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DE MÚSICA Y VIAJES: UN DIVERTIMENTO EN NUEVE ETAPAS Concierto del 9 de noviembre de 2010 (Auditorio Nacional, Sala Sinfónica) Orquesta de la Comunidad de Madrid Pandeli Gjezy, violín José Ramón Encinar, director Pablo SOROZÁBAL (1823-1894) Victoriana Paul HINDEMITH (1854-1923) Concierto para violín y orquesta Luis Mateo ACÍN Homenaje a R. J. Sender Maurice RAVEL (1846-1908) Dafnis y Chloe. Suite nº 2 1.- La invitación al viaje Henri Duparc es uno de los compositores franceses más enigmáticos del siglo XIX. Nació en París en 1848 y después de estar en todas las batallitas de la vida musical de su país entre 1871 y 1885 se retiró del mundo de la composición cuando tenía 37 años, en una toma de postura por el silencio más extrema aún que la de Rossini, pues al menos el italiano dejó la ópera pero siguió componiendo sus “pecadillos de vejez” y alguna que otra obra en los márgenes de las tendencias imperantes. En 1869 y 1870 Duparc viajó a Múnich para los estrenos de “El oro del Rin” y “La valquiria”, de Wagner, realizados contra la voluntad de su autor que, como protesta no asistió a las representaciones. Después del segundo de estos viajes estalló la guerra franco-prusiana y Duparc permaneció en París durante la misma, y durante los disturbios de la Comuna, junto a César Franck, su maestro, que le dedicó su “Sinfonía en re menor”. En ese periodo Duparc compuso una de sus melodías más conocidas “La invitación al viaje”, sobre un texto de Baudelaire, en el que el poeta describe la magia de un país donde “todo es orden y belleza, lujo, calma y voluptuosidad”. El propio Baudelaire explicaría posteriormente que se refería a los Países Bajos con “los soles húmedos de sus cielos caliginosos”, como acertadamente contó Santiago Salaverri hace unos cuantos años en una serie de programas dedicados a la 1 canción francesa y sus intérpretes en Radio 2. Recordaba también Salaverri que Pierre Bernac recomendaba cantar esta canción sin tristeza, incluso más bien con alegría ante una visión tan idealizada. Es posible que ustedes se formulen como mínimo ahora la pregunta “Pero, bueno, ¿que nos está contando este comentarista?. No hay ninguna obra de Duparc en el programa anunciado y no hace más que hablar de viajes: a Munich, a los Países Bajos. Hasta cita una canción que es una invitación al viaje. ¿Se habrá equivocado de publicación?”. Pues no. El director artístico y musical de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, mi admirado y buen amigo José Ramón Encinar, me pidió un texto sobre “Música y viajes” para lectura complementaria de este concierto con obras de Sorozábal, Hindemith, Ravel y Luis Mateo, señalándome que no hacía falta que me refiriese a los autores y obras del programa. Debe ser mi fama viajera el motivo de una propuesta que desencadena una multitud de preguntas: ¿se percibe la música de forma distinta cuando se va a una sala de conciertos en un lugar lejano de nuestro domicilio habitual?, ¿suponen los viajes una forma especial de inspiración para los compositores?, ¿hay en la literatura universal alguna novela cuyo tema fundamental sea la relación entre música y viajes?. Los interrogantes se multiplican. Me pareció tan sorprendente y original el encargo que acepté de inmediato. Fui un insensato, claro, pues el tema se las trae, pero después de mucho pensarlo he optado por un formato de “variaciones” o “divagaciones en torno a..”, cada una de ellas con un título asociado a la música o a la literatura. Esta es la primera de ellas. Ya sé que tener que explicar lo que se va a hacer es un mal síntoma. Una buena música o un buen texto se explican por sí solos. Pero, en fin, no pretenden estas líneas ser un ensayo sesudo sino un divertimento más o menos a la medida de lo deseado por el maestro Encinar. Valgan pues estas líneas introductorias como una invitación al viaje. 2.- El canto de la alondra Willa Cather es una escritora estadounidense perteneciente a una familia de origen irlandés. Nació en Winchester (Virginia) en 1873 y estudió en la Universidad de Nebraska, donde se presentó vestida de hombre con el nombre de William Cather. En España, por razones que se me escapan, no es demasiado conocida, ni siquiera en círculos cultos literariamente, siendo como es la gran escritora de los movimientos migratorios en Estados Unidos. Cather da un gran protagonismo en sus libros a las familias desplazadas a América desde Europa, especialmente las de origen bohemio, anglosajón o escandinavo, que luchan en pequeñas poblaciones campesinas por encontrar un lugar al sol del sueño americano. Novelas como “Pioneros” o “Mi Ántonia” son absolutamente ejemplares en este sentido y merecieron la admiración del mismísimo William Faulkner. Entre ellas se sitúa “El canto de la alondra” (1915), la historia de una muchacha de origen sueco, con talento fuera de serie y voluntad indomable, que llega por su tenacidad a dar el salto de vivir en una situación de lucha por la supervivencia en un pueblo ferroviario del Oeste americano a convertirse en una de las divas wagnerianas del Metropolitan Opera House de Nueva York, el célebre Met, asumiendo allí papeles líricos tan emblemáticos como los de Elsa de “Lohengrin” o Elisabeth de “Tannh- 2 äuser”, e integrándose entre las estrellas de “El anillo del Nibelungo”, cuya música orquestal, pongamos por caso, para el “viaje de Sigfrido por el Rin” nos devuelve de inmediato a las asociaciones evidentes entre música y viajes, en este ejemplo definidas por un carácter descriptivo y a la vez sicológico. Obvio es decir que “El canto de la alondra” es una novela profundamente americana, una historia de éxito que cuenta la recompensa a la voluntad, el trabajo y el sacrificio. Está, por otra parte, inspirada en un caso real, el de la cantante Olive Fremstadt (1868 o 1871- 1951) y en gran medida en la propia Willa Cather, una mujer que practicó mil oficios desde maestra a periodista, antes de poder dedicarse exclusivamente a la literatura. Durante cuarenta años vivió con su compañera Edith Lewis. Admiradora de Henry James, Conrad o Turguéniev, falleció en Nueva York en 1947. “El canto de la alondra” es una novela épica que destaca de una manera natural la grandeza de la música, al considerar su interpretación un camino de perfeccionismo y superación. La irresistible ascensión de la protagonista, Thea Kronborg, no disminuye su bondad y tampoco el olvido de sus raíces. Lo mismo que la fascinación por los grandes roles wagnerianos no le impide la admiración de óperas verdianas como “Il trovatore”. “El canto de la alondra” es una de las grandes novelas musicales de la historia de la literatura y, en cierto sentido, una de las grandes novelas de viajes. Otros libros importantes de Willa Cather son “Mi enemigo mortal”, “La dama extraviada” y “Para mayores de cuarenta”, en el que reflexiona sobre alguno de los escritores a los que admira como Thomas Mann o Katherine Mansfield. 3.- Viaje de invierno “Como un extraño llegué, parto también como un extraño”. Son los primeros versos de “Buenas noches”, lied con el que comienza “Winterreise”(“Viaje de invierno”), de Franz Schubert, ciclo de 24 canciones sobre textos de Wilhelm Müller que constituye algo así como la esencia musical de la melancolía romántica en su sentido más doloroso y es, sin duda, una de las obras más intensas y desgarradas de todo el siglo XIX. El viaje aquí es fundamentalmente interior. Schubert ve la muerte cercana y compone un ciclo de canciones de gran sensibilidad con su habitual dominio de la melodía y con una estremecedora mirada hacia la vida que deja atrás. “A mi me gustan estos lieder más que todos los demás que he compuesto, y a vosotros también os gustarán”, dijo en cierta ocasión. No es su última obra, pues aún escribió antes de su muerte la imponente sinfonía en do mayor y el asombroso quinteto en la misma tonalidad, pero “Viaje de invierno” tiene algo de testamento, de mensaje humanista para la posteridad. Desprende una profunda emoción este viaje al fondo del alma, esta inmersión en los sueños primaverales, los tilos, las mañanas de tormenta, las lágrimas heladas, las soledades y las últimas esperanzas. “Anciano prodigioso, ¿me voy contigo?.¿Quieres tocar tu zanfona mientras yo canto?”. Son las últimas palabras de un viaje al fondo de uno mismo a través de la música más intima. 3 “Se ama a Schubert como se ama a Mozart: irracionalmente y de forma muy intensa”, escribió Roland de Candé. El lied es el corazón de su obra y la más elevada expresión de su poesía y su talento. A lo largo de su vida compuso alrededor de seiscientos. Son muchos, desde luego, pues Schubert falleció cuando tenía solamente 31años. Nunca se había llegado tan lejos en el terreno de una música cotidiana y popular que iba directa a las pasiones del corazón humano. Bien es verdad que Schubert compuso también magníficas series de sinfonías, cuartetos de cuerda o sonatas para piano, además de un par de quintetos inspiradísimos, pero en ningún campo de la creación se hizo tan cercano como en la canción con acompañamiento de piano. El gran barítono Dietrich Fischer-Dieskau, uno de sus más destacados intérpretes, ha señalado que “los retratos del alma o del paisaje de Schubert superan en intensidad toda la pintura de sus contemporáneos. Habría que buscar en Rembrandt o en Goya para encontrar cuadros de idéntica fuerza e interioridad en el terreno visual”. El tenor Ian Bostridge o el barítono Christian Gerhaher son cantantes que mantienen hoy encendida la llama schubertiana con sus lúcidas y poéticas aproximaciones desde la voz. Imprescindible es, claro, la compenetración con pianistas que entiendan y amen este mundo artístico tan complejo a pesar de su apariencia sencilla. En el terreno viajero hay festivales anuales de gran categoría dedicados a Schubert. La Schubertiada de Vilabertrán en Cataluña goza de un merecido prestigio pero el paraíso de los amantes de Schubert se encuentra en la región austriaca del Vorarlberg. Tomando como centro la pequeña y romántica población de Schwarzenberg, en el corazón de los montes de Bregenz, la música de Schubert resplandece cada año en contacto con una naturaleza en todo su esplendor. Escuchar su música allí es una experiencia inolvidable. 4.-El caminante y su sombra Friedrich Nietzsche escribe “El caminante y su sombra” en 1879 en varios pueblecitos de la Suiza central buscando siempre el contacto con la naturaleza y estableciendo una especie de soliloquio consigo mismo o, si se prefiere, un dialogo con su propia sombra. Considerado como un epílogo, o continuación, de “Humano, demasiado humano”, es un conjunto de más de 300 aforismos bastante sosegados, de los cuales varios están dedicados al arte de los sonidos. Nietzsche ha roto sentimentalmente con la música de Richard Wagner, aunque no lo cite en ningún momento en el libro, y ha descubierto la fuerza mediterránea de la ópera “Carmen”, de Bizet. Defiende la melodía intimista frente a las sinfonías de gran efecto sonoro o el drama musical. Bach, Schubert, Chopin, Mendelssohn, Schumann, Haendel, Haydn, Beethoven o Mozart son algunos de los músicos a los que dedica sus comentarios en “El caminante y su sombra”. ¿En qué tono? Seleccionemos algunos ejemplos. “La música de Beethoven es la inocencia de los sonidos, una música que hace referencia a la música. Mozart guarda una relación muy diferente con sus melodías: no se inspira oyendo música sino experimentando la vida”. “Si la genialidad puede aliarse a la naturaleza de un hombre sencillamente bueno, Haydn poseía esa genialidad. Llega hasta el límite que la moral traza a la inteligencia, no hace más que música sin pasado”. “La juventud con 4 la que soñaban los poetas líricos del romanticismo francés y alemán durante el primer tercio del presente siglo, la ha traducido al lenguaje de la canción y de la música Robert Schumann, el eterno joven mientras se sintió en la plenitud de su fuerza”. Y en parecidos términos se refiere Nietzsche a la música dramática, el sentimentalismo en música, la música serena o la dicción musical. La insistencia en el concepto de caminante impulsa de nuevo el lado viajero de unas reflexiones incorporadas al equipaje de mano o más bien a la mochila. Los pensamientos concentrados en los aforismos de Nietzsche son siempre oportunos para ilustrar un viaje de resonancias musicales. En el ensayo “Soliloquios de un filósofo errante” Enrique Lopez Castellón afirma que “Nietzsche tiene conciencia de que la superación de los prejuicios morales, religiosos y metafísicos en virtud de la capacidad de desvanecer fantasmas que posee la luz cada vez más radiante de la razón, desemboca en una utopía social” Hasta Mozart habría estado de acuerdo en este razonamiento. Y es que, volviendo de nuevo a citar a Nietzsche, la música es “humana, demasiado humana” y las utopías son más realizables con música que sin ella. Ciertamente, qué cantidad de cosas se pueden pensar en un viaje. 5.- Orfeo El primero de los grandes viajeros de la historia de la ópera es Orfeo. Con su lira desciende a los infiernos para rescatar a Euridice traspasando ese umbral del abismo donde, como decía Dante, hay que abandonar toda esperanza. Claudio Monteverdi sienta las bases del género lírico-teatral con una obra maestra imperecedera, en la que antes que a nadie es concedida en el prólogo la palabra- y el canto- al personaje alegórico de La Música. “Yo la Música soy, y con dulces acentos, sé calmar los turbados corazones, y ora de noble ira, ora de amor, enardecer puedo las más heladas almas”. Hay una declaración de principios muy sustanciosa en este nacimiento de la ópera. Se vuelve al espíritu de la tragedia griega, se reivindica la poesía y la palabra, se recrea la historia contada en la belleza infinita del canto, pero se deja bien claro que es la Música la conductora de este camino artístico que se acaba de emprender. El libretista Alessandro Striggio se basó en “Las Metamorfosis”, de Ovidio, y en “Las Geórgicas” de Virgilio. Monteverdi sentaría los pilares musicales de una historia mitológica y poética en la que el viaje es la acción decisiva de una redención por el amor. ¿Qué podría hacer Orfeo sin Euridice? Monteverdi hizo su propio viaje llevando la ópera de la mitología a la recreación histórica en el plazo de 35 años. “La coronación de Popea” es, si se quiere, la culminación de una trayectoria vital e intelectual apasionante. También Orfeo iniciaría su particular viaje siendo recogido en diferentes etapas de la Historia por autores como Gluck, Offenbach, Lully, Milhaud o Haydn, con tratamientos y hospitalidades muy diferentes. Antes que Monteverdi, ya se había Peri fijado en Orfeo con la ópera “Euridice”. Y el que comenzó un ambicioso viaje fue el propio género operístico, con más de 400 años a sus espaldas ya, y con un futuro por delante tan desafiante y cargado de sugerencias en las recreaciones de los títulos tradicionales como en las nuevas obras que irán naciendo. Los viajes han aparecido continuamente en una historia de la lírica llena de amores y desdichas, alegrías sin límite y desgracias inevitables. Los ha habido de 5 iniciación y prueba como el de Tamino y Pamina en “La flauta mágica”, de Mozart; de ironía y un humor en el límite de la abstracción como en “El viaje a Reims”, de Rossini; asociados a la leyenda y los mitos como en “El holandés errante” o “El anillo del Nibelungo”, de Wagner; de aventuras tan lúdicas como trascendenes en “La carrera del libertino”, de Stravinski, o en las diferentes recreaciones del mito de Fausto. Por supuesto, si tuviese que elegir una sola ópera viajera tal vez me decantaría por “El retorno de Ulises a la patria”, del propio Monteverdi. La lista de títulos, en cualquier caso, sería interminable. Entre otras razones por la amplitud conceptual con la que nos estamos refiriendo a los viajes: físicos o interiores, en el espacio o en el tiempo. Los desplazamientos, las transformaciones abren un campo infinito de estímulos para las historias operísticas. Y en todo este proceso de creatividad y fantasía no está de más, antes que el agotamiento nos venza, volver a escuchar “L’Orfeo”, de Claudio Monteverdi y meditar con el personaje de La Música que “ahora, mientras entono mi canto, riente o triste, no ha de moverse pajarillo en estas frondas, ni oírse ola sonora en estas riberas, y detenerse debe el soplo de la brisa” 6.-Viaje al pasado Uno de los grandes desafíos de los teatros de ópera hoy es mostrar los grandes títulos de siempre con una mirada cercana a la sensibilidad de nuestro tiempo, buscando un reencuentro entre la tradición y el presente. “Viaje al pasado” es un relato breve de Stefan Zweig (Viena 1881- Petrópolis, Brasil, 1942) que narra la historia de una pareja que se vuelve a encontrar después de muchos años de separación, en un mundo totalmente distinto al que compartieron en su día y en el que se amaron incondicionalmente. La llama de esa vinculación afectiva aún se mantiene o, al menos, eso creen sus protagonistas. Zweig es un ensayista y escritor muy popular en la sociedad centroeuropea con algunos libros imprescindibles como “El mundo de ayer. Memorias de un europeo” y otros tan interesantes como “Momentos estelares de la humanidad. Catorce miniaturas históricas” que contiene, entre otros, un retrato fascinante de Haendel. Luego están sus narraciones más o menos clásicas: “Veinticuatro horas en la vida de una mujer”, “Carta de una desconocida”, “La embriaguez de la metamorfosis”, “Novela de ajedrez”(de la que ha partido Cristóbal Halffter para su tercera ópera), “La piedad peligrosa”. En fin. Stefan Zweig tenía una pequeña casa en la parte alta de la montaña de los Capuchinos de Salzburgo, la ciudad natal de Mozart. También habitó en Salzburgo Thomas Bernhard, el celebrado autor de “El ignorante y el demente”. Incluso tiene una calle dedicada en las inmediaciones del campo de fútbol. Salzburgo es seguramente el destino viajero más frecuentado, o al menos deseado, por los aficionados a la música del mundo entero. Alrededor de 250.000 personas asisten a sus festivales de verano. El 50% proceden de Alemania y el 30% de Austria aproximadamente, pero hay visitantes de hasta 65 naciones, de las cuales 33 no pertenecen a Europa. Son datos tomados de la Cámara de Comercio de Salzburgo y del servicio de prensa del propio Festival. Son, al menos, cuatro las grandes citas musicales al año en Salzburgo. El Festival de verano surgió después de la I Guerra mundial, tratando de restablecer la sen- 6 sación de normalidad ciudadana. Todos los grandes intérpretes del siglo han acudido en alguna ocasión. La ópera convive con el teatro de prosa y los grandes conciertos y recitales, en un número aproximado de 200 actos en 5 semanas de duración. A finales de enero se celebra cada año la Semana Mozart alrededor de la fecha de nacimiento del autor de “Don Giovanni”, estando ligada la organización fundamentalmente al Mozarteum. En Semana Santa es el momento del Festival de Pascua, creado por Herbert von Karajan, y planteado hoy, tanto en su faceta operística como en los conciertos, por Simon Rattle y la Filarmónica de Berlín. La cuarta gran cita es la de Pentecostés, más centrada en repertorios anteriores a Mozart. En los últimos años, con la dirección de Riccardo Muti, se ha centrado especialmente en la música napolitana. Salzburgo es la ciudad que encarna como pocas la fusión ideal de música y viaje, que estamos tratando en esta serie de pinceladas. Turísticamente es un destino con bellos paisajes, restaurantes clásicos e imaginativos, oferta hotelera de gran variedad y, por encima de todo, la sombra de Mozart iluminándolo todo. No solamente su propia música sino la de todos los demás. Fuera de los lugares de trabajo y residencia de cada uno, la música se escucha de otra manera, con otra concentración, en Salzburgo. Se vive para ella. Y si además están los mejores cantantes, instrumentistas y directores de orquesta para interpretarla, la sensación de felicidad musical se antoja muy próxima. 7.- Sinfonía alpina El gran mosaico orquestal de Richard Strauss que responde al nombre de “Sinfonía Alpina” es un símbolo de la Música asociada a la Naturaleza. No es el único. La “Pastoral” de Beethoven responde, desde otras perspectivas artísticas, a la misma filosofía. Las escenas frente al arroyo, la tormenta, la atmósfera bucólica, nos hacen ver un diálogo soñado entre el arte de los sonidos y el paisaje, al que es difícil resistirse por parte de los compositores, al menos en alguna ocasión. Es natural. Muchos de ellos han compuesto sus obras más emblemáticas en pleno campo, aislados de los frenesís urbanos, buscando desesperadamente la calma. Mas que de viaje podemos aquí hablar de contemplación. Pasan muchas cosas con el paso de los días, incluso si uno no se desplaza. Es el tiempo quien toma el protagonismo a costa del espacio. Hasta compositores tan sicológicos como Mahler ceden en algunos movimientos a la tentación de describir a su manera la Naturaleza. Más arriba se ha citado un festival profundamente ligado a la Naturaleza a propósito de Schubert. En esta modalidad de viaje musical asociado a la belleza de la Naturaleza, la cita más impactante, por la calidad de las orquestas que participan y por su paisaje prealpino, es en Lucerna, en el corazón de Suiza. Sus orígenes se remontan a la resaca de la II Guerra mundial. Suiza era territorio neutral. Arturo Toscanini comenzó la aventura tomando la batuta frente a la villa Tribschen, donde residió Wagner, a las afueras de la ciudad. Era el 5 de agosto de 1938. El concierto se retransmitió a 80 emisoras de radio de Europa y América. Mientras en Salzburgo o Bayreuth, los festivales más emblemáticos de Centroeuropa entonces, los ecos del nacionalsocialismo impedían un desarrollo normal de la actividad musical, Lucerna cogió el testigo de una reconstrucción moral. Hoy es el festival que reúne año 7 tras año a las mejores orquestas del mundo. Se ha resucitado en la última década la Orquesta del Festival bajo la batuta de Claudio Abbado, se ha creado una Academia a las órdenes de Pierre Boulez, se ha intensificado la atención a la música de nuestro tiempo con abundantes estrenos y actividades. Incluso está en avanzado estado el proyecto de construcción de un teatro de ópera modular que sirva para responder a los nuevos retos creativos del siglo XXI y para lanzar una mirada distinta sobre los títulos de siempre. Al igual que sucede en Salzburgo, la de verano no es la única cita anual de Lucerna. En vísperas de Semana Santa hay un festival de primavera, con programación muy cuidada, y en noviembre un festival de piano que contempla los grandes nombres del teclado y las actuaciones alternativas en espacios y ambientes próximos a la atmósfera del jazz. El viajero puede complementar la música con excursiones por el lago de los Cuatro Cantones, combinando barco, trenes de montaña, teleféricos y otros medios de transporte de montaña. En pleno verano puede pisar nieve. Una gozada. 8.- Viaje a los confines de la Tierra Es el turno de los especialistas, de lo que lleva el signo de la dedicación preferente a una disciplina o a un autor. No es fácil seleccionar a un solo escritor de viajes. William Dalrymple, Ryszard Kapuscinski, Rebecca West, Patrick Leigh Fermor o Alan Moorehead, por ejemplo, tienen méritos más que sobrados para la elección, pero me voy a quedar con el estadounidense Robert D. Kaplan, autor de la impresionante incursión por el Tercer Mundo que lleva por título “Viaje a los confines de la Tierra”, elegido como uno de los mejores libros del año en 1996 por The New York Times, o de “Viaje al futuro del Imperio”, en el que se adentra en su propio país, partiendo de Kansas y abarcando todo el Oeste, desde México a Canadá. Colaborador de la revista The Atlantic Monthly sus libros desprenden una gran credibilidad gracias a su rigor periodístico y su insaciable curiosidad. Sus narraciones no están centradas en el mundo de la música pero valen la pena. Los festivales musicales especializados están centrados, sobre todo, en el mundo de la ópera. En concreto, tienen gran atractivo los de Bayreuth, Pésaro y Parma, dedicados respectivamente a Wagner, Rossini y Verdi. La construcción del teatro de Bayreuth fue una idea del propio Wagner que, en un momento visionario, pensó en una acústica y una estética idóneas para representar sus dramas musicales y, en especial, “Parsifal” y “El anillo del Nibelungo”. Es un espacio de enorme originalidad pero incómodo para el espectador, con bancos corridos y sin reposabrazos, con un foso “místico” no visible desde la sala y con una sonoridad verdaderamente distinta a cualquier teatro, especialmente cuando suenan los coros de su último festival escénico sacro. Tiene el Festival de Bayreuth una atmósfera de peregrinaje. Los asistentes se sienten, en su inmensa mayoría, privilegiados por poder asistir a una ceremonia que tiene mucho de culto religioso. Después de esperar de siete u ocho años para alcanzar las deseadas entradas el estado de ánimo tiene que ser forzosamente especial. Durante cinco semanas al año, desde finales de julio a finales de agosto, las óperas de Wagner se escuchan con fervor en el teatro de la “verde colina” por espectadores venidos hasta de los confines de la tierra 8 De carácter muy distinto es el ambiente que se respira en Pésaro o Parma para festejar a sus ídolos locales. Fundamentalmente porque la música de Rossini y la de Verdi poco tienen que ver con la de Wagner. Rossini nació en Pésaro a orillas del Adriático. Es una población tranquila, con un turismo de clase media en verano. Sus habitantes utilizan masivamente la bicicleta para desplazarse. Rossini reina allí durante tres semanas de agosto, donde se reponen sus óperas más conocidas y se recuperan sus títulos olvidados, todo ello aderezado con sesiones dedicadas a sus desenfadadas piezas para piano que Rossini compuso cuando dejó la ópera y se dedicó con mayor dedicación a la buena vida y, en especial, a la buena mesa. Verdi nació en Le Roncole, cerca de Busseto, y no demasiado lejos de Parma. En esta última y próspera ciudad se celebra en octubre el Festival en su honor. Cada día se bautiza con el nombre de una de sus óperas, dispuestas en orden cronológico, y el 10 se festeja su cumpleaños. Una de las óperas se representa cada año en el pequeño teatro de Busseto. La excursión a los lugares de nacimiento y residencia del compositor de “Rigoletto” añade un signo de distinción al viaje. En realidad, es una visita imprescindible 9.- Silencio “Cada día valoro más el silencio”, afirmó el tenor Alfredo Kraus en una entrevista periodística de 1994. “Donde quiera que estemos lo que oímos es, en su mayor parte, ruido”, escribe el compositor John Cage en un inclasificable y audaz libro que lleva por título “Silencio”. Y continúa “Cuando lo ignoramos, nos molesta. Cuando lo escuchamos lo encontramos fascinante. El sonido de un camión a ochenta kilómetros por hora. Interferencias entre emisoras. Lluvia. Queremos capturar y controlar estos sonidos, utilizarlos no como efectos sonoros sino como instrumentos musicales”. El silencio es la respiración de la música. Se necesita el silencio para profundizar en los parámetros del sonido. Un viaje es, desde una perspectiva acústica, una combinación de silencio, ruido y música. La palabra silencio impone. Tal vez por ello el escritor japonés Shûsaku Endô tituló “Silencio” uno de sus libros favoritos, libro que, en palabras de Graham Greene, constituye “una de las mejores novelas de nuestro tiempo”. Hemos viajado, hemos divagado, hemos soñado en este caprichoso recorrido en nueve etapas por las orillas y los vericuetos de las relaciones entre música y viajes. “El secreto es la pasión” es el título de una recopilación de artículos de la gran pedagoga Elisa Roche sobre educación musical. Nos tomamos la libertad de aplicar esta frase a nuestro viaje y a nuestra manera de hacer o escuchar música. El silencio, la pasión. Los caminos de la vida y de la música nos esperan. Cuatro de esos caminos coinciden en el programa del concierto que nos convoca hoy. “Victoriana” es un viaje en el tiempo, una evocación de la música de Tomás Luis de Victoria, en la atenta mirada de Pablo Sorozábal. Avila está ahí, para una primera parada, en un recorrido que parte del Pais Vasco. El violín nos lleva a Alemania, corazón de una cultura musical que nos es familiar. Hindemith es el autor de “Matías el pintor” o “Cardillac”. Pero quizás es más oportuno aquí citar su “Ida y vuelta” para favorecer el regreso. Luis Mateo Acín nos lleva al mundo de la literatura, en la que tanto nos hemos apoyado en estas consideraciones viajeras. Su 9 homenaje a Ramón J. Sender nos invita a visitar Cartagena, tal vez con el ingeniero inglés Mr Witt. La obra de Mateo Acín es un estreno absoluto, un viaje a lo desconocido. El fin de fiesta está inspirado en la mitología griega, pero con la grandilocuencia y el refinamiento sonoro de un francés o, mejor, de un vasco-francés. La historia de los jóvenes pastores Dafnis y Cloe, amamantados por una cabra y una oveja, es siempre sugerente. La isla de Lesbos es el destino final de un viaje ilustrado por el gran orquestador Maurice Ravel. Esta aventura está llegando a su fin. Agradecemos a Henri Duparc, Willa Cather, Franz Schubert, Friedrich Nietzsche, Claudio Monteverdi, Stefan Zweig, Richard Strauss, Robert D. Kaplan, John Cage y Shûsaku Endô su compañía y sus consejos para titular las diversas etapas de este recorrido. José Ramón Encinar tiene ahora la palabra, perdón, la batuta. Para que no pare la música. Juan Ángel Vela del Campo 10