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deportes como parte de una tradición inventada que reforzó
ciertos caracteres de identidad en cada nación, tales como el
football en Inglaterra, los tours de ciclistas en Francia e Italia, que
se convierten en rituales populares con cierto sello político y de
identidad nacional.
Hobsbawm apunta que la invención de tradiciones en Europa
y los Estados Unidos entre 1870 y 1914, encierra tres aspectos
fundamentales. Primeramente, la presencia de un discurso simbó­
lico que se representa materialmente y que identifica a toda nación
que se confronta internacionalmente. En segundo término las
prácticas de ciertas clases sociales, y especialmente entre los
sectores trabajadores el renacimiento o invención de otras tradi­
ciones, por último la relación entre invención y generación espon­
tánea. Al parecer el autor de éste último capítulo nos hace ver que
en la intención de utilizar, y de adaptar se llevan a la práctica
tradiciones que se antojan inventadas por el hecho de reconocerse
en su acción un profundo sentido de manipulación.
Jorge Arturo Chamorro Escalante
El Colegio de Michoacán
APPADURAI, Arjun (ed.), La vida social de las cosas. Perspecti­
va cultural de las mercancías. Argelia Castillo Cano (tr.), Méxi­
co, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Grijalbo.
Colección Los Noventa N° 79.1991, 406 pp.
Los antropólogos e historiadores autores del libro cuya traduc­
ción reseñamos1participaron en un simposio sobre mercancías y
cultura realizado en 1984 en la Universidad de Pensilvania, con la
intención de emprender una “revitalizada antropología de las
cosas”. De aquel encuentro salieron nueve artículos a los que el
editor agregó un trabajo introductorio.
El volumen consta de cinco partes, de dos capítulos cada una,
con los siguiente títulos: “Hacia una antropología de las cosas”,
“Intercambio, consumo y ostentación”, “Prestigio, conmemora­
ción y valor”, “Regímenes de producción y sociología de la
demanda” y “Transformaciones históricas y códigos mercantiles”.
Los ensayos “ofrecen una serie de ideas en torno a las formas en
que el deseo y la demanda, el sacrificio recíproco y el poder,
interactúan para crear el valor económico en situaciones sociales
específicas” (p.19).
Igor Kopytoff elabora el ensayo teórico “La biografía cultural
de las cosas: la mercantilización como proceso” (Cap. II). Su
propuesta es metodológica: sugiere hacer, con respecto a las
cosas, preguntas biográficas:
¿De dónde proviene y quién hizo la cosa? ¿Cuál ha sido su carrera
hasta ahora y cuál es, de acuerdo con la gente, su trayectoria ideal?
¿Cuáles son las ‘edades’ o periodos reconocidos en la ‘vida’ de la
cosa, y cuales son los indicadores culturales de éstos? ¿Cómo ha
cambiado el uso de la cosa debido a su edad, y qué sucederá cuando
llegue al final de su vida útil? (p.92).
Kopytoff, un estudioso de la esclavitud, hace profundas re­
flexiones acerca del proceso de mercantilización de las cosas al que
opone el proceso inverso de singularización. “La mercantilización
puede considerarse como un proceso, “su expansión ocurre de dos
maneras: a) con respecto a cada cosa, que se vuelve intercambiable
por más y más cosas, y b) con respecto al sistema en su conjunto”
(p. 99). Propone entender de nuevo modo las esferas de intercam­
bio, un tema tradicional de la antropología económica. También se
ocupa de la resingularización que las mercancías sufren en la
sociedad occidental, como acontecimento posterior a una etapa de
mercancía en las cosas.
Dice en la conclusión que no hay mercancías perfectas ni
objetos del todo singulares. Así como hay conflictos de identidades
en las personas, entre lo individual y lo social, también existe
incertidumbre entre la valoración mercantil de las y la identidad de
ellas.
El trabajo de William Davenport (Cap. III) muestra cómo en las
aldeas de las islas Salomón se generan obligaciones a partir de los
gastos efectuados en alimentos y enseres necesarios en los rituales
funerarios. Estas obligaciones son un incentivo para la producción
y el intercambio (económico y no económico) internos en cada
aldea. El consenso interno y las relaciones externas se fomentan a
partir de otra ceremonia (murina) realizada cada diez años, en la
que se agasaja a otra comunidad. Los integrantes de la comunidad
hacen dones —regalos que crean reciprocidad—a sus pares de la
otra. La comunidad se moviliza por la necesidad de generar mayor
cantidad de recursos que los habituales y requiere esfuerzos de
otras aldeas que incluyen creaciones artísticas.
Alfred Gell (Cap. IV) descubre entre los muría, un pueblo
pobre tribal (adivasi) de La India, que algunos de sus integrantes
están empezando a acumular riqueza. Su cultura les indica los
bienes a utilizar y consumir a pesar de tener a su alcance un
mercado variado. La necesidad de identificarse frente a los hindúes
y a los otros grupos tribales se refleja en el consumo. Estos “recién
llegados al mundo de los bienes” hacen del conjunto de su consumo
un elemento de identidad y de conservación de la cultura y aun los
excesos se evalúan tradicionalmente. La ostentación de prendas
modernas es una señal de no pertenencia a los muría, de modo que
los nuevos ricos acumulan aún más por no tener la posibilidad de
consumir fuera de aquella “canasta” tradicional.
Los capítulos V y VI tratan las relaciones entre prestigio y valor
con dos ejemplos antiguos. Colín Renfrew (Cap. V), basándose en
datos arqueológicos nos informa sobre un caso del “surgimiento de
la riqueza en la Europa prehistórica”. A partir de hallazgos en el
cementerio prehistórico de Varna, en Bulgaria, reflexiona sobre
las circunstancias en que surgieron economías más complejas.
Desafiando problemas de la reconstrucción prehistórica, estudia
ofrendas funerarias muy ricas en metales, especialmente en oro, de
Varna y formula hipótesis acerca de que la asignación de valor
pudo ser un requisito previo al crecimiento económico prehistó­
rico. El cobre habría sido símbolo de status con anterioridad a su
generalización como material utilitario. Con respecto al caso
estudiado, propone que: “[...] los materiales [bienes metálicos]
desempeñaron un papel activo, y no uno pasivo o de mero reflejo,
en la formación misma de la estructura social” (p.197).
Patrick Geary se ocupa de “Las circulación de reliquias medie­
vales”. Los restos de santos, de valor sagrado, fueron motivo de
veneración en el mundo medieval. Pero la posesión de reliquias
señalaba fuertes diferencias entre las comunidades, incluyendo en
aspectos materiales, por la atracción que ejercían sobre peregrinos
religiosos. Las reliquias solían circular como obsequios, aunque en
muchos casos fueron objeto de robos. Las formas de su circulación
fueron cambiando durante la Edad Media y está documentada la
existencia de mercaderes especializados en reliquias. El trabajo de
Geary expone detalles de la creación, reconstrucción, circulación,
alzas y bajas de valor de estos despojos humanos transformados en
mercancías que tuvieron notable importancia en la economía
medieval.
Bryan Spooner dedica un capítulo a la autenticidad de produc­
tos exóticos en los países occidentales. Las alfombras turcomanas
son el ejemplo de bienes que sobrepasan la mera función utilitaria
para llegar a ser sobre todo portadores de prestigio. Su produc­
ción y comercio dura ya varios siglos de cambios materiales y
sociales. Entre los productores y usuarios de alfombras la comuni­
cación es intermediada por comerciantes. Al principio y al final de
las relaciones mercantiles, hay gente con ideas difusas acerca de
quienes están del otro lado. Este artículo trae información sobre
la historia y el significado de cubrir el suelo en los países de Asia,
la producción y el valor de las alfombras en los lugares de origen,
su llegada a Europa y su trayectoria como bienes de prestigio. “La
historia de las alfombras orientales puede comprenderse en rela­
ción con la historia de las sociedades particulares productoras.
Nuestro interés en los tapetes[...] en relación con nuestra propia
historia.” (p.285).
La discusión se centra en la autenticidad. Spooner sostiene
que para entender el tema hay que considerar los aspectos psico­
lógico, cultural, social, tecnológico y natural de nuestra experien­
cia. Analiza cuatro dimensiones: atributos objetivos, criterios
subjetivos, elección cultural y mecanismo social de la autenticidad
(p.274). Pero no pierde de vista que, socialmente, los sujetos
predominantes en la valoración de las alfombras orientales son los
compradores occidentales y que las relaciones son asimétricas:
El interés occidental por los tapetes turcomanos ha tenido el efecto
de despojar a los turcomanos de sus propias formas de expresión
artística. Antes reproducían diseños que eran para ellos extensiones
de su propia identidad social. No comprendían tales símbolos ni
necesitaban conocer sus orígenes. Ahora, los símbolos en cuestión
se han convertido en propiedad del otro. Sólo les preocupa la forma
en que son vistos por el otro, (p.284).
El capítulo VIII trata sobre la comercialización del GAT, una
planta medicinal estimulante cultivada en Kenya y Etiopía que se
consume en el nordeste de Africa y el sur de la Península Arábiga.
Su comercio no siempre es legal, pero su prohibición no impide que
aumenten tanto el consumo como el precio. Nos enteramos aquí de
la tradición del uso del GAT y sobre las propiedades tanto compro­
badas como atribuidas por diversos pueblos de la región. El histo­
riador Lee Cassanelli hizo un seguimiento de la comercialización
del GAT hace una década, comprobando el auge de su consumo y
comercio, especialmente en las ciudades. Expone aquí informa­
ción sobre la historia de las prohibiciones del GAT, de los argumen­
tos de las autoridades para su restricción (en varios países y desde
hace décadas) y de la importancia económica de la actividad.
Concluye con un análisis de cómo el consumo y la prohibición del
GAT influían alrededor de 1980 sobre la vida social de distintos
grupos en Somalia:
El GAT significa para la sociedad de África nororiental[...]: un signo
y un facilitador de nuevos modos de interacción. En tanto mercancía
ampliamente deseada, el GAT ha posibilitado que muchos somalíes
se enriquezcan, que otros cuenten con un medio de vida y que otros
más simplemente subsistan. En tanto símbolo, ha sido un vehículo a
través del cual los individuos y los gobiernos han expresado periódi­
camente su descontento con respecto a la dirección seguida por la
sociedad, (p.319).
Los dos capítulos que siguen tratan de los textiles y su importan­
cia en los cambios históricos de los siglos XVIII y XIX en dos
medios diferentes: Francia y La India.
En el capítulo IX el tema central son los cambios en la evalua­
ción de los textiles en años previos a la Revolución Francesa como
indicio de un cambio social profundo. Analizando como fuente
principal guías de comerciantes que contenían información precisa
y diversa, y los cambios en ediciones de varias décadas, William M.
Reddy descubre detalles de la “compleja geografía de la produc­
ción textil”, de la diversificación de los géneros, de los detalles del
comercio y de las reglamentaciones que muestran “cuán
intrincadamente entrelazado estaba el comercio textil con la con­
figuración de las instituciones del antiguo régimen” (p.335). A
partir de estas fuentes, sigue el debilitamiento del monopolio de los
gremios y la ampliación del libre comercio. La variación de la
información sobre los textiles las encuentra comparando el
Dictionnaire universel du commerce de 1730 y sus ediciones poste­
riores con el Dictionnaire du commerce et des merchandises, de
1839, permite, ajuicio del autor, seguir “la estructura de una crisis
cultural”, cuando la preocupación por la producción reemplazó a
la de la apariencia de las telas terminadas.
El capítulo X trata sobre las telas en la sociedad hindú, mostran­
do la forma compleja en que estuvieron involucradas en la historia
de La India, en su subordinación colonial y en la conformación de
movimientos independentistas. La primera parte del artículo es
“una tentativa de biografía colectiva de la tela en La India, en el
transcurso del tiempo”. Un amplio “panorama de la tela en la
sociedad hindú” nos informa sobre relaciones entre las telas, los
colores, las relaciones de casta en distintos momentos y regiones de
La India, donde “las telas de diferentes texturas, colores o proce­
dencias, no sólo comunicaban información a la sociedad, sino que
también modificaban la esencia moral y física del individuo” (p.355).
En las regiones de coexistencia de los hindúes con mahometanos
o mongoles, las atribuciones de significado a las telas y la vestimen­
ta eran múltiples. La dominación colonial y la exportación de telas
estuvieron complejamente entrelazadas con las disputas de los
reinos locales por el poder. Una visión centrada en las exportacio­
nes e importaciones de los textiles a Inglaterra a partir de relacio­
nes de precios parece, en opinión del historiador político C.A
Bayly, del todo simplista:
En realidad, la difusión de los productos británicos en La India
constituyó un reflejo de la modificación en las esferas de la cultura y
la economía política, y no meramente una respuesta a la disponibili­
dad de mejores precios. Asimismo, el posterior rechazo de los esti­
los europeos y de los bienes británicos[...], trascendió el campo de la
política práctica y se relacionó con la cuestión de la identidad
nacional (p.374).
El título del capítulo hace referencia a los orígenes del movi­
miento swadeshi que defendía la elaboración local y la industria
doméstica de textiles. Desde 1905 en Bengala y luego en toda La
India, swadeshi constituyó la base de una amplia ideología que,
desarrollada por Ghandi, fue base del logro de la independencia.
El artículo introductorio del editor, “Las Mercancías y la Polí­
tica del Valor” (Cap. I), cuyo comentario dejamos para el final,
pone un marco a los restantes y sintetiza la propuesta del libro:
“una nueva perspectiva acerca de la circulación de las mercancías
en la vida social” resumida en la frase “el intercambio crea valor”
(p.17). Está compuesto por cinco secciones:
la primera, sobre el espíritu de la mercancía, es un ejercicio crítico
de definición, cuya tesis es que las mercancías propiamente entendi­
das no son monopolio de las economías modernas, industriales. La
segunda, referida a las rutas y desviaciones, analiza las estrategias
(tanto individuales como institucionales) que hacen de la creación
de valor un proceso políticamente mediado. La tercera, en torno al
deseo y la demanda, vincula patrones de corto y largo plazo en la
circulación de mercancías, para mostrar que el consumo está sujeto
al control social y a la redefinición política.
La cuarta trata de la relación entre conocimiento y mercancías.
La quinta vuelve sobre la política como mediadora del intercambio
y el valor (pp.20-21).
Appadurai propone una nueva perspectiva sobre la circulación
de lás mercancías en la vida social. Rescata libros olvidados, como
“La filosofía del dinero” de Georg Simmel, revisa el tratamiento
que Marx hace de la mercancía y coincide con Baudrillard en que
Marx refería la economía a problemas de la producción viendo una
tendencia unilineal e histórica hacia la producción de mercancías.
Sostiene que la diferencia entre el intercambio de obsequios —los
“dones” de Marcel Mauss—y los intercambios mercantiles no es
tan tajante como lo han propuesto muchos antropólogos. Estos
solían tener tendencia a ver las sociedades simples de manera
romántica, “a mezclar el valor de uso con la gemeinschaft de
Toennies, [o] a olvidar que las sociedades capitalistas funcionan
también con propósitos culturales”. Se pasan por alto las coinci­
dencias entre Marx y Mauss simplificando excesivamente sus
posiciones (p.27). Las mercancías son para Appadurai “cosas que
se hallan en una situación determinada” y define tal situación
mercantil como “aquella en la cual su intercambiabilidad (pasada
presente o futura) por alguna otra cosa se convierta en su caracte­
rística socialmente relevante” (p.29).2La situación de mercancía
puede ser “desagregada” en: 1) fase mercancía de la vida social de
cualquier cosa. 2) candidatura a mercancía de cualquier cosa, y 3)
el contexto de mercancía en el cual puede situarse.
Discute temas como las “sendas y desvíos” de las mercancías.
Llega a definir “torneos de valor” de los cuales el kula es un
paradigma y los relaciona con Baudrillard y su referencia a las
subastas de arte. La desviación de mercancías, dice, es siempre un
signo de creatividad o crisis. Las desviaciones sólo son significativas
en relación a las sendas normales por las cuales deberían transitar.
Hay mercancías cuya manipulación social es muy importante, ya
que pueden mandarse muchos mensajes a través de ellas. Hace
distinción, mencionando el trabajo de Igor Kopytoff (Cap. II),
entre biografía cultural e historia social de las cosasy considera que,
aunque no están enteramente separadas, pequeños desplazamien­
tos en las biografías de las cosas están reflejando cambios globales
en la historia social. Propone conceptos para entender la
mercantilización: la fase mercantil en la vida de las cosas, la
candidatura mercantil de las cosas y el contexto mercantil en que
las cosas se colocan.
En el punto “Deseo y demanda” (p.46), sugiere tratar la
demanda, y en consecuencia el consumo, como un aspecto de la
economía política global de una sociedad. “La demanda esconde
así dos relaciones “diferentes” entre el consumo y la producción”:
1) está determinada por fuerzas sociales y económicas, y 2) puede
manipular, dentro de límites, estas fuerzas sociales y económicas
(p.49).
Trata luego de las “leyes suntuarias” que caracterizan a las
sociedades premodernas complejas, donde hay regulaciones sobre
el uso de ropas, esclavos, esposas, alimentos, decoraciones. Allí
podemos ver que la demanda está sujeta a definiciones y control
social. Desarrolla así su perspectiva acerca del consumo y la
demanda:
La demanda es entonces la expresión de la lógica política del
consumo y, por tanto, su fundamento debe buscarse en esta lógica.
Apoyándome en Veblen, Douglas e Isherwood y en Baudrillard
sostengo que el consumo es eminentemente social, correlativo y
activo en lugar de privado, atomizado y pasivo.” (p.48) Enseguida
dice: “Mi propuesta consiste en llevar más adelante la crítica de
Baudrillard a la “necesidad” y la “utilidad” [...] y extender esta idea
a las sociedades no capitalistas. ¿Qué significa esta perspectiva del
consumo? Significa considerar el consumo (y la demanda que lo
hace posible) como un punto central no sólo para enviar mensajes
sociales, tal como lo ha propuesto Douglas,3 sino también para
recibirlos (p.49).
Luego se basa en escritos de Sombart y otros autores para
destacar la importancia de los bienes de lujo en la circulación de
mercancías, aunque reconoce que la división entre mercancías
lujosas y cotidianas se modifica históricamente, poniendo como
ejemplo típico el azúcar (p.59).
Sugiero que consideremos a los bienes de lujo no tanto en contrapo­
sición a las necesidades [...], sino como bienes cuya utilización prin­
cipal es retórica y social, bienes que simplemente son signos encar­
nados. La necesidad a la que ellos responden es fundamentalmente
política, (p.56).
Más adelante reflexiona que “la demanda no es una respuesta
mecánica a la estructura y el plano de la producción, ni un apetito
natural insondable” (p.59). Es un mecanismo social complejo que
media entre los patrones a corto y largo plazo de la circulación
mercantil.
En “Conocimiento y mercancías”, la cuarta sección, sostiene
que:
Las mercancías representan formas sociales y distribuciones de co­
nocimiento muy complejas [que] puede ser de dos tipos: el conoci­
miento (técnico, social, estético y demás) que acompaña a la produc­
ción de la mercancía, y el conocimiento que acompaña al consumo
apropiado de la mercancía [...] En ambos polos el conocimiento
tiene componentes técnicos, mitológicos, y valorativos[...] (p.60).
Otra dimensión del conocimiento es la del mercado. Hay am­
plias brechas de conocimiento entre productores y consumidores
y esto caracteriza el movimiento de la mayoría de las mercancías a
través de la historia. Notemos que estas brechas de conocimiento
entre productores y consumidores dan lugar a altas ganancias
comerciales y a la deprivación relativa de los productores con
relación a los consumidores y comerciantes.
Las mitologías de los productores, los consumidores y los
trabajadores son tratadas con ejemplos como el fetichismo de la
producción minera que descubre Michael Taussig4o los cultos de
cargo en el pacífico. En los “torneos de valor”, el conocimiento
especializado es muy importante. Los ejemplos que presenta,
además de los tradicionales de la antropología económica, como el
kula y el potlatch, son el comercio de reliquias y el mercado de
mercancías futuras. El autor llega a ubicar en un plano similar de
análisis al mercado de cereales a término del Chicago con los
intercambios kula, ya que en ambos casos la parte principal del
trato tiene que ver con aspectos informativos y semióticos de los
bienes, antes que con su consumo (p.71).
El artículo termina en una conclusión-hipótesis sobre política y
valor, que trata de responder a la pregunta sobre cuál es el sentido
que tiene considerar “que las mercancías existen en todas partes y
que el espíritu del intercambio mercantil no está completamente
divorciado del espíritu de otras formas de intercambio” (p.77). La
conclusión es que lo que une el valor con el intercambio en la vida
social de las mercancías es la política.
La política en cuestión puede adoptar muchas formas: la política
de la desviación y la ostentación; la política de la autenticidad y la
autenticación; la política del conocimiento y de la ignorancia; la
política de la experiencia y el control suntuario; la política de la
peritación y la demanda deliberadamente movilizada. Los altibajos
de las interrelaciones e intrarrelaciones de estas diversas dimen­
siones de la política explican los caprichos de la demanda (p.78).
Aunque este libro está recién editado en castellano, sus ideas
tienen ya una década. Conviene recordar entonces que la reivindi­
cación de la dimensión simbólica de las mercancías formó parte de
un contraataque que podríamos llamar “simbolista” con respecto
al anterior énfasis “materialista” (ejemplo de este último fue el
“sustantivismo” en antropología económica sostenido por Karl
Polanyi y seguidores). En 1976 había aparecido el libro de Sahlins,
Culture andpractical reason que, también influido por Baudrillard,
defendía la idea de que la cultura domina a la actividad económica,
aun en los países occidentales (c/r. Sahlins, 1988: Cap. IV).5En el
libro que reseñamos, Appadurai se alinea bastante con aquel:
“debe quedar claro que el capitalismo no sólo representa un diseño
técnico-económico, sino también un sistema cultural complejo con
una historia muy particular en el Occidente moderno” (p.68).
Con posterioridad a este libro, la relación entre cultura y
economía se ha considerado de manera más refinada: Stephen
Gudeman propuso analizar los modelos económicos locales y el
modelo universalista de Ricardo como productos culturales. El
segundo es también, a su juicio, resultado de una sociedad y una
época y su uso generalizado, elevado a la categoría de ciencia,
resulta generalmente descontextualizado. En un trabajo más re­
ciente, Gudeman y Rivera (1989) proponen una manera cuidadosa
de considerar los modelos de funcionamiento económico implíci­
tos tanto en la economía de las corporaciones como en la economía
doméstica, posición que sintetiza en una conferencia más recien­
te.6Al parecer la importancia de lo simbólico en la economía está
reconocida ampliamente, pero ahora no se acepta la idea de que
la dimensión cultural es simplemente preponderante. Las críticas
recientes le llegan también al libro que aquí comentamos: por una
parte, han surgido nuevas propuestas para comprender la cultura
material. Proponen maneras diferentes a la que fue standard
durante años, que suponía que las necesidades materiales eran la
fuente de las invenciones y de la economía. Se reconoce que las
cosas se producen y tienen significado, y actúan sobre la vida social.
Pero así como la cultura desdeña con frecuencia la actividad
productiva, quienes la estudian suelen ignorar las complejidades y
determinaciones de la producción.7 En otro trabajo reciente, el
sueco Alf Hornborg, que propone un modelo alternativo para
entender los procesos económicos, critica los trabajos de Douglas
e Isherwood, Sahlins y el aquí reseñado por dejar de lado las
“cruciales preguntas económicas de crecimiento versus explota•/ :
cion
Para responderlas no nos ayuda la reflexión de que la gente pagará
por lo que sus contextos culturales predispongan a desear, implican­
do que el valor se crea en el proceso de consumo. Si la antropología
parara aquí, meramente contribuiría al consenso hegemónico
neoclásico8
Con respecto a la forma de presentación de los artículos de este
libro, algunos trabajos reflejan cierta forzada incorporación de
comentarios ajenos. Estos comentarios de los colegas hacen des­
viar la atención del asunto central y oscurecen a veces la posición
del autor. El primer capítulo es uno de los casos y refleja la difícil
posición de un Editor que también quiere decir lo suyo. En otro
aspecto, se notan sesgos profesionales. En el caso del arqueólogo
Renfrew falta información necesaria para los no especialistas (¿En
qué fecha ubicamos a Varna?). William Reddy presenta su artículo
como para sus colegas, los historiadores sociales de Europa. En
comparación, el trabajo de Cassanelli sobre el GAT parece super­
ficial. Los artículos de Spooner y Bayly calzan en el tema general
del libro, aunque se nota que sus preocupaciones mayores están en
otros asuntos. Sin embargo, todo esto es casi inevitable en una obra
colectiva. En su conjunto, el libro es un acervo de conocimiento
importante, y por momentos resulta bastante ameno como para
una lectura de interés general. Para quienes están interesados por
los asuntos económicos desde otras ciencias sociales, contribuye a
sacar la discusión del ámbito de una “ciencia económica” intelec­
tualmente poco fructífera. Todos los artículos tienen además una
amplia bibliografía y se mencionan casi siempre las traducciones
disponibles al español. Algunos de los autores del libro han tenido
contribuciones anteriores o posteriores importantes muy pocas
veces traducidas,9lo que refuerza la conclusión de que esta publi­
cación por la colección Los Noventa, que los difunde en español,
resulta acertada.
Notas
1.
2.
3.
4.
5.
6.
The Social Life of Things. Commodities in Cultural Perspective, Cambridge University
Press, Cambridge, Inglaterra, 1986.
Un comentario sobre la traducción: este párrafo, en cursivas en el original, contie­
ne un pensamiento central del editor del libro. El original dice: “Jpropose that the
commodity situation in the social life of any “thing” be defined as the situation in
which its exchangeability {past, present or future) for some other thing is its socially
relevant feature” (Appadurai, 1986:13) (las cursivas son del original; nótese “is”
traducido por “se convierta”). Aunque no se hizo un cotejo sistemático de ambas
versiones, la traducción castellana parece aceptable, con descuidos como ése. Tam­
bién se notan faltas de una revisión profesional: por ejemplo, el intercambio de las
Trobriand, conocido entre los hispano hablantes como “el” kula, aquí (pp. 34, 36,
38) es “la” kula.
Las referencias son: Douglas, Mary y B. Isherwood El Mundo de los Bienes. Hacia
una antropología del consumo. CNCA - Grijalbo, México, 1990 [1979]. Baudrillard,
J. El sistema de los objetos, Siglo XXI, México 1969 [1968]; Crítica de una economía
política del signo, Siglo XXI, México, 1974 [1972]; El espejo de la producción,
Gedisa, Barcelona, 1980 [1975].
Taussig, M, The Devil and Commodity Fetichism in South America, University of
North Carolina Press, Chapel Hill, 1980.
Sahlins, Marshall, Cultura y Razón Práctica, Gedisa, 1988. En una línea teórica
diferente, que proponía también un nuevo lugar para lo simbólico en economía,
se ubica Ferrucio Rossi Landi, filósofo y semiólogo italiano hasta hace poco
ignorado por la academia norteamericana y aquí sólo mencionado por Bryan
Spooner (p. 278). Sus artículos más importantes fueron traducidos al español
hace más de dos décadas: Rossi-Landi, Ferrucio, El lenguaje como trabajo y
como mercado, Monte Ávila, Caracas, 1971 [1968].
Gudeman, Stephen, Economic as Culture: Model and metaphors of livelihood,
Routledge an Kegan Paul, Londres, 1986. Gudeman, S. y Alberto Rivera,
Conversations in Colombia, Cambridge University Press, 1989. Gudeman, Stephen,
“Remodeling the house of economics: Culture and Innovation”, en American
Ethnologist, Vol. 19 N° 1, pp. 141-154,1992.
7.
Al respecto son significativos los trabajos de Daniel Miller, Material Culture and
Mass Consumption, Basil Blackwell, Londres, 1988; o la revisión reciente de Bryan
Pfafemberger sobre antropología social de la tecnología en Annual Review o f
Anthropology, Vol. 21, pp. 491-516,1992.
8. Homborg, Alf, “Machine Fetichism, value and the image of unlimited good: Towards
a thermodynamics of imperialism” en Man (27,1-18), 1992.
9. Por ejemplo, Appadurai escribió Worship and Conflict Under Colonial Rule, 1981.
Igor Kopytoff hizo estudios sobre la esclavitud y es coeditor del libro Slavery in
Africa: Historical and Anthropological Perspectives, 1977; así como del artículo
“Slavery” en Annual Review o f Anthropology, 1982, Vol. 11, pp. 207-230. Reddy es
autor de The Rise of Market Culture, 1984, y Money and Liberty in Modem Europe.
Toward a critique of historical understanding 1987, ambos editados por Cambridge
University Press.
Oscar González Seguí
El Colegio de Michoacán
PEZEU MASSABUAU, Jacques. La vivienda como espacio social,
México, Fondo de Cultura Económica, 1992, 214 pp.
La vivienda se ha estudiado profusamente desde diversos puntos
de vista, sin embargo, algunos de ellos se han visto más favoreci­
dos que otros, sobre todo los que conciernen a la planificación y
dotación de alojamiento por parte de los gobiernos; a los que dan
cuenta de la situación física y social de los barrios marginados y de
temas como la autoconstrucción.
La vivienda se nos muestra desdoblada, su carácter dual consis­
te en la presentación física que nos interpela inmediatamente que
la percibimos, pero si ésta es analizada más profundamente encon­
traremos la huella psíquica de sus ejecutores ya sean éstos de
palabra u obra. Vuelve a coincidir en este plano el subconsciente
y la realidad social de cada individuo con las formas que éste le
imprime a su vivienda y al uso que le asigna a cada uno de sus
espacios.