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IV. Reflexiones filosóficas sobre la teoría de la Evolución.
1) La condición humana a la luz de la evolución
“¿Quién nos ha dado una esponja capaz de borrar el horizonte? ¿Qué hemos
hecho para desprender esta tierra del sol? ¿Hacia adónde se mueve ahora? ¿Hacia
adónde nos movemos nosotros, apartándonos de todos los soles? ¿No nos precipitamos
continuamente?, ¿hacia atrás, adelante, a un lado y a todas partes? ¿Existe todavía para
nosotros un arriba y un abajo?, ¿no vamos errantes como a través de una nada infinita?,
¿no nos absorbe el espacio vacío?, ¿no hace más frío? ¿No viene la noche para siempre,
más y más noche?” (Nietzsche, F., La gaya ciencia).
2) ¿Azar o Finalidad?
“Creo que la Evolución se dirige hacia el Espíritu. Creo que el Universo es una
Evolución. Creo que el Espíritu (en el Hombre) desemboca en lo Personal. Creo que lo
Personal supremo es el Cristo-Omega. ... por encima del conjunto unido de seres y de
fenómenos, una Realidad global cuya condición consiste en ser más necesaria, más
consistente, más rica, más certera en sus caminos, que cualquiera de las cosas
particulares que envuelve...” (Teilhard de Chardin).
“En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en
innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que los animales
inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la
“Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves
respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de
perecer (...) Hubo eternidades en las que no existía; cuando de nuevo todo se acabe
para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión
ulterior que conduzca más allá de la vida humana” (Nietzsche, F. Sobre verdad y
mentira en sentido extramoral).
“Según Darwin la evolución no tiene ningún propósito, no sigue ningún diseño
preconcebido, es simplemente oportunista, no se dirige hacia ningún ideal de
perfección. O mejor dicho, todas las especies (incluida la nuestra) son igualmente
perfectas, cada una de ellas maravillosamente adaptada a sus hábitos de vida por obra
de la selección natural. En otras palabras, a diferencia de la selección artificial que el
agricultor o ganadero realiza con un fin determinado, la selección natural no tiene
objetivos.
Aunque en el lenguaje habitual (también en el político y comercial),
evolución significa cambio a mejor, en términos darwinistas evolución sólo significa
cambio, a secas.” (Arsuaga, J.L., La especie elegida).
“Esta imprevisibilidad de la evolución indica que nada está escrito de antemano,
que todo es posible. Muestra que el grupo biológico más floreciente puede extinguirse a
causa de cambios en el medio físico o por culpa de la competencia con otros grupos de
organismos. Ninguna forma de vida puede considerarse superior a las demás, porque
ninguna está a salvo de la hecatombe. Ahora bien, que la evolución sea imprevisible,
¿Quiere decir que está gobernada por el ciego azar, que no hay leyes, que todo es caos,
que nada se puede explicar? ¿Es razonable admitir que el desorden (el no-orden) haya
producido tanta maravilla biológica? ¿Puede el ruido dar lugar por casualidad a una
sinfonía?
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En el núcleo mismo de la evolución hay caos puro. La selección natural opera
sobre las variantes genéticas que surgen sin relación alguna con las actividades de los
organismos o sus necesidades. La mutación, generadora de variación, es un proceso
estocástico (regido por el azar). Sin embargo, una vez que una variante se ha producido,
que se conserve y difunda o que sea eliminada y desaparezca no depende de la
casualidad; en la compleja interrelación que un organismo mantiene con los demás y con
el medio físico, determinadas variantes confieren a sus portadores una capacidad mayor
para sobrevivir y reproducirse, mientras que otras las reducen, y serán únicamente las
primeras las llamadas a perpetuarse. La selección natural es un proceso determinístico”
(Arsuaga, J.L., La especie elegida).
"Si la Tierra iniciara de nuevo su carrera con todos sus rasgos físicos repetidos, es
muy improbable que volviera a emerger algo parecido a un ser humano. El proceso
evolutivo se caracteriza por una poderosa aleatoriedad. El choque de un rayo cósmico
con un gen diferente, la producción de una mutación distinta, puede tener consecuencias
pequeñas de entrada, pero consecuencias profundas más tarde. La casualidad puede
jugar un papel poderoso en biología, como lo hace en la historia. Cuanto más atrás
ocurran los acontecimientos críticos, más poderosa puede ser su influencia sobre el
presente. Consideremos por ejemplo nuestras manos. Todos tenemos cinco dedos,
incluyendo un pulgar oponible. Nos van muy bien. Pero creo que nos irían igual de bien
con seis dedos incluyendo un pulgar, o con cuatro dedos incluyendo un pulgar, o quizás
con cinco dedos y dos pulgares. No hay nada intrínsecamente superior en nuestra
configuración particular de dedos, que consideramos normalmente como algo natural e
inevitable. Tenemos cinco dedos porque descendemos de un pez del devónico que tenía
cinco falanges o huesos en sus aletas. Si hubiésemos descendido de un pez con cuatro o
seis falanges, tendríamos cuatro o seis dedos en cada mano y lo consideraríamos
perfectamente natural. Utilizamos una aritmética de base diez únicamente porque
tenemos diez dedos en nuestras manos (la aritmética basada en el número 5 ó 10 parece
tan evidente que la antigua palabra griega que equivalía a "contar" era literalmente
"hacer cinco"). Si la disposición hubiese sido distinta, utilizaríamos base ocho o base doce
para la aritmética y relegaríamos la base diez a las nuevas matemáticas. Creo que lo
mismo es válido para aspectos más esenciales de nuestro ser: nuestro material
hereditario, nuestra bioquímica interna, nuestra forma, estatura, sistema de órganos,
amores y odios, pasiones y desesperaciones, ternuras y agresión, incluso nuestros
procesos analíticos: todos los cuales son, por lo menos en parte, el resultado de accidentes
aparentemente menores en nuestra historia evolutiva inmensamente larga.
Hace exactamente sesenta y cinco millones de años nuestros antepasados eran los
mamíferos menos atractivos de todos: seres con el tamaño y la inteligencia de musarañas
arbóreas. Se hubiese precisado un biólogo muy audaz para imaginar que estos animales
llegarían eventualmente a producir un linaje que dominaría actualmente la Tierra. La
Tierra estaba llena entonces de lagartos de pesadilla; terribles, los dinosaurios, seres de
inmenso éxito que llenaban virtualmente todos los nichos ecológicos. Había reptiles que
nadaban, reptiles que volaban y reptiles -algunos con la estatura de un edificio de seis
pisos- que tronaban sobre la faz de la Tierra. Algunos tenían cerebros bastante grandes,
una postura erecta y dos pequeñas piernas frontales bastante parecidas a manos que
utilizaban para cazar mamíferos pequeños y rápidos -probablemente entre ellos a nuestros
distantes antepasados- para hacer una cena con ellos. Si estos dinosaurios hubiesen
sobrevivido, quizás la especie inteligente dominante hoy en día en nuestro planeta tendría
cuatro metros de altura con piel verde y dientes aguzados, y la forma humana se
consideraría una fantasía pintoresca en la ciencia ficción de los saurios.
Sea cual fuere, el desastre que eliminó a los dinosaurios del escenario mundial
eliminó también la presión sobre los mamíferos. Nuestros antepasados ya no tuvieron que
vivir a la sombra de reptiles voraces. Nos diversificamos de modo exuberante y
florecimos. Hace veinte millones de años nuestros antepasados inmediatos probablemente
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todavía vivían en los árboles. Más tarde se bajaron porque los bosques retrocedieron
durante una gran era glacial y fueron sustituidos por sabanas herbosas. No es muy bueno
estar adaptado de modo perfecto a vivir en los árboles si quedan muy pocos árboles.
Muchos primates arbóreos debieron desaparecer con los bosques. Unos cuantos se
ganaron a duras penas la existencia en el suelo y sobrevivieron. Y una de estas líneas
evolucionó y se convirtió en nosotros. Nadie sabe la causa de este cambio climático.
Puede haber sido una pequeña variación de la luminosidad intrínseca del Sol o de la
órbita de la Tierra; o erupciones volcánicas masivas que inyectaron polvo fino en la
estratosfera, la cual reflejó entonces más luz solar al espacio y enfrió la Tierra. Puede
haberse debido a cambios en la circulación general de los océanos. O quizás al paso del
Sol a través de una nube de polvo galáctico. Sea cual fuere la causa, vemos de nuevo
hasta qué punto está ligada nuestra existencia a acontecimientos astronómicos y
geológicos casuales.
Después de bajar de los árboles, evolucionamos hasta una postura erecta;
nuestras manos quedaron libres; poseíamos una visión binocular excelente; habíamos
adquirido pues muchas de las condiciones previas para hacer herramientas. Ahora,
poseer un cerebro grande y comunicar pensamientos complejos suponía una ventaja real.
Es mejor ser listo que tonto si todo lo demás no varía. Los seres inteligentes pueden
resolver mejor los problemas, vivir más tiempo y dejar más descendencia; hasta la
invención de las armas nucleares la inteligencia ayudaba de modo poderoso a la
supervivencia. En nuestra historia le tocó a una horda de pequeños mamíferos peludos
que se ocultaba de los dinosaurios, que colonizó las cimas de los árboles y que luego se
esparció por el suelo para domesticar el fuego, inventar la escritura, construir
observatorios y lanzar vehículos espaciales. Si las cosas hubiesen sido distintas, podrían
haber sido otros seres cuya inteligencia y habilidad manipuladora los habría llevado a
logros comparables. Quizás los listos dinosaurios bípedos, o los mapaches o las nutrias o
el calamar..." (Carl Sagan "Cosmos").