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EPIFANÍA DEL SEÑOR - 2013
—Un “Niño” que es un regalo—
Aunque ya terminen las vacaciones escolares, no podemos perder de vista la
entrañable fiesta de hoy que nos invita a compendiar el misterio de la Navidad desde
muchas “claves”: acciones como preguntar, dudar, caminar, volver a casa,… o
actitudes como inseguridad, regalo, novedad,...
La fiesta de la Epifanía nos pone de relieve todo esto al contarnos la “ruta de los
magos”. Y, para calar en su significado religioso, conviene que no nos desviemos de
la trayectoria que, durante dos semanas, nos ha ido marcando la liturgia; pues nos
podemos perder lo más importante: lo fundamental que celebramos hoy es —otra
vez— más el regalo que recibimos del Niño que los regalos que ofrecemos para el
Niño o que podamos hacer a los niños y a quienes “se hacen como niños”.
“Epifanía” es manifestación, luz, estrella,… Pero sobre todo es búsqueda, anhelo,
encuentro,… con Jesús, el Salvador,… y tantos otros “Jesuses”.
La Navidad no “se inventó” para los satisfechos, los entendidos y los que viven
seguros de sí mismos, sino para los que gastan toda su vida y su ser buscando —
procedan de donde procedan y pertenezcan al grupo humano que sea—; la Navidad
es para los inseguros, los que viven agobiados por no saber dónde está la salida
para los problemas de su vida,… sus instituciones,…
Y la imagen que hemos de contemplar, acoger y presentar hoy es la de unas
personas —llamémosles, si quieren, magos/sabios/investigadores/inquietos,..” más
acertadamente que “reyes”— que no nos desvíen del camino que conduce al Jesús
niño indefenso, necesitado, marginado y perseguido. Como tantos en nuestro
mundo.
La Epifanía, como “manifestación”, es la fiesta de la salvación ofrecida a todos.
Sin fronteras de ningún tipo. Sin discriminaciones. Algo que ni los romanos con toda
su arrogancia ni los judíos con sus prejuicios religiosos trasnochados podían
entender. Sólo los pastores y los “magos” de los que nos habla el evangelio (que no
son ni “reyes” ni simples “adivinos” en el sentido en que nosotros utilizamos estos
términos),… sólo ellos fueron capaces de descifrar el secreto: unos desde la soledad
de la noche en vela por turno y a la intemperie, y otros desde la búsqueda
angustiosa de una salvación para su mundo.
Para el evangelio de Mateo, el término “mago” nos remite a una persona
empeñada en averiguar lo que pasa, en mirar hacia el futuro al encuentro de “lo
mejor”; esto es: estaban dedicados a escrutar y reconocer los signos de los
tiempos… Por eso las nuevas traducciones no hablan ya de “magos”, y mucho
menos de “reyes” sino de “sabios” y “buscadores”. Buscadores de estrellas hasta
encontrar “la buena estrella”.
Surge esta celebración festiva alrededor del s. IV en la Iglesia de Oriente, al
tiempo que en Roma se introducía la fiesta del Nacimiento, el “Dies Natalis solis
justitiae”. Más tarde se unirán las dos celebraciones para significar que la
encarnación del Hijo de Dios no se reduce al pueblo judío, sino que se abre a toda la
humanidad: humildes y marginados pastores que están “en vigilia” y los que se
empeñan en alcanzar “sabiduría” y son buscadores que vienen de pueblos y culturas
lejanas, mientras que la mayoría de los que están cerca de allí no llegan a
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sospechar que “en Belén de Judá, porque así lo había escrito el profeta”, estaba el
Salvador.
Frente al miedo que muestra Herodes, cuando le visitan los “magos”, al pensar
que podía quedarse sin poder, y frente a la turbación de todo Jerusalén con él, que
veía peligrar sus obsoletas tradiciones, estos extraños personajes siguen su camino
(quizá sería más correcto decir que “son conducidos”, son “encaminados” por la
“buena estrella”).
Vemos cómo divisan de nuevo la señal o intuición que momentáneamente habían
perdido: da la impresión de que sólo la contaminación del poder -como si fuera la
contaminación lumínica de nuestras ciudades que no nos deja ver las estrellas, o
también los adornos tramposos de nuestros comercios que nos impiden ver la
pobreza- les había privado por unos momentos de poderse guiar por la buena
estrella. Quizá esa sea la razón por la que el evangelista subraya de forma muy
clara que después de oír al rey -en su turbación y curiosidad interesada- se pusieron
de nuevo en camino. Y, de pronto, apareció de nuevo la Estrella: una luz que disipa
dudas e inseguridades.
Dejándose guiar por ella, recuperan el verdadero camino hasta entrar en la
humilde “morada” donde encuentran lo que tanto tiempo andaban buscando. Por
eso, postrándose,…le ofrecieron regalos. La Epifanía es la fiesta de los regalos: el
que encuentran en la soledad de una gruta y el que -ya de vuelta a casa- pudieron
transmitir a su gente.
Quizá la explicación más profunda de estas cosas es la que Pablo ofrece a los
efesios: gracia/regalo que se me ha dado…por la revelación del misterio…del que
también los gentiles son coherederos.
Para Pablo, como para los “sabios-magos” y para todos los creyentes, el mejor
regalo es el encuentro con Jesús. El pequeño “Niño” que había sido destinatario de
los regalos de los magos se convierte él mismo en regalo, en gracia, en don: lo
recibimos en la Eucaristía.
Y pienso que nuestra capacidad de imaginación de cuando éramos niños con la
preciosa carga de ingenuidad —y no sé si alimentada por una concepción muy
infantilizada de la fe— nos está haciendo una mala pasada al interpretar que el
regalo es el “oro, incienso y mirra” que dan “los reyes” a Jesús, y pensamos que
ahora —como continuación— nos dedicamos unos a otros, a pesar de la crisis.
Les invito a que sigamos celebrando la fiesta de los Magos. Pero lo que de verdad
debiéramos celebrar es que la Epifanía nos muestra a Jesús como regalo. Y eso
debería liberarnos del despilfarro de los “regalos de reyes” que quizá nos está
impidiendo comprender el sentido profundamente religioso de la fiesta. No vayamos
a caer en el disparate de abandonar el mejor regalo de hoy que es el Hijo de Dios.
Los magos fueron capaces de unir el regalo que ofrecían —lo mejor que encontraron
en su constante búsqueda— y el regalo/gracia que recibían.
Seamos también nosotros unos buenos “magos”. Y, para serlo, preguntémonos
en qué signos nos fijamos para encontrar a Jesús, qué estrella nos guía.
Regalos, sí; pero no tantos regalos que nos desvíen de lo esencial de la fiesta
cristiana. No olvidemos que el mejor y auténtico regalo nos llega de la mano frágil y
la sonrisa del Jesús Niño: un regalo que no cuesta ni un euro ni es exclusivo de
nadie.
Parroquia de San Juan de la Ribera
DP, Valencia, 6 de enero de 2013
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