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TÍTULO DE LA PONENCIA: Análisis de los ritos agrarios romanos. El caso de
la”suovetaurilia”.
NOMBRE DE AUTOR: Lidya Esther Antreassian Lorenzo.
TELÉFONO: 29006954/ 096485164.
MAIL: [email protected]/[email protected]
TRES
PALABRAS
CLAVES
QUE
DEFINEN
EL
TRABAJO:
RITOS-
AGRICULTURA-SUOVETAURILIA.
La presente investigación tuvo su inicio en el Seminario de la asignatura de Historia
Antigua del Departamento de Historia Universal.
El mismo tenía como tema:”Historia, Teoría y Praxis de la Cultura Agrícola de Roma”
.De los temas del Programa me interesó el punto III” El ciclo rural” y en él el apartado III.2
“Ritos y mitos agrarios”.
Se pretende abordar los ritos agrarios y su permanencia y modificaciones en el tiempo.
Centramos nuestro análisis en la”suovetaurilia”un rito tanto público como privado, y por
ser una ceremonia de purificación es fundamental en la vida romana, abarcando
prácticamente todos los ámbitos de la sociedad.
La ceremonia o rito de purificación (lustratio) estaba articulada no sólo con la ciudad sino
también con el ejército y el campo, y siendo junto con la Feriae Sementiuae (sementinae) las
de mayor importancia en el mundo rural.
Siendo la suovetaurilia el rito más antiguo y el que permaneció por más tiempo en la
religión romana, el más adecuado para el análisis de la investigación.
La fuente seleccionada, por ser la que explica el rito privado es: CL.”Procedimiento
adecuado supuesto que se quiera purificar un campo”, p. 199. Catón, De Agri Cultura,
Universidad de Granada, España, 1976, traducción: Ana Mª Perales Alcalá.
Comenzó la investigación planteando como era la religión romana en sí, sus orígenes e
inicio, así como la importancia que ella tenía para los romanos.
Las primitivas creencias llegadas a la península con los primeros pueblos fueron
evolucionando a través del tiempo y de los contactos con otras poblaciones.
Por un proceso gradual de ciertas creencias con un campo de acción común tendía a
agruparse como las variadas manifestaciones de un solo dios.
El cielo, fuente primordial de beneficios y daños, ha sido adorado por todos los pueblos
primitivos.
Los latinos lo divinizaron bajo el nombre de Júpiter, que con diferentes apelativos gobierna
los respectivos fenómenos celestes.
Sin embargo no es todavía un dios todopoderoso, el cielo es su específica jurisdicción y a él
exclusivamente se limita su influencia.
Otro elemento a destacar de la religión romana es el culto de los antepasados, cuyos
vínculos esenciales con la organización de la familia y la sociedad son muy conocidos.
El jefe de familia, el pater, es lógicamente el sacerdote de ese culto familiar que requiere ser
solemnizado con ritos que hagan participar a los antepasados en la circunstancia que se
celebra.
Las ceremonias del culto doméstico tiene lugar ante el fuego, en sí mismo una divinidad:
Vesta, que arde sobre el altar que ocupa el centro de la casa.
Las poblaciones pre-indoeuropeas que los itálicos encontraron en la península les aportaron
nuevos elementos religiosos.
Aunque no es mucho lo que se sabe sobre la vida espiritual de aquellas generalmente se
acepta que mientras las divinidades del cielo fueron traídas por los invasores, las del suelo y
subsuelo serían de origen mediterráneo.
Y responderían en último término a los diversos aspectos de una sola y primordial: la Tierra
Madre.
Su culto se habría manifestado en forma de sacrificios sagrados, y danzas orgiásticas, con
todo lo cual se buscaba excitar la fecundidad de la naturaleza que se traduciría en
abundancia y riqueza para los hombres.
La dominación etrusca en el Lazio, que comportó la organización de Roma como ciudad, no
podría dejar de marcar una huella profunda en la evolución religiosa.
Con la expulsión de los reyes etruscos esa influencia no cesó, al contrario se prolongó hasta
que su civilización se extinguió en el siglo I a.C.
El carácter abierto de la religión romana no privaba al Estado de un deber de fiscalización en
manos del Senado, frente a la aparición de nuevos dioses.
Al principio se les recibió a designación de dioses extranjeros y sus altares no podían
erigirse dentro del circuito sagrado trazado por Rómulo (pomerium).
Uno de los campos en que se encuentran y manifiestan con mayor realce las características
del conjunto de la civilización romana, tal vez la más notoria y a su vez la más original, es el
formulismo de su religión.
Los dioses desean que el hombre se dirija a ellos utilizando palabras, gestos, movimientos,
instrumental, incluso vestimenta, que deben permanecer inmutables a través del tiempo.
Cualquier alteración o error provoca la nulidad de la ceremonia que debe recomenzar
cuantas veces sea necesario.
Este rígido formulismo es uno de los caracteres del primitivo derecho romano, esto se debe a
la confusión original entre derecho y religión, a esta última hay que agregar también que es
contractual.
La relación entre el dios y el hombre que lo invoca es similar a la de dos contratantes
humanos: la prestación que se ofrece, sacrificio o promesa, es la condición sin la cual no se
obtendrá el beneficio deseado. Doy para que me des (Do ut des).
A cada uno lo suyo, a las divinidades se les debe sumisión y reverencia, y por eso las
oraciones incluyen la frase <<como es tu derecho >>.1
A su vez la súplica debidamente realizada compromete su buena voluntad, que se concretará
con la concesión de lo pedido.
Es pues el ruego romano el cumplimiento exacto de una obligación cuyo acreedor es el dios.
La religión es función primordial, aunque no privativa del Estado, que mediante sus
magistrados y su senado protagoniza el culto público y vigila las actividades religiosas de
los particulares.
En la primitiva sociedad romana el supremo sacerdote era el rey. Por una evolución de sus
poderes religiosos se trasmitieron, cuando cayó la monarquía al rex sacrorum, que siglos
después perdía su primacía a favor del pontífice máximo, sólo se encargaba de proclamar las
festividades y dirigir el culto de Jano y ciertos sacrificios.
Las funciones sacras eran preponderantemente cubiertas por colegios de sacerdotes, que
especializándose en aspectos específicos del culto, habían ido surgiendo y sobreponiéndose
a través de las épocas.
1
GRIMAL Pierre, La civilización romana, Ed. Juventud S.A., Barcelona, 1965, traducción F. de C. Serra
Ráfols.
Sus miembros eran vitalicios, pero no formaban un grupo social separado.
Podían desempeñar cargos políticos y militares, pues el sacerdote romano era comparable a
una magistratura, en cuanto significaba una manera de servir al Estado y no suponía una
vocación ni un ascetismo particular.
Por otra parte, eran los magistrados civiles, en primer lugar los cónsules, quienes
representaban a la ciudad ante los dioses efectuando por sí mismos los sacrificios.
También presidían las festividades, inauguraban templos, así como el pater familia era el
oficiante del culto doméstico.
Al no ser los sacerdotes unos mediadores necesarios entre los romanos y las divinidades, su
papel tal vez pueda ser definido como el de”péritos sagrados”2 expertos en el ceremonial
formulista que constituye el lenguaje único que los dioses admiten.
Resulta tal caracterización especialmente adecuada para el más alto de estos colegios, el de
los pontífices.
Como producto de una transformación imprecisa, en la época histórica se encuentran en
calidad de supremos guardianes de la pureza de los ritos cumplidos tanto por los
magistrados como por los particulares.
Las autoridades estaban obligadas a consultarlos y a seguir sus prescripciones en los casos
de duda que se presentaran respecto de los deberes religiosos del Estado.
Su presencia en todas las ceremonias públicas garantizaba la exactitud de las invocaciones,
ofrendas y plegarias.
Los primitivos altares con los que se marcaban los lugares que se entendían frecuentadas por
los dioses, habían cedido en importancia desde la época etrusca a los templos.
Pese a existir varias decenas de ellos no se abandonaron como sedes del culto algunos
bosques y fuentes ni los numerosísimos altares aislados.
Tanto un templo, creado generalmente por ley, o un simple altar, el santuario pertenecía al
dios y la preocupación legalista de los romanos los impulsaba a limitarlo con exactitud,
mediante un muro o un surco rectangular interrumpido por una entrada que debía mirar
hacia el oeste.
Los actos religiosos se componían esencialmente de dos elementos: la oración y el
sacrificio.
2
MOMMSEN, Theodor, Historia de Roma, Ed. Aguilar S.A., Madrid, 1958, traducción: A. García Moreno.
La oración había perdido ya el carácter obligatorio de la primitiva fórmula mágica que
intentaba forzar la acción o abstención del dios, al contrario, se procuraba inducir a la
benevolencia de la divinidad.
Ante todo se la nombraba, si era conocida, o se usaban las fórmulas precauciónales, luego se
le solicitaba el favor deseado, invitándola a aceptar el sacrificio compensatorio.
Debía pronunciarse la plegaria rítmicamente y es probable que en muchos casos se cantara.
Se repetía tras el sacrificio para cerrar la ceremonia, como si fuera un resumen de lo
actuado.
El sacrificio en la época clásica, ya no implica la alimentación física del dios, sino un
homenaje que provoca su satisfacción, mediante la ofrenda de los bienes del agro, los más
preciados para el campesino, que en el fondo, aún era el romano.
Generalmente el sacrificio se limita a derramar la sangre de animales que deben llenar las
condiciones más gratas a cada dios en materia de edad, sexo y color.
Otro tipo de sacrificio eran las ofrendas incruentas: trigo, vino, leche, flores, alimentos
elaborados con harina, etc.
Siendo el sacrificio el acto religioso por excelencia, se regulaba con especial esmero, nada
en los numerosos detalles de esta ceremonia era descuidado.
El ritual no podía dejar a su antojo la libertad de proceder al sacrificar porque en el sistema
litúrgico de los romanos, la eficacia de los actos iba absolutamente unida a su forma.
El sacrificio era un homenaje cuyo protocolo fue precisado por la tradición y estaba
prohibido ir contra los usos establecidos.
Primero era necesario escoger la víctima, porque a este respecto cada dios tenía sus
preferencias.
El cerdo enemigo de la mies (sembrado de cereales), se inmola a Ceres, a Líber el macho
cabrío que arrasaba las viñas.
Los dioses superiores querían víctimas blancas, los inferiores de color oscuro, animales de
pelaje rojo para Vulcano y Robigo.
Las divinidades exigían víctimas de su sexo, salvo algunas excepciones, Proserpina una
vaca estéril como ella, la Tierra fecunda una que llevase en sus entrañas la prueba de su
fecundidad.
Juno diosa de la maternidad y de la familia, se hacía ofrecer además de las vacas, las ovejas
que tuvieran corderos gemelos para acompañarlas al altar. Minerva prefería las terneras
aunque aceptaba las vacas pero no soportaba al cabrito flagelo de los olivares.
Eran sometidas todas las víctimas a un examen escrupuloso (“probatio”), para comprobar
que poseían las cualidades exigidas por los dioses.
No se exigían animales sin defectos, pero cuando el ritual pedía víctimas escogidas no eran
admitidas.
Pudiera suceder que no se tuviera al alcance un animal que reuniera todos los requisitos
deseados, en ese caso los pontífices autorizaban que se prescindiera de las reglas.
El más típico y solemne de todos ellos es el de la suovetaurilia, que acompañaba a una
lustración o rito purificatorio, que consiste en inmolar en la misma ceremonia y en este
orden: un cerdo, un carnero y un toro.
Este sacrificio se celebraba después de realizado un censo, o cuando un general victorioso
asciende al Capitolio en son de triunfo, pero también acostumbraban a efectuarlo los dueños
de fincas, en un ritual privado, para purificar sus campos.
Este último caso es el que expone Catón en su libro, cuando le pide a un amigo suyo de
confianza, Manio, que se encargue de la purificación de su hacienda ejecutando una
suovetaurilia, ya que él no puede hacerla por encontrarse lejos y el administrador (villicus)
no debe hacer los<<oficios divinos >>, ya que es <<el dueño de la finca que los hace por
toda la familia>>3 o aquel a quien<< le ordene>>.4
CATÓN, Marco Porcio, nació en Músculo en el año 234 a. C., en el seno de una familia
plebeya perteneciente a la gens Porcia, llega a la vida pública como homo novus (hombre
nuevo), primero de su familia en tener acceso al cursus honorum (carrera honorífica).
Pretor en 198 a.C., Cónsul en 195 a.C. y Censor en 184 a. C. Autor de un tratado agrícola
(De Agri Cultura) y de la primera historia de Roma en lengua latina (Orígenes).
Muere en el 149 a. C.
3
CATÓN, Marco Porcio, De Agri Cultura, Universidad de Granada, España, 1976, traducción: Ana Mª Perales
Alcalá. CLII p. 201.
4
CATÓN, ob., cit., CL p. 199
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CATÓN, Marco Porcio, De Agri Cultura, Universidad de Granada, España, 1976,
traducción: Ana Mª Perales Alcalá.