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Trabajos y
ensayos
Publicación del Master Oficial en Estudios Internacionales
y del Programa de Doctorado Cooperación, Integración y
Conflicto en la Sociedad de Internacional Contemporánea.
Departamento de Derecho Internacional Público,
Relaciones Internacionales e Historia del Derecho
UPV/ EHU
Número 8
(agosto de 2008)
ISSN: 1887-5688
La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos
franceses
Xabier Hualde Amunárriz
1. INTRODUCCIÓN
Resulta difícil exagerar la importancia del papel jugado por la Iglesia católica en la
legitimación de la “Cruzada” (la Guerra Civil) primero y del régimen franquista durante casi
treinta años, hasta que aparecieron los primeros signos de renovación ideológica a raíz del
cambio de Papa y del Concilio Vaticano II (1962-65). Ese papel no fue menos importante que
el desempeñado por el catolicismo en la “operación cosmética1” que España llevó a cabo tras
la Segunda Guerra Mundial para borrar los signos de colaboracionismo con el Eje, o que el
célebre Concordato (agosto de 1953).
Soporte, baluarte, pilar... muchos son los adjetivos que definen la relación de la Iglesia
española con el Estado franquista, que alcanzó tales niveles de imbricación y complicidad que
durante mucho tiempo fueron prácticamente un único ente.
Por todo ello, la cuestión de la Iglesia vasca se convirtió en un asunto tan delicado, ya
que para el régimen suponía enfrentarse a un “sector” de uno de los ejes que lo sustentaban.
2. LAS FUENTES DIPLOMÁTICAS FRANCESAS
El estudio de las fuentes diplomáticas francesas relativas a la época de la dictadura
franquista en el País Vasco presenta a priori un inconveniente. El índice de los Archivos del
Ministerio de Asuntos Exteriores de Nantes y París alerta al investigador de que a lo largo del
tiempo se ha producido una pérdida importante del material documental referente a esta
1
R. Carr et al., 1939-1975: La época de Franco, Madrid, Espasa Calpe, 2007, p. 141.
1
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Xabier Hualde Amunárriz: La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos franceses
cuestión2. Los motivos han sido varios y diversos: o bien se extraviaron, o se quemaron en
incendios, o fueron destruidos. Esto hace que el volumen de documentación conservada
relativo al periodo 1939-1975 sea menor que el original.
Ahora bien, la documentación salvada de los desastres de la mano del hombre es muy
cuantiosa a la par que valiosa y, desde luego, suficiente para la realización de investigaciones.
Una dictadura de las características de la franquista presentaba una serie importante de
dificultades que entorpecían sobremanera la labor diplomática, convirtiéndola en una tarea
realmente complicada. Así, los representantes franceses tenían a su alcance escasas fuentes de
información, por lo que se basaron, en general, en la prensa franquista3. Esta circunstancia les
obligaba a realizar auténticos malabares para reunir información libre de “rastro” franquista4.
De todas maneras, el conflicto religioso vasco tuvo bastante repercusión mediática, lo
que facilitó el trabajo tanto de los cónsules destinados en el País Vasco como del Embajador
en Madrid. Además, los diplomáticos pudieron contrastar (sobre todo a finales de los sesenta,
principios de los setenta) las informaciones de la prensa con testimonios eclesiásticos de
primera mano.
3. UNA CALMA TENSA
Hasta los años sesenta reinó una cierta tranquilidad en el ambiente eclesiástico vasco; si
bien se produjeron ciertos episodios de carácter reaccionario, no se puede comparar ni mucho
menos con la cascada de acontecimientos ocurridos a partir de 1960.
En noviembre de 1944 se produjo la primera denuncia del régimen ante el Vaticano por
parte de un grupo de sacerdotes vascos5. Aunque no trascendió de manera relevante, sí que
supuso un primer toque de atención para las autoridades franquistas.
Desde el final de la Guerra Civil existía un sector en la clerecía vasca que jamás
concedería legitimidad al bando vencedor y ése era un problema reconocido en las altas
2
X. Hualde, Le nationalisme basque pendant le franquisme (1939-75), selon les diplomates français, Nantes,
Mémoire, Université de Nantes, 2007, p. 4.
3
Prensa que llevaba a cabo un férreo control y censura de la información y, desde luego, no se prodigaba ni
mucho menos en asuntos referentes a las reivindicaciones vascas – ya fueran de origen eclesiástico, etarra,
obrero o de otras organizaciones nacionalistas como el PNV, etc. – para no mermar la imagen del Estado.
4
X. Hualde, op. cit, p. 145.
5
A. Barroso, Sacerdotes bajo la atenta mirada del régimen franquista. Los conflictos sociopolíticos de la iglesia
en el País Vasco desde 1960 a 1975, Bilbao, Desclée de Brower, 1995, p. 47.
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Xabier Hualde Amunárriz: La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos franceses
esferas de poder; por ello, desde Madrid se decidió volcar los esfuerzos en las gestiones que
llevarían en 1949 a la división de la diócesis de Vitoria, la cual era considerada –como bien
define el embajador francés R. de Boisseson – el “verdadero vivero del separatismo clerical
vasco”6. Es cierto que, probablemente, dicha diócesis había sobrepasado los límites
razonables de tamaño, pero ello no obsta para que desde 1941 el Estado presionara al
Vaticano para que dividiera, y por ende, debilitase, lo que las autoridades consideraban como
un peligroso foco nacionalista.
En este contexto en el que comenzaban a emerger las hostilidades entre una parte del
bajo clero vasco y la dictadura, un grupo de curas vascos fundó la revista Egiz en marzo de
1950 a modo de plataforma de denuncia de la política arbitraria franquista y de los abusos
sufridos por el pueblo en Euskadi. Finalmente, la jerarquía ordenó el cierre de su publicación
(en 1952), siendo retomada su labor posteriormente por la revista Egi-Billa, dirigida por
sacerdotes nacionalistas en París7.
Estos primeros veinte años de dictadura, si bien fueron menos turbulentos, también
registraron altercados, en los que destacó una clara progresión cualitativa e ideológica. El
discurso embrionario, preocupado esencialmente por cuestiones sociales, fue paulatinamente
incorporando conceptos y contenidos del nacionalismo vasco y, finalmente, ya a finales de los
cincuenta y comienzo de los sesenta, éste último se convirtió en el eje argumental y
reivindicativo de ese sector reaccionario del clero vasco, apartado de la línea oficial
franquista.
El desarrollo de la cuestión de la Iglesia vasca es quizás una de las pruebas más
fehacientes de lo contraproducente que llegó a ser la política que el Estado franquista
desarrolló en Bizkaia y Gipuzkoa, las dos provincias vascas más castigadas.
4. EL INICIO DE LAS HOSTILIDADES
No existe una sola clave que explique la “explosión” del problema en el seno del clero
vasco a partir de la década de los sesenta. Este fenómeno se debió a una conjunción de
6
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 34, R. de Boisseson à Mr. Couve de Murville (Ministro de
Asuntos Exteriores), 2 de junio de 1964.
7
J. de la Granja Saiz y S. de Pablo, Historia del País Vasco y Navarra en el siglo XX, Madrid, Biblioteca
Nueva, 2002, p. 312.
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Xabier Hualde Amunárriz: La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos franceses
factores que modificaron el escenario en el que se desarrollaría posteriormente ese corpus de
acciones reivindicativas:
- El nivel de represión llevado a cabo por el régimen fue menor que el ejercido con
anterioridad.
- Como muestra Anabella Barroso8, se produjo un cambio generacional en el cuerpo
sacerdotal vasco y fue este clero joven el que se vio posteriormente implicado en los
conflictos de los años sesenta y setenta.
- La irrupción de un movimiento de las características de ETA insufló nuevas fuerzas a
ese sector contestatario del clero, creando, además, un nuevo marco de posible
“solidaridad” activista ante el enemigo común.
En mayo de 1960, 339 sacerdotes vascos (362 según los informes franceses9) firmaron
un documento titulado “Los sacerdotes vascos ante el momento histórico actual”10. Dicha
carta constituyó el punto de ruptura respecto a las reivindicaciones anteriores, no sólo por el
alto número de firmantes, sino por el eco que acabó teniendo en Europa y América a pesar de
los intentos del Estado por socavarla. Sin desmerecer las iniciativas anteriores, este episodio
marcó el punto de inflexión de un problema que a partir de ese momento cobraba una nueva
dimensión.
Las críticas al espíritu totalitario del régimen y a la persecución que estaba llevando a
cabo en el País Vasco suponían un ataque frontal a la dictadura franquista. Además – y es una
cuestión que hay que valorar en su justa medida, pues la obediencia al superior es muy
importante en la Iglesia Católica –, se criticaba la connivencia de la jerarquía con las
autoridades franquistas, llegando a responsabilizarles del “abismo abierto” entre los fieles y la
Iglesia11.
La ferocidad de la crítica iba acompañada de otro dato significativo: la mayoría de los
firmantes de este documento eran sacerdotes jóvenes, la Iglesia vasca del futuro.
A pesar de que la mayoría del clero vasco rechazó esta iniciativa, no se podía ni mucho
menos desdeñar el potencial desestabilizador de un hecho de estas características, habiendo
ocurrido en una institución de tanto poder e influencia en el País Vasco como la Iglesia, así
8
A. Barroso, op. cit, p. 68.
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 34, R. de Nerciat (Ministro plenipotenciario, encargado de
Asuntos de Francia a.i.) à M. De Couville, 24 de septiembre de 1964.
10
A. Barroso, op. cit, p. 59.
11
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 34, R. de Nerciat à M. de Couville, 24 de septiembre de
1964.
9
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Xabier Hualde Amunárriz: La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos franceses
como por el peligro que suponía que estos sacerdotes propagasen sus “peligrosas ideas” desde
sus funciones religiosas.
Los diplomáticos franceses no eran ajenos a este movimiento creciente; de hecho,
estaban bien informados de las reivindicaciones de ese grupo de curas vascos. Sus informes
trataban profusamente el tema e, incluso, consiguieron enviar a sus superiores pruebas de
primera mano, como el nº 28 de la revista nacionalista Gudari, que incluía un documento de
sacerdotes vascos repartido clandestinamente entre los seminaristas de Bilbao en septiembre
de 196412. Dicho documento, resume perfectamente el sentir y el estado de “rebelión” de
parte de la clerecía vasca: “Ante una situación así, los curas vascos no queremos cooperar al
cómplice silencio de nuestra jerarquía. Y si nos mandan callar no lo haremos: se obedece pero
no se cumple. Y si esto es hacer política, haremos política”13.
Esta tesitura en el campo eclesiástico se vio agravada – como he mencionado
anteriormente – por la fundación de un movimiento como el de Euskadi ta Askatasuna (ETA),
lo que creaba ya un marco en el que no sólo los clérigos contestatarios no estaban solos, sino
en el que podían – como así fue – crear lazos y aunar esfuerzos en su lucha contra el régimen.
La existencia del enemigo común, mucho más poderoso, provocó la colaboración (a pesar de
las diferencias ideológicas existentes14) con cierta frecuencia de clérigos y la propia ETA.
Por otro lado, los nuevos aires que comenzaban a soplar por el Vaticano suponían un
nuevo foco de preocupación en materia religiosa para el Estado español. La Iglesia católica
era un pilar básico en el entramado franquista y, sin embargo, su relación dependía de las
directrices romanas, por lo que el reciente nombramiento del nuevo Papa (de ideas bastante
diferentes a las de su predecesor) hacía presagiar graves problemas.
En efecto, esta tendencia detectada en Roma acabó plasmándose en otro proceso que se
convertiría en un elemento más de desestabilización de la dictadura del Caudillo: el Concilio
Vaticano II.
La designación del Papa Juan XXIII en octubre de 1958 supuso una ingrata sorpresa
para Franco y sus colaboradores, y dicha impresión inicial se vio confirmada desde el
comienzo de su papado. Anunciado desde 1959, el Concilio tuvo una duración de tres años
(1962-1965) y trajo nuevas ideas al Vaticano, al acordarse la necesidad de renovación y
12
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 121, nº 28 de la revista Gudari (p. 9), editada por Euzko
Gaztedi Indarra (EGI), sin fecha exacta (entre noviembre y diciembre de 1964).
13
Ibidem.
14
Por ejemplo, la aconfesionalidad de ETA.
5
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Xabier Hualde Amunárriz: La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos franceses
adaptación de la Iglesia a los tiempos modernos. Esta filosofía, diametralmente opuesta al
ideario franquista, provocó en los años posteriores un distanciamiento lógico entre ambos.
Toda esta conjunción de factores suponía que la Iglesia, uno de los pilares que habían
ayudado a levantar, primero, y mantener, después, a la España franquista, estaba comenzando
a desviarse del rumbo que había seguido durante más de treinta años. Obviamente se trató de
un proceso largo, complicado, en el que se produjeron divergencias en el Vaticano, en la curia
española y en la vasca, pero que como veremos fue debilitando progresivamente al régimen.
Por el momento, a mediados de los sesenta, la situación había alcanzado una dimensión
suficiente como para que la diplomacia francesa considerase que la situación religiosa
española salía por fin de ese estado de inmovilismo en el que llevaba instalada tanto tiempo y
que se anunciaban tiempos turbulentos en esta cuestión15. De hecho, R. de Boisseson
adivinaba ya que la oposición regional española, unida a la creciente inestabilidad clerical en
el País Vasco, iba a convertirse en una de las mayores dificultades que iba a tener que afrontar
la dictadura en el futuro16.
5. LA RELACIÓN ENTRE ETA Y EL CLERO
La participación de miembros de la Iglesia vasca en acciones ilegales relacionadas con
ETA produjo perplejidad e incredulidad en los enviados franceses. Ahora bien, se puede
afirmar que prácticamente en ningún momento estuvieron realmente al corriente del grado
real de esta colaboración. Ello se debió a dos motivos fundamentales:
- Por un lado, como reconocían ellos mismos, la información sobre ETA “no corría por
las calles y no llenaba las columnas de los periódicos17”, lo que dificultaba
notablemente el conocimiento de todo lo referente al mundo etarra.
- La falta de coordinación y de colaboración entre los propios diplomáticos enviados a
España. De hecho, esta circunstancia, junto con las dificultades ya conocidas para la
15
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 34, R. de Nerciat à Mr. Couve de Murville, 24 de septiembre
de 1964.
16
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 36, R. de Boisseson à Mr. Couve de Murville, 20 de mayo de
1966.
17
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 44, Doc. Confidentiel, M. Castel (Cónsul en Bilbao) al
Embajador en Madrid, 4 de octubre de 1972.
6
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Xabier Hualde Amunárriz: La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos franceses
obtención de información, provocaron que circulasen informes en la red diplomática
francesa con datos a veces prácticamente antagónicos18.
Por lo tanto, dependiendo de cuál fuese la fuente de información utilizada (jefe superior
de la policía de Bilbao, la prensa afecta al Estado, informadores clandestinos o, directamente,
miembros de la Iglesia), el grado de implicación de este sector de la Iglesia vasca con ETA
variaba en los informes diplomáticos.
En definitiva, los enviados franceses fueron conscientes de que la colaboración entre
miembros del clero y de ETA ocurrió con cierta frecuencia19, pero nunca tuvieron acceso a
datos realmente fiables.
6. EL PROCESO DE BURGOS
Juan Pablo Fusi escribió que “lo que los nacionalistas no conseguían desde sus lugares
de conspiración en el exilio, lo alcanzaba sin pretenderlo el general Franco con su política
separadora y punitiva del particularismo vasco20”. Esta interesante idea puede retomarse, y
hacerse extensiva a la “relación” entre los conspiradores del interior y el Caudillo. El famoso
“proceso de Burgos” supone una buena prueba de ello (y no es la única ni mucho menos).
En un momento en el que ETA se encontraba muy debilitada, las autoridades
franquistas intentaron derrotar definitivamente a la banda mediante el juicio de dieciséis
“separatistas vascos” acusados de la muerte del jefe de la policía política de Gipuzkoa
Melitón Manzanas, el 2 de agosto de 1968. No corresponde aquí el tratar el desarrollo de estos
hechos, pero sí conviene valorar el papel que jugó el Vaticano21.
Contra todo pronóstico – al estar dos sacerdotes inculpados –, la Santa Sede pidió que el
proceso fuese público (es decir, la no aplicación del Concordato). Las consecuencias fueron
altamente perjudiciales para la dictadura, ya que esa decisión posibilitó que la prensa
internacional asistiese al proceso y denunciase las pésimas condiciones en las que se mantenía
a los acusados.
18
X. Hualde, op. cit, p. 63.
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 121, rapport de I. de Laurens, 2 de septiembre de 1968.
20
J. P. Fusi y F. García de Cortázar, Política, nacionalidad e iglesia en el País Vasco, San Sebastián, Txertoa,
1988, p. 97.
21
Destacado en sus informes por R. Gillet, sucesor de R. de Boisseson al frente de la Embajada en Madrid.
19
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Xabier Hualde Amunárriz: La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos franceses
De hecho, la dimensión internacional dada al proceso acabó siendo decisiva, ya que la
inusitada e inesperada presión22 – casi linchamiento – internacional que tuvieron que soportar
las autoridades españolas, fue probablemente la razón por la que finalmente se suspendieron
las condenas de muerte inicialmente dictaminadas.
La actuación del Vaticano a lo largo del proceso fue la confirmación de la evolución
post-conciliar. Públicamente, intentó mantener una apariencia de neutralidad (Pablo VI, Sumo
Pontífice entre 1963 y 1978, no accedió a recibir a las familias de los acusados23), pero lo
cierto es que presionó al Caudillo cuando se produjo el secuestro del Cónsul alemán de San
Sebastián y aprovechó para marcar sus distancias respecto al régimen español, aunque
siempre sin romper las relaciones.
En el conjunto del Estado, se produjeron movilizaciones como pocas veces bajo la
dictadura, y en el País Vasco las protestas fueron generalizadas. Así pues, el proceso de
Burgos acabó convirtiéndose en un juicio al propio régimen franquista, supuso la prueba
incontestable del alejamiento entre el Vaticano y la España franquista y marcó un punto de
inflexión en la Iglesia española.
7. EL ALEJAMIENTO DEFINITIVO
El episodio de Burgos marcó el distanciamiento definitivo entre Roma y Madrid. A
partir de ese momento las relaciones entre ambos Estados no sólo sufrieron una regresión,
sino que, debido a la coyuntura que atravesaban la Iglesia española y vasca, fue empeorando
paulatinamente.
Así, tras el proceso de Burgos, las autoridades franquistas propusieron retomar las
gestiones con el Vaticano para la renovación del Concordato de 1953, no encontrando gran
predisposición por parte de éste.
Durante el invierno de 1973 los dirigentes españoles intensificaron dichos contactos con
el fin de reforzar la imagen de la dictadura a nivel internacional e interno. Sin embargo, se
encontraron con una Santa Sede reticente, que dudaba de la oportunidad de seguir
22
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 43, 7 de enero de 1971.
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 42, R. Gillet (Embajador en Madrid) à M. Schumann
(Ministro de Asuntos Exteriores), 27 de noviembre de 1970.
23
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manteniendo relaciones estrechas con un régimen de las características del franquista cuyo
futuro parecía, además, incierto24.
Según las fuentes francesas, existían profundas divergencias entre ambas partes sobre la
naturaleza jurídica del posible acuerdo, sobre su duración y, sobre todo, acerca del contenido
de los temas más complejos.
Las relaciones se encontraban tan deterioradas que incluso se produjo un desencuentro a
raíz de la condena vaticana del atentado de Carrero Blanco25, considerada demasiado “laxa”
por el entonces Ministro de Asuntos Exteriores Laureano López Rodó (quien incluso protestó
ante el Nuncio).
Por su parte, la Iglesia española siguió un proceso paralelo al del Vaticano postconciliar. Si bien una parte del episcopado permaneció afecto al régimen, paulatinamente
buena parte de la clerecía fue distanciándose del Estado. Ya en septiembre de 1969 el
embajador francés avisaba de la “importante mutación” que estaba sufriendo el catolicismo
español26. De hecho, en una encuesta realizada a finales de 1970 entre 20000 sacerdotes
españoles, la mayoría afirmaban estar poco seguros de sí mismos a nivel teológico e
insatisfechos a nivel social y político27.
El Concilio Vaticano II, junto al inmovilismo e incapacidad de adaptación a los cambios
inherentes al paso del tiempo del Estado franquista, fueron los causantes del alarmante
descenso de seminaristas en España: si en 1963 había 8000, en 1974 la cifra había descendido
hasta los 250028.
Estas estadísticas mostraban el crecimiento de un cada vez más poderoso y numeroso
sector antifranquista dentro de la Iglesia española que no tardaría en mostrar sus
desavenencias con el gobierno.
La primera asamblea conjunta de obispos y sacerdotes, celebrada en Madrid entre el 13
y el 18 de septiembre de 1971, supuso la asunción oficial por parte del clero español fiel a las
directrices provenientes de Roma de la voluntad de aggiornamento (renovación) y de la
intención de poner fin a la colaboración con el Estado franquista
24
MAE Paris, série Europe, sous-série Espagne, série 1971-76, carton 410, Jean-Max Bouchaud (Encargado de
Asuntos de Francia en España) à M. Schumann, 27 de septiembre de 1973.
25
Ibidem, 1 de septiembre de 1975.
26
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 41, R. de Boisseson à M. Schumann, 25 de septiembre de
1969.
27
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 42, R. Gillet à M. Schumann, 10 de noviembre de 1970.
28
J. Tusell, Historia de España en el siglo XX. III. La Dictadura de Franco, Madrid, Taurus Bolsillo, 1996, p.
478.
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Xabier Hualde Amunárriz: La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos franceses
Según Jean Max-Bouchaud29 (quien afirmaba a sus superiores contar con fuentes
confidenciales fidedignas), dicha voluntad venía “aconsejada” desde la Santa Sede, por el
mismo Papa Pablo VI.
Durante dicha asamblea, incluso se discutió la posibilidad de intentar borrar y olvidar la
colaboración que había existido durante los últimos treinta y cinco años entre la propia Iglesia
y la Dictadura.
De esta manera, poco a poco este “divorcio” fue minando las fuerzas de un Estado que
veía cómo se le multiplicaban los focos opositores. De todos modos, la principal fuente de
oposición y de problemas seguía siendo el País Vasco, donde parte de la clerecía se había
tornado más combativa que nunca, espoleada y favorecida por la posición adoptada por Roma
y por parte de los religiosos españoles.
8. EL “POLVORÍN” RELIGIOSO
El sector antifranquista de la Iglesia vasca fue durante la década final de la dictadura
uno de los frentes más activos de la oposición. Los conflictos fueron muy numerosos,
constantes, y acabaron involucrando hasta a miembros de la jerarquía (siendo el momento
culminante de la progresión cualitativa apuntada en las reacciones religiosas antifranquistas).
Aunque en las tres provincias se registraron incidentes a lo largo de este periodo, fue en las
dos costeras donde la actividad fue mayor. Respecto a esta época y tema en los archivos
quedan prácticamente sólo documentos de lo acontecido en Bizkaia, debido probablemente a
los problemas de las fuentes francesas sobre la cuestión vasca que menciono al principio del
artículo.
Por ello, los imperativos derivados de esta falta de fuentes convierten a la provincia
vizcaína en el hilo conductor del tema. Aún así, fue en Bizkaia donde la actividad religiosa
opositora fue más destacada, por lo que una reconstrucción histórica fidedigna resulta posible.
No en vano M. Castel apuntaba que Bizkaia era uno de los puntos débiles de la cadena de
relaciones entre la Iglesia y el Estado Franquista 30.
29
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 43. Jean-Max Bouchaud (Encargado de Asuntos de Francia
en España) à M. Schumann, 23 de septiembre de 1971.
30
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 142, M. Castel (Cónsul en Bilbao) à M. Gillet, doc.
Confidentiel, 2 de diciembre de 1972.
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En agosto de 1968 unos cuarenta sacerdotes ocuparon el Obispado de Bilbao durante
diez días en señal de protesta. A las cuestiones de fondo ya tratadas, éstos querían ahora que
se añadiese la prohibición de la bandera española (considerada un “símbolo de la opresión
soportada”) en las iglesias31. Las reivindicaciones eran cada vez más exigentes, consecuencia
lógica de la evolución de la cuestión desde los años cincuenta y del hecho de que los clérigos
se supieran prácticamente impunes gracias a las cláusulas del Concordato.
El suceso de Bilbao tuvo un “segundo acto” apenas cinco meses después
(en
noviembre) en el seminario de Derio, donde repitieron dos tercios de los protagonistas. En
esta ocasión, sesenta curas ocuparon esta sede religiosa para continuar con sus protestas y
denuncias de la situación del pueblo vasco, complementando este encierro con el envío de una
carta al Papa.
Ese documento contenía los puntos que este sector del clero consideraba vital denunciar
y necesario cambiar. Además, mostraba no sólo un incremento de la virulencia verbal, sino
también una fuerte radicalización de las peticiones, denuncias y acusaciones.
Sobre el pueblo vasco, denunciaban las presiones para desviarlo de sus costumbres e
imponerle las castellanas, lo que había propiciado y fortalecido su unión en defensa de su
individualidad y cultura32. Todo ello era posible – añadían – gracias a la connivencia de la
jerarquía católica española con el Estado, ya que éste la había corrompido con toda una serie
de privilegios (exenciones fiscales, libertad de asociación, de culto, etc.), que la primera había
aceptado, por lo que no le compensaba rebelarse contra la mano que le otorgaba tantas
prebendas.
Además, añadían durísimas críticas contra la jerarquía eclesial vasca, a la que acusaban
directamente de servir de soporte al “capitalismo y al Gobierno de Castilla” y de permanecer
impasible ante las persecuciones y torturas que sufría el pueblo. La reivindicación de una
Iglesia pobre y autóctona ponía el broche a este corpus de reclamaciones, en el que
destacaban tanto una clara vocación nacionalista como la preconización de la necesidad
imperiosa de un cambio radical.
El mensaje que los clérigos trasladaban volvía a poner de manifiesto el efecto
contraproducente que la política franquista estaba creando en el País Vasco.
31
MAE Paris, série Europe, sous-série Espagne, série 1960-75, carton 282, R. de Boisseson à Michel Debré
(Ministro de A. Exteriores), 24 de agosto de 1968.
32
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 121, R. de Boisseson à M. Coude de Murville, 23 de
noviembre de 1968.
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Xabier Hualde Amunárriz: La Iglesia vasca durante el franquismo (1939-75) según los diplomáticos franceses
Finalmente, el 28 de diciembre José María Cirarda (recién nombrado Administrador
Apostólico de la Diócesis de Bilbao en sustitución de Pablo Gúrpide), consiguió poner fin a
esta ocupación que había durado 24 días. Todo parecía indicar que con este nuevo “gestor”
Bizkaia iba a enderezar un poco el rumbo, pero la provincia continuó siendo escenario
permanente de conflictos religiosos.
Durante los seis primeros meses la situación parecía un poco menos tensa, pero este
reequilibrio no tardó en romperse de nuevo. En abril de 1969 varios sacerdotes fueron
detenidos – entre ellos José Angel Ubieta (Vicario General de Bilbao), el día 23 – acusados de
colaboración con ETA así como por el contenido de algunas de sus homilías. Amparándose
en el artículo 16 del Concordato, Cirarda negó su consentimiento al procesamiento de los
inculpados33, lo que desembocó en una fuerte polémica con los Servicios de la Junta Militar.
El malestar del ejército venía motivado por el Concordato, que eximía a los eclesiásticos de
rendir cuentas ante la ley en la mayoría de las ocasiones (lo que aprovechaban los religiosos
colaboradores de ETA, pues les otorgaba una decisiva ventaja sobre la policía).
El día 27 de ese mes, Cirarda hizo leer en las Iglesias de la diócesis bilbaína una homilía
en defensa de Ubieta, en la que denunciaba la violación de las disposiciones del Concordato.
El asunto tomó tal cariz que el propio Carrero Blanco tuvo que llamar al orden al
Administrador Apostólico.
Hasta su traslado a Córdoba (en 1971), las polémicas a su alrededor se fueron
sucediendo –nuevas denuncias de violación del Concordato, suspensión de ceremonias
públicas a las que iban a asistir autoridades civiles y militares como señal de protesta, etc.34 –
y, por ello, con el nombramiento de Antonio Añoveros, las autoridades franquistas buscaron
al hombre que pacificase la situación eclesial vasca.
Resulta sorprendente que cada nuevo “jefe” religioso que tomaba las riendas del clero
vizcaíno acabase protagonizando escándalos y teniendo problemas con el régimen. Además,
tanto Cirarda como Añoveros fueron nombrados por el Vaticano (con la aquiescencia de las
autoridades franquistas), y respondían a un perfil determinado, por lo que de ninguna manera
cabía esperar lo que ocurrió posteriormente en ambos casos. Sin embargo, una vez sobre el
terreno, la creciente oposición del sector “rebelde” de la curia vasca, a la que debían
33
MAE Paris, série Europe, sous-série Espagne, série 1960-75, carton 282, R. de Boisseson à “Diplomatie
Paris”, 26 de abril de 1969.
34
CAD Nantes, Madrid Ambassade, serie F, carton 42, R. Gillet à M. Schumann, 11 de junio de 1970.
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enfrentarse cotidianamente estos hombres, hacía muy difícil aplicar las proyectos iniciales con
los que desembarcaban en sus nuevos cargos.
Con el nombramiento de Antonio Añoveros las autoridades franquistas esperaban que,
de una vez por todas, el Administrador apostólico controlase la situación. Sin embargo, su
“mandato” resultó aún más polémico que el de su predecesor, ya que los episodios más
conflictivos relacionados con religiosos vascos se produjeron entonces, siendo él mismo
protagonista del más grave de todos ellos.
Lo curioso del caso, a tenor de lo que sucedería después, es que en el momento de su
nombramiento el Consejo Presbiterial de Bizkaia protestó por el origen no-vasco35 del nuevo
Administrador.
Lo cierto es que, sorprendentemente, Añoveros se posicionó desde el primer momento,
negándose a participar en las ceremonias públicas al lado de las autoridades, ni siquiera el día
de la fiesta nacional (el 12 de octubre).
En noviembre de 1973 tuvo lugar el incidente de la prisión de Zamora, que iba a ser el
preludio de la crisis que se desencadenaría poco después. El 6 de dicho mes, seis sacerdotes
encarcelados en la prisión de Zamora (habilitada para los religiosos) comenzaron una huelga
de hambre e incendiaron sus celdas. Tres días después, medio centenar de clérigos invadían
los despachos del obispado de Bilbao, en solidaridad con los prisioneros de la capital
zamorana36. Un hecho similar ocurrió en San Sebastián y la policía procedió a su desalojo en
ambos lugares, con los consiguientes incidentes37. Así comenzaba el año 1974 en un ambiente
cargado de creciente tensión. De hecho, no tardarían en desencadenarse las hostilidades.
En febrero, el Obispado de Bilbao envió una homilía a las parroquias vizcaínas cuyo
contenido defendía los derechos del pueblo vasco38 y denunciaba la existencia de grandes
obstáculos para que éste pudiese disfrutar de los mismos.
El asunto enseguida tomó proporciones nacionales y el gobierno estudió tomar acciones
contra el obispo Añoveros. Por su parte, el episcopado español le apoyó y el Vaticano envió
un representante – Acerbi – para mediar. Sin embargo, el intento de Roma resultó vano, ya
35
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 121, M. Castel (Cónsul en Bilbao) à M. Gillet, doc.
Confidentiel, 31 de diciembre de 1971.
36
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 44, R. Gillet à M. Schumann, 15 de noviembre de 1973.
37
J. de la Granja Saiz y S. de Pablo, op. cit, p. 318.
38
CAD Nantes, Madrid Ambassade, série F, carton 45, R. Gillet à M. Schumann, 15 de marzo de 1974.
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que el gobierno decidió expulsar al obispo del país, lo que finalmente no sucedió ante las
amenazas de excomunión por parte de la Conferencia Episcopal española39.
Las autoridades francesas estudiaron el asunto, ya que existía la posibilidad de que el
interesado solicitase asilo en suelo francés en caso de que las autoridades españolas
procediesen a su expulsión. Finalmente, decidieron no aceptarla en caso de producirse para no
empeorar las ya de por sí deterioradas relaciones hispano-francesas40.
Las relaciones entre Roma y España siguieron desgastándose mientras que entre el clero
español y vasco siguió creciendo el sector antifranquista. De esta manera, hasta el final de la
dictadura continuaron produciéndose incidentes de índole religiosa.
9. EPÍLOGO
Los informes diplomáticos franceses constituyen sin lugar a dudas una fuente de
información fiable para el estudio de la Iglesia vasca durante la dictadura franquista. Es más,
en ocasiones, aportan una visión diferente de los acontecimientos que puede ayudar a
completar el prisma con el que la historiografía ha abordado tradicionalmente la cuestión. A la
hora de su estudio hay que tener en cuenta las lagunas, carencias, condiciones y contexto de
realización que he señalado a lo largo del artículo, pero, aún así, suponen una valiosa
aportación.
Puede considerarse a la Iglesia41 como uno de los “fundadores” de la dictadura
franquista. Con todo, esa relación empezó a quebrarse en el País Vasco. La importancia del
movimiento de oposición nacido en el seno del clero vasco radicó especialmente en dos
puntos concretos:
- Fue la primera grieta en el sistema de relaciones entre la Santa Sede y El Pardo –
residencia del dictador español – (y posteriormente llegó la renovación vaticana y de
parte del cuerpo religioso español).
- La labor de “resistencia” y denuncia activa de la situación del pueblo vasco.
Por otro lado, el surgimiento y evolución de este movimiento es una de las pruebas
concluyentes de que la política franquista en el País Vasco resultó un fracaso y fue totalmente
39
J. de la Granja Saiz y S. de Pablo, op. cit, p. 318.
MAE Paris, série Europe, sous-série Espagne, série 1971-76, carton 410, Direction d´Affaires Politiques, 15
de marzo de 1974.
40
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contraproducente, ya que a través de sus métodos no sólo no consiguió erradicar ese
perseguido “separatismo”, sino que contribuyó a reavivarlo.
El análisis global refleja el largo proceso evolutivo que sufrió el sector opositor de la
Iglesia vasca desde sus inicios: un grupo contestatario en el que originalmente los
protagonistas eran los clérigos humildes más cercanos a la gente y preocupados por
cuestiones de índole social, que acabó englobando a miembros de la jerarquía católica
luchando por los derechos del pueblo vasco.
Acabó cobrando fuerza definitivamente como factor de desestabilización del régimen
franquista cuando coincidió con el ciclo de aggiornamento vaticano y el efecto arrastre que
éste provocó entre la clerecía española. De este modo, en el último decenio de dictadura, las
autoridades tuvieron que enfrentarse a un “frente” triple en el ámbito religioso.
En los años setenta, la trayectoria de la Iglesia vasca culminó un papel importante en la
oposición institucional religiosa a la dictadura a tres niveles: local, nacional e internacional,
siendo una de las puntas de lanza que amenazó y deterioró la antaño inquebrantable
asociación entre la España franquista y la Iglesia católica.
41
S. Juliá, Un siglo de España. Política y sociedad, Madrid, Marcial Pons Historia, 1999, p. 203.
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