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PROVINCIA CHILENA
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
FE Y CULTURA
Exposición del P. Eugenio Valenzuela L., S.J.
Provincial de la Compañía de Jesús en Chile
Jornada Teológica del Clero de la Arquidiócesis de Concepción
21 de Noviembre de 2012.
1.- Introducción
- Quiero agradecer en primer lugar a Don Fernando Chomalí el haberme invitado a esta jornada de formación
para el clero de la Arquidiócesis de Concepción. Valoro mucho que los sacerdotes constantemente podamos
tener oportunidad de reflexionar con profundidad algunos temas de importancia, renovarnos y formarnos y
así poder dar un mejor servicio en las distintas actividades pastorales que tenemos.
- A veces nos hace falta tiempo para reflexionar con profundidad algunos temas que afectan nuestra vida y la
tarea pastoral que realizamos por las diversas y constantes labores en nuestras parroquias, capillas y distintos
servicios sacramentales y pastorales, apoyo a instituciones educativas. El trabajo muchas veces nos consume
demasiado.
- Valoro además la invitación por la larga tradición que tiene la Compañía de Jesús en la región y en la
Arquidiócesis. Permítanme recordar algunos hitos de esa historia. Este año celebramos 400 años de
presencia de los jesuitas en esta zona. Los primeros jesuitas en llegar acá lo hicieron en 1612. En Penco,
Arauco y Rere principalmente. En 1613 fundaron el primer colegio en Penco, que en 1724 daría paso a la
famosa universidad Pencopolitana. También tuvimos un colegio en Rere, misión jesuita que hace poco fue
declarada monumento nacional. Los Jesuitas, luego del terremoto de 1751, fueron grandes promotores del
traslado de la ciudad a su actual ubicación. Durante ese tiempo las misiones más importantes fueron el
trabajo en educación y en medio de los mapuches.
- Fuimos expulsados en 1767 y regresamos a finales del siglo XIX. El obispo Hipólito Salas pidió que los jesuitas
volvieran a Concepción en 1871 para hacerse cargo de la casa de Ejercicios Espirituales San Francisco Javier.
El 1 de mayo de 1887 se fundó la escuela San Ignacio en la calle los Carrera y allí permaneció hasta hace unos
años en que se trasladó a San Pedro de la Paz; escuela que atendió durante más de 100 años a las poblaciones
de las clases obreras y marginales del sector. Hoy en ese lugar esta INFOCAP que imparte educación y
capacitación para el trabajo.
- Este año también conmemoramos la muerte de los mártires de Elicura y los 125 años del mismo Colegio San
Ignacio que hoy está en la comuna de San Pedro de la Paz. Nuestra presencia en el mundo mapuche se
mantiene con la misión en Tirúa. Colaboramos con la formación de los sacerdotes en el Seminario y con la
tarea evangelizadora de la arquidiócesis con nuestro colegio y otras obras como el Hogar de Cristo, TECHO,
Infocap, la CVX, la casa de EE.EE San Francisco Javier de Pinares que junto a otras obras configuran la Red
Apostólica Ignaciana. Red que quiere colaborar con la misión de la Iglesia y la evangelización en la región.
- Se me pidió que comparta con ustedes algunas ideas sobre la relación entre Fe y Cultura. Obviamente no
serán ideas conclusivas. Enfrentarse a la cultura de hoy es un desafío que no lo resuelve un solo discurso ni se
interioriza en una sola charla. Trataré de dar algunas pistas de lo que considero puede ser importante hoy
para la Iglesia y para la Fe, considerando también mi rol como jesuita y lo que me toca ver recorriendo el país
en mi servicio como provincial. Espero que les aporte algo como me aportó a mi preparar esta reflexión.
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2.- Jesucristo y la Cultura.
- Jesús nace y crece en medio de una cultura determinada: la cultura judía. Su madre es judía, su padre es judío
y él participa de la fe y de las estructuras religiosas que configuran esta fe. La Ley (la Torá), la sinagoga todos
los sábados, la visita al templo de Jerusalén una vez al año y todo un sin número de ritos y tradiciones que
serán parte de la mentalidad de Jesús. Además en un contexto de dominación Romana. Jesús se hizo
hombre y se encarnó en lo que le tocó vivir. Se hizo parte de los valores, de las formas de vida, del idioma, de
la idiosincrasia de su pueblo. Participó y aprendió de la historia de su pueblo y se hizo consciente de la
realidad que lo rodeaba.
- Jesús enfrentó su cultura de manera radical. Asumió los problemas y dificultades que nadie quería ver: El
amor a los pobres, a los enfermos, a los extranjeros, se puso en contacto con los pecadores, con los romanos,
con los cobradores de impuestos, con las mujeres impuras, con las autoridades religiosas de su pueblo etc.
Comenzó a poner a la luz situaciones que habían permanecido mudas, silentes, excluidas. Y no sólo le puso
nombre a esas situaciones, sino que comenzó a generar una transformación, una conversión, una nueva
forma de entender, de comprender y acoger el amor de Dios pues puso a los pobres como centro de la
religiosidad.
- Jesús no le tuvo miedo a su cultura porque se sentía profundamente confiado en el amor de su Padre y
porque había que acercar ese amor radical de Dios por el mundo de manera profunda y apasionada. La fe en
Jesús va transformando, convirtiendo, dándole nuevo sentido a las personas… “tú fe te ha salvado” es una
frase recurrente en el Evangelio.
- Por lo tanto frente a la pregunta de si Jesús se hizo parte de su cultura, la respuesta es afirmativa, no sólo se
hizo parte, sino que la enfrentó, la encaró, la transformó. La encarnación y la cruz señalan con claridad estos
dos momentos de por un lado asumir y apropiar la cultura y por el otro de enfrentar y padecer las
contradicciones de su propia cultura.
- Pero para la comunidad apostólica el kerigma no se reduce a la encarnación y la muerte de Jesús. La clave es
el Kerigma: “a ese que ustedes mataron Dios lo resucito”. Esto San Pablo lo comprende como nadie. No es el
cumplimiento de la ley de Moisés lo que salva sino la fe en Jesucristo, capaz de asumir, enfrentar y
transfigurar toda cultura y todas las culturas. Pablo vio la universalidad del Evangelio, fue el gran globalizador
de esa fe en Jesús que llevó el mensaje de la Buena Nueva más allá de las fronteras del judaísmo, a los
gentiles y paganos.
3.- ¿Qué es la cultura?
- La definición de la palabra cultura viene de lo que el hombre y la mujer han venido “cultivando”, de lo que van
sembrando, cosechando, produciendo. Según la Unesco, la cultura se entiende como la manera de vivir
juntos, es decir, las expresiones en que se manifiesta la organización de la convivencia; las imágenes, las
ideas, los valores y las prácticas que desarrolla una comunidad. Es por ello que no existe una sola cultura, sino
que existen muchas culturas. La cultura permite la comunicación entre los individuos construyendo marcos
comunes y compartidos que dan sentido a la vida personal y grupal. Somos herederos y constructores de
cultura. Se construye un imaginario colectivo y eso le permite a uno hacerse participe de una comunidad. Así
nos respondemos a las preguntas ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?
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- La Iglesia católica tiene su propia cultura, pero incluso dentro de ella, las distintas espiritualidades generan
diversas formas de organización, de imágenes que permiten que el Espíritu favorezca la diversidad. Así
también existen culturas dominantes como la norteamericana o la europea, culturas pequeñas, o incluso
culturas excluidas a las que no se les permite la manifestación de sus valores, imágenes o la realización de las
prácticas de sus comunidades. América Latina sin duda nace del encuentro de dos cultura: la hispanolusitana
y la de los pueblos originarios, pero en una situación de mucha asimetría, donde hubo una cultura dominante
y otra subalterna. La demanda mapuche actual tiene que ver con ese resentimiento y también con la
violencia de la cultura chilena con su cultura.
- Los sacerdotes no somos ajenos a la cultura dominante actual. Más adelante me adentraré en aquellos
rasgos más comunes de esas “maneras de vivir juntos” más comunes, pero nosotros también somos parte de
una sociedad de consumo, de mercado, del mall, más individualista, de apatía política, de falta de credibilidad
en las instituciones, de mayor valor por la pluralidad y la diversidad, etc. Lo que quiero decir es que no es que
la cultura esté afuera de nosotros: nosotros somos parte de ella y la tenemos pegada a la piel. Por lo tanto, el
primer desafío está en reconocernos como parte de un modo de estar en el mundo que corresponde al lugar
en que están la mayoría de las personas con las que nos relacionamos. Y lo segundo, es que no hay una sola
cultura, puede que haya elementos predominantes, más comunes, más generalizados, que se compartan
más, pero también hay culturas más difíciles de entender o de comprender. La cultura de los colectivos
estudiantiles de la U. de Concepción, de los pescadores de coronel, de los mapuches Tirúa, de los empresarios
de la zona, de aquellos que van el Club Concepción, de aquellos que son hinchas de los muchos equipos de
fútbol que hay en la zona. Entiendo que incluso se dice que los que son de Talcahuano son distintos de los
que son de Coronel, que los que son de Penco son distintos a los que viven en Chiguayante etc.
- La pregunta que nos tenemos que hacer hoy es cuáles son esas formas de pensar, esos valores, esas
manifestaciones que se concretizan en comportamientos, imágenes o símbolos a los cuales nuestra fe y la
evangelización se enfrentan y con las cuales queremos entrar en diálogo. Aun cuando la fe no se define a sí
misma como una cultura, ella nunca se da desnuda, siempre se da encarnada en una cultura. Por lo tanto si
posee una forma de ser, si posee valores, si posee una estructura, si posee imágenes, si posee y busca un
comportamiento, si tiene una historia, un origen y un sentido. Algunas de ellas son parte irrenunciable de la
tradición y otras vestimentas y lenguajes son aptos para otras épocas y no para la nuestra.
- Es clave distinguir entre el “verdadero escándalo” (el de Jesús, el de la cruz) del “falso escándalo” (maneras y
usos propios de otras épocas que ahogan el Evangelio). Y es esa “cultura” de nuestra fe, configurada en la
Iglesia, la que muchas veces choca o no llega. Lo primero es captar que hay distancias, que a lo mejor en
nuestras parroquias no las notamos tanto, pero que si miramos hacia afuera, hay desafección, hay
desprestigio, hay poca credibilidad, hay otras formas de vivir lo religioso, hay otras formas que dan sentido a
la vida y que están lejanas de lo que nosotros queremos transmitir. Y por lo mismo tenemos que entender al
destinatario de nuestro mensaje. Y tener presente que siempre hay una tensión entre la diversidad que pide
la adaptación de la forma del Mensaje para que sea significativo en un grupo, y la unidad de la Iglesia que
quiere reconocerse la misma en todo el mundo
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4.- ¿Cuál es nuestra Fe?
- No voy a desarrollar un tratado de teología sobre las formas y las expresiones en las cuales se manifiesta la
fe en el Antiguo Testamento, en el Nuevo o en toda la historia de la teología, sobre cómo hacer inteligible,
comprensible y comunicable nuestra Fe, pero es fundamental manifestar que nuestra fe es creer en
Jesucristo como hijo de Dios que nos ofrece la salvación.
- Benedicto XVI, en el primer párrafo de su primera encíclica al asumir el pontificado, escribe: “Dios es amor,
y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn. 4, 16). Estas palabras de la primera
carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y
también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos
ofrece, por así decirlo, una formulación sintética de la existencia cristiana: “Nosotros hemos conocido el
amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”. Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el
cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una
gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la
vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 25 diciembre 2005, No 1).
- Por ello, nuestros obispos reunidos en Aparecida subrayan que “No resistiría a los embates del tiempo una
fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción
fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en
algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no
convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de
la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando
y degenerando en mezquindad” (No 12).
- Por lo contrario, “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este
tesoro a los demás es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado. Con los ojos
iluminados por la luz de Jesucristo resucitado, podemos y queremos contemplar al mundo, a la historia, a
nuestros pueblos de América Latina y de El Caribe, y a cada una de sus personas” (No 18).
- Desde ahí se construye, se articula y se funda todo. Jesucristo, manifestación plena de Dios en la historia,
se manifestó para que creyéramos en él para fundar en él el sentido de nuestra vida entera. La fe en Jesús,
está asociada a la esperanza. Creemos en Jesús porque esperamos, o sea, tenemos la esperanza que él nos
brindará la capacidad de ser mejores hombres y mujeres y sentirnos más plenamente hijos de Dios. Dios se
nos da, se nos regala, se nos da como gracia, gratuito para nuestra redención. Creer en Jesús es un don, no
un mérito nuestro. Nuestra vocación sacerdotal es un regalo. Y tal como lo vemos en los Evangelios, el que
cree en Jesús es sanado, es perdonado, es llamado, es invitado a su mesa, es recibido. Cristo es nuestra Fe.
En Él creemos, en Él esperamos, en Él confiamos.
- Sin embargo, esta fe en Jesús tiene una particularidad, posee varios lenguajes. En el AT de hecho, la acción
de Dios en su pueblo y en las personas, se manifiesta en lenguaje histórico, en himnos, en oraciones, en
salmos, en profecía, etc. En el NT la fe en Jesús está manifestada en cuatro Evangelios, tres de ellos muy
parecidos y un cuarto con mayores particularidades. Pero también en cartas. Creer en Jesús se manifiesta
ya en las Escrituras de manera diversa, e inclusive en nuestra Iglesia en formas distintas que acentúan un
aspecto más que otro a través de las diversas espiritualidades.
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- Lo anterior no basta. ¿Cuándo decimos que una persona tiene fe? ¿Cómo nos aseguramos que un hombre
o una mujer crea de verdad en Jesucristo? ¿Cómo obtenemos la certeza de que alguien cree en Jesús o que
vive el Evangelio? Siendo el acontecimiento central Jesucristo, verificamos que alguien tiene Fe en Él
cuándo se transforma, cuando se convierte, cuando vive al estilo de Jesús. No hay otra forma de certificar
nuestra fe que cuando hemos tenido la experiencia de donación de Dios, nuestra vida completa se
transforma en su hacer y en su decir y manifiesta con profundidad y radicalidad el Evangelio de Jesús en
pequeños y grandes gestos y acciones cotidianas.
- Por lo tanto, creer en Cristo, es recibir, es reconocer que todo viene de él, pero que este creer se verifica en
una praxis concreta, que toda mi vida se hace una con él. Don y tarea, gracia y libertad, mística y política,
acción de Dios que sustenta nuestra acción humana.
5.- Desafíos de la fe y la cultura
- De lo que se trata entonces es que la experiencia de Jesucristo, el mensaje del Evangelio pueda penetrar
tan profundamente la cultura o las culturas que las personas puedan vivir un modo de vida según ese
mensaje. Querer que una persona adhiera a nuestra fe no tiene otro objetivo que esa persona se
convierta, se transforme, sienta que la vida tiene sentido en Jesús, en definitiva, que se sienta salvada,
redimida, por el mensaje del Evangelio. Jesús vino a salvar, no a condenar. Vino a buscar a la oveja
perdida, vino por los enfermos, no por los sanos, comió con los pecadores, no con los justos, fue a los
pobres y tuvo contacto con los extranjeros y no discriminó cuando le preguntaron quién era su prójimo.
- Ir a la cultura desde la fe, por lo tanto, es querer evangelizar la vida entera de las personas pero respetando
sus modos de pensar, más aún, reconociendo que muchos aspectos de sus propias culturas son signos del
Reino de Dios. Es querer también transformar aspectos que no son evangelio, que incluso se oponen a él,
pero hacerlo con “la vara de la misericordia y no de la condena” como dijo Juan XXIII al inaugurar el
Concilio. Hay ahí un proceso de evangelización y de inculturación que deben ir de la mano. Evangelizar es
llevar a Jesucristo, inculturar el Evangelio es reconocer que Dios ya ha actuado en muchos lugares y en
muchas culturas antes que llegásemos nosotros.
- La última carta pastoral de los obispos “Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile” es una
muestra clara de la articulación que debe haber entre Fe y Cultura. La primera actitud es el discernimiento
para ver cómo y dónde estamos parados, dónde está actuando Dios para reconocer su presencia y al
mismo tiempo, en lo que ellos llaman malestares, dónde no está presente el modo de vivir según la fe en
Cristo.
- Los Obispos reconocen aspectos de la cultura como oportunidades: los cambios tecnológicos, un mejor
conocimiento de la naturaleza que tiene consecuencias positivas para la vida humana, mayor erradicación
de la ignorancia y mayor transparencia, la valoración de los derechos humanos, la promoción de la mujer,
la mayor conciencia de las injusticias y las discriminaciones, las exigencias de mayor libertad y participación,
la mayor exigencia por el respecto a la naturaleza. Todos estos son valores que se reconocen como
evangélicos. Es decir, como auténtica presencia de Dios, signos del Reino en nuestro mundo.
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- Sin embargo, también reconocen valores y modos de estar parados en el mundo que no tienen que ver con
el Evangelio. A estos los llaman “malestares”: malestar ante la hegemonía de un tipo de globalización, una
excesiva centralidad en lo económico, malestar ante el individualismo y la soledad, un malestar profundo
existencial, las deficiencias del rol del Estado, la desigualdad social, el lucro desregulado, los malos efectos
contra la naturaleza, las transformaciones en la familia que afectan a la sociedad.
- ¿Cuál es el aporte del Evangelio en medio de estos aspectos de la cultura actual? Jesús nos ayuda a
reconocer el valor primordial de la dignidad de la persona humana, Jesús nos ayuda darle un profundo
sentido a la vida, Jesús nos ayuda a remplazar el individualismo por el amor y la solidaridad, Jesús nos
ayuda a valorar el servicio y lo gratuito, Jesús nos ayuda a reencontrar la verdadera libertad, Jesús nos
ayuda a enfrentar el dolor, la debilidad y el fracaso, a dignificar el valor del trabajo humano y nos ayuda a
vivir el pluralismo y a fundar sólidamente nuestros valores.
- Agrego otros aspectos que también me parecen importante de enfrentar en la cultura actual: El
secularismo, esa idea que el mundo ni las personas no necesitan de Dios para vivir. El reconocimiento y el
mayor espacio a las minorías sexuales ¿Cómo hablamos de la fe en Jesucristo con la homosexualidad? Las
mutaciones de la religiosidad: hoy hay una mayor variedad, sincretismo y formas de manifestar en creer en
algo. Esto va unido al pluralismo religioso. El no saber identificar con claridad a los pobres y marginados de
nuestra época. En efecto, tenemos que saber que en la región del Biobío la pobreza subió según la última
encuesta Casen, que las cuatro primeras ciudades con mayor desempleo del país están aquí a nuestro lado:
Chillán (13,1%), Coronel (12,1%), Lota (10,5%) Los Ángeles (10,5%) y cuando el promedio nacional de
desocupación es de 6,5% la ciudad de Concepción tiene un promedio de 8,8%. O que esta es la segunda
región con la mayor cantidad de campamentos del país después de Valparaíso.
- Qué decir de las manifestaciones de los estudiantes, de los paros y tomas de la U. De Concepción o en la
misma Universidad Católica, de las manifestaciones de los pescadores de Coronel y Lota. O del alto grado
de abstención en las últimas elecciones municipales. De la calidad del debate de la política local lleno de
caudillismos. ¿Puede favorecer tanta división o tanta carencia de ideas políticas programas para desarrollar
más la región y la zona de Arauco? ¿Qué palabra tenemos desde la fe para esas situaciones? ¿Nos hemos
metido con los estudiantes, con los pescadores, con los mapuches que estuvieron en huelga de hambre en
el Hospital Regional? ¿Con los trabajadores cesantes de Lota y Coronel? O ver cómo ha crecido el
consumismo en la ciudad, según entiendo se han inaugurado dos malls en un año… ¿Qué dice eso de
nuestra forma de convivencia, del endeudamiento, de la calidad de nuestra vida?
- Me detengo de manera particular en el cambio cultural respecto a la crisis eclesial. Si ha habido un cambio
cultural en nuestro país es la pérdida de confianza y credibilidad en la institución de la Iglesia Católica. Los
abusos sexuales de sacerdotes han afectado profundamente la mirada sobre nuestro rol como sacerdotes.
El año 2001 el 61% de las personas tenía confianza en la Iglesia, hoy esa confianza ha decaído casi a menos
del 30%. El 2001 16% de evangélicos y un 21 % de los que declaraban que no confiaban en ninguna religión
confiaban en la Iglesia, hoy eso se ha reducido casi a cero. El año 2001 el 80% de los católicos declaraba
que recurriría a un sacerdote para pedir ayuda o consejo frente a una crisis personal, esa cifra descendió al
53% el año 2011. De hecho la credibilidad de la Iglesia católica es mayor de la que existe hacia los
sacerdotes. Según una encuesta UC del año 2011 el 61% confía en la Iglesia Católica, pero solamente un
34% lo hace en los sacerdotes. Si antes ser célibe era signo de santidad, hoy es signo de sospecha. Muchos
católicos creen que los sacerdotes deberían casarse, (un 53% de la población chilena cree que el tema de
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los abusos tiene relación con el celibato), que se les debería poder dar la comunión a los separados
convivientes, que las mujeres podrían ser sacerdotes, que el poder en la Iglesia debería ser menos
jerárquico y estar mas distribuido. Qué decir de las diferencias abismales en temas de moral sexual. El
valor de la presencia de la Iglesia en temas de pobreza, desigualdad y derechos humanos ha decaído casi en
20 puntos. Del año 2001 al 2011 aumentó de un 29% a un 53% el grupo de personas que cree que se
puede ser bueno y justo sin pertenecer a una religión. Sólo un 15% de la población católica va a misa todos
los domingos. Y además vemos cómo han disminuido las vocaciones.
- La cultura o las culturas no son nuestros enemigos. La Espiritualidad de la Compañía de Jesús viene de una
tradición donde tratamos de encontrar a Dios en todas las cosas, en todos los acontecimientos y todas las
situaciones. Sin embargo, nuestro propio superior General, últimamente, nos ha criticado que no hemos
sido lo suficientemente profundos en este buscar y hallar a Dios en todas las cosas. Esto pues no hemos
incursionado con suficiente profundidad en culturas en las que el Evangelio ya estaba ahí. El Espíritu de
Dios ha estado presente incluso antes que lleguen los sacerdotes y en esto nos ha faltado la suficiente
humildad y profundidad para saber reconocerlo.
- El Evangelio introduce algo nuevo a la cultura y la cultura o las culturas introducen algo nuevo a la riqueza
del Evangelio. La Palabra de Dios está llamada a encarnarse “aquí y ahora”. Tanto nuestra vida de fe como
nuestro servicio pastoral, nunca debe plantearse en la disyuntiva entre Dios y el mundo: Se trata de
siempre ver a Dios en el mundo, trabajando para llevar este mundo a su plenitud de modo que llegue
finamente a ser plenamente en Dios (CG 34). Nuestro diálogo debe partir por el respecto a las personas,
especialmente los pobres y en ese diálogo apropiarnos de sus propios valores culturales y espirituales y
ofrecer nuestro propio tesoro cultural y espiritual. Nuestro impulso evangélico nunca debe alterar los
mejores impulsos de la cultura donde trabajamos sino potenciarlos.
6.- Algunas orientaciones que nos pueden ayudar a introducirnos de mejor manera en las culturas
- Voy a compartir con ustedes algunas luces que el Padre Adolfo Nicolás, superior general de los jesuitas nos
ha dado el último tiempo en esta línea.
- Hace unos tres meses nos escribió una carta a todos los jesuitas en la cual comparte una preocupación:
“uno de los retos principales que afronta la Compañía hoy es el de recuperar el espíritu de silencio. No
estoy pensando en normas disciplinares, en tiempos normativos de silencio o en la vuelta a casas religiosas
con un aspecto semejante al de los monasterios. Estoy pensando más bien en los corazones de los jesuitas.
Todos estamos necesitados de un lugar en nuestro interior donde no haya ruidos, donde nos pueda hablar
la voz del Espíritu de Dios, con suavidad y discreción, y dirigir nuestro discernimiento. Intuyo en esto una
verdad muy honda: necesitamos tener la capacidad de convertirnos nosotros mismos en silencio, en vacío,
en un espacio abierto que la Palabra de Dios pueda llenar y el Espíritu de Dios pueda inflamar para bien de
otros y de la Iglesia. Hoy más que nunca cada jesuita debería ser capaz de vivir como un monje en medio
del ruido de la ciudad, como un amigo ortodoxo nos decía en una ocasión. Esto significa que nuestros
corazones son nuestros monasterios y que en el fondo de toda actividad, de toda reflexión, de toda
decisión, está el silencio. Aquel tipo de silencio que compartimos sólo con Dios”.
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- Él nos invita a vivir una enraizada y profunda experiencia de Dios que alimente toda nuestra vida. Conocer
a Jesucristo y llevarlo encarnado en nosotros. ¿Qué papel práctico juega realmente la fe en mi vida: en mis
relaciones personales, en mi trabajo, en el modo como afronto las dificultades, en la manera como empleo
mi tiempo, mis recursos, mi energía? ¿Qué cosas experimento como desafíos o como obstáculos a la fe, y
cuáles sostienen mi fe y la hacen más profunda? ¿Qué añade mi fe a vivir alegre “a pesar de todo”?
- Nos anima a buscar comprender la cultura desde ella misma, antes de juzgarla. Sólo entonces será posible
discernir entre lo positivo y negativo, la presencia y la ausencia de Dios en la cultura. Esta realidad está
bella y pedagógicamente expresada en un escrito de Beda el Venerable: "Un día en el que estuve pensando
sobre el problema de los Anglos, conversé con el reverendísimo padre Agustín obispo y le dije: Es evidente
que no se debe destruir los recintos sagrados donde las gentes adoran a sus ídolos, sino que lo que hay que
destruir son los ídolos. (...) Puesto que si el recinto está bien construido, tan sólo será necesario cambiar su
uso dedicado al demonio en el de adoración a Dios, y de este modo, cuando la gente vea que su templo no
ha sido destruido, puede que rectifique los errores de su corazón y reconozca al verdadero Dios y Le adore
en el lugar que acostumbraba y que ya le resulta familiar". (BEDA EL VENERABLE, Historia Ecclesiae Gentis
Anglorum, Lib. I, cap. 30 - Migne, Patrologie Latine, T. 95, pp. 70 - 71).
- Esta misma sabiduría está contenida en el pensamiento de Pablo VI. "La evangelización pierde mucho de
su fuerza y de su eficacia, si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su
lengua, sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, no llega a su vida concreta".
(Evangelii Nuntiandi, No 63. Ver también Ad Gentes, No 22)
- Ser auto-críticos con nuestro testimonio de vida. ¿De qué modo da testimonio nuestra vida comunitaria de
nuestra fe, cuál es la manera en qué quizá no da testimonio? ¿Es nuestro estilo de vida creíble? ¿Cómo
hago uso de la autoridad y el poder que tengo en mi parroquia, en mi comunidad, junto a las personas con
las cuales trabajo directamente? ¿Intento rescatar y potenciar aquellos valores que están presentes en mis
comunidades y que hacen más creíble el evangelio?
- Por último, desde dónde hago la lectura de la realidad. ¿Desde dónde entiendo y valoro la cultura? ¿La
hago desde la mirada compasiva y preocupada por los excluidos de la sociedad, tal como se nos presenta el
Jesús del Evangelio? ¿Qué tan cercanos estamos de los más pobres? ¿Tengo amigos que viven en situación
de pobreza, que viven situaciones de dolor, de injusticia?
- El Padre General nos dice que en medio de la cultura que nos toca vivir tenemos que hacerlo con
entusiasmo, con alegría, con naturalidad, con humor, que tiene que servir en espíritu de paz, de
creatividad. En los momentos que vive la Iglesia debemos evitar toda superficialidad: Debemos darle
profundidad a todo: a nuestro servicio, a nuestra prédica, a como servimos a través de los sacramentos etc.
Que debemos vivir el espíritu profético revelando lo que está oculto, ofreciendo alternativas y dando
esperanza y energía. Celebrando nuestra fe. El elemento esencial de un sacerdote debe ser la compasión:
compasión con los más pobres, en primer lugar, pero compasión frente a toda miseria humana. Sentir que
la Iglesia es para todos y no para los más puros. La Evangelización de la cultura…se tiene que dar primero
en nosotros. Tener un lenguaje cercano, simple, pero directo, humilde. Vivir la generosidad, el perdón, la
cruz, la justicia que nuestra misma fe nos exige.
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7.- A modo de conclusión
1. Jesucristo se formó en medio de una determinada cultura. Asumió lo mejor de ella, pero también la
enfrentó y encarnó el amor de Dios como nadie antes lo había hecho: con los excluidos, los enfermos,
los pecadores, los extranjeros. Radicalizó la fe de Israel que ya había descubierto que se ama a Dios
haciéndose próximo de “la viuda, el huérfano y el extranjero”. Su presencia transformó radicalmente
la vida de las personas con su muerte y su resurrección. Jesús evangelizó, reconociendo lo mejor de su
cultura para potenciarla.
2. Hoy en Chile si bien existen elementos más comunes de una cultura predominante, existen muchas
culturas. Culturas a las cuáles no nos sabemos enfrentar, códigos y valores que no comprendemos.
Nuestros obispos nos dan luces de aquellos aspectos más generales de nuestra cultura que son
oportunidades, que son signos del Reino. Sin embargo, también hay presencia de mucho malestar y de
expresiones valóricas que no coinciden con el Reino de Dios. Tenemos que saber discernir cuáles son
aquellos aspectos que si concuerdan con el mensaje de aquellos aspectos que no lo son.
3. El hecho de ser sacerdotes no nos hace impermeables a la cultura ambiente. Felizmente, somos parte
de esta cultura, la llevamos dentro de nosotros. Tanto sus valores como sus desvalores. Respiramos y
se nos meten los valores del consumo, del mercado, el individualismo, etc. Llevamos también con
nosotros la cultura eclesial. En ella hay aspectos que siguen siendo luminosos y otros que han quedado
caducos, añejos y que en vez de vehicular el evangelio lo ocultan y alejan a nuestros contemporáneos.
El mandato conciliar de volver a las fuentes para el aggiornamento de la iglesia sigue siendo necesario.
4. Nuestra Fe es creer en Jesús que nos salva y nos redime. Transmitir la fe al mundo de hoy es hacer que
un hombre o una mujer tenga esa experiencia personal de Jesús que transforme y convierta toda su
vida. ¿Cómo verificaremos eso? En la medida en que su comportamiento y el nuestro expresen de
manera consecuente el vivir al estilo de Jesús.
5. Dios está presente y actúa en todas las cosas. El mundo no es nuestro enemigo. La Iglesia, desde sus
inicios, ha condena las tendencias puristas, los que se creen mejores, los que quieren distanciarse
porque odian la carne o porque consideran que el mundo es el pecado. No existe la Iglesia de los
puros. Somos la Iglesia de los pecadores, de los enfermos, de los pobres.
6. No podemos no reconocer que en relación a la fe, la cultura de nuestro país cree menos en las
instituciones eclesiales y cada vez menos en los sacerdotes. Eso afecta profundamente la transmisión
de la fe. Por lo tanto, el desafío comienza por nosotros que poseemos un rol fundamental que es hacer
que las personas se encuentren personalmente con Jesucristo. Si nuestro testimonio no es el
adecuado, más distancia se generará.
7. La cultura o las culturas son desafiantes. Lo primero es conocer, no es condenar. Lo primero es
aprender, no enseñar. Lo primero es escuchar, no hablar. Lo primero es amar, no excluir.
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PROVINCIA CHILENA
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
8. La Iglesia enfrenta tremendos desafíos en su tarea evangelizadora. Desafíos para motivar los
sacramentos, para que la gente vaya a la misa del domingo, para que los jóvenes se entusiasmen con el
Evangelio, para que los laicos asuman más protagonismo en su fe. Pero también problemas sociales
como los que antes he mencionado. En algunos lugares del mundo, una forma de enfrentar la crisis
eclesial ha sido refugiarse en el integrismo, en lo conservador, en lo rígido. Jesús va al mundo, va a la
cultura, va a los problemas de su época. Sin embargo, movido y sustentado en el profundo amor de su
Padre. Es de esperar que ese mismo amor alimente nuestra vida para sabernos sostenidos por nuestro
Señor, en medio de un mundo cambiante y muchas veces distante a lo que el Evangelio quiere,
especialmente la injusticia, la pobreza, la exclusión.
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