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Como María…
Decimos a veces que el mundo está loco, que faltan personas que demuestren
con su vida en qué creen, que sean coherentes, felices con lo que tienen, firmes
y a la vez humanos. Por eso, hoy, María, te miramos a ti, que nos sirves de
ejemplo y que quieres compartir con nosotros tu mirada, tu sentir, tus palabras.
Te miramos intentando parecernos un poquito a ti, entrando algo más en tu
corazón para compartir contigo este tiempo de búsqueda y redescubrimiento de
Jesús, de vida.
Como proponía S. Ignacio, nos acercamos a las escenas “como si presente me
hallase”, con el fin de conectar con Dios en todo lo creado y dejar que lo que
observo se mueva de alguna forma y me hable de mi. Pasea junto a ellos,
conversa, escucha, deja que te hablen, mira…
En cada momento, en cada detalle,
En las plantas, en los frutos,
trabajas por mi, tú mi Dios.
MARÍA, testigo de Jesús resucitado
«Quédate con nosotros, porque es tarde y ya ha declinado el día». Y entró para quedarse
con ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio.
Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su lado. Y se
dijeron uno a otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos
explicaba las Escrituras?». Se levantaron inmediatamente, volvieron a Jerusalén y
encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que decían: "Verdaderamente el
Señor ha resucitado”.
Cercana a la vida de tu hijo y llamada para ser testigo de una resurrección que se
vive compartiendo, siguiendo a un pastor bueno, que cree en la persona. Porque al
salir de ti diste tú también comienzo a la iglesia, la cual se hace cada día más
valiosa cuando seguimos tu ejemplo. Era bonito lo que sentías, era único, pero vale
más cuando se multiplica, e invade también las vidas de otros portando esperanza,
sencillez, cuidado del otro. Eso es lo que cambia nuestras vidas y puede hoy
cambiar el mundo. Como les ocurrió a los apóstoles, tú también tuviste que
reconocerlo, mirar en tu corazón y darte cuenta de que Jesús se había quedado
contigo, en tu forma de mirar, de acercarte a la gente, de seguir caminando.
A mí también me ha llegado un anuncio como éste, pero algunos días no encuentro
traducción para él en mi vida. Me compromete mucho y sin embargo me pides que
siga adelante, que viva de alguna manera en tu nombre.
MARIA, mujer creyente
“Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra.”
“María ve, oye lo que se dice y se refiere a su Hijo, lo conserva en su corazón, lo
medita y de allí saca luces para saber lo que Dios quiere de ella.”
Porque tu fe se puso a prueba en los momentos en que Dios parecía extremar
las cosas, con su silencio y sus exigencias... porque las dudas e incomprensiones
a tu alrededor te hacían tambalear, y a pesar de todo confiabas. Porque fuiste
creciendo poco a poco, alimentada por la palabra de Dios, una palabra que te
mostraba el Dios bueno en el que creías, el Padre que abraza, sostiene y en
quien se puede confiar.
Yo a veces creo, pero otras muchas me siento perdido. Querría estar
incondicionalmente para Dios y para otros, pero… Quiero parecerme a María, y
ser fiel, servicial, humilde, en tus brazos.
MARÍA entiende el envío de Dios
Se acabó el vino, y la madre de Jesús le dice: “No tienen vino.”(…) La madre dice
a los que servían: “Haced lo que os diga.”
No tuvo que dejar Jesús ninguna palabra por escrito para saber a qué les
invitaba al irse él, al hablar de Dios. No hizo propaganda de un programa de
vida que fomenta el que cada uno va a lo suyo porque vende más, porque
da más libertad… Seguirle es no vivir de cualquier modo. ¿Dónde están sus
discípulos hoy, cómo viven, qué dicen? Tú, María, actuaste con la lucidez
propia de un adulto sereno, con la decisión de quien sabe lo que hace, con la
pequeñez de quien se reconoce humano y sostenido por Dios. Iniciaste en el
primer Sí un camino de fe que te hacía peregrina junto a Dios, amiga
incondicional de Él y servidora plena de su evangelio.
Voy a dedicar un rato a describir cómo siento que me llamas a mi.
Jesús, ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya;
inunda mi alma con tu espíritu y tu vida;
penetra todo mi ser y toma de él posesión
de manera que mi vida no sea en adelante
sino una irradiación de la tuya.
Quédate en mi corazón,
que todos puedan sentir en mí tu presencia;
y que al mirarme no piensen sino en Ti.
Quédate conmigo y conviérteme en luz para los otros.
Te serviré apenas de instrumento,
como una lámpara que alumbra por el camino.
Déjame predicar tu nombre sin palabras…
Ayúdame a ser tu ejemplo, tu amor, tu paz y tu alegría.
Adaptación de J.H.Newmann