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COLOR Nepal
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Nepal:
banderas orantes
Por todo Nepal es posible encontrar uno de los signos más distintivos del
país y, en especial, del budismo: las banderas orantes. Pequeñas banderas
de tela con oraciones impresas, que unidas por cuerdas son atadas en los
tejados de las ciudades, en las cercanías de cualquier edificación en los
valles, en los altos de los grandes collados, en los puentes colgantes sobre
los ríos, los templos, los caminos o en las cimas de muchas montañas.
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Texto y fotos: Miguel del Fresno
Katmandú.
Seña de
identidad
Las banderas orantes dan forma a
una arquitectura etérea; las largas
cuerdas que las unen se prolongan
hacia el cielo haciendo levantar la
mirada como si se persiguieran las
agujas góticas de las catedrales
europeas hasta el cielo, gesto que
se comparte y repite frente a la
conmovedora y desconcertante
inmensidad de las montañas del
Himalaya que a tantos montañeros,
tras una primera visión inolvidable,
ha acompañado durante todas sus
vidas.
Y esa visión arquitectónica se
repite desde los valles a los
collados más altos del Himalaya,
desde las azoteas de las casas
sherpas hasta las cabañas de los
pastores de cabras o yaks, en los
puentes metálicos o de madera que
esquivan los grandes torrentes de
los ríos en las gargantas más
profundas del mundo, como la del
río sagrado Kali Gandaki o la del
Marsyandi Kola; en los templos
budistas de Katmandú,
Swayambhunath o Bouddhanath, o
en el templo Chumig Gyatsa en
Mukthinath, lugar de peregrinación
sagrado compartido por hindúes y
budistas desde donde se puede
contemplar la cara este del
Dhaulagiri, la séptima montaña más
alta del mundo con 8.167 metros.
Dhaulagiri.
Thorong La.
epal es la vanguardia del planeta. Y no
sólo porque, cuando el mundo occidental se autodestruía en la segunda guerra mundial, cruzó en silencio el segundo
milenio —en la actualidad el calendario nepalí corre por el año 2062—, sino también
porque en Nepal están las montañas más
emblemáticas del mundo en una cordillera
que se extiende a lo largo de más de 2.400
kilómetros, con más de 40 cumbres que superan 7.000 metros y 7 de los 14 “ochomiles” del planeta.
Con la misma normalidad que las montañas del Himalaya parecen haber estado
siempre allí —aunque tengan sólo una antigüedad de unos 600.000 años, que fue
cuando comenzó a aparecer el actual Himalaya de lo que fue el mar de Tethys—, se
puede comprender que esas inmensas
cumbres sean tenidas como moradas de
dioses y por ello muchas de ellas se consideran sagradas y están cerradas a la escalada. No hay otro lugar en nuestro mundo
donde se pueda decir, como en Nepal, que
se está más cerca de dios. A los pies de dios,
donde las montañas debido a su inmensidad parecen pertenecer más al cielo que a
la tierra.
Nepal es la única monarquía hindú del
planeta, aunque las zonas del Himalaya son
mayoritariamente budistas. Y, tras la invasión del Tíbet por China hace 5 décadas, se
ha alentado un fenómeno migratorio que
está provocando importantes cambios religiosos y culturales en Nepal y Tíbet. El budismo es, sin duda, una de las señas identitarias del Tíbet y del Himalaya. Es la cuarta
religión con más seguidores tras el cristianismo, el islam y el hinduismo, y una de las
que más ha crecido en las últimas décadas,
sobre todo en las sociedades occidentales.
Albert Einstein escribió en 1954 que “el
budismo tiene las características de lo
que será una religión cósmica en el futuro: trasciende el dios personal, evita dogmas y teología, abarca lo natural y lo espiritual, y está basado en un sentido religioso que aspira a la experiencia de todas las
cosas, naturales y espirituales, como una
unidad con sentido total”. Occidente se
siente atraído por un budismo que, además de acarrear un bagaje milenario y su
mensaje de no violencia, ha sabido comprender la era de la globalización tanto
para comunicar sus valores como para
promover vías alternativas vitales por su
antimaterialismo.
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Pisang Manang.
Protección
y sosiego
Conexión de cielo y tierra
Las banderas orantes son signo y
parte de la indefensión ante la
magnitud de la naturaleza y de la
infinita nostalgia budista por un
mundo sin sufrimiento. La oración
que está escrita en ellas es el “Om
Mani Padme Hum” (saludo a la
joya del loto), el mantra de 6
sílabas que invoca infatigable la
protección de todo peligro. Se dice
que aquel que recita el mantra
será protegido de todo mal. Este
mantra está profundamente
arraigado en el budismo Mahayana
y se puede encontrar inscrito o
grabado en rocas, molinos y
ruedas de oración en caminos,
senderos, pasos de montaña, en
las entradas y salidas de pueblos
y villas. Cada vez que un molino o
rueda de oración gira, o una
bandera flamea al viento, el mantra
se recita y es lanzado al aire
millones de veces para mantener a
salvo y proteger de los peligros. El
mantra también es usado en
brazaletes, colgantes, anillos, etc.
como signo de protección.
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Las banderas, expuestas a los elementos sin protección alguna,
destacan siempre en los desconcertantes e inesperados escenarios. Dominan la tierra y el cielo, el agua y el fuego y por aisladas
que estén siempre constituyen un punto de visión, recogimiento
y majestuosidad llameando al viento. Las banderas orantes son la
forma de conexión del cielo y la tierra de forma tan perfecta como los mismos “ochomiles” y montañas sagradas como Kailas o
Machhapuchhare.
Nepal exige, sea en los valles subtropicales o en el Himalaya, el
esfuerzo disciplinado e impávido por dejar atrás las categorías
habituales de comprensión y aceptar la imprescindible serenidad que ofrece, sin coste alguno, el budismo nepalí; y entonces
es cuando mucho del equipaje occidental de los viajeros pierde
su necesidad y utilidad. Las banderas orantes lanzan gracias al
viento deseos de serenidad frente al sufrimiento que llega a las
gargantas de los ríos, cruza los collados de un valle a otro y alcanza las cimas de las montañas.
Al flamear las banderas agitadas por todos los vientos, esparcen y elevan a las alturas los deseos y afanes de hombres y mujeres hacia los cielos. Son el vínculo de unión entre lo terrenal y lo
sagrado, la pasarela intangible entre dos mundos apartados.
El breve sonido del viento al hacer tremolar las telas parece repetir infatigable la oración inscrita en ellas, sea en las húmedas
selvas o en las terrazas de los arrozales subtropicales, en los espesos bosques de rododendros, en los paisajes ocres que anuncian el desértico Tíbet o el reino de Mustang. Las banderas orantes resuenan como las hojas en los bosques, reflejan el sol, se revisten con la luz lunar de las noches, descuelgan el agua de la
lluvia y la nieve, se baten congeladas durante los meses inverna-
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Katmandú.
Manang Thorong Pedi.
les y vibran en los puentes colgantes sobre las corrientes avivadas por los deshielos.
En ocasiones las banderas orantes se encuentran solitarias sobre tejados o simplemente en un asta clavada en el suelo o en un
árbol talado, o aparecen unidas a centenares de otras banderas,
como si fuesen bosques o arboledas orantes en los templos budistas, las estupas, o en sus cercanías. Se divisan desde lejos por
sus colores y dan señal de vida en los lugares más inaccesibles,
cuando alguien se siente solo y lejos de todo, para ofrecer frente
a la adversidad una promesa de protección a los que transitan por
las regiones del Himalaya.
Herbert Tichy, el montañero y geólogo austriaco que formó
parte de la primera ascensión al Cho Oyu, el sexto de los catorce
“ochomiles”, escribió de las banderas orantes que siempre “se
ven antes de divisar las aldeas, y se tiene la impresión de que no
han sido levantadas posteriormente, para proteger a los poblados, sino que, en realidad, éstos han podido surgir porque ya estaban allí las banderas”.
Cuando las colosales sombras de las montañas del Himalaya
ocultan en la noche los valles, y antes de que el sol vuelva a bajar
desde las cimas, las banderas oran y batallan como una reivindicación constante en la oscuridad sin dejar de esparcir su protección. Ondean paralelas al suelo debido a la violencia de las ventiscas y no dejan de agitarse hasta que las temperaturas invernales
las convierten en banderas orantes de hielo. Como a las mismas
montañas, como casi a toda la naturaleza por encima de 4.000 metros, en lugares donde muy pocas personas se atreven a adentrarse hasta que vuelve la primavera y recobran sus formas, de regreso al movimiento con las suaves brisas de las mañanas y los vientos de los atardeceres. De nuevo vida y protección que esparcir
por encima de los sonidos de la tierra, en las montañas del cielo.J
Katmandú.