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1
La construcción
de las identidades
de los jóvenes
Juan González Anleo
CATEDRÁTICO DE SOCIOLOGÍA
UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA
Sumario
1. Adolescencia y juventud.—2. La situación de los jóvenes españoles
a comienzos del siglo xxi.—3. La identidad de los jóvenes españoles:
rasgos m á s característicos.
RESUMEN
El artículo parte de dos constataciones, por un lado, que «la identidad
es conferida, mantenida y transformada socialmente, "es una construcción socially la segunda, que «la identidad de los jóvenes españoles de estos comienzos de siglo es una identidad abierta y compleja». Esta identidad se construye sobre tres pilares, cuyos rasgos más
característicos son: la imagen que los jóvenes tienen de sí mismos, la
representación que de su entorno social se hacen los jóvenes y el proyecto vital que se trazan los jóvenes y las acciones que desarrollan.
ABSTRACT
This article starts assuming two observed facts: one the one hand
«identity is conferred, maintained and transformed by society; it is a
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Juan González Anleo
social product» and on the other hand «the identity of Spanish youth
in this beginning of a new century is an open and complex identity».
This identity is built on three pillars, whose most characteristic
aspects are: the self-image young people have, the picture young
people have of their social environment, and the life project that
young people design and the actions they carry out
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La construcción de las identidades de los jóvenes
JL
La identidad los jóvenes españoles de estos comienzos de
siglo es una identidad abierta y compleja, algo flotante, como
corresponde a la nueva lógica de la realidad social que rechaza simplificaciones y dicotomías y proclama que las explicaciones únicas son falsas y que hay que preferir las multiexplicaciones. Los jóvenes son alérgicos hoy a la modelización, y aunque puedan en algún momento admirar a determinadas personas, jaleadas por la TV y por los medios, no los convierten en
modelos de la propia vida, prefieren ser ellos mismos, signifique eso lo que signifique.
El culto al yo, del que tanto se habla hoy, no significa tanto
una egolatría más o menos descarada, sino, ante todo, la afirmación del yo por encima de todo tipo de normas, e\yoísmo
normativo, el predominio de las normas descubiertas por uno
mismo, basadas en la propia experiencia, que es la que funda
mis derechos personales, «lo que a uno le salga de dentro sin
hacer caso de lo que digan los demás», aunque en el fondo siga
predominando en la juventud, y en el mundo adulto, el «hombre-dirigido-por-los-otros», el hombre-radar,. Al joven, lo reconozca o no, le orienta su grupo, la calle. En definitiva, un YO de
identidad abierta, polivalente, flexible, alérgica a normas y
modelizaciones. Una preocupación domina este cambiante
escenario: mi propia identidad. No es una preocupación precisamente nueva en la fascinante historia de la juventud.
Hace más de un cuarto de siglo afirmaba el gran gurú de la
sociología norteamericana de los años sesenta, Talcott P a r s o n s ,
que el rasgo más significativo de la cultura juvenil era, junto a
la preocupación por el sentido de las cosas, el desasosiego por
las cuestiones de identidad.
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Desasosiego perfectamente lógico a la luz de la anomia y
fuerte ritmo de cambio de la sociedad, y de la impotencia de la
generación adulta para proporcionar a los jóvenes una orien­
tación directa y una clara y convincente definición de su situa­
ción (1).
Esa huidiza identidad perseguida existencialmente por los
jóvenes y conceptualmente por los psicólogos y los sociólogos
se nos aparece como un sentimiento consciente de posesión de
una individualidad única. Es por ello la identidad una garantía
de mismidad y de persistencia en la biografía personal. Así lo
vio Erik E r i k s o n en su trabajo pionero sobre la pérdida y crisis
de identidad de soldados en la II Guerra Mundial que habían
perdido traumáticamente su yoidad y continuidad. Desde su
perspectiva de psico-historiador, la identidad [self] se presenta­
ba, bien en forma de concepto de sí mismo, bien en forma de
experiencia de sí mismo (2).
La sociología acepta este punto de partida y da un paso
más, internándose en la jungla de la compleja trama social de
reconocimientos y no reconocimientos, afiliaciones y controles
sociales, clases y categorías (3). Para su autoubicación en ese
espacio de reconocimientos, controles y categorías, afirma la
Sociología, el joven necesita una carta o mapa bosquejado
sobre percepciones o imágenes - d e sí mismo y de su entorno
social- y sobre representaciones vivas de su proyecto vital y de
los cauces de su acción.
La identidad, finalmente, es conferida, mantenida y transfor­
mada socialmente, es una construcción social ( B e r g e r y G o f f (1)
lus,
(2)
(3)
16
Talcott Parsons: «Youth in the context of American Society», en Youth, Change and challenge, Daedawinter 1962, pág. 109.
Erik H. Erikson: Identity, youth and crisis, Faber, Londres, 1968, pág. 180.
Peter L Berger: Invitación a la Sociología, Limusa, México, 1989, págs. 143-144.
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La construcción de las identidades de los jóvenes
man), y al originarse en las expectativas vinculadas a los roles
que ocupamos e internalizamos, los períodos de más intensa
socialización son los más propicios a la confusión y crisis.
Entre esos períodos de confusión y crisis figura en posición
eminente la JUVENTUD, término tan lábil y de tan penosa elaboración conceptual como el de identidad. Veámoslo en unos
rápidos trazos.
ADOLESCENCIA Y JUVENTUD
La adolescencia nace literariamente con el Romanticismo
alemán, y el Werther de G o e t h e (1774) consagra y culmina el
movimiento «Sturm und Drag», inaugurado por M ó s e r , H e r d e r ,
Fichte, S c h e l l i n g y S c h i l l e r . La adolescencia inicia así su andadura a través de la historia del pensamiento como etapa contradictoria de turbulencia y melancolía, euforia y disforia, egoísmo y altruismo, soledad y ansia de amistad y vida grupal.
Fue R o u s s e a u el primero en estudiarla desde una perspectiva pedagógica-moralizante y el responsable de enriquecer la
imagen de la adolescencia con las señas de revolución, naturalismo, pasión y primitividad.
A todos estos rasgos, H a l l y Sigmund F r e u d añadieron la
nota de la sexualidad como el gran motor de la «turbulencia e
impulso» de la adolescencia, aunque H a l l sitúa la juventud
antes de la adolescencia, de 8 a 12 años, como etapa maleable,
monótona y de amplias oportunidades, e identifica la adolescencia (12 a 25 años) con la etapa que hoy denominamos
juventud (4).
(4) Ángel Aguirre BaztáN: Psicología de la adolescencia, Boaixaren, Barcelona, 1994, págs. 5-13.
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Medio siglo después H o l l i n g s h e a d , aunque conservando el
término tradicional de «adolescencia», abrió la etapa de la reflexión sociológica sobre la juventud con esta definición, ya clásica:
«Sociológicamente la adolescencia es el período en la vida de
una persona en la que la sociedad en la que ella actúa deja de
considerarlo como un niño y no le concede el estatus pleno de
adulto, sus roles y funciones» (5).
Adolece claramente de negatividad esta definición: el joven
no es un niño ni es un adulto. Pero ¿qué es?
propone una precisión: el joven ya ha alcanzado la
madurez sexual biológica, pero al carecer de empleo y matrimonio no posee los derechos generales y privilegios que le permiten una participación responsable en los procesos fundamentales de la sociedad (6).
Niehard
Como persiste el cariz negativo, es imperativo explorar otros
territorios en busca de la clave de la juventud. Kenneth K e n i s t o n
es, a mi juicio, quien con mayor éxito se ha aproximado a un
concepto satisfactorio, tanto por la riqueza de su contenido
como por su dilatada validez, al menos para las sociedades
desarrolladas (7).
En la juventud, afirma K e n i s t o n , la norma es una ambivalencia omnipresente hacia sí mismo y hacia la sociedad que no
deriva necesariamente hacia el rechazo de la sociedad o hacia el
activismo político, pues puede también orientarse hacia la
transformación personal mediante alguna de las vías culturalmente disponibles en cualquier época histórica.
(5) A. B. Hollingshead: Elmtown's Youth, Science Editions, New York, 1949, pág. 6.
(6) Michael Mitterauer: A Historyof Youth, Blackwell, Oxford, 1993, pág. 17.
(7) Kenneth Keniston: «Youth: "A new stage of lite"», en Rolf E. Muuss: Adolescent Behavior and society,
Random House, New York, 1975, págs. 43-51.
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La construcción de las identidades de los jóvenes
a)
La juventud es, fenomenológicamente, una etapa des­
lumbrante, mezcla de enajenación y de omnipoten­
cia, enajenación nacida de la desilusión con la sociedad
y del sentimiento de incongruencia entre sí mismo y el
mundo adulto; omnipotencia, sentimiento de absoluta
libertad, de vivir en un mundo de puras posibilidades,
en el que el yo es a veces experimentado como arcilla
en las propias manos, capaz de total transformación, y
el mundo, el no-yo, maleable en grado sumo, abierto a
la utopía y a la creación de una sociedad nueva.
b)
Característica central de la juventud es su tendencia al
rechazo de la socialización en cuanto transmisión de
roles, de pautas, de cultura, de historia. Emergen, en
contrapartida, nuevos roles y nuevas identidades, espe­
cíficamente juveniles, y por esta razón condenados a la
temporalidad.
c)
Los jóvenes conceden gran valor al cambio, al movi­
miento y al desarrollo personal, lo que condiciona su
visión del adulto, el «carroza», cuya deceleración del
cambio personal es motejada de parálisis.
d)
Rasgo final: los jóvenes se asocian a veces con otros
jóvenes en contraculturas marcadas por su deliberada
distancia del orden social existente.
1
Si fenomenológicamente la juventud es una etapa deslum­
brante de enajenación y omnipotencia, estructuralmente, la
juventud ha de ser visualizada dentro de una compleja red de
relaciones sociales, como producto o construcción social deter­
minada por el lugar que ocupa en la estructura jerárquica de la
sociedad, por las relaciones que establece con las demás cate­
gorías sociales, por su proyecto social estrechamente ligado a
los designios de los adultos, que le asignan como tarea esencial
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la preparación para la vida activa y el trabajo y un estatus
incompleto, casi marginal, negándole en mayor o menor medida la participación y el protagonismo sociales (8).
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LA SITUACIÓN DE LOS JÓVENES ESPAÑOLES
A COMIENZOS DEL SIGLO XXI
La situación de los jóvenes españoles en estos comienzos
de siglo es paradójica. Disfrutan de un capital educativo inimaginable hace un cuarto de siglo, de unas oportunidades increíbles de viajar, intercambiar estudios, conocer otras culturas,
estar informados, navegar por Internet, consumir, y, sobre todo,
ejercer su libertad, aunque su dependencia de su familia de origen siga siendo grande y excesivamente prolongada. Pero, lo
dicen las investigaciones, no saben en qué invertir ese triple
capital, o carecen de motivos fuertes y de ideas clave para hacer
algo merecedor de ese esfuerzo inversor. Podría sospecharse
que se encuentran atrapados entre una estructura económica
neoliberal que les niega un puesto de trabajo digno y estable, y
la asunción de responsabilidades a él anejas, y una cultura postmoderna - d e prosperidad, seguridad, permisividad y libertad—
que, hasta cierto punto, enerva sus valores, enfría su entusiasmo, les priva del aliento necesario para realizar utopías y recorta sus proyectos de futuro. El paro y los empleos precarios aparecen aquí como los grandes villanos de la historia, y los jóvenes los más castigados por el azote del desempleo y de esa
basura de trabajos que nuestra sociedad ha creado para su
propia vergüenza.
La conquista juvenil del espacio social exterior: formación
para el empleo, puesto de trabajo, pareja y hogar autónomo,
(8)
José Lorenzo Encinas: Bandas juveniles, Trillas, México,
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1994,
págs. 31-34.
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se ha retrasado notablemente para todos los jóvenes, sean
desempleados, empleados en trabajos precarios o temporales,
o poseedores de algún empleo digno y estable. Luis G a r r i d o
cifra ese retraso de la integración laboral en unos seis años,
tomando en cuenta el impacto del paro, la temporalidad de
los primeros empleos y la prolongación de la etapa formativa (9).
El joven no ha ingresado todavía en la clase de edad adulta,
pues a ella se llega por la asunción de una cuádruple responsabilidad:
• productiva (asignación de un estatus ocupacional estable),
• conyugal (constitución de una pareja sexual estable),
• doméstica (adquisición de un domicilio autónomo y propio),
• parental (formación de una familia con hijos).
Esta cuádruple responsabilidad es hoy difícil. Interviene en
primer lugar la presencia de cohortes juveniles muy engrosadas,
debido a la alta fecundidad de los jóvenes nacidos entre 1955 y
1975, inmersos en una onda económica expansiva que alentó la
nupcialidad y la natalidad, y cuyos frutos se han concretado hoy
en la generación juvenil más amplia de nuestra historia. Y junto
al factor demográfico, las altas tasas de desempleo juvenil, que
actúan como un poderoso mecanismo retardatario de la asunción de las responsabilidades antedichas. A esta situación de
paro acompañan la inactividad social, el aburrimiento, la falta de
objetivos, un cierto autismo o narcisismo social, la desidentificación con una sociedad juzgada culpable o pasiva ante los
(9)
Luis Garrido y Miguel Reaquena:
La emancipación de los jóvenes en España, Madrid, Instituto de la
Juventud, 1996, págs. 239-243.
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problemas de los jóvenes y, en los casos más graves, la exclusión social.
La gran mayoría de los jóvenes - u n 8 3 % - reconocen que
sufren las consecuencias económicas del paro (10), no sólo a
través de las concomitantes carencias y privaciones materiales
sino sobre todo como factor condicionante que afecta directa y
negativamente a sus proyectos de futuro, como lo reconoce el
45%, y a la libertad y autonomía, en declaración de un 24%,
actitud de derrota moral que puede ayudar a entender la proliferación de otras actitudes y comportamientos desviados o
delictivos, desde la delincuencia y el tráfico de drogas hasta la
prostitución juvenil y adolescente, la ludopatía y la emergencia
de grupos y bandas urbanas
No todos los problemas de los jóvenes ni todos los riesgos
de su identidad proceden, sin embargo, del paro o del sistema
capitalista neoliberal. El clima, la cultura postmoderna, ha privado a los jóvenes de los marcos de referencia, del «músculo
moral», que la dura lucha por un puesto en la sociedad competitiva exige hoy, de la capacidad de abnegación, sacrificio, de la
fortaleza interior siempre necesarias y hoy urgentes.
La postmodernidad -triunfo de lo leve sobre lo grave y
pesado y del deseo sobre el deber, y por la exaltación del hombre psicológico, corazón e instinto, sobre el hombre racionalha calado hondamente en la cultura juvenil. Nos encontramos
probablemente ante la primera generación postmoderna de
nuestra historia. Una generación con serios problemas de identidad, derivados de la ausencia de horizontes, de las falsas
rebeldías, de las contradicciones e incoherencias y de los obstáculos institucionales a su autorrealización.
(10) Jóvenes españoles 1994, op. cit, págs. 69 y ss.
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LA IDENTIDAD DE LOS JÓVENES ESPAÑOLES: RASGOS
MÁS CARACTERÍSTICOS
La identidad juvenil se construye sobre tres pilares: la imagen que los jóvenes tienen de sí mismos, la representación que
tienen del mundo que los rodea y el proyecto personal: objetivos y medios.
A) La imagen que de sí mismos tienen los jóvenes está
caracterizada por cuatro rasgos sobresalientes o elegidos como
tales por los jóvenes: el consumismo, la rebeldía, la autonomía
y el presentismo. La lista propuesta a los jóvenes españoles en
la Encuesta Nacional de 1999, de la Fundación Santa María,
arrojó los siguientes resultados:
consumsimo,
• El
paradojas de la historia, fue rechazado
por los jóvenes de los 60 como el enemigo mortal de
la independencia, la autonomía y el idealismo juveniles.
Someterse al consumismo equivalía a dejarse conquistar y domesticar por el Capitalismo, tan odiado entonces,
renunciar a la auténtica revolución, dejarse seducir por
las falsas promesas de la revolución del bienestar y decir adiós a la lucha por la igualdad, la justicia y la redención de los pobres y oprimidos. Hoy el consumismo es
reconocido por los jóvenes como su rasgo identitario
más característico. Y el consumismo, afirman los expertos ( S c h e l s k y ) , induce en la mente y en las actitudes la
pauta de la puntualidad, de la dedicación mínima y puntual a un objeto o persona, la pauta de la instrumentalización del otro para mi satisfacción momentánea, y
la pérdida del sentido de la gratuidad, esencial en las
relaciones humanas más profundas, las religiosas entre
ellas.
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• La rebeldía, segundo rasgo de la identidad juvenil, es una
seña espléndida de los jóvenes, pero se ha quedado sin
objetivos y enemigos concretos. Grupos minoritarios, de
tendencia radical y en ocasiones violenta, se enfrentan
con el sistema, con la globalización, con determinada
legislación educativa o ecológica, pero la gran masa juvenil no reacciona hoy de forma espontánea sino contra los
recortes en los horarios de cierre de discotecas y otros
lugares de diversión, o contra las subidas de tasas académicas. Es una «generación sin entusiasmo», se ha dictaminado a veces. Parece como si toda la energía juvenil, en
principio ilimitada, se agotara en los estudios/trabajo y,
sobre todo, en la diversión.
• La autonomía, tercera seña de identidad juvenil, se traduce sobre todo en un rechazo instintivo y radical a la
heteronomía, a toda norma procedente de «fuera», a toda
autoridad que se proponga establecer normas para los
jóvenes, costumbre muy extendida desde siempre entre
las autoridades de todo tipo. El criterio supremo será
entonces inspirarse en «lo que a uno le salga de dentro
sin hacer caso a lo que digan los demás». Así en tres
ámbitos centrales de su vida joven: la política (el 54%), la
religión (el 75%) y la moral (el 68%). De ahí los altos niveles de permisividad juvenil, sobre todo en el terreno bioético: sexo libre, aborto, suicidio, eutanasia, prostitución,
adulterio. No creo que los jóvenes, al elegir deliberadamente esa alta justificación de comportamientos desviados o éticamente dudosos, estén expresando sus convicciones profundas, ni menos su comportamiento real en la
vida. Están lanzando a los cuatro vientos un desafío a la
moral vigente, a las autoridades políticas, religiosas o
sociales, familia incluida.
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• Y, finalmente, el presentismo, como señal neta de identidad juvenil. Quizá como reacción de miedo ante la oscuridad del futuro, de su futuro. No se trata ya del presentismo de los jóvenes de los 60 ante el futuro de un mundo
amenazado por las locuras nucleares y la guerras «fría» o
«caliente», sino un pánico nuevo ante la descorazonadora
incertidumbre de unos años de su joven vida sin perspectivas familiares y profesionales claras. Los empleos inexistentes o precarios y los precios prohibitivos de las viviendas difuminan todo proyecto de futuro para muchos jóvenes. Presentismo significa enfriamiento de sueños y utopías, y lánguido desinterés por proyectos de largo alcance, individuales (el matrimonio) o grupales (el asociacionismo, tan escuálido en la juventud española). Surge,
poderoso, el símbolo de la NOCHE, eterno y efímero presente, que suspende el paso del tiempo, la disciplina de los
adultos, el control de la sociedad, y hace fácil y placentera
la trasgresión y el vandalismo callejero. El presentismo y la
noche se despliegan en la diversión, que podría muy bien
presentarse como la señal de identidad juvenil por antonomasia. Los jóvenes españoles hoy invierten en diversión
y concomitantes cerca de un cuarto de billón de pesetas al
año, y le dedican interminables fines de semana de, a
veces, más de 50 horas. ¿Para qué ahorrar si no hay proyectos dignos de ese nombre? El empleo temporal o precario no permite sueños de futuro, pero sí gastos «escandalosos» en discotecas, música, copas y juergas. El gasto
medio mensual en diversión asciende, en el grupo de 15 a
29 años, a unas 35.000 pesetas.
B) La representación que de su entorno social se hacen
los jóvenes es un elemento fundamental en la construcción
social de la identidad personal y grupal. Porque la identidad se
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construye en la lucha con un «exterior» que se me presenta
como una tierra que conquistar, una resistencia que vencer, un
obstáculo o enemigo que derribar. La «representación» se refiere fundamentalmente a cuatro entornos: la familia, los amigos,
la política y la religión.
La familia, primer entorno con el que el joven tiene que
enfrentarse, es muy valorada por los jóvenes, a pesar de que la
situación antes descrita de tardía entrada en el mundo laboral y
aún más tardía en la familia de destino haya retrasado considerablemente la natural y deseada emancipación. Esta «juventud
prolongada», la que más tarde se emancipa en Europa de su
familia de origen, se encuentra a gusto en el hogar paterno, y su
familia es la primera fuente de satisfacciones, seguida muy de
cerca por los amigos. Las razones son complejas, pero no hay
que olvidar la posibilidad de que la familia española, resueltamente permisiva y lejos del autoritarismo de otras épocas,
rodee al hijo de mimos y atenciones de todo tipo, especialmente en relación con el consumo y la libertad para la diversión.
La familia es, además, la principal donadora de sentidos, la
fuente primera de ideas fundamentales para su concepción del
mundo y de la existencia. Así lo dicen los jóvenes cuando se les
pregunta sobre el «lugar» donde oyen esas ideas clave (11):
• la familia (53%),
• los amigos (47%),
• los MCM (34%),
• los libros (22%),
• la escuela (19%),
• la Iglesia (3%).
(11) Jóvenes españoles 99, Ibídem, págs. 65-66.
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Los amigos, la pandilla, el grupo, «el alma de los jóvenes, es
igualmente un entorno muy valorado por los jóvenes españoles, quienes para su actividad privilegiada, la diversión, cuentan
casi exclusivamente con su grupo de amigos, marginando a la
familia y a las instituciones. El 71% de los jóvenes así lo confirman. Y el grupo de amigos asciende imparablemente como
agente de socialización, de agente trasmisor de ideas clave para
la vida y la interpretación del mundo.
Pese a la importancia de los amigos en el imaginario juvenil,
conviene no perder de vista el peligro de un cierto solipsismo
grupal, del que habla Javier E l z o : «Son adolescentes que están
solos en medio de un grupo de amigos, así llamados impropiamente, pues, en realidad, no pasan de ser, en la gran mayoría de
los casos, meros compañeros. Sospecho que los adolescentes
de hoy se comunican poco entre ellos. La situación puede resultar más que paradójica» (12).
La religión sigue perdiendo puntos en el mapa de estimaciones y valoraciones de los jóvenes. No ayuda prácticamente a
construir la identidad juvenil, salvo en grupos minoritarios.
Pero la mayoría de los jóvenes «pasan» tranquilamente, sin dramatismos de ningún tipo, de la Religión y de la Iglesia. Algunos
datos esenciales:
•
sólo el 35% se declaran católicos practicantes,
• el 33% no creen en Dios,
• el 64% se declaran miembros de la Iglesia y piensan
seguir siéndolo,
•
(12)
el 53% no asisten prácticamente nunca a la Iglesia,
Javier Elzo: El silencio de los adolescentes, Madrid, Temas de Hoy, 2000, pág. 209.
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• el 72% están en desacuerdo con las directrices de la Iglesia (13).
La política no interesa. El pasotismo es aquí total, sólo un
1% pertenece a partidos políticos, aunque todos se declaran
contentos con la democracia, en cuyo espacio político se ubican
en el centro, en el punto 4,56 de la escala de 1 (extrema izquierda) a 10 (extrema derecha). Interrogante pendiente: ¿qué imagen
o representación se hacen de la sociedad? Datos de Amando DE
MIGUEL en sus estudios sobre la Sociedad Española sugieren
que no se encuentran a gusto, y este descontento con su
mundo, afirma Amando, es un valioso capital juvenil de carácter fundamentalmente religioso. A mi juicio, poco explotado por
la Iglesia y por los educadores, aunque sí por los grupos antisistema.
C) El proyecto y la acción es el tercer elemento de la identidad juvenil. No abundan los proyectos ni los programas para
actuar sobre el mundo o sobre la sociedad, salvo quizá proyectos de corto alcance, tipo «plataformas». Y siempre con el
supuesto y la voluntad firme de preservar los nichos de relación
propios: los amigos + la diversión + la noche.
La acción social y el proyecto se despliegan casi siempre a
través de asociaciones y movimientos. Los jóvenes parecen
venerar los Nuevos Movimientos Sociales, sobre todo los ecológicos, pacifistas, en defensa de los Derechos Humanos, etc.,
pero su veneración no salta a la acción grupal. El asociacionismo de los jóvenes españoles sigue siendo muy bajo, como
revela este dato del Estudio Jóvenes Españoles 99:
• el 70% no pertenecen a ninguna asociación;
• el 12% pertenece a asociaciones deportivas;
(13) Jóvenes españoles 99, ibíd., págs. 267,279,281,296.
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• el 6%, a asociaciones juveniles (scout...);
• el 5,5%, a asociaciones educativas;
• el 3,5%, a asociaciones religiosas;
• pero sólo el 0,8% a asociaciones políticas, el 0,5% a asociaciones de Defensa de Derechos humanos y el 1,6% a
asociaciones ecologistas.
Contrasta esta postura de desinterés por utilizar los cauces
de intervención social con su sentimiento, muy acentuado, de
no tener voz propia en la sociedad, de sentirse extraños, inmigrantes en una sociedad que no los necesita, que retrasa su
acceso al trabajo, a la política y a las decisiones colectivas. Quizá
todo esto es en parte debido a su asentamiento en la familia,
que ha dejado de ser percibida como enemigo capaz de impedir su desarrollo (14).
(14)
J. I. Ruiz
OLABUENAGA
(dir.): La Juventud Liberta, Bilbao, Fundación BBV, 1998, págs. 124-26.
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