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La estrella de Navidad
La noche en que los ángeles visitaron a los tres pastores, las ovejas
estaban muy inquietas. Los pastores se habían reunido alrededor del fuego y
hablaban muy nerviosos:
—Un Rey niño, sin Corte ni Caballeros…
—¡Pero de gran poder!
—Con mucho más poder del que jamás tuvo un Rey.
—Y que, sin embargo, es bondadoso y lleno de compasión. ¡Sin duda
será el Rey que nos dará paz y alegría!
—Vayamos a Belén a conocer a este Rey recién nacido —sugirió el
pastor de mayor edad.
—Pero, ¿cómo le vamos a encontrar? Todo lo que sabemos es que lleva
pañales y duerme en un pesebre.
—Si pudiéramos volar por encima de la ciudad y ver dentro de todas
las casas como si fuéramos los ojos de las estrellas... ¡Estoy seguro de que
las estrellas saben dónde nació el Niño Jesús!
Los tres pastores levantaron la mirada al cielo y, de repente, todas
las estrellas se empezaron a mover.
Muy lentamente, todas las estrellas se iban aproximando la una de la
otra, cada vez más cerca, hasta que acabaron fundiéndose para formar una
única y grandiosa estrella. La reluciente cola de la
estrella dejaba un rastro de destellos en el
intenso azul oscuro de la noche.
Un
momento
después,
la
estrella
se
sumergió en el horizonte. Los pastores recogieron
rápidamente todas sus pertenencias. Después
juntaron sus rebaños y siguieron a la misteriosa
estrella que les guiaba hacia Belén, donde verían al
Niño Jesús.
Había un Rey en Oriente que vivía en un espléndido palacio. Cuando vio
la estrella aquella noche se acordó de una vieja profecía que decía que
habría un Rey de Reyes, un Señor entre los Señores, un Príncipe de la Paz.
Después de muchos años de sufrir el dolor de la guerra, él y su pueblo
ansiaban que llegara el tiempo en que reinaría la armonía entre las naciones.
El Rey y sus sirvientes contemplaron la estrella desde un gran balcón.
El resplandor de la luz que desprendía se reflejaba como rayos de sol en las
doradas cúpulas de su palacio.
—Este Niño ha venido para mostrarnos el camino a la paz —dijo el
Rey—. Iré y le daré la bienvenida. Esta fulgurante estrella en el cielo me
guiará.
Así que el Rey partió de su palacio con unos ricos presentes para el
joven Príncipe.
Aquella misma noche encontró a otros dos Reyes, que también seguían
la estrella, y les dijo:
—Vayamos juntos a encontrar al Príncipe de la Paz. Ofrezcámosle
nuestros presentes, nuestra fe y nuestro amor.
Y así fue como los Reyes atravesaron el desierto en su camino a
Belén.
La intensidad de la luz de aquella estrella era tal que penetraba
incluso en lo más profundo y oscuro del bosque.
«Debe haber luna llena», pensó el lobo. Y empezó a aullar.
Pero cuando la luz creció, los animales, curiosos, corrieron hasta la
linde del bosque y elevaron sus ojos al cielo.
El búho les estaba esperando y les dio la noticia:
—Ha nacido un Niño —les dijo—. Es el Niño Jesús, que amará y
cuidará todas las cosas vivas. Esta luz brillante en el cielo es la estrella de
su gloria que nos llama para que vayamos a Belén.
Conducidos por la luz, todos los animales se pusieron en camino con
gran valentía.
Finalmente la estrella se fue a posar sobre un pequeño establo y lo
bañó con su luz pura.
Todos querían honrar al Niño y celebrar el espíritu de armonía que les
había reunido a todos. El león se tumbó entre las ovejas y el zorro entre las
liebres, y los Reyes más poderosos de Oriente hablaron con los humildes
pastores como si todos fuesen hermanos.
La paz y el silencio, como una manta, arroparon la tierra. En el
establo, el Niño Jesús se durmió y la gloriosa estrella de Navidad lo iluminó
todo como un faro de esperanza.
Marcus Pfister
La estrella de Navidad
Barcelona, Parramón, 1995