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Fecha:13/07/2011
Nombre: Dra. Rocio Moreno Selva
R2
Tipo de Sesión: Seminario
FECUNDACIÓN, IMPLANTACIÓN Y DESARROLLO DEL EMBRIÓN Y DE
LOS ANEJOS OVULARES EN LOS PRIMEROS ESTADÍOS DE LA
GESTACIÓN
LA ADQUISICIÓN DEL SEXO Y EL DESARROLLO EMBRIOLÓGICO
ADQUISICIÓN DEL SEXO.
La diferenciación sexual prenatal se produce según una secuencia específica
de acontecimientos. Primero se establece el sexo genético y más tarde éste
controla la diferenciación gonadal que determina el medio hormonal del
embrión, la diferenciación del sistema de conductos internos y la formación de
los genitales externos.
Desde la 4.ª semana de gestación comienza el plegamiento embrionario en
sentidos craneo-caudal y latero-lateral. En el mesodermo intermedio que da al
celoma intraembrionario aparece un abultamiento longitudinal a cada lado que
son los rebordes urogenitales. En la 5ª semana, el área de contacto con el
celoma embrionario de estos rebordes urogenitales se engruesa formando las
crestas genitales. Las células germinativas primordiales aparecen en la 3.ª
semana del desarrollo, entre las células endodérmicas de la pared del saco
vitelino, y emigran hacia las crestas genitales entre la 4.ª y la 6.ª semana de
gestación. Si bien las células germinales no inducen el desarrollo gonadal, si no
llegan a las gónadas éstas no se desarrollan y sólo existe una cintilla fibrosa de
agenesia gonadal. Poco antes de la llegada de las células germinativas
primordiales, y durante ésta, el epitelio celómico del pliegue genital prolifera y
las células epiteliales penetran en profundidad en la gónada primitiva formando
los cordones sexuales primarios que se interdigitan con el mesénquima
subyacente. A las 6 semanas de gestación, las gónadas son indiferenciadas,
poseen regiones corticales y medulares y tienen la capacidad de diferenciarse
en testículos u ovarios. Están compuestas de células germinales, epitelio
especial (granulosa potencial/células de Sertoli), mesénquima (teca potencial/
células de Leydig) y el sistema mesonéfrico de conductos. Los conductos
müllerianos (o paramesonéfricos) y los wolffianos (o mesonéfricos) se sitúan
uno al lado del otro y los genitales externos aún están indiferenciados.
Gónada masculina
La posterior diferenciación sexual requiere de la acción directora de diversos
genes; aunque hay un solo gen indispensable en el cromosoma Y (región Y
determinante del sexo, SRY) que codifica el factor determinante de los
testículos (TDF), necesario para la diferenciación testicular, que comienza a las
6-7 semanas de desarrollo. Los cordones sexuales primitivos siguen
proliferando para formar los testículos o cordones medulares que se disgregan
hacia el hilio de la glándula en una red de diminutos filamentos que darán
origen a la red de Haller o rete testis. En el testículo no se desarrollan cordones
corticales como en el ovario. Las células de Leydig proceden del mesénquima
que rodea los cordones y son capaces de producir testosterona desde estadios
precoces. Las células de Sertoli derivan del epitelio superficial de la glándula y
producen hormona antimülleriana (AMH) y proteína fijadora de andrógenos
(ABP). La AMH produce regresión de los conductos de Müller e induce la
formación de los túbulos seminíferos a partir de los cordones primarios.
Cuando se produce la canalización de estos túbulos se unen a los de la red de
Haller, los cuales a su vez penetran en los conductillos eferentes que actúan
como vínculo entre esta red y el conducto de Wolff (futuro conducto deferente).
Gónada femenina
Las células germinales llegan a la cresta genital en la 8ª semana (dos más
tarde que en embriones masculinos). Los cordones sexuales primitivos se
disgregan en acúmulos celulares irregulares que contienen grupos de células
germinativas primitivas. Estos acúmulos se sitúan principalmente en la porción
medular del ovario y acaban desapareciendo, siendo sustituidos por un
estroma mesenquimatoso vascularizado llamado rete ovari o médula ovárica.
El epitelio superficial de la gónada femenina, a diferencia de la masculina,
sigue proliferando dando origen a una segunda generación de cordones: los
cordones corticales, que se disponen alrededor de las células germinales que
van iniciando su división meiótica, dando lugar a los folículos primordiales
definitivos, con las ovogonias en profase de la primera división meiótica (en
reposo hasta la pubertad). Las células epiteliales que rodean a las germinales
son las que al proliferar se transforman en células de la granulosa. Las células
del estroma, agrupándose entre los folículos en desarrollo, formarán la capa de
células tecales.
Diferenciación del sistema de conductos
A partir de la 4.ª-5.ª semana, laterales a las gónadas indiferenciadas y a los
conductos mesonéfricos o de Wolff (túbulos de células de mesodermo
intermedio en los rebordes urogenitales) aparecen unas invaginaciones del
mesotelio cuyos bordes se fusionan y cierran enterrándose en el mesodermo
intermedio para formar los conductos paramesonéfricos o de Müller. Éstos
discurren longitudinales, lateralmente a los conductos de Wolff desde una
apertura craneal a la cavidad celómica hasta desembocar en el seno
urogenital. En la zona media se incurvan hacia dentro, cruzando ventralmente a
los conductos de Wolff, para fusionarse en la línea media Ambos tipos de
conductos coexisten temporalmente en el período ambisexual del desarrollo
(hasta la 8ª semana). Los factores críticos que determinan qué estructura
ductal se estabiliza o involuciona son la testosterona y la AMH.
En el embrión masculino, la testosterona es transportada a los túbulos por la
ABP e induce el desarrollo de los conductos de Wolff dando lugar al conducto
genital principal. Éste se alarga inmediatamente por debajo de la
desembocadura de los conductillos eferentes, y se arrolla sobre sí mismo
formando el epidídimo. Desde la cola del epidídimo hasta la evaginación de la
vesícula seminal, el conducto adquiere una gruesa túnica muscular y se llama
conducto deferente. La AMH es responsable de la regresión de los conductos
de Müller
En el embrión femenino, los conductos de Wolff regresan ante la ausencia de
testosterona y los conductos de Müller persisten dando lugar, en su parte más
craneal, hasta su fusión, a las trompas de Falopio. Al fusionarse en la línea
media ambos conductos, se forma el primordio uterovaginal del que derivan
útero y parte superior de la vagina. Con la fusión, se crea un repliegue pelviano
transversal uniéndose los pliegues peritoneales anterior y posterior para formar
el ligamento ancho. El mesodermo que queda en la zona inferior originará los
parametrios . Este desarrollo requiere de la aparición previa de los conductos
mesonéfricos y, por esa razón, las anomalías en el desarrollo de las trompas, el
útero y la parte superior de la vagina se asocian con anomalías en el sistema
renal.
Embriología de la vagina
El origen de la vagina es el punto en el que aún hay más desacuerdo según los
autores. Mientras algunos piensan que el revestimiento del tercio superior de la
vagina deriva del primordio uterovaginal (por tanto de los conductos de Müller)
y el resto, del seno urogenital; muchos otros creen que todo el revestimiento
vaginal procede del seno. Para los primeros, entre las semanas 13.ª y 17.ª se
produce la reabsorción del tabique de unión de los conductos de Müller
extendiéndose hacia abajo y hacia arriba. La canalización vaginal se completa
hacia la semana 20. El himen se forma más tardíamente, como una
invaginación del seno urogenital al expandirse los extremos más caudales de
las paredes vaginales.
Diferenciación de los genitales externos
Al inicio de la 4.ª semana, una proliferación del mesodermo circundante de la
membrana cloacal (ensanchamiento de la porción caudal del intestino primitivo)
forma el tubérculo genital en la zona más craneal, las protuberancias
labioescrotales en los laterales y los pliegues urogenitales internamente a las
anteriores. En la 7.ª semana la membrana urogenital se rompe dejando el
orificio urogenital. Externamente, los genitales no se van a diferenciar
plenamente hasta la semana 12.
En el embrión masculino el desarrollo de los genitales externos está inducido
por la testosterona, que debe transformarse en el interior celular en
dehidrotestosterona por acción de una 5-α-reductasa.
En el embrión femenino, la diferenciación está influenciada por los
estrógenos de origen materno y placentario.
Los genitales externos se originan de las mismas estructuras en ambos sexos:
– El seno urogenital da lugar a la próstata y uretra prostática en el varón, y en
la mujer al tercio inferior vaginal y uretra.
– El tubérculo genital origina el glande en el varón y el clítoris en la mujer.
– Las protuberancias labioescrotales formarán el escroto en el varón y los
labios mayores en la mujer, respectivamente.
– Los pliegues urogenitales originan la uretra peneana en el varón al cerrarse,
el surco uretral en la mujer no se fusionan dando lugar a los labios menores.
– Evaginaciones del seno urogenital hacia el mesodermo de las protuberancias
labioescrotales formarán las glándulas de Bartholino.
GAMETOGÉNESIS:
OVOGÉNESIS:
De 1.000 a 2.000 células germinales primitivas u oogonias llegan a la cresta
germinal (futura gónada) antes de los 45 días de gestación, procedentes del
endodermo del saco vitelino. Durante 6 semanas, estas células sufren un
rápido proceso de división por mitosis y comienzan a diferenciarse en oocitos
primarios (sobre los cuales actúa la meiosis). Alrededor de la semana 10, la
gónada queda constituida, siendo en la semana 20, cuando alcanza el máximo
desarrollo, apreciándose en el ovario de 5 a 7 millones de oogonias y oocitos
primarios. A partir de este momento, el ovario sufre una progresiva pérdida de
las oogonias que no se diferencian a oocitos primarios. Este proceso de
regresión conocido como atresia, hace que al nacimiento los ovarios no
contengan ovogonias, aunque sí un millón de oocitos primarios. De este millón
sólo podrán completar un ciclo de maduración a lo largo de la vida, alrededor
de 500. Estos ciclos se van a iniciar en la pubertad, con la menarquia y van a
finalizar en la menopausia, momento en el que ya no existen oocitos primarios
en el ovario.
La meiosis comienza en el momento en que las oogonias se han diferenciado
en oocitos primarios, pero esta división no se completará hasta años más tarde,
deteniéndose en la profase de la primera división meiótica, concretamente en
estadio de diplotene. Esta larga interrupción dura de 12 a 40 años y se reanuda
cuando se incia su maduración en cada ciclo. En respuesta al pico de LH que
sucede en la mitad del ciclo, en la fase preovulatoria, el oocito reanuda la
meiosis y completa la primera división meiótica, formando dos células de
distinto tamaño: la primera llamada ovocito secundario y que recibe la mayor
parte del citoplasma; y otra, mucho más pequeña y casi sin citoplasma
conocida como el primer corpúsculo polar, que es una célula sin función
específica condenada a la degeneración. Cada una de ellas tendrá un número
haploide de cromosomas (23), pero diploide de ADN (cada cromosoma está
constituido por dos cromátides que contienen sus genes duplicados). El ovocito
secundario continúa la meiosis, iniciando la segunda división meiótica, y se
convierte en un ovocito no fecundado detenido durante la metafase, que sólo
se completará si un espermatozoide penetra en su citoplasma, es decir, si el
ovocito es fecundado. Cuando la fecundación se lleva a cabo, nuevamente se
forman dos células distintas: el ovocito fecundado (que contiene el citoplasma
casi en su totalidad) y el segundo corpúsculo polar, que con el tiempo también
degenera. Ambas presentarán un contenido haploide de cromosomas (23) y
material genético.
ESPERMATOGÉNESIS
Al igual que en la gónada femenina, en la sexta semana de vida se produce la
migración de las células germinales primordiales desde el saco vitelino hasta el
testículo en desarrollo, donde se dividen en numerosas ocasiones produciendo
un gran número de espermatogonias que se irán situando entre los túbulos
seminíferos en desarrollo. La diferenciación de la gónada, por el contrario, es
más precoz que la femenina, quedando el testículo totalmente constituido en
los fetos de ocho semanas. Además, las espermatogonias no desaparecerán
nunca del testículo, formando un grupo de células madre con capacidad para la
formación de espermatocitos primarios.
La espermatogénesis ocurre en los túbulos seminíferos del testículo. Estos
túbulos constituyen del 60 al 80% del volumen testicular y contienen en su
pared células de Sertoli y células germinales en diferentes estadios. El testículo
además, está constituido por tejido intersticial que se localiza entre los túbulos,
compuesto por células de Leidyg, macrófagos, tejido conjuntivo, vasos
sanguíneos y linfáticos y tiene como función la esteroidogénesis (síntesis y
secreción de hormonas sexuales, en especial testosterona, encargada de
promover la diferenciación sexual y la producción de gametos). Aunque
esteroidogénesis y gametogénesis suceden en compartimentos distintos, es
vital la interacción entre ambos para poder conseguir una producción adecuada
de espermatozoides en cantidad y calidad.
Las espermátides sufren una serie de cambios encaminados a formar
espermatozoides. Dentro de los cambios más importantes en esta fase se
encuentran: primero, el desarrollo del acrosoma, que deriva del aparato de
Golgi y contiene las enzimas necesarias para poder penetrar en la zona
pelúcida del ovocito; segundo, la aparición del flagelo; tercero, la
reorganización de las organelas y el citoplasma; cuarto, los cambios en la
forma, contenido y posición del núcleo celular, y por último la liberación de los
espermatozoides. Al final de este proceso, el espermatozoide queda constituido
de la siguiente manera:
1. La cabeza, que incluye el núcleo en forma de pera, con una cubierta
acrosomal separados entre sí por una delgada cinta de citoplasma libre
de organelas. La cabeza tiene una medida aproximada de 5
micrómetros, de los que aproximadamente dos tercios están cubiertos
por el acrosoma.
2. El cuello, que continúa hacia abajo la cabeza e incluye la base del
flagelo.
3. La pieza intermedia, con una medida de unos 10 micrómetros, e
incluye la parte proximal del flagelo.
4. La pieza principal, que es la más larga.
5. El segmento terminal, que mide unos 2 micrómetros y se caracteriza
por la pérdida de algunos elementos de la estructura anterior.
La célula germinal masculina madura es una célula especializada. Está dotada
de un aparato de locomoción que permite acometer el “viaje” en el aparato
genital femenino y conseguir su objetivo: la unión con el óvulo. La movilidad se
adquiere gradualmente, a medida que el espermatozoide llega al epidídimo, sin
embargo aún no estarán preparados para la fecundación. Tendrán que sufrir
una serie de cambios conocidos con el nombre de capacitación. Durante esta
transformación el espermatozoide adquiere tres características: primero la
capacidad de unirse a la zona pelúcida, segundo la hipermovilidad, un
incremento en la velocidad y amplitud del movimiento de la cola, y tercero la
capacidad de reacción acrosómica, reacción de exocitosis en la cual se fusiona
el acrosoma con la superficie interna de la membrana celular. Esto permite la
liberación de su contenido enzimático, así como las modificaciones de su
membrana interna, necesaria para la fusión con la membrana del oocito. La
capacitación también supone una forma de autoselección espermática.
FECUNDACIÓN
La fecundación es una secuencia de fenómenos coordinados que se inicia
cuando entran en contacto ambos gametos. Sucede en la región ampular
(tercio distal) de la trompa de Falopio. No se sabe por cuánto tiempo el oocito
humano mantiene la capacidad de ser fertilizado, pero la mayoría de las
estimaciones hablan de entre 12 y 24 horas. En el espermatozoide la
capacidad fecundante se estima entre 48 y 72 horas. El contacto inicial entre el
espermatozoide y el oocito es un proceso mediado por receptores. La zona
pelúcida está compuesta por glucoproteinas secretadas por el oocito, llamadas
ZP1, ZP2 y ZP3, de las cuales la más abundante es la ZP3, y es el principal
fijador para el espermatozoide. La formación del complejo ZP3-espermatozoide
(enzima de su superficie), no sólo facilita la unión, sino que también induce la
reacción acrosómica. Una vez que esta se produce, se liberará hialuronidasa
(enzima encargada de la dispersión de la corona) y acrosina (proteinasa
encargada de la penetración en la zona pelúcida), que junto al movimiento
espermático (movimientos oscilatorios laterales rápidos alrededor del istmo,
similares a los de una guadaña) harán que el espermatozoide penetre de forma
rápida a través de la zona pelúcida. En este momento, la región posacromial de
la cabeza se une con la membrana del ovocito, y el núcleo del espermatozoide
se incorpora al ovoplasma. Cuando esto sucede, el ovocito secundario
completa la segunda división meiótica, formando el ovocito maduro y el
segundo corpúsculo polar. El núcleo del ovocito maduro inicia la
descondensación de sus cromosomas, originando el pronúcleo femenino. El
material cromatínico de la cabeza del espermatozoide se descondensa y se
forma el pronúcleo masculino. Los cromosomas de cada pronúcleo se disponen
alrededor del huso acromático, equidistante de los centríolos. Los 23
cromosomas de cada progenitor se fusionan, y a continuación se dividen
longitudinalmente dando lugar a dos núcleos con un número diploide de
cromosomas, iniciándose así la primera segmentación celular como una mitosis
ordinaria. Al mismo tiempo, la fusión de las membranas del oocito y del
espermatozoide desencadena la reacción cortical, la liberación de sustancias
de los gránulos corticales, organelas ubicadas justo debajo de la membrana
celular del óvulo. La reacción cortical genera a su vez, una reacción de la zona
inducida por enzimas, entre las que se encuentra la ZP2, que consiste en el
refuerzo de la zona por entrecruzamiento de las proteínas estructurales y la
desactivación de fijadores para los receptores del espermatozoide, lo que
impide la polispermia.
Tras la primera segmentación, el cigoto formado constará de dos blastómeros,
los cuales pueden observarse hacia las 30 horas de la fecundación; si los dos
blastómeros se separan, cada uno puede formar un embrión completo (del 25
al 30% de los gemelos monocigotos se deben a la separación en este estadío).
Esta segmentación en el ser humano se caracteriza por ser completa, uniforme
e indeterminada, ya que la totalidad de los segmentos del cigoto o blastómeros
tienen el mismo tamaño y su destino no está fijado, de manera que la
segregación es más flexible y menos precisa.
TRANSPORTE DEL CIGOTO
El cigoto no sale de la porción ampular hasta 48 horas después de la
fecundación, cuando puede observarse un cigoto de 4 blastómeros. Parece ser
que este lento recorrido por la porción ampular de la trompa, se debe sobre
todo a su retención en la unión istmoampular. El paso por la porción ístmica es
más rápido, en menos de 24 horas llega al útero, donde se halla formando una
masa celular, la mórula, con un número habitualmente inferior a 32
blastómeros. De las divisiones de las etapas iniciales de la segmentación
surgen dos grupos distintos de células: uno formará el embrión (células
grandes, escasas en número, que se dividen más lentamente y conservan la
pluripotencia del óvulo fecundado), y el otro, las membranas nutritivas y
protectoras que lo rodean (células más pequeñas y numerosas, ubicadas
superficialmente, que se dividen más rápidamente y que sufren una reducción
en la totipotencialidad a medida que se diferencian en células trofoblásticas).
Durante su trayecto tubárico, la trompa tiene una función de soporte nutritivo
importante que da tiempo para que el endometrio se vuelva receptivo y el
blastocisto pueda implantarse, este tiempo es de alrededor de 80 horas, 90%
de las cuales transcurren en la ampolla. Además de las secreciones de las
células del endosalpinx, el cigoto se nutre de sus propias reservas
deutoplásmicas y progresa gracias a los movimientos de los cilios y al
peristaltismo tubárico, que no es uniforme en todo el trayecto. Durante este
recorrido, además, pierde las células de la corona radiada. La zona pelúcida
aún está presente, y permanecerá hasta el inicio de la implantación. Al llegar al
útero, la mórula mantiene su multiplicación, pero las células del interior no
pueden nutrirse correctamente, se produce un acúmulo de líquidos, secretados
por las células trofoblásticas o procedentes de la luz uterina. Los espacios
intercelulares se agrandan y agrupan, y las células se reorganizan en la
superficie creando en el interior una cavidad, denominada cavidad
blastocística, pasando a llamarse la mórula blastocisto. Las células que rodean
la cavidad se distinguen entre las que darán lugar al trofoblasto, y, las que
formarán el embrión o células embrioblásticas. En este estadio
preimplantatorio, el blastocisto tiene 107 células, las cuales 69 son células
trofoblásticas murales, y 30 trofoblásticas polares, situadas por debajo de las
ocho células embrionarias o masa formadora. En este estadio preimplantatorio,
la superficie interna de la masa formadora se reviste de una capa interna de
células poliédricas, el endodermo embrionario.
IMPLANTACIÓN
Proceso por el cual un embrión en fase de blastocisto se adhiere a la pared
uterina y penetra primero el epitelio y luego el sistema circulatorio de la madre,
para formar la placenta, y continuar así su desarrollo. Durante la misma se
ponen en marcha múltiples mecanismos interrelacionados, que van a depender
tanto del cigoto como del endometrio. Los lugares mas frecuentes de
implantación se localizan en el tercio medio y superior de la pared posterior,
que son los lugares eutópicos. Para lograrlo, el blastocisto debe encontrarse en
la etapa de desarrollo apropiado y contactar con el epitelio endometrial, en
condiciones hormonales específicas, es decir, durante la ventana de
implantación, que comprende de los días sexto a décimo postovulación, o lo
que es lo mismo, en los días 18 ó 19 del ciclo, de dos a tres días después de
que el óvulo fertilizado entre en el útero o de 5 a 7 días después de la
fecundación, siendo esto imposible en el resto del ciclo menstrual.
El blastocisto, en fase preimplantacional, posee un trofoblasto muy activo que
produce señales que estimulan al endometrio haciéndolo más receptivo y
mediante la HCG mantiene al cuerpo lúteo, que además de evitar la
menstruación, permite que la secreción de estrógenos y progesterona no sólo
persista, sino que aumente.
El endometrio, por su parte, en la mitad de la fase lútea, tiene un grosor de 10 a
14 mm y la actividad secretora ha llegado a su punto máximo, las células
endometriales son ricas en glucógeno y lípidos. Esta transformación de la
mucosa uterina, denominada reacción decidual, que le confiere al endometrio
el nombre de decidua, se inicia antes de la implantación y debe considerarse
una reserva nutricional para la etapa prehemótrofa del embrión. No solo, la
mucosa participa de esta reacción, los fibroblastos del estroma, tras la
implantación, se transforman en células deciduales poligonales cargadas de
glucógeno, que representan una barrera a la penetración trofoblástica.
La ventana de receptividad del endometrio se limita solamente entre los días 16
y 20 de un ciclo normal de 28 días, y entre los 16-19 de los ciclos estimulados
con gonadotropinas exógenas. Esta, se manifiesta por la formación de
microvellosidades del epitelio superficial en las que se observa un cambio
quístico, los pinópodos, que probablemente absorban líquido de la cavidad
uterina y fuercen al blastocisto a entrar en contacto con el epitelio del
endometrio.
Durante la ventana de implantación, aparece también un pico específico de
expresión de citoquinas, factores de crecimiento, moléculas de adhesión, en
especial las integrinas y receptores, que interactuarán con los componentes
extracelulares del blastocisto, especialmente laminina y fibronectina. Este pico
es inducido también por el embrión, que crea así un patrón endometrial
favorable para su propia implantación.
La implantación transcurre en cuatro fases distintas, relacionadas y
consecutivas, denominadas: aposición, adhesión, rotura de la barrera epitelial e
invasión o migración –para denotar su naturaleza benigna–. La yuxtaposición y
adhesión del blastocito al epitelio uterino, alrededor de 2 a 4 días después de
que la mórula entre en la cavidad uterina requiere que el blastocisto pierda la
zona pelúcida, procedimiento denominado hatching.
Durante la fase de aposición el blastocisto “busca” su lugar de implantación,
orientándose de forma específica, el trofoblasto polar situado por debajo del
embrioblasto es el que se pone en contacto con la decidua para iniciar el
proceso de adhesión, y será lo que posteriormente dará lugar al corión
frondoso y luego a la placenta. Cuando el blastocisto entra en estrecho
contacto con el endometrio, las microvellosidades de su superficie se aplanan y
se entrecruzan con las de la superficie luminal de las células epiteliales. Llega
un momento en el que las membranas celulares se aproximan mucho y se
forman complejos de unión o gap junctions, a través de las moléculas de
adhesión.
Una vez adherido, el epitelio endometrial constituye una “barrera” que el
embrión debe atravesar para proceder con el proceso implantatorio. Para ello
debe abrirse camino induciendo la apoptosis de las células endometriales
adyacentes y digiriendo la matriz intercelular que las mantiene unidas. Esta
invasión del estroma endometrial, la rotura de la membrana basal y la posterior
penetración de los vasos sanguíneos maternos son mediados por las
serinproteasas y metaloproteinasas y está limitada por la acción de inhibidores
de estas proteinasa, en especial PAI (plasminogen activator inhibitor) y TIMP
(tissue inhibitors metalloproteinases), así como por la barrera que forman las
células deciduales. Además durante la implantación aparece un infiltrado de
leucocitos, formado principalmente por células natural killer, macrófagos,
linfocitos T, que liberan una batería de quimiocinas que contribuyen a dirigir el
proceso. Durante dos días el blastocisto penetra en la decidua, las células más
externas del trofoblasto se multiplican rápidamente, perdiendo la definición de
los límites celulares y dando lugar a una masa sincitial multinucleada; el
sincitiotrofoblasto, que recubre al trofoblasto celular o citotrofoblasto. En el
sincitiotrofloblasto se forman unas lagunas, y el citotrofoblasto reemplaza el
endotelio materno de las arteriolas uterinas hasta el primer tercio miometrial.
En uno o dos días el trofoblasto erosiona sus paredes permitiendo que la
sangre inunde las lagunas trofoblásticas, con lo que se inicia la placentación
hemocorial de los humanos, que se caracteriza porque la sangre materna, libre
en los espacios intervellosos, esta rodeada por tejido trofoblástico, esto es,
tejido fetal.
Una vez que el blastocisto se ha puesto en contacto con la sangre materna, el
estímulo luteotrófico para el mantenimiento del cuerpo lúteo procede del propio
trofoblasto, que segrega gonadotrofina coriónica. Su aparición en sangre
materna, se acompaña con un incremento paralelo y mantenido, tanto de 17beta-estradiol como de progesterona, que se prolonga hasta que es relevado
por la placenta unas semanas más tarde. El cuerpo amarillo gestacional, bajo
el estímulo de la HCG, sintetiza también cantidades crecientes de relaxina,
hormona uteroinhibidora con acción a nivel miometrial que desempeña un
papel importante en el mantenimiento de la gestación.
A partir de la implantación, la supervivencia ulterior del embrión depende de
factores capaces de suprimir la respuesta inmune materna a los antígenos
paternos, evitando el rechazo, pero limitando la invasión trofoblástica para
evitar la enfermedad trofoblástica.
El embrión y la madre poseen una dotación genética e inmunológica distinta, el
útero no es un órgano inmunológicamente privilegiado y durante el embarazo,
la madre posee una inmunidad celular y humoral normales, pudiendo
desarrollar una respuesta inmunológica ante antígenos extraños, incluyendo los
fetales. Los mecanismos para burlar esta vigilancia inmunológica materna son
fundamentalmente dos: la ausencia de antígenos de transplante clásicos en el
sincitiotrofoblasto (HLA I y II) y la expresión de un antígeno HLA-modificado,
que no provocan reconocimiento ni respuesta inmune –el sistema inmunológico
materno no reconoce al embrión como extraño o propio, simplemente no lo
reconoce y no lo ataca– y la existencia de mecanismos metabólicos que evitan
la presencia de linfocitos T (responsables del rechazo alogénico) próximos al
trofoblasto (la enzima indolamina 2,3-dioxigenasa (IDO), cataliza el triptófano
creando una zona libre de este aminoácido esencial para los linfocitos T.
DESARROLLO EMBRIONARIO
Al final de la segunda semana de vida, queda constituido el embrión con sus
tres capas germinativas. Para ello, es necesario que el blastocisto sufra una
serie de modificaciones: La masa celular interna del blastocisto o embrioblasto,
se diferencia en una capa de células cúbicas, el hipoblasto, y una capa de
células cilíndricas, el epiblasto, los cuales, unidos, forman el disco germinativo
bilaminar. Las células del hipoblasto forman la membrana exocelómica de
Heuser, que reviste la superficie interna del citotrofoblasto. Membrana e
hipoblasto van a constituir el techo de la cavidad exocelómica o saco vitelino
primitivo, que al proliferar dará lugar al saco vitelino definitivo. Las células del
epiblasto, se continúan con los amnioblastos y juntos rodean otra cavidad, la
amniótica. En el espacio comprendido entre la superficie interna del
citotrofoblasto, por fuera, y la superficie externa del saco vitelino primitivo, por
dentro, aparece el mesodermo extra embrionario, que posee dos hojas, una
externa o mesodermo somático y otra interna o mesodermo esplácnico, que
rodean otra cavidad, la coriónica. El mesodermo extraembrionario que reviste
el sincitiotrofoblasto toma el nombre de lámina coriónica y atravesará la
cavidad para formar el pedículo de fijación, que después se convertirá en
cordón umbilical. El disco bilaminar, tras un proceso denominado gastrulación,
se transforma en el disco trilaminar. Entre epiblasto e hipoblasto, se desarrolla
una nueva capa celular. Este fenómeno comienza con la formación de la línea
primitiva en la superficie del epiblasto; las células de esta capa migran hacia la
línea primitiva, donde se invaginan y se deslizan sobre el hipoblasto para
formar el mesodermo y el endodermo. El epiblasto, a su vez, también origina el
ectodermo. Finalmente las células de la capa germinativa intraembrionaria
mesodérmica emigran entre las otras dos capas germinativas hasta que
establecen contacto con el mesodermo extraembrionario que recubre el saco
vitelino y el amnios.