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TOMO 5 - Capítulo 12: Roma Arcaica
Hacia el final de una época
La época imperial
El régimen Imperial
El imperio y las provincias
La sociedad Romana
La anarquía del Siglo III
Hacia el final de una época
La época de Pompeyo y César, de un lado, y la de Marco Antonio y Octavio, por
otro, constituyen no sólo la llamada “última generación republicana”, sino también el final de un período y el comienzo de otro en la rica historia de la Roma
antigua. Por ejemplo, en los años que separan la primera intervención pública
de Pompeyo en Italia en el 83 a. C. del comienzo de la última guerra civil entre
Marco Antonio y Octavio en el 33 a. C., se produjeron grandes cambios en la
vida política y social de los romanos. Ya en el 88 a. C. los romanos habían visto
cómo Sila era capaz de anular por las armas las decisiones políticas del Senado a
favor de Mario.
El mismo Sila optó, como vimos, en implantar entonces una dictadura atribuyéndose poderes constituyentes para reformar el Estado y promulgar leyes. No obstante, la dictadura
vino precedida de una serie de represalias contra los miembros del grupo político oponente, las llamadas “proscripciones silanas”, que afectaron a no menos de 40 senadores, unos
1.600 equites y no menos de 4.000 ciudadanos, que habían apoyado a los populares durante su ausencia. Algunos fueron relegados de los cargos públicos junto con sus parientes
y a todos les fueron confiscados sus bienes, para luego ser vendidas en subastas, donde los
seguidores de Sila las compraban a precios desorbitadamente bajos, llevando a cabo una
política basada en arruinar a sus enemigos y enriquecer a sus seguidores. No obstante, Sila
realizó luego importantes reformas políticas y sociales.
Estatua de Julio César.
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Hacia el final de una época
La época Imperial
El régimen Imperial
El imperio y las provincias
La sociedad Romana
La anarquía del Siglo III
Ahora bien, si el mismo Sila había iniciado su carrera política al abrigo de Mario, Pompeyo
lo haría en apoyo de Sila combatiendo contra Lucio Cornelio Cinna y los marianos para
facilitar la entrada de Sila en Italia en el 83 a. C. Sin embargo, su carrera política presenta
un perfil nuevo, ya que durante más de veinte años su carrera era exclusivamente militar,
y sin la opción a ocupar cargos políticos.
Un aspecto importante
de la figura de Pompeyo fue la nutrida red de
relaciones familiares y
políticas.
Es así como Pompeyo combatió ya al lado de su padre, Cneo Pompeyo Estrabón, un
rico terrateniente italiano provinciano de Piceno, el primero de su familia que entró
en el Senado, durante la guerra de los aliados, manteniéndose como un privatus
aún cuando recibió el encargo de dirigir la expedición romana contra Quinto Sertorio y sus seguidores en Hispania en el 76 a. C., e incluso en el 71 cuando, junto con
Craso, fue propuesto para el consulado del año siguiente.
Un aspecto importante de la figura de Pompeyo fue la nutrida red de relaciones familiares
y políticas. De esta manera, cabe destacar que su segunda mujer fue Emilia Escaura, hijastra de Sila. Muerta ésta en el 82 a. C., Pompeyo se casó con Mucia Tercia, hija del famoso
jurisconsulto Quinto Mucio Scévola, de quien se divorció por adulterio, según las cartas de
Cicerón. Posteriormente, en el 59 a. C. contraería matrimonio con Julia Caesaris, hija de
César, y muerta ella, con Cornelia Metela, hija del poderoso Quinto Metelo Pío Escipión.
Resulta evidente que estas uniones matrimoniales no fueron casuales sino dictadas por el
pragmatismo político donde, quizás más que ninguna otra, la relación parental entablada
con César el mismo año de su consulado es la más destacable. No obstante, la mayor gloria
militar y política de Pompeyo provendría de Oriente.
Vista del Foro Romano.
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El régimen Imperial
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La sociedad Romana
La anarquía del Siglo III
Escuela romana.
En el 67 a. C., a través del tribuno Aulo Gabinio, Pompeyo logró que el Senado le otorgara un imperium infinitum por tres años para combatir a los piratas cilicios de Asia Menor
que, en sus incursiones por las costas mediterráneas, habían llegado a amenazar también
la misma Italia. Al año siguiente, la Lex Manilia otorgaba a Pompeyo un nuevo imperium
extra ordinem con plenos poderes para resolver la cuestión oriental: combatir contra Mitrídates VI, rey del Ponto, y Tigranes el Grande, rey de Armenia. Al mismo tiempo, buscaba
reorganizar los territorios asiáticos, consistentes en la creación de dos nuevas
provincias, como así también el estatuto de reinos clientes a otros pueblos
del área, como Capadocia, Galatia, Cilicia y Judea.
Perfil de Julio César.
Entretanto, en Roma se libraba una dura batalla dialéctica, no ya entre los opuestos optimates y populares, sino incluso en el seno de
ambos grupos. El protagonista indiscutible de esta lucha fue el ya
mencionado Marco Tulio Cicerón durante su consulado del 63 a.
C. Cicerón era considerado un “hombre nuevo”, sin antecedentes familiares en el Senado, y una de las pocas excepciones de
este tipo admitidas por los miembros de la nobleza republicana.
En Cicerón sus extraordinarias dotes oratorias se sumaban a
una sólida formación jurídica, que demostró públicamente
en el proceso contra Cayo Verres, acusado de extorsionar a
los sicilianos durante su mandato en la provincia y de estar
implicado en múltiples casos de corrupción y en el robo de
obras de arte. No obstante, el aspecto más conocido de su
trayectoria política fue la denuncia durante su consulado de una
conspiración contra el Estado urdida por Lucio Sergio Catilina, la
llamada conjuración de Catalina que ya hemos explicado anteriormente en este mismo capítulo. Fuera por la notoria rivalidad
entre ambos, fuera como respuesta a la entusiasta acogida a las
medidas liberadoras puestas en práctica por Catilina, Cicerón lanzó
como portavoz del Senado una mordaz diatriba contra él y sus seguidores,
las conocidas Catilinarias, en los cuales pidió la pena máxima, a la que en vano
intentó oponerse Julio César. El Senado ratificó la sentencia y los conspiradores
fueron eliminados a comienzos del 62 a. C. mediante un ejército consular enviado
a Etruria, último reducto de los considerados catilinarios.
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La llegada de Pompeyo a Italia ese mismo año no contribuyó a aquietar la trepidante vida
política romana sino que ocurrió todo lo contrario. De esta manera, una facción del Senado
pidió el desmantelamiento de las legiones, petición a la que Pompeyo se vio obligado a
acceder, esperando que a sus veterani se les otorgaran tierras, cosa que no ocurrió, como
tampoco reconoció el Senado el éxito militar y político de Pompeyo en Asia. Fue entonces
cuando Pompeyo se separó de los miembros de la
nobilitas y buscó apoyo entre los populares, ya dirigidos por Julio César, y de otros grupos de presión
en la política republicana, como los publican, interesados en lograr la adjudicación de la recaudación de
los impuestos de las provincias asiáticas, a quienes en
ese mismo momento patrocinaba el viejo partidario
de Sila y ahora hombre más rico de Roma, Marco
Licinio Craso.
Entre los tres, pero sin que existiera refrendo
legal alguno, acordaron formar una coalición
política en el 60 a. C. que ponía en práctica
el programa de la concordia ordinum: Pompeyo representaría los intereses de los senadores, Craso los de los equites y César, como
popularis, los de la plebe romana. Así, estos
tres hombres agraviados se aliaron en lo que
se llamó más tarde el Primer Triunvirato, pretendiendo evitar que el apoyo alternativo a
uno u otro por parte de la oligarquía dirigente
del Senado los enfrentara entre sí y provocara
una nueva guerra civil.
Mapa de Italia.
En virtud de este acuerdo, entre las acciones de los
triunviros destacarían el apoyo de Craso y Pompeyo
para que César, seis años menor que Pompeyo y que
se encontraba a la vuelta de su servicio en Hispania,
lograra el consulado en el 59 a. C. Por su parte, una
vez elegido cónsul, César dedicaría su ejercicio, entre otras cosas, a consegu ir para Pompeyo lo que el
Senado le había negado anteriormente, es decir, ratificar la política en Asia de Pompeyo, la reducción en
un tercio de la adjudicación de arriendos y el reparto
de tierras del estado entre los ciudadanos pobres y
los soldados veteranos. A su vez, Pompeyo conseguiría que una Lex Vatinia de ese mismo año otorgara a César el proconsulado de la Galia Cisalpina por cinco años, con el fin de que César
afianzara la conquista del territorio y adquiriera la gloria militar requerida para el protagonismo en la vida política republicana. Sin embargo, la estancia de César en las Galias duró
diez años, intervalo en el que mantendría periódicas relaciones con sus coaligados. Una de
ellas tuvo lugar en el 56 a. C., en Lucca, al norte de Italia, donde Craso, Pompeyo y César
acordaron renovar sus compromisos políticos de colaboración mutua. Para entonces, César
ya no era el amable socio silencioso del trío.
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Como consecuencia, en Lucca acordaron que Pompeyo y Craso serían nombrados de nuevo cónsules
al año siguiente, y lograrían además los gobiernos
de Siria e Hispania, respectivamente, mediante una
Lex Trebonia.
Esta vez, sin embargo, la oposición a los tres hombres iba en crecimiento, por lo cual fue necesaria la
corrupción y el soborno a una escala sin precedentes para asegurar la elección de Pompeyo y Craso
en el año 55 a. C. La violencia entre otras facciones
que incrementaba el malestar civil se estaba convirtiendo en endémico. A todo esto, una vez terEstatua de Pompeyo el grande.
minado su consulado, Craso marchó a su provincia
proconsular de Siria, a preparar la invasión del reino
de los partos, pero su fortuna le jugaría una mala pasada cuando su ejército resultó
aniquilado en la batalla de Carrhae del año 53 a. C., donde 20.000 soldados romanos
perdieron su vida, incluido el relevante aristócrata y general romano. Pompeyo, por su
parte, temiendo la reacción incontrolada del Senado, no viajó a Hispania sino que envió
una representación diplomática en su nombre, lo que constituía un hecho sin precedentes en la historial constitucional republicana. No obstante, la prueba evidente de que se
trataba de una simple coalición y no de un auténtico triunvirato es que, muerto Craso,
no se buscó un sustituto, lo que provocará que las relaciones políticas entre César y
Pompeyo empeorara desde entonces.
Ciego alertando a Juio César de un
posible complot.
La lucha entre Pompeyo y César por el poder absoluto
Quizás la muerte de Julia, hacia el 54 a. C., hija de César y cuarta esposa de Pompeyo, que
falleció víctima del parto al igual que el niño que podría haber conservado el vínculo con
César, y ante todo el asesinato del tribuno Publio Clodio
Pulcro en el 52 a. C., verdadero apoyo de César en
Roma, a manos de Tito Anio Papiano Milón, títere
político de Pompeyo, contribuyeron a distanciar a
ambos dirigentes, aunque también debe mencionarse el creciente clima de inestabilidad política
que se vivía en Roma, tomada literalmente durante estos años por las bandas armadas de Clodio y Milón. Esta situación y la nueva correlación
de fuerzas en el Senado, controlado de nuevo
por la nobleza, inclinaron a Pompeyo a tomar
una decisión: presentarse como candidato único
a las elecciones consulares para el año 52 a. C.
Entonces, buscando desesperadamente evitar
dar a Pompeyo poderes dictatoriales, el Senado
encontró la alternativa por un tiempo de proclamarlo consul sine collega para que así sus poderes, aunque abrumadores, no fueran ilimitados.
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El Mundo Romano antes de la Guerra de las Galias. En amarillo el imperio romano antes del 58 a.C.
Sin embargo, poco después Pompeyo propuso a Quinto Metelo Pío Escipión, su nuevo suegro, como colega, convirtiéndose en árbitro del Estado. De esta forma, rompía la vinculación
política con César, todavía en la Galia, y se preparaba para afrontar una nueva guerra civil.
Así las cosas, mientras César estaba luchando contra Vercingétorix en la Galia, Pompeyo
procedió a preparar un programa legislativo para Roma, que reveló que ahora estaba
secretamente aliado con los enemigos de César. Mientras instituía una reorganización y
reforma legal y militar, Pompeyo también aprobó una ley haciendo posible la persecución
retroactiva por corrupción electoral, una acción que los aliados de César interpretaron
correctamente como una llamada a la persecución a César una vez que dejara de tener
imperium. Sin embargo, los embates de Pompeyo no cesaron, ya que también prohibió a
César presentarse al consulado in absentia, aunque esto se había permitido frecuentemente en el pasado, y de hecho se había permitido específicamente en una ley precedente. Esto
era un obvio golpe a los planes de César después de que expirara su mando en la Galia.
Finalmente, en el 51 a. C., Pompeyo dejó claro que a César no se le permitiría presentarse
como candidato a cónsul salvo que antes depusiera su imperium y dejara el control de sus
ejércitos. Como señaló tristemente Cicerón, Pompeyo había empezado a temer a César al
quedar disminuido por la edad, la incertidumbre y el acoso de ser el arma elegida por una
oligarquía de optimates. El conflicto que se avecinaba era inevitable.
De esta manera, a comienzos del año 49 a. C., el Senado proclamó el estado de emergencia y concedió a Pompeyo poderes excepcionales, trasladando inmediatamente sus tropas
a Roma. César, entonces, tras enterarse de la noticia de esta concesión, inmediatamente
ordenó que un pequeño contingente de tropas cruzara la frontera hacia el sur y tomara la
ciudad más cercana.
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Al anochecer, junto con la Legio XIII Gemina, César atravesó el Rubicón, la frontera natural
entre la provincia de la Galia Cisalpina e Italia que constituía el límite institucional del nuevo pomerium republicano establecido por Sila. Con este acto, que ha pasado a la historia,
César declaraba formalmente la guerra a Pompeyo y al Senado.
César inicio su marcha hacia Roma sin apenas encontrar resistencia, puesto que sus agentes habían
mitigado buena parte de Italia a base de sobornos.
Al día siguiente de cruzar el Rubicón se apoderó
por sorpresa de Arímino, ciudad en la que se encontraba Marco Antonio, por entonces importante
colaborador de César. Sin perder tiempo, este último le ordenó que con 5 cohortes atravesara los
Apeninos y tomara la ciudad de Aretio, mientras
él con otras 5 cohortes ocupó en forma sucesiva
Pisauro, Fano y Ancona.
De esta manera, las noticias de las sucesivas
ocupaciones de las ciudades de la costa adriática y de Arezzo fueron llegando a Roma, al
igual que varias oleadas de refugiados que, a
su vez, provocaban que otras abandonasen
Roma. Un ambiente de terror se apodero de
Roma y su mundillo político, donde la confianza que ostentaba Pompeyo fue derrumbándose en pocos días, puesto que los senadores que
anteriormente confiaron en su rápida victoria
sobre César le acusaron de haber llevado la República al desastre.
Ante el rápido avance de César, carente de las suficientes fuerzas y temiendo su popularidad entre la
plebe y los pueblos itálicos, Pompeyo dio Roma por
perdida y ordenó evacuar el Senado, declarando traidores a la República todos los magistrados que se
quedasen en la ciudad.
Julio César.
El Senado comenzó a plantearse algo impensable,
que era constituirse fuera de Roma por primera vez
en su historia. Esto hizo que Cicerón posteriormente
declarara que esta decisión sea un reflejo de debilidad, dando a César mayor legitimidad y confianza.
Así, al abandonar Roma, el Senado traicionó a cuantos no podían permitirse abandonar sus casas, tras lo
cual el sentimiento de pertenencia a la República fue
seriamente dañado.
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De esta manera, las ancestrales y grandes mansiones de los nobles, tras ser abandonadas, fueron presa fácil de la furia de los barrios bajos. Las provincias fueron
distribuidas legalmente entre los líderes de la causa constitucional, y su poder
quedaría sancionado única y exclusivamente por la fuerza. La República se convirtió en una abstracción, dando por sentado que las elecciones anuales, la vitalidad
de las calles y los espacios públicos y todo aquello con lo que se nutría la República había desaparecido.
Pompeyo, tras abandonar Roma junto con el resto de los senadores y el ejército, se dirigió
a Brindisi, ubicada en la ya conocida región de Apulia, con la intención de cruzar el Adriático y adentrarse en Grecia y Oriente, donde contaba con innumerables recursos con los
que hacer frente a César. Por su parte, César entró en Roma el 29 de marzo, después de
haber sumado a su causa todo el norte de Italia. Allí, designó a Marco Antonio como jefe
de sus fuerzas en Italia y convocó a los pocos senadores que todavía quedaban, exigiendo
el derecho a quedarse con los fondos de emergencia de la ciudad. Cuando los senadores,
atemorizados, aceptaron, Quinto Cecilio Metelo Escipión, tribuno de la plebe y gran enemigo de César, vetó la propuesta. En vistas a esta situación, entonces César ocupó el Foro
Romano con sus legionarios, forzó las puertas del templo de Saturno y se apodero del
tesoro público, acumulado durante años para prevenir una posible invasión gala.
Escena de la batalla de Farsalia.
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De esta manera, César estuvo durante dos semanas en Roma asegurándose suministros.
Tras él dejó como pretor a Marco Lépido, obviando la autoridad del Senado. Aún siendo
Lépido de familia patricia y magistrado electo, seguía siendo un nombramiento inconstitucional. Mientras, Pompeyo creó nuevos frentes en Hispania, Galia, África y Grecia, a
donde él mismo se había dirigido en marzo de ese año. Es por ello que César dirigió su
atención primero al baluarte de Pompeyo en la actual España pero tras las campañas en
el Sitio de Massilia y la Batalla de Ilerda, decidió enfrentarse al propio Pompeyo en Grecia.
En un principio, Pompeyo logró vencer a César en la Batalla de Dirraquium, que tuvo lugar
el 10 de julio del 48 a. C., pero un mes más tarde fue derrotado contundentemente en la
Batalla de Farsalia.
Modo de ataque en la Batallas de Farsalia.
En sus célebres Comentarios sobre la guerra civil, César atribuye a Pompeyo 110
cohortes, algunas formados por soldados hispanos llevados por Afranio y que combatían como infantería pesada, más 7 cuerpos de guarnición en el campamento,
con unos 66.000 hombres al mando de Publio Cornelio Léntulo Spinther en el ala
derecha, Marcelo Escipión ubicado en el centro, Lucio Domicio Enobarbo en el ala
izquierda y Tito Labieno ocupando la caballería.
El propio César, por su parte, contaría con 80 cohortes, más 7 cuerpo en el campamento.
Sin embargo, estas fuerzas se hallaban muy mermadas a causa de los múltiples combates
en que habían participado, aunque también eran muy experimentadas. Por ello, totalizarían algo más de 31.000 hombres, magníficamente dirigidos por Marco Antonio en el ala
izquierda, Cneo Domicio Calvino en el centro y Publio Cornelio Sila en el ala derecha. Las
fuezas cesarianas se vieron entonces reforzadas con el control de al menos siete legiones.
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Ahora bien, la disparidad en caballería sería aún mayor, con
7.000 jinetes pompeyanos frente a apenas 1.000 cesarianos,
de los cuales unos 600 serían galos y unos 400 ubios germanos, además de sumar la escolta personal de César, compuesta
en su mayoría por jinetes hispanos. No obstante, para el historiador alemán Hans Delbrück, cuyos trabajos tratan fundamentalmente de la Historia del arte de la guerra, si bien es cierta
la ventaja de los pompeyanos, las proporciones que determina
César, teniendo en cuenta el desarrollo de la batalla, son exageradas, sobre todo en lo que respecta a la caballería. Unas cifras más
próximas a la realidad podrían ser 40.000 infantes pompeyanos, con
unos 5.000 infantes auxiliares reclutados en Hispania y otros 4.200
aliados, frente a 30.000 cesarianos, incluidos 7.000 aliados. Por su
parte, se estipula que en la batalla participaron unos 3.000
jinetes pompeyanos frente a 2.000 cesarianos.
La corona civil o “corona cívica” fue la
distinción que se otorgaba en la Roma
antigua al ciudadano que salvaba la
vida a otro en alguna batalla. César
poseía una.
Sin más, el ejército cesariano presentaba varias ventajas sobre
el pompeyano. Es de destacar entonces el hecho de que sus
legiones fueran tropas veteranas, destacadas por la conquista de las Galias y las expediciones a Britania y Germania, acostumbradas ya a las duras condiciones de vida y a la ferocidad de los combates cuerpo a cuerpo. En cambio, los legionarios de Pompeyo eran jóvenes
recién reclutados por el Senado con poca o ninguna experiencia previa de combate.
Guerra de las Galias.
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Otra diferencia también la ejercía el mando, puesto que los legionarios de César le
eran absolutamente leales, por lo que su comandante poseía un gran carisma con
el que podía lograr la fidelidad de sus tropas. Por su parte, Pompeyo no poseía una
conexión con sus tropas. Además de haber sido recién reclutadas, el mismo comandante llevaba más de una década retirado de los campos de batalla tras licenciar a
su antiguo ejército, lo que contrasta también con el hecho de que la fama de César
como general exitoso era reciente, influyendo poderosamente en sus legiones y en
las de su enemigo.
Lo cierto es que la batalla de Farsalia puso fin a la guerra entre el Primer Triunvirato, aunque todavía la guerra civil romana, sin embargo, no haya terminado. Entonces, tras verse
derrotado, Pompeyo huyó a Egipto, donde fue asesinado a su llegada por orden del faraón
Ptolomeo XIII en un intento de congraciar al país con César y evitar una
guerra con Roma. César, por su parte, quien ya había sido proclamado
dictator en el 49 a. C. y cónsul en el 48, nuevamente ejerció el consulado en el 46, cuando se le otorgó una dictadura por diez años.
En la Batalla de Tapso se enfrentaron el ejército de la facción
conservadora republicana del Senado, dirigidos por Marco
Porcio Catón y Quinto Cecilio Metelo Escipión, contra las
tropas de Julio César, que finalmente ganó la batalla.
Así, se transformó en dictator perpetuus en el 45, a su regreso triunfal de las victorias en
Tapso y Munda, en las campañas africana e hispánica contra los últimos reductos pompeyanos, recibiendo incluso honores divinos. No obstante, a pesar de sus éxitos militares, o
quizás también como consecuencia de ellos, se extendió el miedo a que César, que ahora
era la figura principal del estado romano, se convirtiera en un gobernante autocrático y
terminara con la República romana.
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Esta acumulación de poderes frente a la concepción republicana del “poder colegiado” indicaba claramente el inicio de una nueva época, que de manera inexorable
llevaría a la instauración del “principado augústeo” sin que fuera posible ninguna
otra alternativa política.
De esta manera, César no se limitó a aceptar las distinciones honoríficas con las que lo había
colmado el Senado, sino que, al mismo tiempo, supo apoderarse de múltiples prerrogativas de
carácter más realista, permitiéndole reunir en sus manos la totalidad del poder gubernamental.
Por eso, exigió y obtuvo que todos sus actos fuesen ratificados por el orden senatorial y que
los funcionarios públicos fueran obligados a prestar juramento, desde su entrada en funciones,
de no oponerse jamás a medida alguna emanada de él. Además, logró atribuirse también los
privilegios de los tribunos de la plebe, con lo que obtuvo la tribunicia potestas y la inmunidad sacrosanta que anteriormente
los distinguía. Como consecuencia,
el Senado perdía su poder, permaEL PODER DE CESAR
neciendo como una asamblea consultiva que aprobaba resoluciones
que el propio dictator podía pasar
Ejerció el cargo de dictador perpetuo.
por alto, sin dar siquiera una explicación para hacerlo. En lo sucesivo
sería César quien tendría el derecho
Se reservó la atribución de declarar la paz o
exclusivo de disponer de las finanla guerra.
zas del Estado, y quien prepararía la
lista de los candidatos al consulado
y demás magistraturas.
Se le confirieron los poderes de los tribunos de la plebe (su persona era sagrada y
Durante su dictadura, César llevó
podía ejercer el veto).
a cabo una profunda transformación del Estado. En el corto tiempo que le restó de vida, acometió
Fue designado Pontífice Máximo.
un programa de reformas destinado a renovar y a modificar radicalmente la sociedad. Entonces, en
Se le concedió el poder de los censores:
lo que respecta a política social,
aumentó el número de senadores hasta
reflotó aquellas reformas formula900 (cubrió los cargos con sus partidarios,
das anteriormente por los Gracos,
incluso italianos, galos y aún ex esclavos).
y acometió un plan general de
colonización fuera de la península Itálica, para proveer de tierra y
proporcionar el establecimiento de colonias a los veteranos de guerra y a los campesinos
desposeídos. Asimismo, eliminó el corrupto sistema de impuestos y amplió la ciudadanía
romana y la latinitas, en un paso hacia la estructuración del imperio territorial. En la metrópoli, por su parte, reorganizó las asambleas e incrementó el número de senadores, que
pasaron a ser ahora 900 miembros, al mismo tiempo que fue limitando los asentamientos
y dirigiendo la corriente colonizadora hacia el exterior, contribuyendo poderosamente a la
romanización del Imperio. A su vez, impulsó una importante política de obras públicas y
consiguió disminuir el número de indigentes acogidos a la distribución de grano.
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De esta manera, puede decirse que César inició con sus reformas una política decididamente imperial. Así, concedió los derechos de plena y semiplena ciudadanía tanto a comunidades enteras como a personas concretas. Además, restringió el sistema judicial a dos
clases de jueces, a los senadores y a los caballeros, y suprimió los tribunos del Tesoro que
formaban la tercera jurisdicción. En cuanto a las deudas, en vez de conceder la abolición,
decretó que los deudores pagarían según la estimación de sus propiedades y conforme al
precio de estos bienes antes de la guerra civil, y que se deduciría del capital todo lo que se
hubiese pagado en dinero o en promesas escritas a título de usura, con cuya disposición
desaparecería cerca de la cuarta parte de las deudas. Sin embargo, su reforma del calendario, en el que el año constaba de 365 días divididos en 12 meses, excepto los años bisiestos
que tienen 366 días, y añaden un día adicional al mes de febrero cada cuatro años, y que
recibió el nombre de calendario juliano en su honor, dio a Roma un medio racional para
registrar el tiempo, a la vez que conseguía un mayor control del Imperio.
Las conquistas de Julio Cesar marcadas
en color amarillo.
A pesar de la necesidad de reformas y pese a su prudencia política, que le llevó a no
ensañarse entonces con sus enemigos, los republicanos no dejaron de conspirar contra
él. Ya después de vencer el último intento de los pompeyanos se mostraba desconfiado,
pensando en la posibilidad de un inminente intento de asesinato como oposición a su
meta de conseguir perpetuarse en el poder. Sin embargo, debe señalarse aquí que no está
históricamente demostrado que la intención de César fuera proclamarse rey, puesto que,
de haber querido serlo, hasta el momento no puede saberse qué tipo de rey, si un rex a la
manera etrusca, como lo habían sido Servio Tulio o Lucio Tarquinio Prisco, uno a semejanza del faraón egipcio o, simplemente, al estilo de las monarquías del oriente helenístico.
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No obstante, la fuerte tradición republicana se lo impidió, y mientras César preparaba una expedición contra los partos, pronto circuló en Roma un rumor en el que se
exponía que en la próxima sesión del Senado, que debía tener lugar el 15 de marzo
del 44 a. C., el quindecenviro Lucio Aurelio Cotta, tío del dictador, tomaría la palabra
para proponer que fuese conferido el título de rey a su sobrino.
El rumor de lo que se
preparaba para el 15
de marzo en el Senado,
motivaron que lo que
quedaba de la facción
optimate decidiesen
pasar a la acción.
El asesinato de Julio César
Particularmente, el rumor de lo que se preparaba para el 15 de marzo en el Senado, motivaron que lo que quedaba de la facción optimate decidiesen pasar a la acción. Entre ellos
se encontraba Cayo Casio Longino, que había participado en el 53 a. C. como cuestor en
la campaña militar de Marco Licinio Craso contra los Partos y había sido elegido tribuno en
el 49. Actuando probablemente como el “spiritus rector” detrás de la conspiración contra
César, se dirigió a algunos hombres en los que creía poder confiar, y que a su juicio compartían su idea de dar muerte al dictator librando así a Roma del destino que él creía que le
esperaba: un nuevo imperio cosmopolita. Sin embargo, consideraba que no era el hombre
adecuado para ser la cabeza visible de este tipo de acción, por lo que acordó que Marco
Junio Bruto, su cuñado y amigo, nominado por el propio César en el 45 a. C. al cargo de
pretor, era el personaje indicado para este papel.
Marco Junio Bruto (izquierda), político y militar romano de la etapa final de la República. Fue uno de
los líderes de los conspiradores del asesinato de Julio César. No debe ser confundido con Décimo Junio
Bruto Albino (derecha), otro pariente de la familia de los Brutos que también participó en el complot.
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