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Xavier Montsalvatge. Etapas y estilo. por Juan José Olives No se nos ocurre mejor y más sencilla manera de comenzar este capítulo que la de retomar y hacer nuestra, al menos de momento, la división en etapas que el propio Xavier Montsalvatge realizara de su obra 1 . A pesar de las posibles y, en tal caso, lógicas inexactitudes que pudiera producir la apreciación sobre el trabajo y la experiencia vital de uno mismo, su opinión -la de Montsalvatge- ha de tener necesariamente la virtud de la cercanía vivencial de aquellos acontecimientos personales, profesionales y artísticos que le fueron propios, y la seguridad de la certeza de cómo algunos de estos acontecimientos, por su especial inflexión, sirvieron para circunscribir, en el espacio imaginario del compositor, los principales episodios de su variada y rica carrera creativa. Es cierto que esta división es, cuanto menos, metodológicamente insuficiente (la clasificación ad hoc de Montsalvatge no tenía, por supuesto, ninguna pretensión “científica”), pero ha guardado para nosotros, como documento vivo, la cualidad de una cierta inmediatez discursiva, gracias a. la cual podemos hoy llegar a vislumbrar, no tanto por lo dicho como por lo entonces omitido o no tenido en cuenta, los criterios de una tal clasificación, así como aquellos otros que, desde la actual perspectiva, podrían ahora ayudarnos a reelaborarla. Quizás, así y todo, hoy echemos aún en falta el tiempo necesario, la distancia cronológica pertinente -garantía de indagaciones más 1 En una de las conversaciones mantenidas con Jordi Codina y recogida en su libro “Xavier Montsalvatge”. Col. “Gent Nostra”. Ed. Labor, pág. 46. 1 aquilatadas-, para establecer una mejor delimitación, tanto clasificatoria como crítica; y no sólo en lo que atañe a las etapas compositivas -cuyas líneas divisorias nunca serán, por lo demás, totalmente definitivas- sino también en todo lo vinculado al origen, utilización, asimilación y transfiguración de los procedimientos estilísticos. Por lo que respecta a la distribución de las etapas, la “insuficiencia” antes aludida tiene que ver con un aspecto formal: una cuestión de espacio histórico y de ubicación de un grupo no precisamente reducido de obras dentro de este espacio (que en principio deberían estar ahí reunidas por razones de identificación o similitud, aún en el contraste, de algunos de los recursos estilísticos y expresivos empleados). Nos referimos, por ejemplo -y sobre todoa la amplitud, acaso un tanto informe, de lo que él considera su tercera etapa2; demasiado intensa y distinta dentro de sí misma como para ser englobada, sin más, bajo un mismo arco histórico. Igualmente, aunque en este caso por circunstancias obvias, su cuarta etapa 3 precisa, como mínimo, de una cierta ordenación que nos ayude a entender qué mecanismos unificadores dieron sentido creativo a los doce o quince últimos años de la vida de Montsalvatge conformadores, aquí sin ninguna duda, de la postrer etapa de su producción. En cuanto al estilo, del que hablaremos específicamente más adelante, el uso -no exclusivamente anecdótico- de los mismos o similares recursos técnicos y expresivos esparcidos a lo largo de toda su obra, dificulta, al menos en primeras aproximaciones, el establecimiento de nítidas fronteras estilísticas y, por lo tanto, la delimitación más exacta posible de las diferentes 2 La que abarca desde 1957, con la “Partita 1958”, hasta 1985, con la “Simfonia de Rèquiem”. Es decir, casi treinta años que vieron nacer un número no precisamente pequeño de composiciones de muy distinto signo e intención. 2 épocas compositivas. Ocurre esto, por ejemplo, con dos claros elementos configuradores del “estilo” de Montsalvatge: la música de las Antillas y, sin entrar ahora en mayores distinciones, la música francesa de la primera mitad del siglo XX. Los modismos “exóticos” de la música cubana, y antillana en general, aparecen no sólo en la época de Montsalvatge a la que estos modismos o giros dan su nombre: la llamada etapa o estética 4 “antillanista” 5 , sino en composiciones algo posteriores o incluso muy alejadas en el tiempo, como es el caso de la “Postal de L’Havana”, de “Tres postales il.luminades” de 1991, o el de “Sortilegis” de 1992, obras en las que el compositor retorna a la cadenciosidad de la habanera, tratada episódicamente en el segundo caso y de manera temática y central en el primero. Por su parte, la influencia francesa no es que aparezca en tal o cual composición sino que destila su modo de ser absorbiéndose y transformándose paulatinamente, mediante una plena identificación con las originales intenciones compositivas de Montsalvatge, en gran parte de su obra. Si esta atmósfera revolotea en cierto modo sobre los “Tres Divertimentos” -acaso disimulado por lo pintoresco de su descripción-, o se encuentra en la luminosidad de sus primeras instrumentaciones, o en el trazo francés de la “Sonatine pour Yvette”, su destello se dejará sentir todavía 3 Montsalvatge sitúa el comienzo de esta estapa en 1991, con la composición de “Tres postals il.luminades”. 4 No es lugar aquí apropiado para discernir sobre el empleo a mi entender desafortunado del con cepto “estética” aplicado con demasiada frecuencia y, en general, con muy poco tino en bastantes escritos de distinto calado y extensión dedicados a comentar e incluso investigar acerca del pensamiento estético que subyace a un determinado corpus creativo y acerca de procesos estilístico-expresivos de distinto signo. El abuso y mal uso de este concepto tiende a vaciarlo del contenido que le es propio; pertinente si se habla desde la reflexión estética y totalmente impropio -al menos si el propósito que anima la investigación es radical- si se utiliza como comodín sustituto de expresiones más adecuadas. Si a veces lo he dejado así en el texto, como “estética” antillanista, es porque es de esa forma como aparece en la casi totalidad de los escritos que hablan acerca de este rasgo del estilo de y, por otra parte, porque me ha permitido, de pasada, hacer esta pequeña digresión crítica sobre tal contumaz empleo. 5 Etapa que abarca aproximadamente desde 1940 hasta 1953, año de composición de “concierto Breve” para piano, y que incluye obras tan decisivas en la carrera de Montsalvatge como las “Cinco Canciones Negras” o el “Cuarteto Indiano”. 3 en un Montalvatge ya maduro, totalmente dueño de sus recursos, pero que no renunciará a aquella primera influencia aún cuando, aplicada a una u otra de sus últimas obras, pudiera llegar a significar una vuelta a la maneras hacía tiempo ya empleadas. Esta facilidad de ensamblaje y de adaptación de ciertos recursos estilísticos -los que hemos visto y algunos otros- en momentos dispares de la obra de Montsalvatge, e incluso la coexistencia de varios de ellos en una misma obra (o grupo de obras constitutivas por sí mismas, por encima de estas diferencias “externas”, de un período bien delimitado), ha acompañado la creación de un perfil idiomático fuerte, coherente en su diversidad y reconocible en la variedad de sus propuestas. En Montsalvatge no son los cambios y transformaciones de estilo lo que condiciona, sincrónicamente, la clasificación de sus distintas etapas compositivas. Antes bien, en su caso, una tal clasificación habrá de relativizar la importancia de estos rasgos de estilo, que hemos dado en llamar “externos”, y atender otras características tal vez menos “visibles” pero que son las que en definitiva conforman el substrato de su producción creativa. Un estudio de tal intensidad no es aquí abordable, si bien intentaremos esbozar someramente, a través del análisis que iniciamos a continuación, -en primer lugar sobre las etapas compositivas y, unas líneas más adelante, sobre el estilo-, algunos de los caminos que podrían llevarnos a ello. Las etapas Montsalvatge sitúa el comienzo de su primer período hacia 1933, momento de la creación de los “Tres Impromptus” para piano, período por el 4 que no siente precisamente una especial estima. Esta época inicial “...no reviste ninguna importancia para mi -dirá-, es la que corresponde a mi etapa juvenil como estudiante de música.” 6 Ciertamente si hay algo que caracteriza estos primeros años es la incertidumbre y las dudas, no tanto sobre sus prefencias, sino sobre su capacidad como compositor y, paralelamente, sobre la elección de un estilo propio. Montsalvatge escribió por entonces obras de muy distinto signo en las que se mezclan influencias muy diversas y que vienen a ser manifestaciones todas ellas de sus incipientes vacilaciones. La influencia francesa en los “Impromptus”, la stravinskyana en la “Petita suite burlesca” de 1935, o la mezcla de impresiones que le produjo la música para ballet, inigualablemente representada por entonces por los Ballets Rusos. Para este género, por el que sintió auténtica predilección -pero que no le proporcionó el éxito que sí conseguiría con casi todos los demás que practicó- entre otras obras escribió, en 1935, “La vita gaia”, cuya partitura se ha perdido, y, un año más tarde, “L’angel de la guarda”, que dejó incompleta. La relación con el ballet, como compositor, la mantuvo Montsalvatge hasta bien entrados los años cincuenta 7, momento en el que su estilo había tomado unos derroteros bien distintos. De esta primera época, de la que son también los primeros esbozos del “Cant Espiritual”, nos ha quedado su “Intermezzo passional” para voz y piano, de clara filiación francesa. Se trata de su primera canción, muy alejada de lo que serán la evoluciones técnicas que Montsalvatge , con el tiempo, pedirá a la voz, 6 Jordi Codina. “Xavier Montsalvatge”. Col. “Gent Nostra”. Ed. Labor, pág. 46. Con respecto a los “Tres Impromptus” dirá así mismo: “...era musica muy floja y de un manierismo afrancesado bastante inocente”. Xavier Montsalvatge. “Papers autobiogràfics”. Ed. Destino, Barcelona 1991. Pág. 47 5 pero que ilustra muy bien el mundo de íntima expresión, aunque no exento de manifiesta elegancia, que el compositor depositaba en las obras con voz acompañada. En este sentido, la cuidadosa elección de textos y autores -Alberti, Guillén, Garcés, Lorca, Carner, Aleixandre, Llull y otros- es realmente esclarecedora. La segunda etapa de Montsalvatge, conocida con el nombre de “antillanista”, comienza de hecho con las “Cinco canciones negras”, si bien tuvo sus preliminares en los “Tres Divertimentos” de 1940, el segundo de los cuales es explícitamente una habanera. En rigor, una segunda etapa debería iniciarse con esta segunda obra, pues es la integración en el modo compositivo de Montsalvatge de algunos de los rasgos sobresalientes de una determinada música popular, no necesariamente étnica, sino más bien urbana -o matizada por un cierto grado de “culturización”- lo que, según nuestra opinión, la caracteriza. El que los procedimientos empleados sean más o menos complejos o el que los medios en los que se expresen sean de uno u otro tipo, dependerá de circunstancias concretas. Dentro de esta música popular, tan próxima a Montsalvatge, no sólo caben las habaneras sino también los ritmos y las armonías del “jazz”. Si bien es cierto que los prototipos jazzísticos no aparecen en la música de Montsalvatgc con el mismo desenfado que una habanera, la distancia entre estos dos tipos de música en el pensamiento del compositor posiblemente fue mucho menor de lo que en principio pudiera parecer. Baste leer sus opiniones y la explicación de sus preferencias por el jazz de los años treinta y cuarenta para 7 De 1956 son sus obras “Barcelona Blues” y “Perlimplinada”, escrita en colaboración con Mompou. En la primera, Montsalvatge se aproximó al jazz “...por el cual he sentido siempre un gran respeto y una gran admiración”. Xavier Montsalvatge. “Papers autobiogràfics”. Ed. Destino, Barcelona 1991. Pág. 69. 6 entender que para él la música de Duke Ellington, Lionel Hampton o Artie Shaw fue algo más que una banal distracción, ajena a su trabajo artístico. Radicalmente disímiles en principio, hay algo de extrañamente común entre la música antillana (no sólo la habanera, por cierto) y el jazz que, por aquellos años, se podía escuchar en Barcelona; vehículos, acaso, de un cierto tipo de melancolía que para ser reconocida como tal necesita de resonancias armónicas directas, ritmos cadenciosos físicamente cercanos y giros melódicos fácilmente pronunciables. En este sentido, el recuerdo de la actuación de Marian Anderson 8 interpretando “canciones espiriuales negras” pudo haber sido algo más que una simple anécdota y no deja de ser curioso que tanto la música antillana como la música de jazz, teniendo en principio un origen americano, surjan ambas como producto de un mestizaje profundo y ancestral. Dicho sea de paso, la influencia que las músicas de jazz -y los estilos emparentados, como los “espirituales negros”-, tuvieron en el ambiente cultural catalán de los años 30 y 40, queda claramente reflejada en las siguientes palabras de Manuel Valls: “Recién liquidada la segunda contienda mundial, perduraba vivo en el ambiente musical barcelonés, el recuerdo de las actuaciones de Marian Anderson, quien en aquellas fechas, a pesar de la intelectualización de su arte, era tenida por la primera intérprete de los “spirituals songs” de los negros norteamericanos, expresión musical que en el período indicado gozaba de especial predicamento entre la sociedad musical de Barcelona. Por otra parte, una de las únicas manifestaciones artísticas de interés que tuvieron lugar en los 8 “Nos maravilló también Jascha Heifetz (y) la sublime Marian Anderson que impuso la belleza conmovedora de los primeros espirituales negros conocidos...” Xavier Montsalvatge. “Papers autobiogràfics”. Ed. Destino, Barcelona 1991. Pág. 37. 7 años de apartamiento musical que se vivieron entre 1940 y 1945, consistió en un recital (1942) de “Cantos espirituales negros” que tuvo un comentarista de excepción, Néstor Luján, quien con singular tino, dibujó los puntos cardinales en que se desenvuelve tan sugestiva expresión artística.”9 Los giros jazzísticos aparecen, abiertamente o más o menos soterrados, en esta época de Montsalvatge, y se mantendrán en su memoria creativa para manifestarse, con mayor o menor evidencia, en algunas de sus obras posteriores. Ya en “Ritmos” de 1942, para piano, se adivinan “augurios americanistas” como diría el propio Montsalvatge 10 , siendo aquí lo “americano” una personal fusión de jazz y musical, subrayado, sobre todo en la parte central de la obra, por características armonías y “temas” que se insinúan en un inconfundible sabor. Montsalvatge utilizará esta obra, por cierto, como último movimiento de su “Cuarteto Indiano”, claro exponente de su “antillanismo”. La música americana está también presente en su “Concerto Breve” para piano en el que, por otra parte, no pueden dejar de verse ciertas similitudes con el estilo del “Concierto en sol” y del “Concierto para la mano izquierda” de Ravel y, en concreto, con sus evoluciones técnico-instrumentales basadas en la música de jazz. En cualquier caso, no estamos hablando de la materia musical concreta y traspasada a la obra, sino del procedimiento. No se trata tanto de la recreación, en una partitura, de una melodía de habanera o de un ritmo de guajira, ni de estampar, inamovibles o metamorfoseados, cualquiera de los “modos” de la música de jazz. Lo que realmente importa es la pre-determinación creativa que 9 Manuel Valls Gorina. “La música española después de Manuel de Falla” Revista de Occidente, Madrid, 1962. Pág. 205 10 Xavier Montsalvatge. “Papers autobiogràfics”. Ed. Destino, Barcelona 1991. Pág. 64. 8 condujo a Montsalvatge precisamente hacia estos estilos populares; la intención anterior a la selección de tal o cual material. Si su “pensamiento musical” (del que más adelante esbozaremos sus principales líneas) hubiese sido otro, estas músicas populares no habrían tenido cabida en su obra; o habrían estado representadas de muy distinta manera. En este sentido -y sólo en este sentido- una habanera, por ejemplo, es, en la obra de Montsalvatge, algo anecdótico y, sin embargo, paradójicamente consustancial. En su afán, consciente o no, de darse un estilo distinto, la búsqueda de recursos musicales externos formaba parte del camino. Las músicas danzables, asociadas o no al canto, con sus contornos formales bien reconocibles y con un contenido tonal de inmediata identificación, eran una segura fuente de inspiración y Montsalvatge buscó esas fuentes o, tal vez, se dejó llevar por ellas. Por eso en su música de entonces encontramos chotis y jotas (en el primero y tercero de los “Divertimentos”), o músicas de inspiración castellana, como en “El gato con botas”. Pero mientras los recursos de un nacionalismo ya caduco -al cual, en ninguna de sus formas, nunca quiso pertenecer- sólo le dejaba margen para una depuración y perfeccionamiento de su técnica compositiva, la música americana le brindaba la oportunidad, además, de abrir nuevas vías gracias a las cuales conseguía, al mismo tiempo, un cierto tipo de universalidad expresiva. Llegados a este punto hay que admitir, como no podía ser de otra manera, el influjo y el protagonismo indiscutible de la música “antillana” en esta segunda etapa de la producción de Montsalvatge; y no sólo por razones que atañen a lo exclusivamente musical, sino porque desde el punto de vista de su 9 vida como compositor, es decir, desde presupuestos eminentemente prácticos, le abrió las puertas del éxito y del reconocimiento internacional. A pesar de la ambigua raiz española de determinada música caribeña y a pesar de la cercanía geográfica en la que recogió su vestigio,11 la originalidad de su propuesta situaba a la música de Montsalvatge en un lugar distinto y diferenciado en el panorama musical español -y en el específicamente catalánde los años cuarenta, otorgándole un perfil bien individualizado y, a su autor, el calificativo de independiente, con el que se le colocaba, en principio, en el mismo nivel que otros ilustres “independientes” europeos o americanos. 12 En todo ello la música de las Antillas, dada su enorme “plasticidad”, colaboró sobremanera. Los giros derivados del jazz no podían cobrar forma sino en guiños puntuales, más o menos extensos, pero siempre a modo de recurso de segundos planos, so pena, en caso contrario, de hacer naufragar la composición en una dirección denasiado definida y, al mismo tiempo, enormemente lejana. 13 No es extraño entonces que, por encima de cualquier otra opción, Montsalvatge, una vez comprobado el resultado del “antillanismo”, quisiese ahondar en el camino ya emprendido. 11 A este respecto son esclarecedoras las palabras de Montsalvatge con ocasión de una entrevista concedida en 1952: “Creo -dice el compositor- en la música indiana, originariamente española, exportada a Ultramar, reimportada a nuestro país y reafirmada en la superficie de la península como una nueva, vaga y evocadora manifestación de la lírica musical. Creo que es un tesoro inapreciable o poco apreciado por los “folkloristas” y el que más puede ayudar al compositor catalán a desarrollar un arte verdaderamente popular y propio, susceptible de conseguir, libre de estrecheces localistas, un amplio eco universal. Para mi es tan entrañable una sardana como una habanera. Con la diferencia de que la sardana ha llegado sólo hasta Deodat de Severac y la habanera hasta Ravel, habiendo hecho antes la vuelta al mundo.” Citado en Jordi Codina. “Xavier Montsalvatge”. Col. “Gent Nostra”. Ed. Labor, pág. 24. 12 La relación de Montsalvatge con compositores como Villalobos, Honegger o Ginastera muestra, más allá de la amistad que se profesaban mutuamente, una afinidad de criterios en torno a la música y al hecho compositivo. Algunos de estos compositores fueron, para Montsalvatge, modelos muy cercanos. Véase a este respecto los comentarios de Montsalvatge en “Papers autobiogràfics”, pags. 120 a 127. 13 En este sentido, el “blues” de la Postal de Nueva Yorrk de “Tres Postales Il.luminades”, no dejaría de ser un extrañamiento y, por tal motivo, una caricatura. 10 Hemos venido citando las obras más importantes de esta estapa “antillanista” de Montsalvatge. De la gestación de las “Cinco canciones negras” hay una detallada descripción del propio autor en sus “Papers autobiogràfics” (cap. VII), recogida, a su vez, en otros artículos y libros sobre el particular. 14 Cabe destacar, si acaso, las tres versiones para las que se redactó esta obra: la primera para voz y piano de 1945, la segunda, de 1946, con acompañamiento de conjunto instrumental y la tercera, de 1949, una versión definitiva esta vez con orquesta de considerables proporciones. Si estas canciones representan el lado directo, próximo y claramente sensual del estilo “antillanista” de Montsalvatge, el “Cuarteto Indiano”, compuesto seis años más tarde, significa un distinto grado de elaboración, más abstracto y, hasta cierto punto, menos referencial. Sus cuatro movimientos -sabores caribeños en el primero y segundo, canto argentino (una milonga) en el tercero y los aires americanos ya comentados en el cuarto- aparecen como ecos o evocaciones, sustraídas las referencias concretas al paisaje de donde surgen. Apuntes, retazos o citas concretas de estas músicas coloniales se encuentran, como ya hemos dicho, en obras incluso muy posteriores de su producción. Los ya mencionados “Sortilegis” y la “Postal de l’Havana”, el tercer movimiento del “Concerto-Capriccio” para arpa -una elaborada galopa guaraní- o “A l’americana” de las “Tres Danses Concertans” (otra de las obras por las que Montsalvatge no tenía especiales preferencias), son algunos ejemplos. Pero el significado que la música”antillana” tuvo para Montsalvatge en esta segunda etapa -sobre todo el que emergió en torno a sus “Canciones negras”-, no puede trasladarse miméticamente al resto de obras que, como las 14 Especialmenete el ya citado de Jordi Codina en la Ed. Labor. 11 citadas, utilizaron procedimientos antillanistas en años siguientes. Para estas últimas, el “antillanismo” es recurrencia, no a las fuentes, sino al producto elaborado, años atrás, a partir de esas mismas fuentes. En el período “antillano” como tal, la música no es recuerdo sino evocación y construcción ensimismada de un origen próximo y corpóreo. Desde este punto de vista, Montsalvatge es un excelente y creativo imitador de sí mismo, una especie de auto-neoclásico, cosa que, como iremos viendo, es un rasgo distintivo de su personalidad como compositor y, por lo tanto, de su estilo. No todas las obras de este segundo período participaron del “antillanismo”. Las más nombradas, si bien no todas igual de importantes musicalmente hablando, son: “Variaciones sobre la Spagnoletta de Giles Farnaby” para violín y piano, “Simfonía Mediterrànea”, “Poema concertante” para violín y orquesta, “Calidoscopio” para orquesta y “Perlimplinada”, ballet escrito en colaboración con F. Mompou. Realmente diferentes entre sí y prácticamente enfrentadas en atmósfera e intención expresiva a las músicas propiamente “antillanas”, estas partituras conforman, como conjunto, una vía complementaria dentro de su misma oposición estilística. En medio de la inspirada“facilidad” y espontaneidad tan bien representadas por las”Canciones negras”, sorprende la elaboración de un discurso abstracto, no referencial, en las “Variaciones...” o en “Calidoscopio”, cuando no abiertamente académico en la “Simfonía Mediterrànea”. Esta dualidad de registros compositivos y la coexistencia de obras de distinto signo estilístico acompañará también la evolución de las siguientes etapas de Montsalvatge. Debe de haber alguna razón para que Montsalvatge sitúe el comienzo de su tercera etapa en la “Partita 1958”, y debe de haber también alguna otra para 12 que quiera ver concluido este dilatado período con la “Simfonía de Rèquiem”. En realidad las fronteras, en los dos casos, son difusas y los cambios estilísticos no son ni más ni menos pronunciados que lo fueron o lo serían en obras respectivamente anteriores y posteriores a las dos citadas. Por muy contradictorio que pueda parecer, en la obra total de Montsalvatge se percibe una cierta inmutabilidad o, si se prefirere, una línea de continuidad apenas alterada, contrapeso, tal vez, de las distintas fisonomías que, en lapsos muy breves de tiempo, adopta su música. Las transformaciones, ni lineales ni progresivas, que se suceden con cierta rapidez en su obra (no nos referimos aquí al medio empleado, sino al “aspecto” cambiante de una partitura con respecto a otra cronológicamente cercana) han de presuponer, en principio, una constante que las explique o las justifique en su esencialidad, a no ser que esta constante, actuando como tal, dé forma o se configure, mediante los procedimientos técnicos o estilísticos pertinentes, en el cambio mismo, quedando así manifestada o expresada a la vez como continente y contenido. Montsalvatge pertenece, creemos, a esta segunda acepción y bastaría analizar en todas sus vertientes obras como “Una voce in off” de 1961, la “Desintegración morfológica de la Chacona de Bach” de 1962, la “Sonatine pour Yvette” de 1960 y las “Tres danses concertants” del mismo año, para poder formarnos una certera idea de lo que queremos decir. Posiblemente, la elección de la “Partita 1958” como inicio de su tercera etapa responde, en el pensamiento de Montsalvatge, más a un cambio de actitud ante la composición - el que le llevará a sus obras más abstractas-, que a la adopción de una serie de recursos técnicos y expresivos (los derivados, por ejemplo, de las vanguardias musicales europeas de postguerra o los 13 relacionados con el método dodecafónico y el serialismo). Dichos resursos no vendrían a ser, en este caso, sino los soportes sobre los que edificar aquel cambio de actitud. Aún en este momento, Montsalvatge, en una especie de irónico requiebro a su entorno, seguirá siendo unicamente fiel a su propia independencia. En la “Partita 1958” , de factura claramente neoclásica, se concentra esta intención de cambio y es, además, desde una perspectiva simplemente diacrónica, síntesis superadora de las experiencias anteriores de Montsalvatge habidas en el terreno de la orquesta. Por su parte, la “Simfonía de Rèquiem” es una obra importante tanto por lo trascendente de su asunto como por los medios que emplea y exige: una nutrida plantilla orquestal -nunca utilizada ostentosamente- y un elaborado y cuidadoso tratamiento del tejido musical, acorde con el sentido de poética austeridad y recogimiento de esta pieza. Desde “Reflexus-Obertura” de 1973, además, Montsalvatge no había escrito ninguna otra obra, de cierta envergadura, en la que la orquesta fuese la única protagonista, y está claro, por otra parte, que la “Sinfonía de Requiem”es una de las de mayor enjundia dentro de su no muy extensa producción estrictamente orquestal. Para nosotros no hay duda de que Monsaltvatge “quiso” con esta obra poner fin a una etapa y, posiblemente, a una vida entera dedicada a la composición.15 En la atalaya de este “Requiem” (casi) sin palabras 16 , límite voluntario y meta última cada vez menos improbable, Montsalvatge contempló y clasificó su producción anterior con la velada consciencia de que, como en una hurtada mirada al arco de la vida, las obras que de su mano verían la luz a partir de la “Simfonía de Rèquiem”, 15 “Cuando estrené la “Sinfonía de Requiem” tuve la impresión que esta sería mi última obra. ¿Se podía pedir un título más apropiado, aunque ingrato, para despedirse de la tarea creadora?” Xavier Montsalvatge. “Papers autobiogràfics”. Edicions Destino. Barcelona, 1991. Pág. 274 14 estarían necesariamente referidas a esta partitura y configurarían, por sí mismas, la última etapa de su carrera. Una prórroga, en definitiva, que él mismo se concedía de común acuerdo con el destino. En esta amplia tercera etapa -siguiendo con la división del propio compositor- hay, a nuestro entender, tres períodos que podrían ser merecedores de tal consideración. El primero abarcaría de 1958, año en el que compone y estrena la “Partita”, a 1967, fecha en que finaliza la composición de la ópera “Babel 46”. El segundo comprendería de 1969 a1974, años respectivos de la composición y estreno de sus “Cinc invocacions al Crucificat” y del estreno de “Sum vermis”. Y por último un tercer período que culminará con la “Simfonía de Rèquiem” de 1985 y se inicia en 1975 con el “Concerto-Capriccio” para arpa y orquesta. Principalmente, la razón que avala esta segunda clasificación estriba en la relativa unidad de los dos últimos de estos tres períodos; unidad que mantienen en sí mismos, en función de su relación con, al menos, un elemento de estilo u otro tipo de factor referencial determinado. El primero, por su parte, se acota en los límites que constituyen el perfil más definido de los otros dos y la opinión del propio Montsalvatge acerca del comienzo de su tercera etapa con la “Partita 1958”. De estos tres períodos, el segundo es altamente significativo en la evolución de Montsalvatge ya que está dominado por la particular relación que estableció con la atonalidad y más concretamente con el dodecafonismo, en un intento seguramente de conseguir “aquel equilibro entre lo tonal y lo atonal y 16 Sólo en los 23 últimos compases de la obra, una soprano que ”cuando sea posible...no ha de ser vista por el público” -se indica en la partitura-, canta el “Requiem aeternam donam eis.Amen” 15 aquella síntesis de procedimiento que tanto he deseado”17. Muchas de las obras escritas entre 1969 y 1974 adoptan procedimientos dodecafónicos o bien bordean, simplemente, el abandono de la tonalidad, insinuándose, en ocasiones, a través de un expresionismo al que podríamos calificar de meridional o de un constructivismo a veces seducido desde una cierta especulación sonora. Encabeza este grupo de obras “Cinc invocacions al Crucificat”, una de sus partituras más celebradas y le siguen “Laberint” para orquesta, la “Sonata concertant” para violoncello y piano (de la que hay una versión para violín y piano) y “Reflexus-Obertura”. Hay otras obras de este período que no participan directamente del tratamiento dodecafónico, pero sí de la extroversión expresiva que puede desprenderse del empleo de este método. La “Serenata a Lydia de Cadaqués”, el “Hommage à Manolo Hugué” -una obra de un intimismo realmente sombrío en algunos tramos- y “Sum vermis” para voz, dos pianos y percusión, son las más representativas. El primer período, mucho más abierto, incluye la composición de “Una voce in off” y “Babel 46”, dos obras que junto a “El gato con botas” completan su dedicación a la ópera, y en las que la unidad estructural se consigue gracias a una inteligente mezcla de estilos. El apartado sinfónico se completa con “Desintegració morfológica de la Chacona de Bach”, una de las obras más emblemáticas de Montsalvatge. “Me propuse -dice Montsalvatge respecto a la creación de esta obra- conseguir una reestructuración de su contexto, después de un desguace armónico, tonal y rítmico previo de la partitura buscando nuevas imagenes sonoras derivadas del substrato original de Bach. No intenté, 17 Jordi Codina. “Xavier Montsalvatge”. Col. “Gent Nostra”. Ed. Labor, pág. 50. 16 pues, hacer unas variaciones, ni mucho menos una simple instrumentación para gran orquesta, sino ir a buscar el misterio vivo y actualísimo que parece palpitar en toda la música de Bach y que aquí se manifiesta ceñido a las formas más estrictamente clásicas”.18 La “Desintegración Morfológica...” -de la cual Montsalvatge realizó tres versiones, siendo la tercera y última la que dio por definitiva- resume a la pefección uno de los aspectos esenciales del estilo de Montsalvatge: su “neoclasicismo”; e ilustra muy bien sobre uno de los rasgos característicos de su pensamiento compositivo, no apreciable en todas sus obras, ni fácilmente perceptible a primera vista: un evidente talante constructivo de carácter formalista. Neoclasicismo y formalismo, categorías por lo general imbricadas la una en la otra, son parte sustancial del discurso creativo de Montsalvatge, siempre matizado, eso sí, por un patente deseo de comunicabilidad y acercamiento a quien escucha y, sobre todo, a quien interpreta. Desde este punto de vista, la “Desintegración Morfológica...” parece ser un claro preludio, como mínimo en cuanto al tratamiento del material se refiere, al siguiente período caracterizado por el emlpeo de las técnicas seriales y del que ya hemos hablado. Son también de este período las “Tres danzas concertantes”, la “Sonatine pour Yvette” y el estreno en 1960 del “Cant espiritual”, sobre el poema homónimo de Joan Maragall. Esta última obra es un claro ejemplo de la versatilidad de Montsalvatge. Esbozada, al parecer, poco tiempo antes de la Guerra Civil, aparece como una partitura que se ha mantenido “fiel” (las lógicas incorporaciones de logros técnicos, aparte) 18 a su propio estilo (al Xavier Montsalvatge. “Papers autobiogràfics”. Edicions Destino. Barcelona, 1991. Pág. 168 17 propio estilo de la obra) por encima de los avatares compositivos de su autor durante más de dos décadas. Distinta del resto de las obras con las que comparte época, en el “lenguaje”, en la intención expresiva y en la atmósfera estética que la rodea, “Cant espirtual” es una muestra de esa capacidad de aislamiento estilístico de la que Montsalvatge hace gala prácticamente en todas las etapas de su producción. El tercer período tiene como colofón la “Simfonía de Rèquiem” pero en los diez años previos Montsalvatge, conscientemente o no, parece querer establecer un hilo conductor a través de sus tres conciertos, escritos para otros tantos y también distintos instrumentos: arpa, clave y guitarra. Se trata del “Concerto-Capriccio” para arpa, el “Concierto del Albayzin” para clave y “Metamorfosis de Concerto” para guitarra. La elección de los instrumentos solistas no deja de ser, como mínimo, curiosa: todos son similares en función de su naturaleza sonora, bien sea en lo referido a la producción del sonido -de cuerda pulsada o punteada-, o bien en lo tocante a la relativa escasa potencia de sus respectivas fuentes sonoras. Está claro que la eleción de estos intrumentos como solistas de conciertos con orquesta -donde la plantilla orquestal, además, no es precisamente reducidaviene condicionada por el deseo del compositor de recurrir a una determinada forma concertante -singularmente el concerto a la italiana- en la que, para que el equilibrio sonoro sufra lo menos posible, sea preciso domeñar las sonoridades orquestales y forzar, al mismo tiempo, una escritura camerística. Pero hay algo también en esta elección que deja traslucir las afinidades estéticas de Montsalvatge y que se plasman aquí en la búsqueda y recreación -por medio del arpa, del clave y de la guitarra- de sonoridades alejadas de 18 cualquier ampulosidad (sonoridades “antiguas” a veces, relacionadas históricamente con estilos anteriores al siglo XIX, o bien muy próximas, como es el caso de la reutilización de algún que otro giro “antillanista” o la referencia a los usos compositivos de ciertos neoclasicismos contemporáneos), y en el rechazo, implícito, de los instrumentos prototipos del romanticismo (piano, violín y violoncello) así como de los conceptos estílticos y formales que les subyacen. Ciertamente fueron de nuevo las circunstancias (encargos, amistad...) las que decidieron, al menos en principio, la elección de los intrumentos solitas. Pero no por ello puede negarse que, en última instancia, fuese el transfondo creativo de Montsalvatge -sus propias inquietudes y el dictado de su propio gusto-, quien condujera, como ocurriría en otras ocasiones, a establecer el marco favorable en el que estas circunstancias pudieran ser fructíferas. La importancia que tuvo para Montsalvatge la composición y difusión de estos tres conciertos, queda reflejada en sus propias palabras: “Considero “Laberint”, conjuntamente con mis conciertos para arpa, clavicémbalo, guitarra y orquesta respectivamente, como mis obras más conseguidas”.19 Como ocurre con otros períodos o etapas, una posible línea estilística central se entrecruza con propuestas de signo distinto. En este caso hay que citar el “Concertino 1+13” que por su estructura e intencionalidad no puede considerarse dentro de los tres conciertos citados, la “Microrapsodia” para violoncello y piano, “Questions and Answers on a Ricercare of Andrea Gabrieli” para quinteto de metales y la obra para piano “Sí a Mompou” en homenaje a este compositor en su noventa cumpleaños. 19 Jordi Codina. “Xavier Montsalvatge”. Col. “Gent Nostra”. Ed. Labor, pág. 50. 19 A partir de la “Simfonía de Rèquiem” Montsalvatge, ya en la cuarta y última etapa de su producción, compone una serie de obras en las que abandona el curso de su imaginación al puro juego de estruccturas y sonoridades, sin preocupaciones trascendentes -aunque en muchas de estas obras se esconda agazapada una impertérrita melancolía- y sin elucubraciones o experimentaciones, salvo aquellas que puedieran surgir en el diálogo entre la música en trance de creación y su propia inspiración. Son piezas, por lo general, de no muy larga duración y de trazo amable, que recogen, o mejor aún, absorben despreocupadamente elementos de sus etapas anteriores y los depositan, sin violencia, en el entramado de sus estructuras sonoras. No son un resumen de su vida creativa sino el epílogo, tierno, nostálgico y burlonamente temperamental a veces, desde el que se contempla con distancia, y no sin algún ápice de resignación, una trayectoria profesional cuajada de dispares experiencias. Obras para orquesta como “Sortilegis” o “Bric-à-Brac”; para pequeña orquesta con solistas como “Folia daliniana” o “Sinfonietta-concerto”; para orquesta de cuerda como “Tres postals il.luminades” o “Tres reflejos sobre una pastoral de invierno”, que fue su última composición; para piano o para pequeñas formaciones de cámara y para voz con acompañamiento de piano o de orquesta de cuerda, como “Eufonia” estrenada en 2000 y basada en un poema de Apel.les Mestres, cierran su catálogo y dan una sorprendente coherencia a esta última etapa; coherencia basada fundamentalmente en el empleo de una personal disposición armónica, dentro de unas relaciones tonales internamente asumidas -eliminada ya cualquier otra expectativa sonora-, y de un diseño melódico y temático, sustentado en aquellas relaciones 20 y de autoría fácilmente reconocible. En esta última etapa Montsalvatge tiende, en definitiva, a retomar la herencia de su propio legado compositivo, desproveyéndola de cualquier otro elemento que no sea el que conforma el díálogo simple y directo consigo mismo a través de la música. Apuntes sobre el estilo Los primeros años del Montsalvatge compositor, años de tentativa y búsqueda, no sólo van a ser lógicamente decisivos en su futura carrera, sino que van a mostrar ya, en embrión, varios de los rasgos de su carácter creativo y de sus preferencias musicales. Discípulo de Morera y Pahissa -ambos convencidos wagnerianos 20 - Montsalvatge, en cambio, nunca se identificará con el mundo del autor de “Parsifal”, si bien sabrá reconocer la maestría técnica en la confección de las obras y la importancia histórica de su figura. La no identificación con la música de Wagner significaba, ya entonces, la adopción de unos criterios estéticos o, cuanto menos, la aceptación firme de unos determinados parámetros de afinidad en el gusto, que le llevarían a decantarse por elaboraciones musicales y conceptos estéticos muy alejados, no sólo de la órbita wagneriana, sino de la tradición musical centroeuropea y, en particular, alemana. La complejidad y el sentido de la gran forma, la abstracción significativa de la música no referencial, la autonomía discursiva de la música instrumental, es decir, todo aquello que caracterizó a la música alemana desde el último clasicismo de fines del XVIII hasta la irrupción de la 20 ”Mis doctrinantes -dice Montsalvatge- querían convencerme de que toda la verdadera gran música del momento era heredera del imprescindible testamento wagneriano, lo que empezó a crearme las primeras dudas. Entonces hubiese representado una rebeldía negativa poner en duda la trascendencia -por lo demás incuestionable- del gigante teutón, pero, al margen de esta afirmación, la realidad es que no podía evitar mirar hacia otro lado, sentirme atraído por el polo opuesto y sus heterogéneas perspectivas.” Xavier 21 Segunda Escuela de Viena fue, con alguna que otra excepción, realmente ajeno a la sensibilidad de Montsalvatge. Tal vez esto explique -junto a otros factores que iremos viendo- la predilección del compositor por las formas no extensas o por las estructuras concertantes aligeradas del “peso” de la forma de sonata21. Es cierto que en su producción hay obras de una duración considerable 22, pero sus respectivos perfiles se apoyan en el texto (y en la voz) como vehículo unificador (cual es el caso de “Cant Espiritual”, “Cinc invocacions al Crucificat” o “Hommage à Manolo Hugué”), son resultado de la sucesión de estructuras de pequeñas dimensiones articuladas a veces en forma de Suite (“Partita 1958” o “Laberint”), o bien exteriorizan una suerte de programa íntimo del cual la estructura sonora es reflejo (“Simfonia de Rèquiem”). La adscripción estética de Montsalvatge vino determinada desde el primer momento -y a pesar de sus iniciales ambigüedades compositivas- por su particular empatía y predisposición, principalmente, hacia la música francesa de la primera mitad del siglo pasado (en particular Debussy, Ravel, Satie y el “Grupo de los Seis”) con la que se relaciona en un alto grado de afinidad, a veces en estado quasi puro y a veces en diálogo con la música nacionalista Montsalvatge. “La recóndita belleza de la música”. Discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid, 1998 21 En una explicación del origen de su “Sonata concertante” para violoncello y piano, Montsalvatge comenta: “...como compositor diría que -(el violoncello)- no me ha atraido nunca..., pero la verdad es que cuando me encargaron una sonata para violoncello y piano (tampoco siento especial predilección por la sonata) destinada a la Decena de Música de Toledo...” Xavier Montsalvatge. “Papers autobiogràfics”. Ed. Destino, Barcelona 1991. Pág.194. 22 Tal vez no sea este el lugar más apropiado, pero no nos resistimos a hacer la siguientes observaciónes. No es legítimo adjudicar mecánicamente a la forma de sonata -y a las construcciones en ella basadas- la mayor o menor extensión de las obras. No es la forma de sonata un hecho externo a ella misma. Su uso no es una justificación para la composición, sino la composición en sí misma orgánicamente desplegada. Lo que carcteriza la forma de sonata no es, en esencia, su capacidad de producir obras de gran duración, sino su intrínseca potencialidad de desarrollar, a partir y a través de una estructura interna cerrada en sí misma y dotada de sentido, una significación estrictamente musical. Se ha de descartar el maniqueismo de que toda sonata ha de ser necesariamente extensa, y de que todo lo extenso sea garantía de interés ni de bondad constructiva, o incluso expresiva, y se ha de descartar también la idea, no menos adocenada, de que la forma, la gran forma, tiene que ver con el constructivismo y todo lo que huye de ella, no. 22 española. Si Debussy influye sobre todo en sus primeras obras, Ravel lo hará, además, en obras de sus épocas de madurez. De hecho, el sello raveliano, más o menos metamorfoseado o como simple elemento inspirador, impregnará en mayor o menor medida toda su producción. Obras como “Impromptu en el Generalife” -extraído de los “Impromptus” de 1933-, y más en concreto, por lo que a Ravel se refiere, la “Sonatine pour Yvette” son evidentes muestras de esta afinidad que, por otro lado -y especialmente en el caso del autor de “Bolero”- se extiende más allá de la música para piano abarcando, en el juego tímbrico, en las disposiciones intrumentales o a través de lo análogo de ciertas formas concertantes (como en el “Concerto Breve” para piano) las composiciones en que participa la orquesta. Pero es sobre todo con los compositores del “Grupo de los Seis” con quien Montsalvatge establece los mayores vínculos de parentesco estético. En general, se sintió atraído por la “ideología” que los animaba y definía y, en particular, por la música de Darius Milhaud. Las posiciones estéticas y las preferencias musicales de los franceses fueron compartidas por un joven Montsalvatge que, también como ellos, reaccionó contra Wagner y contra el impresionismo debussysta, se interesó por el jazz, por las distintas formas de música popular urbana y por el “music-hall”, y practicó, a su manera, la irreverencia artística que venía propugnada por la idea del “amueblamiento” musical de Satie y por el ideario de Cocteau. “El Grupo de los Seis -dice Montsalvatge- representó para mi una verdadera rebelión contra la órbita musical en la que se movían mis maestros, órbita modernista tan influida por el 23 arte germánico, que en Cataluña no afectó solamente a la música, sino también a la arquitectura y a las artes plásticas”.23 La influencia de Milhaud fue, al principio, directa sobre el Montsalvatge de los “Tres Divertimentos” y luego permanecería en sus obras a través, fundamentalmente, del empleo de la politonalidad.24 No sabremos exactamente hasta qué escondrijos de la música de Montsalvatge llega realmente la influencia de Milhaud, pero no sería muy difícil adivinarla en la hiriente yuxtaposición de armonías mayor-menor, en la formación de estructuras acórdicas con centros tonales contradictorios, en la resolución inesperada de melodías que se estratifican en virtud de estas contradicciones “lingüísticas” o en la desnuda plenitud, agridulce, de algunos tratamientos instrumentales. En el transfondo afectivo de estas particularidades técnicas se sitúan la ironía, la caricatura burlesca e, incluso, el desdén. El uso del jazz -mucho más descarnado en Milhaud-, la recurrencia a músicas populares americanas, el gusto por el teatro musical y el ballet, son otros puntos de coincidencia. En tanto que la música de los franceses fue para Montsalvatge paradigma de la liviandad de la forma, la sencillez melódica, la ingravidez y ambiguedad armónica o la luminosidad tímbrica, y hasta cierto punto -y en algunos casosde la intrascendencia expresiva, la de Stravinsky le ofreció el impacto de la sonora desnudez instrumental, la paralizada quietud de sus composiciones neoclásicas, el distanciamiento constructivo o la marmórea arquitectura de sus formas. 23 Jordi Codina. “Xavier Montsalvatge”. Col. “Gent Nostra”. Ed. Labor, pág. 14. Recordando la representación de “Le pauvre Matelot” de D. Milhaud, ocurrida en Barcelona en 1932, Montsalvatgee escribe: “Fue la única vez que vi de cerca al compositor y tuve el presentimiento de que aquella música, deliberadamente primaria, libre de prejuicios escolásticos, antifolklórika pero de un populismo urbano entre parisino y provenzal, era la que me abría las puertas a un nuevo estilo de entender 24 24 Si la admiración que Montsalvatge profesaba por Stravinsky fue temprana -lo escuchó en directo en Barcelona, en 1936, en una audición de la soberbia, según sus propias palabras, “Sinfonía de los Salmos”- los reflejos de esta admiración irradiaron su influencia principalmente en las épocas centrales desu producción, aquellas que coinciden con lo que muchos han dado en llamar el período objetivista. Intrínsecamente relacionado, por analogía, con el neoclasicismo stravinskyano (cuyo inicio, como sabemos, es muy anterior a la fechas que comentamos), esta tendencia de Montsalvatge cobra forma en obras de factura neo-tonal, no necesariamente politonales, como “Calidoscopio” o “Partita 1958”, o en partituras como “Desintegración morfológica de la Chacona de Bach” en la que el material, sometido a una imaginativa manipulación analítica, da como resultado una construcción monolítica, no exenta de una particular emoción o, en fin, en obras que utilizan los procedimientos seriales -”Laberint” o la “Sonata concertant”, por ejemplo-, paradigma para muchos (también para el propio Montsalvatge), de un acerado constructivismo. En este último caso, es casi imposible sustraerse al hecho de considerar que la sombra del último Stravinsky, el de “Agon”, “Canticum Sacrum” o “Threni”, planea -en el gesto no en el resultado- sobre la concepción dodecafónica o serial de estas obras. En cualquier caso, en la música de Montsalvatge, Stravinsky no es omnipresente ni tampoco perceptible en una primera ojeada. Su huella se adivina en los momentáneos ritmos obstinados de determinadas secciones instrumentales -”Concierto del Albayzin”, “Reflexus-Obertura”-, en el estatismo de ciertos fragmentos -”Simfonía de Rèquiem”-, en las mayestáticas el fenómeno sonoro”. Xavier Montsalvatge. “Papers autobiogràfics”. Edicions Destino. Barcelona, 1991. Pág. 43. 25 sonoridades del comienzo de las “Cinc invocacions...”, en el estilo salmódico de algunas líneas vocales -”Hommage à Manolo Hugué”- o en el mismo “Cant espiritual” que desde muy lejos contiene resonancias, precisamente, de la ya citada “Sinfonía de los Salmos” (por ejemplo, el comienzo con un pedal grave-agudo en las cuerdas y en el piano que, atacado en forte-piano en el segundo tiempo del compás, soporta las evoluciones de las maderas). Por lo demás, no hay en Montsalvatge, salvo raras excepciones, ni ritmos dispares, ni contradicciones métricas, ni cambios abruptos en la dinámica. Aunque deudora en parte de ciertos rasgos stravinskyanos, la obra de Montsalvatge por su espíritu mediterráneo y por su temperamento menos agresivo no podía contener, sin más, estos giros estilísticos que Stravinsky acuñó como propios casi desde el principio de su carrera. En esos primeros años de su incipiente profesión como compositor y en los inmediatamente anteriores, Montsalvatge participó, además, de una vida cultural barcelonesa relativamente importante, enormemente intensificada con el advenimiento de la Segunda República, y pudo conocer de primera mano la obra de muchos de los compositores más influyentes de aquella época. A parte de composiciones de los miembros del “Grupo de los Seis” y de Stravinsky, ya mencionados, Montsalvatge pudo escuchar obras de Prokofiev y Rachmaninov, de Ibert, Piston, Roussel, Szymanowsky y Martin, de Schönberg, Berg y Webern, de Ernesto y Rodolfo Halffter, Bacarisse, Remacha y Pittaluga, de Turina y Esplá -con quien le unió una gran amistad-, de Falla, por supesto, y de los compositores de su entorno más próximo como Gerhard, Blancafort, Ruera o Ricard Lamote. 26 Desde el ámbito de la tradición de la música española, la sombra de Falla por un lado y la de un nacionalismo de menor rango, por otro, planeaba sobre las expectativas de los compositores españoles de entonces. Un primer Montsalvatge no es ajeno a la influencia de la música nacionalista española de la cual, sobre todo a partir de 1950, rehuyó su influjo pero de la que se encuentran rasgos muy evidentes, reflejos o taimadas alusiones en épocas posteriores. La composición más representativa de esta tendencia es, sin duda, la ópera “El gato con botas”, basada en el cuento de Perrault y estrenada en Barcelona en 1948. 25 En su caso se añadía, además, la pertenencia a un entorno musical, el catalán, en el que convivían, a veces enfrentadas, la herencia modernista; una concepción estética típicamente meridional, de inspiración francesa, a medio camino entre la música popular y el intimismo expresivo; la influencia de la escuela de Schönberg, definida en Gerhard y embrionaria en Homs y las secuelas de un cierto nacionalismo casticista.26 Ante este cúmulo de estímulos Montsalvatge responderá, no sin dudas ni contradicciones, forjando una distinguible y distinta personalidad musical, posiblemente única en la música española de los últimos 60 años, y tal vez labrada y conseguida -razones musicales, aparte- a base de no oponer radicalmente a sus íntimas apetencias artísticas, aquellas dudas y contradicciones, surgidas de sí mismo, ante el juicio de su propia obra y ante 25 Montsalvatge escribió dos zarzuelas una de las cuales, “La boda de Reyes Castillo”, de ambiente y tema andaluz, se estrenó en 1941. La segunda, “La Duquesita”, quedó inacabada. Fueron, en palabras del mismo compositor, “dos pecados de juventud”. Citado por Jordi Codina en “Xavier Montsalvatge”. Col. “Gent Nostra”. Ed. Labor, pág. 38. 26 Vale la pena transcribir en relación con este asunto, y en general con todo el capítulo de influencias, las propias palabras de Montsalvatge (a propósito de una pregunta sobre la música antillana) en estrevista concedida a A. Charles: “De hecho -dice- yo soy muy afrancesado y me interesa mucho Saint-Saens, Ravel, Debussy, etc. A todo esto hay que añadir que no me sentía ligado a hacer una música catalana y mucho menos española, por lo cual, esta dirección (la de la música de su período antillano) me ofreció 27 los hechos musicales acaecidos en otros ámbitos estéticos a lo largo de su dilatada carrera. Por encima de cualquier otra opción, Montsalvatge sintetiza todas sus posibles repuestas haciendo gala de un evidente distanciamiento -que materializado en la música será rasgo primordial de su estilo- concordante con su particular visión del mundo y con su propia postura ante la vida, de la cual dejó, en entrevistas, conversaciones y escritos, suficientes testimonios. Es un distanciamiento preñado de escepticismo, con substrato en un cierto talante pesimista -”Tout s’arrange. Mal, mais tout s’arrange”27, era una de sus lemas más habituales-, que no se opone, sino que más bien explica, su impronta jovial, la abstracción lúdica de algunas de sus propuestas, su elegante o mordaz ironía, la nostalgia y, evidentemente, un ocasional formalismo constructivo, elementos todos ellos que, presentados de una u otra manera, recorren la totalidad de su producción y cuajan, según sea el caso, en obras de distinta atmósfera sonora, presupuestos técnico-compositivos y mundos estéticos. Por eso Montsalvatge aparece -y ciertamente los es- como un compositor “ecléctico”, calificativo que -además de arrastrar consigo aquel otro que parece serle consustancial: el de “independiente”- entronca muy bien con la circunstancialidad28 de su quehacer compositivo diario, aspecto que, lejos de ser un demérito, atestigua el sentido de una relación al mismo tiempo directa y una salida. Además, el éxito de las “Canciones Negras” me animó a seguir por aquel camino”. En Música d’Ara. Revista de la ACC, nº 1, 1998. Pág. 10 27 Xavier Montsalvatge. “Papers autobiogràfics”. Edicions Destino. Barcelona, 1991. Pág. 282 28 Casi desde el comienzo de su trabajo como compositor, pero sobe todo a partir del éxito de sus “Canciones Negras”, Montsalvatge compuso, con apenas excepciones, por encargo, algo que, como él mismo reconoce...: “Por suerte para mi, y de una forma muy progresiva, fui componiendo instigado casi siempre por un encargo...En la tercera fase de mi carrera como compositor, no he escrito nada sin tener la certeza de su estreno, o bien de su grabación o edición”. Jordi Codina. “Xavier Montsalvatge”. Col. “Gent Nostra”. Ed. Labor, pág. 51. 28 necesitada, no ya con la música misma, sino con el “mundo de la música” en su más amplia acepción; tal vez uno de los aguijones que con más insistencia espoleaban su, por otra parte, abundante ingenio. Sin embargo atravesando los definidos y muy variados contornos de sus obras y uniendo lo que las fronteras de sus etapas estilísticas separan, una serie de vectores constantes, fundamentalmente idiomáticos, pero también estrictamente estéticos, trazan, en el transfondo de su legado compositivo, una línea de continuidad y coherencia. Aceptando, de entrada, que un planteamiento de estas características puede resultar, en estos momentos y dentro de los márgenes de este artículo, incompleto, pasamos a resumir, a renglón seguido, cuales nos parecen ser los cauces principales sobre los que actúan aquellos vectores. En primer lugar, y como ya hemos apuntado más arriba, Montsalvatge “decidió” desde muy pronto que su mundo de influencias y afinidades iba a estar muy alejado de la tradición de la música alemana 29. Hablando en términos generales, para él, la gravedad y complejidad -no tanto de elaboración como de concepto y “argumentación” estética- de esta música le era, como ya dijimos más arriba, esencialmente extraña. Esto es casi lo mismo que decir que prácticamente cualquier otro estilo, bien contemporáneo a su trabajo creativo o bien pretérito, podía serle afín lo que, a tenor de sus propias opiniones y a la luz del estudio de sus partituras, no deja de ser, en general, cierto. En segundo lugar, la anterior afirmación entraña, como mínimo, dos consecuencias, de las que ya hemos hablado también con anterioridad, y que 29 Siempre con excepciones y sin dejar de tener en cuenta la admiración que sintió por algunos compositores de los paises alemanes o de su órbita de influencia y, más en concreto, por alguna de sus obras. 29 aquí indicamos a modo de resumen. La primera se refiere y viene a determinar su concepción y elección de la forma, dando a la creación de las estructuras que emplea un tratamiento eminentemente empírico, a medio camino entre la inmediatez de lo lúdico y la facticidad y cercanía de lo práctico. La utilización de las pequeñas formas o de formas no muy dilatadas y la casi sistemática resistencia -cuando estructuras de mayores proporciones se hacen inevitables-, al empleo del tratamiento temático o del desarrollo motívico es, a este respecto, altamente significativo. Nótense también los nombres dados a muchas de sus obras más importantes, cuando, por una u otra razón, les convienen títulos identificados con las formas puras tradicionales: “Concerto breve”, “Concerto-Capriccio”, “Poema concertante”, “Metamorfosis de concierto”, etc. La segunda consecuencia se vincula con una parte nada secundaria del talante compositivo de Montsañlvatge, y que es la que origina que el proceso discursivo de su música necesite, casi siempre, de un pre-texto, de una referencia externa que sirva, en cierto modo, de guía a su inspiración. Por supuesto el texto cantado (toda su obra vocal, incluída aquí la ópera), pero también la palabra sólamente sugerida a través de la música, como la “Simfonía de Rèquiem”, un paisaje evocado -Tres danses concertants” o “Tres postals il.luminades”, el recuerdo de una amistad -”Sí a Mompou”, la imagen de una leyenda -”Serenata a Lydia de Cadaqués”- o la alusión a distintos cantos y bailes. En tercer lugar, Montsalvatge es un compositor que piensa y, por encima de todo, siente tonalmente. Su entorno musical y cultural de origen (en esto muy poco diferente de otros compositores españoles de su generación o 30 próximos a ella), y su propio temperamento artístico, le llevan a mantenerse y desarrollarse en el ámbito de la tonalidad. De límites borrosos en ocasiones, e incluso aparentemente abandonada en momentos concretos de su obra, la tonalidad será referente inamovible y razón última que justifica y da coherencia, en definitiva, al amplio abanico de su creación.. La polarización en su obra de las relaciones tonales, bien se presente en el empleo de modos y escalas exóticas, o bien aparezca configurada en estructuras y construcciones politonales, obedece a un deseo de claridad de texturas y líneas en un intento de conseguir la comunicación adecuada sin la cual, para Montsalvatge, la música carecería de sentido. En forma concéntrica, este sentido de lo musical se alcanza si la adecuación se establece primero entre su propia consciencia y la realidad sonora enfrentada, lo que, en su caso, viene a significar el encuentro con las fomas tonales y su simultánea utilización. Por eso, cualquier expansión gramatical se ciñe, en su música, a las fronteras de lo tonal, sean estas fronteras ampliadas por la acción de dos o más centros atractivos, o se mantengan inmutables -a pesar de aparentar a veces una cierta movilidad- dentro de unas mismas coordenadas tonales. Los coqueteos con el serialismo no alteran esta situación. La serie, que nunca se muestra como único patrón estructurador y, por consiguiente, jamás da lugar a una obra completa originada y construida según sus principios, queda doblegada a una idea tonal previa y se manifiesta, entonces, como un elemento aislado que encuentra su coherencia precisamente más allá de sí mismo y al margen de los fundamentos estéticos que deberían sostenerlo. Montsalvatge utiliza la serie en una actitud eminentemente lúdica, no entregada al juego de sus posibles relaciones internas, sino dispuesta como un elemento 31 más de contraste en medio de otros entre los cuales cumple, prioritariamente o no, su papel. En cuarto y último lugar, no es concebible la música de Montsalvatge si no es en su relación con la música popular. Tal como hemos venido hablando a lo largo de este capítulo, no se trata de folklore, ni de música étnica, sino de música urbana, próxima e integrada en la cotidianeidad de la vivencia. No es un objeto de estudio musicológico, sino un fenómeno vivo cuya “apropiación” se efectúa a través de un fructífero diálogo, bien sea con el canto de los pescadores del Ampurdán, con los giros rítmicos y armónicos del jazz o con cualesquiera otras formas de música popular principalmente urbana. La música de Montsalvatge es directamente permeable a las influencias de estos estilos populares. Es más, se diría que, sobre todo en sus dos primeras etapas, su obra se individualiza gracias al estímulo, apenas mediatizado, de aquellos estilos; sobre todo del estilo de la música “antillana”. La influencia de los criterios estéticos y los procedimientos compositivos de la tradición culta de la música -incluso de la más irreverente del “Grupo de los Seis”seguramente no habría dejado huella, por sí sola, en la sensibilidad musical de Montsalvatge. La música “antillana” y, en particular, las habaneras de la costa ampurdanesa, será la semilla en la que fructificará aquella influencia y que hará posible el surgimiento de una personalidad musical diferenciada. El acercamiento de Montsalvatge a la música popular no es aséptico sino motivado por un impulso que late al unísono que sus cadencias y melodías. Es un encuentro, un descubrimiento, y no el resultado de una búsqueda. Por eso, una vez alejada del epicentro de la influencia antillana, su música -salvo la que voluntariamente rehuye el recuerdo para instalarse en la más pura abstracción- 32 se vuelve paisaje en sí misma. Panorama evocador, pintura no descriptiva de resonancias catalanas, levantinas y, por extensión, mediterráneas. Lo popular, desprovisto de las refencias a su origen concreto, está ahí también presente, y es en mucha de la música de sus últimos 15 años, tan ligada a Cadaqués, donde consigue su mejor acomodo. Para Montsalvatge la música y el acto mismo de la creación musical es un misterio que, en última instancia, escapa a la lógica hilvanada y expositiva de la idea o a la explicación técnico-analítica reductora de sus más íntimas esencias. Su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando versa sobre este eterno problema estético-filosófico. En las dudas ancladas en una ingenua, pero no por ello, menos legítima reflexión, Montsalvatge se cuestiona acerca de cuáles son los aspectos sancionadores del valor estético intrínseco de una obra de arte. ¿Están en la solidez de su estructura y en su perfección formal o descansan en su capacidad de producir una inmediata emoción?¿Pueden coincidir ambos asertos en una misma obra o son por principio irreconciliables? “Creo -dice en una parte de este discursoque todos somos sensibles al penetrante, incólume sentimiento de los “Negro Spirituals” americanos, pero hay que aceptar que si los pusiéramos, por ejemplo, al lado de los “Lieder” de Schubert, no vacilaríamos en situar a muy distintos niveles ambas melografías por su discordante entidad, su espíritu o incluso por su linaje cultural. Y, sin embargo, considero imposible demostrar rotundamente con veredictos técnicos esta evidencia.” Montsalvatge, no nos da respuestas ni nos ofrece soluciones. Sólo nos muestra el problema y nos invita a reflexionar con él acerca de un asunto siempre presente en su pensamiento y en su obra: ¿Dónde se halla la belleza de 33 la música; la recóndita belleza de la música? Una duda con la que convivió durante toda su vida, motor de su quehacer musical y garantía de su inquebrantable independencia espiritual y artística. Juan José Olives Sant Cugat del Vallès, julio de 2004 ---------------------------------------------------------------------------------------------------- 34 35