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Tema VIII
Tema VIII
DESCARTES: Razón y
método
IES “Séneca”
Departamento de Filosofía
2º Bachillerato
EL RACIONALISMO: DESCARTES
ÍNDICE
1. Descartes: vida y obra.
2. Racionalismo y racionalistas: el giro epistemológico.
3. Coordenadas del pensamiento de Descartes.
4. El método cartesiano (II Parte del Discurso del Método; ideas para su justificación 2.c.-).
4.1. Introducción: la necesidad de un nuevo método.
4.2. El modelo matemático: intuición y deducción.
4.3. Reglas del método.
5. La duda metódica y su superación (IV Parte del Discurso del Método; ideas para
su justificación - 2.c.-).
5.1. La duda metódica: procedimiento cartesiano para llegar a la primera verdad.
5.2. Aplicación de la duda metódica.
5.3. La primera certeza y el criterio de verdad: “pienso, luego existo”.
5.4. Las ideas.
5.5. La demostración de la existencia de Dios.
5.6. La demostración del mundo (res extensa).
5.7. Consecuencias de la filosofía cartesiana en la teoría del conocimiento: El mundo
como representación.
6. La Metafísica cartesiana: estructura de la realidad y concepción de la sustancia
(2.c.).
7. Actualización del tema: matematización y desarrollo científico y técnico. El
mecanicismo cartesiano y el problema mente-cuerpo (Valoración -3.b.-).
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1. DESCARTES: VIDA Y OBRA
René Descartes nació el 31 de marzo de 1596 en la Turena (Francia). Su familia, pertenecía a la
baja nobleza, siendo su padre y su hermano mayor magistrados del Tribunal superior de
Bretaña en Rennes. Su madre murió al año de nacer Descartes. En 1604 y hasta 1614 estudió en
el colegio de la Flèche en Anjou, escuela regida por los jesuitas y de una apertura intelectual
poco usual para la época.
En 1616 se graduó en derecho por la universidad de
Poitiers. Sin embargo, no se encontraba realmente
satisfecho de la enseñanza que había recibido.
Descartes se interesó pronto por las Matemáticas, única
disciplina que puede considerarse un "auténtico saber"
porque es la única que nos aporta "certeza", es decir, es
la única de la que no podemos dudar, la única que
estamos seguros que no nos engaña. Este motivo
impulsa a Descartes a abandonar sus estudios y
dedicarse al esparcimiento y a viajar; piensa que lo que
no ha encontrado en los libros y en las explicaciones de
sus maestros podrá hallarlo en el “gran libro del
mundo”, experimentarlo por su propia cuenta.
En 1618 se alista en el ejército del príncipe Mauricio de Nassau, hijo de Guillermo el mudo, en
Holanda. Por aquella época conoció al que despertaría en él la inquietud por las cuestiones
científicas: el médico Isaac Beeckman. En 1619 se traslada a Alemania, donde se incorpora al
ejército del duque de Baviera. Ese mismo año, el 10 de noviembre, descubre su verdadera
vocación: la filosofía. Pero ésta surge como filosofía del conocimiento o gnoseología y solo
derivadamente se desenvuelve como una ontología o una filosofía del ser. Es por este motivo
por lo que Descartes se apasiona por la cuestión del método, único camino que permitirá
recomponer y unificar no sólo la pluralidad de ciencias sino la propia sabiduría humana.
Va a vivir a París y finalmente se retira a Holanda, lugar que se convirtió en el refugio de
numerosos filósofos y científicos debido a su tolerancia y donde Descartes vivió con algunas
interrupciones hasta 1649. Allí, escribiendo con serenidad termina, en 1628, su obra
fundamental Regulae ad directionem ingenii (Reglas para la dirección del espíritu) que,
escritas en latín, se publicarán después de su muerte. Esta obra plasma su intención de crear
una ciencia universal de carácter matemático. Pero también se subrayan los aspectos
metodológicos de su pensamiento.
En los años 1633-1634 escribe Descartes su Tratado del Mundo,
obra que no se atrevió publicar cuando recibió la noticia de la
condena que sufrió Galileo en Roma. Su tratado contenía también
tesis heliocentristas, así como afirmaciones sobre el movimiento de
la tierra. Parte de esta obra será incorporada más tarde en trabajos
posteriores. Descartes mantuvo siempre una postura conciliadora y
precavida que evitó el enfrentamiento con la Iglesia. Quizás
también porque pretendía no quedar fuera de los círculos
"oficiales". En 1637 publicó el Discurso del método acompañada de
tres pequeños tratados: "Dióptrica", "Meteoros" y "Geometría", escritos
en francés, lo cual suponía una novedad y un intento de que su
obra se extendiera entre los círculos menos dogmáticos y
academicistas.
3
En 1641 se publican en París sus Meditationes de prima philosophia, considerada, junto con
las Regulae, la obra fundamental de Descartes, también escrita en latín. Esta obra se denomina
comúnmente “Meditaciones metafísicas”. Las Meditaciones se publicaron pronto al francés
junto con un grupo de Objeciones de varios autores y Respuestas del propio Descartes.
Descartes no se librará de los ataques eclesiásticos. En 1644 publica su obra Principia
philosophiae (Principios de la filosofía), que dedica a la princesa Isabel de Bohemia y que se
presenta en forma de libro de texto. Pretendía que esta obra pudiera ser utilizada en la
enseñanza "oficial" aunque se apartara de muchos de los preceptos aristotélicos aceptados.
En 1649 es invitado por la reina de Suecia a Estocolmo con el fin de instruirla en su filosofía. Al
partir deja su obra Las pasiones del alma en la imprenta. En este escrito desarrolla uno de los
temas que más interesaban a la princesa Isabel: el tema de las pasiones y la relación entre el
alma y el cuerpo. En Suecia Descartes se encontraba solo y atareado en algunas cuestiones
enojosas, como la elaboración de unos poemas para un ballet conmemorativo de la Paz de
Westfalia. Y mientras permanecía en Suecia, el 11 de febrero de 1650, muere de una neumonía.
El duro invierno sueco así como el hábito de la reina de reunirse con él en la biblioteca a las
cinco de la mañana, mellaron la salud de nuestro filósofo, que estaba acostumbrado a una vida
más reposada: Descartes pasaba muchas horas reflexionando y escribiendo en la cama hasta
las once de la mañana. Fue enterrado en Estocolmo pero más tarde su cuerpo fue trasladado a
París (1666).
2. RACIONALISMO Y RACIONALISTAS: EL GIRO EPISTEMOLÓGICO
La crisis del saber escolástico, ocupado más en justificar las verdades de fe de la Iglesia que en
avanzar otras nuevas, unido al nacimiento de una Nueva Ciencia basada en el
experimentalismo y en una concepción matemática de la naturaleza que daba grandes frutos
tanto en el terreno de la Astronomía como en el de la Mecánica, la Física y la Medicina, así
como otros grandes acontecimientos como el descubrimiento y conquista de América dieron
un vuelco a la manera como los seres humanos se concebían a sí mismos y a su capacidad de
conocer el mundo y de transformarlo.
El ser humano dejó de mirar el mundo
(la physis) en el mundo grecorromano,
para
centrar
sus
preocupaciones
filosóficas en Dios durante toda la Edad
Media y ahora en la Modernidad se mira
a sí mismo en busca de respuestas
sobre su capacidad de pensar y de
actuar. El ser humano deja de ser un
objeto más del orden del Universo, una
criatura más creada por Dios para ser el
sujeto e interrogarse por su capacidades
de
conocimiento,
los
métodos
adecuados y si existe un límite a lo
cognoscible. Este proceso ha venido en
llamarse el giro epistemológico de la
Modernidad y que trata esencialmente de una reflexión sobre el pensamiento humano. En
el s. XVII dos corrientes de pensamiento reflexionaron sobre estos asuntos de manera muy
distinta y en zonas geográficas muy distantes de la Vieja Europa: el empirismo que encontró
su sede en Gran Bretaña y el racionalismo, cuyo fundador es René Descartes y que se
desarrolló en el continente.
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Se suele definir el Racionalismo como el sistema de pensamiento que acentúa el papel de la
razón en la adquisición del conocimiento, en contraste con el empirismo, que resalta el papel
de la experiencia, la percepción sensorial de la realidad.
El Racionalismo de Descartes se caracteriza por los rasgos siguientes:
•
•
•
Por la creencia en que la geometría representaba el ideal de todas las ciencias y también de
la filosofía.
Por mantener que sólo por medio de la razón se pueden descubrir ciertas verdades
universales, evidentes en sí, de las que es posible deducir el resto de contenidos de la
filosofía y de las ciencias.
Por sostener que esas verdades evidentes en sí eran innatas, no derivadas de la experiencia.
•
subjetividad en el análisis del conocimiento: a diferencia del pensamiento antiguo y
medieval, que partió en su reflexión de la evidencia primera del mundo, que trataría luego
de explicar; los racionalistas parten de la evidencia primera de la existencia del
pensamiento o del sujeto pensante. Así, antes de estar seguro de la existencia del mundo,
intuyo la evidencia de mi yo que piensa, y este yo sólo conoce directamente sus propios
contenidos mentales o ideas. A partir de ellos, tendrá que intentar llegar a demostrar la
existencia de un mundo o una realidad exterior.
•
visión mecanicista de la realidad: la realidad física es entendida, sobre todo en Descartes,
de forma similar a una máquina, que carece de cualidades ocultas o fines desconocidos. La
“máquina del mundo” se explica a partir de partículas de materia extensa y movimientos
que dan lugar, a su vez, a otros movimientos.
En definitiva, siguiendo el modelo de conocimiento cierto de las matemáticas, el
racionalismo construirá nuevos sistemas filosóficos que acabarán sustituyendo a los de la
metafísica escolástica, constituyéndose, a su vez, en la metafísica moderna. Para ello se
basará en un supuesto tanto metafísico como religioso, según el cual Dios es la suprema
garantía de la existencia de las verdades racionales y el apoyo último de un mundo que
puede ser conocido por la razón humana.
Este racionalismo iniciado por Descartes fue desarrollado por otros filósofos europeos, como
el holandés Baruch Spinoza (1632-1677) y el pensador y matemático alemán Gottfried
Wilhelm Leibniz (1646-1716). Se opusieron a él los empiristas británicos, como John Locke y
David Hume, que creían que todas las ideas procedían de los sentidos.
3. COORDENADAS DEL PENSAMIENTO DE DESCARTES
En el año 1.637 se publica el Discurso del Método, esta es la fecha que se considera
simbólicamente como la que marca el inicio de la filosofía moderna. Las ideas y creencias que
cristalizan en Descartes se venían fraguando a lo largo de los dos siglos anteriores, en los que
se había desarrollando una actitud crítica frente al modo de hacer filosofía pero no se era
capaz aún de ofrecer una alternativa definida, sino simplemente esbozos. Estas ideas no
suponen simplemente una nueva doctrina filosófica sino que inauguran una nueva actitud
filosófica.
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El pensamiento cartesiano gira en torno a tres coordenadas esenciales:
a) El pensamiento de la Escolástica. Para Descartes era un tipo de pensamiento poco
fundamentado, ya que el criterio de verdad y el método sobre los que se sustentaba eran
caducos, carecían de rigor y validez. Se ha de cambiar el modo de hacer filosofía para
poder desarrollar un tipo de pensamiento riguroso y firme. Para ello, habrá de establecer
un nuevo criterio de verdad y un nuevo método.
b) El impacto de la recuperación del pensamiento escéptico en el Renacimiento. Este
hecho inspiró su “duda metódica”, siendo ésta, a su vez, una manera de superarlo -aunque
hay opiniones diversas sobre este último aspecto-.
c) El desarrollo de la nueva ciencia, que le servirá como modelo de pensamiento riguroso.
Veamos cómo se articulan tales coordenadas en el sistema filosófico que propone Descartes.
En primer lugar, la filosofía cartesiana hace un uso constante de los conceptos y los términos de la
Escolástica cuando quiere explicitar o hacer comprensible su pensamiento. Y este hecho viene a
significar, entre otras cosas, que Descartes no rompió del todo con la tradición filosófica
anterior, pues su metafísica es deudora de esa misma tradición, como se comprueba en su
concepción de la sustancia.
En segundo lugar, hace uso del escepticismo como recurso metodológico cuando pretende
rechazar como falsas todas aquellas doctrinas opuestas a la razón y la verdad. Por ello, el objetivo
último de Descartes no es otro que rechazar la validez de la propia postura escéptica.
En último lugar, utiliza las matemáticas cuando quiera dotar a la ciencia moderna de un
método firme y seguro. De este modo, también se deja influenciar por el espíritu innovador de la
nueva ciencia cuando nos habla del carácter práctico y progresista de la tarea del científico.
Así, Descartes construyó un sistema filosófico cuyas bases fundamentales giran en torno
a dos conceptos básicos: la razón y el método matemático. Para él, la razón y un buen método
son los dos únicos medios de los que el ser humano dispone para alcanzar la verdad. Usar la
razón y “usarla metódicamente” son las dos claves de la filosofía cartesiana.
El problema es que, para construir tal sistema, Descartes absorbe o asimila una serie de
influencias dispares, que pueden llegar a ser incompatibles entre sí (como sucede con los
conceptos escolásticos y las aportaciones de la nueva ciencia), lo que dotará a su sistema
filosófico de un carácter híbrido o ambiguo que será atacado por autores posteriores.
A partir de ahora nos centramos en ver cómo Descartes intenta solucionar los problemas
abiertos por la Escolástica, y lo haremos por este orden:
a) La búsqueda de un nuevo método.
b) La búsqueda de un nuevo criterio de verdad.
4. EL MÉTODO CARTESIANOSegundaparte del Discurso. Ideas para la justificación (2.b. y 2.c.)
4.1. Introducción: la necesidad de un nuevo método.
En el Discurso del método propone Descartes una significativa comparación: todo el saber de
su época es como un edificio en ruinas que no merece la pena intentar restaurar. Hay que
derribarlo y construir uno nuevo. El proyecto cartesiano, pues, supone:
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a) Una reconstrucción del saber desde sus mismas raíces, lo cual, incluye,
b) La unificación de todas las ciencias en una sola.
Con Descartes la filosofía tiene tras de sí un pasado aleccionador y hay que ser cautos.
Hay que tener cuidado, no vayamos a equivocarnos como el aristotelismo. En las notas de
la primera parte del Discurso se nos presenta a un hombre cansado de los errores y de la
inutilidad de los conocimientos que ha tenido que aprender en su periodo de formación. Por
tanto, no es mera casualidad que empiece el texto propuesto para comentario hablando de
un hombre que camina sólo y en la oscuridad (Parte II, Discurso del método). En este
sentido podemos considerar a la filosofía de Descartes como una filosofía de la cautela, de
precaución en no caer en los errores del pasado. La situación en la que se encuentra Descartes
es la de un hombre perdido y desorientado. No confía en los conocimientos que ha recibido
de la tradición, pero tampoco está dispuesto a desecharlos, por lo menos antes de que
pueda enlazar una reflexión cuidadosa sobre el método.
De ahí la enorme importancia que en esta época se le da al problema del método: antes de
responder a la cuestión metafísica, busquemos la manera de no equivocarnos al responderla.
Ello trae consigo que el problema del conocimiento ocupe ahora el primer plano en la
filosofía (hay que investigar cómo puedo conocer sin error, qué capacidad tiene el
pensamiento humano para descubrir la verdad, qué caracteres ha de tener un pensamiento
para ser verdadero, etc.). La metafísica y ontología cede el puesto privilegiado que tenía a la
gnoseología.
Como ya comentamos en el tema anterior, la idea de que el método que utilizaba la
Escolástica había fracasado se había extendido poco a poco por toda Europa. El modelo
silogístico de conocimiento se consideraba una forma inadecuada para la investigación, y
quizá un procedimiento sólo apto para establecer vanas disputas o para poner a disposición
de los demás algo que ya se conocía. Esta opinión la compartían también aquellos que se
ocupaban de investigar la naturaleza e incluso el propio Descartes.
En efecto, la idea de que es necesario un nuevo método estuvo presente tanto en las reflexiones
de Bacon como en las de Galileo. Pero Descartes se desmarca de ambos: no comparte el valor
dado a la experiencia y a la inducción por parte de Bacon y tampoco verá necesario recurrir a
la experimentación, como hiciera Galileo. Descartes optará por una interpretación distinta del
método y del papel de las matemáticas. Para Descartes el éxito de las matemáticas radica en
el método que utiliza. Y ese método es un método deductivo. Si el conocimiento de la
naturaleza es posible gracias a las matemáticas, es pensable que, utilizando el método
deductivo de los matemáticos, se pueda alcanzar la verdad y la certeza en el conocimiento
de los otros aspectos de la realidad, es decir, servirle de apoyo en la reconstrucción de la
totalidad del edificio de la ciencia y el saber.
Así, el objetivo último de Descartes no es otro que el de alumbrar una nueva filosofía, que
tome como referencia el buen uso que de la razón se había hecho en las matemáticas para
trasladarlo a otros campos del conocimiento. De este modo, Descartes tiene en mente un
proyecto de reforma sistemática del conocimiento, que desborda los objetivos estrictamente
científicos para adentrarse en los puramente filosóficos. Por ello, no es de extrañar que no diera
mucha importancia a la experimentación, pues Descartes es más un filósofo o teórico de la
ciencia que un científico al estilo de Galileo.
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Aristóteles creía que los diferentes objetos de
las ciencias exigen métodos diferentes, de
manera que no podemos aplicar, por ejemplo, a
la ética el método que usamos en física o en
matemáticas. Descartes, por el contrario,
reemplaza esta concepción por el ideal de una
ciencia universal que siga también un método
único o universal, válido tanto en el ámbito
teórico como en el práctico. Descartes piensa
que, si la razón es única, se aplique al campo
de conocimiento que se aplique, ¿por qué no ha
de ser también único el método de
conocimiento que se emplee?
Descartes tiene, pues, una concepción unitaria de la ciencia que expresó metafóricamente con
la imagen del “árbol de la ciencia”. Así, en dicho árbol, las raíces se corresponderían con la
metafísica o saber de las verdades más generales (es decir, las relativas a Dios, el mundo y el yo
o alma); el tronco se correspondería con la física y las ramas serían cada una de las ciencias
prácticas, que sólo serán verdaderamente ciencias cuando se hay puesto en claro su
dependencia orgánica respecto a la física.
Para Descartes tendría que existir, pues, un único saber en el que se integrarían la ciencia y la
filosofía, y este único saber se ha de llevar a cabo siguiendo un método también universal, el
método matemático. Pero no se trata de “importar” el método matemático a otros campos del
conocimiento, sino de descubrir y analizar sus fundamentos, pues, de todas las posibles
aplicaciones de la razón, ha sido la que mejores frutos ha dado. Así, si aplicamos esos mismos
fundamentos a otros saberes, podremos asegurarnos que estamos usando la razón del mejor
modo posible.
Desde esta perspectiva, la necesidad de un método viene exigida por dos razones
fundamentales:
a) "No basta con tener un buen entendimiento: lo principal es aplicarlo bien". Todos poseemos la
facultad racional, lo que nos distingue a unos de otros es el uso que hacemos de ella. Hasta ese
momento, piensa Descartes, muy pocos hacen un buen uso.
b) asegura el buen uso de la razón y garantiza el avanzar en el conocimiento con seguridad.
4.2. El modelo matemático: intuición y deducción.
Una vez establecida la necesidad de tal método,
pasa Descartes a analizar los principios en los que
se basa su modelo metodológico: el método
matemático. En primer lugar, hay que partir de
un hecho: el saber matemático es un saber
construido y elaborado por la sola razón, sin
apoyo en datos sensibles o propios de la
experiencia.
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Así, cuando el matemático habla, por ejemplo, del concepto “triángulo”, aunque pueda
ayudarse de la figura empírica de un triángulo (dibujándola, por ejemplo, en una pizarra), se
refiere siempre al concepto que ha elaborado la razón misma acerca de esta figura geométrica.
¿Y cómo construye el matemático este saber puramente racional? En primer lugar, el
matemático suele establecer los primeros principios indudables sobre los que se asientan sus
reflexiones. Estos principios son llamados axiomas, y han de ser elaborados por intuición
racional. A partir de estas primeras verdades, se derivarán racionalmente otras verdades, a las
que se suele llamar teoremas. Y, en esta derivación, la razón se vale de la deducción.
Así, intuición y deducción son las dos operaciones racionales que lleva a cabo el matemático
para construir rigurosamente su saber, y han de ser también las operaciones fundamentales en
la construcción de cualquier saber, incluido el filosófico, pues no podemos olvidar que la
razón, para Descartes, es única y ha de proceder en todas sus tareas de la misma manera, lo
mismo cuando piensa en entes matemáticos que cuando reflexiona sobre los objetos reales o
sobre la propia divinidad.
Ahora bien, ¿en qué consisten la intuición y la deducción?, o lo que es lo mismo, ¿cuándo y
cómo usamos rectamente la razón? En primer lugar, la intuición es una actividad puramente
intelectual, ajena a lo sensible, que consiste en una especie de visión, con los “ojos de la
inteligencia” y no de los sentidos, de los contenidos mentales o ideas que aparecen ante la
mente con claridad y distinción. La intuición, pues, es una suerte de luz natural por medio de la
cual captamos de manera inmediata y sin posibilidad de error, ideas simples,
absolutamente ciertas, porque son evidentes por sí mismas. Estas ideas simples son claras y
distintas y también se las llama naturalezas simples o ideas innatas.
Por el contrario, en la deducción, la razón va derivando un contenido mental de otro, de forma
escalonada y sucesiva, basándose en las relaciones lógicas que la razón encuentra entre ellos.
Por ello, la deducción no es otra cosa que una intuición sucesiva y compleja de conceptos
simples y de las conexiones entre ellos.
Así, la deducción implica una
sucesión de intuiciones que va de
evidencia en evidencia, captadas
anteriormente por intuición. La
deducción no necesita, como la
intuición, de la evidencia presente,
sino que se la pide prestada a la
memoria. No es tan segura como aquélla pero lo es siempre que parta de principios ciertos.
Este doble dinamismo de la razón quedará expresado en las reglas II y III del método articulado
a través de los conceptos de análisis y síntesis.
4.3. Reglas del método
Descartes define el método como “el conjunto de reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales el
que las observe exactamente no tomará nunca lo falso por verdadero y llegará, sin gastar
inútilmente esfuerzo alguno de la mente, sino siempre aumentando gradualmente la ciencia, al
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verdadero conocimiento de todo aquello de que sea capaz”.
Ahora bien, Descartes opinaba que, aunque la razón tiene capacidad suficiente para realizar
adecuadamente la intuición y la deducción, es conveniente ayudarla precisamente a través de
las reglas del método, que no son nada más que “un conjunto de reglas ciertas y fáciles,
destinadas a que se usen correctamente las capacidades naturales de la intuición y deducción”.
Así, en la parte II de El discurso del Método, Descartes reduce a cuatro tales reglas.
A) Regla I: Criterio de evidencia.
Es una regla introductoria en la que se afirma:
a. La evidencia como criterio de verdad. Es decir, no aceptar nada que no sea claro y
distinto.
b. La precaución para evitar caer en el error, es decir, evitar:
c.
- la precipitación: juzgar antes que el juicio se nos aparezca como evidente o ir más allá de lo que nos
aparece como claro y distinto. Es decir, tomar por verdad algo que no podemos saber con
evidencia si lo es.
- la prevención: no aceptar como verdad aquello que nos aparece como evidente.
Mediante esta regla, Descartes nos previene contra los prejuicios o idas previas no
suficientemente sopesadas, y contra las pasiones, al advertirnos que sólo se ha de tener como
verdadero lo evidente, o lo que es lo mismo, aquello que no puede ponerse en duda por su
carácter indudable. Mediante esta regla, que identifica verdad con evidencia, Descartes está
cambiando el concepto clásico de verdad, que entendía ésta como “la adecuación o
correspondencia entre el pensamiento y la realidad”. Para Descartes, la verdad es una
propiedad propia de la razón, consistente en la claridad y distinción con que la misma razón
capta y percibe sus propios contenidos, sus propias ideas.
Por “clara”, a diferencia de “oscura”, entiende Descartes toda idea que se presenta de
forma manifiesta y nítida a la razón. Por “distinta”, a diferencia de “confusa”, entiende
Descartes toda idea que es diferenciada de otras, lo cual supone una mayor claridad y exactitud
en el conocimiento de tal idea. De modo que toda idea distinta es clara, pero no necesariamente
al contrario, pues la distinción supone la precisión o conocimiento exacto de la definición de
cada idea.
B) Regla II: Análisis.
Es el momento del análisis: reducción por grados de las proposiciones complejas y confusas a las
proposiciones más simples. La división tiene un límite: las naturalezas simples, que son los
elementos indivisibles del conocimiento, y que constituyen el último término más allá del cual
no podemos ir. Estas naturalezas simples son captadas por intuición.
Esta regla supone, pues, el inicio de un proceso de análisis con el objeto de encontrar los
elementos más simples de que se compone cada idea. Así, por ejemplo, la “idea de cuerpo” se
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compone de las siguientes naturalezas simples: corporeidad, extensión y figura.
C) Regla III: Síntesis.
Es el momento de la síntesis: divididas las dificultades y alcanzadas las naturalezas simples, llevamos a
cabo un ascenso deductivo. Este ascenso permitirá llevar la seguridad de las naturalezas simples a las
cuestiones complejas. En realidad, esta regla supone un proceso ordenado de deducción, que nos
lleva a encadenar unas con otras las ideas que antes habíamos desarticulado. Así, mientras el
análisis es el método del descubrimiento, la síntesis es el paso adecuado para demostrar lo ya
conocido.
D) Regla IV: Enumeración.
Consiste en examinar con todo cuidado la cadena deductiva para estar seguro de que:
1. No se ha omitido nada.
2. Ni se ha cometido ningún error.
Se comprueba la corrección en la unión de cada eslabón en un "movimiento continuo y no
interrumpido del pensamiento" para poder evitar que la debilidad de la memoria nos haga pasar
desapercibido algún error.
En definitiva, estas reglas han de poder ser usadas en la investigación científica y en la
propia filosofía, pues, como comentábamos anteriormente, no hay en Descartes una separación
tajante entre ambos saberes, y, además, las reglas del método valen para cualquier trabajo que
emprenda la razón. Precisamente, el propio Descartes se sirvió de tales reglas para construir su
sistema filosófico, su visión del mundo.
5. LA DUDA METÓDICA Y SU SUPERACIÓN
5.1. La duda metódica: procedimiento cartesiano para llegar a la primera verdad.
Descartes pensaba que, al igual que hace el matemático, el filósofo ha de tratar de establecer su
saber sobre unos cimientos absolutamente sólidos e indudables. Para ello, lo mismo que el
matemático, ha de encontrar una verdad primera establecida por intuición intelectual, que sea
similar a los axiomas del modelo matemático, en cuanto que de ella puedan derivarse o
deducirse también otras verdades.
La búsqueda de tal verdad primera ha de hacerse de acuerdo con las reglas del método. Se trata,
pues, de encontrar una verdad racional e indudable por ser evidente, tal y como exige la
primera regla del método, sin precipitarnos ni dejarnos llevar por prejuicios o ideas previas de
ningún tipo. Así pues, el objetivo de Descartes es la búsqueda de unos primeros principios
evidentes e indudables sobre los que construir el edificio de la filosofía y de la ciencia.
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Precisamente, para estar seguro de no precipitarnos, hemos de
someter a examen todo lo que hasta ahora hemos considerado
verdadero, hemos de empezar dudando de todos nuestros
saberes para asegurarnos completamente de su verdad.
Descartes comienza, pues, dudando absolutamente de todos los
conocimientos (duda radical), para ver si hay alguno del que no
se pueda dudar. Descartes duda de todo para poder llegar a la
verdad, precisamente para poder dejar de dudar. Esta es la
razón por la que se ha considerado que Descartes se sirve de la
duda como método para llegar a la verdad; la duda es, pues,
metódica y no escéptica. En realidad, lo que Descartes buscaba
era una verdad absoluta, indudable, sobre la cual cimentar
todas las demás verdades.
Por ello, antes de pasar a desarrollar este proceso de
duda y sus consecuencias, vamos a concretar los rasgos
específicos de la duda en Descartes:
a) la duda practicada por Descartes es universal en tanto que se aplica universalmente a
toda proposición acerca de cuya verdad sea posible dudar.
b) es una duda metódica en el sentido de que no es practicada por amor a la duda misma,
sino como una etapa preliminar en la búsqueda de la certeza.
c) es una duda radical o hiperbólica en tanto lleva el proceso de duda hasta sus últimos
extremos, llegando a dudar de los fundamentos de cualquier verdad.
d) es una duda sólo teorética porque no debe extenderse al campo de la conducta moral, ya
que, aún cuando no hayamos establecido la verdadera ciencia moral, debemos
comportarnos de acuerdo con algunos principios morales, por muy dudosos que nos
puedan parecer.
Así pues, la duda metódica es el resultado de la aplicación del primer precepto del
método, por tanto no es una duda psicológica, un simple estado mental de incertidumbre, sino
un instrumento metódico para alcanzar una idea clara y distinta, una evidencia que
pueda ser el punto de partida del edificio del conocimiento. Es la expresión de una actitud
crítica, de eliminación de todo el conocimiento asumido como verdadero injustificadamente;
una actitud de revisión de todo lo que creemos sin certeza, que es el punto de partida
necesario de cualquier saber con pretensión de verdad.
5.2. Aplicación de la duda metódica.
Puesto que queremos encontrar algo claro y distinto, algo de lo que estemos completamente
seguros, ¿cómo habremos de operar para encontrar esto? La respuesta está en la segunda regla
del método, el análisis: dividir el problema en sus elementos simples y analizarlos por
separado; por tanto, Descartes, va analizando por separado los distintos conocimientos que
tenemos para asegurarnos de que podemos estar seguros de ellos o debemos rechazarlos.
Obviamente no podemos analizar y someter a duda todos y cada uno de los conocimientos e
ideas que tenemos, así que resuelve agrupar los saberes atendiendo a la fuente de conocimiento
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de la que deriven.
A) El conocimiento sensible.
Primero, duda del conocimiento que nos proporcionan los sentidos. ¿Realmente podemos
fiarnos de lo que vemos, oímos, tocamos? o ¿hay motivos para dudar de la verdad de este
conocimiento? La respuesta de Descartes es tajante: los sentidos es un conocimiento muy poco
fiable, luego debemos rechazarlo. La duda la hace sobre dos argumentaciones distintas:
a) En primer lugar: sé que los sentidos me
engañan en alguna ocasión como, por ejemplo,
cuando percibo pequeños objetos inmensos que
están muy lejanos, como el Sol o las estrellas, o
como por causa de la refracción de la luz percibo
que un bastón que está parcialmente sumergido
en el agua parece estar quebrado; luego... ¿cómo
puedo estar seguro de que no me engañan
siempre? De lo que me ha engañado una vez no
me fiaré, concluye Descartes.
b) En segundo lugar: el argumento anterior me previene que no debo tomar por verdadero todo
conocimiento que venga de los sentidos, pero la experiencia es algo más que un conjunto de
datos que llegan a mí a través de los sentidos. Por ejemplo, soy consciente de tener un
determinado cuerpo, de estar rodeado de otros seres humanos, de tener una profesión, de vivir
en una ciudad, etc. ¿No es esto algo necesariamente verdadero? ¿Existe alguna razón o
argumento bajo el cual yo puedo poner en duda toda la experiencia? Descartes encuentra un
argumento en la conocida como “hipótesis del sueño”: si somos en ocasiones incapaces de
distinguir entre el sueño y la vigilia, ¿cómo estar seguro de que las representaciones que tengo
del mundo no son también un sueño? ¿No es acaso cierto que alguna vez he permanecido en un
estado de duermevela donde no estoy seguro de estar despierto o soñando? ¿No podría ser toda
la vida que yo considero real un sueño como había afirmado Calderón de la Barca?
Nótese que Descartes no necesita demostrar que el mundo de la vigilia no es real, le basta con
señalar que no disponemos de criterios claros que nos permitan distinguir sin duda alguna la
diferencia entre el sueño y la vigilia. La más mínima duda es suficiente para descartar la
pretendida verdad que se está analizando, en este caso, la existencia del propio cuerpo y de un
mundo exterior a la conciencia.
B) El conocimiento matemático.
Ya hemos visto que Descartes rechaza la validez del conocimiento que proviene de los sentidos.
Pero hay un conocimiento que no procede de la experiencia, pues lo tenemos sin necesidad de
acudir a nuestros sentidos; y éste, nos dice Descartes, es el más claro y evidente que tenemos.
Tal es, por ejemplo, el conocimiento de las matemáticas. No tenemos el conocimiento de los
números, o las figuras geométricas mediante los sentidos, luego aquí la hipótesis de que los
sentidos nos engañasen respecto de nuestro conocimiento, es, del todo inoperante. El
conocimiento matemático resiste las dos dudas a las que sometía Descartes al conocimiento
sensible:
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- por un lado, el conocimiento de las matemáticas nunca nos engaña, luego no hay motivos para
dudar de él.
- en segundo lugar, también resiste la prueba del sueño ya que un polígono regular, o un
cuadrado, o, el ejemplo que pone Descartes, 3+2=5, es siempre verdad aún cuando estamos
soñando. Podemos fiarnos de las matemáticas incluso cuando estamos dormidos.
Cabría pensar que Descartes, en este punto de su argumentación, ha encontrado ese
conocimiento verdadero del cual no podemos dudar, al que pretendía llegar. Si fuera así, la
filosofía de Descartes no sería diferente a la filosofía de los pitagóricos (que defendían que la
realidad se explicaba a través de los números). Sin embargo, esto no es así, también podemos
dudar de la veracidad de las matemáticas.
En el Discurso del método, Descartes se limita a
decir que, como algunas veces nos equivocamos
con los razonamientos matemáticos, esto sería
suficiente para dudar de toda la matemática. Es
evidente que el argumento no es demasiado
convincente pues en ese caso el error es producto
de la precipitación al no haber respetado alguna
regla o precepto, pero, si nos tomáramos tiempo y
nos asegurásemos de que todos los pasos son
correctos, la conclusión sería necesariamente
verdadera. Por ejemplo: cuando realizo una
operación aritmética me puedo equivocar, pero ello
no descalifica a la aritmética en su conjunto, si
repito la operación cuidadosamente el resultado
será necesariamente el correcto.
Si Descartes quiere que dudemos de la veracidad de
las matemáticas deberá presentar un argumento
más contundente y esto es lo que hará en las
Meditaciones Metafísicas (1641) al presentar la
hipótesis del “Dios engañador” (Deus deceptor) o
“genio maligno”. Según Descartes, no podemos estar seguros de que tales ideas no sean
producto de un “genio maligno” que las ha puesto en nuestro entendimiento para
confundirnos.
En un principio, en las “Meditaciones Metafísicas”, Descartes no habla de genio maligno, sino
de “Dios engañador”, una especie de dios que estaría por encima de la lógica y que, por lo
tanto, podría, por obra de su omnipotencia divina, hacernos creer en unas verdades que ante
nuestros ojos parecen absolutamente evidente, pero que no tendrían por qué serlo. Sin embargo,
el propio Descartes se da cuenta de que hablar de un “dios engañador” puede resultar muy
conflictivo e irreverente, por lo que opta por la idea de un “genio maligno”. Por otro lado, el
genio maligno no es más que un recurso retórico que en ningún momento Descartes se toma
demasiado en serio, el objetivo sería crear un clima de tensión para que el cogito apareciera
en el momento más insospechado, cuando parece que ya no puede haber nada cierto. En
14
cualquier caso, lo importante es destacar que Descartes no cree realmente que existan
“diosecillos” o “genios” que gasten su tiempo en engañar a los humanos…
5.3.
La primera certeza y el criterio de verdad: “pienso, luego existo”.
Llegados a este punto, nos encontramos que no parece existir ese mundo que los sentidos nos
ofrecen, nuestro propio cuerpo puede ser una ilusión soñada y no hay conocimiento cierto ni
tan siquiera de las pretendidas verdades más simples de la matemática. Sin embargo, topamos
con la primera y radical certeza. Así lo expone Descartes en El Discurso del Método:
“Inmediatamente después caí en cuenta de que, mientras de esta manera intentaba pensar que todo era falso,
era absolutamente necesario que yo que lo pensaba fuese algo; y advirtiendo que esta verdad, “pienso, luego
existo”, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran incapaces de
hacerla tambalear, pensé que podía aceptarla sin escrúpulo alguno como “el primer principio de la filosofía que
andaba buscando”.
Descartes, R.; Discurso del Método, IV Parte.
Esta duda radicalizada conduce a una primera verdad absoluta e inmune a toda duda: la
existencia del propio sujeto que piensa y duda. En efecto, si duda de todo, al menos es cierto
que duda, es decir, que piensa. Y si piensa, existe en tanto ser pensante. Esto es lo que expresa
Descartes con su célebre “COGITO, ERGO SUM”, que es una verdad tan firme que ni las más
extravagantes de las dudas escépticas podrían atentar contra ella. La duda puede alcanzar el
contenido de mi pensamiento, pero no al pensamiento mismo. Puedo dudar de la existencia
de lo que veo, imagino o pienso, pero no puedo dudar que lo esté pensando y que, para
pensarlo, tengo que existir.
La función del cogito es doble: señala el tipo ejemplar de proposición verdadera y prepara el
camino para la radical distinción entre el cuerpo y el alma. Por el mero hecho de dudar y
de haber intentado convencerse de que no existía, tiene que existir. La existencia del
sujeto pensante es una evidencia que está por encima de la existencia del cuerpo y del mundo,
ya que puedo imaginar que no tengo cuerpo, pero hay algo que no puedo separar de mí, el
pensamiento. Lo único cierto con precisión es que yo soy una cosa que piensa, por tanto, un
“sujeto” cuyo ser es “pensar”, que es su naturaleza, esencia o atributo. El yo es el alma, que
define esencialmente al ser humano y, a su vez, el alma se define por ser pensamiento.
La consecuencia más importante de esta primera certeza es el dualismo antropológico.
El yo o alma no necesita de ninguna condición material, tampoco del cerebro. Por ello, es
independiente y distinta de cualquier sustancia material, si es que existe. También el alma es
más fácil de conocer que el cuerpo, ya que de ella tenemos una certeza inmediata e intuitiva,
mientras que todavía no me consta la existencia del cuerpo.
La primera verdad y la primera certeza es también el prototipo de toda verdad y de toda
certeza, es decir, es el criterio de todo lo que hayamos de considerar como verdadero en
adelante. Porque veamos: ¿por qué es indubitable mi existencia como sujeto pensante? Porque
la percibo con toda claridad y distinción. De aquí deduce Descartes su criterio de certeza:
todo cuanto perciba con igual claridad y distinción que esta primera verdad, será verdadero y
podré afirmarlo con toda certeza. Pienso, luego soy no es un silogismo sino una evidencia; no
se debe interpretar “si pienso, entonces soy”, sino “soy una cosa que existe siendo
pensamiento”.
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Hay una grave consecuencia que se deriva del planteamiento cartesiano: el encierro del
sujeto dentro de sí mismo. Esto podríamos resumirlo con el término “solipsismo”. La única
verdad que se ha salvado de la duda es la existencia de la propia actividad intelectual, la
autoconciencia; pero la existencia indubitable del yo no parece implicar, sin embargo, la
existencia de ninguna otra realidad. Por ejemplo, si digo “yo pienso que el mundo existe”, tal
vez el mundo no exista, lo único cierto es que yo pienso que el mundo existe. Se ha producido
un aislamiento del sujeto respecto del mundo y de los demás. El mundo exterior, la realidad
extramental, se ha convertido en algo problemático cuya existencia se ha de demostrar.
Además, el problema de la justificación del criterio de verdad aún no está resuelto. ¿Quién
me garantiza que lo yo considero claro y distinto efectivamente se corresponde con una verdad
objetiva? La hipótesis del genio maligno aún no ha sido desechada. Quizás todas mis ideas,
incluso las claras y distintas, sean erróneas. De todas formas, el cogito es un pilar firme, una
verdad clara y distinta, el punto de apoyo que pedía para reconstruir racionalmente el mundo.
A partir de aquí, ya no será análisis, sino síntesis: reconstrucción de las realidades más
complejas a partir de lo más simple y evidente, a saber, el pensamiento. Sobre el pensamiento
y, gracias al método, va a construir todo lo que ha rechazado hasta ahora.
CUADRO RESUMEN DE LOS ARGUMENTOS DE LA DUDA METÓDICA
Se
duda
de
(Criterio)
Los sentidos nos
engañan
Dificultad
para
distinguir entre la
vigilia y el sueño
Nos permite dudar de...
Pero no de...
Las cosas sean tal y como las Las cosas existen
percibimos
- Las cosas sean la causa de Las verdades matemáticas
nuestras ideas, es decir, que
existan. Por lo tanto:
- Que exista en mundo material o
nuestro propio cuerpo.
Hipótesis del Genio - Existencia de Dios y de su “Pienso luego existo”
Maligno
veracidad.
- Verdades matemáticas.
5.4.
Las ideas.
El yo sólo existe como ser pensante, que tiene ideas. Ya tenemos una proposición
absolutamente verdadera por ser indudable y un criterio de verdad preciso y claro. Con estos
instrumentos Descartes deberá elaborar todo su sistema filosófico. Sólo sé que soy, dice,
pero aún no sé qué cosa soy. ¿Un hombre? Pero, ¿qué es un hombre, un animal racional?
Pero entonces surge un problema mayor, porque un animal debe tener un cuerpo y aún no
tenemos seguridad alguna de la existencia de mi cuerpo, porque ya vimos que la certeza
indubitable del yo no parece implicar la existencia de ninguna otra realidad.
¿Cómo demostrar la existencia de la realidad extramental, exterior al pensamiento? No le
queda otro remedio que deducir la existencia de la realidad externa a partir de la
existencia del pensamiento. Así, después de haber aplicado el análisis al problema y encontrar
lo más simple y básico de la realidad y el conocimiento (el yo), se trata ahora de aplicar la
síntesis y, partiendo de estos elementos simples que hemos descubierto (el YO), volver a
reconstruir lo que antes ha rechazado: el mundo. Entramos en el momento DEDUCTIVO de
la filosofía cartesiana: si mediante la intuición se llega al conocimiento del Yo, a partir de
esta verdad, Descartes DEDUCE todo lo relativo al mundo y a Dios.
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Para hacer esta deducción Descartes cuenta con dos
elementos: el pensamiento como actividad (yo pienso, cogito)
y las ideas que piensa el yo. Por ejemplo: si digo “yo pienso
que el mundo existe”, en esta oración pueden considerarse
tres factores: el yo que piensa, el mundo como realidad
externa al sujeto, y cuya existencia es aún dudosa y
problemática, y las ideas de mundo y de existencia que yo
poseo y sin las cuales no podría pensar que el mundo existe.
Las ideas, objeto de mi pensamiento.
Del análisis anterior concluye Descartes que el pensamiento recae directamente sobre
ideas, es decir, que el pensamiento piensa siempre ideas. Descartes distingue dos aspectos en
las ideas: su realidad formal en cuanto que son actos mentales o “modos del pensamiento”,
y en cuanto que poseen un contenido objetivo, ser imágenes que representan cosas. Como
actos mentales, todas las ideas tienen la misma realidad, pero en cuanto a su contenido
objetivo su realidad es diversa y distinta porque representan seres con distintos grados de
realidad. Hay, por ejemplo, más realidad en la idea de sustancia que en la de color, etc.
Hay que partir, pues, de las ideas y analizarlas detenidamente, para ver si alguna de ellas
nos permite salir del encierro del cogito hacia la realidad extramental.
Descartes distingue tres tipos de ideas:
ideas adventicias, las que parecen provenir de nuestra experiencia externa (no nos
consta aún la existencia de mundo externo alguno), por ejemplo, las ideas de
hombre, de árbol, de los colores, etc.
ideas facticias, las que construye la mente a partir de otras ideas, por ejemplo, la idea de
un caballo alado, de un centauro, de un unicornio, etc.
Ninguna de estas dos clases de ideas puede servirnos para demostrar la existencia de la
realidad extramental: las adventicias por provenir del problemático mundo externo, y las
facticias por ser construidas por el pensamiento.
Las ideas más importantes –aunque menos numerosas- no son ni adventicias, ni
facticias, por tanto su origen no puede ser otro sino que el pensamiento las posee en sí mismo,
o sea, son innatas. Esta es la segunda de las afirmaciones básicas del racionalismo: que las
ideas primitivas, a partir de las cuales el entendimiento construye el edificio de nuestros
conocimientos, son innatas. Ejemplos de ideas innatas serían: pensamiento, existencia,
Dios, extensión, etc.
5.5.
La demostración de la existencia de Dios.
Concluye aquí la primera gran etapa del recorrido filosófico que ha emprendido
Descartes: demostración de la propia existencia como pensamiento, derivación del
criterio de verdad y afirmación de que somos una cosa que piensa. ¿Cuál será la próxima
etapa? ¿Qué demostrará primero, la existencia del mundo o la existencia de Dios? Un
pensador anterior a él hubiera demostrado primero la existencia del mundo, puesto que
sobre ésta se apoyan la mayoría de las pruebas de la existencia de Dios. Pero Descartes
invierte este orden, porque, en vez de sustentar el conocimiento de Dios en el
conocimiento del mundo, sustenta el mundo -–al cual la duda metódica ha convertido en
17
algo problemático- en el conocimiento de Dios. Por eso es un filósofo idealista, porque
admite como verdad primera la existencia de su propia consciencia y de sus ideas. Así, pues,
el próximo problema que tratará de resolver Descartes será el de la demostración de la
existencia de Dios mediante tres argumentos: dos causales y el tercero ontológico. Dios
permitirá al yo salir de su isla. Para ello tiene que partir de la única verdad que posee, es
decir, de la evidencia de la propia existencia como cosa pensante y sus ideas.
En efecto, hay una idea que está en mi mente
y que es diferente a todas las demás, la idea de
un ser perfecto e infinito, es decir, la idea de
Dios. Partiendo de este hecho, Descartes
demuestra la existencia exterior de esta idea
(no sólo su existencia como idea). Y lo va a
hacer siguiendo tres argumentos:
a. Argumento de la infinitud.
Entre las ideas que tenemos en la mente está
la idea de infinito; ¿puede ser el yo causa de
lo infinito? Nuestro yo, nuestra mente, es una realidad finita y no puede ocurrir que una
realidad finita sea la causa de un efecto infinito; por tanto, debe haber una realidad infinita que
sea la causa de nuestra idea de infinito; esta causa debe ser necesariamente Dios, que se define
precisamente por ser un ser infinito. Esta demostración podemos encontrarla en las
Meditaciones, en el Discurso tenemos una variante de la misma que toma como punto de
partida la idea de perfección (en lugar de la de infinito) y, por lo demás se desarrolla de igual
manera: la idea de perfección que hay en mí, sólo puede haberla producido un Ser Perfecto.
b. Argumento de Dios como causa de mi ser.
Este argumento aparece en el Discurso y es como sigue: si yo hubiera producido todas las
perfecciones que poseo, también me habría dado las que no poseo y cuyas ideas están en mí
(hubiera querido ser omnisciente o todopoderoso). De ahí que estas ideas de perfecciones están
puestas en mi mente por una realidad infinita y perfecta, Dios. De la misma manera, puedo
conocer algunas de las propiedades de Dios: si encuentro alguna perfección en mí, la elevo al
grado máximo y se la atribuyo a Dios; en cambio, si encuentro algún defecto en mí, (“la duda,
la inconstancia la tristeza y cosas parecidas”) esto es por mi naturaleza limitada y mortal, por
tanto, lo niego de Dios. Así, Descartes concluye que Dios es inmaterial, porque todo lo material
es un compuesto, todo compuesto refleja dependencia y la dependencia es un defecto. Dios no
puede tener defecto alguno, así pues Dios es inmaterial.
c. Argumento ontológico.
Este argumento, que ya había sido formulado por Anselmo de Canterbury en el siglo XI, se
basa en las propiedades necesarias que tiene que tener una idea para ser dicha idea. Por
ejemplo: cuando concebimos la idea de triángulo tenemos necesariamente que concebirla con
tres lados ya que, si lo pensamos con cuatro lados, no sería un triángulo sino un cuadrado. Por
tanto, la proposición “un triángulo tiene tres lados” es una proposición necesariamente
verdadera.
De la misma forma la proposición “Dios existe” es necesariamente verdadera, pues Dios es
una idea que representa a un ser infinitamente perfecto y cuando pensamos al ser perfecto, éste
debe tener todas las perfecciones y, puesto que lo que existe es más perfecto que lo que no
existe, Dios debe existir realmente (no solamente como una idea).
18
Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes afirma que no sólo el alma, sino también
Dios, es más fácil de conocer que lo sensible. De hecho, el yo conoce con certeza su existencia y
la de Dios sin tener certeza de la existencia del mundo ni de su cuerpo. Por tanto, la idea de
Dios y del alma no son adventicias, pero tampoco, como se ha demostrado anteriormente,
pueden haber sido inventadas por el yo (no son facticias). Son innatas. La mayoría cree, sin
embargo, que es más fácil conocer la mesa que tiene delante que Dios o su alma porque siguen
sus sentidos o imaginación. Pero, si aplicaran el método, se darían cuenta de que sus sentidos
no ofrecen un conocimiento cierto, pues caen bajo los motivos de la duda.
Finalmente, le queda por demostrar a Descartes la existencia de un mundo; si se quedara en
este punto sólo existirían dos cosas, Dios y nosotros mismos.
5.6. La demostración del mundo (res extensa).
La demostración de la tercera de las realidades existentes, (el mundo físico) la va a realizar
Descartes a partir de la idea de Dios: Dios es un ser perfecto y, en virtud de su perfección, no
puede haber puesto en nuestra mente ideas que son puras ficciones, pues si hubiera hecho
esto no sería perfecto, habrá tratado de engañarnos, lo que le convertiría en un ser maligno y
por tanto, no sería Dios. En virtud de su perfección y su absoluta bondad, Dios no puede
permitir que nos engañemos. Por tanto, debo confiar en que mis representaciones del mundo
no son puras ilusiones sino representaciones verdaderas del mundo puesto que existe un
mundo fuera de nuestra mente.
Así queda descartada definitivamente la hipótesis de un dios engañador, de un genio
maligno. Tal ser no puede existir porque la perfección de Dios conlleva su veracidad. Por lo
tanto, si estoy firmemente convencido de la existencia de un Mundo exterior a mi mente, tal
mundo efectivamente existe y así Descartes logra demostrar la existencia de una nueva
realidad, una nueva substancia: el Mundo.
Descartes, con este argumento, no pretende justificar la existencia extramental de todas
nuestras ideas; si esto fuera así, por el mero hecho de la bondad infinita de Dios, tendrían que
existir en la realidad cosas tales como “unicornios”, “dragones”, “gnomos”, etc., puesto que
tenemos ideas de estas cosas. En realidad el argumento que propone Descartes sólo se refiere
a algunas de las ideas que tenemos en nuestra mente, a saber, las ideas claras y distintas,
aquellas que resultan evidentes (y los unicornios o los dragones de colores no son ideas claras
y distintas).
La existencia de un Dios perfecto, no engañador, es la garantía de que las ideas claras y
distintas son verdaderas, dicho de otro modo, Dios es el fundamento último del criterio de
verdad cartesiano. ¿Cómo conozco las ideas claras y distintas? Mediante la razón, pues tales
ideas son ideas innatas puestas en mí directamente por Dios, un Ser perfecto no engañador
que me garantiza la verdad de las mismas.
Ahora bien, en este tipo de demostración hay un problema estructural de fondo. Para
demostrar la existencia de Dios hemos de partir de ciertos axiomas o premisas. ¿Cómo
sabemos que estos axiomas son correctos? Descartes responde que nosotros percibimos
clara y distintamente su verdad. Sin embargo, surge la siguiente pregunta: ¿cómo
podemos confiar en nuestras ideas claras y distintas? Una vez demostrada la existencia de
Dios, esto no constituye ningún problema. Descartes puede sostener que Dios, al ser perfecto y
por lo tanto bueno, no puede habernos dado una mente sujeta a error acerca de materias que
cree percibir con la máxima claridad. No obstante hasta que no sepamos que Dios existe, no
tenemos ninguna garantía de fiabilidad de la mente, ni siquiera en las cosas más sencillas. Así,
desde el comienzo mismo la empresa cartesiana se encuentra amenazada por un siniestro
19
círculo vicioso: no podemos confiar en nuestras ideas claras y distintas hasta saber que Dios
existe; pero no podemos demostrar la existencia de Dios si no nos fiamos de nuestras
ideas claras y distintas.
La respuesta de Descartes a este considerable problema (conocido con el nombre de “círculo
cartesiano”) parece consistir en que existen algunas proposiciones tan claras y tan sencillas
que, incluso sin disponer de una garantía divina de la fiabilidad de la mente, se garantizan a sí
mismas. “Dos y dos son cuatro” o “si pienso, existo” son ejemplos de proposiciones tan
sencillas y directas, que al analizar aquello que afirman, no tengo la menor posibilidad de
equivocarme con respecto a su verdad.
Entonces... ¿Cómo se explica la existencia del error? Si nuestra razón está hecha a imagen y
semejanza de la de Dios... ¿Por qué me equivoco? El error es producto de la voluntad, no de
la razón: a menudo caigo en la precipitación (tomo por verdadero lo que no es evidente) y la
prevención (me resisto y finalmente niego la verdad de una idea evidente); además no
siempre me guío por la razón. La sensibilidad y la imaginación suministran multitud de ideas
a mi espíritu (adventicias y facticias), estas no son ideas claras y causan constantes errores y
equivocaciones. Por ejemplo, no existen las quimeras (ideas facticias producto de la
imaginación) y tampoco existe, en sí mismo, de manera objetiva, el arco iris (idea adventicia
producto de la sensibilidad). Si queremos alcanzar la verdad debemos apartarnos de estas
fuentes de conocimiento, la sensibilidad y la imaginación, pues son poco fiables y guiarnos
por la sola fuerza de la razón.
Para Descartes el mundo existe, pero no tal como nos lo ofrecen los sentidos, sino tal como lo
entiende la razón. Y la razón nos presenta el mundo como res extensa, que es una idea
innata. No todas las ideas son igualmente verdaderas. Las más importantes son las ideas
innatas, porque nos dan un conocimiento claro y distinto, perfectamente ajustado a las
exigencias de la razón. Les siguen las ideas adventicias que pueden tener claridad pero no
distinción (podemos ver el sol con claridad, pero nos engañamos con su tamaño). Y en el
último lugar están las ideas facticias, cuya claridad depende de la imaginación y carecen de
existencia real, como la idea de una quimera. Ahora bien, sean cuales sean las ideas, todas
ellas tienen un fundamento mayor o menor de verdad, que depende de Dios. No es posible
que Dios, que es la Suma Verdad, nos pueda engañar. Luego el mundo existe.
Utilizando la regla de la evidencia, con las características de claridad y distinción, tenemos
que admitir como cualidades objetivas de los cuerpos la extensión, el movimiento, la figura, la
situación, la duración. A estas cualidades propias de los cuerpos –las llamadas por Galileo
“cualidades primarias”- Descartes las considera realmente como propiedades de las
realidades corpóreas. Pero hay otras cualidades, secundarias, que son propiamente subjetivas,
porque están en nosotros pero nos orientan en nuestra relación vital con los cuerpos; el color, el
olor, el sabor, el sonido, etc.
Dios sólo garantiza la existencia de un mundo constituido exclusivamente por la extensión y
el movimiento (cualidades primarias). A partir de estas ideas de extensión y movimiento se
puede, para Descartes, deducir la física y las leyes generales del movimiento, de corte
mecanicista. Este mecanicismo incluye tanto a los cuerpos inorgánicos como a los orgánicos:
las plantas, los animales e incluso el mismo cuerpo del hombre son como máquinas, que se
rigen por las leyes universales y necesarias del movimiento.
20
5.7. Consecuencias de la filosofía cartesiana en la teoría del conocimiento: el mundo como
representación.
En la filosofía anterior el pensamiento recae directamente sobre las cosas, no sobre las ideas. Las
ideas son una especie de lente transparente a través de la cual se ven las cosas sin que ellas
mismas sean percibidas. Desde esta perspectiva, el mundo o la realidad garantizaban la verdad
de las ideas. Se entendía que había dos polos de conocimiento: el sujeto y el objeto, siendo la
verdad la “adecuación o correspondencia del pensamiento con la realidad”, algo que aparece
muy arraigado en el sentido común. Por ello, podemos considerar esta consideración del
conocimiento y de la verdad como “realista”.
En Descartes esto cambia radicalmente. La certeza no
está en función de una representación que surge del mundo
exterior, sino en la claridad y distinción con las que una idea
se presenta a mi mente. Esto es así porque, previamente,
Descartes ha roto el hilo directo entre sujeto de conocimiento
y realidad conocida, situando entre ellos un intermediario:
las ideas. Dicho de otro modo, no hay conocimiento directo
de la realidad porque entre ella y el sujeto (el yo pensante)
están las ideas (objetos de conocimiento). Así, mi
conocimiento inmediato no es del mundo, sino de ideas.
El pensamiento no recae directamente sobre las cosas, cuya
existencia no nos consta en principio, sino sobre las ideas. Las ideas no son una lente
transparente, son una representación que contemplamos. Se adquiere conciencia del sujeto y de
su labor de mediación en el conocimiento. Por ello, podemos calificar la filosofía de Descartes
como “idealista”.
Descartes sitúa en primer plano del conocimiento la conciencia, el sujeto, rompiéndose así
para siempre la concepción ingenua del conocimiento. Aunque sólo fuera por ello, Descartes
bien puede ser considerado el iniciador de la filosofía moderna, que es casi toda ella una
filosofía de la subjetividad, construida desde la óptica del sujeto y no del objeto de
conocimiento. Desde esta nueva perspectiva, se abren toda una serie de interrogantes que el
mismo Descartes planteaba ya en su duda metódica: ¿en qué medida la representación se
corresponde con la realidad?, ¿está causada por una realidad extramental? La filosofía
moderna girará, pues, en torno a estos problemas epistemológicos, aportando diferentes
soluciones, como harán el empirismo y Kant.
6. LA METAFÍSICA CARTESIANA: ESTRUCTURA DE LA REALIDAD Y CONCEPCIÓN
DE LA SUSTANCIA (2.c.)
La metafísica cartesiana no rompe del todo con el pasado, como hemos visto que hacía en su
teoría del conocimiento, sino que, al contrario y tal y como hemos comentado antes a propósito
del pensamiento racionalista, acude a él al definir la realidad en términos de sustancia. Para
Descartes, sustancia es “una cosa que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa
para existir”, o dicho de otro modo, la sustancia es lo que tiene existencia concreta y existencia
independiente.
Esta definición constituye el punto de partida de las diversas concepciones sobre la sustancia que
formularán los filósofos racionalistas. Así, la sustancia es entendida como aquello que existe por sí,
como el elemento estable y permanente de la realidad, que es soporte de los accidentes y subyace a
21
todos los cambios. Además, para Descartes, la sustancia es una de las ideas innatas, ya que
captamos su existencia por la propia razón a través de la intuición intelectual.
En sentido estricto, sólo Dios no necesita de nadie para existir, es decir, sólo él cumple
íntegramente con la definición de sustancia. Sin embargo, Descartes afirmó que el concepto de
sustancia se predica o afirma de dos maneras diferentes cuando se refiere a Dios que cuando lo
usamos para hablar de las otras dos sustancias admitidas por él: la sustancia pensante (res cogitans)
y la sustancia material (res extensa). Y es que a Dios o a la sustancia infinita (res infinita) le conviene
en términos absolutos la definición de sustancia, pero, por analogía o relativamente, también se
puede emplear el concepto de sustancia para referirnos al yo y al mundo, que no necesitan el uno
del otro para existir y, en ese sentido, son independientes, aunque ambos necesiten, para existir, a
Dios.
Descartes, siguiendo en parte la tradición escolástica antes mencionada, distinguió tres tipos de
realidades o sustancias:
-
res cogitans (cosa pensante: sujeto que piensa).
-
res extensa (cosa extensa: mundo material).
-
res infinita (cosa infinita: Dios).
Esta separación tajante entre las tres dimensiones de la realidad fue la causa de que Descartes
tuviera después ciertos problemas para explicar, por ejemplo, las profundas interacciones que
observamos entre lo físico y lo mental, entre el cuerpo y el alma. Es lo que se ha llamado el
problema cartesiano de la “incomunicación de las sustancias”, siendo objeto de debate y causa de las
diferencias que hay entre los diversos autores racionalistas.
En cualquier caso, afirma Descartes, a la sustancia como tal no la conocemos directamente, sino
que nuestro conocimiento se refiere siempre a los atributos, que son las cualidades y propiedades
fundamentales de la sustancia. Pero no todos los atributos tienen el mismo rango, ya que hay
siempre una propiedad principal de la sustancia que constituye la naturaleza o esencia de ésta y de
la que dependen las demás. Es el caso de la infinitud para Dios, del pensamiento para el espíritu o
sujeto y de la extensión para el mundo.
Además, las diversas manifestaciones o formas en que está
dispuesta la sustancia extensa y la pensante, aunque no la
sustancia divina, se denominan modos. Éstos son las
propiedades no esenciales de la sustancia, a la que singularizan
y completan. Así, por ejemplo, en el caso de la sustancia
pensante, el pensamiento es el atributo de la misma y son modos
del pensamiento la variada multiplicidad de operaciones
mentales conscientes capaz de realizar dicha sustancia: sentir,
dudar, querer, etc.
Como consecuencia de la separación entre las tres sustancias, Descartes se ve obligado a explicar al
ser humano acudiendo (como ya hiciera Platón) a un planteamiento dualista. Así, considera que el
ser humano forma parte, en cuanto que tiene cuerpo, del ámbito de la sustancia extensa, y, en
cuanto que tiene mente o razón, del ámbito de la sustancia pensante. La relación existente entre la
mente y el cuerpo, según Descartes, es similar a la que existe entre el piloto y su nave.
Nos encontramos, pues, con un planteamiento bien diferente al de Aristóteles, que había descrito
al ser humano como una unidad, de manera que el alma no se vinculaba sólo a la actividad
pensante o racional, sino al principio de la vida biológica. La posición de Descartes es bien
diferente, pues, para él, el yo es una sustancia cuya naturaleza se expresa en el pensar, de forma
que el cuerpo, en cuanto sustancia distinta, no piensa, y ni siquiera puede decirse que podamos
incluir al cuerpo en la esencia humana.
22
Tal vez, uno de los objetivos de Descartes, al considerar sustancias al yo pensante y al mundo
material, es subrayar la independencia del cuerpo y el alma. Es decir, el dualismo cartesiano
buscaba garantizar la existencia de la libertad en el alma del ser humano y su independencia
respecto al cuerpo que, por ser material, se encuentra sometido a las leyes deterministas del
mundo físico, en el que no cabe libertad alguna.
Pero esta separación tajante entre cuerpo y alma originará el problema de explicar cómo se
relacionan entre sí, pues Descartes, al mismo tiempo, era consciente de la interacción que la
experiencia ordinaria nos muestra entre el cuerpo y la mente. Por ello, intentó explicarla desde
su teoría, buscando el punto de conexión entre las dos sustancias que conviven en el ser
humano y, por tanto, donde se conectan las actividades de ambas. Este punto de conexión cree
encontrarlo en la glándula pineal.
Su doctrina de la sustancia le sirvió también a Descartes para justificar su modelo del mundo: el
modelo mecanicista, que era el que se iba imponiendo en la ciencia de su época (y al cual nos
hemos referido al final del apartado 5.6.).
7.
ACTUALIZACIÓN
DEL
TEMA: MATEMATIZACIÓN
Y DESARROLLO
CIENTÍFICO Y TÉCNICO. EL MECANICISMO CARTESIANO Y EL PROBLEMA MENTECUERPO (Valoración -3.b.-).
El Discurso propone un método y un criterio de verdad que son herederos de las
matemáticas y de esta forma todas las ciencias conseguirán una certeza semejante. La
matematización es una característica que desde entonces ha impregnado casi todos los
ámbitos de la ciencia occidental. El conocimiento de las cosas se consigue cuantificándolas, es
decir, reduciéndolas a magnitudes y hallando luego las relaciones entra esas cantidades. El
desarrollo de las ciencias sociales y humanas (sociología, economía, psicología, etc.) también se
explica como consecuencia de la nueva visión del ser humano que vino con el cartesianismo.
Tanto es así que ni siquiera ellas, a pesar de llamarse “humanas”, han podido sustraerse a la
matematización, que se ha convertido en un instrumento necesario en sus investigaciones.
Pero la matematización por sí sola no hubiera propiciado el
desarrollo científico si no hubiera ido acompañada por la
autonomía de la razón. Sólo una razón independiente
de la religión puede llegar a la verdad. Descartes se
convierte así en una referencia básica del proceso de
laicidad. No obstante, la fe sigue presionando para
mantenerse como criterio de verdad, como vemos en el
intento del creacionismo estadounidense por eliminar las
enseñanzas del evolucionismo en las escuelas, o en las
críticas del Vaticano a las investigaciones genéticas.
Esta separación entre razón y fe ha contribuido también a la
aparición de posiciones ateas o agnósticas. Es evidente que el pensador francés no es ni una
cosa ni otra, y que estas ideas no estaban presentes en su proyecto, ya que la razón llega a la
certeza de Dios. Pero la modernidad ha perdido el optimismo racionalista y el hombre
contemporáneo ya no cree poseer una razón tan poderosa como para afirmar de modo
claro y distinto la existencia de Dios, es decir, el racionalismo optimista ha desembocado
en un racionalismo agnóstico.
Las demostraciones de la existencia de Dios han caído en desuso. Normalmente se
considera que no es posible demostrar la existencia de Dios ni desde la ciencia ni desde la
filosofía; la ciencia porque su propio método se lo impide. Dios no es un fenómeno
empírico ni una hipótesis contrastable en la experiencia. En filosofía tampoco existe un
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argumento válido, aunque a través de su historia se han dado varias demostraciones. El
argumento causal yerra al saltarse la serie ilimitada de causas y suponer una Causa Primera,
que es una causa incausada. El argumento ontológico se equivoca en su punto de partida: la
idea de Dios en la mente.
El dualismo antropológico. El problema mente-cuerpo es una de las cuestiones más
interesantes en la filosofía contemporánea. Las posiciones dualistas han suavizado sus
compromisos metafísicos; de hecho es difícil encontrar hoy día algún defensor del dualismo
clásico o dualismo de sustancias. Si existen, sin embargo, otras formas de dualismo que
pretenden ser compatibles con los postulados de las ciencias físicas y con las
neurociencias. Estas nuevas formas de dualismo se conocen como dualismo de
propiedades. Lo que se sostiene en este caso es que, aunque no existe más sustancia que la
material, y la actividad mental se realiza en el cerebro, si existen propiedades distintas. Así,
podemos distinguir entre las propiedades físicas de cerebro (capacidad para establecer enlaces
neuronales, la química que subyace a la actividad cerebral...) y las propiedades mentales
propiamente dichas. Defensores de esta posición serían Jerry Fodor, H. Putnam (al menos en
una de sus etapas), J. Searle, y en general todos aquellos filósofos que se encuentran
cómodos dentro de las posiciones funcionalistas y la Teoría Computacional de la Mente.
Hay que tener en cuenta que una explicación mecanicista encajaría bien en el modelo
de ciencia en el que Descartes pensaba. Si recordamos su imagen de la ciencia, esta era un árbol
cuyas raíces serían la metafísica, el tronco sería el equivalente a la física, y las ramas
representarían las distintas ciencias. El sistema, nos dice Descartes, estará completo cuando
todas las ramas queden conectadas con el tronco. Este modelo de ciencia, en jerga
filosófica actual, podría reconocerse como una posición reduccionista. Considerar al universo,
incluso al ser humano como un complejo mecanismo era algo hacia lo que apuntaba la física
mecanicista.
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