Download Fuente: La Voz del Interior 29/07/01

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
Material seleccionado por el Archivo Tea y Deportea
Diciembre 2002
Fuente: La Voz del Interior 29/07/01
La pelota, ese gran amor
Por Gustavo Farías
Don Mario Milanesio era un apasionado del básquetbol. Representó al seleccionado de
Hernando en algunos campeonatos provinciales de las décadas del ‘50 y el ‘60 y a su retiro
también dirigió varios equipos. Su pasión lo llevó a colocar un aro en el patio de su casa y a
bautizar a sus hijos con los nombres de los basquetbolistas que él admiraba. Al primero,
nacido en 1963, lo llamó Mario Guillermo, en homenaje a Guillermo Riofrío, por entonces un
destacado valor de la selección sanjuanina.
El segundo llegó el 11 de febrero de 1965 y en él combinó los nombres de otros dos
notables jugadores: le puso Marcelo Gustavo, por Marcelo Farías (un goleador infalible de
Alta Gracia) y por Gustavo Chazarreta, un exquisito deportista santiagueño.
Pero al margen de su gran afinidad con el básquetbol, el sueño de don Mario era tener un
hijo concertista. Es por eso que cuando Marcelo cumplió los 10 años, lo mandó a la casa del
profesor Scaglioni para que tomara clases de guitarra. Pero la iniciativa fracasó
rotundamente al poco tiempo. “Don Mario –le dijo el docente–, este chico nunca va a
aprender nada. En la cabeza sólo tiene una pelota”.
Y los hechos fueron dándole la razón a Scaglioni. Marcelo terminó a duras penas el primario
en el Colegio Nacional de Hernando, pero después repitió cuatro veces el primer año de la
secundaria. Las “chupinas” lo tenían mal: cada dos por tres se escapaba del colegio para
jugar al básquetbol y escondía sus útiles y el guardapolvo en un camión con acoplado, que
siempre estaba estacionado en un baldío cercano al colegio. Todo marchó bien hasta que un
día, cuando regresó, encontró que el vehículo se había marchado y tuvo que volver a su
casa dispuesto a recibir una buena tunda.
Una imposición histórica
En 1981, a los 16 años, Marcelo le aseguró a su padre que las cosas iban a cambiar si lo
pasaba al Industrial de Río Tercero. Su padre aceptó el pedido y lo trasladó al nuevo
establecimiento, pero enseguida comprobó que era más de lo mismo: el objetivo perseguido
por Marcelo era integrar la prestigiosa selección de básquetbol del colegio, con la que ganó
el Intercolegial Nacional y se dio el gusto de salir en la revista El Gráfico.
Marcelo ya había perfilado su futuro desde 1976, cuando comenzó en el minibásquet del
club Centro Recreativo de Hernando. Después exhibió una llamativa facilidad para cambiar
de camiseta: pasó por Nueve de Julio, Atlético Río Tercero y Fábrica Militar.
Su hermano Mario, no menos atorrante que él, ya se había transformado en el gran jugador
codiciado por todos. Fue por eso que en 1982, dirigentes de Atenas le pidieron al padre que
lo autorizara a trasladarse a Córdoba para sumarse al club. La respuesta de Don Mario hizo
historia: “Van los dos o no va ninguno”. Resignados, los emisarios griegos regresaron a la
capital cordobesa con Mario y una “mochila” (Marcelo).
Ya en barrio General Bustos, Marcelo se dio cuenta que la disciplina que no tenía para el
estudio le sobraba para el básquetbol. Progresó a pasos agigantados mientras soñaba ser
como Héctor “Pichi” Campana, sólo tres meses mayor que él, que estaba en el candelero
desde los 15 años.
El encuentro con la fama
Un pequeño departamento céntrico y unos pocos pesos para solventar algunos gastos fue la
primera retribución por su trabajo de basquetbolista. Poder generar dinero por hacer algo
que hasta pagaría por realizarlo le causaba una enorme satisfacción. El 29 de junio de 1982
debutó con la verde de Atenas ante Unión San Vicente, en un partido de entrecasa al que
asistió un puñado de espectadores. Después llegaron la consagración, la fama, los contratos
millonarios y la idolatría.
“Nunca me cargué aquello de ser ídolo. Creo que la responsabilidad de educar y guiar a los
chicos no es de Marcelo Milanesio, sino de los padres y de la familia”, afirmó más de una
vez.
En 1997 conmovió al ambiente rechazando una oferta del Benetton de Italia por un millón
de dólares y siguió en Atenas. “No quiero jactarme de cuánto rechacé”, dijo luego. Por
entonces, ya vivía en el country Las Delicias y con un muy buen pasar económico, pero su
negativa a jugar en Europa fue tomada como un ejemplo de amor a la camiseta.
Pero no todo fueron rosas en la vida de este hombre de 36 años que consagró su existencia
a una actividad. Casado, con dos hijas a las que no pudo disfrutar plenamente, palpa la
realidad de que no todo en la vida es básquetbol: “Ahora me doy cuenta de que siempre viví
nada más que para el básquetbol, que mi vida fue comer, dormir y entrenar para jugar. Me
dio todo, pero me quitó mucho. Recién ahora empecé a pensar que hay otras cosas que
también me hacen feliz y que son iguales o mucho más importantes que el básquetbol”, dijo
el miércoles, después de confirmar que en una reunión le torcieron su decisión de
abandonar su otro gran amor: la pelota.
Marcelo Milanesio y la pelota. Cuando empezó a jugar en Atenas se dio cuenta de que la
disciplina que no tenía para el estudio le sobraba para el básquetbol.