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LA CUESTIÓN COLONIAL Y POST COLONIAL EN EL MARCO DE UNA HISTORIA GLOBAL(*) Heraclio Bonilla Universidad Nacional de Colombia Propuestas para una discusión En la tradición académica latinoamericana el establecimiento de coordenadas comparativas que trasciendan al continente no es muy frecuente, por no decir casi inexistente. Son varias las razones que explican esta situación: la pobreza de nuestros recursos bibliográficos, la fragmentación colonial del conocimiento, entre otras. Con todo, han sido los períodos prehispánico y colonial las coyunturas en las que los especialistas utilizaron una perspectiva comparada en el análisis de las semejanzas y el contraste entre las civilizaciones azteca, maya e inka antes de 1492, o, después, para explicar la génesis, el funcionamiento y la crisis de la Nueva España, la Nueva Castilla, el Nuevo Reino, el Río de la Plata, o el Brasil. Los resultados de esas perspectivas macro han sido muy provechosos, y por lo mismo debieran ser continuados sin descuidar, por cierto, el examen de la diversidad regional que estos conjuntos coloniales encierran. Con todo, en el contexto de las Américas conviene insistir en la necesidad de comparar de manera más sistemática el espacio colonial establecido por el Portugal frente a los de la España imperial. Se sabe muy bien, en efecto, las profundas diferencias que presentó el Brasil desde su nacimiento como colonia frente a México o el Perú. No tuvo, al inicio los mismos incentivos en población y en recursos, la ocupación de su enorme territorio fue paulatina y siguió un eje transversal, mientras que su separación del Portugal no provocó destrucciones internas similares, por ejemplo, a México o Venezuela. De la misma manera, en su 2 población predominaron los afro-descendientes, ya sea como libertos o esclavos, quienes además proporcionaron la mano de obra fundamental de las grandes plantaciones agrarias especializadas en la producción del azúcar o del café, a diferencia, otra vez, de la heterogeneidad que caracterizó los sistemas productivos de la Hispanoamérica colonial. No obstante, si bien la agricultura fue el sector económico dominante, frente a la minería en el caso de México y del Perú, la economía del Brasil de los siglos XVII y XVIII dependió del oro de Minas Gerais, lo que permite una investigación que contraste su funcionamiento y sus resultados con la única economía aurífera significativa: la del Nuevo Reino de Granada. En Popayán y en Antioquía, en efecto, se extrajo oro de placeres y de vetas desde el inicio de la colonización española, y en el cual el trabajo de los esclavos, como en el Brasil, fue fundamental. Pero las semejanzas terminan ahí, porque el oro del Brasil tuvo un impacto completamente diferente sobre las finanzas del Imperio portugués que no lo tuvo el Nuevo Reino para España. El análisis de contrastes y diferencias entre el Brasil y la Hispanoamérica colonial no deben, por cierto, limitarse al campo de la economía sino que deben incluir los correlatos sociales, políticos y culturales. La otra experiencia que amerita su inclusión en el examen de los sistemas coloniales del Nuevo Mundo es obviamente la de la América Británica, y sobre la cual ya se cuenta con el notable libro de John H. Elliott Empires of the Atlantic World. Britain and Spain in America, 1492-1830 (New Haven: Yale University Press, 2006). También aquí, la cronología, los imperios, las razones de la expansión, los mecanismos de subordinación colonial, las empresas productivas, el gobierno, el papel de la religión, fueron completamente diferentes. Pero no se trata solamente de realizar un inventario, por exhaustivo que fuera, de las mismas, sino calibrar sus consecuencias en el corto y en el largo plazo, sobre todo por el énfasis puesto por el paradigma neo-institucional en adjudicar a esos contrastes un papel casi 3 único en el desigual desempeño que tuvieron los Estados Unidos de Norteamérica frente a la pobreza de las colonias españolas En el contexto de esta primera experiencia de colonización, es pertinente considerar el espacio africano, por la importancia que tuvo la migración de miles de ellos en condición de esclavos, particularmente durante el siglo XVIII. La esclavitud en el Nuevo Mundo, como se sabe, no sólo tradujo su reencuentro con la Antigüedad en un nuevo contexto espacial, sino que también se enlaza con las experiencias desarrolladas en el África, y ese conocimiento importa por sus dimensiones económicas y políticas, y para entender las variantes culturales de la sumisión y de la resistencia de los esclavos. Las consideraciones anteriores se encuadran dentro de la primera fase de la explotación colonial, aquella que se inicia con los viajes de Colón, continúa con la conquista de Hernán Cortés, Francisco Pizarro y Ximénez de Quesada, y concluye con las guerras de independencia de las dos primeras décadas del siglo XIX. Esa primera expansión colonial europea, liderada por Portugal y España, obedeció tanto a la acumulación de metales preciosos en función de las necesidades nuevas de una economía europea en expansión como a las exigencias de la expansión religiosa. Sus resultados fueron el establecimiento de un sistema colonial que satisfizo las necesidades de los imperios, luego de la hecatombe de la población nativa. Su simbiosis se expresó en el mestizaje de su población y en el sincretismo contradictorio de la religión y de la cultura de los dominados. Este sistema colonial estableció un orden interno caracterizado por la exclusión de estos últimos, y un sistema político que contó con el respaldo de las jefaturas étnicas hasta el límite permitido por la transferencia de sus excedentes locales hacia las esferas del dominio colonial. Pero la debilidad económica y política de la sujeción colonial, así como la efectiva “adaptación en resistencia” de los indios, permitió que 4 en ese marco surgieran espacios económicos y políticos en los cuales estos últimos pudieron sobrevivir e incluso utilizar en su beneficio los propios mecanismos de dominación. Es esa naturaleza de la dominación colonial que explica que España no haya requerido de ejércitos formales para garantizar el status colonial de sus dominios y que hayan sido indios y negros que paradójicamente se opusieran con decisión a la promesa de los libertadores. Para las metrópolis, sobre todo España, la colonización le permitió obtener los recursos en metales preciosos que hizo posible la expansión militar del imperio, al mismo tiempo que su política mercantilista, traducida en los monopolios que impuso, descartó, por lo menos en principio, la competencia de sus potenciales rivales europeos. Pero fue su propia debilidad que hizo que se combatiera con eficacia el monopolio a través del contrabando, y de la venalidad de su propia burocracia colonial. Las reformas que establecieron los Bobones en el siglo XVIII para reconquistar sus colonias se saldaron con resultados mezclados: eficaces en el corto plazo, pero contraproducentes al final porque terminaron por alterar de manera irreversible las premisas iniciales de una colonización fundada en el “pacto colonial”. Con todo, la cancelación de la dominación colonial externa, como consecuencia de sus bases internas de respaldo, reprodujo en el siglo XIX, en el marco de países ahora formalmente independientes, un nuevo tipo de dominación que la literatura sociológica denominó “colonialismo interno” Desde el último tercio del siglo XIX, en la llamada “fase B” del ciclo Kondratieff, empieza una nueva etapa de la expansión colonial, cuyos protagonistas siguieron siendo España y Portugal pero cuyo dominio fue ejercido en nuevos espacios, además de potencias renovadas como Inglaterra y Francia cuyo control se ejerció sobre vastos territorios de África y Asia. De hecho, se calcula que entre 1870 y 1914 cerca de cuarenta millones de europeos se expandieron por el resto del mundo, controlando la 5 mitad del mundo y dos tercios de su población. Fue una expansión bajo la égida del capital y sus objetivos, en contraste con la primera expansión colonial, fueron el control de los mercados de sus colonias, la inversión de sus capitales, y la garantía de la rentabilidad de los mismos. También persiguieron el control de aquellos recursos naturales utilizados como insumos para su expansión industrial, y en cuya extracción los bajos costos de la mano de obra nativa fue su principal fundamento. Según Paul Bairoch las brechas en términos de ingreso pasaron en siglo y medio de 1.5 a 1 a otra de 5.2 a 1.Y si bien Inglaterra convirtió a la América Latina en su “imperio informal” utilizando mecanismos menos cruentos que la España del siglo XVI, principalmente a través del llamado imperialismo del ‘free trade’, traducido en el desmantelamiento de los aranceles, en África y en Asia el control de la población y de los recursos requirió la utilización de la fuerza. Las evidencias con que se cuentan apuntan a señalar que esta colonización moderna tuvo efectos negativos mucho más contundentes para la población sometida. Y esos contrastes se pueden medir a través del valor de las transferencias a las metrópolis coloniales, la orientación de las economías nativas, y los niveles de ingreso de su población. Igualmente, las “cicatrices de la colonización” se expresan en la sociedad, en la política y la cultura, efectos que la descolonización ocurrida desde mediados del siglo XX no canceló por completo. Desde una perspectiva latinoamericana es precisamente aquí donde el conocimiento de esta segunda colonización importa, pese o a causa de sus agudos contrastes con la experiencia colonial de las Américas, y para desarrollar una agenda de investigación sobre la cuestión post-colonial. Un primer intento de los logros de esta perspectiva puede encontrarse en el libro que edité bajo el título La Cuestión Colonial (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011), texto que reúne los trabajos presentados en un seminario realizado con ocasión del 6 bicentenario de la independencia de Colombia, pero es necesario seguir avanzando en el conocimiento contrastado de problemas como el surgimiento y la crisis del orden colonial en ambos contextos. Pero el análisis de los viejos y nuevos colonialismos no debiera limitarse a sus propios contextos cronológicos sino que debiera trascender esos límites para abordar las secuelas contemporáneas de la colonización, una de cuyas expresiones más visibles es el problema de la migración y de la pobreza que afecta a segmentos importantes de la población de varios continentes. Casos como los de Argelia, de Indochina, de la India, para mencionar los más pertinentes, no sólo son mejor conocidos por su cercanía, sino que cuentan con testimonios importantes como los dejados por Fanon en Los condenados de la tierra y de Albert Memmi en Retrato del colonizado: precedido por el Retrato del colonizador. Más allá de la historia, finalmente, es necesario avanzar hacia la formulación de una teoría del sistema colonial comparado. Y en ese contexto, la apropiación de estas múltiples experiencias coloniales es fundamental. (*) Documento presentado al Coloquio Internacional Latinoamérica y la Historia Global, Universidad de San Andrés y The World History Center, University of Pittsburgh, Buenos Aires, 8 y 9 de agosto de 2013. NO CITAR SIN PERMISO DEL AUTOR.