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CAPÍTULO 2 La administración de Eisenhower y su política exterior La administración de Dwight D. Eisenhower (1953-1961) ocupó un lugar peculiar y paradójico en los anales contemporáneos de los Estados Unidos. Las elecciones de 1952 determinaron el regreso del Partido Republicano al Poder Ejecutivo, por primera vez desde 1933, en esta ocasión encabezado por uno de los militares más populares de la historia norteamericana, con lo cual se ponía fin a 20 años de ocupación de la Casa Blanca por el Partido Demócrata. A diferencia de este último, desde finales del siglo XIX Nunca ha existido duda alguna acerca de que el Grand Old Party (GOP) o Gran Viejo Partido, como se designa a los republicanos en la política estadounidense, representó, y aún representa, los intereses de los círculos más poderosos del capital monopolista, y que en su seno se aloja el sector de extrema derecha de la elite del poder. Uno de los hechos más significativos del período previo e inmediato posterior a la elección del presidente Eisenhower fue el impetuoso desarrollo de la economía imperialista norteamericana. Comparado con las cifras de 1929, año en que se produjo la gran depresión, las cifras de 1952 demuestran que la producción de bienes y servicios se duplicó, la agricultura elevó sus rendimientos en un 50 %, la fuerza laboral aumentó de 48 000 000 a 61 000 000, la semana de trabajo se redujo de 48 horas a 40 horas, la productividad del trabajo se incrementó en un 80 %, creció en un 100 % el número de automóviles y de equipos electrodomésticos en manos de la población, se construyeron 12 000 000 de viviendas y el número de propietarios de estas se elevó del 48 % al 55 %.1 1 Harold Underwood Faulkner: Historia económica de los Estados Unidos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1972, t. II, p. 817. 41 Tales resultados económicos le permitieron a los Estados Unidos alcanzar su mayor preponderancia económica mundial a principios de la década de los cincuentas.2 En 1950, el Producto Interno Bruto de los Estados Unidos alcanzaba la cifra de 381 000 000 000 de dólares, cifra superior a la sumatoria del Producto Interno Bruto de los seis países que le seguían: Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia, Alemania Occidental, Japón e Italia.3 A lo anterior habría que añadir otros dos factores. En primer lugar, el resto de los posibles contrincantes a la supremacía mundial habían sido prácticamente destruidos durante la Segunda Guerra Mundial. En segundo lugar, las fuerzas armadas norteamericanas habían adquirido, a finales de la conflagración, el arma más poderosa y destructiva hasta entonces en la historia mundial, la bomba atómica, con lo cual se abría una nueva etapa en el decursar de la humanidad, pues con ella el género humano podía destruirse a sí mismo. El imperialismo norteamericano había alcanzado un lugar cimero no solo en el terreno económico, sino también en el político-militar. Sin embargo, como ha señalado el autor norteamericano William Manchester, algo andaba mal en aquella sociedad, “sino el bienestar del país, entonces su moral, su orgullo, su autoestima”.4 Bajo la administración de Harry Truman y, más tarde, bajo la del propio Eisenhower, la reacción anticomunista dirigida por el senador del Partido Republicano Joseph A. McCarthy había sumido a la nación en las tinieblas del miedo.5 Aunque después de alcanzar la Casa Blanca, Eisenhower se separó de McCarthy y propició la eliminación de este del panorama político estadounidense. La actitud de Eisenhower ante el reaccionario legislador y sus excesos resultó ambigua durante la campaña electoral, como por ejemplo, cuando mantuvo silencio ante los ataques que McCarthy dirigiera contra el general George Marshall, admirado jefe del Estado Mayor durante la Segunda Guerra Mundial, Secretario de Estado de la administración de Harry Truman y amigo personal del candidato presidencial. Tal era la influencia del proyecto anticomunista desencadenado por las fuerzas de la reacción encabezadas por McCarthy, sobre todo dentro del Partido Republicano, que los asesores de Eisenhower le recomendaron no salir en de2 Joseph S. Nye: Bound to Lead: The Changing Nature of American Power, Basic Books, Nueva York, 1991, pp. 69-78. 3 Paul Kennedy: The Rise and Fall of the Great Powers: Economic Change and Military Conflict from 1500 to 2000, Random House, Nueva York, 1987, p. 369. 4 William Manchester: The Glory and the Dream: A Narrative History of America, 1932-1972, Atlantic Monthly Press & Little, Brown and Company, Boston, Massachusetts,1974, p. 599. 5 David Caute: The Great Fear: The Anti-Communist Purge under Truman and Eisenhower, Touchstone, Nueva York, 1978. 42 fensa de Marshall, a pesar de que ya se percibía el rechazo popular a los excesos del macartismo.6 En ese nocivo clima político se destacaba la creciente percepción ciudadana de que los demócratas, y hasta el propio presidente Truman, estaban minados por la corrupción y la venalidad administrativa. Diversos escándalos implicaron al propio Presidente y a varios asesores de la Casa Blanca, en 1951. Las audiencias del Comité del Senado dirigidas por el republicano Estes Kefauver, que fueron las primeras de su tipo transmitidas por la televisión “en vivo y en directo”, resultaron un golpe devastador para el partido que gobernaba.7 Aunque no estallaron conflictos sociales agudos hasta mediados de la década de los cincuentas, la discriminación racial oficializada era un fenómeno latente que podía provocar brotes de inestabilidad, y los políticos norteamericanos lo percibían. En el Sur continuaban negándose a los negros los más elementales derechos civiles. En el Norte, estos seguían siendo ciudadanos de segunda clase. La administración de Truman había hecho tibios esfuerzos para enfrentar la desigualdad de los afronorteamericanos, pero como ha señalado el profesor de la Universidad de Harvard, Howard Zinn, en A People’s History of the United States: La revuelta negra de las décadas de los cincuentas y los sesentas —al Norte y al Sur— pareció ser sorpresiva. Pero quizás no debió ser así. La memoria de un pueblo oprimido es algo que no puede ser arrebatado, y para un pueblo así, con esas reminiscencias, la revuelta está a flor de piel. Para los negros en los Estados Unidos, está el recuerdo de la esclavitud, y después de eso, el de la segregación, los linchamientos y la humillación. Pero no solo eran remembranzas, sino una presencia viva, parte de la vida diaria de los negros, generación tras generación.8 La gran depresión de la década de los treintas había sido también la gran derrota de los republicanos, y el candidato demócrata Franklin D. Roosevelt supo explotar ese hecho para conducir a su partido a cuatro victorias electorales consecutivas, a partir de 1932 y hasta 1944. En 1948 ocurrió la terrible humillación, cuando, contra todos los pronósticos, Harry Truman, hasta entonces un obscuro senador por el Estado de Missouri —que muchos consideraban había llegado a la Casa Blanca por casualidad, a causa de la muerte de Roosevelt, en abril de 1945—, derrotó a Thomas Dewey, gobernador de Nueva York. En 1952, las condiciones estaban maduras para un 6 David Halberstam: The Fifties, Villiard Books, Nueva York, 1993, pp. 250-252. 7 David McCullough: Truman, Simon & Schuster, Nueva York, 1992, pp. 863-872. 8 Howard Zinn: A People’s History of the United States, Harper Colophon Books, Nueva York, 1980, p. 435. 43 cambio de partido en el Poder Ejecutivo. Se necesitaba, sin embargo, un líder de enorme popularidad, pues los demócratas, además de mantener la coalición política ganadora articulada por Roosevelt, llevaban como candidato a Adlai Stevenson, gobernador de Illinois, uno de los políticos mejor preparados de la historia contemporánea norteamericana.9 Dwight D. Eisenhower había tenido una carrera militar no muy relevante hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial. En junio de 1942, fue promovido a jefe del Teatro Europeo de Operaciones por el general George Marshall, para que dirigiera las fuerzas aliadas en su invasión a ese continente. Ike, como ya se le decía a Eisenhower, no solo demostró sus habilidades organizativas y diplomáticas, sino que supo aprovechar muy bien la situación, ganando en popularidad, a pesar de que sus hazañas militares previas eran inexistentes, si se comparan con las de otros altos oficiales de los Estados Unidos,10 como Douglas McArthur o George Patton. Su popularidad al terminar la Segunda Guerra Mundial alcanzó un nivel tal que, en julio de 1945, el propio Truman, con su estilo directo y populachero, le dijo: “General, no hay nada que usted pueda querer que yo no lo ayude a conseguir. Eso definitiva y específicamente incluye la Presidencia, en 1948”.11 La realidad es que desde esa época ambos partidos, convencidos de que el héroe militar sería invencible en cualquier elección presidencial, estaban interesados en nominarlo. Lo que ningún político sabía era que Eisenhower ocultaba mejor que nadie sus verdaderas intenciones, en el fondo, era un típico republicano del Medio Oeste y esperaba el momento favorable para lanzarse al ruedo. No fue sino hasta la propia campaña presidencial de 1952, después que su nombre —con su consentimiento— ya se mencionaba para ser nominado candidato del GOP por un grupo de republicanos que encabezaba el senador Henry Cabot Lodge, que el futuro Presidente reconoció en público sus simpatías hacia ese partido.12 Del período inmediato posterior a la guerra data un elemento importantísimo para las futuras perspectivas de Eisenhower como político. A su regreso de Europa, el presidente Truman lo designó Jefe del 9 Samuel E. Morison, Henry S. Commager y William E. Leuchtenburg: A Concise History of the American Republic, Oxford University Press, Nueva York, 1977, pp. 595-620, 665, 678-679, 687. David Halberstam: Ob. cit., pp. 234-235. 10 Stephen E. Ambrose: Eisenhower: soldado y presidente, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1993, pp. 53-178. Peter Lyon: Eisenhower: Portrait of a Hero, Atlantic Monthly Press & Little, Brown and Company, Boston, Massachusetts, 1974, p. 850. 11 Stephen E. Ambrose: Ob. cit., p. 179. Aunque se ha tomado la cita textual de la biografía escrita por Ambrose, ya que está traducida al español, el propio Eisenhower lo cuenta así en sus memorias. Dwight D. Eisenhower: The White House Years: Mandate for Change 1953-1956, Doubleday & Company, Nueva York, 1963, p. 5. 12 Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., pp. 18-20. 44 Estado Mayor Conjunto, luego de la renuncia del general Marshall, quien pasó a dirigir el Departamento de Estado. Terminada la guerra, esta función implicaba constantes viajes por todo el país para pronunciar conferencias y alocuciones, además de tener que realizar innumerables intervenciones ante el Congreso. Según su más reciente biógrafo, Stephen E. Ambrose, esta actividad puso a Eisenhower en contacto con algunos de los hombres más ricos y poderosos de los Estados Unidos. La elite del establishment del Este avanzó sobre él casi antes de que ocupara su nueva oficina. Thomas J. Watson, de IBM, por ejemplo, fue al Pentágono a principios de marzo de 1946 para conocer al General e insistió en que hablara en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Los cabezas de otras grandes empresas de Nueva York también tenían sus proyectos y usaron sus posiciones en la organización o la universidad para su acceso inicial a Eisenhower.13 Al General no le disgustaban esas relaciones, por el contrario, ellas “aumentaron de 1946 en adelante, al punto de que sus amigos eran casi exclusivamente millonarios”.14 De manera simultánea a este proceso, según reconoció Ambrose, las ideas de Eisenhower sobre las relaciones con la Unión Soviética comenzaron a evolucionar. Durante la guerra, y en el período inmediatamente posterior, el General era considerado como un hombre ponderado, partidario de la colaboración con la Unión Soviética en el mismo sentido que lo había sido su Comandante en Jefe, el difunto presidente Roosevelt. “A lo largo de 1946, Eisenhower deploró el rápido desarrollo de una ruptura de relaciones, las fáciles habladurías en los Estados Unidos acerca de la ‘inevitabilidad’ del conflicto entre los dos sistemas”.15 Más adelante, Ambrose expresó: “En la jerga de la época era ‘blando’ con los soviéticos, mucho más blando que Truman, y mucho menos proclive a buscar una solución militar a los problemas de coexistencia”.16 Esta situación cambió al año siguiente: “Para el otoño de 1947, los sentimientos de Eisenhower acerca de los soviéticos eran similares a los de Truman y a los de otros ‘guerreros fríos’ de línea dura”.17 Sus amigos millonarios del establishment de Nueva York le ofrecieron la Dirección de la Universidad de Columbia. Eisenhower se negó al inicio, pero aceptó con posterioridad, al parecer, tentado por las mejores condi13 14 15 16 17 Stephen E. Ambrose: Ob. cit., p. 193. Ibídem. Ibídem, p. 197. Ibídem, p. 199. Ibídem, pp. 203-204. 45 ciones financieras que ofrecía el cargo. Ambrose manifestó que no hubo motivaciones políticas detrás de su aceptación. Sin embargo, reconoció que impuso condiciones sorprendentes: “incluían que no se involucrara en asuntos puramente académicos, que no se comprometiera en conseguir fondos, que no recibiría demasiados (visitantes) y que no se encargaría de detalles administrativos molestos”.18 El propio biógrafo se preguntaba: si esas eran las condiciones, ¿qué haría Eisenhower? La respuesta, que consiste en citar las palabras del General, no deja otra alternativa que concluir que detrás del paso de Eisenhower por Columbia se escondían, además de las consideraciones financieras mencionadas, criterios de índole política: “Consagraré mis energías a proveer liderazgo interno en amplias líneas liberales para la universidad misma y a promover conceptos básicos de educación en una democracia”.19 Durante su breve estancia al frente de la Universidad de Columbia, las relaciones de Eisenhower con un grupo de altos ejecutivos y hombres de negocios republicanos, a quienes calificaba como “la banda”, se fortalecieron.20 La derrota del gobernador Thomas Dewey como candidato del Partido Republicano, en las elecciones de 1948, volvió a poner sobre la mesa del nombre de Dwight D. Eisenhower, como posible sucesor de Harry Truman. Según Ambrose: no buscó la Presidencia, pero manejó con tanto éxito su vida privada y pública que, más que a ningún otro candidato de la historia norteamericana, excepto solo George Washington, la Presidencia lo buscó a él (...) Dijo que nunca buscaría deliberadamente un voto y nunca consentiría en convertirse en candidato, a menos que hubiera una abrumadora demanda que lo convenciera de que su deber era presentarse.21 En 1950, Eisenhower aceptó la propuesta que le hizo el presidente Truman para que fuera el primer Jefe Militar de la recién creada Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El General aceptó sin titubear. Ambrose explicó la importancia política de este salto, en los términos siguientes: Era una designación ideal. Como comandante de la OTAN, con cuarteles en París, podía eludir hacer cualquier comentario sobre temas internos y partidarios. Su vuelta a Europa le aseguraría una cobertura de 18 19 20 21 46 Ibídem, p. 206. Ibídem. Ibídem, pp. 209-210. Ibídem, p. 216. primera página en todo el mundo. Podría hablar, vigorosamente, sobre el tema más cercano a su corazón, la Alianza Atlántica. Estaría en contacto cotidiano de trabajo con las cabezas de los gobiernos de Europa Occidental, lo cual sólo se sumaría a su imagen como uno de los estadistas más importantes del mundo. Su reputación como el más grande soldado de Occidente se vería reforzada.22 En 1952, las condiciones estaban creadas para la promoción del general Eisenhower a la candidatura presidencial del Partido Republicano, la que fue fomentada por su ala centrista, que veía pocas posibilidades en llevar candidatos tan extremos, como William Howard Taft, cuyas ideas aislacionistas no encontraban eco en los grupos políticos dirigentes ni en la ciudadanía en general, o como Thomas Dewey, favorito del ala liberal del Partido, pero derrotado de forma ignominiosa por Truman, en las elecciones de 1948. Según el politólogo Theodore J. Lowi, durante la campaña electoral de 1952, Eisenhower tuvo el mérito de encontrar la correlación con la cual los republicanos pudieran vivir, y ocasionalmente ganar, en la década de los cincuentas y más allá. Esta conexión consistía en mezclar de un modo ecléctico fórmulas liberales y conservadoras. El propio Presidente manifestaba que su Administración debía ser liberal, cuando se hablara de la relación entre el Gobierno y el individuo, y conservadora, cuando se hablara acerca de la economía nacional y la billetera del individuo.23 En materia internacional, la proyección del futuro Gobierno republicano se vio muy influida por el ala más conservadora del Partido y, en particular, por John Foster Dulles, quien luego sería el secretario de Estado y la figura más descollante e influyente de la administración de Eisenhower.24 Ya para 1952 era sumamente difícil propugnar un curso alternativo en política exterior que resultara más conservador y anticomunista que el seguido por la administración de Truman. No obstante, entre los republicanos había prevalecido la corriente “aislacionista” de los senadores William Howard Taft y Arthur Vandenberg, críticos acérrimos de Franklin D. Roosevelt y de su concepción sobre las relaciones de cooperación con la Unión Soviética, en la postguerra, especialmente con los Acuerdos de Yalta, firmados en 1945. En la biografía de Eisenhower, Ambrose describió la posición internacional que el Partido Republicano adoptó para las elecciones de 1952, en su plataforma programática. 22 Ibídem, p. 219. 23 Theodore J. Lowi: The End of the Republican Era, University of Oklahoma Press, Norman, Oklahoma, 1995, pp. 87-89. 24 Stephen E. Ambrose: Ob. cit., p. 239. Walt W. Rostow: Los Estados Unidos en la palestra mundial, Editorial Tecnos, Madrid, 1962, p. 425. 47 La sección de política exterior, preparada por John Foster Dulles, quien esperaba ser secretario de Estado, prometía que el Partido ‘repudiaría todos los compromisos contenido en los acuerdos secretos, tales como los de Yalta, que ayudaba a la esclavitud hacia el comunismo’. Maldecía la política de contención de Truman (de la cual la OTAN era la parte más importante) como ‘negativa, fútil e inmoral’, pues la contención ‘abandona incontables seres humanos al despotismo y al terrorismo sin Dios’. Entonces, en una abierta apelación no solo a la Guardia Vieja,25 que había trinado contra Yalta desde 1945, sino al voto étnico normalmente demócrata, la plataforma de Dulles decía que la Administración republicana ‘exasperaría ansiosamente la independencia genuina de los pueblos cautivos’ de Europa Oriental, a quienes los demócratas habían ‘abandonado (...) para que lucharan solos contra la agresión comunista’. (Los hombres de la Guardia Vieja eran, por cierto, un extraño grupo de aislacionistas. Dudaban de la sabiduría de ayudar a Europa Occidental, pero afirmaban estar listos a liberar a Europa Oriental y Asia). La plataforma contuvo, por insistencia de Eisenhower, un apoyo a la OTAN, pero para equilibrar la promesa renunciaba a cualquier intento por sacrificar el Lejano Oriente para preservar a Europa Occidental.26 Desde principios de la década anterior, las diferencias en materia de política exterior entre ambos partidos eran más de forma que de contenido. Los dirigentes de los dos partidos suscribían la concepción del mundo que el editor y millonario republicano Henry Luce había expuesto en el conocido artículo “The American Century” (“El Siglo Americano”), que él publicara en la revista Life —de su propiedad—, el 5 de diciembre de 1941.27 En el referido artículo se instaba a que la elite del poder “aceptara de todo corazón nuestro deber y nuestra oportunidad como la nación más poderosa y vital del mundo y, en consecuencia, ejerciera sobre el mundo todo el impacto de nuestra influencia para aquellos propósitos que consideremos convenientes y a través de aquellos medios que consideremos apropiados (...) ha llegado el momento de convertirnos en la potencia de la cual las ideas se esparzan por todo el mundo”.28 Como ha señalado el profesor Richard Barnet, en su excelente obra Roots of War, la formulación de Henry Luce se convirtió en el principio 25 Se refiere a los simpatizantes más antiguos dentro del Partido Republicano. 26 Stephen E. Ambrose: Ob. cit., p. 240. 27 Henry Luce: “The American Century”, en Life, Nueva York, 5 de diciembre de 1941. Citado en David Halberstam: Ob. cit., p. 246. 28 Henry Luce: “The American Century”, en Life, Nueva York, 5 de diciembre de 1941. Citado en Richard J. Barnet: Roots of War, Penguin Books, Nueva York, 1972, p. 18. 48 rector de la política exterior norteamericana de la postguerra. Para Barnet, “Todos los elementos de un poderoso credo imperial están presentes: un sentido de misión, de necesidad histórica y de fervor evangélico. Quizás lo más importante es que el credo imperial norteamericano estaba dotado de mecanismos retóricos particularmente efectivos en ocultar la codicia con el lenguaje de la calidad y en obscurecer la voluntad nacional de ganar designándolo como el peso de la responsabilidad”.29 Esta fue la premisa en que se basó toda la reorganización de la política exterior y de seguridad que tuvo lugar en la administración de Harry Truman, con la designación de “estrategia de la contención”.30 Basada en los preceptos expuestos por el diplomático y académico George F. Kennan, en el artículo “Las fuentes de la conducta soviética”, que sobre la política exterior soviética y con el seudónimo de Señor X, apareciera en la revista Foreign Affairs, en julio de 1947,31 esa política halló expresión pública concreta en la Doctrina Truman, en 1947,32 y en el Documento de Seguridad Nacional NSC-68, de 1950, de manera secreta. Este último contenía una versión mucho más dura y extrema que la recomendada por Kennan, pero su centro era el mismo: so pretexto de la lucha contra el comunismo, los Estados Unidos desarrollarían una activa política exterior y de seguridad nacional destinada a enfrentar toda “amenaza” a sus intereses, según fuera interpretada por sus propios dirigentes.33 Redactado en abril de 1950, después del prolongado bloqueo de Berlín Occidental por la Unión Soviética (1948-1949), de que los soviéticos hicieran estallar su primera bomba atómica, en 1949, y de que el Partido Comunista Chino expulsara definitivamente del territorio continental al Ejército del Kuo Min Tang (1949),34 y poco antes del estallido de la Guerra de Corea (1950), el Documento de Seguridad Nacional NSC-68 se vio influido por el indudable incremento de las tensiones internacionales y la percepción de los dirigentes norteamericanos de que se producían cambios contrarios a 29 Richard J. Barnet: Ob. cit., p. 19. 30 John Lewis Gaddis: Estrategias de la contención. Una evaluación crítica de la política de seguridad norteamericana de postguerra, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1989, pp. 17-144. 31 George F. Kennan: The Sources of Soviet Conduct, en Foreign Affairs, Nueva York, julio de 1947. Existe una versión en español del artículo “Las fuentes de la conducta soviética”, en George F. Kennan: Las fuentes de la conducta soviética y otros escritos, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1991. 32 Richard J. Barnet: Intervention and Revolution: America’s Confrontation with Insurgent Movements Around the World, World Publishing, Nueva York, 1968, pp. 197-231. 33 John Lewis Gaddis: Ob. cit., pp. 105-144. 34 En sus memorias, Eisenhower calificó a 1949 como “un año de tragedia”, y al triunfo de la Revolución China como “el hecho más trágico”. Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., p. 81. 49 sus intereses. En el Documento se definía la contención como un esfuerzo que de ninguna manera se aproximara a la guerra, destinado a: 1. Bloquear aún más la expansión del poder soviético. 2. Exponer la falsedad de las pretensiones de la Unión Soviética. 3. Producir una retracción del control y la influencia del Kremlin. 4. En general, estimular de tal manera las semillas de la destrucción dentro del sistema soviético, que el Kremlin se viera obligado, al menos, a modificar su conducta con el objetivo de adaptarse a los estándares internacionales, generalmente aceptados.35 El profesor John Lewis Gaddis, de la Universidad de Ohio, cuya obra citada constituye uno de los clásicos sobre el tema, destacó que las implicaciones eran alarmantes, pues el efecto resultante era “el de incrementar el número y la variedad de intereses que se consideraban relevantes para la seguridad nacional, y el de diluir las distinciones establecidas entre ellos”.36 Un elemento significativo del referido Documento era que no objetaba el uso de cualquier medio disponible, pues afirmaba: La integridad de nuestro sistema no será puesta en peligro por ninguna medida, abierta o encubierta, violenta o no violenta, que sirva al propósito de frustrar los planes del Kremlin, ni tampoco la necesidad de conducirnos [a] modo de afirmar nuestros valores con acciones o con palabras prohibe esas medidas, siempre que sean apropiadamente calculadas para ese fin y que no sean tan excesivas o mal dirigidas como para que nos conviertan en enemigos del pueblo en vez de que los enemigos sean los hombres malignos que lo han esclavizado”.37 Importantes autores norteamericanos, entre ellos Richard Barnet,38 Saul Landau39 y Daniel Yergin,40 han demostrado como alrededor de los preceptos de la contención y de esa nueva noción sobre la seguridad nacional que llegó a alcanzar el estatus de doctrina, se crearon las premisas para el desarrollo de acciones encubiertas, que se fueron incrementando en audacia y magnitud. Landau describió como, a tono con las decisiones 35 36 37 38 John Lewis Gaddis: Ob. cit., p. 115. Ibídem, p. 108. Ibídem, p. 111. Richard J. Barnet: Intervention and Revolution: America’s Confrontation with Insurgent Movements Around the World, World Publishing, Nueva York, 1968. De este autor véase, además, la obra Roots of War, Penguin Books, Nueva York, 1970. 39 Saul Landau: The Dangerous Doctrine: National Security and U.S. Foreign Policy, Westview Press, Boulder, Colorado, 1988. 40 Daniel Yergin: Shattered Peace: The Origins of the Cold War and the National Security State, Houghton Miffling Company, Boston, 1977. 50 institucionales tomadas a partir de la Ley de Seguridad Nacional de 1947, por la cual se creó la Agencia Central de Inteligencia (CIA), se fue concibiendo una “estructura estatal paralela —un Estado dentro de otro Estado— ajena al público y al Congreso”, una especie de “Estado ilegal” con un presupuesto amplio, separado y parcialmente encubierto, dotado de enormes poderes para la actividad militar sin escrutinio constitucional del Congreso. Esta situación hizo que el propio secretario de Estado del presidente Harry Truman, en 1947, el general George Marshall, le expresara su preocupación sobre los poderes de la CIA diciendo: “Los poderes de la agencia propuesta parecen casi ilimitados y necesitan ser aclarados”.41 Vale la pena señalar que fue esta agresiva y expansiva posición de los Estados Unidos, en el período de 1945 a 1950, la que condujo al surgimiento de lo que se ha dado en llamar la “guerra fría”. Uno de los mitos sobre este período que ha resurgido con especial fuerza en la literatura occidental, después del derrumbe de la comunidad socialista y de la desaparición de la Unión Soviética, es el de atribuirle la responsabilidad de la guerra fría exclusivamente a la política conducida por el Estado soviético, que fue acusado de ofensivo y amenazante. Esta literatura olvida, por ejemplo, que no fue la Unión Soviética, sino los Estados Unidos, los que llevaron a cabo la más larga guerra de agresión de ese período en Viet Nam, o que fueron Gran Bretaña, Francia e Israel, y no la Unión Soviética y China, los que se aliaron para atacar a Egipto, en 1956. El especialista norteamericano Melvyn P. Leffler, al comentar las más recientes pesquisas al respecto, ha llegado a la conclusión de que los documentos hallados en los archivos soviéticos, aparentemente abiertos ahora a los investigadores, no sustentan en manera alguna la leyenda de que el gobierno de José Stalin tuviera un “plan de conquista mundial”, como el que entonces justificó las medidas de las administraciones de Truman y Eisenhower. Lo que surgió de los repertorios encontrados no exime de toda responsabilidad al Gobierno soviético en algunos casos significativos, pero sí demuestra que actuaba con cautela y desconfiaba de los objetivos de los Estados Unidos, lo que no era de extrañar, dado el recrudecimiento de la agresividad de la política exterior norteamericana con Eisenhower y Dulles en el poder.42 El profesor Richard J. Barnet ha señalado en sus obras que la puesta en práctica de la doctrina de seguridad nacional estadounidense, surgida después de la Segunda Guerra Mundial, tuvo varias consecuencias. Ellas tienen significativa importancia para la presente investigación. Barnet plan41 Saul Landau: Ob. cit., p. 47. 42 Leffler, Melvyn P.: “Inside Enemy Archives: The Cold War Reopened”, en Foreign Affairs, Nueva York, julio-agosto, 1996, vol. 75, no. 4, pp. 120-135. 51 teó, en primer lugar, que como resultado de la conflagración se produjo un cambio en la correlación de fuerzas internas dentro de la burocracia estadounidense, lo cual se reflejó en la pérdida de influencia del Departamento de Estado a favor de la CIA y del recién creado Departamento de Defensa o Pentágono.43 En segundo lugar, que la asistencia militar, como instrumento de la política exterior, adquirió una gran importancia.44 Y en tercer lugar, que se creó un nuevo sector de poder que él identifica como los national security managers (gerentes de seguridad nacional), con sus propios códigos de conducta y un enorme poder.45 Los legados que recibió la administración de Eisenhower fueron de distinta índole. No debe obviarse la naturaleza cambiante y contradictoria de la situación internacional. Para 1953, salvo el caso de Berlín, la situación en Europa se había estabilizado con la recuperación económica de los principales países occidentales y la formación de la OTAN. Las principales potencias europeas (Gran Bretaña, Francia y Alemania) se encontraban firmemente aliadas a los Estados Unidos y su base industrial estaba reconstruida. Pocas semanas después de que Eisenhower asumiera el poder, murió José Stalin en Moscú, el 6 de marzo de 1953. Surgía la incógnita del nuevo liderazgo, pero quedaba claro que la Unión Soviética también había comenzado su reconstrucción —tarea más difícil, por lo duro de la guerra en su territorio— y se había fortalecido, como consecuencia de lo cual la ventaja militar absoluta de los Estados Unidos en materia de los armamentos más modernos estaba siendo reducida.46 La guerra fría comenzó a trasladarse hacia el llamado “Tercer Mundo”. Después del triunfo de la Revolución China, en 1949, avanzó de forma ineluctable la lucha del pueblo vietnamita por su independencia del colonialismo francés. París exigió a los Estados Unidos su apoyo material decidido, pero el presidente Eisenhower, a pesar de toda la retórica de su secretario de Estado John Foster Dulles, evitó involucrar a las fuerzas armadas de su país en ese conflicto. Para el General, la guerra de Corea, a la que se puso fin en los primeros meses de su Administración, había demostrado que era muy difícil ganar una guerra terrestre en Asia. La política económica de la administración de Eisenhower estaba en gran medida determinada por el conservadurismo económico, que requería un presupuesto equilibrado y, por ende, una reducción de los gastos 43 Richard J. Barnet: Roots of War, Penguin Books, Nueva York, 1972, p. 24. 44 Ibídem, p. 133. 45 Richard J. Barnet: : Intervention and Revolution: America’s Confrontation with Insurgent Movements Around the World, World Publishing, Nueva York, 1968, pp. 23-46. 46 Martin Walker: The Cold War And the Making of the Modern World, Fourth State, Londres, 1993, pp. 134-185. 52 militares. “Es incuestionable que el Secretario de la Tesorería, con su incansable devoción al principio del presupuesto equilibrado, reforzó estas opiniones: se decía de Humphrey47 que temía más a los déficits que a los comunistas”.48 Otro legado que recibió Eisenhower fue el conjunto de estrategias y políticas diseñadas y puestas en vigor por la administración Truman. Aunque su partido las había criticado con fuerza, no debe olvidarse que el nuevo Presidente había formado parte en los gobiernos anteriores, en tres importantes cargos: Jefe del Teatro Europeo de Operaciones con Roosevelt durante la Segunda Guerra Mundial, y Jefe del Estado Mayor Conjunto y Comandante en Jefe de la OTAN con Truman. Aunque en sus memorias, escritas en 1963, el ex Presidente trató de presentarse como un crítico de las posiciones de Truman, cuando este ocupaba la Casa Blanca, existen pocas evidencias de que así fuera. Ni siquiera en sus reminiscencias Eisenhower utilizó términos similares a los empleados en la Plataforma de su partido, en 1952.49 La administración de Eisenhower también tuvo que hacer frente a las concepciones tradicionales en materia de política exterior del Partido Republicano, expresadas con claridad por el secretario de Estado, John Foster Dulles, lo que generaba ciertas tensiones con la herencia anterior. Para Dulles, el conflicto con la Unión Soviética era “irreconciliable”.50 La solución dada por Eisenhower a la conjugación de esos legados, algunos de ellos contradictorios, fue la de elaborar una estrategia que se designó con el nombre de New Look (Nuevo Aspecto). Ella se basaba en la supuesta “capacidad norteamericana de destruir a la Unión Soviética”.51 La esencia de esta política era desarrollar el armamento que permitiera a los Estados Unidos imponer una “represalia masiva” a cualquier amenaza soviética, de ahí las tácticas del “borde del abismo” nuclear desarrolladas por Dulles. 47 Según Peter Lyon: Ob. cit., pp. 466-467, George M. Humphrey fue primer secretario del Tesoro de Eisenhower y resultó una de las figuras más influyentes en el Gabinete, después de John Foster Dulles. Aunque no lo conoció hasta ser nombrado, era el típico hombre de negocios que el Presidente favorecía entre sus amistades. Antes de asumir el cargo fue Presidente de M. A. Hanna & Company, un consorcio del Medio Oeste (Cleveland, Ohio) que tenía empresas metalúrgicas, plásticas y bancarias. Fue recomendado a Eisenhower por el general Lucius D. Clay, quien era el principal reclutador de los miembros del Gabinete. 48 John Lewis Gaddis: Ob. cit., p. 153. 49 Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., pp. 76-83. 50 Stephen E. Ambrose: Rise to Globalism: American Foreign Policy since 1938, Penguin Books, Nueva York, 1985, p. 135. 51 Ibídem, p. 136. 53 Sin embargo, como ha señalado el propio Stephen E. Ambrose, Eisenhower y Dulles continuaron con la política de la contención.52 Cuando, en 1955, el Presidente decidió asistir a la Cumbre de Ginebra, de hecho reconoció que el conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética no era irreconciliable, como sostenía su Secretario de Estado, y puso fin a cualquier sueño de que se podía “ganar la guerra fría por medios militares.”53 La realidad era que, siendo militar, Eisenhower tenía una mayor comprensión de lo que significaba una guerra nuclear. Dulles, por su parte, era un hombre consumido por la arrogancia y el sentido apocalíptico. No era, como Eisenhower, un estratega. Saltaba del presupuesto acerca de la justeza de sus convicciones directamente a la acción, cosa que convenía al General, pues le permitía mantener una imagen de ponderación contrastante con la que proyectaba su Secretario de Estado. Contrario a las percepciones públicas del momento, el Presidente, siempre ejerció el control absoluto sobre su Secretario de Estado, no permitiéndole nunca hacer nada que no estuviera expresamente aprobado por él.54 La noción inversa, de un Dulles con posiciones autónomas y preponderantes formaba parte de una cuidadosa maniobra del Presidente, que preservaba así su perfil de estadista y su consiguiente popularidad. Lo anterior no contradice el hecho de que, sin duda, John Foster Dulles ejercía una considerable influencia en las decisiones del General, como lo demuestra la forma en que fue designado su hermano Allen W. Dulles para el cargo de director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA). Según el investigador Leonard Mosley, en su bien documentada biografía de los hermanos Dulles (Eleanor,55 Allen y John Foster), el Director saliente, general Walter Bedell Smith —que había sido Jefe del Estado Mayor de Eisenhower durante la guerra—, había prometido a Allen recomendarlo para el cargo, pero después de verlo trabajar como subdirector de Planificación le habían asaltado serias preocupaciones con su candidatura, por considerarlo demasiado infatuado con las “operaciones encubiertas.” Cuando John Foster Dulles le ofreció —y él aceptó— la segunda posición en el Departamento de Estado (Subsecretario), Smith planteó sus inquietudes a su antiguo jefe (Eisenhower) y señaló que no le parecía conveniente que el 52 Ibídem, p. 135. 53 Ibídem, p. 151. 54 Townsend Hoopes: The Devil and John Foster Dulles: The Diplomacy of the Eisenhower Years, Atlantic Monthly Press & Little, Brown and Company, Boston, Massachusetts, 1973, pp. 145-146. 55 Más joven que sus dos hermanos John Foster y Allen W. Foster, Eleanor Lansing Dulles fue una alta funcionaria del Departamento de Estado, que jugó un decisivo papel en todo el período inicial de la guerra fría, como especialista en asuntos alemanes y Directora de la Oficina para Berlín. 54 conductor de la diplomacia y el patrón del espionaje en su Gobierno fueran hermanos, relación que le parecía “incestuosa.” El Presidente electo le contestó que ya ese asunto lo había analizado con Foster y que había llegado a la conclusión de que no habría ningún problema.56 Resulta interesante que Eisenhower ni siquiera se refiera a este hecho en sus memorias, aún cuando recordó que la primera persona designada para una plaza en su Gabinete fue John Foster Dulles, como canciller.57 Esta actitud del Presidente pudiera explicarse por la observación que hace el profesor Christopher Andrew en su reciente historia de la inteligencia norteamericana. Según Andrew: Eisenhower era un maestro de lo que el científico político Fred I. Greenstein ha designado como el ‘liderazgo encubierto’. Detrás de la sonrisa dispuesta y el ademán distendido subyacía una determinación de hierro. Dejaba que Foster Dulles adoptara el papel público de guerrero frío obstinado, mientras él trataba de proyectar buena voluntad y firmeza. Era Eisenhower, y no Dulles, sin embargo, quién definía la política exterior.58 Las acciones encubiertas eran un elemento esencial de esa política, ofreciendo una alternativa aparentemente efectiva a los riesgos y costos inaceptables de una intervención militar abierta. La parte más solapada de las acciones encubiertas de Eisenhower era su propia responsabilidad en ellas. Aunque las discutía en privado con los hermanos Dulles, por lo general era muy cauteloso en asegurarse de que, si algo salía mal, ningún documento comprometedor apareciera en la Oficina Oval.59 Antes de la llegada de Eisenhower a la presidencia, las actividades de la CIA habían aumentado de una manera considerable: “el presupuesto para las operaciones encubiertas había crecido, de los 4,7 millones en 1949, a 82 millones en 1952, el personal involucrado de 302 a 2 812 con un ‘personal por contrato’ adicional de 3 142 en ultramar, el número de centrales externas de 7 a 47”.60 Sin embargo, con el nuevo Primer Mandatario se alcanzaron niveles organizativos que no existían antes, entre ellos la definición —en el llamado Documento Directiva 5412/1 del Consejo de 56 Leonard Mosley: Dulles: A Biography of Eleanor, Allen and John Foster Dulles and Their Family Network, The Dial Press/James Wade, Nueva York, 1978, pp. 293-297. 57 Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., pp. 85-86. 58 Fred I. Greenstein: The Hidden Hand Presidency, Basic Books, Nueva York, 1982. Citado en Christopher Andrew: For the President’s Eyes Only: Secret Intelligence and the American Presidency from Washington to Bush, Harper Collins Publishers, Nueva York, 1995, p. 202. 59 Se refiere a la Oficina del Presidente de los Estados Unidos. Christopher Andrew: Ob. cit., p. 202. 60 John Lewis Gaddis: Ob. cit., p. 176. 55 Seguridad Nacional,61 de marzo de 1954— de lo que se consideraron como “operaciones encubiertas”: propaganda, acción política, guerra económica, medidas de huida, evasión y evacuación, subversión contra estados hostiles o grupos que incluya asistencia a los movimientos [clandestinos] de resistencia, guerrilla y grupos de liberación; respaldo a elementos vernáculos y anticomunistas en los países amenazados del mundo libre; planes y operaciones engañosas, y todas las actividades compatibles que sean necesarias para lograr los propósitos de esta directiva.62 En ese mismo documento se enunció, por primera vez, la llamada “doctrina de la negativa plausible”, al especificarse que todas las actividades comprendidas por él debían ser “planificadas y ejecutadas de tal modo, que cualquier responsabilidad que el Gobierno de los Estados Unidos pudiera tener por ellas no sea evidente para las personas no autorizadas y que, si son descubiertas, permitan que el Gobierno de los Estados Unidos pueda alegar (plausiblemente) no tener responsabilidad en ellas”.63 Esta formulación, influida por las concepciones del Presidente acerca de como “manejar” este tipo de operaciones, fue muy criticada, tan pronto como se conoció su utilización en los casos de atentados contra dirigentes políticos extranjeros. Aunque la administración de Eisenhower sufrió uno de sus más resonantes fracasos, en mayo de 1960, cuando la defensa antiaérea soviética derribó uno de los aviones espía U-2 que la CIA utilizaba sobre el territorio de la Unión Soviética desde 1955, poniendo así fin a una de las acciones encubiertas más audaces y fructíferas del período, tanto este programa, como las exitosas operaciones contra los gobiernos de Mohammed Mossadegh, en Irán (1953), y Jacobo Arbenz, en Guatemala (1954), estimularon al Gobierno republicano en la percepción de que las actividades encubiertas conducidas por su servicio de espionaje eran un remedio infalible en la búsqueda del triunfo de la guerra fría contra el comunismo.64 61 Esta denominación (5412/1) se ha tomado de la combinación del número del despacho del Executive Office Building (Edificio Ejecutivo de Oficinas), aledaño a la Casa Blanca, en el cual se reunía el comité de nivel subministerial que analizaba y aprobaba formalmente las operaciones encubiertas, y el número del registro consecutivo de los documentos que de él emanaba. 62 Documento Directiva 5412/1 del Consejo de Seguridad Nacional, de marzo de 1954. Citado en John Lewis Gaddis: Ob. cit., p. 177. 63 Ibídem, p. 176. 64 Christopher Andrew: Ob. cit., p. 250. Gregory F. Treverton: Covert Action: The CIA and the Limits of American Intervention in the Postwar World, I. B. Tauris & Co Ltd. Publishers, Londres, 1987, pp. 77-83. 56 Algunos académicos norteamericanos han calificado la política de los Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe como de “desidia benigna”, cuando en realidad se trataba de “indiferencia perversa”. La administración de Eisenhower no fue una excepción. Al igual que en su política exterior general, el Gobierno republicano siguió en el hemisferio una política muy similar a la trazada en época de Truman, pero con un tinte todavía más conservador y reaccionario. El profesor Gaddis Smith, de la Universidad de Yale, en su reciente obra sobre los últimos años de la Doctrina Monroe (The Last Years of the Monroe Doctrine, 1945-1953) ha señalado que, entre 1949 y 1950, se manifestó un “cambio dramático” en la política hacia el continente latinoamericano, que se correlacionaba con los cambios ocurridos en el ámbito internacional. Como resultado de ello, se produjo “un uso sin precedentes de la Doctrina Monroe para justificar la intervención encubierta contra un Gobierno latinoamericano y una disposición general a atemperar el apoyo a las democracias con vista a enfrentar al comunismo”.65 Gladdis Smith planteó que: En sus momentos de mayor franqueza, los altos funcionarios admitían sus sentimientos de desazón, desconfianza y prejuicio racial hacia los políticos latinoamericanos. El resultado era que buena parte de la política americana hacia América Latina, desarrollada por los funcionarios americanos de mayor nivel, tenía muy poco que ver con América Latina, pero sí mucho que ver con la forma en que esos funcionarios veían a los Estados Unidos proyectando su poderío en el mundo y siendo amenazados por la proyección del poderío de la Unión Soviética.66 Para el referido autor, esta actitud y la política resultante estaban muy relacionadas con lo que se ha llamado “el Corolario Kennan de la Doctrina Monroe”, contenido en un documento titulado “América Latina como un problema en la política exterior de los Estados Unidos”, redactado en 1950 por George F. Kennan, entonces director de Planificación del Departamento de Estado. Según el Profesor de Yale, el informe era brutalmente franco y extremadamente negativo.67 El propio Kennan, en sus Memorias, refirió que el informe fue resultado de un viaje por América Latina, cuyos momentos más importantes narró, alegando que encontró el recorrido “cualquier cosa, menos agradable”.68 Asimismo, reconoció lo 65 Gaddis Smith: The Last Years of the Monroe Doctrine, 1945-1993, Hill & Wang, Nueva York, 1994, p. 65. 66 Ibídem, p. 67. 67 “América Latina como un problema en la política exterior de los Estados Unidos”. Citado en Gaddis Smith: Ibídem, p. 68. 68 George F. Kennan: Memoirs, 1925-1950, Atlantic Monthly Press & Little, Brown and Company, Boston, Massachusetts, 1967, p. 476. 57 infeliz de sus apreciaciones, que trató de modificar con algunas frases favorables. Sin embargo, Kennan aceptó que el Documento fue tan demoledor, que por esa razón se decidió a prohibir su distribución dentro del Departamento de Estado.69 Dos pasajes citados por este autor en sus Memorias merecen recordarse: “Me parece improbable que haya cualquier otra región de la tierra fuera de América Latina en la cual la naturaleza y el comportamiento humano se combinaran de tal manera como para producir un fundamento tan infeliz y desesperado para el manejo de la vida humana”.70 Y continuaba: “la sombra de una tremenda desesperanza e impotencia cae hoy sobre la mayor parte del mundo latinoamericano. Los impedimentos para el progreso están escritos con sangre humana y en los trazos de la geografía; y en ningún caso son prontamente susceptibles de ser obliterados. Yacen pesadamente en el camino de todo progreso humano; y las respuestas que la gente ha propuesto para superarlos han sido hasta ahora débiles y desilusionantes.71 Desde el punto de vista de la política norteamericana, los pasajes que Kennan no citó en sus Memorias, pero que Gaddis Smith sí reveló en su obra ya citada, son sumamente importantes para comprender el desarrollo ulterior de las relaciones interamericanas, incluidas la promoción y el apoyo a dictadores, como Fulgencio Batista, en Cuba, Anastasio Somoza, en Nicaragua, Marcos Pérez Jiménez, en Venezuela, y Jorge Ubico, en Guatemala, y las acciones encubiertas de la CIA contra gobiernos populares, como los de Jacobo Albenz, en Guatemala, en 1954 y de Fidel Castro, en Cuba, en 1959. Para el afamado Señor X y cerebro del Departamento de Estado, “los comunistas eran un peligro claro y presente en toda la América Latina”.72 Por ello, los Estados Unidos no debían tener ninguna aflicción en aplicar la Doctrina Monroe, aunque estaban en pleno siglo XX y la política del Buen Vecino supuestamente había terminado con las flagrantes intervenciones que ella había propiciado. “Después de una extensa explicación histórica del sentido de la Doctrina, extraída del trabajo del historiador Samuel Flagg Bemis73 (...) Kennan argumentó que la infiltración comunista, ‘diseñada para convertir a los países latinoamericanos en peones de las aspiraciones de poder de algunos regímenes más allá de los límites de este 69 70 71 72 73 58 Ibídem, p. 480. Ibídem. Ibídem., p. 481. Gaddis Smith: Ob. cit., p. 69. Ibídem. Gaddis Smith se refiere a la obra clásica sobre la política de los Estados Unidos hacia América Latina del profesor Samuel Flagg Bemis: The Latin American Policy of the United States, Harcourt, Brace and Company, Nueva York, 1943. continente’, era precisamente el tipo de peligro que la Doctrina estaba dirigida a combatir”.74 Según citó Gaddis Smith, George F. Kennan era partidario de una línea de “mano dura” en América Latina, que estimulara las acciones anticomunistas de los gobiernos de la región y los incentivara, cuando fuera necesario, con “medidas coercitivas que inculquen en otros gobiernos el temor de antagonizarnos mediante una tolerancia excesiva de las actividades antiamericanas y que, sin embargo, no sean susceptibles de ser aprovechadas por nuestros enemigos, como constitutivas de intervención o imperialismo o medios ilícitos de presión”.75 Pero el párrafo más significativo del informe de George F. Kennan, entre los revelados por Gaddis Smith, es el siguiente: No podemos ser muy dogmáticos acerca de los métodos mediante los cuales se trate a los comunistas. Estos varían ampliamente, dependiendo del vigor y la eficacia de los conceptos y las tradiciones locales de autogobierno. Donde ese vigor y eficacia son relativamente altos, como en nuestro propio país, el cuerpo político puede ser capaz de soportar el virus del comunismo sin permitirle que se extienda de manera peligrosa. Indudablemente esta es la mejor solución para el problema comunista, donde quiera que existan los prerrequisitos. Pero donde no existan, y donde los conceptos y tradiciones de gobierno popular sean muy débiles para resistir exitosamente la intensidad del ataque comunista, entonces debemos admitir que la única respuesta puede ser aplicar severas medidas de represión gubernamental. Estas medidas pueden emanar de regímenes cuyos orígenes y métodos no resistirían la prueba de compararse con conceptos americanos sobre procedimientos democráticos. Tales regímenes y métodos pueden resultar alternativas preferibles y, en verdad, la única alternativa ante éxitos comunistas ulteriores.76 Para Gaddis Smith “no existe otro documento que exprese mejor las duras presunciones detrás de las intervenciones y amenazas de intervención puestas en práctica en las décadas subsiguientes y justificadas por la Doctrina Monroe y el realismo amoral, aún cuando las personas que ordenaron las intervenciones no tenían conocimiento del informe de Kennan, en 1950”.77 74 Gaddis Smith: Ob. cit., pp. 69-70. 75 Palabras de George F. Kennan citadas en Gaddis Smith: Ob. cit., p. 70. 76 George F. Kennan: “América Latina como un problema en la política exterior de los Estados Unidos”. Citado en Gaddis Smith: Ob. cit., pp. 70-71. 77 Ibídem, p. 72. 59 El antecedente directo más importante de la aplicación de esta política contra Cuba lo constituyó la denominada “Operación PBSUCCESS”, que tuvo como objetivo central el derrocamiento del gobierno de Jacobo Albenz en Guatemala, en junio de 1954. Resulta innecesario reseñar aquí toda la Operación, pero al respecto se puede consultar la acuciosa investigación que realizó el profesor Piero Gleijeses, de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad de Johns Hopkins, por ser la más completa y exhaustiva.78 Entre sus conclusiones, Piero Gleijeses destacó el carácter paradójico de la táctica seguida en 1954 contra Guatemala y que también pesaría de una manera considerable en todo el diseño de la política exterior norteamericana hacia Cuba, en 1960: El presidente Eisenhower y el secretario Dulles querían proteger la imagen de los Estados Unidos en el exterior, particularmente en América Latina. Solo unas pocas semanas antes de que Eisenhower asumiera la presidencia, un Estimado Nacional de Inteligencia79 de la CIA había enfatizado que América Latina estaba amenazada por ‘la presión del nacionalismo’, y que esa tendencia podría eventualmente ‘afectar la solidaridad hemisférica y los intereses de seguridad de los Estados Unidos’; la misma advertencia fue repetida por Allen Dulles en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional del 18 de febrero de 1953, y a mediados de marzo, el NSC 144/180 decía que los Estados Unidos debían ‘evitar la apariencia de una acción unilateral’ en los asuntos internos de las repúblicas latinoamericanas. Así, había ‘una paradoja en el corazón de PBSUCCESS’, una paradoja que fue resuelta con una hoja de parra. ‘La hoja de parra estaba diseñada con el fin de negar la injerencia de los Estados Unidos’, rumia Bissell,81 ‘sin embargo, el éxito de la operación dependía de que con78 Piero Gleijeses: Shattered Hope: The Guatemalan Revolution and the United States, 1944-1954, Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 1991. 79 Documentos que la CIA prepara regularmente sobre un tema o una región para ser utilizado por el Presidente y los miembros del Consejo de Seguridad Nacional. 80 Documento emitido por el Consejo de Seguridad Nacional. 81 Richard Bissell fue subdirector de la CIA durante la etapa en que Allen W. Dulles era el director. Fue el máximo responsable, entre otras cuestiones, de operaciones realizadas en Guatemala y en Cuba, y del proyecto de vuelos espías sobre territorio soviético con aviones U-2. Había sido Profesor de la Universidad de Yale y gozó de enrome prestigio, tanto en los medios académicos, como en los gubernamentales, hasta el sonado fracaso de Playa Girón. Su reputación era de tal magnitud, que el presidente John F. Kennedy proyectaba designarlo Director de la CIA al retiro de Allen W. Dulles, en 1961, pero el fiasco de Girón cortó en seco su ascendente carrera. 60 venciéramos a los guatemaltecos de que estábamos involucrados’.82 Esta preocupación por las apariencias es evidente en el manejo de la conferencia de prensa del Presidente, que tuvo lugar el día antes de que los exilados se prepararan para invadir Guatemala. Antes de la conferencia, Allen Dulles envió al secretario de prensa, James Hagerty, un ‘Borrador de una Posible Declaración en la Conferencia de Prensa sobre Guatemala’, que estaba recubierta con un lenguaje muy áspero. Holland83 envió un memorándum fuerte: ‘Me opongo vigorosamente al uso de esta declaración’. Holland temía que el uso de ese tipo de lenguaje por el Presidente poco antes del Día D levantaría la hoja de parra. ‘He reiterado (...) una y otra vez a cada Embajador latinoamericano’, señaló, ‘que los Estados Unidos están intentando resolver el problema (del comunismo en Guatemala) sin una intervención unilateral, ya sea política o económica en los asuntos guatemaltecos’. El secretario Dulles decidió a favor de Holland. Eisenhower, le recordó a Allen, no debe dar la impresión de que estamos haciendo ‘un llamado abierto a la revolución’. Allen estuvo de acuerdo y el Secretario le dijo a Hagerty al siguiente día ‘que evitara la implicación de que estamos buscando una revolución allí’.84 Nueve años después, en 1963, Eisenhower, retirado ya, seguía aferrado a su “hoja de parra”. En su narración sobre los acontecimientos en torno a Guatemala, en 1954, reconoció que su única responsabilidad en la Operación fue la de haber autorizado a Allen W. Dulles el suministro de dos aviones de bombardeo al grupo “rebelde” de Adolfo Castillo Armas, en medio del supuesto levantamiento, con el objetivo de garantizar el cumplimiento de su misión. 85 En ese segmento de sus memorias, Eisenhower puso mucho énfasis en un triste episodio de las relaciones interamericanas: la Décima Conferen82 Entrevista de Richard Bissell con Piero Gleijeses. Según anota Gleijeses en una cita, en 1952, un funcionario de los Estados Unidos planteó el dilema crudamente: “Debemos ser cautelosos en nuestra comprensión para distinguir entre intervenir y que nos sorprendan haciéndolo”. Hill al Embajador, 2 de octubre de 1952, pág. 3, RG84 CF, Legajo 15, Fondo del Departamento de Estado en el Archivo Nacional de los Estados Unidos. Citado en Piero Gleijeses: Ob. cit., p. 247. Gleijeses cita las instrucciones del entonces secretario de Estado Adjunto Robert Hill al Embajador de los Estados Unidos en Guatemala. 83 Piero Gleijeses se refiere a Henry F. Holland, designado secretario de Estado Adjunto para Asuntos de las Repúblicas Americanas, en marzo de 1954. A finales de la década de los cincuentas este cargo comenzó a denominarse Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos. 84 Piero Gleijeses: Ob. cit., p. 247. 85 Dwight D. Eisenhower: Ob. cit., pp. 421-427. 61 cia Internacional de Consulta de Cancilleres, celebrada en Caracas, en 1954, con los auspicios de la Organización de Estados Americanos (OEA), organización regional que los Estados Unidos, con el apoyo de los gobiernos latinoamericanos, creó en 1948, mediante la Carta de Bogotá. Los antecedentes y la historia inicial de esta institución transnacional merecen ser reseñados por la importancia que tuvieron para el caso de Cuba, en los años 1959 y 1960. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los países latinoamericanos tenían sumo interés en analizar con los Estados Unidos las posibles consecuencias que tendría el fin de las hostilidades sobre sus economías. Se sentían insatisfechos al verse marginados de las conversaciones sostenidas en Dumbarton Oaks entre las principales potencias vencedoras destinadas a establecer los principios de lo que después sería la Organización de Naciones Unidas (ONU). Así, el Gobierno de Washington accedió a celebrar una conferencia interamericana en Ciudad de México, que tuvo como sede el Palacio de Chapultepec.86 Según el latinoamericanista británico y profesor de la Universidad de Cambridge, en Londres, Victor Bulmer-Thomas: La adaptación del Hemisferio Occidental a las condiciones de tiempos de guerra y la prioridad dada por los Estados Unidos a las necesidades económicas de sus vecinos meridionales significó que para muchas de las repúblicas latinoamericanas el advenimiento de la paz resultara una bendición cuestionable. Al restablecerse los suministros asiáticos a los mercados de los Estados Unidos se redujeron sus compras de cierto número de productos primarios de América Latina, y desaparecieron los elaborados mecanismos —creados bajos los auspicios de la cooperación económica interamericana— por medio de los cuales se canalizaban bienes, asistencia técnica y capitales desde los Estados Unidos. En la Conferencia Interamericana que tuvo lugar en Chapultepec, México, los Estados Unidos reafirmaron su creencia en el libre comercio ante una audiencia latinoamericana escéptica, y todos los acuerdos sobre algunos productos en tiempo de guerra llegaron a su fin.87 La reconstrucción de Europa se convirtió en la principal prioridad para los Estados Unidos; después del desencadenamiento de la guerra fría, en 1947, este objetivo se hizo todavía más importante. El capital gubernamental 86 Gordon Connell-Smith: El sistema interamericano, Fondo de Cultura Económica, México, 1971, pp. 160-161. 87 Según acotó Victor Bulmer-Thomas: The Economic History of Latin America since Independence, Cambridge University Press, Cambridge, 1994, pp. 257-258, la Conferencia Interamericana de Chapultepec fue un desengaño para muchos países latinoamericanos que esperaban que su cooperación con los Estados Unidos durante la guerra fuera premiada con un nuevo orden económico en los asuntos interamericanos. 62 de los Estados Unidos se encauzó ahora hacia Europa Occidental, y se hizo claro que el apoyo financiero de esa nación a la América Latina tendría que provenir de fuentes privadas.88 En Chapultepec, la delegación norteamericana presentó el llamado “Plan Clayton”, por el cual se promovía “la tesis de la libertad de comercio irrestricta, que implicaba la vuelta a la ‘normalidad’ del pasado, es decir, a una situación en que los grandes países industriales, y sobre todo los Estados Unidos, pudieran reconquistar sus viejos mercados y ampliar sus influencias en todas partes”.89 Para los países latinoamericanos, los acuerdos de Dumbarton Oaks presentaban varios puntos cuestionables, sobre todo el que se refería a la creación de un Consejo de Seguridad, de membresía restringida, con atribuciones que le permitían adoptar medidas de obligatorio cumplimiento para los demás estados miembros de la ONU, con la agravante de que dentro del referido Consejo funcionaría un directorio de miembros permanentes con capacidad de veto sobre las decisiones. Preferían un sistema basado en la preeminencia de las organizaciones regionales. Ello tenía varias causas. Por un lado, a partir de 1933, Washington había adoptado la política del Buen Vecino y con la influencia de ella había aceptado, en la Séptima Conferencia Interamericana celebrada ese año en Montevideo, el principio de no intervención en los asuntos internos de las naciones de América Latina. Ello permitía pensar, como señaló el profesor Gordon Connell-Smith, que “la utilidad del sistema interamericano, como instrumento para restringir a los Estados Unidos en el ejercicio de su poder, había quedado demostrada en el pasado, mientras que las esperanzas por incrementar la cooperación interamericana (es decir, la ayuda económica de los Estados Unidos) se complementaban con el temor de que esta podría ser perjudicial, si los Estados Unidos adoptaban una política ‘universalista’, de preferencia a la ‘regional’.”90 Por otro lado —y quizás lo más importante—, aunque la Conferencia Interamericana de Chapultepec tuvo lugar antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, en febrero de 1945, ya en aquella fecha las oligarquías latinoamericanas comenzaron a percibir el “peligro comunista”. El diplomático estadounidense Laurence Duggan, quien ocupó altos cargos 88 Victor Bulmer-Thomas: Ob cit., pp. 257-258. 89 Alonso Aguilar Monteverde: “En vísperas de una tercera guerra”, en Historia de América Latina IV, La Habana, Ediciones ENSPES, 1982, t. 4, Primera Parte, p. 273. 90 Gordon Connell-Smith: Ob. cit., p. 169. 63 relacionados con América Latina en el Departamento de Estado durante el período, en 1949, señaló con singular perspicacia y franqueza: la súbita irrupción de los Ejércitos Soviéticos en el Frente Oriental ocurrió justo antes de que se celebrara la Conferencia de Ciudad México (...) El triunvirato del terrateniente, el sacerdote y el militar que detentaba el poder en la mayoría de las repúblicas latinoamericanas, durante los últimos 400 años, tembló dentro de sus botas (...) La victoria soviética los asustaba mucho más que las conquistas nazis (...) En términos políticos prácticos, los oligarcas latinoamericanos querían un sistema de paz interamericano, tan efectivo, que no hubiera necesidad alguna para que la organización mundial propuesta tuviera que ver con las disputas políticas en el hemisferio.91 Laurence Duggan subrayó la incongruencia de la posición de América Latina al recordar que, en la negociación del Acuerdo Constitutivo de la Liga de las Naciones, 25 años antes, fueron los propios países latinoamericanos quienes se opusieron a la fórmula estadounidense de que la Doctrina Monroe tuviera preeminencia en los asuntos referidos al Hemisferio Occidental, defendiendo la tesis de que una organización mundial debía tener primacía sobre cualquier arreglo regional. Pero además, según apuntó con justeza el diplomático estadounidense, el veto de los Estados Unidos hacía imposible la intervención del Consejo de Seguridad en los asuntos interamericanos sin la anuencia de Washington.92 Pero la delegación norteamericana en la Conferencia Interamericana de Chapultepec no veía las cosas del mismo modo. De lo que se trataba era de “tirarle algunas migajas a los gobiernos latinoamericanos, para que cesaran en sus protestas, mientras los Estados Unidos se dedicaban el importante asunto de una organización mundial”.93 Entre los funcionarios estadounidenses que se encontraban negociando la Carta de la Organización de Naciones Unidas, cuya conferencia fundacional debía celebrarse posteriormente en San Francisco, no había consenso aún sobre el tema regional. Algunos eran contrarios a que se aceptara la idea de que el Consejo de Seguridad no tendría facultades sobre los asuntos regionales, como querían los latinoamericanos, pues temían que ese mismo principio fuera esgrimido por la Unión Soviética para establecer una esfera de influencia en Europa Oriental. Otros se manifestaban como firmes partidarios de esa propuesta, pues querían reforzar la vigencia de la Doctrina Monroe, olvi91 Laurence Duggan: The Americas: The Search for Hemisphere Security, Henry Holt and Company, Nueva York, 1949, pp. 116-117. 92 Ibídem, p. 120. 93 Gaddis Smith: Ob. cit., p. 45. 64 dando que, supuestamente, la política del Buen Vecino le había puesto fin. De ahí que, en Chapultepec, se decidiera dejar el asunto para un futuro, y se acordara establecer el organismo regional, después que la cuestión se definiera en San Francisco. Sean cuales fueran las motivaciones latinoamericanas, lo cierto es que el acuerdo alcanzado en San Francisco, en 1945, recogido en el artículo 52 de la Carta de la Organización de Naciones Unidas, aceptó “la existencia de acuerdos u organismos regionales cuyo fin sea entender en los asuntos relativos al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales susceptibles de acción regional”, y refrendó el precepto de que los estados miembros “que tomen parte en esos acuerdos o que constituyan esos organismos harán todos los esfuerzos posibles para lograr el arreglo pacífico de las controversias de carácter local por medio de tales acuerdos u organismos regionales antes de someterlas al Consejo de Seguridad”.94 Tal formulación abrió el camino para que los Estados Unidos llevaran adelante la estructuración del sistema interamericano mediante las conferencias hemisféricas de Río de Janeiro (1947) y Bogotá (1948) por las cuales se instituyeron el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA), garantizando así que los asuntos del continente tendrían que ser tratados sobre la base de estos instrumentos jurídicos, en primera instancia, antes de ser llevados al máximo foro mundial. En el caso de Cuba, y en otros casos, esta decisión tuvo consecuencias funestas, pues permitió a Washington convertir a la OEA en un instrumento utilizado en sus intentos intervencionistas en la región. La Décima Conferencia Interamericana celebrada en Caracas, en 1954, puso en funcionamiento por primera vez todas las medidas creadas por los Estados Unidos para instituir su esfera de influencia en la región durante la guerra fría. Guatemala resultó ser la primera víctima de este engranaje imperial. Las diferencias entre ambos países se iniciaron en 1944, a raíz de las reformas implantadas por el gobierno del presidente Juan José Arévalo, electo después del derrocamiento del dictador Jorge Ubico, ese mismo año. Esas reformas se profundizaron con el acceso al poder, en 1951, de Jacobo Arbenz. La compañía bananera norteamericana United Fruit Company, que explotaba sin piedad al país, resultó afectada. Aunque era evidente que Arévalo no albergaba simpatías pro comunistas y que, probablemente, mantenía posiciones anticomunistas,95 “en 1949 el Departamento de Estado comenzó una guerra diplomática y económica no 94 Tomado de Ángel Fernández-Rubio Legrá (compilador): Instrumentos jurídicos internacionales, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1991, t. I, p. 25. 95 Piero Gleijeses: Ob. cit., pp. 85-117. 65 declarada y de bajo nivel contra Guatemala”.96 Esta campaña se recrudeció luego, en 1953, con la administración de Dwight D. Eisenhower, la cual revivió planes de subversión que la CIA había elaborado, pero que no fueron puestos en práctica por la oposición del secretario de Estado de la Administración demócrata, Dean Acheson, quien recomendó al presidente Truman que no se llevaran a cabo.97 Como señaló el profesor Gaddis Smith, el objetivo de derrocar a Jacobo Arbenz fue seguido a través de tres carriles: 1. Apoyo encubierto de la Agencia Central de Inteligencia a una fuerza rebelde organizada en Honduras. 2. Denuncias a la amenaza comunista con el fin de asegurar una acción colectiva de la Organización de Estados Americanos. 3. Presión económica continuada.98 En función del segundo carril, John Foster Dulles asistió a la Décima Conferencia Interamericana99 con el firme propósito de que la OEA aprobara un proyecto de resolución, cuyo pasaje esencial refrendaba que “si el movimiento comunista internacional llegare a dominar las instituciones políticas de cualquier Estado americano, ello constituiría una amenaza contra la soberanía e independencia política de todos nosotros, poniendo en peligro la paz de América, lo que exigiría la acción pertinente de conformidad con los tratados vigentes”.100 Dulles no logró totalmente su cometido. Para su disgusto, Guatemala, México y Argentina opusieron los tradicionales argumentos latinoamericanos sobre los principios de igualdad, soberanía y no intervención, que el Secretario de Estado norteamericano, según el mexicano Isidro Fabela, calificó de “vagos, legalistas, inconcebibles e inaceptables”.101 No obstante, la actitud pusilánime del resto de los países latinoamericanos permitió a la delegación norteamericana limitar las modificaciones del texto solo en la frase final para que en ella rezara: “lo que exigiría una Reunión de Consulta para considerar la adopción de las medidas procedentes de acuerdo con los tratados existentes”.102 La votación fue de 17 a favor, uno en contra (Guatemala) y dos abstenciones (Argentina y México). 96 97 98 99 Gaddis Smith: Ob. cit., p. 74. Ibídem, p. 78. Ibídem, p. 79. Esta reunión, para mayor ironía, tuvo lugar del 1ro. al 28 de marzo, en Caracas, Venezuela, en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, una de las más sangrientas que recuerda la historia de su país y de toda América Latina. 100 Gordon Connell-Smith: Ob. cit., p. 272. 101 Isidro Fabela: La Conferencia de Caracas y la actitud anticomunista de México, México, 1954, p. 15. Citado en Alonso Aguilar Monteverde: Ob. cit., p. 339. 102 Citado en Gordon Connell-Smith: Ob. cit., pp. 272-273. 66 No cabe dudas de que la resolución sirvió de prólogo y justificación para lo que sucedería en Guatemala unos meses después, con lo cual se transformaba de forma radical el contenido del sistema interamericano que, en la práctica, derivó en una alianza anticomunista encabezada por Washington. Así lo reconoció, incluso, el profesor Emérito de la Academia Naval de los Estados Unidos y de la Universidad de Austin, Texas, G. Pope Atkins en la conocida obra sobre la América Latina y el sistema internacional Latin America in the Internacional Political System: La evolución de una ortodoxia ideológica anticomunista comenzó con la Décima Conferencia Interamericana, en Caracas (1954). La Conferencia reflejó la tensión entre la preocupación de los Estados Unidos por la subversión comunista y el deseo latinoamericano de asistencia económica. Los Estados Unidos prevalecieron, al obtener una declaración de compromiso interamericano con la intervención colectiva contra el comunismo internacional. Esta declaración estaba tácitamente dirigida contra Guatemala, que los Estados Unidos presumía había sido víctima del comunismo internacional, y se adelantó la intervención en Guatemala durante ese año.103 Para el profesor mexicano Alonso Aguilar Monteverde, sin embargo, el documento tenía un carácter intervencionista y violatorio de la soberanía nacional: “En Caracas se derrumba el principio de no intervención, cuya consagración definitiva parecía haberse logrado en Bogotá. La Declaración anticomunista entraña un peligro para el ejercicio de las libertades democráticas fundamentales, y una forma de intervención inaceptable y violatoria de la soberanía, al amparo de la supuesta necesidad de combatir la propaganda comunista”.104 La referencia que hace Alonso Aguilar Monteverde a la Novena Conferencia Interamericana, celebrada en Bogotá, en 1948, tiene que ver con la adopción de dos importantes artículos aprobados e incluidos en la Carta Constitutiva de la Organización de Estados Americanos. El artículo 15, aprobado por insistencia de varios estados latinoamericanos, entre ellos Cuba (durante el gobierno de Ramón Grau San Martín), proscribía el derecho de intervenir directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de cualquier Estado. Asimismo, excluía no solo la fuerza armada, sino también cualquier otra forma de injerencia o de tendencia atentatoria de la personalidad de Estado, de los elementos políticos, económicos y culturales que lo constituyeran. El artículo 16 103 G. Pope Atkins: Latin America in the International Political System, Westview Press, Boulder, Colorado, 1995, p. 216. 104 Alonso Aguilar Monteverde: Ob. cit., p. 340. 67 también proscribía otros tipos de presiones hegemónicas: ningún Estado podía aplicar o estimular medidas coercitivas de carácter económico y político para forzar la voluntad soberana de otro Estado, y obtener de este ventajas de cualquier naturaleza.105 En vísperas de la invasión contra su país, en 1954, el Gobierno guatemalteco, alertado por todas las maniobras norteamericanas, intentó en vano llevar el caso a la consideración del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, pero como había previsto Laurence Duggan, los Estados Unidos utilizaron su poder en el Consejo —por añadidura, presidía el Órgano ese mes el embajador norteamericano Henry Cabot Lodge— y bloqueó la demanda guatemalteca. Como señaló el entonces canciller de Guatemala, doctor Guillermo Torriello, la lección de Caracas consistió en “que todos los pueblos de América se dieran cuenta de lo que ya había aprendido Guatemala por dolorosa experiencia: que la ‘buena vecindad’ ya no existía y que, en su lugar, imperaba otra vez la política del ‘big stick’, más peligrosa que nunca por el manifiesto propósito de hacer cómplices de los garrotazos que asestaría a otras naciones americanas”.106 Entre las conclusiones a las que llegó el profesor Piero Gleijeses, después de un acucioso análisis, merece señalarse la siguiente: La política de Eisenhower hacia Guatemala no constituía ninguna aberración (...) Se ajustaba a una tradición profundamente sostenida, compartida por demócratas y republicanos por igual, que giraba en torno a la intransigente aserción de la hegemonía de los Estados Unidos sobre Centro América y el Caribe. Esta intransigencia, que tuvo su clímax en una serie de intervenciones vinculadas a las presidencias de Theodore Roosevelt, William Taft y Woodrow Wilson, pareció atemperarse en la década de 1930 por la política del Buen Vecino de Franklin D. Roosevelt. Pero la buena vecindad de Franklin D. Roosevelt fue puesta a prueba solo una vez, ya que los dictadores que infestaron el área durante su Presidencia nunca cuestionaron la hegemonía de Washington. La excepción fue Cuba, donde a finales de 1933 los Estados Unidos trabajaron en favor del derrocamiento de un joven Gobierno nacionalista, ayudando a entronizar el largo período tiránico de Batista.107 105 Estos artículos llevan los números 18 y 19, después de las reformas a la Carta, efectuadas en 1967 y 1985. El texto completo de ella se puede consultar en Ángel FernándezRubio Legrá: Ob. cit., t. II, pp. 816-831. Para ver comentarios sobre este tema se puede consultar a Gordon Connell-Smith: Ob. cit., pp. 241-242. 106 Guillermo Torriello: La batalla de Guatemala, Ediciones Cuadernos Americanos, México, 1955, p. 134. 107 Piero Gleijeses: Ob. cit., p. 366. 68 En su obra, Piero Gleijeses demuestra que el éxito de la Operación PBSUCCESS estuvo determinado por una serie de factores fortuitos, que no tuvieron nada que ver con la eficiencia de la CIA o de la política norteamericana. Partiendo de esta deducción, Gleijeses concluyó: un costo mayor para los Estados Unidos que el repudio que la acción ilegal contra el gobierno de Arbenz despertó en toda la América Latina —demostrado fehacientemente en las manifestaciones que siguieron a la visita oficial del vicepresidente Richard Nixon, en 1958—, lo constituyó el hecho de que, “viniendo en la estela del derrocamiento de Mossadegh,108 reforzó la confianza en las habilidades de la Agencia y contribuyó de esa forma al desastre de Bahía de Cochinos, la némesis cubana de la victoria de Washington en Guatemala”.109 En otras palabras, fomentó “la arrogancia del poder”, como la calificó el senador J. William Fullbright, en 1966, en su obra del mismo nombre: The Arrogance of Power.110 El profesor Gregory F. Treverton, quien no comparte la perspectiva de Piero Gleijeses, sin embargo, llegó a conclusiones similares sobre la relación entre los casos de Guatemala y Cuba, en su obra sobre las acciones encubiertas. “En años posteriores, como en la planificación de Bahía de Cochinos, lo que vino a la mente de los oficiales de la CIA, y de los dirigentes políticos que los dirigían, fue el ‘escenario guatemalteco’.111 Esa imagen conjuraba no solo la relativa facilidad de PBSUCCESS, sino también sus elementos básicos”.112 108 Piero Gleijeses se refiere a la operación diseñada por la CIA y ejecutada por el oficial Kermit Roosevelt (biznieto de Theodore Roosevelt), por la cual se derrocó al régimen revolucionario de Mohammed Mossadegh, en Irán, en agosto de 1953. 109 Piero Gleijeses: Ob. cit., p. 372. 110 J. William Fullbright: The Arrogance of Power, Penguin Books, Londres, 1970, pp. 13-32. 111 Gregory F. Treverton: Ob. cit., 1987, p. 83. Treverton hace referencia a un oficial de la CIA, citado a su vez por Peter Wyden: Bay of Pigs: The Untold Story, Simon & Schuster, Nueva York, 1979, pp. 20-22. 112 Gregory F. Treverton: Ob. cit., p. 83. 69