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HORSE BODY PAINTING©
El encuentro con los ocres
Testimonio de Claudie Seite
La mezcla empieza a funcionar ; Un poco de agua,
un poco de esta tierra mágica y los colores aparecen uno a uno.
Primero hay que pintar al caballo blanco.
Primer encuentro, primeros trazos sobre la página en blanco. Primera alegría. Primeros contactos.
Las manos se descubren, se animan. Cambian como un cuerpo llevado en una danza que sigue
una melodía interior que empieza a escucharse, todavía casi imperceptible, pero que es suficiente
para no tener en qué pensar.
Poco a poco, la alegría, el sosiego, la serenidad, el vacío, se tornan sensibles.
El caballo estalla en una danza alegre en la pradera, se adentra en la luz, dejando aparecer los
dibujos que han surgido en el cruce de tus manos.
Y entonces… ¡ya no se detiene!
A la mañana siguiente, peinas un caballo bayo. Pero, aunque el momento es agradable, queda un
tanto desteñido.
La noche siguiente, aparecen de una forma clara y evidente los colores. Más fuertes, más
altos, más “tú”.
Y al fin se presenta el caballo negro, presto a dejarse pintar por ti.
El antes desaparece, el instante aparece. Todo está listo. Los ocres, el caballo, el lugar… y tú.
Y la fusión sucede. El árbol ya no es simplemente un árbol al que está atado el caballo.
Está ahí, forma parte de este instante de vida. Le acaricio, me apoyo en él... siempre peinándolo.
Un gesto sigue a otro, así como precede a otro, como un reguero de agua que fluye.
La mano fusiona a todo el caballo mediante los ocres y el agua que amasa sobre el pelaje. Piel
con piel, corazón con corazón, todo se fusiona.
Los dibujos aparecen de manera lógica: escamas, un sol, olas... todo se libera. La alegría y
la serenidad, una ternura indescriptible a una escalera insospechacle, se crean movimientos al
mismo tiempo precisos e incalculables: la palma, la punta de los dedos, toda la mano...
Y después los dibujos se fijan, se manifiestan. El baile se para, dócil.
Novedad, inquietud. ¿Se ha perdido acaso este instante?
No. Porque a partir de ahora ya conoces esta sensación y volverás a ella en futuros momentos:
en el nuevo tacto de la mano, observando un árbol, mirando al cielo, encontrando la vida. En
todas partes.
La ternura se libera. Las manos, el dibujo, la respiración, la calma. Como si al fin pudieras
florecer, sea cual sea la flor en la que reveles tu ser.
El caparazón descubre al fin una piel suave.