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PRÓLOGO
Aun cuando el movimiento de la Ilustración no fue exclusivo de Francia
(su origen fue Inglaterra y tocó también a Holanda, los países
germánicos y otras naciones como Italia, España, Polonia, Rusia y
Suecia), por los alcances allí logrados -gracias al prestigio e influencia
intelectual de los enciclopedistas- el país galo empezó a causar una
notable admiración en la segunda mitad del siglo XVIII. Su valoración
destacada de la ciencia generó corrientes de pensamiento filosófico y
político convencidas del poder y superioridad de la razón sobre la
tradición, los dogmas religiosos y la autoridad, por lo que un postulado
nodal de la Ilustración estribó en la posibilidad de organizar a la
sociedad con fundamento en principios racionales. No tardó este
movimiento en convertirse en sustento del despotismo imperante, ahora
éclairé, bajo el dominio de miembros de la alta burguesía y de la
aristocracia. Pero paradójicamente, la preeminencia del individuo que
subyacía en distintos postulados filosóficos de la Ilustración, fortaleció
también las vertientes político-sociales que enarbolaban el igualitarismo
y las libertades.
Con ello quedó abonado ideológicamente el terreno para conflictos y
cambios sociales agudizados por el abismo cada vez más hondo entre
las élites dominantes y la población, el desprestigio e incapacidad de los
gobiernos monárquicos, y una profunda crisis económica que
desembocaron, como es sabido, en la Revolución de 1789. Pese a sus
errores y terrores, este otro movimiento también fue admirado por los
gobiernos de no pocos países del orbe y de buena porción de la "parte
culta" de sus habitantes. Al fin y al cabo había podido acabar con el
señorial ancien régime, crear la república, instaurar el liberalismo y
encumbrar a la burguesía como clase hegemónica.
Sobre la base de estos dos grandes movimientos y de cierto grado de
desarrollo material e intelectual, Francia galopó francamente por la
senda capitalista desde la tercera década del siglo XIX, poniendo
simultáneamente en marcha una política de expansión colonialista.
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Erigida en "país modelo" se dispuso a irradiar su influencia a nivel
internacional, o a fortalecerla donde ya la había, haciéndolo en distintos
ámbitos: en el económico desde luego, pero también en el políticojurídico, en el ideológico, en el científico, en el cultural, en el de los
sistemas educativos y hasta en los estilos de vida.
Francia no dejó de dirigir su mirada a los países de América recién
emancipados. Se fijó aunque un poco tarde en México, ya que desde
1825 Inglaterra se le había adelantado dando créditos en plan
"generoso" a los nacientes y atribulados gobiernos nacionales, a cambio
de concesiones para la ansiada explotación de minas de metales
preciosos. Si México formalizó un tratado de comercio e inmigración con
este país en diciembre de 1826, en mayo del año siguiente suscribió con
Francia un acuerdo de amistad en el que ambos países prometieron
darse el "tratamiento de nación más favorecida para su navegación y su
comercio". Sin embargo de poco valió este acuerdo con Francia, porque
esta nación no pudo reconocer la independencia de México, a causa de
la alianza mantenida por Carlos X con España. Fue hasta 1830, bajo el
gobierno de la Monarquía de Julio, que se reconoció la independencia
de México, sin firmarse en lo inmediato ningún tratado de amistad,
comercio y navegación. La verdad es que no fue necesario un acuerdo
de tal naturaleza para fincar las relaciones entre ambos países. Recién
había declarado México la consumación de su independencia, cuando el
primer navío francés recalaba en el puerto de Veracruz (1822), navíos
cuyo número se había disparado a 54, cuatro años después, como hace
saber Véronique Basille-Reyes en su texto sobre La Compagnie Générale
Trasatlantique. Por otro lado, el tratado firmado con Inglaterra contenía
un artículo que aprovecharon los franceses deseosos de viajar a México
para probar su suerte, pues en él se señaló que los extranjeros -sin
precisar país de origen ni nacionalidad- tendrían "franquicias y
seguridad para introducirse, permanecer y residir en todas partes [de la
República Mexicana]".
Si a nivel de los gobiernos las relaciones México-Francia empezaron en
los años de 1830, en lo que respecta a los individuos las recepciones
ocurrieron mucho más temprano. Desde el primer siglo de la etapa
colonial los franceses habían incursionado en la entonces Nueva
España, por recomendación o en compañía de funcionarios españoles, o
como miembros de la administración virreinal, del ejército o del clero,
aunque en escasa cantidad. Como quiera que fuese comenzaron a dejar
huella y el fenómeno aumentó a partir de la cuarta década del siglo XIX,
cuando sus inmigrantes aumentaron notoria pero no masivamente. A la
distancia Francia ya ejercía de todas formas un influjo entre nosotros,
en cuanto a las aspiraciones ya las ideas despertadas por sus
movimientos revolucionarios y de ilustración. Y es que con todo') tener
la competencia de Inglaterra pudo convertirse, por la ventaja de su
religión católica y del origen latino de su población, en un imán y un
faro para los países que, como México, habían quedado por la
colonización española envueltos en esas creencias religiosas y en una
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lengua bien o mal impuesta, pero hija también del latín. Nuestro país
halló entonces -como otros de la hoy Latinoamérica- afinidades con
Francia que no experimentó con los demás países que tras nuestra
independencia se propusieron ocupar el lugar dejado, hasta cierto
punto, por España.
En esas condiciones se entiende el ascendiente de Francia en el México
del siglo XIX y primeras décadas del xx. Durante todo este tiempo ese
país fue, además, la potencia más grande y desarrolla- da en Europa en
términos de población, economía, cultivo de las ciencias y de las artes,
de las ideas políticas y de la fortaleza de sus estructuras sociales. Con
estas otras cartas a su favor no debe extrañarnos su incidencia tanto
material como intangible en el territorio y el ambiente mexicanos.
Influencia por otro lado correspondida con manifestaciones de simpatía,
adhesión, imitación y esfuerzos de identificación con ella, patentes en
miembros de la élite y en im- portantes núcleos de nuestra población
urbana. La atracción por Francia se mantuvo a pesar de los intentos de
dominio colonialista representados por la guerra "de los pasteles" (18381839), y sobre todo por la guerra de intervención y el establecimiento
del imperio de Maximiliano (1862-1867).
A tono con la expresión de lamento y de deslinde plasmada por Víctor
Hugo en su célebre misiva al pueblo mexicano ante la invasión
ordenada por Napoleón III, ya tono también con la con- dolencia y
frases de aliento escritas por el mismo Benito Juárez en ocasión de la
derrota de Francia frente a Prusia (1871), los mexica- nos supieron
distinguir entre las agresiones del imperio y sus responsables, y la
posición neutral-incluso parcialmente favorable a México- de muchos
franceses, particularmente los republicanos.
De suerte que por encima de las confrontaciones y sus consecuencias,
se impuso esa admiración de que antes hablamos, visible des- de un
siglo atrás y paulatinamente vigorizada.
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Este libro reúne cerca de veinte trabajos, que intentan mostrar la
presencia y el influjo de Francia en México, a través de distintos temas
y enfoques tales como el estudio de la inmigración, de la vida de ciertos
personajes y el transcurrir de determinados negocios, del
desenvolvimiento de determinadas familias, del mundo de la imagen a
través de la fotografía y los anuncios comerciales, de la labor de una
institución educativa, del testimonio de descendientes de franceses y de
un abortado proyecto interno de colonización. Repartidos en diferentes
puntos de la geografía del país y apoyados en fuentes manuscritas,
impresas y orales, cada uno trata a su manera de capturar una o varias
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huellas de la presencia francesa, a través del recuento y análisis de
cifras, de la lectura de las andanzas de inmigrantes y del desempeño de
comerciantes, en la significación de las imágenes publicitarias, en la
revisión de planes y el comportamiento de instituciones, y en la
trayectoria de familias que la rueda del tiempo transformó en
generaciones (y en pequeñas legiones)... Signos, pues, de ese vínculo
entre Francia y México o entre franceses y mexicanos, vuelto indeleble
por la acción de cronistas e historiadores. Vínculos sin duda menos
fuertes que los que México mantiene con el "vecino del norte" desde los
años treinta del pasa- do siglo, mas no por ello carentes de una
importancia cualitativa que más que en simples intereses tiene sustento
en el sutil encanto de la atracción.
Las Coordinadoras
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