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COMENTARIOS AL PROGRAMA por Claudia Guzmán
JOHANNES BRAHMS (1833-1897): Ein deutsches Requiem (Un Réquiem alemán), Op. 45
Como tantas otras de las grandes creaciones surgidas de la pluma de Johannes Brahms esta
obra conmovedora y monumental está intimamente unida a su vínculo con los Schumann.
Desde que se presentara por primera vez en casa de Robert y Clara Schumann, el 30 de
septiembre de 1853, en Düsseldorf, contando veinte años de edad y con un puñado de sus
obras en mano, el compositor y crítico musical que comenzaba a atravesar lo que serían sus
penosos años finales se convirtió en el tutor y padre espiritual que pareceria signar sus pasos
aún desde el más allá. Ella, la gran pianista Clara Wieck, llegaría a ser el ser humano con el
cual establecería el vínculo más estrecho y duradero de su vida: amiga, consejera, interlocutora
y cómplice musical.
Había sido Robert quien, alguna vez
durante aquellos años de inicios de la
década del 1850, había manifestado su
interés por componer um Réquiem en
idioma alemán mientras que, por entonces,
exhortaba al joven Brahms a dirigir sus
pasos hacia la escritura para grandes coros
y
orquesta.
Mientras
estos
sucesos
acaecían el joven compositor, pianista y
organista
proveniente
de
Hamburgo
escribía en la primavera de 1854, en casa
de los Schumann, la música que, años más
tarde, se convertiría en cimento y origen de
Un réquiem alemán. Se trataba de una
marcha fúnebre que integraba una sonata
para dos pianos que probaba por entonces
junto a Clara.
Robert Schumann en 1850, el hombre que
inspiró en gran parte a Brahms Un réquiem
Alemán.
El primer movimento de esa sonata que nunca completó se convertiría en la base del primer
movimiento de su Concierto para piano en Re menor mientras que el segundo movimiento
devendría en segundo número de la obra que hoy se escucha: Denn alles Fleisch, es ist wie
Gras (Entonces toda la carne es como la hierba).
En abril de 1865, pasados tres meses del fallecimiento de su madre, Johanna Henrika
Christiane Nissen, en Hamburgo, Brahms comentaba en carta a Clara sobre el inicio del
proyecto de Un réquiem alemán. El compositor, quien ahora residía en Viena completó,
además del segundo movimiento mencionado, otros cinco números para el mes de agosto de
1866, estrenando los tres primeros el 1 de diciembre de 1867 en Viena. Pocos meses después,
el Viernes Santo de 1868, el compositor mismo dirigía lo que hasta entonces era la obra
completa en seis movimientos en la catedral de Bremen. Allí estaba presente Clara Schumann
junto a un nutrido público “conmovido hasta las lágrimas ya desde el coro inicial”, según
testimoniara luego el organista John Farmer, quien estaba allí presente.
"Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luce at eis", esto es “Concédeles el
descanso eterno, Señor, y que la luz perpetua los ilumine”. De ese inicio de la secuencia que,
en forma de canto gregoriano se utilizó a partir de la Edad Media como parte del oficio de
difuntos, surge la palabra central que denomina a esta gran creación sinfónico coral.
Los ejemplos más antiguos de este servicio litúrgico que se utilizaba tanto para el funeral como
para los aniversarios del fallecimiento de personas destacadas tanto del ámbito eclesiástico
como nobles y soberanos, datan tanto de la antigua liturgia romana como del rito ambrosiano
que tenía sede en Milán, y pertenecen a los siglos VI al VIII.
A partir del siglo XIV diversos compositores escribieron misas de Réquiem polifónicas
completas, en algunos casos, o números individuales de las mismas, en otros, que se
intercalaban entre los cantos monódicos que completaban el servicio litúrgico. Entre dichos
ejemplos se destacan las creaciones de Guillaume Dufay, en el s. XIV y Johannes Ockeghem
en el XV hasta páginas notables como la Misa de Réquiem en Re menor de Mozart y
antecedentes a aquella como las firmadas por Niccolò Jommelli y Johann Adolph Hasse.
Ya en el siglo XIX surgirían, como monumentos paradigmáticos, la Grande Messe des Morts,
del francés Héctor Berlioz y el Réquiem que el compositor italiano Giuseppe Verdi dedicara a
su compatriota, el escritor Alessandro Manzoni. Los de Bruckner, Fauré y tantos otros como los
de Maurice Duruflé y Andrew Lloyd Weber, seguirán surgiendo aún hasta nuestros días.
Sin embargo, a diferencia de las obras mencionadas, Brahms no construyó este Réquiem
sobre los textos de la secuencia latina sino que realizó él mismo una cuidadosa y significativa
selección de textos del Antiguo y del Nuevo Testamento elaborando así “ein” (Un) réquiem
diverso en el sentido de escoger otras palabras al momento de despedir o recordar a un ser
querido.
Ya en vida del compositor había quienes vinculaban la creación de la obra con la partida de
este mundo de la madre de Brahms y fue entonces él mismo quien se ocupó en aclarar que no
se trataba aquí de una obra escrita en memoria de su madre ni de ninguna persona en
particular sino que más bien aunaba en sí a todas las personas dignas de recuerdo y
homenaje.
Si la muerte de Johanna Henrika Christiane
Nissen fue muy probablemente el punto de
partida para el inicio de esta creación, el
deseo que Brahms acarreaba desde hacía
tiempo
de
homenaje
escribir
póstumo
una
a
su
obra
como
querido
y
admirado Robert Schumann se afianzó
entonces.
Es así como ambos seres, tan relevantes
en la vida del compositor, puedan quizá
hallarse en el centro de los trazos más
íntimos de la creación de este Réquiem.
Aquellos
que
Brahms,
celoso
de
su
privacidad, reservó sólo para sí mismo.
Johannes Brahms en la década de 1860,
cuando escribió Un réquiem alemán.
Luego de aquel conmovedor estreno en la catedral de Bremen y, pareciera ser que siguiendo el
consejo de Eduard Marxsen quien fuera dos décadas antes su maestro de composición en
Hamburgo, Brahms decidió añadir un movimiento más a su creación. Ihr habt nun Traurigkeit
(Ahora estáis afligidos) en el cual aparece luminosa la voz de la soprano fue ubicado por el
compositor como quinto número de la obra, alcanzándose entonces los siete movimientos con
los cuales la conocemos.
La orquesta Tonhalle de Zurich, dirigida por Friedrich Hegar, estrenó este movimiento en mayo
de 1868 con la soprano Ida Suter-Weber como solista. El 18 de febrero de 1869, bajo la
conducción de Carl Reinecke, la Orquesta y el Coro de la Gewandhaus de Leipzig ofrecieron la
primera audición de la obra completa, con sus siete movimientos, con Emilie BellingrathWagner y Franz Krückl como solistas.
Sobre las graves pulsaciones de los contrabajos y un tema contenidamente esperanzador a
cargo de violas y violonchelos el coro da inicio al Selig sind, die da Leid tragen
(Bienaventurados los que padecen).
Brahms resaltará aquí la frase “und kommen mit Freuden” (y volverán con regocijo), sexto
versículo del Salmo 126, signando desde aquí con esa luz y promesa al resto de la obra.
Denn alles Fleisch, es ist wie Gras (Entonces toda la carne es como la hierba) contrasta en
carácter y dinámica con el movimiento anterior. Sobre la base de aquella marcha fúnebre de la
sonata de 1854 el coro canta oscuramente las palabras del versículo 24 de la Primera Carta de
Pedro y es que Brahms, profundo conocedor de la secuencia del Réquiem y la tradición de su
puesta en música está situando estas palabras en el lugar que suele ocupar el Dies Irae (el Día
de la Ira). Un sector central en modo mayor ilumina las penumbras cuando las palabras del
apóstol Santiago incitan a tener paciencia y esperar la venida del Señor. Siguiendo este
formato de Lied, en tres sectores como en los movimientos lentos de sonatas, sinfonías y
conciertos, Brahms vuelve a colocar la marcha fúnebre en la misma forma que la escuchamos
al inicio de este movimiento solo que, al final de esta sección, acompañando ahora al añadido
versículo 25 de esa Primera Carta de Pedro “Pero la Palabra del Señor permanece para
siempre” todo se transforma en exultante clamor.
El barítono solista hace su aparición en el tercer momento de la obra con la frase Herr, lehre
doch mich (Señor, instrúyeme entonces). A cada una de sus intervenciones provenientes del
Salmo 39 el coro responderá responsorialmente. Se trata aquí de un recordatorio para los
presentes de la fugacidad de la vida. ¿Para qué afanarse en disturbios? ¿Para qué acumular
bienes? Los días del hombre están contados y su destino está en el Señor. Mas luego de esta
dura y poderosa advertencia nuevamente el sector final estalla coronado por los bronces en fe
y certidumbre al exponer el coro en una impactante doble fuga las palabras de Proverbios “Las
almas de los justos están en las manos del Señor y ninguna pena podrá turbarlas”.
Flauta y violines dan lugar al coro a cantar Wie lieblich sind deine Wohnungen (Qué dulces
son tus moradas). Las palabras del Salmo 84 son revestidas por los vientos de madera, el arpa
y las cuerdas elevándose así como el “alma se impacienta y suspira por las cortes celestiales”.
Los violines inician el último movimiento en ser creado por Brahms, Ihr habt nun Traurigkeit
(Ahora estáis afligidos). Es aquí donde la voz de la soprano solista, reservada hasta este
momento de la obra, aparece como la voz de la madre consoladora, como lo menciona el
profeta Isaías.
El clímax de Un réquiem alemán llega en el sexto movimiento. Denn wir haben hie keine
bleibende Statt (Porque no tenemos ciudad permanente aquí). Las cartas de San Pablo a los
Hebreos y a los Corintios anticipan el día del Juicio en un diálogo entre el barítono solista y el
coro. El llamado de la última trompeta y el anuncio de la resurrección de los muertos se
manifiesta musicalmente con el accionar de los timbales y el vertiginoso aumento en la
intensidad y velocidad mientras trompetas y metales puntúan las frases del coro en
direccionalidad ascendente.
Una fuga a cuatro voces reflejo eximio de las de Bach y Händel culmina el movimiento
exponiendo las palabras del Apocalipsis “Señor, tu eres digno de recibir alabanza, gloria y
poder”
Feierlich (Solemnemente) llega el final de este réquiem a un mismo tiempo tan personal y
universal, íntimo e impactante creado por Brahms. La promesa del capítulo 14, versículo 13 del
Apocalipsis se erige en fin esperanzador para todos los hombres: los que ya han muerto y los
que aún viven. Selig sind die Toten (Bienaventurados son los muertos) retorna musicalmente
a la serenidad del movimiento inicial de Un réquiem alemán en concordancia con las últimas
palabras que Brahms escogió para su obra: “Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos
porque sus obras con ellos permanecen”.