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NO BASTA CON OÍR LA MÚSICA “No basta con oír la música; además hay que verla”. Igor Stravinski Todo hace pensar que se abre una nueva etapa en la vida política, social y cultural de la ciudad de Barcelona. La intención del presente escrito es ofrecer nuestros puntos de vista acerca de la incidencia que las diferentes políticas culturales llevadas a cabo hasta ahora han tenido sobre el sector musical. Más allá de lo acertado o no de nuestra reflexión, ésta se basa en años de experiencia y participación en el sector, aunque sabemos que esto no les otorga garantía de certeza. La música ha sido la parcela cultural más desatendida por parte de las administraciones públicas. Paradójicamente, es la más utilizada para obtener réditos políticos y a la que siempre se recurre cuando se trata de dar buena imagen ante la ciudadanía en campañas electorales (mítines), fiestas mayores, inauguraciones, eventos oficiales… En fin, que aquello que proclamaron los romanos hace siglos de “al pueblo pan y circo” se ha transformado en “al pueblo pan y música”. A modo de ejemplo: no se culmina un festejo electoral, o la toma de posesión de un gobierno, con un espectáculo de danza o teatro, o proyectando una película. Normalmente se hace con música. Del mismo modo, durante la llamada transición y con la llegada de los ayuntamientos democráticos, a ningún concejal de cultura se le ocurrió ofrecer en las fiestas mayoresprogramaciones de teatro, danza, circo o cine “gratuitamente” (entre comillas porque en realidad nada es gratis; los honorarios satisfechos a los artistas por el erario público los pagamos todos). Este escrito está dirigido a los responsables políticos de nuestra ciudad, y queremos dejar constancia de que en algún momento necesitaremos, para tener referencias comprobables, hacer comparaciones con otros sectores de la cultura, sin que por ello, pretendamos crear antagonismos ni polémicas. Hasta hoy, y a pesar de haber participado en comisiones de trabajo de diferentes planes estratégicos de cultura, no sólo nos ha sido muy difícil confrontar la realidad del sector musical ante supuestos interlocutores, sino también poder debatir en igualdad de condiciones respecto a otras disciplinas artísticas. Las ideas sobre música alumbradas desde la política se han balanceado entre lo peregrino y el desdén. Producto de ello es que cada gestor o responsable, al trabajar bajo automatismos, ha acudido a buscar quien le aporte soluciones “dóciles” para ir saliendo del paso. Nunca se han tratado los temas que afectan a la música con la seriedad necesaria, y cada administración, a trancas y barrancas, se ha asesorado por consejos denominados “participativos”, cuyos miembros, en algunos casos, los han utilizado como palanca de defensa de sus intereses. Según los ideólogos de la última etapa municipal, la diferencia entre la política cultural del periodo PSC y la del de CiU radica en que los primeros apostaron por crear un paisaje de grandes árboles foráneos de rápido crecimiento y, en cambio, los segundos, por árboles de crecimiento lento pero autóctonos, es decir, lo que se encuentra por debajo de la frondosidad del bosque, a pesar de que nadie se haya preocupado por debatir con los que cavamos la tierra, echamos las 1 semillas y después la aramos. Si reducimos el relato al símil del “sotobosque” (muy sutil, por cierto) y lo trasladamos al sector musical, comprobaremos la falta de ideas y la intención de utilizar la música como mero elemento decorativo. Pues bien, este escrito desea mostrar el sentir del sotobosque, ya que es ahí donde se producen los nutrientes que alimentan y permiten la existencia de grandes árboles, sean del tipo que sean. Es ahí donde encuentran cobijo la mayoría de especies animales e insectos, imprescindibles para configurar un conjunto diverso y rico en el que todos tienen su importancia y nadie crece en detrimento de otros. No es nuestra intención señalar a nadie por las políticas del pasado: amiguismos, concesiones, cambalaches y posibles connivencias que hayan podido existir. Tampoco queremos denunciar ahora las anteriores políticas, ya que quienes suscribimos el documento siempre lo hemos hecho, y es por eso que pretendemos construir y avanzar en esta etapa que se ha abierto. Presuponemos entonces la misma intencionalidad en la mayoría del sector. Aguardamos la aparición de otros documentos que expresen los sentires y puntos de vista de los distintos actores del sector musical. Del debate abierto de ideas surgirán las probables estrategias y soluciones. Con la participación activa se perfilarán los trayectos a seguir. Política Cultural, Sector Música En primer lugar sería necesario definir los aspectos diferenciadores en el sector, ya que la confusión imperante hasta ahora ha resultado perjudicial. La política ha tendido a la simplificación colocando a todo el sector en el mismo saco. Las consecuencias de este reduccionismo han permitido que los más beneficiados hayan sido los que disponen de máscaras seductoras, o lo que es lo mismo, los que disponen de más capacidad económica. Si una de las claves de la política catalana es la reivindicación del hecho diferencial, ¿por qué en la práctica se ha optado por una política musical que no reconoce diferencia alguna en el sector? La música amateur Es aquella que lleva a personas, individual o grupalmente, a expresarse a través de la música sin otros fines que el placer propio o el compartido con otras personas. Una opción que no espera retribución material alguna, o en cualquier caso unos emolumentos de importancia relativa. En este apartado se encuentran las agrupaciones y corales de gospel, litúrgicos, clásicos, tradicionales, canto coral, los músicos de calle, las formaciones musicales cuyo objetivo no es la profesionalización y el colectivo que, por motivos diversos, desinteresadamente, colabora en aliviar el sufrimiento de enfermos, niños y ancianos a través de la música. Hasta hoy se ha ignorado este perfil, más numeroso de lo que nos creemos. Nunca ha habido hacia ellos otra actitud que la indiferencia o la represión en el caso de los llamados músicos callejeros. Bajo nuestro punto de vista, debería haber más atención y ayuda a los diferentes colectivos referenciados. Ayuda que podría ser económica o de cesión de espacios de ensayo, unos acuerdos que se convertirían en retorno ciudadano mediante ciclos gratuitos de música en plazas, iglesias, centros cívicos, residencias, casales de jóvenes, centros de mayores y parques de todos los barrios de Barcelona. 2 Referente a la controvertida música en la calle, la solución sería bastante simple: volver a dar vigencia al bando progresista dictado por el alcalde Pascual Maragall. Bando que detallaba claramente dónde, cuándo y cómo se puede ejercer esta actividad. Este bando compatibiliza el derecho a expresarse musicalmente en la calle con el necesario descanso vecinal y fue dejado de lado por presiones de sectores que confunden la música con el ruido y hacen prevalecer los intereses privados sobre el bien común. Show Business Este sector tiene actualmente mucha importancia social, genera puestos de trabajo, fomenta la imagen de la ciudad y se ha convertido en un fenómeno de masas. Entendemos que, salvo excepciones, es una industria como otras y debe ser tratada como tal a la hora de recibir, o no, ayudas públicas. Lo que sí nos debería llevar a la reflexión es el fenómeno que representa: sólo el 5% de la programación de estas grandes citas musicales la conforman bandas locales, el resto son artistas de éxito. Creemos que esta tendencia se tendría que invertir. La música hecha en Barcelona ha de estar presente y ha de cobrar protagonismo con medidas de apoyo a salas, músicos, agentes y empresas musicales. Creemos que la música que se hace en nuestra ciudad puede transformarse en materia exportable y acceder a los circuitos de todo el mundo. En este sentido, bastaría con calcular los ingresos que generaron para el estado francés la empresa de contratación y el grupo Gipsy Kings, que sin inventar nada se dedicó a llevar por el planeta un repertorio de rumba catalana, la que se engendró en Barcelona a mediados del siglo pasado. Con empresarios comprometidos, grupos de calidad y suficiente apoyo institucional, probablemente generaríamos un sector musical exportador, y esto redundaría en beneficio de los ciudadanos de Barcelona y por extensión de toda Catalunya. Salas de conciertos Nos permitiremos utilizar ejemplos comparativos en relación a otros sectores culturales, una manera de dejar constancia de la ceguera y arbitrariedad con que la música ha sido tratada por la administración. No es nuestra intención crear antagonismos ni polémicas sectoriales. Las salas de conciertos de pequeño y mediano formato son, según las normativas actuales, industrias molestas. En cambio, los teatros de los mismos aforos son considerados equipamientos culturales privados. No hay que ser muy sagaz para entender por qué una ciudad como Barcelona tiene diez veces más salas de teatro alternativo que de música en directo, espacios que programan a diario desde la proximidad. En este sentido, estamos de acuerdo en que para hacer conciertos se deba exigir todo lo necesario en materia de seguridad, insonorización, camerinos, equipos de luces y sonido e infraestructura laboral, pero creemos que debería haber una política municipal de apoyo al puñado de empresas musicales ya existentes que gestionan las salas de aforo menor a ciento cincuenta personas, así como el fomento a la aparición de nuevas salas, tanto privadas como de carácter social o cooperativo. Y consideramos urgente dejar atrás, de una vez por todas, el concepto represivo ante estos lugares de cultura, ya que pueden coexistir perfectamente con una vida vecinal apaciguada. 3 Estos sitios, concebidos como espacios de libertad y transgresión artística, son los que permiten a los nuevos creadores confrontar su obra ante el público. También a los ya consolidados expresarse libremente sin ataduras comerciales, generando unos y otros la aparición de un público inquieto y curioso que, corrobore con su presencia, lo acertado o no de las propuestas. Es aquí y no en los conciertos multitudinarios (y que se pueden ver en cualquier otra ciudad) donde quienes nos visitan pueden comprobar el atractivo y excelente nivel musical de Barcelona. Desde la administración municipal se debería apoyar a las empresas culturales del sector de la música en la producción de espectáculos, igual que se hace en el campo de la danza, el teatro y el cine. Hay que aprovechar las salas de conciertos como infraestructuras de los festivales públicos y promocionarlas en igualdad de condiciones que al resto de equipamientos culturales de la ciudad. La franja más dinámica del turismo sin duda se sentirá atraída por lugares recogidos y de solera contrastada donde la música en directo convive perfectamente y sin conflictos con la ciudadanía. Estos equipamientos padecen la competencia de otros que dependen de la administración pública. En el aspecto musical habría que definir el rol que juegan los centros cívicos, los cuales realizan programación a fondo perdido. Hay casos en los que en el centro cívico se desarrollan ciclos calcados y de las mismas características que otros que diariamente, desde la iniciativa social o privada, bregan por mantener una programación estable de calidad. Es importante anotar que algunos centros cívicos han pasado a ser gestionados por empresas privadas. ¿Qué diferencias existen entre éstas y las que programan las salas de conciertos barcelonesas? Hasta el año 2007 el Ayuntamiento de Barcelona no ofrecía siquiera la posibilidad de que una sala que programa música en directo solicitase ayudas. Cuando una parte del sector se alborotó, anunciando que dejaba de realizar conciertos, el ICUB se sensibilizó y creó un presupuesto ínfimo. Una cuantía a repartir entre todos sin diferenciar un sitio con aforo de mil personas de una sala para cien, conociendo obviamente, que son realidades y necesidades diferentes. Enseñanza musical A primera vista, Barcelona dispone de un cañamazo bien tramado en cuanto a la enseñanza de la música: cuatro escuelas superiores, un conservatorio profesional, un centro integrado (bachillerato artístico), cuatro escuelas municipales y alrededor de dos docenas de centros de formación musical de titularidad privada, gestionados a través de asociaciones, colectivos de músicos pedagogos, fundaciones, cooperativas, sociedades anónimas laborales, empresas y grupos de autónomos. El problema radica en que la base, la música como asignatura troncal en la enseñanza obligatoria, no ha cuajado. La LOGSE, en su redactado, recogió que la música se tenía que implantar en primaria y secundaria, pero después, la falta de recursos de los centros escolares, la selección de los especialistas y la falta de enjundia de las asociaciones de madres y padres de alumnos, provocaron que, salvo excepciones, las ilusiones depositadas se convirtieran en agua de borrajas. Una ley que nació con la idea de socializar la música desde que se accede al colegio, quedó truncada. Como ha sucedido en otras áreas, el Ayuntamiento de Barcelona intentó paliar el fracaso que supuso la enseñanza de la música en el régimen general obligatorio, incentivando la puesta en marcha de las escuelas municipales de música. Una iniciativa liderada por los gobiernos del PSC 4 bajo el impulso del ICUB y no del IMEB. La idea era que cada distrito de la ciudad dispusiera de una escuela municipal de música. En la actualidad son cuatro los distritos donde el plan se ha hecho realidad: Sarrià, Sant Andreu, Nou Barris y Eixample. A la hora de la planificación, los centros de titularidad privada ni tan siquiera fueron llamados a que pudieran ofrecer su experiencia en una actividad para ellos cotidiana. Unas escuelas de música diseminadas en casi toda la ciudad fueron olvidadas, a pesar de que la existencia de muchas de ellas, es muy anterior a la construcción de las escuelas de música municipales. La separación provocada por si la titularidad de una escuela de música es del municipio o de una empresa es uno de los errores de más calado cometido por los representantes políticos desde el advenimiento de la democracia. Lo importante es lo que sucede en su interior, la vida musical, el aprendizaje que se imparte en las aulas y la proyección social en su entorno más inmediato y por extensión en toda la piel de Barcelona. La confrontación no es un buen reclamo, como tampoco lo es el sentimiento de marginación, todavía existente entre los directores, profesores, alumnos y familias de las escuelas de música de iniciativa privada. El Ayuntamiento, antes de haberse lanzado a construir y por tanto a invertir, tendría que haber escuchado a todos los sectores implicados, así como calibrar qué utilización pública se le iba a dar a unos edificios que, por la edad de los alumnos, sólo van a estar activos fuera del horario escolar, es decir, de 17:30 a 21:30h. La inversión pública debe reportar un retorno social no sólo a los niños y jóvenes inscritos en la escuela de música, sino también a otros colectivos que deberían tener acceso a las instalaciones en los horarios en que no se imparten clases. En la actualidad, a pesar de los resquemores indicados, la convivencia entre unas y otras es de colaboración y ayuda mutua. Una divisa a potenciar: sumar y multiplicar en vez de restar y dividir. Músicos Existe un concepto erróneo acerca de esta vocación, que en un porcentaje elevado acaba siendo una profesión. La equivocación consiste en considera al músico como alguien extraño y que en lugar de elegir una opción laboral productiva escoge la música. Una sociedad sin música sería una sociedad neurótica, enferma. La función social de esta disciplina es fundamental e imprescindible ya que no sólo cohesiona a la ciudadanía, sino que fructifica en función del sitio y el momento en el que surge. De esta peculiaridad nace su carácter cuestionador, en ocasiones considerado subversivo desde los estamentos de poder. Los músicos que crean música, en muchos momentos canalizaron y unieron los anhelos de cambio entre la población. Entendemos, por tanto, que desde el Ayuntamiento se debe fomentar la profesión musical. Las ayudas económicas deberían dirigirse a los creadores, ya que es incomprensible que un actor, un bailarín o un director de cine puedan crear una compañía y solicitar apoyo para sus proyectos y, en cambio, esta realidad no se contemple como plausible al tratarse de un grupo de música. Por tanto, debería fomentarse la creación de empresas musicales, cooperativas, grupos, compañías de música y asociaciones dirigidas y formadas por músicos, dedicadas a la producción y promoción de proyectos. Unos proyectos que, apoyados económicamente por las instituciones 5 públicas, obtendrían un retorno social presentándose en salas con un formato de proximidad, así como en festivales, propuestas cualificadas para acceder al circuito nacional e internacional con la garantía que ofrecería al haberse creado y rodado en Barcelona. La preparación profesional de los músicos de nuestra ciudad necesita reconocimiento institucional y ciudadano, así como medidas que alienten la complicidad de los distintos agentes que hay entre la composición de una obra, su difusión y la distribución de la misma. Nadie en su sano juicio está en contra de que reconocidas figuras del mundo de la música realicen conciertos en Barcelona. Forma parte del show business, una actividad totalmente respetable. Si para ello las empresas reciben alguna inyección económica por parte del Ayuntamiento, se les debería aconsejar que en cada concierto actúe también una banda enraizada en la ciudad. El público asistente podría ver y conocer lo que existe en Barcelona, establecer comparaciones y quizá sorprenderse por la calidad de sus formaciones musicales. No preconizamos una política de “cupos”. Éstos han demostrado no servir de mucho. Se deberían programar artistas residentes en Barcelona usando el canon de la calidad musical. Esta fórmula no sólo crearía trabajo sino que también fortalecería el tejido musical y la imagen de una ciudad abierta, dinámica y creativa. Una metrópoli donde se mezclan y abrazan un montón de tendencias y estilos musicales que se enjaretan con mimbres de aquí, de allá y de más allá. Procedencias y orígenes plurales, el retrato musical acorde con el retrato social. Un soniquete singular en un mundo global, una Barcelona rumbera y rumbosa. La diversidad musical de nuestros profesionales es mucho más clarificadora que cualquier otra disciplina artística. Los músicos representan un papel fundamental en la riqueza cultural de una sociedad en la que conviven diversas visiones artísticas y creativas, tal vez uno de los motores más potentes que proyectarán al mundo la imagen de Barcelona como ciudad abierta y en permanente transformación. Una imagen que nada tiene que ver con la del parque temático donde demasiadas veces gremios y corporaciones la quieren encajonar. La nueva política cultural relativa a la música está abocada a apoyar claramente al músico como creador, generador de riqueza y pieza fundamental en el prestigio del sector. Equipamientos y festivales públicos El presupuesto municipal destinado a los consorcios públicos que gestionan los equipamientos musicales y los festivales (Grec y Mercè) es muy elevado. Se les asigna alrededor del 70% del total dedicado a la música. El dar a conocer (transparencia) la cantidad final que se gasta en programación musical y el coste económico que supone la estructura profesional de cada uno de los consorcios musicales de carácter público, incluyendo al ICUB, tendría que ser una de las prioridades del nuevo cartapacio municipal. ¿Quién decide la vida musical de un equipamiento y/o sus espectáculos? ¿Se ha efectuado un análisis del perfil del público asiduo? ¿Qué estratos sociales resultan beneficiados de las subvenciones a estos grandes y prestigiados contenedores/equipamientos públicos de música? 6 ¿Por qué a la hora de computar el número de entradas vendidas (porcentaje de ocupación) no se separan las de la programación propia de aquellas que dependen de los promotores privados que alquilan este o aquel contendor público de música? ¿Qué retorno social se les exige a los cargos directivos de estos espacios de cara a que cumplan su función socializadora en relación con la música y su popularización? ¿Existe algún contrato‐programa firmado entre las administraciones públicas, responsables de los equipamientos musicales consorciados y los equipos directivos que lideran los mismos? ¿Los expertos del CoNCA y del Consell Municipal de Cultura de Barcelona han emitido alguna vez informes relacionados con los apartados designados más arriba? Son preguntas cuyas respuestas deben surgir de un debate serio y abierto con el sector y no montando planes estratégicos inviables, aspas de molinos que no cortan ni el viento por estar altamente oxidadas. Las puertas giratorias en el mundo de la cultura, también en el de la música, provocan el trasiego de cargos: hoy están en lo público, mañana en lo privado. El presente documento quiere poner sobre la mesa un debate que está latente: la relación entre lo público y lo privado; la vocación o no de algunas entidades privadas con más consciencia pública que otras a las que el valor se les supone (la misma frase pero a la inversa también sería un buen punto a tratar). Se da la paradoja de que los grandes equipamientos públicos (nos referimos a los que realizan su labor musical en Barcelona) son alquilados a empresas privadas, y un alto porcentaje de los conciertos que se llevan a cabo usan esta fórmula que equilibra la cuenta de resultados anual. Mientras más días ocupados en el calendario por ciclos ajenos, mejor se atan los números de la casilla de ingresos, menor es el riesgo y a vivir que son dos días. Las empresas privadas pagan religiosamente el alquiler y los directivos del equipamiento público se tranquilizan, por lo menos durante unas cuantas fechas.Mientras más, mejor. Esta incidencia nos lleva a realizar otra pregunta: ¿para qué hace falta un equipo altamente cualificado a tiempo completo cuando sólo es responsable de una parte de la programación? Sería, tal vez, otro de los temas a debatir, ya que si bien no se trata de prescindir de nadie, también es necesario optimizar el rendimiento de los altos cargos que trabajan en entidades dependientes de la administración pública. Personas muy valiosas por su experiencia y preparación que podrían formar una plataforma para evaluarse de manera comunitaria: aportaciones, ideas, iniciativas, recursos, comunicación, digitalización. Referente a los festivales públicos (Grec y Mercè) y la competencia que establecen, se quiera o no con los privados, es una lucha absurda y sin sentido que no se daría si se supiera delimitar el campo que cada iniciativa debería ocupar. A nuestro entender estaríamos ante propuestas claramente diferenciadas. Pero como la realidad nos muestra que la programación es intercambiable, de ahí la competencia y la confusión. En los festivales realizados con dinero público se debería programar aquello que no está en el ideario de las empresas, independientemente de la procedencia y dejando a un lado las propuestas presididas por la contratación de éxito comercial asegurado, ya que esta labor la realiza a las mil maravillas el sector privado. Quienes afirmamos esto podemos corroborar, con 7 experiencias y ejemplos prácticos, que se puede organizar un excelente ciclo o festival musical sin necesidad de recurrir a opciones meramente comerciales. Si son estas las que llevan a los directores de festivales organizados por la iniciativa pública a decidirse por este o a aquel artista, es cuando se monta el desbarajuste. Entendemos que no todo es blanco o negro y que en los matices quizá encontremos la solución. Por otra parte, los festivales públicos se han de realizar con el presupuesto asignado y no recurriendo al patrocinio privado ya que esta opción podría condicionar una relación sana entre la institución y las marcas de renombre. No hay patrocino incondicional. Por el contrario, desde el Ayuntamiento se podría ayudar a fomentar la inversión de patrocinadores comerciales en el sector privado, una fórmula para poder prescindir del dinero público. Música y crisis económica Mientras todo iba bien nadie creyó necesario analizar o exigir resultados al invertir dinero público. Sin criterio, sin visión de futuro, sin comprensión social ni parámetros culturales, se gastaba y derrochaba sin otra preocupación que justificar presupuestos y crear necesidades ficticias con tal de inflar el globo sonda oficialista. Una actitud miope: a río revuelto ganancia de pescadores. O bien, usar la música para obtener réditos electorales, el brillo que no se encuentra en otros ámbitos. Con el mazazo de la crisis quedó al descubierto que la élite de la gestión cultural había perdido el norte. Acostumbrada al derroche no supo hacer otra cosa que reducir plantillas de trabajadores, pagar menos a los artistas jóvenes que emergían en el mapa, pero no a los de éxito consolidado, programar menos espectáculos y una inacabable lista de desaciertos entre los que no se contempló nunca la reducción salarial o numérica de los directivos al frente de los equipamientos públicos, un asunto al que ya nos hemos referido. El ejemplo más elocuente del talante, ineficiencia y soberbia lo ejemplificó el director general del Gran Teatre del Liceu al afirmar que si recortaban el presupuesto, el estupendo contenedor de ópera se transformaría en “un teatro italiano de provincias”. La desfachatez de estas afirmaciones en un momento en el que el peso de los recortes recaía en los sectores más débiles y desfavorecidos de la sociedad, sólo son comparables al silencio de la clase política, incapaz de contestar y ofrecer argumentos más imaginativos. Una élite acostumbrada a perpetuar su visión clasista de la cultura y ante las que se han doblegado los políticos, autoridades que las presentan como interlocutoras válidas con quienes fotografiarse y compartir ruedas de prensa. El problema de personajes como Félix Millet no es solamente el desvío de dinero hacia su bolsillo o para financiar opciones políticas, sino también la veneración que por él sentía la clase política y cultural de todos los colores. Quico Pi de la Serra, músico y compositor Daniel Negro, Harlem Jazz Club Lluís Cabrera, Taller de Músics 8