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AREA 3. CUADERNOS DE TEMAS GRUPALES E
INSTITUCIONALES
AREA 3. CUADERNOS DE TEMAS GRUPALES E
INSTITUCIONALES
(ISSN 1886-6530)
www.area3.org.es
Nº 4 – Invierno 1996-97
Diferencias cerebrales entre el
hombre y la mujer
Mª José Barral ( 1)
El hombre y la mujer no sólo difieren en sus características físicas y su función
reproductora sino también en la forma de relacionarse con el exterior y en su capacidad de
resolver problemas intelectuales.
Estas últimas diferencias se han querido atribuir exclusivamente a. las diferentes
experiencias vividas durante el desarrollo (familia, educación, cultura,...), pero hoy por hoy
conocemos que hay factores que condicionan la organización del cerebro en una etapa precoz
de la vida y, por lo tanto, los ambientes actúan sobre cerebros que ya presentan una
organización distinta según se trate de una niña o de un niño.
Los factores que tienen que ver con las diferencias entre varones y mujeres son
diversos, en este articulo nos centraremos en los niveles genético y hormonal, haciendo
posteriormente una referencia a los niveles antropológico y sociocultural.
Nivel genético
A dotación genética de la especie humana (genotipo) está compuesta por 23 pares de
cromosomas, de ellos 22 pares son iguales para hombres y mujeres (son los llamados
autosomas) y el otro par, formado por los llamados cromosomas sexuales, es diferente: XX en
la mujer, XY en el hombre.
Estos cromosomas son, pues, los responsables de la diferenciación sexual de hombres
y mujeres; de ellos depende la diferenciación de las gonadas hacia ovarios, en el caso de la
mujer y hacia testículos en el caso del varón; hecho que acontece entre la sexta y la séptima
semana postfecundación. Estas gonadas serán las responsables de la producción de los
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Mª José Barral es profesora de Ciencias Morfológicas de la Facultad de Medicina de Zaragoza.
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gametos o células sexuales: óvulos y espermatozoides y de la producción de las hormonas
feminizantes (estradiol) y masculinizantes (testosterona). De estas hormonas depende el
desarrollo de los caracteres sexuales secundarios que darán lugar al fenotipo morfológico
femenino o masculino (conjunto de caracteres externos de los que deriva la asignación de
sexo en el momento de nacimiento).
Diferentes equipos investigadores han trabajado para asignar un papel activo en esta
diferenciación al cromosoma X o al cromosoma Y.
La existencia de anomalías genéticas como el síndrome de Turner, con un genotipo XO
y un fenotipo femenino, o el síndrome de Klinefelter, con un genotipo XXY y un fenotipo
masculino, abogaba por un papel activo del cromosoma Y. Posteriormente, en 1990, los
siguientes descubrimientos corroboran ese papel activo del cromosoma Y en la determinación
del sexo:
1) El descubrimiento del gen SRY (sexdetermining región Y) del cromosoma Y, por
Peter Goodfellow y su equipo. Este gen es responsable de la formación de los testículos y otros
órganos sexuales de los machos.
2) Las evidencias de la inactivación de un cromosoma X en los XX, determinada por la
existencia de un gen, el gen XIST (único gen activo del cromosoma X que se va a inactivar),
responsable de la condensación de ese cromosoma X formando un orgánulo visible al
microscopio de luz en el núcleo de las células de un organismo femenino llamado “corpúsculo
de Barr”.
Pero, otras evidencias demuestran que el cromosoma Y no es el único responsable de
esa diferenciación y que el cromosoma X también participa, como lo demuestra el
descubrimiento del gen “TFM” del cromosoma X responsable de los receptores celulares para
las hormonas masculinas, sin cuya existencia estas hormonas serian inactivas. O el trabajo
publicado en 1994 por un grupo de genetistas italianas dirigidas por Giovanna Camerino, en el
que ponían en evidencia que cuando existía una alteración consistente en la duplicación de
una región del cromosoma X, aunque el genotipo de esos individuos fuera XY, su fenotipo era
femenino.
Por otra parte, en otras especies animales, como por ejemplo en la Drosophila (mosca
del vinagre), animal clave en los estudios genéticos, se ha demostrado que la diferenciación
sexual hacia macho o hembra depende del número de cromosomas X y no de la existencia del
cromosoma Y.
Además existen especies sin cromosomas sexuales cuyos activadores genéticos de la
determinación sexual son externos como por ejemplo la temperatura a la que son incubados
los huevos, es el caso del “Geco leopardo”, una especie de lagarto.
El desarrollo de nuestro sistema nervioso se ha puesto en relación con varios
cromosomas, los pares autosómicos 4, 5, 8, 13, 18 ó 21 y el cromosoma sexual X. La
existencia de alteraciones en estos cromosomas produce síndromes clínicos que cursan con
diferentes grados de retraso mental, uno de estos síndromes, el llamado “síndrome de
fragilidad del cromosoma X” (producido por una alteración del cromosoma X), segunda causa
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más frecuente de retraso mental después del síndrome de Down, que se presenta dos y medio
veces más frecuentemente en niños que en niñas y además de forma más severa.
Nivel hormonal
Pero aunque la genética no nos aporta causas directas de la diferenciación sexual de
nuestro cerebro, si es responsable indirectamente, ya que como hemos señalado antes la
dotación genética es la responsable de la diferenciación gonadal y ésta a su vez de la
producción de hormonas sexuales y nuestro cerebro es uno de los órganos diana de estas
hormonas.
El desarrollo cerebral está influenciado por un grupo de hormonas llamadas
esteroideas que tienen unas características comunes: 1) que todas ellas son sustancias
químicas que derivan del colesterol, 2) que su receptor se localiza en el citoplasma o núcleo de
la célula diana y nunca en su superficie (membrana) y 3) que son capaces de unirse al DNA y
alterar la expresión génica de la célula diana.
El cerebro necesita para su maduración hormonas de tipo esteroideo producidas por la
glándula tiroides, las glándulas suprarrenales y las gónadas.
En la primera mitad del embarazo, los cerebros de niños y niñas están sometidos a la
influencia de estrógenos y progesterona producidos por la madre (ya que estas hormonas
pasan la barrera placentaria) y posteriormente producidos por la propia placenta.
El testículo de los niños a partir de la novena semana comienza a liberar testosterona,
esta hormona circula libremente y por su pequeño tamaño es capaz de atravesar la barrera
hematoencefálica. Una vez en el cerebro, dos enzimas deberán degradarla a hormonas más
activas. Una de esas enzimas es la 5-alfa-reductasa, escasamente representada en cerebro,
aunque es la enzima más abundante en órganos periféricos, que degrada la testosterona a 5alfa-dihidrotestosterona; se localiza fundamentalmente en hipófisis y troncoencéfalo. La otra
enzima es la aromatasa, mucho más abundante en cerebro que en órganos periféricos, que
degrada la testosterona a estradiol; esta enzima se localiza en sistema límbico.
El ovario de las niñas comienza a producir estradiol un poco más tarde, hacía la
décima semana. Esta hormona no circula libremente sino que lo hace unida a una proteína de
gran tamaño, la alfa-feto-proteína; de esta forma, el estradiol tiene más dificultades para
pasar la barrera hematoencefálica,.... con lo cual la llamada masculinización del cerebro es un
fenómeno cuantitativo, no cualitativo, ya que la hormona activa en todos los casos es el
estradiol.
Estas hormonas
tienen efectos
organizativos, es
decir, producen alteraciones
permanentes en el cerebro, cuando su efecto se provoca en un período llamado “crítico”, que
en los humanos en la mayor parte de estructuras dimórficas cerebrales acontece entre el
cuarto y séptimo mes de vida intrauterina, aunque para algunos núcleos hipotalámicos este
periodo se puede alargar hasta el cuarto año de vida.
Los picos hormonales que suceden en la pubertad pueden activar algunos de estos
mecanismos de masculinización cerebral.
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Las células cerebrales que poseen receptores para estas hormonas sexuales y también
las enzimas para degradarlas son las neuronas y algunas células gliales, como los astrocitos.
Sus efectos a nivel neuronal pueden concretarse en una disminución de la muerte
celular programada de estas células, por lo que los núcleos dimórficos masculinos poseerán
más número de neuronas, además estas neuronas serán más grandes, con mayor árbol
dendrítico y serán capaces de establecer un mayor número de contactos sinápticos. (Al unirse
las hormonas al receptor se pone en marcha dentro de las células mecanismos metabólicos
que son los que producen, en este caso, estos efectos; otras hormonas pondrían en marcha
otros mecanismos metabólicos).
El llamado sistema límbico es un conjunto de territorios de nuestro cerebro que
pueden ser considerados como un único complejo funcional involucrado en: 1) El
mantenimiento de la homeostasis de nuestro organismo, regulando los mecanismos de
activación de nuestros efectores viscerales, modulando la liberación de hormonas hipofisarias
y controlando los comportamientos exploratorios relacionados con la búsqueda de ingesta; 2)
la regulación de los comportamientos de defensa y ataque [comportamientos agresivos) y 3)
la regulación de los comportamientos sexuales y reproductivos.
Morfológicamente está compuesto por territorios troncoencefálicos y diencefálicos,
como el hipotálamo, el epitálamo y algunas regiones subtalámicas, todas ellas estructuras
subcorticales y territorios telencefálicos o corticales como el hipocampo, el complejo
amigdalino, el área preóptica y los núcleos septales.
No todas estas estructuras del sistema límbico son dimórficas hormonodependientes.
De los territorios subcorticales de este sistema presentan diferencias morfológicas
entre hombres y mujeres el llamado núcleo hipotalámico anterior, responsable del patrón de
secreción de gonadotropinas hipofisarias, patrón cíclico en las mujeres y tónico en los
hombres. Y el núcleo supraquiasmático, auténtico reloj del cerebro, regulador de los ritmos
circadianos. Una de las porciones de este núcleo es dos veces más grande en hombres que en
mujeres (entre los 10 y los 30 años), pero con la edad (entre los 41 a los 65 años) esta
proporción se invierte (Swaab et al 1985).
De los territorios corticales enumerados, sólo el hipocampo no presenta dimorfismo. El
hipocampo está involucrado en los procesos de memoria y aprendizaje.
Son dimórficas:
El área preóptica, que es un centro termorregulador; las mujeres cambian de
temperatura cíclicamente, los hombres no cambian, no soportan cambios de temperatura
interior, sus gonadas son más sensibles a esos cambios. Además regula el comportamiento
reproductor
humano
(cortejo,
cuidado
de
la
prole)
y
la
ingesta,
sobre
todo
los
instintivos
de
comportamientos de búsqueda, exploratorios (Swaab 1985, Allen y Gorski 1989).
Los
núcleos
septales,
son
responsables
de
comportamientos
supervivencia (comida, bebida, micción, defecación), comportamiento sexual y reproductor y
agresividad (Gorski 1968) Las alteraciones del apetito (anorexia psíquica, bulimia) son más
frecuentes en mujeres que en hombres.
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El complejo amigdalino relacionado con las respuestas ante el miedo, reacciones de
escape en los hombres y de paralización o estáticas en las mujeres, se le considera también
involucrado en las reacciones de ansiedad y es otro de los centros controladores de la
agresividad.
Este dimorfismo estructural o morfológico del sistema límbico nos lleva a diferencias
conductuales: 1) en la regulación de las emociones, el hombre tiende a expresar
instrumentalmente su afecto u odio, por ejemplo, mediante agresividad física (puñetazos,
patadas,...) y la mujer emplea expresiones simbólicas, utilizando más el lenguaje (por
ejemplo, gritando); 2) igualmente nos lleva a diferente predisposición a la depresión, ésta es
dos veces más frecuente en mujeres que en hombres, no habiendo sin embargo diferencias en
cuanto a la frecuencia de trastornos bipolares.
Si en el llamado periodo crítico de la acción hormonal no hay testosterona, como es el
caso de las mujeres, los receptores estrogénicos y el estradiol, que además circulará en mayor
cantidad que en los hombres, realizarán la diferenciación hormonal del cerebro femenino.
Esto producirá zonas dimórficas de mayor tamaño en mujeres que en hombres; éste
es el caso de las llamadas comisuras cerebrales, en concreto tres de ellas: la comisura
talámica que une estas dos porciones diencefálicas, la comisura cerebral anterior y el cuerpo
calloso (conjunto de fibras de conexión entre los dos hemisferios cerebrales) que es más
voluminoso (Allen y Gorski 1991).
Aunque los dos hemisferios cerebrales morfológicamente aparecen como imágenes en
espejo, muchas funciones no están representadas por igual en los niveles corticales. Un
hemisferio, por lo general el izquierdo, aparece como dominante y se le relaciona con el
procesamiento del lenguaje (hemisferio parlante), la aritmética y las funciones analíticas
(hemisferio racional), mientras que el otro hemisferio, el derecho, se relaciona con los
conceptos espaciales simples, el reconocimiento de los rostros, la música y los aspectos de la
emoción (hemisferio emocional). (Nienwenhuys 1988].
Las mujeres tenemos más conectados nuestros dos hemisferios y presentamos una
menor asimetría funcional (Lucghone 1980, Beaton 1985, Kimura 1987). Por otra parte, ha
sido un principio básico del funcionamiento del sistema nervioso central que de una mayor
asimetría funcional resulta una mayor precisión en la ejecución de una función, de ahí que
durante muchos años se ha considerado al hombre como el humano racional y a la mujer
como
el
humano
no
racional
y
emocional.
Trabajos
de
psicólogos,
psiquiatras
y
neuroanatómicos de los últimos diez años han demostrado simplemente que resolvemos de
distinta forma los problemas y activamos zonas diferentes de nuestro cerebro para realizar la
misma función; por ejemplo cuando hablamos o leemos.
Las principales diferencias marcadas por el sexo en la función intelectual parecen
residir en la existencia de capacidades distintas y no en el nivel global de inteligencia
(coeficiente intelectual).
En general, los hombres resuelven mejor que las mujeres determinadas tareas
visoespaciales: mejor puntería, mejor visión tridimensional, mejor sentido de la orientación o
mayor facilidad para descomponer figuras complejas (Kimura 1987); estos dimorfismos
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conductuales han sido corroborados morfológicamente por la demostración en 1995, por Reid
y colaboradores, de la existencia de un mayor número de neuronas en las capas II y III del
área 18, área cortical visual situada en el polo occipital de nuestro cerebro.
Gur y colaboradores (1995) estudiaron con la técnica de tomografía de emisión de
positrones (PET) el metabolismo de la glucosa en condiciones basales (estado de reposo
cerebral), como marcador de la actividad funcional del cerebro, y observaron que era similar
en los dos sexos en las zonas occipital, parietal y frontal no límbica del cerebro, pero
observaron una mayor actividad en las regiones límbico-temporales y cerebelo en los hombres
y en las regiones cinguladas en las mujeres.
Sin embargo, las mujeres son capaces de discriminar una mayor gama de colores y
sufren en menor proporción de daltonismo. Esto no es debido a diferencias en la corteza visual
sino a diferencias genéticas en nuestro receptor visual, la retina, ya que es el cromosoma X el
que codifica la existencia de los pigmentos fotorreceptores para el rojo y el verde localizados
en los conos, células fotoreceptoras de la retina responsables de la visión fotópica o visión en
color.
Por otra parte, las mujeres aunque sigan peor el recorrido correcto de una ruta serán
capaces de recordar después un mayor número de detalles puntuales de ese recorrido.
Las mujeres muestran una mayor habilidad para las funciones verbales, poseen un
mayor procesado fonológico, una mayor articulación y fluidez de palabra, aprenden a hablar
antes y padecen menos desórdenes del lenguaje.
Los trabajos morfológicos sobre dimorfismos estructurales de las áreas corticales
relacionadas con el lenguaje, realizados en 1995 por tres grupos de investigadores dirigidos
por Sandra Witelson, Thomas Schlaepfer y Bennett Shaywitz mostraron un mayor número de
neuronas en las capas II y IV del córtex temporal posterior (área de Wernicke) y una menor
asimetría en el giro frontal y planum temporal (área de Broca) en las mujeres (parte de la
corteza de la cisura de Silvio). Es decir, una mayor representación bilateral de las áreas del
procesamiento del lenguaje, lo que echa por tierra ese principio básico del funcionamiento del
sistema nervioso central “a mayor asimetría funcional mayor precisión en la ejecución de una
función”.
Sin embargo, la única estructura de la región cortical con una mayor asimetría en
mujeres que en hombres es la que regula el movimiento de las manos y coincide con una
mayor habilidad de las mujeres para tareas manuales de precisión y coordinación fina.
Las mujeres realizan también con mayor aptitud que los hombres procesos de
discriminación emocional y velocidad perceptiva. (Gur en 1995, estudio de captación de la
expresión facial del estado de ánimo, en hombres y mujeres).
Respecto a las habilidades matemáticas, los hombres son mejores en razonamiento
matemático, siendo las mujeres mejor en cálculo matemático (Harvis 1978, Kimura 1987).
Algunos de estos dimorfismos conductuales no han sido corroborados hasta ahora con
dimorfismos estructurales.
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Por último hay que señalar que los hombres pierden su tejido cerebral más deprisa
que las mujeres, compensándolo con un aumento del metabolismo de sus neuronas. Las
mujeres mantienen un metabolismo más lento durante toda su vida, lo que podría estar
relacionado con su mayor longevidad.
Antropología y aspectos socioculturales
Para comprender las funciones intelectuales del ser humano y las diferencias entre
hombres y mujeres en tales funciones, tenemos también que contar con la evolución de
nuestra especie y tener en cuenta que la organización del cerebro humano se determinó a lo
largo de muchas generaciones, mediante selección natural. Los estudios de cráneos fósiles
revelan que nuestro cerebro es esencialmente igual al de nuestros antepasados de 50.000
años atrás.
A lo largo de millones de años que duró la evolución de las características de nuestro
cerebro, el hombre vivía en grupos limitados de cazadores-recolectores y en una sociedad así,
la división del trabajo entre los sexos debía de ser tajante, las especializaciones habrían
impuesto diferentes improntas de selección en los cerebros de hombres y mujeres. Por
ejemplo, los hombres precisarían orientarse geográficamente para encontrar caminos de
largas distancias o la habilidad para acertar en un blanco y las mujeres precisarían orientación
en cortos recorridos, capacidades motrices finas de manipulación y una discriminación
perceptual sensible a pequeños cambios.
Sin embargo, hay que señalar que no hemos sufrido ninguna selección natural para
actividades como leer o manejar ordenadores. (Kimura).
Nuestros cerebros, biológicamente distintos, están además sometidos a influencias
socioculturales, y si tenemos en cuenta otro principio básico del funcionamiento de nuestro
cerebro como es la “plasticidad neuronal”, esto es, la capacidad que poseen nuestras neuronas
de establecer contactos sinápticos con otras neuronas como resultado de estímulos externos,
capacidad que permanece a lo largo de toda nuestra vida, podemos comprender que
dependiendo del medio externo que nos rodee, diferenciaremos nuestro cerebro y sus
capacidades intelectuales.
La traducción de estas diferencias biológicas suele conducir a sacar conclusiones
tendenciosas que en nuestra sociedad patriarcal actual marcan una supremacía masculina y
hace que las capacidades masculinas sean consideradas positivas y las femeninas negativas
(razón contra emoción, visión, orientación en el mundo exterior contra lenguaje -charlatanería
femenina-, agresividad contra pacifismo...). Hemos de tener en cuenta que todos los estudios
morfológicos actuales están realizados en humanos, y dado que debido a la plasticidad
neuronal, todos los influjos que se producen en la vida, se traducen en nuevas conexiones
sinápticas, todos estos hallazgos hay que remitirlos a la consideración de estos influjos
postnatales (a excepción de la influencia hormonal que se produce durante la vida
intrauterina).
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Sin embargo, el comportamiento social de nuestros parientes más cercanos, los
“Bonobos”, un tipo de chimpancés pequeños que tienen en común con nosotros los humanos
más del 98% del código genético, puede poner en tela de juicio la actual organización social
de nuestra especie. La proporción de tamaño entre machos y hembras en esta especie es
similar a los humanos, pero en esa sociedad mandan las hembras, ellas son las que emigran
de unas comunidades a otras 'mientras que los machos permanecen en su grupo natal y ellas
son las que cuidan la prole. Son pacíficos y todos sus conflictos se resuelven con distintos
tipos de contactos sexuales, hembra-hembra, macho-macho, hembra-macho, siendo los
únicos antropomorfos que copulan cara a cara como los humanos (práctica que se ha
considerado siempre exclusivamente humana y constituía una innovación cultural que había
que enseñar a los pueblos ignorantes, de ahí el término “posición del misionero”). Comparten
también con los humanos una mayor receptividad sexual de la hembra, a diferencia del resto
de antropomorfos en los que la hembra se muestra receptiva y activa sexualmente sólo
durante unos días de su ciclo.
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