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Sobre quitarle la Filosofía a la educación Érica Lara Romero* H ace poco tiempo me encontró, sin que yo la buscara, una noticia que al principio no me dijo mucho: la SEP había decidido descartar la Filosofía de la nómina de materias que se imparten en los bachilleratos (único nivel escolar que la incluye, salvo, por supuesto, las carreras universitarias); lo primero que pensé fue que ésta, como cualquier otra restricción impuesta a la enseñanza, es una pérdida espantosa, y casi sin darme cuenta recordé las viejas horas que yo pasé estudiando esa materia, el encanto o embrujo que desde un principio ejercieron en mí esas páginas sobre la historia del conocimiento humano y, al final de cuentas, la verdad innegable de que sin haber cursado esos semestres de filosofía en la preparatoria quizá más adelante no hubiera elegido estudiar Letras Españolas. Entonces fui más allá y quise releer un planteamiento memorable de Erica Jong: “Deja que tu inconsciente emerja hasta lo consciente y serás libre. Si lo censuramos, estaremos censurando nuestra propia humanidad”. Éste me puso a divagar sobre la capacidad de las nuevas generaciones que difícilmente concretarían aquella libertad de la que habla la autora, pues las raíces de la memoria han comenzado a desvanecerse en un intento de actualizar un 36 Litoral e Empecé a leer con cierto asombro, ceñida por la sensación de que esas palabras estaban allí para mí, sonrientes y esperándome: el texto [del pedagogo Arnulfo Pérez Rivera] se abría con una breve disertación sobre el sitio que le corresponde a la filosofía en la noche estrellada de la educación. * Egresada de la Facultad de Letras Españolas de la Universidad Veracruzana, se ha desempeñado como correctora de estilo y reportera cultural para diversos medios noticiosos impresos y electrónicos. Asimismo ha publicado artículos en la revista Contrapunto, de la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, donde actualmente labora. Los planteamientos que leí me parecieron tan rotundos y convincentes, que me impuse las tareas de divulgar y comentar dicho escrito. programa educativo que ya agonizaba desde hacía mucho. Seguí por esa ruta, saltando de un pensamiento a otro, hasta que las mínimas, inevitables distracciones de cada día me reclamaron para sí. No obstante, al destino le gustan las sorpresas lo mismo que las coincidencias, y pocos días después, mis vacaciones ya enterradas y yo de nuevo en la oficina, tan sólo abrí la puerta me recibió una pila de libros que debía examinar (lo cual había postergado) como parte de un proyecto actual: la integración de un inventario total de los títulos publicados por la Editora de Gobierno del Estado de Veracruz. En ésas me hallaba, cuando me encontré con un opúsculo del pedagogo Arnulfo Pérez Rivera, recordado como un prodigioso educador. Empecé a leer con cierto asombro, ceñida por la sensación de que esas palabras estaban allí para mí, sonrientes y esperándome: el texto se abría con una breve disertación sobre el sitio que le corresponde a la filosofía en la noche estrellada de la educación. Así, sin rastrearla, tenía en mis manos la manera de explicar aquella divagación momentánea que me surgió tras leer, primero, esa noticia que fue difundida casi sin pena ni gloria y, segundo, los indignados comentarios que ésta levantó: palabras que volcaban todas sus razones sobre mí sin haberlo siquiera solicitado. Es el amanecer de 2012, un año que muchos llaman apocalíptico debido a las temerarias predicciones mayas, y ya he leído la disertación de Pérez Rivera, palabras que yo necesitaba leer sin saber la mucha falta que me hacían, explicándome con una Litoral e 37 a z e b sim a c bó lic a claridad deslumbrante, como una explosión de luz, la importancia de esa discreta asignatura que desde la antigüedad clásica hasta ayer, sin interrupciones, se inculcaba y era digna de reverencia, pero que hoy en día podría desaparecer de las preparatorias y de la memoria colectiva de futuras generaciones, alegando que es “inútil” conocerla. En fin, los planteamientos que leí me parecieron tan rotundos y convincentes, que me impuse las tareas de divulgar y comentar dicho escrito, puesto que en él vi una defensa (con argumentos vigentes, que parecieran pensados ex profeso para nuestra realidad), un escudo contra la degradación de la enseñanza y de la formación de todo individuo; hoy que ese peligro es omnipresente. Transcribo, entonces, el artículo mencionado, y suscribo la posición del autor con respecto a que la conformidad o inconformidad con un tema sólo puede darse si éste se conoce. Después agrego un par de comentarios míos unidos casi por accidente a esta reflexión que, hoy más que nunca, debería ser tema de polémica nacional. Algo de filosofía en la educación1 El maestro debe implicar al filósofo por cuanto que siendo la Pedagogía toda teoría y toda práctica, se supone que deba reflexionar acerca del valor y significado de las cosas, del hombre y del mundo. Decía Pascal, con gallarda frase, “el hombre es una débil caña; pero caña que piensa”. Este pensamienArnulfo Pérez Rivera, “Algo de filosofía en la educación”, en Páginas pedagógicas de Arnulfo Pérez Rivera, Xalapa: Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, 1981, pp. 7-13. 38 Litoral e to que tramonta a los hombres de todas las épocas, origina que, ayer como ahora, el hombre realice con despierta inquietud la tarea del filósofo; que nadie como él, por ser el más elevado en la escala de los animales, lo imita en la reflexión del maravilloso mundo que lo atormenta y lo absorbe, lo pasma y lo estimula, en la explicación de su circunstancia y su esencia. Apuntaba Pitágoras, desde hace muchos siglos, “el hombre es la medida de todas las cosas”, y esta medida que hace de todo cuanto existe y le rodea, le permite conocer por la reflexión la grandeza de su microcosmos. Todo ha importado al hombre. Por todo se inquieta y por todo goza y sufre. Jamás ha vivido resignado o conforme con su nulidad o su grandeza. Inquiere y busca la verdad de los fenómenos y los hechos; averigua en su majestuoso mundo y descifra con la fuerza de su pensamiento las incógnitas que va presentándole la vida en el camino, unas veces amplio y otras estrecho, que guía sus pasos por el ser y el conocer. Ésa es la ocupación exclusiva del hombre dentro de la cadena de lo viviente. Explicarse las cosas una y otra vez; tomar posiciones en el estadio de su comporta- miento y, sabedor de la grada que ocupa en el espectáculo de la naturaleza, la admirable inquietud de hacerse cada vez más hombre. Es inobjetable que de la gama infinita de fenómenos y hechos que solicitan su reflexión, ninguno es tan importante como el saber de sí mismo, pues, en última instancia, todo cuanto el mundo puede contener sólo es explicable en relación con el hombre, a pesar del misterio de sus infinitas posibilidades. Muy manoseadas, pero siempre inquietantes, han sido las preguntas: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Interrogantes que en su fondo revelan la trascendencia del ser humano como dueño del mundo, como dueño de sí en constante camino a la perfección. Ya que el hombre “no es un ente más, un ente cualquiera, sino un sobreente, un plusente que reflexiona sobre su identidad, que se vuelve transparente asimismo en el ejercicio de su conciencia subjetiva, que ilumina a los otros entes diciéndoles lo que son, que viviendo el tiempo lo mide”. Y es que el hombre a diferencia de sus acólitos -demás seres vivientes y no vivientes- vive y se desplaza en un mundo estructurado por él, en un medio comprensible y modificado por él. La ciencia, el arte, la religión, la cultura en sí, son obra exclusiva del hombre, creada por el hombre a la medida del hombre, en contraposición con el animal resignado a un mero vivir biológico y abandonado, por ende, al mecanismo invariable de sus instintos. El hombre no ha podido, ni podrá nunca, recostarse voluptuosamente en los muelles del mundo que ha encontrado hecho. Desde que incursiona en la vida, ya enLitoral e 39 El hombre pronto se da cuenta que el mundo cuentra un tipo de cultura que habrá de servirle para el libre juego de sus debutantes manifestaciones. Sin embargo, pronto se da cuenta que el mundo a que aludimos, no es ni completo, ni perfecto, ni suficiente; emprendiendo así la marcha hacia otros horizontes que completan la herencia cultural recibida. Y todo esto porque el hombre es en sí, una finalidad, una trayectoria teleológica, un destino, o, como asienta Fich, un yo programa. No de otro modo podríamos explicar el progreso incesante de las generaciones y de la humanidad. Encarado el problema por este lado, es decir, que el hombre no se encuentra predeterminado ni en situación ni en orientación, es como afianza la integral substancialidad de su señorío, solamente regulado por las dimensiones de su razón y por los alcances de sus propósitos. Con esta idea del hombre, aun cuando sólo sea vislumbrada en su finalidad, nos encontramos ya en condiciones de determinar que siendo el ente humano un ser con objetivos y con miras, lógico es suponer que la ciencia de su formación responda a esas cualidades fundamentales, cuya objetiva realización encumbre a la filosofía. He aquí articuladas en un solo propósito la Pedagogía y la Filosofía, sin cuyo maridaje quedaría en suspenso la trayectoria humana, toda vez que una y otra presuponen una idea del hombre, como reflejo de lo que éste es en el medio social y de lo que es el mundo. Lo que quiere decir que ambas responden a la prevalente concepción del hombre. De estas observaciones podemos concluir que la educación ni por un momento debe desprenderse de la Filosofía en razón de que al preguntar sobre el tipo de hombre que hace formar, necesariamente tiene que recurrir a las doctrinas en torno del 40 Litoral e hombre, pues la educación, ha dicho Gentile, “fue orientada en cada tiempo y lugar según los diversos conceptos que se tuvieron del hombre”. Ahora estamos en aptitud de advertir el porqué de la expresión del eminente maestro don Antonio Caso: “sólo los filósofos pueden ser educadores”. Y en realidad así es, ¿cómo va a educar quien no sabe para qué va a educar? ¿Podría concebirse que alguien caminara sin saber previamente hacia dónde encaminarse? Horroriza pensar que, por inseguridad filosófica, muchos ignoran la teleología de la educación. No hace mucho tiempo cuestioné a cien profesores y catedráticos en relación con los fines perseguidos en su tarea docente. Las respuestas fueron en su mayoría decepcionantes; pocos centraron su criterio en los verdaderos cauces de lo que debe lograr la educación. Nótese, entonces, cuán valiosos son los aportes filosóficos en la enseñanza. La Filosofía es guía, es dirección, es luz de los principios educativos. Nada podemos conseguir sin ella, a no ser desastres perjudiciales, errores descabellados y faltas injustificadas. Ahora, que el fundamento filosófico de la educación es de todos el más complejo, es absolutamente cierto. No podemos negar que el problema del hombre es el mismo hombre, quizás como asienta Martín Buber, “de todas la ciencias la menos cultivada y desarrollada, es la ciencia del hombre”. A pesar de todo, precisa que tengamos una imagen de su dimensión y de su destino, no obstante que algunas veces esté más abajo y otras más arriba del mismo hombre; mas como quiera que esto sea, debemos aproximarnos al valor de su existencia, siendo ésta, seguramente, la más importante evaluación del ser humano. no es ni completo, ni perfecto, ni suficiente... Abundan razones fundamentales para admitir que es la explicación de la existencia del hombre, su aseguramiento humano y su interpretación espiritual de la vida, lo más substancial del tránsito efímero de su época, pero permanentemente en la historia. Y para el efecto, dejemos la palabra al maestro Caso que, con admirable penetración, ha escrito: Supongamos que lo sabemos todo. Hemos descifrado el misterio de las nebulosas más distantes. Conocemos la composición íntima de la materia, el enigma de la fuerza, la intimidad del movimiento, la naturaleza de la luz, el calor y la electricidad, el origen de la vida, el arcano de la conciencia… Clasificamos ya, en una clasificación perfecta, todos los seres. Nuestras matemáticas poseen procedimientos analíticos irresistibles, junto a los cuales el cálculo infinitesimal resulta sólo un burdo instrumento. Nuestra Física y nuestra Química son absolutas; nuestra Biología sin defecto; perfecta nuestra Psicología y minuciosa, sintética y omnicomprensiva nuestra Historia. ‘Todo lo sabemos’. En un pensamiento universal, exacto y oportuno, encerramos el secreto de toda la realidad. Aún si nos falta resolver esta otra interrogación. ¿Qué vale el universo dilucidado ya, para nuestra acción y nuestra dicha? Esto es, necesitamos, además de una filosofía natural, que nos diga qué es el mundo, una filosofía moral que nos enseñe qué significación tiene. Por tal razón, toda filosofía se resume en una cosmología y una ética; pero si se nos pregunta cuál de las dos teorías es más importante, quedaríamos perplejos y tal vez repusiéramos: la última. Sin saber nada o casi nada de la naturaleza de las cosas, hemos vivido siempre. No podríamos vivir, en cambio, sin saber cómo es bueno vivir. La moral, o teoría de la significación de la vida, doctrina del deseo y de la voluntad es más importante que el análisis matemático, las fórmulas lógicas y las ciencias naturales e históricas. ‘¡Primero es vivir!’. Este vivir, ese actuar del que nos habla el maestro Caso, es la síntesis de lo social en que el hombre se desenvuelve, no siendo ajeno, sino por el contrario partícipe, de las manifestaciones económicas, políticas y, en suma, culturales que lo mantienen vigilante. Por esto y por más, es preciso que la filosofía se ligue a la práctica pedagógica hasta encontrar la esencia del hombre. De otro modo, afirma el maestro Juan Mantovani, “la educación es mera arbitrariedad, no actividad con finalidad justificada”, siendo por ello que se habla de distinta manera, pero con el mismo sentido, de una “filosofía de la educación”, de una “pedagogía filosófica”, de “filosofía y pedagogía” como una manera de resaltar las bases filosóficas sobre las cuales debe erigirse toda educación. Ésta es, muy resumidamente, una fundamentación filosófica que podemos atribuir a la educación; con todo, no resistimos la tentación de cerrar este punto con lo dicho por el citado pedagogo argentino, en el sentido de que la filosofía de la educación tiene por objeto el estudio de problemas esenciales de la educación. Se dirige, en primer término, hacia cuestiones previas, anteriores a la educación misma, como son la posibilidad o legitimidad de la educación. Considera también problemas esenciales, que se refiere a su propio contenido. Los fines y medios educativos son sometidos a un análisis crítico en su relación con la realidad y los ideales humanos. El valor de una doctrina de la educación depende del valor del concepto de la vida humana en que se apoya, tomado de la cultura y del sentido vital dominante o del pensamiento filosófico. La imagen del hombre o la intuición de la vida puede proceder de una espontánea con- Litoral e 41 cepción del mundo o de una reflexiva idea filosófica. El estudio filosófico de un hombre conduce a un concepto ideal de la educación y éste, a la doctrina y prácticas pedagógicas. *** Aplaudo a todos quienes se enorgullecen por la evolución del mundo y del hombre, pues ha sido gracias a ese largo camino que nuestra esperanza de vida es exponencialmente más alta de lo que fue para las generaciones de otros siglos; hoy, verbigracia, las telecomunicaciones avanzan a velocidades que ayer fueron inimaginables. Sin embargo, este proceso también ha impregnado la reconfiguración de las sociedades contemporáneas: se nota su huella en el paso del poder monárquico al monopolio industrial, en la alarmante explotación de los recursos naturales y en la acelerada multiplicación demográfica. Pero sin instalarnos en el pesimismo que estos temas pueden incubar, es preciso recordar que el acceso a la educación nunca ha dejado de ser una posibilidad de progreso, de crecimiento personal, un alimento para la ilusión de una vida más plena, donde seamos dueños cada quien de un criterio propio e informado. Pese a todo, también tenemos la certeza de que lo creado puede ser destruido; y aunque parece que cualquier día los avances tecnológicos y científicos nos entregarán una nueva realidad física, química, genética y demás, la educación moral, social, racional y humanista sigue siendo observada con recelo, en un medio hostil que en el mejor de los casos linda con la apatía y en el peor, con la ridiculización; y por lo mismo se ha revelado como quizá el mayor problema para un amplísimo sector del orbe: educar de manera integral ha dejado de ser importante o, mejor dicho, prioritario. 42 Litoral e En México no somos la excepción, pero ése es un tema aparte; yo sólo quisiera centrarme en mi experiencia personal dentro de mi breve (aunque a veces me parece más extenso) paso por el laberinto de la educación y, asimismo, en mi preocupación por el futuro de los hijos que algún día tendré. El tema se torna aún más inquietante si ponemos atención en la manera tan subrepticia como se ha difundido un hecho que merece ser motivo de escándalo, pues según la sentencia pitagórica “el hombre es la medida de todas las cosas”, y uno se pregunta ¿cómo puede serlo sin las armas y los conocimientos requeridos para explotar esa curiosidad que desde la primera infancia queda anestesiada por un mar de convenciones, reglas y exigencias que la vida ya tiene preparadas para nosotros, ordenándolo todo a cada paso? Me refiero a la curiosidad por pensar y actuar por nuestra cuenta, sin atender las obstinaciones sobre qué es el éxito en la vida; esa actitud que se pierde por completo al remover de las aulas una materia tan importante como la Filosofía. Si ésto sonara muy radical, entonces tan sólo propongo unas cuantas interrogantes: ¿Con qué derecho aquella medida de la que habla Pitágoras se volverá nuevamente privilegio de unos cuantos? ¿Cuál será el destino de aquellos que se decidan a rescatar los orígenes del pensamiento humano? ¿Estamos condenados a convertirnos en juguetes del pensamiento del otro, del privilegiado? ¿Daremos la razón a Hobbes cuando asegura que Homo homini lupus est (“El hombre es un lobo para el hombre”)? Es al pensar sobre esto que de verdad me indigno y quiero tomar la voz por “unos cuantos” preparatorianos que en su tiempo libre asisten a clases de latín, de los que no se conforman con la ración de medias verdades que les enseñan cada el estricto sentido de la palabra, no es redituable día, y de nuevo pregunto (tomando en cuenta que hoy en día para el Estado. Eso y no otra cosa es lo la educación es una forma arbitraria de aprender) que estamos viviendo. Tal vez no sea una autori¿las personas que actualmente deciden qué ense- dad en el tema, pero podría poner la mano sobre ñar, son las más capacitadas para ello? Es obvio que el fuego para afirmar que las escuelas se crearon no, pues se dedican a reducir las oportunidades de por gente que amaba el conocimiento, y que abricrecimiento intelectual para un conglomerado de gaba el propósito de inculcarlo; eso lo descubrí en estudiantes que de por sí serían incapaces de expli- la preparatoria, precisamente en mis clases sobre car de manera irrefutable por qué están en la escue- Sócrates, Descartes y Spinoza. la, pues ¿quién se encarga de explicar para qué esYa no habrá nadie que les explique a los chitamos dentro de ese gran sistema educativo?, ¿para cos del bachillerato por qué no hay mayor arma rentarnos como obreros al agotar los programas en la vida que la educación; nadie tendrá la tarea de estudio, para ganar dide hacer un alto en medio nero, para tener una casa de la vida despreocupagrande y comprar de mada de los “chavos” para Ahora, que el fundamento filosófico nera compulsiva todo lo revelarles el amor por la de la educación es de todos el más que el mercado nos ofrece, sabiduría, el milagro de complejo, es absolutamente cierto. para ser un triunfador? la reflexión, ¿o es que sólo No podemos negar que el problema Es cierto que la eduimporta que cumplan con del hombre es el mismo hombre, quicación “formal” equivale tal o cual requisito? Asiszás como asienta Martín Buber, “de toa prestigio, es un salvotir a la escuela para apladas la ciencias la menos cultivada y deconducto para acceder a car a los padres, o para sarrollada, es la ciencia del hombre”. diversos círculos sociales, estar con el novio o la nopero también lo es que no via. Es probable que sin el nos asegura un buen nivel de vida ni un trabajo hábito de la reflexión los jóvenes tampoco ponen el que apliquemos eso que estudiamos durante gan en tela de juicio las noticias ni las verdades quién sabe cuántos años. La escuela es otra forma oficiales, y seguramente acepten como palabra de de hacer negocios, un requisito para formar parte dios todo lo que el History Channel o el Discovery de un sistema que te aplasta y anula si estás fuera Channel prediquen sobre el mundo que los rodea de él, ¿pero en verdad ése es el propósito real? Des- y ellos ignoran. de luego que no. Ya es demasiado que el sistema escolar permita Me parece que quienes distorsionan o pervier- que haya quienes opten por no abrir un libro ni ten la enseñanza, actúan así porque ignoran los mover una página más de las estrictamenpropósitos primeros de ésta, son personas que se te necesarias para aprobar un examen, resisten al cambio sólo porque no lo entienden y que no les importe quién los gobierna consideran que va contra sus intereses; educar, en o que se mofen de quienes separamos Litoral e 43 ¿Es que sólo importa que [los jóvenes] cumplan con tal o cual requisito? Asistir a la escuela para aplacar a los padres, o para estar con el novio o la novia. Es probable que sin el hábito de la reflexión los jóvenes tampoco pongan en tela de juicio las noticias ni las verdades oficiales, y seguramente acepten como palabra de dios todo lo que el History Channel o el Discovery Channel prediquen sobre el mundo que los rodea y ellos ignoran. la basura y hacemos compostas; y es mucho peor que los demás, los “curiosos”, tengan que esperar a salir de la escuela para tomar clases de filosofía, latín o griego. Y es que de manera gradual y en distinta medida nos hemos vuelto una sociedad que no se preocupa sino por el bienestar propio, que admite sin chistar la opción de no ver más allá de su nariz (porque tampoco nos importa el futuro a la vuelta de la esquina). En gran medida vivimos sólo en el aquí y el ahora, a la deriva en la inmensidad del corto plazo. Entonces me dirán: “A quién le importa que destierren a la filosofía del bachillerato, si todavía faltan muchos años para que mis hijos, sobrinos, nietos y demás se conviertan en carne de cañón para el sistema”, o mejor aún: “no me importa porque no pienso tener descendencia”. Lo irrefutable es que nuestra estrechez de miras nos impide ver que además de ser partícipes del colapso del sistema, a muchos nos tocará re44 Litoral e coger los escombros de nuestra falaz indiferencia, en la misma medida que a mi abuela le tocó vivir el México posterior a la Revolución para después ver un país cuyo mayor aporte social en la actualidad son sus tribus urbanas: emos, ninis y todos los demás. Escribo, copio y reescribo porque no puedo pasar de largo ante esta masacre, porque me duele ver la impune manipulación social. Uso el lenguaje porque es mi única defensa, mi forma de no olvidar, en una sociedad que pregona el olvido como forma de “facilitar la vida”. Escribo porque yo soy mis palabras y porque sigo rechazando esas ideas masticadas que a diario insultan nuestra inteligencia en los medios masivos de comunicación; porque defiendo la educación y el acceso a la cultura como las soluciones a nuestros infinitos errores. Escribo porque es mi medio de defensa, así contribuyo y apunto hacia la necesaria inconformidad. Tú, ¿qué vas a hacer?