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Nueva Época Año 2 No. 1
Enero-Junio 2012
EL PAPEL DE LA ANTROPOLOGÍA SOBRE LA PAZ Y LOS CONFLICTOS
INTERÉTNICOS
SALOMÓN NAHMAD
CIESAS PACÍFICO SUR
Me da mucho gusto estar con los jóvenes estudiantes de antropología de las
distintas escuelas de nuestro país y de que su asociación haya seleccionado el tema
de la paz. Recuerdo con gran frescura las clases y las palabras de mi maestro Juan
Comas, cuando fui estudiante de la
ENAH,
quien constantemente promovía la
reflexión del tema de la discriminación racial y cultural en el mundo y en México, y
quien siendo antropólogo físico participó activamente en la Declaración sobre la
naturaleza de la raza y las diferencias raciales de 1951 de la Organización para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés). Comas
señalaba que “la sociedad humana está compuesta por una sola especie llamada
homo sapiens y que tiene un mismo origen” (1957:637); esto tiene que ver con la
construcción de barreras y fronteras entre los hombres para que los grupos
humanos convivan en la diferencia, en la interculturalidad, y se construya un sistema
de paz entre todos los pueblos del mundo.
Habiendo concluido mis estudios de etnólogo pude constatar en el trabajo de
campo, bajo la orientación de Roberto Weitlaner, Ricardo Pozas, Gonzalo Aguirre
Beltrán, Julio de la Fuente y Arturo Mozón, que las condiciones de amplia
desigualdad en México se debían a factores de dominio y explotación humana desde
una perspectiva histórica profunda, pero sobre todo a los procesos de dominio
colonial, del cual no hemos podido salir. También, durante mi trabajo, siendo muy
joven, con Eric Fromm tuve la oportunidad de reflexionar sobre los conflictos que
genera el miedo a la libertad entre los seres humanos y cómo la dependencia de un
sistema autoritario dentro de la familia se proyecta en la personalidad de los seres
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humanos para ser sumisos y dependientes, lo que ocasiona sistemas agresivamente
autoritarios, como el fascismo, que condujeron a la humanidad a la primera y
segunda guerra mundial, provocando la pérdida de seres humanos nunca antes
vista en la historia de todos los pueblos. Parece ser que esta historia se sigue
manteniendo, como lo señalan ustedes en la convocatoria de este congreso cuando
afirman que “hoy en día en algunas naciones se sigue viviendo un constante peligro
de guerra, revolución o guerrilla por diversas cuestiones, predominando las
relaciones de poder, tal es el caso de la guerra entre Estados Unido de América con
países del Medio Oriente, por cuestiones políticas, económicas y territoriales”.
Concuerdo en que la convivencia humana no ha logrado resolverse a pesar de la
creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y de todos los convenios
y declaraciones para construir la paz y la defensa de los derechos humanos de los
pueblos del mundo, ya sean pequeñas unidades sociales –tribus, grupos étnicos– o
unidades sociopolíticas amplias, puesto que, actualmente, los conflictos persisten y
la guerra es una parte de la economía de las hegemonías mundiales.
Cuando me tocó trabajar en la montaña de Guerrero, pude percibir la enorme
pobreza que México mantenía en los pueblos mixtecos, nahuas, tlapanecos y
amuzgos, y cómo la intelectualidad emergente de estos pueblos se expresaba en
forma violenta contra la sociedad dominante que no permitía una redistribución
equitativa de la riqueza. Se hablaba de la gigantesca pobreza de Bangladesh, pero
no se reconocía la de estas regiones de México. Por ello, no es extraño que las
guerrillas de los últimos años estén ligadas a esta región indígena de Guerrero y
México.
Mi segunda experiencia ocurrió cuando fui nombrado director del Centro
Coordinador Indigenista de Peto, Yucatán, donde constaté directamente, en los años
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sesenta, la huella de la Guerra de Castas (1847-1901) entre los mayas y los
blancos, la cual duró más de cincuenta años. El trabajo de Robert Redfield y Alfonso
Villa Rojas, en Yucatán y en Quintana Roo, se debió a la petición del arqueólogo
Sylvanus Morley, quien fungía como director de la Institución Carnegie y estableció
contacto con los rebeldes mayas, que hoy podrían llamarse guerrilleros mayas,
quienes le solicitaron su intervención ante el gobierno de Estados Unidos para lograr
la liberación del territorio maya en manos del gobierno mexicano. Recomiendo
ampliamente leer el libro de Paul Sullivan, Conversaciones inconclusas, en el que
relata parte del conflicto y de la construcción de la paz, donde Redfield fue
encomendado por Morley para contactar a Alfonso Villa Rojas y, así, lograr la
pacificación de la zona de los rebeldes mayas del hoy llamado estado de Quintana
Roo. Como se puede concluir de este ejemplo, la antropología jugó un papel
fundamental en la pacificación de los mayas todavía en la década de 1930.
Para mí, como antropólogo joven, fue de gran impacto vivir durante tres años
en Peto, uno de los enclaves de la resistencia contra los mayas y donde comprobé
la discriminación cultural y racial entre los mayas en 1963. El trabajo del Instituto
Nacional Indigenista (INI) en esta región fue considerado un bastión del comunismo
por el gobierno de Yucatán, pues se consideraba muy ligado a la Revolución
Cubana, por lo que no fue extraño que en 1962 el Ejército Mexicano entrara a las
instalaciones del Centro Coordinador Indigenista para revisar si no había armas o
propaganda para un levantamiento maya en contra del gobierno mexicano.
Posteriormente, fui comisionado a la región cora-huichol de Jalisco y Nayarit.
Mientras preparábamos a los primeros promotores bilingües en Mexiquitic, Jalisco,
en las instalaciones del
INI,
nuevamente en 1968 se presentó el ejército a catear las
instalaciones, pues se pensaba que estábamos adiestrando guerrilleros huicholes y
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coras, lo cual me indicó que en la etnología que había aprendido en la Escuela
Nacional de Antropología e Historia (ENAH) no se había tocado el tema de la
peligrosidad de la liberación de los indígenas mexicanos a través de la política
indigenista. Alfonso Caso, entonces director del INI, era muy consciente del conflicto
y de la contradicción de la política indigenista y de los intereses de los grupos
dominantes de las distintas regiones indígenas de México.
Tendría muchas anécdotas que contar sobre mi experiencia en el campo de la
antropología aplicada y los enfrentamientos a los conflictos que, desde mi punto de
vista, provenían de una guerra inconclusa por las relaciones interétnicas,
asimétricas,
entre
la
población
originaria
de
México
y
la
sociedad
predominantemente criolla que ha controlado el gobierno federal y, en los estados, a
los millones de habitantes de los grupos étnicos que configuran gran parte de la
sociedad mexicana.
En el Estado de México, se encuentra preso el indígena Santiago Pérez
Alvarado, recientemente aprehendido, el 4 de julio, quien plantea una ideología de la
no violencia y ha movilizado a los campesinos indígenas mazahuas de tierra caliente
para defender el derecho de sus aguas y resistir la cuarta etapa del río Cutzamala
en la zona de Temascaltepec para el abasto del líquido a la ciudad de México, que
es insaciable en la demanda de agua y no se ha podido resolver socialmente el
gigantesco crecimiento de la megalópolis.
Estos conflictos locales me llevaron a intervenir en otros de carácter
interétnico a petición de diversos organismos internacionales y académicos en
situaciones similares, por ejemplo, en 1985, cuando se formó un cuerpo de la Latin
American Studies Association (LASA) para visitar Nicaragua y ayudar en la resolución
de la guerra entre indígenas y sandinistas. El antropólogo Martin Diskin encabezaba
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este grupo que logró convencer al gobierno sandinista de dejar su beligerancia en
contra de los misquitos, sumos, ramas y negros para otorgarles su reconocimiento
de autonomía y reformar la Constitución de Nicaragua con la inclusión de los
pueblos indígenas de la costa atlántica.
El otro conflicto de cerca de 500 años en Filipinas entre los pueblos tribales
indígenas de la cordillera y los pueblos musulmanes del sur enfrentados con los
cristianos de ese país en la Guerra de moros y cristianos terminó hasta 1988,
cuando se logró en la primera conferencia resolver estos conflictos. La conferencia
fue impulsada por la organización no gubernamental International Alert, cuya sede
está en Londres, Inglaterra, la cual, bajo los auspicios de la Universidad del Ateneo
de Manila, había convocado a los indígenas tribales y a los pueblos musulmanes,
por primera vez en cinco siglos, a la búsqueda de la resolución de estos conflictos
de guerra de varios siglos, y, bajo la orientación de expertos en conflictos y paz,
abrió el diálogo entre indígenas y musulmanes con el gobierno filipino. Fue
realmente una nueva experiencia en mi vida profesional el encontrarme con asuntos
no resueltos por el colonialismo europeo durante su expansión por el mundo.
Durante el conflicto del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZNL) en
1994, me tocó participar en los diálogos de San Andrés Lárrainzar como antropólogo
invitado por parte de los indígenas, aunque, posteriormente, en la Comisión de
seguimiento y verificación de estos acuerdos nunca fueron concluidos ni verificados.
Los conflictos agrarios y los conflictos por los recursos naturales entre los
pueblos originarios de México son múltiples y permanentes. El colonialismo interno y
la interferencia e injerencia de grupos de poder, económicos, políticos y religiosos no
permiten la construcción de una sociedad más igualitaria e incluyente. Así, coincido
con Herskovits cuando afirma que:
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la mayor contribución […] [de] la antropología, si del conflicto de los etnocentrismos, que
llamamos nacionalismos, puede salir de una sociedad mundial, ha de ser a base de vivir y
dejar vivir y del buen deseo de admitir los valores que pueden encontrarse en los más
diversos modos de vida. Con paso firme, aunque lento a veces, la antropología se ha ido
desplazando hacia el modo de cimentar esta posición. La variabilidad cultural, la existencia de
valores comunes expresados en los diferentes modos de comportamiento, la devoción de
cada pueblo a sus modos de vida; éstos y otros muchos aspectos de la existencia humana
han llegado gradualmente a un lugar apropiado para formar un patrón de tolerancia y de
comprensión. Así como los antropólogos físicos han combatido incesantemente el concepto
de superioridad racial, de igual manera la antropología cultural ha fundamentado, explícita e
implícitamente en lo que concierne a la presentación de sus datos, la dignidad ‘esencial de
todas las culturas humanas (1952:708).
Por ello, en el campo de los problemas mundiales, nacionales y regionales, la acción
de la antropología social es fundamental, siempre y cuando el antropólogo esté
plenamente formado y sea consciente de la alta responsabilidad para buscar, junto
con los pueblos colonizados, análisis y diagnósticos bien hechos para que las
propias poblaciones puedan asumir su papel de interlocutores con los estados
nacionales y estatales. No se pueden despreciar a un grupo étnico o a una tribu por
pequeña que sea ni calificarlo como incompetente para dirigir su propia vida y tomar
sus propias decisiones, por lo que deben abordarse en términos de análisis cultural
total.
Seguir aceptando que las naciones que dominan el escenario mundial pueden
ordenar y dirigir la vida de los grupos étnicos es engendrar conflictos que sólo se
pueden resolver por medio de la guerra o de la resistencia activa. Para lograr la paz
entre los pueblos, los antropólogos debemos estar preparados para demostrar cómo
reacciona un pueblo ante el dominio extranjero o ante el dominio interno de las
sociedades. No hay pueblos inertes y desprovistos de fuerza, pues la resistencia se
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vuelve costumbre que trabaja ocultamente y da la apariencia de la resolución de los
problemas, tal es el caso de los indígenas de Chiapas o de los de Oaxaca que viven
cotidianamente en condiciones de insurrección.
El asalto a la democracia lanzado por las fuerzas fascistas en la década de
los treinta proporcionó casi todo un laboratorio para su estudio. Hoy en México, el
empoderamiento de las fuerzas más conservadoras del país corre el riesgo de
llevarnos a una confrontación nada positiva. Pienso que la construcción de una
democracia incluyente está fincada en la paz y en la redistribución equitativa de la
riqueza y no en el apoderamiento de los recursos naturales por un grupo y la
explotación sin límites. Para lograr la paz debemos estar equipados con un
conocimiento de cómo construirla y cómo eliminar los riesgos de la confrontación y
la guerra.
Los antropólogos conocemos cómo los pueblos nativos, oponiéndose al
cañón con arcos y flechas, no tenían más opción que someterse y no necesitaban
apartarse de su dedicación a la ciencia pura cuando señalaban los peligros para la
paz del mundo, de la naciones y de las regiones inherentes a los resentimientos
reprimidos, con fuerza para hacer surgir nacionalismos nativos como reacción a la
depreciación y a la supresión de la cultura de un pueblo. Como lo señalaba
Herskovits, la antropología, como investigación de las “culturas diferentes de la suya
propia, subraya la necesidad, en una sociedad mundial, de dar a todo pueblo la
autonomía cultural […] de la cual surge el mutuo respeto basado en los hechos que
pone en audaz relieve el duro núcleo de la semejanzas entre las culturas que han
sido tenazmente pasadas por alto a favor del acento puesto en las diferencias
culturales. Estos hechos demuestran que toda sociedad tiene valores e impone
restricciones que son dignas de apreciación, aun cuando difieren de la de nosotros
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mismos” (1952). Por eso, el relativismo cultural generado por los análisis
antropológicos destaca por resaltar que las diversas formas de vida, los sistemas
étnicos construidos por todas las sociedades humanas y la búsqueda de justicia, del
arte, de la belleza, son múltiples y cambiantes, pero en todas las culturas las
encontramos. Por tanto, el reconocimiento de estos hechos, comprobables por la
antropología en el ámbito mundial, debe generar una evolución multilineal y no
lineal, como pretenden los teóricos de la globalización y de la integración, sin
restricciones como las que estamos viviendo en estos tiempos.
Debido a esto, abogamos por una antropología para la paz como la expuesta
de manera excelente por mi amigo y colega andaluz Francisco Jiménez Bautista de
la Universidad de Granada, quien afirma que:
es una ciencia cuya curiosidad e interés por el ser humano es infinita, que abarca desde el
origen del hombre hasta la actualidad y se interesa por todas las culturas de todos los
lugares, siendo la diversidad humana el objeto de estudio de la Antropología.
El término viene de la palabra griega anthropos, hombre, humano y logos, ciencia,
conocimiento. La Antropología es el estudio comparado y global de la humanidad, de sus
diferentes modos y estilos de vida en el espacio y en el tiempo, es decir, un análisis de la
práctica (conocer y transformar la realidad) cultural en el tiempo y en el espacio. Los
antropólogos son investigadores que insisten en analizar la diversidad humana en todas las
épocas y todos los lugares del mundo para comparar y concretar su conocimiento.
A las cuatro subdisciplinas que son la antropología física, la arqueología, la lingüística, y la
etnología, se está añadiendo actualmente la antropología social aplicada que incluye
cualquier uso del conocimiento y las técnicas de las cuatro subdisciplinas para identificar,
resolver y evaluar problemas y conflictos prácticos. Estas antropologías, al concretarse en
una Antropología para la Paz, y no de la Paz deben considerarse como instrumentos que hay
que concretar para la Paz, además constituyen al igual que la investigación para la paz su
objeto de estudio el ser humano (2004:42).
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La investigación desde la antropología para la paz debe establecer ciertas relaciones
desde la óptica de la multiculturalidad y en un planteamiento que va desde la paz
negativa, la paz positiva/imperfecta/cultural y la paz neutra.
Citando nuevamente a Jiménez Bautista, “para examinar la idea de paz
partimos de tres axiomas que propone Johan Galtung:
a) El término de ‘paz’ se utilizará para objetivos sociales comúnmente
aceptados por muchos.
b) Estos objetivos sociales pueden ser complejos y difíciles, pero no
imposibles de alcanzar.
c) Consideramos válida la siguiente afirmación: la ‘paz’ es la ausencia de
‘violencia’.
Es este tercer principio el que vincula los términos de paz y violencia entre sí;
si la violencia es el no ser, la paz es el ser” (2004:43).
Los antropólogos debemos buscar los puntos de concordancia entre la
investigación para la paz, la etnología y la antropología en general, que permiten
estudiar desde el punto de vista intercultural, multidisciplinario y multiétnico, y tener
una visión integral de la vida humana en sociedades diversas.
La paz debe estudiarse desde la perspectiva antropológica como el punto de
encuentro entre diversas culturas para que se integren en el núcleo esencial de cada
una y que mediante la endoculturación toda la sociedad busque la paz como cada
individuo aprende su lengua materna. Para decirlo de otra forma:
la cultura es lenguaje, y puesto que el lenguaje organiza, estructura, favorece la
comunicación, formación y transmisión de nuestras ideas, es de gran importancia observar
como cada lengua ha plasmado en el vocabulario y otras estructuras lingüísticas más
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complejas sus peculiares elaboraciones sobre estos conceptos: paz, violencia, racismo,
xenofobia, marginación, etc. Elementos imprescindibles que deben ser estudiados y
comprendidos desde la investigación para la paz y la antropología desde una perspectiva
transcultural (Jiménez 2004:44).
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Paz es una palabra que está relacionada con el bienestar de las personas; en
consecuencia, es utilizada por todas las culturas para definir esta realidad y, en su
caso, el deseo de que ésta se alcance. Su campo es enorme y las palabras y
conceptos con los que emparenta es amplísimo (concordia, armonía, tranquilidad,
cooperación, pacto, alianza, acuerdo, etc.); podríamos decir que sirve para definir
diversas situaciones en las que las personas gestionan sus conflictos de tal manera
que se satisfacen al máximo posible sus necesidades.
En la historia de la humanidad han sido tantas las situaciones conflictivas y en
las que ha habido posibilidades o realidades de violencia que la apelación a la paz
ha sido casi permanente y universal. Podríamos decir que la paz es a la vez vacuna
preventiva y medicina para mantener la salud de las personas, los grupos y las
comunidades. Esto puede verse reflejado en las fuentes que informan de estas
realidades sociales, donde normalmente aparecen asociadas la paz y la guerra, lo
que se ha interpretado como una dependencia de la idea de la primera respecto a la
segunda. Sin embargo, las experiencias prácticas para lograr la paz entre los
hombres y las sociedades existían desde los primeros tiempos de la humanidad,
pero con la aparición de las acciones bélicas, los símbolos y los signos de la paz se
hicieron necesarios. El horror de la guerra debía ser explicado y también relacionado
con realidades y horizontes de esperanza en los que ella no existiera; quizá por
estas razones tradicionalmente el concepto de paz ha estado ligado al de guerra. La
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paz se ha entendido, primordialmente, como ausencia de guerra o, a veces, más
genéricamente, de cualquier forma de violencia.
Cuando las guerras se extienden por múltiples causas, la necesidad y el
anhelo de paz comienzan a hacerse más patentes. Debieron de ser estas
circunstancias las que favorecieron que emergiera el concepto de paz como un
campo conceptual y de análisis en el que se podían reconocer relaciones y
regulaciones pacíficas entre grupos e individuos. Aunque esta conceptualización era
aún de una débil articulación teórica y dependiente, en la mayoría de los casos, de la
conceptualización de guerra como horror a superar, en esta fase se crean lo que
podríamos denominar ideologías de paz, que la antropología también ha ayudado a
construir. En estas circunstancias, la paz establece vínculos y se extiende hacia y
con las religiones, sus ritos y ceremonias, llegando incluso a ser deificada, a
convertirse en un recinto o refugio de lo sagrado.
Con todo, la paz adquiere una particular complejidad que la convierte,
necesariamente, en objeto de investigación para varias disciplinas que la reconocen
e interpretan en sus diversas escalas, formas y ámbitos. La identificación
contemporánea de la paz con aquellas situaciones en las que siendo socialmente
posible se satisfacen las necesidades humanas favorece, a su vez, la búsqueda de
las posibles interacciones entre esas situaciones, entre las diversas instancias de
paz.
Diversas ciencias y disciplinas confluyen en la investigación y potenciación de
las realidades que ayudan a mejorar de una u otra forma la calidad de vida de las
sociedades. Deseo reconocer que durante mi año sabático en la Universidad de
Granada, en 2005, tuve la oportunidad de conocer el Instituto de la Paz y los
Conflictos, donde su directora, Beatriz Molina Rueda, y el antropólogo Francisco A.
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Muñoz me mostraron los grandes avances en este campo, en especial sus
programas de doctorado sobre la paz, conflictos y democracia. Muchas de las
escuelas de antropología de las que ustedes son estudiantes deberían tener
programas como éstos o materias especializadas en el análisis de este tema. En
dicho instituto, tomé un curso para entender el mundo árabe e islámico ante los retos
del futuro, del cual aprendí a entender las causas del conflicto entre el mundo
islámico y el de occidente.
Desde que la paz comenzó a ser un objeto de estudio científico, lo que
coincidió con las guerras más virulentas que han azotado a la humanidad, la primera
y segunda guerra mundial, las aproximaciones a ella han sido múltiples y han
utilizado las aportaciones de diversas disciplinas que han enriquecido la perspectiva
general sobre la conducta humana. Esto se pone de manifiesto en los temas
tratados en las reuniones científicas internacionales de la investigación para la paz.
Si bien, inicialmente, las preocupaciones estaban centradas en los aspectos bélicos
(dinámicas de guerra, armas, violencia, agresión, etc.), paulatinamente se fueron
incorporando
temas
como
educación,
actitudes,
resolución
de
conflictos,
cooperación, cultura, desarrollo, economía, medioambiente, historia, metodologías
de la paz, política, sexismo, por mencionar algunos. Esto ha sido más evidente a
partir de los años ochenta, cuando fueron aumentando tanto el número de temas
estudiados como la complejidad de los análisis. En México quisiera recordar que
Rodolfo Stavenhagen ha sido uno de los antropólogos que ha examinado durante
muchos años el tema de la paz.
Esta idea de la paz ligada a la investigación no ha sido sólo una construcción
teórica e intelectual, sino que ha asumido también su significado como valor, como
un presupuesto ético necesario para guiar las sociedades y presente en los
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discursos morales, religiosos o filosóficos. De ahí surge el fuerte carácter normativo
de la propia investigación para la paz, que aspira a ser un conocimiento objetivo,
científico y asume el reto de unir la ciencia y la ética, como es el caso de la
antropología general que está profundamente ligada a compromisos éticos y
morales.
En las primeras etapas de la investigación se consideró la paz –paz negativa–
como la ausencia de la guerra o de manifestaciones de violencia directa que
causaran daño a la integridad física de las personas. Esta definición tenía el
inconveniente de que había muchas situaciones en las que, a pesar de que no
hubiera guerra, la injusticia y otras formas de violencia, violencia estructural, sí
estaban presentes. Fue por ello que se optó por el concepto de paz positiva
asociada a la justicia, generadora de valores positivos y perdurables, capaz de
integrar la política y, socialmente, de generar expectativas y de contemplar la
satisfacción de las necesidades humanas. Con posterioridad, y paulatinamente, los
propios intentos de comprensión de la paz obligaron a revisar y renovar de manera
continua los presupuestos teóricos de partida. En este sentido, uno de los avances
teóricos más significativos ha sido la consideración de los conflictos como una
condición humana que genera salidas pacíficas, probablemente en la mayoría de las
ocasiones, y otras violentas. El reconocimiento de los conflictos como un espacio
donde coinciden y se gestionan los diversos intereses y percepciones de personas,
grupos o comunidades refleja una gran capacidad de comprensión de las dinámicas
humanas en general y de la paz en particular.
Otra manera de comprender el sentido de los procesos de la paz es
comparándola con los indicadores de satisfacción de necesidades que hasta cierto
punto reflejarían el grado de paz existente en cada sociedad. Diversas agencias de
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organismos internacionales y fundacionales trabajan sobre tales índices del
desarrollo humano en su afán de saber lo más acertadamente en qué condiciones
se cubren las necesidades básicas. Éstos son paulatinamente más complejos; frente
al ingreso per cápita inicial sustentado en el dinero, ahora se considera un mayor
número de variables culturales significativas para dar unos números finales que
pretenden ser una valoración ponderada de las tendencias que en cada sociedad
existen en la satisfacción de esas necesidades y que, si queremos, podrían ser
entendidos como la ponderación de la paz.
Si se identifica la paz como aquellas experiencias en las que los individuos y/o
grupos humanos han optado por facilitar la satisfacción de las necesidades de los
otros, tenemos que pensar que muchas de ellas conviven casi siempre con
situaciones conflictivas y en otras ocasiones con la violencia, por estas razones
hemos optado por llamarla paz imperfecta. Desde este punto de vista también se
podrían, o deberían, reconocer las causas entre unas y otras acciones de paz. Este
enfoque permite pensar la paz como un proceso, un camino inacabado en el que si
bien no se ha llegado a alcanzar completamente la justicia social total sí se pueden
reconocer muchas realidades de paz de mayores o menores dimensiones. Así
puede ser entendida la frase de Gandhi: “No hay camino para la paz, la paz es el
camino”; esto no podría ser de otra manera. Las realidades sociales y ambientales
evolucionan y cambian constantemente. La paz, de esta manera, no es el objeto
final, sino una propuesta que se reconoce y construye cotidianamente. Esta
comprensión del carácter procesal de la paz, que es importante en sí mismo para el
avance de la praxis pacifista, está, además, sustentado con los planteamientos
teóricos y epistemológicos sobre la comprensión de las dinámicas de la naturaleza
humana y de todos los seres vivos.
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Son varios los objetivos que con este enfoque procesual de la paz se pueden
conseguir: permite una comprensión global, facilita el acceso a todas sus realidades
sociales y abre mejores y más posibilidades de investigación para explicar con
mayor rigor y relevancia los análisis de los conflictos y, así, preponderar las ideas,
valores y actitudes para una cultura universal y local de paz; además, lejos de
interpretaciones simplistas de buenos y malos, negro y blanco, esta visión permite y
obliga a reconocer en los actores de los conflictos realidades, vivencias, valores y
actitudes que deben buscar la paz. Por último, la imperfección acerca a lo humano,
donde es posible la convivencia de los aspectos positivos y negativos, de aciertos y
errores.
Todas las experiencias y concepciones vistas sirven para retomar un nuevo
punto de vista en el que se deben incluir las distintas experiencias de paz desde una
perspectiva del conflicto y considerar las relaciones entre los diversos ámbitos y
escalas de las mismas, así como indagar sus relaciones, después ordenarlas,
jerarquizarlas en la medida en que unas puedan condicionar a las otras y,
posteriormente, adaptar los presupuestos metodológicos y epistemológicos sobre los
que se deben basar estos estudios sobre el conflicto, la paz y la democracia.
Finalmente, el reconocimiento de las abundantes realidades de paz de los pueblos
del mundo permitirá potenciarlas, predecirlas y diseñarlas en un trabajo prospectivo.
Estos nuevos desafíos para el estudio y potenciación de la paz implican la
necesidad de aproximaciones multiculturales, interétnicas e interculturales; es decir,
una mirada sustentada en todas aquellas culturas, ciencias y disciplinas que de una
u otra forma pueden explicar los procesos de regulación pacífica de los conflictos: la
psicología, la etnología, la antropología, la filosofía, la sociología, la psicología
social, la historia, la política, la semiótica, la jurídica, entre otras. De esta manera, la
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investigación para la paz puede participar en los debates y en la creación de nuevos
paradigmas para comprender y construir mundos más pacíficos, justos y
perdurables.
Finalmente, la paz, que es sin duda una de las grandes preocupaciones de
este nuevo siglo y un foco de interés para intelectuales, políticos, gobernantes,
religiosos, mujeres, jóvenes, organizaciones sociales, gentes de diversas culturas y
estatus social, pero, sobre todo, para la antropología, representa, por un lado, el
deseo de la desaparición de la guerra y la violencia; por otro, la afirmación positiva
de los seres humanos, con sus necesidades y sus derechos, así como la
reivindicación de actitudes y acciones pacíficas.
El logro de una sociedad pacífica está ligado a la calidad de las relaciones
entre los individuos que la componen, en los procesos de socialización (afectividad,
lenguaje, educación, etc.) y, definitivamente, en que estas relaciones privadas,
públicas y políticas se establezcan con criterios de no violencia, hasta llegar a un
empoderamiento pacifista.
Como conclusión de las anteriores consideraciones se podría inferir que en el
fondo de la conciencia social, cultural y política se halla la idea de que la paz es
absolutamente necesaria, imprescindible, que sin ella no habríamos sobrevivido ni
evolucionado, y, por tanto, debe ser protegida, cuidada y conservada.
En relación con la convocatoria de este congreso, una de las mayores
ventajas que presenta es que la paz puede ser estudiada, percibida y pensada
desde múltiples experiencias, momentos, espacios y ámbitos, sobre todo con las
técnicas y metodologías de la etnología y antropología social. Todas las personas,
hombres, mujeres, niños, ancianos, campesinos, obreros, hombres de negocios,
religiosos, voluntarios de organizaciones civiles, investigadores de la paz,
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antropólogos, sociólogos, politólogos, economistas, gobernantes, grupos étnicos,
clases sociales, comunidades, culturas, etc., todos tenemos una idea de la paz
basada en diversas experiencias y adquirida a través de nuestras vidas, de nuestros
procesos de socialización, como se puede comprobar, un gran capital activo sobre la
paz y una lucha permanente contra la violencia, la injusticia y la guerra.
La paz es una construcción social y está apoyada por diferentes grupos
sociales que aparecen directamente interesados por sus consecuencias, todos
aquellos a los que la guerra les genera pocos beneficios cuando no enormes
pérdidas. Los generales de los ejércitos desearían conseguir cuanto antes los
objetivos de su guerra, tal vez sólo para alcanzar la victoria, conseguir gloria y poder
repartir el botín entre sus soldados.
Los soldados con la paz eliminan posibilidades de ser víctimas de la
contienda; los gobernantes satisfacen sus objetivos propiamente cuando han
impuesto sus presupuestos; los campesinos, ciudadanos que son movilizados como
soldados, tienen un interés estructural contrario a la guerra, ya que ésta les supone
el abandono de sus labores y el empobrecimiento de sus campos que, además, en
muchas ocasiones termina con la esclavitud por las deudas creadas ante tal
situación. Debemos recordar el costo humano de la Revolución Mexicana de 1910,
ya que este conflicto armado cambio significativamente las relaciones humanas de
México, aunque hoy fuerzas obscuras quisieran regresar al pasado porfirista.
BIBLIOGRAFÍA
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