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La significancia y el significado en medicina narrativa Pedro Alejandro Rovetto Villalobos, MD. Profesor Historia de la Medicina Medicina Narrativa Patología Era una reunión abierta sobre los problemas éticos de la investigación humana con sujetos vulnerables. Asistían numerosos “miembros de la comunidad” o sea personas que no eran profesionales de la salud pero participaban en varios comités institucionales de ética. En el espacio para preguntas lancé una sobre el conflicto, la tensión profunda entre la rectitud moral y la exactitud científica en los proyectos de Investigación: ¿hasta dónde busco la verdad respetando la autonomía ajena, la justicia común, sin hacer daño y procurando el beneficio de todos? Es un problema filosófico complejo y difícil que todo investigador en medicina enfrenta alguna vez. Creí que mi ingeniosa contraposición de los términos exactitud y rectitud ilustraba suficientemente el dilema. No fui comprendido por la mayoría. Puse un ejemplo: supongamos que en un estudio no alcanzo significancia estadística con la población investigada. La muestra de personas en el estudio ha sido escogida con gran rigurosidad ética incluyendo un consentimiento informado largo y detallado. Así sólo pude reunir 100 sujetos de investigación cuyo estudio no comprobó mi hipótesis de investigación. Pero si redactara un consentimiento informado menos riguroso, más breve y vago por ejemplo, podría reunir 1000 sujetos y con esta muestra más grande mi hipótesis soportaría las pruebas matemáticas alcanzando significancia estadística. Creí que este ejemplo aclaraba mi pregunta. Inmediatamente me di cuenta por la reacción en voz alta de los asistentes que no era así. Oí este comentario a mis espaldas: “Si no era verdad con 100 personas al comienzo para qué siguió investigando, la cosa era falsa y el estudio estaba terminado” Entendí que la mayoría de las personas (cultas, inteligentes y de buena fe) no comprendían el concepto de significancia. Y tampoco los médicos lo entendemos al creer que significancia estadística es sinónimo de verdad científica. La historia ejemplifica una “asimetría de conocimientos” como dicen los expertos en ética transformada en un “conflicto” de conocimientos, un choque de trenes entre paciente y profesional de la salud. “Usted no entiende los resultados de la investigación” piensa el médico. “A mí no me importa la investigación sino lo que me va a pasar a mí” piensa el paciente. Ninguno de los dos lo dice en voz alta en una atmósfera de incomprensión y desconfianza mutua. Otra pequeña narración para ilustrar el conflicto. Hace muchos años (más de veinte) en un país lejano (EEUU) con crudísimos inviernos (Minnesota) fui llamado un domingo de nieve a convencer una paciente para recibir una transfusión de plaquetas que necesitaba urgentemente. Ella se negaba por miedo al VIH. Yo le explicaba que la probabilidad de adquirir el virus del Sida en ese momento por sangre transfundida era más o menos de 1 en medio millón. Ella me respondía: “¿Y si yo soy ese uno, doctor?” Le hablé del valor predictivo negativo de las pruebas Elisa del Banco de Sangre, las pruebas confirmatorias con Western Blot (aún no había PCR, así soy de viejo) etc. Nada, la paciente no aprobaba su transfusión. Pasé a hablar de los grandes peligros si no asentía al procedimiento: el sangrado cerebral, la incapacidad, la muerte, etc. “La muerte, etc” ¡qué buen final de frase, párrafo y conversación! Luego de una hora la paciente dijo que sí, que le pusiéramos las plaquetas. Yo volví bajo la nieve a mi pequeño apartamento. ¿Fui completamente ético? No lo sé. Pero la paciente no murió en la cirugía. ¿Debemos los médicos usar parte del precioso y escaso tiempo de consulta personal en nuestro sistema explicando las estadísticas de la recomendación que hacemos? Quizás sí. Pero los pacientes no están muy interesados en ello. No les importa mucho la significancia estadística encontrada en investigaciones previas sino lo que significa la decisión clínica para ellos, allí y ahora. Les importa el significado no la significancia. Quiero ponerme del lado del paciente en este dilema. La medicina y los médicos quizás estamos esclavizados por la información. Queremos tener a la mano todos los datos publicados e investigaciones y preferible si son recientes para tomar la “mejor” decisión. Pongo “mejor” entre comillas pues puede ser la mejor para la población pero no para el individuo que está ante nosotros. Además las verdades o lo “mejor” en medicina es siempre parcial y temporal (Epílogo de Rovetto, “Ideas Médicas: Una mirada histórica” Programa Editorial de la Universidad del Valle, p. 309, 2008) Ya Pierre Louis, ese gran médico de la Escuela de París a comienzos del siglo XIX, hablaba de “verdades médicas provisionales” Todas lo son en medicina. El paciente tiene todo el derecho de poner en duda nuestras conclusiones y recomendaciones. Ahora quiero considerar el problema desde el punto de vista del médico. La medicina es un oficio de decisiones: “El arte es largo, la vida breve, la ocasión fugaz, el experimento peligroso, la decisión difícil” (1er. Aforismo de los “Aforismos” en “Tratados hipocráticos, VOL I.” Biblioteca Clásica Gredos, Madrid) Para tomar esa difícil decisión, el profesional de la salud debe apoyarse en los mejores estudios de población o clínicos que muestren una aceptable significancia estadística. El clínico moderno considera las verdades útiles a través de la óptica de la significancia estadística y otras medidas matemáticas de veracidad. Explicar esto a una persona que no ha pasado por un curso de epidemiología no es fácil. Es más difícil aún si es un paciente que sufre una enfermedad aguda y seria. Ciertamente toma más de la hora que yo usé para conseguir que aquella mujer en Minnesota aceptara la transfusión. Siempre tientan al clínico, como angelitos buenos o malos sobre los hombros, las promesas y las amenazas médicas. Hay un conflicto permanente y serio en la medicina clínica entre significancia y significado. Lo que significa en verdad y personalmente para el paciente individual el diagnóstico, pronóstico y tratamiento de su enfermedad, más allá de las pruebas estadísticas. Creo que todo esto es gran parte de la crisis de comunicación entre personas corrientes y los profesionales de la salud. Nuestro cerebro “galénico” está lleno de tablas y números producto de investigaciones, el cerebro del paciente está lleno de temores y sufrimiento. Hablamos distintos idiomas. ¿Cómo cruzar la brecha? La medicina narrativa puede ayudarnos. Las cosas mejorarían si permitimos que el paciente nos narre su enfermedad y no simplemente estamos atentos a encontrar síntomas, signos, imágenes y pruebas de laboratorio patognomónicas de la enfermedad. Recientemente una experta en servicios diagnósticos se preguntaba en una red de profesionales: ¿Mejoraría el proceso diagnóstico enseñar a los pacientes cómo explicar sus síntomas? (https://www. linkedin.com/grp/post/1203726055705363330666496). Evidentemente sí porque mejoraría la descripción personal de la enfermedad. Pero para “enseñar” primero hay que escuchar: debemos ser capaces de oír con atención la narración del paciente. En el relato de la enfermedad está y se comunica el significado que ella tiene para el paciente. La teme, la espera si tiene una historia familiar de ella, la adivina en detalles semiológicos a veces pequeños y sobretodo la esconde. Todos escondemos nuestras enfermedades. Con frecuencia el paciente cuenta sólo al final de la entrevista lo que más le preocupa. Hay que esperar. Y la única forma de esperar sin aburrimiento es interesarse personalmente en las historias, las narraciones que se nos ofrecen en este oficio. Creo que Medicina Narrativa ayuda a estimular esta primera escucha fundamental en los estudiantes y profesionales de la salud. Los va convirtiendo en detectives de patologías, Sherlock Holmes clínicos. Holmes decía a Watson: “Ud. conoce mi método, se basa en la observación de trivialidades” (“The Bascombe Valley Mystery”) Cuando después nos toca a los médicos explicar la situación y su tratamiento adecuado debemos también narrar. Una narración empática transmite al paciente la situación terapéutica, a veces dura pero nunca sin esperanza, mucho mejor que un número, una tabla, una curva de Kaplan-Meier o una curva ROC. El narrar, de lado y lado, cruza la brecha de comunicación entre paciente y médico. Uno puede comenzar: “Señor o Señora, lo que usted me cuenta puede ser…” O: “Esto es lo que puede ocurrir si no hacemos esto o hacemos aquello…” (siempre en primera persona del plural) O: “Una vez vi un paciente como usted…” O: “Un viejo profesor me enseñó que su problema…” Nunca simplemente: Usted tiene esto y esto es lo que hay que hacer. En resumen, la medicina narrativa transforma la significancia estadística en significado humano y así todos podemos entendernos.