consejos. Al venderse en régimen hereditario el rey perdía su poder de
nombrar a los funcionarios.
El primer Austria del siglo XVII fue FELIPE III (1598-1621) que, absolutamente
despreocupado de la política, confió plenamente los asuntos de Estado a su valido el duque de
Lerma. En el plano interno se enfrentó a problemas de agotamiento de la Hacienda, a lo que
se intenta hacer frente devaluando la moneda (vellón) y declarando la bancarrota. Por otra parte,
Lerma mantuvo una actitud de apaciguamiento frente a los reinos, irritados por la política
fiscal de la Corona y por el autoritarismo de gobernadores y virreyes.
Pero el principal problema interno del reinado fue la expulsión de los moriscos de los
reinos peninsulares, decretada en 1609. Los moriscos, concentrados en los reinos de Aragón y
Valencia, habían permanecido impermeables a los intentos de cristianización, permaneciendo
aislados y manteniendo sus costumbres. El desahogo financiero de la tregua con los holandeses
(que comentaremos más adelante), permitió organizar la vasta operación naval de transportar a
todos los moriscos al norte de África. La expulsión afectaba a todos los moriscos, incluso a los
que profesaban sinceramente el cristianismo. Sus intentos de rebelión fueron aplastados por los
tercios. Se calcula que salieron de la Península entre 275.000 y 400.000 moriscos, en su mayoría
campesinos, con graves repercusiones en Valencia y Aragón, en donde representaban un
porcentaje importante de su población. La nobleza protestó por la pérdida de mano de obra.
En el reinado de FELIPE IV (1621-1665), el hombre fuerte fue el conde duque de
Olivares, cuyo programa político era mantener la herencia dinástica y la reputación de la
Monarquía. Para ello había que subordinar los intereses de los reinos y de la política interna
a la acción militar y diplomática en Europa. Para conseguir los recursos necesarios Olivares
emprendió sucesivas reformas administrativas, como la recuperación de las mercedes de los
partidarios de Lerma, protección de la artesanía, evitar las emisiones de vellón, etc. Pero la más
importante fue el proyecto de Unión de Armas (1625) por el que todos los reinos, y no sólo
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TEMA 9. La España del siglo XVII
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Castilla como hasta el momento, debían contribuir a la defensa de la monarquía (hombres y
servicios) en función de la población y riqueza de cada uno de ellos. Pero los reinos se
resistieron, además de por la situación de penuria económica, por que sus fueros impedían el
envío de soldados fuera de su territorio. La Unión de Armas resultó un fracaso.
Por último, el reinado de CARLOS II (1665-1700) que se caracteriza por el gobierno
de sucesivos validos y la lucha por el poder entre diferentes facciones aristocráticas. El reinado
se puede dividir en dos etapas:
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la primera, de 1665 y 1679, se caracteriza por la atonía económica y las luchas por
el poder entre don Juan José de Austria, y los favoritos de la regencia, el padre
Nithard y Valenzuela. Apoyado por Aragón, don Juan José entró en 1677 con un
ejército en Madrid, obligando a Carlos II a prescindir de Valenzuela. Significaba la
recuperación del control del gobierno por la aristocracia. Pero se puede decir que
los sucesivos validos siguieron un mismo programa político: reducir los impuestos
para reactivar la economía, lo que no consiguieron por diversos motivos.
la segunda, de 1680 a 1700, la protagonizan dos validos, Medinaceli y Oropesa,
preocupados por la reactivación económica. Medinaceli decretó la devaluación de la
moneda de vellón, reorganizó la recaudación de impuestos y recortó los gastos;
Oropesa dictó normas para promover la creación de manufacturas y la llegada de
inversores extranjeros. El resultado de todo ello fue una lenta recuperación
económica a finales de siglo, sobre todo en la periferia.
9.2. LA CRISIS DE 1640
La Monarquía española se encontraba inmersa plenamente en la Guerra de los Treinta
Años (1618-1648): enfrentamiento con las Provincias Unidas para evitar su independencia,
apoyo a los Habsburgo austríacos en su lucha contra los protestantes, y finalmente guerra contra
Suecia y Francia. Este enorme esfuerzo militar había multiplicado la presión fiscal, creciendo
el descontento de todos los sectores sociales, y había promovido el proyecto de Unión de
Armas por parte de Olivares, el cual había intentado implantarlo infructuosamente en 1625 y
1632, y que había aumentado la tensión con los diferentes reinos, especialmente con Cataluña.
Por lo que respecta a la rebelión de Cataluña, la negativa a colaborar de las Cortes
catalanas no impidió que Olivares decidiera llevar tropas para luchar contra Francia a través del
Principado, lo que provocó continuos roces de las tropas castellanas con los campesinos
catalanes. En 1640 estallaron motines entre los campesinos de Gerona y los soldados que
guardaban la frontera. El descontento terminó por estallar el día del Corpus Christi cuando los
segadores entraron en Barcelona, asesinaron al virrey y precipitaron la huída de las autoridades.
La Generalitat, presidida por Pau Claris, se puso al frente de la rebelión y, ante el avance del
ejército castellano, aceptaron la soberanía de Francia. Así, un ejército francés entró en Cataluña,
derrotó a los castellanos en Montjuïc y en 1642 conquistaron el Rosellón y Lérida. El dominio
francés sobre Cataluña terminó con la reconquista del Principado y la caída de Barcelona en
1652. Pero en la Paz de los Pirineos (1659) España cedió a Francia el Rosellón y la Cerdaña.
También en 1640 estalla la rebelión en Portugal, cuyas causas pueden ser: la falta de
ayuda castellana ante los ataques holandeses en sus colonias, el rechazo de castellanos en el
gobierno del reino, la presión fiscal y los perjuicios de la guerra para su comercio. Las clases
dirigentes lusas dejaron de ver ventajas en su unión a la Corona española y organizaron una
rebelión en torno a la dinastía de los Braganza que se extendió rápidamente, y que contó con
el apoyo de Francia e Inglaterra, interesadas en debilitar a España. Ante la imposibilidad de
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sostener dos guerras simultáneas se optó por sofocar la rebelión catalana. En 1668, Mariana de
Austria, madre-regente de Carlos II, acabó por reconocer la independencia de Portugal.
En esos años también hubo intentos separatistas en Andalucía, Aragón y Nápoles.
La Monarquía española estuvo muy cerca de su quiebra.
9.3. EL OCASO DEL IMPERIO ESPAÑOL EN EUROPA.
La política exterior del reinado de FELIPE III se caracteriza por la pacificación, en
primer lugar con Inglaterra a través del Tratado de Londres (1604) y que puso fin a veinte
años de guerra, y en segundo lugar, con las Provincias Unidas a través de la Tregua de los
Doce Años (1609): la falta de fondos por el agotamiento de la Hacienda forzó la negociación y
el reconocimiento tácito del Estado holandés pese a algunos éxitos militares.
En los inicios del reinado de FELIPE IV España se enfrasca en la Guerra de los
Treinta Años (1618-48), primero apoyando a Austria en su guerra contra los protestantes, y
luego no renovando la Tregua con las Provincias Unidas, donde la lucha religiosa se combina
con la de la independencia de los holandeses. Dinamarca e Inglaterra en un primer momento, y
luego Suecia y Francia, entraron en la guerra del lado de los protestantes.
Los primeros años de la guerra son de iniciativa y triunfos de los Habsburgo:
control sobre Alemania en donde rechazan una invasión danesa, victorias navales sobre ingleses
(Cádiz) y franceses (Génova), conquista de Breda (Flandes). Pero la guerra cambió de rumbo
en 1626 por los problemas financieros de la Corona, que se recrudecieron en 1628 con la
captura de la flota de la plata por la armada holandesa en Cuba. En 1629 España fue derrotada
por Francia por el control de Mantua. En 1632, Suecia entró en la guerra a favor de los
protestantes, ocupó la católica Baviera pero fue derrotada por los ejércitos imperiales en
Nördlingen, lo que provocó la entrada de Francia en la guerra en 1635, temerosa de verse
rodeada. Como ya hemos visto, los franceses apoyaron a los rebeldes catalanes. En 1637 los
holandeses recuperaron Breda y en 1639 derrotan contundentemente a la armada española en las
Dunas. En 1643 se produce la derrota de Rocroi frente a franceses y holandeses. Pese a algún
éxito (recuperación de Lérida) los españoles y austríacos fueron recibiendo derrota tras derrota.
En 1648 se llega a la Paz de Westfalia (1648) donde se reconocen las conquistas de
algunos principados alemanes a los austríacos, y de Francia a España; además, se proclama que
los intereses de un Estado y su religión prevalecen sobre los de un ente político superior, como
lo era el Sacro Imperio Romano-Germánico. En la Paz de Munster Felipe IV reconoce la
independencia de las Provincias Unidas.
Mientras la guerra con Francia y Portugal continua, en 1654 se abre un nuevo frente
con Inglaterra, que exige la apertura de las colonias de América al libre comercio. La armada
inglesa atacó los puertos del Caribe y se apoderó de Jamaica en 1655. Cuando los ingleses
coordinan sus operaciones con los franceses y capturan la flota de la plata en dos ocasiones,
Felipe IV se ve forzado a aceptar la negociación. En la Paz de los Pirineos (1659), se cedía a
Francia el Rosellón, la Cerdaña y algunas plazas de los Países Bajos (Artois). Los portugueses,
que se habían aliado militarmente con Inglaterra, consiguen sucesivas victorias hasta que en
1668 consiguen el reconocimiento de su independencia.
Más de cuarenta años de guerra se saldaban con una serie de pérdidas que minaron
decisivamente la hegemonía española en Europa. A las de Portugal y de las Provincias
Unidas se unía el abandono de Alemania y el control de Francia sobre la ruta que unía por tierra
las posesiones italianas y los Países Bajos españoles. En el mar el dominio había pasado a las
escuadras de Francia, Holanda y, sobre todo, Inglaterra.
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Por último, el reinado de CARLOS II se caracteriza por el desinterés de los
problemas europeos y la preocupación por mantener el control del Mediterráneo occidental y
la carrera de Indias. La debilidad militar fue aprovechada por la Francia de Luis XIV, que
tras derrotar a España en cuatro guerras sucesivas, amplió sus dominios a costa de España. En
los años finales de siglo, incluso Cataluña fue atacada. El apoyo de Inglaterra y Holanda, junto
con el interés francés en la sucesión española, permitió que en la paz de Ryswick (1697),
Francia devolviera buena parte de lo conquistado.
9.4. LA EVOLUCIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL.
Desde un punto de vista demográfico, el siglo XVII es un período de estancamiento y
regresión, ya que el número de habitantes a finales de siglo (7millones) era inferior a 1600 (8,5
millones). La depresión demográfica afectó más a la Meseta, Baja Andalucía, Extremadura y al
reino de Aragón, mientras las zonas periféricas del Cantábrico y Mediterráneo se recuperaron en
la segunda mitad del siglo. Así, se produce un cambio en la distribución de la población: la
periferia pasa a estar más poblada que el interior.
Las causas de la crisis demográfica son diversas: la incidencia de las graves
epidemias, sobre todo de peste (1598-1602), la crisis económica que provocaba hambrunas y
mortandades, la caída del comercio con Europa y América, la incidencia de las guerras y la
expulsión de los moriscos, que se combina con el recrudecimiento de las condiciones señoriales.
La caída demográfica se relaciona con la caída de la producción agraria. La falta de
mano de obra junto con la presión fiscal de la Corona y señorial, provocan el abandono de las
tierras; todo ello redunda en malas cosechas, falta de alimentos, subida de los precios y hambre.
A finales de siglo, y como consecuencia de una mayor especialización de cultivos, hay una
cierta recuperación agraria.
También hay una fuerte caída de la producción lanar. La guerra contra Holanda, y
luego contra Inglaterra, provocó una drástica caída de la exportación de lana. Nunca se llegaron
a alcanzar las cifras del siglo XVI (la cabaña bajó de 3 a 2 millones de cabezas).
La artesanía también acusó la crisis y sus consecuencias: pérdida de empleos, atraso
tecnológico y dependencia de productos extranjeros. La caída en la producción de paños se
debió a la poca capacidad de compra de los campesinos, la competencia extranjera, la
resistencia de los gremios a las innovaciones y la competencia de los “mercaderes hacedores de
paños” (precedente del “sistema doméstico”). Tanto la producción minera, de fabricación de
hierro y la construcción naval se enfrentaron a la misma situación: prosperidad por la
demanda bélica de principios de siglo y posterior crisis por la competencia extranjera, falta de
desarrollo técnico y precios poco competitivos por la altísima inflación. Todo ello provocó el
cierre de ferrerías y astilleros con la consiguiente pérdida de empleos. Resultaba más rentable la
importación de productos manufacturados extranjeros.
Por lo que respecta al comercio, la mayor parte de la producción agrícola y comercial
se destinaba al autoconsumo. Los mercados eran locales y un comercio más expansivo no era
posible por las deficientes estructuras, la poca cantidad de moneda en circulación, las numerosas
aduanas entre los territorios peninsulares, etc. El resultado era un encarecimiento de los
productos.
Las grandes operaciones comerciales sólo eran posibles en el abastecimiento de las
grandes ciudades y con el comercio marítimo, por lo que se concentraba en ciudades como
Barcelona, Valencia, Lisboa, Bilbao y, sobre todo, Sevilla que monopolizaba el comercio con
las colonias. Incluso este comercio se resintió a lo largo del siglo XVII por el aumento de la
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piratería en las costas americanas y por la constante manipulación de la moneda
(devaluación continua de la moneda o moneda de vellón).
Pero la principal razón de la decadencia comercial fue el cambio que se produjo en la
economía americana, ya que las haciendas y plantaciones incrementaron la producción
agrícola y artesanal, estimulando el intercambio interno de productos y haciendo descender las
importaciones de alimentos y manufacturas españolas. Paralelamente se produjo una caída
progresiva de la producción de plata. Por último, estaba la penetración de comerciantes
extranjeros en América, incentivando el contrabando como guerra comercial que perjudicaba a
la Monarquía española. Ante lo irremediable, el gobierno español comenzó a admitir dicha
presencia extranjera.
Así pues, la economía española se enfrentaba a algunos problemas de base: se
importaban manufacturas y se exportaban materias primas, y la diferencia de valor entre unas y
otras se cubría con la plata americana; Castilla se convirtió en un mercado de tránsito de
productos europeos hacia América y a la inversa. El resultado es que la riqueza de las colonias
no se quedaba en la Península.
Todos estos problemas fueron analizados por expertos independientes llamados
arbitristas que denunciaban la excesiva presión fiscal, los abusos señoriales, la falta de
inversión de los estamentos privilegiados, la manipulación de la moneda, e insistían en la
necesidad de que los monarcas iniciaran una política de paz que permitiese la recuperación de
Castilla tras un siglo de guerras. Igualmente recomendaban teorías mercantilistas de restricción
de las importaciones de manufacturas y de protección de la artesanía autóctona. Todos estos
consejos cayeron en saco roto, y sólo a finales de siglo los ministros de Carlos II emprendieron
una tímida pero auténtica política mercantilista: drástica devaluación de la moneda,
establecimiento de nuevas industrias y de técnicos extranjeros, reducción de los gastos de la
Corte y de los impuestos, etc. Hubo algunos síntomas de recuperación, pero al terminar el
siglo XVII la economía española seguía estancada y dependiente.
La sociedad española seguía siendo estamental. En ella, la nobleza se encontraba en
una difícil situación económica por la constante subida de precios, y por el derroche y el lujo.
Por eso, la aristocracia aprovechó la debilidad de los reyes del siglo XVII para incrementar su
dominio señorial. Ser noble implicaba la exención de impuestos, el abandono de las actividades
mercantiles y una serie de preeminencias sociales y judiciales. De ahí que hubiese un afán de
ennoblecimiento en muchos grupos sociales, lo que pudieron conseguir a través de mercedes,
es decir, concesión de títulos a plebeyos por los servicios prestados a la Corona.
El clero aumentó su número a lo largo del siglo, ya que era una buena salida tanto para
los segundones de las familias nobles como para las clases populares. La Iglesia mantuvo su
riqueza procedente de tierras, inmuebles, diezmos, etc, pero el reparto dentro de ella era muy
desigual. A cambio de todo ello, la Iglesia proporcionaba al Estado asistencia social y
contribuciones voluntarias.
Por lo que respecta a las clases populares, la sociedad campesina siguió sumida en
la pobreza. Agobiados por la crisis, la presión fiscal y señorial, las reclutas forzosas para el
ejército, etc, muchos campesinos optaron por abandonar los campos, otros optaron por el
bandolerismo y muy pocos se rebelaron. Aumentó la población urbana, ya que la falta de
trabajadores y los elevados sueldos atrajeron a muchas familias del campo. También aumentó el
número de criados y la población marginal (pícaros, vagos, mendigos, etc).
Las clases acomodadas procedían de los comerciantes, las profesiones liberales y la
burocracia (letrados). Excepto en ciudades como Cádiz y Barcelona, no se puede hablar de la
existencia de una burguesía (mercaderes, fabricantes) con mentalidad empresarial y que
promoviese el desarrollo económico. Estas personas con medios económicos no buscan hacer
inversiones productivas, sino buscar la manera de ennoblecerse. Muchos de ellos, debido a la
crisis económica, prefirió la inversión en tierras y deuda pública, convirtiéndose en rentistas.
Así, las actividades como el comercio exterior y la banca acabaron siendo controladas por
extranjeros, italianos principalmente.
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9.5.ESPLENDOR CULTURAL. EL SIGLO DE ORO. (Epígrafe a
realizar por los alumnos).
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