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PSIC. IRMA GUADALUPE CANO CABRERA.
EL CEREBRO DEL ADOLESCENTE
Durante años, se ha asumido que el cerebro del adolescente al tener
el mismo tamaño físico que él de un adulto significaba que estaba
completamente formado. Se asumía que si había cambios
estructurales en el cerebro, éstos eran sutiles. Pero, lo que los
neurocientíficos han descubierto en los últimos años, es que el cerebro
del adolescente está lejos de estar completamente formado. Por el
contrario, el cerebro del adolescente sufre una transformación
dramática entre los 10 años y hasta mitades de los 20, igualada
únicamente por los cambios ocurridos en el inicio de la infancia.
Para comenzar, la corteza cerebral pasa por un periodo llamado de
“exuberancia” en el cual la corteza cerebral crece hasta alcanzar el
doble del grosor de un adulto. Es durante este periodo que el cerebro
del adolescente está más receptivo para adquirir nueva información.
La especialización de las diversas áreas del cerebro en habilidades
individuales se va dando con la práctica de dichas habilidades y se
concreta hacia los últimos años de la adolescencia y principios de la
adultez joven. Específicamente, una de las áreas que determinan
gran parte de los comportamientos adolescentes y por lo mismo,
determinantes para el desarrollo de comportamientos “adultos” (toma
de decisiones responsable, anticipación de consecuencias, control de
impulsos, actuar con intencionalidad, entre otros) es el lóbulo frontal
(área pre-frontal), el cual no termina su desarrollo y por lo tanto
especialización, hasta finales de los 21 años de edad. Al ir finalizando
la adolescencia, las sinapsis no utilizadas o no fortalecidas a través de
la práctica (de las habilidades correspondientes), se van perdiendo, de
manera que la corteza cerebral va disminuyendo su grosor conforme
se especializa.
Strauch, B. (2003) describe las diferencias entre el cerebro de un niño,
un adolescente y un adulto:
A lo largo de la infancia hay un engrosamiento de la “materia gris” en
el cerebro. Este engrosamiento es causado por una sobreproducción
de conexiones neuronales. Esta “exuberancia” como es llamada,
pareciera ser el modo en que la naturaleza se asegura de que el
cerebro esté preparado para sobrevivir y florecer en cualquier medio
ambiente y bajo cualquier circunstancia que enfrente. Alrededor de los
10 años en las niñas (11 en los niños), esta exuberancia cede el paso
a una reducción sistemática de estas conexiones. Las conexiones
neuronales que son utilizadas, permanecen intactas y fortalecidas. Las
conexiones neuronales que no se utilizan, son “podadas” (eliminadas),
eliminando así los senderos que podrían haberse utilizado, pero que
fueron considerados innecesarios. La frase “úsalo o piérdelo” aplica
particularmente para el cerebro del adolescente. El uso de ciertos
senderos neuronales a través de las experiencias de la vida (y la
escuela) resulta en un fortalecimiento de ciertas conexiones, y en la
eliminación de otras. El producto final es un cerebro altamente
eficiente –perfectamente esculpido por su medio ambiente y sus
experiencias.
Desde antes del nacimiento y hasta más allá de los 20 años de edad,
ocurre un proceso llamado “mielinización” en el cerebro. Siguiendo un
patrón de desarrollo pre-establecido, se recubren las neuronas con
una sustancia gruesa y cerosa llamada Mielina. Una vez recubiertas,
estas células mielinizadas se hacen más eficientes en el modo en que
transportan los mensajes a lo largo del cerebro. La mielina proporciona
aislamiento para cada neurona y permite que la información viaje
mucho más rápidamente que en las células que no han sido
mielinizadas. Es solo cuando todas las neuronas en el cerebro han
sido equipadas con su cubierta de mielina, que éste se vuelve eficiente
y eficaz en su funcionamiento. Algunas neuronas están
completamente mielinizadas para el momento del nacimiento –tal
como aquellas de la corteza motriz que controlan la habilidad del
infante para succionar. Otras neuronas son mielinizadas en los
primeros años de vida y proporcionan una eficacia creciente en los
infantes conforme afinan su visión, audición, lenguaje, emociones y
otras capacidades físicas. Las últimas áreas del cerebro en recibir la
cobertura total de mielina son los lóbulos frontales. Son estos lóbulos
frontales los que (cuando están completamente desarrollados)
permiten planear para el futuro, evaluar adecuadamente los riesgos,
controlar impulsos, razonar, establecer metas y prioridades, hacer
juicios firmes, planear y organizar múltiples tareas, y exhibir un control
emocional.
Aunque los lóbulos frontales del cerebro del adolescente están aún “en
construcción,” su centro emocional (sistema límbico) es
completamente funcional. Este grupo de estructuras, localizadas en el
centro del cerebro han estado desarrollándose desde la infancia y en
su mayoría están completas. (Al igual que el resto del cerebro, el
desarrollo del centro emocional depende de una combinación de
genes y medio ambiente –naturaleza y experiencia).
Puesto que los lóbulos frontales, aquellos que gobiernan la mayoría de
los comportamientos asociados con la “adultez”, no se desarrollan por
completo hasta la mitad de los 20 años, los adolescentes dependen de
sus centros emocionales completamente formados mucho más que la
mayoría de los adultos. La mayor parte de los adultos son capaces de
“templar” su centro emocional cerebral, exhibiendo comportamientos
más complejos de pensamiento y razonamiento que son gobernados
por sus lóbulos frontales completamente funcionales. Ellos son
capaces de “anular” la respuesta del área más primitiva del cerebro y
utilizar las áreas más complejas y completamente formadas de los
lóbulos frontales en su vida cotidiana. Los adolescentes
frecuentemente tienen dificultades haciendo esto, por lo que
reaccionan emocionalmente a las experiencias y eventos, en vez de
hacerlo de manera racional y pensada.
Bilbliografía:
Dr. Jay Giedd, Instituto Nacional de la Salud en Washington, D.C.