Download 5.1.- EL ADVENIMIENTO DEL MODELO DE COPÉRNICO En el 280
Document related concepts
Transcript
5.1.- EL ADVENIMIENTO DEL MODELO DE COPÉRNICO En el 280 antes de nuestra era, el filósofo griego Aristarco de Samos propuso un sistema heliocéntrico para el Sistema Solar. En él los planetas seguían órbitas circulares alrededor del Sol. Lamentablemente su modelo cayó en el olvido. La idea de una Tierra fija en el espacio propuesta por Aristóteles dominó la astronomía occidental durante 2000 años. Las ideas de Aristarco resurgieron en Europa a través de Nicolás de Cusa (1401-1464) en el siglo XV. Pero no prendieron con éxito en la comunidad científica hasta que Nicolás Copérnico (1473-1543) propuso un nuevo paradigma considerado hoy en día como el comienzo de la ciencia moderna: El modelo heliocéntrico. En este modelo, Copérnico asumía que: (1) Los planetas orbitan alrededor del Sol, al mismo tiempo que también rotan en torno a sus propios ejes. (2) Las dimensiones del Sistema Solar son diminutas cuando se comparan con las distancias estelares. El modelo Copernicano fue presentado en un volumen titulado De revolutionibus orbium celestium libri IV. La historia de esta idea es la historia de la ciencia moderna y ha sido relatada mil veces. Un drama en tres actos: Tycho Brahe (1546-1601) era el mejor astrónomo experimental de su tiempo. En una época anterior a los telescopios y merced a su ingenio y paciencia, disponía de los datos astronómicos más precisos de su época. Johannes Kepler (1571-1630) era una de las mentes más privilegiadas de aquel siglo de tinieblas. Conociendo su valía, Brahe le propuso que trabajaran juntos. Kepler aceptó, y huyendo de las persecuciones religiosas en su Alemania natal (Kepler era protestante) se refugió en la tranquila Dinamarca de Brahe. Sin embargo, su relación no fue buena. Desconfiaban mutuamente el uno del otro y Brahe no estaba dispuesto a entregar por las buenas el trabajo de su vida a un posible rival. De hecho, Kepler tan sólo pudo acceder a los datos de Marte a la muerte prematura de Tycho Brahe, tras convencer a su familia. Con los datos de Brahe sobre las posiciones orbitales del planeta Marte, y después de luchar duramente contra ellos, Kepler finalmente desiste de describir el movimiento planetario mediante círculos, para aceptar la "extraña realidad" y dar entrada a las elipses. Su trabajo culmina con sus famosas tres leyes. Galileo (1564-1642) mientras tanto prepara las bases de la física del movimiento. Sus estudios de péndulos, planos inclinados y tiros parabólicos dan la primera descripción matemática moderna del movimiento de los objetos cotidianos y funda de esta manera la ciencia de la cinemática. Con ella destrona finalmente a Aristóteles y su movimiento "natural" al centro de la Tierra de la mecánica terrestre. Al mismo tiempo, sus descubrimientos con el telescopio, que apoyan las teorías de Copérnico y desmienten las aristotélicas celestes, son el primer espaldarazo empírico al modelo heliocéntrico y a una nueva astronomía. Y por último Newton, como explicamos en nuestra lejana primera página, sintetiza los cielos y la tierra en una sola teoría. Los astros y las manzanas se mueven de acuerdo a unas mismas leyes, sencillas y fáciles de describir en términos matemáticos. Con Newton el universo aristotélico ha muerto definitivamente. El hombre es desposeído del centro del Universo y las leyes que gobiernan en la Tierra dictan también la danza de los cielos. 5.2.OBSERVADORES DE MUNDOS La tradición de Kepler, Galileo y Tycho Brahe hunde sus raíces en la antigüedad. No cabe duda de que la actividad científica más primitiva ha sido la observación precisa de los cuerpos del Sistema Solar. Sin embargo, a pesar de esta antigua “familiaridad” con nuestros mundos vecinos, el problema del origen de los planetas y el Sol no se tuvo en consideración hasta mucho después de la revolución Copernicana. Hasta entonces había suficiente trabajo con concretar una descripción científica del estado actual de los cielos como para abordar seriamente sus orígenes. Eso no significa que no existieran propuestas: las ideas sobre cómo el Sol, la Tierra y el resto del Sistema Solar se formaron eran mitos, leyendas o dogmas religiosos. Sin que se les reste un indudable valor antropológico, filosófico o poético, ninguna de aquellas antiguas ideas se podría ajustar mínimamente a los estándares actuales del rigor científico. Tras la Revolución Copernicana, Los primeros modelos de formación del Sistema Solar intentaron explicar cualitativamente los movimientos observados hasta entonces. Los factores que se debían tener en cuenta (y que además suelen llamar la atención al profano), eran: (1) Las órbitas de los planetas están todas casi en el mismo plano que la órbita de la Tierra, llamado el plano de la eclíptica. (2) Las órbitas son esencialmente circulares. Con la excepción de Plutón, descubierto muy posteriormente, en 1930. (3) Todos los planetas y satélites, tienen el mismo sentido de rotación (denominado directo) alrededor de su cuerpo central, y alrededor de sí mismos (salvo alguna excepción), al igual que el Sol. Además, la práctica mayoría de los asteroides y la mayor parte de los cometas también giran alrededor del sol en sentido directo. ¿Había algún motivo tras todo este cúmulo de “coincidencias”? 5.3.- MODELOS PARA LA FORMACION DEL SISTEMA SOLAR René Descartes (1596-1650) fue el primero en intentar buscar una explicación científica, en el sentido moderno, a la existencia del Sistema Solar, y el primero en introducir la idea de evolución. En su libro Théorie des vortex, publicado en 1644, Descartes avanzó la teoría de que el Universo, lleno de éter y materia, esta plagado de vórtices de múltiples tamaños. Su ingeniosa idea se asentaba en la misteriosa turbulencia. Lamentablemente el modelo era solo cualitativo. Una de las mayores objeciones que recibió fue que no predecía que los objetos del Sistema Solar estuvieran todos aproximadamente en un mismo plano. Las ideas de Descartes a este respecto se abandonaron con el descubrimiento de las leyes de Newton. Ahora solo tienen un interés histórico. Siguiendo una narración casi lineal, el naturalista Buffon (1707-1788) propuso la primera teoría catastrofista de la formación del Sistema Solar. La llamada teoría de las Mareas. Buffon sugirió que el Sistema Solar surgió de la eyección de materia solar tras el choque del Sol con un cometa hace 70.000 años. Como veremos, el echar mano de fabulosas colisiones sigue siendo una argucia habitual en la astrofísica actual –y en muchos casos, cierta -. Esta teoría, con poca base científica, no tuvo mucho predicamento. Sin embargo, posteriores refinamientos, como sustituir un cometa por otra estrella, o como explicar la formación de los planetas a partir de condensación de material perdido por el Sol, la dotaron de mayor fundamento científico. Otra clase de modelos proponían la posibilidad de que el Sol hubiera acretado materia interestelar. Para evitar que esta materia colapsara totalmente sobre el Sol se necesita de la presencia de otra estrella cercana. Este escenario permitía al material interestelar condensarse en planetas. Dentro de este grupo de teorías de acreción, Alfven y Arrhenius supusieron que el Sol se encontró con dos nebulosas, una compuesta de granos no volátiles, de donde los planetas interiores se formaron, y otra compuesta de hidrogeno, que dio lugar a los planetas gigantes. Las colisiones entre las partículas habrían dado lugar a la formación de chorros de material a partir de los cuales los planetas habrían emergido. Esta idea fue rechazada porque tales colisiones habrían producido más bien lo contrario de lo que se quería demostrar, es decir, habría desencadenado la dispersión de las partículas, inhibiendo la formación de planetas. Excepto en el caso de que un anillo estuviese confinado por uno o más satélites, lo que permitiría a las partículas unirse para forma el planeta en cuestión. El modelo candidato que más prosperó fue la teoría Nebular. El concepto de una nebulosa primitiva de la cual el Sol y su sistema de planetas surgieron fue primeramente propuesta por Kant (1724-1804) de manera cualitativa y por Laplace (1749-1827) arropada analíticamente. De acuerdo con Laplace la nebulosa se contrajo bajo la influencia de su propia gravitación, y su velocidad rotacional aumentó hasta que colapsó en un disco. Posteriormente, se formaron anillos de gas que se condensaron en planetas. Este modelo tenía el mérito de explicar todos los fenómenos observacionales conocidos. Además, es compatible con los mecanismos de génesis estelar que vimos en el capítulo anterior. Sin embargo, dos grandes objeciones aparecieron a finales del siglo XIX. En primer lugar, Maxwell (1831-1879) mostró que, según este modelo, es difícil explicar la acreción de un planeta a partir de un anillo de planetoides. La segunda objeción se refería al problema del momento angular. ¿Tienes un momento? Vamos a hacer un pequeño paréntesis antes de seguir para aclarar este concepto. Partamos primero del concepto de momento lineal (también llamado cantidad de movimiento o ímpetu) usualmente representado por la letra p. Esta magnitud se define como el producto de la masa de un cuerpo por su velocidad. p=mv Puesto que la velocidad es un vector (una magnitud en la que importa su valor y su dirección), el momento lineal también lo es. El momento lineal nos proporciona una idea matemática de la noción intuitiva de inercia: si no hay fuerzas exteriores, el momento lineal se conservará sin cambios. Esto quiere decir que el producto de la masa y la velocidad, ese valor numérico, no cambiará. Como las masas habitualmente no cambian, esto en el día a día quiere decir que la velocidad no cambia. Pero no solo eso: como el momento lineal es un vector (y por tanto importa su dirección) tampoco cambiará su dirección. Por tanto, un cuerpo que se traslade y no esté sometido a fuerzas externas, continuará moviéndose en línea recta sin variar su trayectoria y sin detenerse. Cuando hablamos de rotaciones aparecen unas nuevas variables que ejecutan un papel equivalente. Así, en lugar de desplazamientos, hablamos de giros. Donde antes usábamos distancias ahora usaremos ángulos. Donde antes teníamos velocidades, ahora serán velocidades angulares (velocidades de giro), w. Todas las fórmulas y relaciones matemáticas que se usaban para las traslaciones tendrán su equivalente en el mundo de las rotaciones. También la masa. Donde antes teníamos masa ahora juega su papel una nueva magnitud llamada momento de inercia, I. El momento de inercia de un cuerpo (por ejemplo, un planeta) que gira alrededor de un centro viene dado por m r2, donde m es la masa del cuerpo y r la distancia al centro de rotación. También existe una magnitud equivalente al momento lineal. Es el momento angular, L, y comparte con el primero muchas de sus propiedades. El momento angular es un vector paralelo al eje de rotación. Siguiendo la analogía, será igual al momento de inercia multiplicado por la velocidad angular. p=mv L=Iw Al igual que ocurre con el momento lineal, el momento angular se conserva en ausencia de fuerzas externas. Es más, se conserva incluso con la presencia de fuerzas externas si éstas son fuerzas centrales (como la gravedad). La conservación del momento angular en un sistema cerrado (como el Sistema Solar donde no se ejercen fuerzas exteriores a él) tiene la característica de hacer que las órbitas de los planetas sean planas. En efecto, como el vector, tanto su valor como su dirección, no cambia y el vector es paralelo al eje de giro, tenemos como consecuencia que el eje de giro no cambiará su dirección, no se inclinará, y por tanto la órbita seguirá siendo plana. Como el momento angular es el producto de I (=m r2) y w (la velocidad angular), vemos que será mayor cuanto a) mayor sea la masa b) mayor sea la distancia a la que gira c) mayor sea la velocidad De estas tres características tiende a dominar la distancia de giro, pues va elevada al cuadrado y un pequeño incremento en la distancia supone un gran incremento en el momento angular. Y por fin llegamos al problema de la propuesta de Kant y Laplace. Si tomamos el centro del Sol como punto de referencia para los momentos angulares de los cuerpos del Sistema Solar, al astro rey que gira lentamente en torno a sí mismo, a pesar de disponer del 99.9% de toda la masa del Sistema Solar, tan sólo le corresponde un 1% del momento angular total del Sistema Solar. Los planetas tienen el 99% restante del momento angular. Sobresalen Júpiter con el 60% y Saturno con el 25%. La teoría de Laplace tenía dificultades para explicar estos valores. Afortunadamente para el modelo, Durante el siglo XX, se efectuaron numerosas modificaciones a la teoría de Laplace que han permitido soslayar las dificultades que aparecieron a finales del XIX, y la teoría en sí se ha ido expandiendo de varias formas para ir explicando todas las objeciones que iban surgiendo, de tal forma que hoy día se admite como básicamente correcta. Concretamente, la segunda mitad del siglo XX se ha beneficiado de la contribución de nuevas teorías sobre la formación estelar y de nuevos datos observacionales sobre la composición y edad de los cuerpos del Sistema Solar. Todos estos nuevos elementos han permitido hacer una selección más crítica de los modelos de formación de nuestro Sistema Solar. Fenómenos físicos como la viscosidad, el campo magnético, el viento solar, etc. se añadieron poco a poco, enriqueciendo el modelo básico. Modelos La idea general acerca de la formación del Sistema Solar que aceptamos hoy se ha desarrollado a partir de estas ideas, y los modelos actuales sobre la evolución de los discos nebulares se dividen en dos grandes grupos: 1.- Modelo de nebulosa masiva dónde se considera un disco de 1 masa solar (sin contar la estrella central). El viento solar barre una gran fracción de esa masa (85%) en tan solo 100.000 años, mientras que el Sol acreta casi la totalidad restante. En este modelo, los planetas se pueden formar directamente a partir de la nebulosa gaseosa por inestabilidades gravitacionales. 2.- Modelo de nebulosa con baja masa, en el que la masa del disco tras colapsar es de tan solo 0.01 masas solares. El disco después se enfría, el polvo se acumula en el plano central y forman planetesimales de baja masa (1018 gr) que se combinan posteriormente para dar lugar a cuerpos más masivos. 5.4.- FORMACION DE SISTEMAS PLANETARIOS Tras el paseo histórico del apartado anterior, podemos sacar como conclusión que la peculiar ordenación y características de los planetas se ha interpretado como una consecuencia de la formación del sistema solar. Es decir, como el resultado de procesos físicos que actuaron de forma sistemática para organizar la materia en una estrella central y un conjunto subordinado de otros cuerpos. Esta percepción, junto con la proclamación temprana de Giordano Bruno sobre lo común de la existencia de sistemas planetarios, de otros mundos, empujó hacia la búsqueda de una teoría de formación cuantitativa. Como acabamos de decir, entre las muchas hipótesis que se han propuesto a lo largo del tiempo y sobre todo recientemente gracias a la observación meticulosa del cielo, la más aceptada se basa en el colapso de materia interestelar para formar un disco de gas y polvo, a partir del cual la estrella central, y otros componentes del sistema se crearon bajo la acción de fuerzas disipativas. Está formalmente aceptado que los planetas y otros cuerpos menores del sistema planetario son "deshechos" contemporáneos de la formación de la estrella central. Sin embargo, no existe aún un modelo predictivo del proceso completo, y es probable que no exista una teoría firme hasta que la variedad y propiedades de otros sistemas planetarios haya sido sólidamente establecida. La teoría de formación de sistemas planetarios más aceptada se ve esquemática en esta imagen: 5.5.- MOMENTO ANGULAR: ABORTIVO PLANETARIO Como explicamos al comienzo del capítulo anterior, en cuanto la densidad de una nebulosa supera cierto umbral, el colapso se hace inevitable. Esto se suele explicar habitualmente al revés, fijándonos en una densidad y buscando qué tamaño debe tener una nube para que, dada esa densidad, colapse. Esta longitud se denomina longitud de Jeans. Sir James Jeans a principios del siglo XX fue el primero en determinar que un gas puede llegar a ser inestable y colapsar bajo la fuerza de su propio campo gravitatorio. Dada una densidad del medio y una velocidad del sonido cs, cualquier nube que tenga un tamaño mayor que: llamada radio de Jeans, comenzará a colapsar. Si el gas que colapsa no tuviera momento angular, el movimiento supersónico hacia el centro se detendría en el lugar dónde la densidad del gas fuese tan grande que la radiación no pudiera escapar libremente. El punto dónde esto ocurre depende de la densidad del gas y de la longitud de onda dominante de la radiación. Pero, las nubes moleculares poseen momento angular. Su velocidad angular típica es 10 -14 s-1 . Conforme el radio de giro disminuye, y dado que el momento angular permanece constante, aumentará la velocidad de rotación de la nube. Esto produce una fuerza centrífuga que se opone a la de la gravedad en direcciones perpendiculares al eje de rotación. Pero no afecta al movimiento paralelo al eje de rotación. Por lo tanto, el gas tiende a colapsar en un disco en vez de en una esfera. Para r decrecientes, siendo r la distancia desde un punto cualquiera de la nube al eje de rotación, la fuerza centrífuga aumenta más rápidamente que la fuerza gravitacional. Ambas fuerzas se equilibran a una distancia: rEQ ~ j2/Gm donde j es el momento angular por unidad de masa. Su valor en la frontera de la región de colapso es de unos 1021 cm 2/sec, lo que para una masa solar m=1 (y valores típicos de tamaño de la nube, R, y velocidad angular ) nos conduce a valores de r EQ ~ 50 unidades astronómicas. Este radio es mucho mayor que el se obtendría en el caso de que el gas cayera en ausencia de rotación, lo que significa que la mayor parte del material se mantendrá en un disco mediante fuerza centrífuga antes de que haya tenido la oportunidad de colapsar hacia dimensiones estelares. Como las estrellas parecen formarse típicamente en regiones dónde hay una mayor densidad de gas (la eficiencia en la formación de estrellas es baja), la causa final del colapso no parece ser el agotamiento natural en la reserva de gas. De hecho, la teoría del colapso no indica cuándo el proceso de colapso termina, solamente impone la condición implícita de que el material con elevado momento angular no puede colapsar en primer lugar. Por otra parte, se sabe que estrellas suficientemente jóvenes aún inmersas en el material del que proceden han producido ya un viento estelar fuerte: un flujo de gas hacia fuera que, aunque aparentemente muy colimado alrededor del eje de rotación, tiene el suficiente momento para reaccionar contra el colapso. Aunque la comprensión del origen y de la física de estos vientos es aún muy incompleta, es muy probable que su presencia inhiba que la totalidad del material de la nube molecular colapse para formar la estrella. 5.6.- EVOLUCION DE LA NEBULOSA SOLAR Por lo que hemos descrito anteriormente, la mayor parte del material que formó el Sol estuvo en un principio en un disco mantenido por la fuerza centrífuga, lo que se conoce como la primitiva nebulosa solar. La fracción del mismo que dio lugar a los planetas es muy pequeña, aproximadamente 0.02 masas solares. Cantidad llamada masa nebular mínima. El Sol tiene actualmente el 99% de la masa del sistema solar, pero menos del 0.5% del momento angular. Por lo tanto, debe haberse producido una distribución de la masa de la nebulosa primitiva realmente curiosa. A partir de su mayor parte se ha formado el Sol, sin embargo la pequeña proporción que ha formado los planetas ha conseguido retener la mayor parte del momento angular del sistema. Esta redistribución de materia ocurre siempre y cuando fuerzas disipativas transfieran momento angular en el disco de materia. El gas se mueve en órbitas casi circulares en el disco. Su movimiento queda descrito como el balance entre las fuerzas gravitacional, centrífuga, de presión, viscosa y magnética. El problema así planteado es realmente complejo, pero en primera aproximación, las dos primeras fuerzas son las que predominan. Ahora consideremos dos fragmentos de gas de la nebulosa (con la misma masa para hacer el problema más simple) que interaccionan (rozan) entre sí de alguna forma tal que no perturba mucho el movimiento circular del sistema, pero que se transfieren momento angular. La energía se disipa, pero el movimiento angular se conserva. Esta interacción puede ser fricción viscosa entre elementos adyacentes, pero el resultado es que el elemento con menor velocidad angular gana momento angular, y por lo tanto debe moverse hacia fuera a expensas de aquél con mayor velocidad angular que se mueve hacia dentro. Así pues la disipación da lugar a que las partes más externas del disco se expandan mientras que las internas se mueven más hacia el interior. Es de esta forma como se cree que el Sol retuvo la mayor parte de la masa de la primitiva nebulosa solar. La conservación del momento angular hace que la mayor parte del material que colapsa para dar lugar el sistema solar primero forma un disco nebular. El disco se mantiene gracias a un balance de fuerza centrífuga y gravedad. Dentro del disco, procesos que transfieren momento angular como fricción turbulenta o propagación de ondas permiten que el material más interno del disco transfiera su momento angular al material de las partes más externas de tal forma que el primero se mueve hacia dentro para formal el Sol, mientras que el último se mueve hacia fuera, absorbiendo el momento angular que ahora llevan los “planetas”. Cualquiera que sea el mecanismo, probablemente existió un flujo de material hacia el centro del disco, incluso cuando la nube interestelar estaba aún colapsando, para formar el proto-Sol. Entonces, durante un largo período de tiempo, la nebulosa continuó evolucionando, convirtiéndose en más fría y menos masiva. Esta fase podría haber durado unos 10 millones de años. Algún material continuó acretando en el proto-Sol, una pequeña fracción permaneció en la nebulosa para formar los planetas y otros cuerpos menores, y otra fracción (desconocida) de materia se dispersó en forma de viento estelar. 5.7.- FORMACION DE PLANETESIMALES Se podría pensar que los planetas se formaron como las estrellas, es decir, por colapso gravitacional debido a una inestabilidad de tipo Jeans. Sin embargo, la composición de los mismos, muy diferente a la solar, indica que el colapso gravitacional de material nebular no diferenciado (i.e. no procesado ni química ni físicamente) no es el único proceso que pudo haber dado lugar a los planetas. La teoría actual más aceptada favorece la idea de que los planetas del sistema solar se formaron por acumulación gradual, principalmente por colisiones, de material sólido. Y en el caso de los Planetas Gigantes, por la posterior atracción de hidrógeno y helio de la nebulosa una vez que el núcleo sólido se había formado. El material inicial para formar un planeta por acumulación gradual fue el polvo y hielo interestelar que condensaron en la nebulosa a medida que ésta se iba enfriando. Estas partículas sólidas tenían un tamaño entre 0.01 y 0.1 m, lo suficientemente pequeñas como para estar acopladas con el gas nebular mediante colisiones con las moléculas. Estas colisiones permitieron que las partículas crecieran de tamaño hasta determinados valores que están limitados por su densidad, y que tardaran un tiempo también limitado por su densidad para sedimentarse en el plano del disco nebular. De forma general y simplificada podemos describir el proceso: los pequeños granos que estaban dispersos en la nebulosa solar crecen y se acumulan gradualmente en una capa en el plano central de la nebulosa después de unos 1000 períodos orbitales. Hay factores no tenidos aquí en cuenta que complican sobremanera este escenario, procesos que ocurren dentro de la nebulosa u otros que contemplan el hecho de que las partículas sólidas podrían haber aumentado su tamaño considerablemente antes de incorporarse a la nebulosa solar. En cualquier caso, el proceso de acumulación debe verse dentro del contexto de un sistema que evoluciona, en un sistema dónde la densidad del gas, temperatura, movimiento y estabilidad del mismo son funciones del tiempo y de la posición. Hasta la fecha, no existe teoría que permita explicar cómo las partículas sólidas crecen de un tamaño típico de centímetros hasta kilómetros. Aún reconociendo esta carencia en nuestro conocimiento, se pueden apuntar algunos procesos que nos permitan llegar de partículas centimétricas a cuerpos kilométricos. Una vez que hay una concentración elevada de material sólido en plano de la nebulosa, las condiciones en esta región son muy diferentes a las existentes en el resto de la misma. En esta capa, predominantemente poblada de cuerpos sólidos, la densidad de masa puede ser mayor que la del resto de la nebulosa (principalmente gas). Si la velocidad de dispersión de las partículas no es muy elevada, las inestabilidades gravitacionales producirán aglutinaciones de planetesimales y el subsiguiente crecimiento de los cuerpos sólidos hasta tamaños superiores a varios kilómetros. Esta condición se verifica para velocidades inferiores a 10 cm/s. Obviamente, esta explicación del crecimiento de partículas de tamaños en el orden del centímetro a cuerpos de varios kilómetros no es tan sencilla como aquí ha sido expuesta. Para ser más estrictos en la formulación física del problema hay que tener en cuenta que las partículas en este medio tan denso ya no pueden tratarse como cuerpos aislados que interaccionan únicamente por colisiones binarias, sino que todas ellas actúan de forma colectiva modificando los movimientos del gas, así como su propia dinámica. En particular, tienden a tener mayor velocidad orbital que la del gas. Su arrastre colectivo sobre el gas produce una frontera de turbulencia donde la velocidad de dispersión es superior al valor que permitiría la inestabilidad gravitacional, y esto da lugar a un crecimiento continuado de los cuerpos sólidos tanto por colisiones como por procesos de cohesión. Una vez que los cuerpos han alcanzado un tamaño del orden de un kilómetro o ligeramente superior, sus movimientos son escasamente afectados por el arrastre del gas, y las interacciones más importantes entre ellos pasan a ser de naturaleza gravitacional. 5.8.- FORMACION DE PLANETAS Aunque aún existen algunas lagunas para llegar a comprender de forma "exacta" la acumulación de cuerpos sólidos para formar planetesimales de entre 1 y 10 km, los factores clave en la acreción de estos planetesimales para formar planetas se conocen una vez que las interacciones gravitacionales dominan. El problema de formar planetas a partir de planetesimales se puede abordar mediante métodos estadísticos considerando un gran número de planetesimales cuya interacción es principalmente gravitacional (planetesimal-planetesimal y planetesimal-Sol). Por ej. para formar un planeta como la Tierra a partir de planetesimales de 10 km de radio se necesitan 300 millones de planetesimales, y algo así como 4000 millones para formar el núcleo sólido de Júpiter. Los planetesimales que componen un planeta parten de órbitas keplerianas heliocéntricas con baja excentricidad e inclinación, de alguna forma acretan y dan lugar al planeta. La fuerza predominante en el sistema es la fuerza gravitatoria debida al Sol. Las velocidades orbitales decrecen monótonamente con la distancia radial al Sol, lo que produce un movimiento de tijera, similar al de una fractura geológica, en el sistema de planetesimales. La mayor perturbación interna en el sistema es la propia atracción gravitatoria entre planetesimales. Esta dispersión gravitatoria hace que las órbitas tiendan a aumentar su inclinación y su excentricidad llevándolas a un estado más aleatorio. Igualmente, el sistema tiende hacia la equipartición de la energía (como consecuencia del movimiento aleatorio de los planetesimales) dónde todos los cuerpos sólidos tienen la misma energía independientemente de su masa. Perturbaciones no-gravitacionales como colisiones inelásticas dan lugar a la acreción y/o fragmentación de los planetesimales y al arrastre del gas nebular. Estas perturbaciones también hacen que el conjunto de planetesimales se caracterice por un movimiento más aleatorio con órbitas de gran excentricidad e inclinación. La evolución temporal de la distribución de tamaños y de velocidades se estudia mediante simulaciones numéricas que parten de condiciones físicas realistas. Hay dos tipos de resultados generales de este tipo de modelos. En uno de ellos el sistema se ordena poco a poco, la distribución de masa decae suavemente (menor número de planetesimales grandes) y la masa máxima aumenta con el tiempo (nos encontramos con planetesimales más pesados a medida que el tiempo aumenta). La mayor parte de la masa total reside en los cuerpos más masivos. Observemos que esto no es una perogrullada: podríamos disponer de pocos cuerpos muy masivos, pero cuya suma de masas fuera muy inferior a la suma de miríadas de pequeños cuerpos. Resultados de simulaciones numéricas sobre acreción de planetas: número de cuerpos sólidos en función de la masa y del semieje mayor de su órbita. (a) Condiciones iniciales. En t=0, los planetesimales tienen igual masa (4 x 1018 grm) y la masa total dentro de una zona de radio 0.3 unidades astronómicas es 1.2 masas terrestres. (b) Evolución temporal de la distribución de masas para el caso sin fricción dinámica. El crecimiento de los planetesimales es ordenado y tan solo cuerpos con 1025 grm crecen en un millón de años. El otro resultado general es más realista y se caracteriza por una acreción "casi descontrolada" en la que unos pocos cuerpos crecen más rápidamente que los otros. Una vez empezado este proceso de crecimiento descontrolado ningún otro efecto (resonancias orbitales, interacción a tres cuerpos, etc) puede pararlo, al menos en la región de formación de planetas terrestres, dentro del disco protoplanetario. Este crecimiento descontrolado termina cuando la zona dónde actúa ha sido despoblada de planetesimales. Puede ocurrir que nuevos planetesimales sean arrastrados a esta zona, permitiendo un mayor crecimiento de los protoplanetas ya existentes. (c) Evolución temporal de la distribución de masa con el caso de fricción dinámica. Tiene lugar un crecimiento descontrolado de planetesimales y cuerpos de tamaño típico de planetas (1027 grm) se forman en un millón de años. (d) Idem que (c) pero considerando arrastre de gas como ocurriría para procesos de acreción antes de que los planetas formados “limpiasen” de gas esa zona de la nebulosa solar. Una vez que este crecimiento descontrolado en la región de formación de planetas terrestres ha terminado, uno espera que los protoplanetas estén relativamente cerca unos de otros. Pero este sistema no es dinámicamente estable por mucho tiempo: perturbaciones gravitacionales dan lugar a órbitas que se cruzan entre sí y la dispersión gravitacional resultante produce un aumento de la velocidad relativa de los cuerpos, un aumento de la excentricidad y finalmente una migración de estos protoplanetas a distancias mayores. Simulaciones numéricas dónde las condiciones iniciales son muy diferentes convergen a un resultado similar: de 2 a 5 planetas terrestres se forman en un intervalo de tiempo de unos 100 millones de años. Configuraciones planetarias (a,b,c) resultantes de cálculo de formación de planetas en la región de planetas terrestres. Estos cálculos siguen las interacciones gravitatorias mutuas y las colisiones de unos 500 planetesimales cuya masa colectiva y momento angular equivalen a la de los planetas terrestres, y que se distribuyen inicialmente en la región comprendida entre Mercurio y Marte. Se muestran las órbitas de los planetas, en unidades de masas terrestres, que resultan después de unos cientos de años de evolución. Muchos casos son similares a la configuración actual de los planetas terrestres (mostrada en (d)). Las diferencias estriban tan solo en pequeños detalles de configuración inicial de los parámetros orbitales de los planetesimales. Observemos que no se requiere mucho más que la masa nebular mínima (0.02 masas solares) para formar los planetas terrrestres. Los planetesimales más pequeños colisionaron frecuentemente con el planeta en las últimas fases de acreción, y esto es consistente con el registro de cráteres sobre la superficie de los planetas terrestres. Eventualmente, alguna colisión con planetesimales grandes podría haber dado lugar a la formación de la Luna cuya composición elemental y mineralógica es similar a la del manto terrestre, o por ej. Mercurio podría haber perdido su corteza de silicatos y dejar al planeta con prácticamente sólo el núcleo de hierro. La oblicuidad de los planetas también se puede explicar en base a colisiones de los protoplanetas con los planetesimales en las últimas fases de acreción (incluida la de Urano). La conclusión de que los parámetros orbitales de los planetesimales y de los protoplanetas pasan a ser aleatorios en las fases finales de acreción tiene una importante implicación cosmoquímica: existe una homogeneización química de los planetas resultantes. Esto es, a grandes rasgos, consistente con las observaciones. Sin olvidar que esta homogeneización no es completa, ya que aún existen diferencias en cuanto a composición de elementos volátiles. Nuestra comprensión de la formación de planetas gigantes no es tan completa como la de los planetas terrestres. A pesar del hecho de que los planetas gigantes han retenido grandes cantidades de H y He, las abundancias de estos gases respecto a gases más pesados son mucho menores que aquellas existentes en el Sol y presumiblemente en la primitiva nebulosa solar. Por lo tanto, parece ser que estos planetas adquirieron los gases ligeros mediante una incompleta acreción de la nebulosa sobre un núcleo de roca y hielo, más que por colapso gravitacional de parte de la nebulosa. La velocidad de acreción de este gas es pequeña al principio, pero aumenta a medida que el núcleo aumenta de tamaño. Cuando el núcleo del planeta alcanza cierto tamaño, típicamente de 10 a 20 masas terrestres, la acreción de gas “adelanta” a la acreción de planetesimales y la formación de una atmósfera extensa y densa está asegurada. Si no consideramos un crecimiento descontrolado del núcleo de los planetas gigantes, los tiempos de acreción para dar lugar a los mismos es tremendamente largo comparado con lo que se ven en estrellas jóvenes donde apenas existe disco de polvo estelar si la estrella es más “vieja” que 10 millones de años. Se necesitarían decenas de millones de años para Júpiter, centenas de millones de años para Saturno e incluso mayores para Urano y Neptuno. También podría haber ocurrido que los planetas gigantes no se formaron dónde actualmente están, sino mucho más lejos y que fueron inyectados a su posición actual (menor distancia orbital) perdiendo momento angular que ganaron los planetesimales (cometas) que ocupaban la Nube de Oort y que explicamos a continuación. 5.9.- FORMACION DE COMETAS Es probable que la acumulación de planetesimales en la nebulosa solar más externa fuese un proceso relativamente ineficaz. Muchos de ellos podrían haber sido eyectados muy lejos del Sol con órbitas de gran excentricidad a medida que se iban formando los protoplanetas gigantes. Algunos de estos planetesimales eyectados adquirieron la suficiente energía cinética como para escapar del sistema solar, mientras que otros permanecieron en órbitas muy elípticas, con afelio a unas 104 unidades astronómicas. A estas grandes distancias, perturbaciones por otras estrellas, por la distribución de materia galáctica, por nubes moleculares, etc aumentan gradualmente el momento angular de los planetesimales eyectados. Su interacción con los protoplanetas que produjeron en primer lugar su eyección se torna despreciable y permanecen en esa región del espacio de forma estable dando lugar a lo que se conoce como Nube de Oort. Es generalmente aceptado que esta región es la reserva de los cometas de período largo que se al Sol tras sufrir alguna perturbación. acercan De igual forma, a distancias superiores que la órbita de Neptuno, hay una reserva de cometas de período corto a la que se llama Cinturón de Kuiper. Aquellos objetos detectados, pertenecientes al Cinturón de Kuiper aparecen en la figura inferior a trazos azules. Los llamados “Plutinos” están en trazo rojo y orbitan a distancias del Sol similares a las de Plutón. En trazo negro aparecen aquellos Objetos del Cinturón de Kuiper que han sido dispersados (Scattered Kuiper Belt Objects). Podría tratarse de restos de planetesimales que acretaron a esas grandes distancias del Sol y que ha permanecido allí. Aunque el número de objetos que se detectan con características orbitales propias de esta región, con afelio a más de 50 unidades astronómicas, aumenta considerablemente gracias al desarrollo de instrumentación más sensible en telescopios cada vez más grandes, aún no se puede saber si esta población de cuerpos sólidos es o no lo suficientemente abundante como para constituir una continuación natural de la distribución de masa del sistema solar. 5.10.- ¿QUÉ APRENDEMOS SOBRE NUESTRO SISTEMA SOLAR OBSERVANDO OTRAS ESTRELLAS EN LA GALAXIA? Las estrellas T-Tauri son estrellas muy jóvenes, de edades entre 105 y 107 años, con masa similar a la solar. Su primera clasificación se basó en características observacionales tales como la presencia de determinadas líneas de emisión, carencia de emisión típica de cuerpo negro ni en el continuo ultravioleta (UV) ni infrarrojo (IR), variabilidad y asociación con nubes moleculares oscuras. En particular, la radiación en el IR (y a longitudes de onda mayores) se puede explicar asumiendo que ésta procede de un disco de materia que rodea a la estrella, mientras que la UV se puede explicar mediante la acreción de material del disco a la estrella central. Aunque la mayor parte de los astrofísicos están convencidos de que el Sol pasó por una fase T-Tauri, el estudio de los materiales que constituyen el sistema solar no permite demostrar su existencia de forma concluyente y global. Aún así, el estudio de estas estrellas puede arrojar alguna luz sobre el origen y evolución del Sistema Solar y la observación de estrellas T-Tauri en diferentes fases de su evolución puede proporcionarnos información sobre los procesos que ocurrieron en el sistema solar durante su más antigua historia. Aunque no todas las estrellas T-Tauri muestran evidencia de tener un disco alrededor de ellas, otras muchas sí lo hacen, y además se ponen de manifiesto de diversas formas. Algunas imágenes tomadas por el Telescopio Espacial Hubble en la región de Orión muestran discos alrededor de estrellas. Estos discos se ven como siluetas oscuras frente al fondo de brillante emisión de luz por parte del gas caliente de la nebulosa, incluso algunos de estos discos tienen el tamaño aproximado del sistema solar. Para muchas estrellas T-Tauri, la radiación que se atribuye a emisión térmica del polvo más pequeño se detecta a longitudes de onda del orden del milímetro o ligeramente menores. La cantidad total de polvo se puede determinar a partir de la intensidad de radiación medida y ésta, si estuviera distribuida esféricamente alrededor de la estrella sería más que suficiente para oscurecer la estrella. Pero, de hecho, la estrella no se oscurece totalmente por lo que se deduce que el polvo está espacialmente confinado en discos relativamente planos. Otras características observacionales como líneas de emisión que se producen en el viento estelar están desplazadas hacia el azul. Este fenómeno se puede explicar asumiendo que el gas está acercándose al observador. Curiosamente, no se observan líneas de emisión desplazadas al rojo. En algunos casos, se ha detectado y posteriormente confeccionado un mapa del monóxido de carbono (CO, buen trazador del gas interestelar) alrededor o cerca de estrellas T-Tauri. Este gas parece estar en una configuración aplanada y el patrón espacial del desplazamiento Doppler es consistente con órbitas de rotación Kepleriana alrededor de la estrella. La interpretación de algunas características de las estrellas T-Tauri aún se presenta como difícil. Por ejemplo, no es trivial explicar la evolución simultánea, en el tiempo, de la estrella y el disco. Evolución en la que el disco se forma antes y lentamente se disipa. Hay estrellas jóvenes que no parecen tener disco, mientras que otras mucho más viejas sí lo tienen. Las masas estelares que se deducen a partir de observaciones en radio no muestran correlación alguna con la edad de la estrella y además, la luminosidad del disco no está correlacionada con la edad de la estrella. Algunos otros aspectos de las estrellas T-Tauri pueden ser importantes para entender las fases tempranas del sistema solar. Por ejemplo, estas estrellas sufren variaciones bruscas de brillo durante las cuales la luminosidad puede aumentar incluso 2 órdenes de magnitud. Estos episodios de aumento de brillo se han explicado como colisiones violentas de material del disco estelar sobre el astro. De tal forma que se vaporiza parte del material sólido del disco. No es descabellado pensar que el Sol y la nebulosa solar sufrieron tales episodios también. Otro fenómeno observacional que puede asociar nuestro sol “temprano” con estas estrellas está relacionado con el hecho de que algunos discos parecen tener espacios vacíos dónde la distribución espectral de energía en el IR muestra que hay una deficiencia de materia. Esta deficiencia podría explicarse gracias a la influencia de un planeta gigante (cómo Júpiter, por ejemplo) que ha barrido de material esa zona del disco por perturbación gravitacional. 5.11.- ORIGEN DE LAS ATMÓSFERAS DE LOS PLANETAS Explicar la composición de los planetas del sistema solar y de sus atmósferas presenta muchas más dificultades que en un principio pueda parecer. La idea de que las atmósferas fueron el resultado de la atracción gravitatoria del gas de la nebulosa solar por parte del núcleo de hielo/roca ya formado no es incorrecta, pero queda un poco lejos de la realidad (mucho más compleja) que los descubrimientos nos están mostrando. La composición de los planetas se ha interpretado durante mucho tiempo como consecuencia de las condiciones físicas en su origen. Un concepto muy útil fue pensar que la composición global, y por lo tanto la densidad, fue determinada por la distribución de temperaturas en la nebulosa y por lo tanto un reflejo del equilibrio químico que se consiguió a cada distancia dónde un planeta se iba formando. Ciertamente, esta visión ha ido cambiando a medida que se ha ido apreciando la complejidad de la evolución nebular, procesos de acreción y composición de los planetas. Los planetas llamados terrestres (Mercurio, Venus, Tierra y Marte) tienen una abundancia de elementos volátiles menor que la abundancia solar y varía de un planeta a otro de forma considerable. Las atmósferas de estos planetas, tan tenue como la de Mercurio con 105 átomos/cm3 a la tan densa como la de Venus con 1021 moléculas/cm3, no proceden de la acreción del gas nebular sobre el núcleo sólido del planeta. Es decir, no es una atmósfera primitiva o primigenia, sino que son el resultado de procesos físicos como decaimiento radiactivo del núcleo, fraccionamiento de isótopos, evaporación de los hielos (principalmente de H 2O, CO2, CO con inclusiones de CH4 o de NH3) atrapados en los planetesimales, y de procesos químicos homogéneos (reacciones gas-gas) y/o heterogéneos (reacciones gas-sólido), etc. A estas atmósferas se les llama secundarias y no son exclusivas de los planetas terrestres, la atmósfera de Titán (rica en N2) también tiene, muy probablemente, este origen. Parece difícil explicar la composición elemental e isotópica de las atmósferas terrestres sin invocar la influencia de procesos que han actuado a gran escala (como colisiones) que resultaron en la ganancia de elementos volátiles (por ejemplo colisión de cometas que trajeron agua a la Tierra) y otros que resultaron en la pérdida de éstos. Las anomalías en las abundancias de compuestos volátiles (principalmente atmosféricos) no son las únicas, incluso la abundancia de potasio –moderadamente volátil- es anómala en el planeta en sí mismo. No está fraccionado con respecto al uranio ya que los valores K/U para muestras terrestres son todos muy similares aún cuando la cantidad de potasio es muy variable. Además K/U no es sensible a la historia atmosférica del sistema, la cual obviamente ha sido diferente de planeta a planeta. A estos dos hechos, hay que sumar que K/U para Venus, Tierra y Marte es menor que valor medido para condritas carbonáceas CI (que coincide con el valor solar), por lo que tampoco depende de la masa del planeta. Pero, ¿qué es una condrita? Una condrita es un meteorito rocoso no diferenciado compuesto por cóndrulos… y de nuevo, ¿qué es un cóndrulo? Pués este nuevo miembro de la familia es un objeto rocoso más o menos esférico que ha sufrido derretimiento parcial o global antes de incorporarse a la condrita. En siguientes capítulos (más en la línea de Geología), aparecerán estos miembros de la famila y se entenderán mejor. Los planetas gigantes (Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) presentan abundancias de elementos pesados con respecto al H mayores que el Sol; en particular, el carbono (elemento más abundante en estas atmósferas después del H y He) tiene una abundancia muy superior a la solar, y esta abundancia es mayor a medida que nos alejamos del Sol, es decir, Neptuno tiene un cociente C/H mayor que Júpiter y a su vez mayor que el Sol. De esta información, ha surgido un modelo de formación de los gigantes gaseosos que comienza con la acreción de planetesimales junto con la acreción gradual de una atmósfera de gas nebular. A medida que la masa de la atmósfera aumenta, ésta es los suficientemente densa como para romper y disolver los planetesimales que está acretando; los constituyentes de éstos se incorporan a la atmósfera preferentemente (no al núcleo sólido). El proceso de acreción termina cuando el planeta adquiere una masa tal que el propio planeta se aisla de la nebulosa, es decir, el planeta ha disipado a la nebulosa. El resultado de esto es un planeta con un núcleo de roca/hielo y una atmósfera principalmente de hidrógeno y helio, pero enriquecida en elementos más pesados como C, N, S, P, etc. El carbono se presenta en forma de metano CH4 y sobre todo a niveles atmosféricos superiores a la trosposfera. Fotodisociación del metano y posteriores reacciones da lugar a moléculas orgánicas como los hidrocarburos C 2H6, C2H4, C2H2, C3H8, C3H4, C4H2, etc. Nitrógeno y fósforo se encuentra en fórmulas estoquiométricas similares (NH3 y PH3) y se hallan a niveles atmosféricos más profundos –condensados a su estado sólido y/o líquido- y son una reserva para una continua pérdida por fotodisociación en niveles superiores. 5.12.- ¿QUÉ NOS QUEDA POR RESOLVER? Aunque pudiese parecer que tenemos un escenario que explica el origen y evolución del sistema solar, aún estamos lejos de explicar todas y cada una de las observaciones que cada día se hacen o de los fenómenos que se descubren. Algunos aspectos de los descritos están firmemente establecidos, pero hay otros que están inmersos en más hipótesis que hechos confirmados. Entre éstos últimos hemos de destacar dos de ellos que tocan lo “más pequeño” y lo “más grande”. Hasta la fecha de hoy, se han analizado miles de cóndrulos micrométricos (constituyente mayoritario de parte del material más primitivo del sistema solar) por cientos de científicos, y las circunstancias que dieron lugar a su origen permanecen en el más oscuro de los anonimatos. En la escala de “lo más grande”, las condiciones de la formación estelar que dan lugar a una única estrella rodeada de un disco protoplanetario no han sido todavía inequívocamente diferenciadas de aquellas que dan lugar a sistemas múltiples de estrellas. Estos dos problema encierran, tanto en escala como en disciplina, una amplia gama de otros problemas cuya resolución constituirá un gran avance en desvelar el origen y la evolución de nuestro Sistema Solar. Después de siglos de pensamiento, aún nos enfrentamos cara a cara con preguntas que agresivamente nos retan día a día más que con respuestas definitivas.