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II. LA COMUNICACIÓN COMO
CIENCIA Y COMO OBJETO DE
ESTUDIO
Pues de otra manera el discurso sería largo e ilimitado y dejaría
simplemente sin respiración al orador.
Demetrio, Siglo I d. C.
LA MIRADA TEÓRICA
Recurrimos en una primera aproximación al concepto de
“teoría” a la etimología griega, sin pretender por ello otorgar un
especial valor legitimador a la etimología, pero bien es cierto
que los griegos la inventaron, así como su opuesto, la “praxis”.
Antes de la “teoría“ podían existir acciones sobre el medio o sobre los demás hombres, “prácticas”, pero no existía “la praxis”.
En griego, teoría significa “ver”. Ese “ver” dista absolutamente
del concepto moderno de “punto de vista” que implica unas
connotaciones epistemológicas radicalmente diversas de las
existentes en el mundo griego. Y la posibilidad misma de ver,
está en íntima relación con un trabajo sobre los conceptos, que
pueden ser definidos como ventanas abiertas —o mirillas, o
incluso pequeños agujeros furtivamente practicados— sobre
lo real.
Toda teoría es ante todo un trabajo de conceptualización.
Louis Althusser en un breve ensayo del año 1967 titulado Sobre el trabajo teórico: dificultades y recursos escribía acerca de
la necesidad de establecer claramente la diferencia entre los
sentidos usual y conceptual de las palabras. Dificultad tanto
más acuciante cuando una palabra comparte usos teóricosconceptuales y cotidianos —tal es el caso de “comunicación”—
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Teoría de la Comunicación Mediática
la de discernir o avistar el concepto tras la evidencia común
de la palabra: “cuando es acertada, es decir, cuando está bien
fijada, una terminología teórica asume la función precisa de
impedir las confusiones entre el sentido usual de las palabras y el sentido teórico (conceptual) de las mismas palabras”
(Althusser, 1967: 11). Althusser definía el discurso teórico
como “Un discurso que tiene por resultado el conocimiento
de un objeto, de un objeto concreto, real, singular” (Althusser 1967: 12). Conocimiento que no es un dato inmediato, ni
simple abstracción, ni la imposición de conceptos generales
a lo particular. Althusser rechaza las posiciones empirista e
idealista extrema. El conocimiento de dichos objetos sería
el resultado de “todo un proceso de producción del conocimiento”, que traería la síntesis o conjunción de dos tipos de
elementos: “conceptos teóricos” y “conceptos empíricos”. Ha
de prestarse atención al hecho de que el adjetivo “empíricos”
no sigue a “hechos” sino a “conceptos”; lo empírico en este
caso no es del orden de lo factual, de lo referencial, sino que
es ya concepto, teóricamente mediado. Los conceptos empíricos agregarían a los teóricos las determinaciones de la
existencia de los objetos concretos. Los conceptos empíricos
no son puros datos, son el resultado de un proceso de conocimiento: “expresan, ciertamente, la exigencia absoluta según
la cual ningún conocimiento concreto puede pasarse sin la
observación y la experiencia, por lo tanto de sus datos … pero
al mismo tiempo son irreductibles a los puros datos de una
investigación empírica inmediata. Una investigación o una
observación no es en efecto nunca pasiva: ella sólo es posible
bajo la conducción y el control de los conceptos teóricos que
en ellas actúan, sea directamente, sea indirectamente, en sus
reglas de observación, de elección y de clasificación, en el
montaje técnico que constituye el campo de observación o de
la experiencia. Una búsqueda y una observación, incluso una
experiencia no proporcionan en principio más que materiales
que son en seguida elaborados en materia prima de un trabajo ulterior de transformación que producirá finalmente los
Pilar Carrera
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conceptos empíricos. Bajo el nombre de conceptos empíricos
tenemos en cuenta no el material inicial, sino el resultado de
sus elaboraciones sucesivas; tenemos en cuenta el resultado de
un proceso de conocimiento, el mismo complejo, proceso en el
cual el material inicial, por lo tanto la materia prima obtenida
es transformada en conceptos empíricos como resultado de la
intervención de los conceptos teóricos” (Althusser, 1967: 16).
La tentativa acometida es la de controlar y asignar su lugar
a la tan debatida cuestión de la “referencialidad”, a una introducción ideológica del referente como instancia última de
validación teórica, aunque ya desde Saussure éste había sido
excluido de la relación propiamente teórica —en Saussure lo
que tradicionalmente se venía considerado como instancia
relativa al referente, el “significado”, es intelectualizada y
declarada autónoma respecto al referente material —. Esta
comprensión de la teoría como la relación de los conceptos
teóricos con los conceptos empíricos no es por lo tanto una
relación de exterioridad; los “conceptos empíricos” no están
inmediatamente referidos a los datos empíricos, sino a los
“conceptos teóricos”. Por otra parte, una teoría no quedaría
nunca reducida a los ejemplos reales que se invocan para
ilustrarla, “puesto que la teoría sobrepasa todo objeto real
dado” (Althusser, 1967: 16).
Whitehead sostenía que “la dinámica entre lo abstracto y
lo concreto caracteriza a la ciencia y al trabajo teórico, dando
lugar a la paradoja de que “las abstracciones máximas son las
verdaderas armas para controlar nuestro pensamiento sobre
hechos concretos” (Whitehead: 1925: 49). A. Moles redundaba
sobre el mismo principio: “cuanto más práctico es un espíritu,
más abstracto es”.
El inicio de una nueva teoría está marcado por la apropiación
de un determinado campo conceptual, un universo de conceptos y
palabras preexistente; es decir, toda teoría esta obligada a “pensar
y expresar su novedad radical” (Althusser, 1967: 17) en conceptos viejos, aunque precisamente su fin sea conmover esos viejos
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Teoría de la Comunicación Mediática
conceptos. Toda teoría empieza por lo tanto por ser una labor de
trabajo conceptual: conceptos y definición de los mismos.
K. Popper en La lógica de la investigación científica definía las
teorías como redes lanzadas sobre el mundo para racionalizarlo,
explicarlo y dominarlo. Se trataría de que la malla fuese cada
vez más fina y más selectiva (Popper, 1934).
Ferrater Mora define la teoría recurriendo en primer lugar
a su significado etimológico: “mirar, observar” (sin participar),
que aplicado a un objeto “interior”, resultaría “contemplar” (F.
Mora, 1994: 3474).
P. Bourdieu incidía en el hecho de que la relación teórica con
el objeto implica un “sesgo”, el derivado del olvido por parte
del teórico de que “los parientes reales no son posiciones en un
diagrama, una genealogía, sino relaciones que hay que cultivar,
que hay que mantener” y proclamaba la necesidad de una teoría
“bien fundada en la realidad” (Bourdieu, 1987: 116).
Una teoría puede ser definida como un conjunto estructurado
de hipótesis. Respecto a la generación de las hipótesis tradicionalmente se han mantenido dos posturas: inductivista, es decir,
las hipótesis se derivarían de una observación más o menos
exhaustiva de los hechos y deductivista o silogística, en la que
la hipótesis, de raigambre argumentativo-silogística solo más
tarde, en su demostración, entraría en una relación metódica
(verificacionista o falsacionista) con el tribunal de lo fáctico.
Peirce, sin embargo, establecía una distinción entre hipótesis
e inducción: “Mediante la inducción, concluimos que hechos
similares a los hechos observados son verdaderos en casos no
examinados. Merced a la hipótesis concluimos la existencia de
un hecho muy diferente de todo lo observado, del cual, según las
leyes conocidas, resultaría necesariamente algo observado. El
primero es un razonamiento de los particulares a la ley general;
el segundo del efecto a la causa. El primero clasifica, el segundo
explica” (Peirce, 1878: 79). Es decir, una buena hipótesis no
sólo explicaría la fórmula, sino las desviaciones de la fórmula.
Para Peirce hay cierta justicia en el desprecio que va unido a la
palabra “hipótesis” como aproximación más o menos especu-
Pilar Carrera
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lativa: “Pensar que podemos sacar de nuestra propia mente una
preconcepción verdadera de como actúa la naturaleza es una
mera fantasía” (Peirce, 1878: 87). Muy frecuentemente los hechos
inferidos por el razonamiento hipotético no son susceptibles de
observación directa. La deducción, por su parte, nada añade a
las premisas, se limita a seleccionar uno de los varios hechos
representados y atraer hacia él la atención. Así la define Peirce.
Una hipótesis es, según Mario Bunge, “un enunciado fáctico
general susceptible de ser verificado” (Bunge, 1960: 46). En su
origen todas las hipótesis y teorías habrían sido meras conjeturas abductivas. La hipótesis se define como “enunciado fáctico
referido a hechos”, entendiendo los hechos como “el fruto de
un primer proceso de abstracción teórica sobre lo concreto”
(Bunge, 1960: 47). La producción de hipótesis se puede llevar
a cabo por vía inductiva o por vía deductiva como antes se ha
indicado. Según Bunge hay muchos principios heurísticos, pero
el único invariante es el requisito de verificabilidad. Hay que
tener en cuenta que la posibilidad misma de verificabilidad
implica la creación de nuevas condiciones para el objeto, que
ya no son sus condiciones naturales de existencia. La verificabilidad misma implica una manipulación del objeto (caso
típico sería el del experimento con el aislamiento artificial de
determinadas variables).
TEORÍA Y CIENCIA
¿Cual es la relación entre los conceptos de “ciencia” y “teoría”?
Se puede sostener que el conocimiento científico es un compendio de teorías o afirmar que una ciencia particular “alberga”
diversas teorías más o menos encontradas acerca de un objeto
de estudio. Pero aquí ya estamos de nuevo en el plural. La teoría,
que esencialmente puede ser definida como una relación de
conceptos de un grado de abstracción variable derivados de distintas reglas de “conversión” de lo concreto, puede considerarse
científica o no según si esos procesos de conversión han sido
llevados a cabo de manera acorde con la metodología propia de
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Teoría de la Comunicación Mediática
la ciencia o no. Lo que en la actualidad se conoce como ciencias
naturales o físicas y las llamadas ciencias humanas, que deben
justificar necesariamente la relación, más o menos evidente,
de su aparato conceptual con los hechos, con la empiria (base
de todo proceso de verificación, forma de denominar la prueba científica), no son sino una de las formas de conocimiento
teórico. No estamos sosteniendo con esto que otras formas de
conocimiento teórico queden exoneradas del arduo comercio
con los hechos. Esta exención solo afectaría en todo caso a las
ciencias puras, las matemáticas y la lógica, pero no por ejemplo a la filosofía, que como sostenía Foucault, está ya —y solo
así puede legitimarse— plenamente volcada sobre el mundo
—esto y no otra cosa significaba para la filosofía el “Dios ha
muerto” de Nietzsche—. Por lo tanto la ciencia es, desde otra
perspectiva, una forma de teoría, que en el caso de las ciencias
de la naturaleza o las ciencias humanas, se debe a los hechos de
una manera específica, identificada esta última con un proceder
metodológico encaminado a la verificación.
Escribía Whitehead que “el siglo XVI de nuestra era vio el
desgarramiento de la cristiandad de Occidente y el surgimiento de la ciencia moderna” y califica este último advenimiento
de “el más íntimo cambio de visión que la raza humana haya
experimentado. Desde el nacimiento de un niño en un pesebre,
no hay quizá suceso tan grande que se haya realizado con tan
poco ruido” (Whitehead, 1925: 14-15). Y caracterizaba la mente moderna en los siguientes términos: “el nuevo matiz de la
mente moderna es un interés vehemente y apasionado por la
relación entre los principios generales y los hechos irreducibles
y obstinados … la unión del interés apasionado por los hechos
de detalle con idéntica devoción a la generalización abstracta es
lo nuevo de nuestra sociedad actual … la ciencia moderna nació
en Europa, pero su hogar es todo el mundo … cada vez resulta
más evidente que lo que el Oeste puede ofrecer al Este sin vacilar
es su ciencia y su visión científica” (Whitehead, 1925: 15).
Según Bunge, en referencia a las ciencias fácticas, la ciencia
es “un “mundo artificial” construido por el hombre, fruto de su
Pilar Carrera
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afán de entender el mundo, y que puede caracterizarse como
conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable, y por
consiguiente falible” (Bunge,1960: 9). Racionalidad, enunciados
verificables en la experiencia, directa o indirectamente. La prueba
de verificación empírica es condición sine qua non de cientificidad, incluso de verdad: “por esto es que el conocimiento fáctico
verificable se llama a menudo ciencia empírica” (Bunge, 1960:
14). Bunge enumera los principales atributos del conocimiento y
la investigación científicos: fáctico (y al mismo tiempo trasciende
los hechos), analítico, especializado, claro y preciso, comunicable, verificable, metódico, sistemático, general, legal, explicativo,
predictivo, abierto y útil (Bunge, 1960). Rasgos esenciales del tipo
de conocimiento que alcanzan las ciencias de la naturaleza y de
la sociedad, ambas supuestas ciencias fácticas, —recordemos el
axioma fundacional de la sociología según Durkheim “los hechos
sociales deben ser tratados como cosas” (Durkheim,1895: 37)—
serían la racionalidad y la objetividad. El conocimiento racional se
define en un principio como el opuesto al conocimiento “común”,
por cuanto excluye la apreciación subjetiva del objeto o la apreciación basada en prejuicios, para intentar abordarlo de manera
desapasionada y de acuerdo con categorías susceptibles de una
apropiación general —que permitan asegurar la reproductibilidad
del conocimiento—, en tanto objeto y no en tanto “objeto para un
sujeto”. Los conceptos, juicios y raciocinios propios del conocimiento racional, permiten ser combinados de acuerdo con ciertas
reglas lógicas, para generar nuevos conocimientos o ideas, que a
su vez se organizan en sistemas de ideas o teorías. La objetividad
propia del conocimiento científico está asociada a la pretensión
universal del juicio racional, “que concuerda aproximadamente
con su objeto; vale decir, que busca alcanzar la verdad fáctica”
(Bunge, 1960: 16), que verifica la adaptación de hechos e ideas,
recurriendo a lo que Bunge denomina “un comercio peculiar con
los hechos (observación y experimento)” intercambio que es controlable y hasta cierto punto reproducible.
Greimas definía la investigación científica como una forma
de actividad cognoscitiva que se caracterizaría por lo que él
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Teoría de la Comunicación Mediática
denominaba “cierto número de precauciones deónticas” o “condiciones de cientificidad” adoptadas por el sujeto cognoscente.
La actitud científica busca el saber y renuncia a él en favor de
lo que Greimas denomina “Destinador social”. La especificidad
del discurso científico radica en “una forma especial de transmisibilidad, que garantice la transparencia del sujeto científico gracias al uso de un metalenguaje de términos definidos y
unívocos.” (Greimas-Courtés, 1979: 53). Como sostenía S. Mill
“el lenguaje es algo así como la atmósfera de la investigación
filosófica y debe hacerse transparente”1.
Bunge establece una primera distinción entre ciencias formales (lógica y matemáticas) y ciencias fácticas. Las primeras
demuestran o prueban, las segundas verifican hipótesis. Las
ciencias fácticas comprenden a las ciencias de la naturaleza y a
las ciencias humanas, las primeras se ocupan de hechos físicos,
las segundas de “hechos sociales”. Es evidente que la palabra
“hecho” comprende según se aplique a uno u otro tipo de ciencias, distintas determinaciones. Pero tanto los “quanta” como
las “clases sociales” son abstracciones, conceptos teóricos que
no se dan en estado puro en la experiencia, aunque su razón sea
dar cuenta de lo concreto. Bunge establece la diferencia entre
demostración y verificación: “La demostración es completa y
final; la verificación es incompleta y por ello temporaria. La
naturaleza misma del método científico impide la confirmación
final de las hipótesis fácticas” (Bunge, 1960: 14). La corriente
central de la investigación científica consistiría en la búsqueda,
explicación y aplicación de las leyes científicas, es decir, en el
establecimiento de relaciones de causalidad.
La mayoría de las categorías de las ciencias fácticas como
ya ha sido precisado no son categorías experienciales. Nadie
“experimenta” un “campo magnético”, un “sistema social” o
un “cuanta”, o una “función”. La ciencia trabaja con conceptos,
abstracciones, cuyo vínculo con la experiencia es complejo pero
1
S. Mill, La naturaleza, Madrid, Alianza, 1998, pág. 34.
Pilar Carrera
31
necesario. Por otra parte, el concepto mismo de verificabilidad
está en íntima dependencia con la imposición de una metodología sobre la multiplicidad factual. El método se presenta como
el nexo, el puente, el camino que une dos regiones; la de los
“conceptos teóricos”, “los inobservables distinguidos” de los que
hablaba Bunge, y la de los “conceptos empíricos” que representan
el acercamiento máximo a los hechos: “el método que estaría en el
origen de las hipótesis se confunde con el proceso de legitimación
—verificación— de las mismas” (Bunge, 1960: 47).
Bunge define el método científico como “el conjunto de procedimientos por los cuales a) se plantean los problemas científicos b)
se ponen a prueba las hipótesis científicas” (Bunge, 1960: 50-51).
El método científico se refiere a la comprobación de hipótesis, a su
legitimación o bien, como en el caso de Descartes o de los positivitas
lógicos, la enunciación misma de las hipótesis es dependiente del
primado metodológico. Es decir, sirve para comprobar la adecuación a los hechos de los enunciados teóricos, para verificarlos, o
bien para producir enunciados teóricos. Esa ambigüedad recorre
la teoría de la ciencia. El problema es que en la observación misma
de los singulares ya entra un componente teórico. Sin embargo la
paradoja no queda resuelta con un “against method” (Feyerabend,
1975) que borre las fronteras entre la ciencia y el arte y vea en un
principio incondicionado de “creación” el origen de toda teoría.La
creación misma nunca es incondicionada. La cuestión del método
va más allá de la del conjunto de reglas monolíticas que coartarían
el avance científico por la imposición de un fárrago procedimental,
tal y como la formula Feyerabend.
La importancia capital dada al procedimiento, es decir, al
método, es un rasgo estructural de la ciencia moderna, tal como sostenía Bacon en El avance del saber: “Sería insensato y
contradictorio en si mismo, pensar que es posible hacer lo que
hasta ahora nunca se ha hecho por procedimientos que no sean
totalmente nuevos”2.
2
F. Bacon, El avance del saber, Madrid, Alianza, 1988, pág. 16
32
Teoría de la Comunicación Mediática
Greimas definía el método como “una serie programada de
operaciones encaminadas a obtener un resultado conforme a
las exigencias de la teoría” (Greimas-Courtés, 1979: 260).
En la definición que Ferrater Mora da del método, hace hincapié en la idea del método como camino a seguir para alcanzar
un determinado fin propuesto de antemano (el subrayado es
nuestro); es decir, ese fin que es un fin teórico estaría más allá,
antes de los dominios del método. La relación entre teoría y
método es compleja. Ferrater Mora considera el método como
un proceder no privativo de la ciencia, así la felicidad podría
ser un fin entre otros del proceder metódico: “el método se
contrapone a la suerte y al azar, pues el método es ante todo un
orden manifestado en un conjunto de reglas” (Ferrater Mora,
1994: 2400).
El debate en torno a la “traducibilidad” interteórica y al concepto de “progreso” en ciencia, entre K. Popper y T. S. Kuhn,
estaba asentado precisamente en qué debe entenderse por “hechos”. Para Popper, el científico, sea teórico o experimental,
propone enunciados y los contrasta paso a paso. En particular,
en el campo de las ciencias empíricas, construye hipótesis, o
sistemas de teorías, y los contrasta con la experiencia mediante
observaciones y experimentos. Mientras, Kuhn cuestionaba
los hechos como tribunal de la teoría y criticaba el inductivismo, situando el origen del conocimiento teórico en “creaciones
imaginativas inventadas de una sola pieza para aplicarlas a la
naturaleza … No hay reglas para inducir teorías correctas a
partir de hechos” (Kuhn,1970: 93).
Conceptos como el de “prueba”, “demostración” o “verificación” ocultan bajo su simplicidad aparente un magma de controversia que se ha extendido por los terrenos de la ciencia a lo largo
del siglo XX. La tabla de salvación lanzada por el falsacionismo
popperiano a los conceptos de “progreso” —aplicado a la ciencia
y a la sucesión de teorías— y primado empírico, encontraría en
los conceptos de “inconmensurabilidad” y “revolución” en torno
a los que Kuhn articulaba su teoría de la ciencia, su caballo de
batalla. Como Lakatos especificaba respecto al conocimiento
Pilar Carrera
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científico, “durante siglos, por conocimiento se entendió conocimiento demostrado; demostrado o bien por el poder del
intelecto o bien por la evidencia de los sentidos … actualmente
son muy pocos los filósofos o los científicos que todavía piensan
que el conocimiento científico es o puede ser, conocimiento
demostrado … no se puede trasvasar simplemente el ideal de
verdad demostrada —como hacen algunos empiristas— al ideal
de “verdad probable” o —como hacen algunos sociólogos del
conocimiento— a la “verdad por consenso (consenso que es
cambiante) … los enunciados no pueden derivarse a partir de
hechos” (Lakatos, 1970: 204). Como escribía Althusser: “Juzgar,
en historia, es comparar la verdad de una época en función de
las condiciones de esta época. Este nuevo criterio permite evitar
dos escollos:
– una ilusión retrospectiva de la historia;
– el puro relativismo histórico: la historia sin criterio de
juicio.
Esta teoría del juicio histórico contiene una concepción dialéctica del error: éste sólo es tal si es tomado por la verdad. Pues
el error no es sino retrospectiva, no es más que una verdad superada: esto permite comprenderlo como verdad y como error.
“Sin contradecirlos podemos decir lo contrario de lo que ellos
decían”, dice Pascal de los antiguos” (Althusser, 1955-1956:
33-34)
“ACTO FILOSÓFICO” Y CIENCIA
Conviene hacer un breve inciso, para pasar a ocuparse de las
tortuosas relaciones entre ciencia y filosofía que están, en buena
medida, con la inevitable dosis de vulgarización conceptual,
presentes en la división “teoría crítica vs. investigación administrativa” o “Europa vs. América” en el terreno de las teorías
sobre los medios de comunicación de masas.
El punto de partida, en el que se asentaría la crítica positivista
del Círculo de Viena contra la filosofía, era el desprecio hacia
34
Teoría de la Comunicación Mediática
los hechos de la actitud metafísica y su compromiso con el más
allá de los hechos. Sin embargo, existían notorias excepciones
filosóficas a esta actitud de desprecio por lo sensible: Nietzsche
se ocupaba de lo “humano demasiado humano” y Schopenhauer
reivindicaba la experiencia como fundamento de la filosofía:
“La filosofía es esencialmente sabiduría del mundo, su problema es el mundo: solo con él tiene que ver, y deja a los dioses
en paz, esperando a cambio que también ellos le dejen en paz
a ella”3. El ataque a la metafísica desde el positivismo lógico,
bien ilustrado por el título del ensayo de Carnap “La superación
de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje”, se
consideraba implícito en la definición misma de positivismo
tal y como la daba Schlick que resumía “el legítimo, inatacable
elemento nuclear de la teoría positivista” en el principio de que
“el sentido de toda proposición se halla totalmente contenido
en su verificación mediante lo dado … el empirista no le dice
al metafísico ‘lo que tu afirmas es falso’ sino ‘lo que tu afirmas
no dice nada en absoluto’” (Schlick, 1959: 113). La tarea de la
filosofía para Russell sería el análisis y la síntesis lógicos, la
relación de las diferentes ciencias y los posibles conflictos entre
ellas, sugerir hipótesis y no certezas inmutables. La parte fundamental consistiría “en la crítica y clarificación de nociones
tradicionalmente aceptadas de modo acrítico, como “mente”,
“materia”, “conciencia”, “causalidad”. Russell defiende la superación de metafísica, asignándole a la filosofía un trabajo de
“análisis lógico, seguido de la síntesis lógica”. La filosofía se
interesaría por “las relaciones de las diferentes ciencias y los
posibles conflictos entre ellas” (Russell, 1959: 53).
Junto a la epopeya lógica de un Carnap y su crítica al universalismo metafísico y al flatus voci en el que se perpetuaban ciertos
conceptos metafísicos ahora declarados no significantes, mera
humareda; Foucault aludía a una lógica relacional entre filosofía
y ciencia de consecuencias bien distintas, aún tomando como
3
A. Shopenhauer, El mundo como voluntad y representación, Vol.
II, Madrid, Trotta, 2004, pág. 226
Pilar Carrera
35
punto de partida el cambio radical de la situación de la filosofía
desde hacía un siglo, al haberse “aligerado” de toda una serie
de cuestiones de las que habían pasado a ocuparse las ciencias
humanas, y habiendo perdido el monopolio del conocimiento
con el desarrollo de la ciencia. La “adaptación” de la filosofía se
habría consumado según Foucault en los siguiente términos: “la
filosofía ha dejado de ser una especulación autónoma sobre el
mundo, el conocimiento o el ser humano. Se ha convertido en
una forma de actividad comprometida en un cierto número de
dominios … Si es verdad que las ciencias humanas han descendido a la calle e impregnan cierto número de nuestras acciones,
han encontrado en esta misma calle, instalada mucho antes que
ellas, a la filosofía” (Foucault, 2000: 680). El lugar de la filosofía
no sería, como sostenían los positivistas, el análisis lógico de
los enunciados científicos y la consiguiente supeditación de la
filosofía para mayor gloria de la ciencia. Lo que Foucault denomina “acto filosófico” indica ese lugar relacional o estructural
entre ciencia y filosofía, alejado del reduccionismo positivista:
la superación de la crisis de las matemáticas a comienzos del
siglo XX, la fundación de la lingüística o el psicoanálisis, que
estarían en la base del avance científico, tendrían en sus orígenes
los respectivos “actos filosóficos” fundacionales.
TECNOCIENCIA
Al lado de esa primera dualidad estructural y estructurante
entre ciencia y filosofía, puede ser establecida otra relación
binaria así mismo relevante, la que se establece entre “ciencia”
y “tecnología”, que habrá de dar cuenta de la progresiva interpenetración entre ambas y del papel cada vez más destacado de la
tecnología, como uno de los pilares de la ciencia, en el proceso
de verificación. Proceso que cada vez requerirá de técnicas más
y más sofisticadas para poder aportar su valor legitimante y
constitutivo al conocimiento científico. El desarrollo tecnológico, en estricta dependencia con el desarrollo económico, se
integra, a modo de cuña, como condición de posibilidad de la
36
Teoría de la Comunicación Mediática
propia ciencia, que requiere de él para legitimarse a través de la
prueba. Esa cada vez más estrecha dependencia entre ciencia y
tecnología, está en la base de la metonimia socialmente consolidada por la que la parte más visible de la ciencia, la tecnología,
asume la representación del todo, de la ciencia en su totalidad
y de su estado de evolución.
Los medios de comunicación de masas son por su parte
frutos de la técnica, son artefactos técnicos, por tanto resulta
relevante esta puntualización, puesto que la naturaleza de la
comunicación de masas estriba en ser un modo de comunicación técnicamente mediado. Ya Benjamin puntualizaba el papel
esencial de la técnica en su ensayo “La obra de arte en la época
de su reproductibilidad técnica”. Por otra parte la influencia
de la ciencia en lo social se produce a través de la tecnología,
es esta la que da visibilidad o representa socialmente el avance
científico.
Whitehead sostenía que lo genuino y nuevo del siglo XIX era
su técnica: “El invento más grande del siglo XIX fue el invento
del método del invento”. La profecía de Francis Bacon se había
cumplido: el hombre servidor y ministro de la naturaleza: “Un
factor del nuevo método fue precisamente el descubrimiento
de como podía lanzarse un puente que salvara el precipicio
entre las ideas científicas y el producto definitivo” (Whitehead,
1925: 121).
La llamada “revolución industrial” arranca precisamente
de ahí, de la realización de las posibilidades de la técnica, y
del consiguiente desarrollo del profesionalismo. Los grandes
inventos técnicos del XIX evidenciaban que el puente entre lo
abstracto y lo concreto había sido por fin tendido, al tiempo que
instauraban una forma de legitimación tecnológica —sobre todo
desde el punto de vista social— de la actividad científica.
Generar enunciados científicos con valor de verdad cuesta
dinero. Esto no es desconocido en el análisis de la comunicación de masas. El alto poder legitimador de la investigación
empírica especialmente desarrollada en los USA implicaba necesariamente una investigación administrativa, financiada por
Pilar Carrera
37
fundaciones y empresas o por el gobierno, y la posibilidad de
recurrir a técnicas de medición y de análisis lo más sofisticadas
posibles, con el consiguiente incremento del valor veredictorio
de la teoría. La “cientificidad” de la teoría se convertirá en la
piedra de toque.
HUMANO ¿DEMASIADO HUMANO?
Popper fue un crítico pertinaz de lo que el consideraba una
pretensión espuria de cientificidad por parte de las, a su entender, mal llamadas “ciencias humanas”, y de la pretensión por
parte de la sociología de erigirse en metateoría respecto de las
ciencias naturales: “Para mí la idea de volverse hacia la sociología y la psicología … con objeto de aclarar los objetivos de la
ciencia y su posible progreso, es sorprendente y decepcionante.
De hecho, la sociología y la psicología, si se las compara con
la física están asaetadas por modas y por dogmas no sujetos a
control. La indicación de que en ellas podemos encontrar algo
que sea “descripción pura y objetiva” es claramente errónea.
Además, ¿cómo es posible que retroceder hasta estas ciencias
frecuentemente espurias pueda ayudarnos en esta dificultad
particular? ¿No es a la ciencia sociológica (o psicológica o histórica) a la que se quiere recurrir para decidir cuál es la respuesta
a la pregunta “Qué es la ciencia?” Porque está claro que no es
a los ribetes de locura sociológica (o psicológica o histórica) a
quienes se quiere apelar. ¿Y a quién se ha de consultar: al sociólogo (o psicólogo o historiador) “normal” o al “extraordinario”?
… la Lógica del Descubrimiento tiene poco que aprender de la
Psicología de la Investigación, ésta tiene mucho que aprender
de aquélla” (Popper, 1970: 157).
Respecto a nuestro objeto de estudio, considerado como objeto de conocimiento científico, es evidente que los fenómenos
comunicativos corresponden en gran parte al ámbito de las
ciencias humanas o sociales. Por lo tanto a ellas, con todas sus
limitaciones y logros en el campo de la “cientificidad” corresponde tratar el objeto. Las “reglas del método sociológico” según
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Teoría de la Comunicación Mediática
Durkheim, expresaban bien esa voluntad de transponer a las
ciencias humanas las disposiciones mentales y procedimentales
que regían en las ciencias naturales: el famoso y programático
“considerar a los hechos sociales como cosas”, como un objeto
del mundo físico: la “ciencia de las realidades” opuesta al “análisis ideológico”. Orientar la acción hacia los hechos, definir
claramente el objeto de manera tal que permita el control por
otros observadores y la equiparación de descubrimientos. Esta
construcción de conceptos y terminología bien delimitados en
oposición a la noción común se considera básico para la construcción de una ciencia.
Durkheim rechazaba el psicologismo y el caso excepcional
en el estudio de lo social; el tipo medio se constituye en objeto
de estudio por excelencia. Enunciaba los siguientes principios
fundamentales para garantizar la pretensión de cientificidad
de ciencias sociales:
– Los sentimientos lejos de ser fundamento de la organización colectiva serían su resultado (Spinoza: “El alma es
un autómata espiritual”)
– La coerción es el rasgo característico de todo hecho social —pero coerción sin confabulación, sin intención, sin
voluntad—: La reflexión no puede hacer otra cosa que
revelar las razones de la subordinación.
– El razonamiento experimental es aplicable a la sociología.
– Independencia del método respecto de toda filosofía.
– Objetividad: No se trata de buscar explicaciones totales,
leyes supremas ni teorías generales sobre lo social.
(Durkheim, 1895)
La legitimidad científica de la apropiación por parte de las
ciencias sociales de la metodología y principios estructurantes
propios de las ciencias naturales o físicas y de la matemática,
no ha dejado de ser objeto de polémica. Desde la firme identidad postulada por Durkheim a principios de siglo hasta la
radical diversidad defendida por Popper, que, como hemos
Pilar Carrera
39
dicho, consideraba espuria la pretendida cientificidad de ciencias sociales, quizá sea interesante traer a colación la defensa
crítica de Bourdieu de la cientificidad de las ciencias humanas:
“Hay sistemas coherentes de hipótesis, conceptos y métodos
de verificación, todo lo que se relaciona ordinariamente con
la idea de ciencia … Una de las formas de desembarazarse de
las verdades molestas es decir que no son científicas, lo que
equivale a decir que son “políticas”, es decir suscitadas por el
“interés”, la “pasión” y por lo tanto relativas y relativizables …
Si el sociólogo logra producir siquiera un poco de verdad, no
es porque tenga interés en producir esta verdad, sino porque le
interesa. Y esto es muy exactamente lo contrario del discurso
un tanto beatífico sobre la “neutralidad” … En resumen, no
hay una Inmaculada Concepción. Y pocas verdades científicas
habría si se tuviese que condenar tal o cual descubrimiento
con el pretexto de que las intenciones o los métodos de sus
descubridores no eran muy puros … en física es difícil triunfar
sobre un adversario recurriendo al principio de autoridad o,
como todavía sucede en sociología, denunciando el contenido
político de una teoría. Las armas de la crítica tienen que ser
científicas para ser eficaces. En cambio, en sociología, toda
propuesta que contradiga las ideas establecidas está expuesta
a la sospecha de toma de partido ideológica, de toma de partido
política … Y cada descubrimiento de la ciencia desencadena
un inmenso trabajo de crítica” retrógrado que tiene a su favor
todo el orden social (los presupuestos, las plazas, los honores, y
por tanto la credibilidad) y que tiende a volver a ocultar lo que
se ha descubierto” (Bourdieu, 1980: 62-64).
Este énfasis puesto sobre el carácter “cualitativo”, “distorsionado” de los acontecimientos sociales, resulta a veces demasiado
enfático, como bien sostenía Bourdieu, sobre todo cuando lo
cualitativo se convierte en sinónimo del irreductible individuo:
“Todos los prestigios de la individualidad, dónde la crítica, hasta
estos últimos tiempos, había arropado su inconsistencia”4. Igual
4
M. Foucault, De lenguaje y literatura, Barcelona, Paidós, 1996.
40
Teoría de la Comunicación Mediática
de sospechosa resulta la devoción “cualitativista” actual (el new
look de los “nuevos medios”) metamorfosis del mismo espíritu
reaccionario que décadas atrás sostenía que solo la mensurabilidad separaba las “verdaderas” teorías sobre los media de las
engañosas totalidades metafísicas.
Popper hacía residir las (espurias) pretensiones de proximidad de la sociología con las ciencias de la naturaleza en la
explicación y predicción de acontecimientos, y desde el concepto de “ley” deslegitimaba las pretensiones de cientificidad de
las ciencias sociales. Obviaba un punto importante y privativo
de las ciencias humanas, que tienen que entendérselas con el
pasado, con la historia, con el poder, antes que con el futuro,
que tienen un carácter prospectivo o arqueológico antes que
predictivo. La inevitable historicidad de los “hechos sociales”,
no conduce a una refutación general. En ese sentido también
las ciencias de la naturaleza son en alguna medida ciencias
históricas.
En otras ocasiones se entiende que lo cualitativo es lo que
está sujeto a interpretación, es decir, lo que ya no es “hecho”
sino “texto”. Estamos en el terreno de la hermenéutica como
método de aprehensión textual: “Es precisamente una pregunta
hermenéutica básica como puede ser superada la distancia entre el sentido de un discurso fijado por el que escribe y el lector
que lo entiende. Para los tiempos modernos esto es, como digo,
muy en especial, el problema de la hermenéutica … romper de
alguna manera la circularidad de la disociación entre escritura y lectura … como puede ser superada la distancia entre el
sentido de un discurso fijado por el que escribe y el lector que
lo entiende” (Gadamer, 1983: 133-135). Cómo abordar metódicamente el objeto texto. La hermenéutica dará una respuesta
basada en la historicidad del lector, la semiótica plantea sin
embargo que no hay necesidad de salir del texto hacia ninguna
instancia personal y que esa distancia ni puede ser superada
ni es teóricamente pertinente tal pretensión de superación y la
subsiguiente pretendida consecución de algún tipo de “identidad referencial”.
Pilar Carrera
41
La cuestión de la interpretación o de la descodificación “no
aberrantes” de un mensaje, que cobra su importancia al considerar la interpretación no solo como una actividad contemplativa sino como la antesala de la praxis, nos trae a la memoria
el proceso interpretativo que ya Quinto Curcio Rufo ponía de
manifiesto en su Historia de Alejandro Magno: “Ante esto, los
adivinos, con sus interpretaciones contradictorias del sueño,
no hacían más que acosar la angustia del rey: unos decían que
el sueño le era favorable desde el momento que había ardido el
campamento enemigo y que Darío había visto cómo Alejandro,
dejadas a un lado sus vestiduras reales, había sido llevado a su
presencia en indumentaria persa corriente; otros pensaban lo
contrario: predecían, en efecto, que la visión del resplandor del
campamento macedonio profetizaba el fulgor de Alejandro;
en cuanto a que se apoderaría del reino de Asia no había la
menor duda ya que, cuando Darío fue proclamado rey, llevaba
esa misma ropa5”. La decisión que debía tomar Alejandro en
base a estas interpretaciones contrapuestas era si atacar o no.
Pero supongamos que la decisión estaba tomada, entonces la
interpretación conocida por todos podía determinar la marcha
de los hechos en el sentido de la propia interpretación (profecía
en este caso) o en otro caso, cuando hace referencia a un error
de interpretación de consecuencias dramáticas, basado en la
interposición de dos conjeturas o futuribles y en el retraimiento
de la acción: “Sísenes, como es natural cuando se es inocente,
intentó muchas veces entregar la carta a Alejandro, pero, viendo
al rey acosado con tantas preocupaciones y por los preparativos
de la guerra, se mostraba siempre a la espera de una ocasión
más propicia, con lo que dio pábulo a la sospecha de que andaba tramando el asesinato. En efecto, la carta antes de llegar
a sus manos, había llegado a las de Alejandro, quien, después
de leerla y de sellarla con el sello de un anillo que nadie conocía, había dado orden de entregársela a Sísenes a fin de poner
5
Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno, Madrid, Gredos, 1986, págs. 84-85.
42
Teoría de la Comunicación Mediática
a prueba su lealtad. Comoquiera que iban pasando los días y
este no comparecía ante el rey dio la impresión de que había
hecho desaparecer la carta con intención criminal y, durante la
marcha, fue asesinado por unos cretenses, sin duda por orden
de Alejandro”6.
El “problema” de “lo cualitativo” ha sido sin duda uno de los
caballos de batalla en el debate acerca de la cientificidad de las
ciencias sociales, donde el valor, la connotación, forman parte
del objeto de estudio a partes iguales con su condición objetiva
y denotada. Al contrario de lo que ocurre con la naturaleza, lo
normativo forma aquí parte del objeto de estudio.
Por otra parte encontramos la postura del rechazo moral
de la cientificidad de las ciencias sociales por querer reducir
éstas a puro número lo irreductible humano. Ya Durkheim a
principios de siglo, relativizaba el valor de estos argumentos
casi teológicos, reconvertidos actualmente a “humanistas”: “El
primero de esos obstáculos era el dualismo religioso o metafísico, que hacía de la humanidad un mundo aparte, sustraído,
no se sabe en virtud de qué oscuro privilegio, al determinismo
cuya existencia constatan las ciencias sociales en el resto del
universo. Para que pudiera fundarse la nueva ciencia era preciso, pues, extender la idea de las leyes naturales a los fenómenos
humanos … No bastaba con haber establecido que los hechos
sociales están sometidos a leyes; había que añadir que tienen
leyes específicas que les son propias y que son comparables a
las leyes físicas o biológicas, pero sin que se las pueda reducir
directamente a estas últimas” (Durkheim, 1895: 246-247).
Gadamer planteaba la siguiente pregunta:”¿Qué lugar ocupan
las humanidades, las ciencias del espíritu, en el cosmos de las
ciencias?” Y desde una perspectiva hermenéutica rechazaba la
cientificidad de las ciencias humanas. En ese debate acerca de
la legitimidad de las ciencias humanas, Gadamer, remontándose
a Grecia explicaba como la ciencia estaba representada para
6
Quinto Curcio Rufo, Op. cit., págs. 102-103.
Pilar Carrera
43
los griegos esencialmente por la matemática, considerada “la
auténtica y única ciencia de la razón”, que trata de lo inmutable “y solamente donde hay algo inmutable puede saberse algo
sin ver en ello cada vez algo nuevo”. La ciencia moderna según
Gadamer habría tenido que atenerse a este mismo principio de
inmutabilidad para entenderse como ciencia; parece obvio que
bajo este modelo “las cosas humanas tienen escasa participación
en la cientificidad” (Gadamer, 1983: 59).
La “cientificidad” de las ciencias del hombre quedaría establecida entonces esencialmente a un segundo nivel, el de la
aprehensión metódica de los hechos, y no ya el de la universalidad del objeto. La ciencia se confundiría entonces con el
método, sin necesidad de presuponer la inmutabilidad de un
orden extraprocedimental —orden que quedaría ejemplificado
por ejemplo por el supuesto “Dios no juega a los dados”, base
de las teorías físicas mecanicistas—: “La confianza de Europa
en la escrutabilidad de la naturaleza estaba justificada lógicamente hasta en su propia teología” (Whitehead, 1925: 33).
Orden inmutable y prefijado de una vez y para siempre que
cada vez más, empezando por las ciencias físicas, fue puesto
en entredicho, dando lugar a algo que podemos denominar una
sustitución del álgebra por la danza o el juego, en palabras de
Bourdieu. De la estricta relación de causalidad se ha pasado a
considerar la “estrategia”.
Las ciencias humanas, y por lo tanto la comunicación, a
diferencia de las naturales, que se ocupan de los hechos del
mundo físico no humano, es decir, de la naturaleza, deben incluir
precisamente el hecho de que a diferencia de los fenómenos
puramente físicos las interacciones humanas están mediadas
por el lenguaje, esto es, incluyen un componente comunicativo
que introduce un factor de indeterminación en los fenómenos
sociales, de manera que conceptos como el de “ley” propio de las
ciencias naturales han de ser relativizados, desde el momento
en que el sujeto y el objeto de estudio confluyen y el concepto
mismo de ley puede resultar en ocasiones más semejante de lo
que sería deseable al de profecía que se autocumple, al legitimar
44
Teoría de la Comunicación Mediática
científicamente decisiones políticas. En otras ocasiones se cumple, especialmente en el caso de las ciencias humanas, aquella
paradoja enunciada por Valente, la de la teoría devorada por su
propio método. Pero estas limitaciones no invalidan en absoluto
la práctica científica en el terreno de lo social. Habiendo realizado estas matizaciones, o restricciones al concepto, es evidente
que la búsqueda de regularidades en los fenómenos sociales, base de un conocimiento científico, es legítima y necesaria, desde
el momento en que, como sostenía Durkheim a principios del
pasado siglo, cada uno de nosotros no reinventa su pasado, ni
los usos que ha adoptado ni las formas de vida que le han sido
transmitidas, y por lo tanto j’est un autre, principio de posibilidad
de toda ciencia social, que nos lleva a concluir que toda ciencia
social, y también la comunicación como ciencia tiene mucho
más que ver con el pasado que con la futurología.
Un approche científico a la comunicación implica la despersonalización de su objeto y la generalización conceptual, es decir
la progresiva abstracción y universalización de los componentes
del proceso comunicativo. La ciencia consiste precisamente en
el abandono del particularismo, que posibilita la generalización
conceptual. Recordemos que para Durkheim y Saussure, incluso
el sujeto concreto, con todo su carácter único, el individuo, es
solo en parte “inconmensurable”, hay algo en él de general, y eso
es precisamente lo que permite la constitución de las ciencias
humanas. Nadie habla de la idiosincrasia de una rosa. Se supone que lo relevante es la clase, no el ejemplar concreto, no se
plantea la existencia de diferencias con otros especimenes de la
misma clase. Es obvio que este esquema no se aplica en el caso
de los individuos; pero tenemos que suponer una base común
operativa (es decir, no excesivamente general hasta el punto de
que resulte inútil) en los individuos pertenecientes a determinados sistemas sociales y culturales. Finalmente la comunicación
tiene mucho que ver con ese elemento transpersonal, común,
elemento constitutivo de la propia vida subjetiva.
¿Qué significa, entonces, ese “respeto debido a los hechos”
del que viene hablándose como elemento fundacional del co-
Pilar Carrera
45
nocimiento científico en el caso de las ciencias humanas? No se
trata de una defensa del inductivismo a ultranza ni de una visión
positivista ingenua, pero obviamente se sitúa en las antípodas
de una visión demiúrgica del teórico. Más allá del callejón sin
salida del “sueño del lenguaje” o de un kantismo de recetario,
ese debido respeto a los hechos sigue siendo la base del conocimiento científico y manifiesta cierta forma fundamental de
honestidad intelectual. Bourdieu reflejaba bien esta fortaleza
teórica de los hechos en un poderoso y bello prólogo a uno de
los primeros escritos de P. Lazarsfeld sobre el problema del paro
en la Alemania de Weimar: “Pero por una extraña revancha, la
ausencia casi total de construcción consciente y coherente que
aboca al investigador a la huida compensatoria en un esfuerzo
frenético de recolección exhaustiva y sin duda responsable de lo
que constituye el valor más precioso de esta obra: la experiencia
del paro se manifiesta en él en estado bruto, en su verdad casi
metafísica de experiencia del desamparo … ese terrible reposo
que es el de la muerte social …. es que el trabajo es …uno de los
fundamentos mayores de la illusio como compromiso en el juego
de la vida, en el presente, como presencia en el juego, entonces en
el presente y en el futuro, como entrega primordial que —todas
las sabidurías siempre lo han enseñado identificando el sustraerse
al tiempo con el desarraigo del mundo— hace el tiempo, que es el
tiempo mismo … Profesionales de la interpretación comisionados sociales para dar sentido, razón, poner orden, los sociólogos,
sobre todo cuando son los adeptos conscientes o inconscientes
de una filosofía apocalíptica de la historia, atenta a las rupturas
y a las transformaciones decisivas, no son los mejor situados
para comprender este desorden por nada, sino por el placer, esas
acciones hechas para que ocurra algo, para hacer algo mejor que
nada cuando no hay nada que hacer, para reafirmar de manera
dramática —y ritual— que se puede hacer algo …. Quizás existe,
diga Marx lo que diga, una filosofía de la miseria que está más
cerca de la desolación de los ancianos vagabundos y paródicos
de Beckett que del optimismo voluntarista tradicional asociado
al pensamiento progresista” (Bourdieu, 1981:13).
46
Teoría de la Comunicación Mediática
Bourdieu planteaba la cuestión del particular estatuto de las
ciencias humanas, cuyo objeto de conocimiento, a diferencia
de lo que ocurre con las matemáticas o con la física, está traspasado por relaciones de poder que no pueden ser depuradas y
que influyen en la propia actividad científica. El en apariencia
“apacible” objeto de la física se convierte en el caso de las ciencias sociales en un objeto escurridizo y difícil de asir.
Las teorías de la comunicación, a lo largo de su historia, han
tenido que lidiar con la dificultad de teorizar el poder desde el
momento en que se abandona la limitada perspectiva personalista,
el príncipe maquiavélico, insuficiente ya para dar cuenta de las
formas en que se articula el poder en las sociedades actuales, y se
intenta abordar la pregnancia del poder social, que se extiende
como una red. Nos encontramos también, sobre todo en las teorías
que postulan la retirada del espacio físico, material, fronterizo
—categoría sine qua non para conceptualizar el poder— y el advenimiento del ciberespacio como una “omnipresente tendencia a
expurgar la noción misma de poder” en palabras de A. Mattelart,
tendencia que florece en lo civil y en lo personal, que parecen ser
los grandes lugares de la “sociedad de la información”, concepto
político que, en línea con los tiempos, ha sido “privatizado” por
la fuerza (económica y política). El énfasis en el poder, brillando
en el horizonte de la comunicación, cuestión capital, claramente
infravalorada por las teorías conflagracionistas que lo analizaban
desde la metáfora del Big Brother y desde conceptos como el de
“maldad” individual, al margen de toda perspectiva interaccional
y estructural, ha ido disminuyendo progresivamente en favor de
una vuelta a “las maravillas del hogar”.
En el caso de las ciencias humanas la teoría está obligada a
contar y a dar por descontado el carácter histórico de la materia
que es su objeto. Ya no solo la historicidad del marco teórico,
que también debe ser considerada en el caso de las ciencias
naturales, sino la historicidad del objeto. Y por supuesto las
ciencias humanas tienen que vérselas con ese fenómeno estructurante y capital: el poder. Fenómeno estructurante que está
presente incluso de manera isomórfica en la esquematización
Pilar Carrera
47
de los modelos de comunicación, que responde a principios
de jerarquización, en el que la fuente o emisor encarna a esa
instancia de poder, que en ningún momento se ve negada, sino incluso implementada por la incorporación del feed-back o
conocimiento de las reacciones del receptor (lo cual permitiría
precisamente un acrecentamiento del poder de la fuente desde
el momento que conoce lo que “el público desea”). La “gran
cuestión moral del feedback” planteada desde el inicio de la comunicación de masas, ha hecho que Internet con su plétora de
retroalimentación y un supuesto mayor potencial entrópico
(siempre en términos de “contenido individualísimo privadísimo”) en la emisión que el resto de los media, haya redimido de
alguna manera a la comunicación mediática del estigma secular
de la comunicación unidireccional.
Aún existe otro vínculo fundamental entre comunicación y
poder que no permite ser soslayado, el hecho de que el poder en
las sociedades democráticas occidentales está legitimado —cada
vez más— comunicativamente. En este sentido, a diferencia de
otras formas de poder no democráticas basadas en la restricción informativa y en la censura, el poder en las democracias
occidentales se legitima comunicativamente y en nombre de la
“pluralidad de opiniones”. Aunque es obvio que estos principios
solo se demuestran viables en el caso de discrepancias “menores”
que no afectan a las bases mismas del sistema o las ponen en
cuestión, de ahí la problemática de aplicar a lo multicultural el
mismo paradigma comunicativo que sólo puede mantenerse sin
estallar en los límites de un sistema capitalista y democrático. La
entropía —nunca ilimitada— en la fuente (equiprobabilidad en
términos de elección, presupuesto del “libre mercado”), base legitimante del sistema democrático, debe necesariamente situar
como “ruido” aquellas informaciones que de emplazarse en la
fuente, acabarían destruyéndola, puesto que no se basan en el
concepto abstracto de “información”, sino en el de “Mensaje”
concreto (contenido específico que para sobrevivir no puede
entrar en contradicción con otros contenidos), puesto que atacan
precisamente el concepto mismo de fuente entrópica.
48
Teoría de la Comunicación Mediática
La no universalidad del objeto es innegable en el caso de las
ciencias sociales, pero no constituye la negación de su cientificidad. Es evidente que sólo se puede generalizar sobre aquello
que ofrece una base común para generalizar. Los modelos de
comunicación de masas están formulados a partir de la universalización de lo que podemos denominar, con toda la vaguedad
implícita que conlleva, “cultura occidental”, de corte grecolatino, esencialmente modelada por el cristianismo, y siglos
más tarde por la progresiva implantación de las democracias,
la economía de mercado y el desarrollo científico y tecnológico,
que también está en la base del desarrollo de los medios de comunicación. Por ello solo se dejan traducir con gran dificultad
a otros marcos sociopolíticos y a otras tradiciones. Lo normal
es que al ser implantados en marcos radicalmente divergentes,
las modelizaciones y los diversos paradigmas, occidentales y en
buena medida en el caso de la comunicación, norteamericanos,
necesiten ajustes o simplemente una absoluta inversión. Un
modelo no es la captación de un universal, del “Hombre Eterno”, sino del hombre histórico, concreto, perteneciente a una
sociedad —a un entramado comunicativo— concreta.
Los modelos comunicativos clásicos se han gestado siguiendo la evolución de las sociedades occidentales. Por lo tanto
son de alguna manera su espejo, y la imagen que reenvía ese
espejo cuando otras tradiciones se miran en el, necesariamente
ha de estar distorsionada. Como objeto de análisis científico,
la “comunicación” puede calificarse como una invención de
Occidente. Obviamente todos los hombres se comunican en
cualquier parte del globo. Pero la comunicación como ciencia no
nace de intercambios lingüísticos entre individuos, ni siquiera
de intercambios masivos puntuales, sino más justamente de la
inserción de la comunicación en la economía de mercado y en
el consumo cotidiano de la misma. Es decir, de la comunicación
como negocio y de su consumo masivo como mercancía. Ello
sin olvidar su relevancia política (recordemos que el auge de los
estudios científicos sobre comunicación es inseparable de las dos
grandes guerras mundiales que asolaron al continente europeo,
Pilar Carrera
49
a las democracias occidentales, capitalistas). El estudio de la comunicación se debe a las democracias capitalistas. Recordemos
que los países en los que el Estado tenía el control de los medios
de comunicación se preocuparon en escasa medida de teorizar
acerca de la comunicación mediática, más allá de sus ventajas o
desventajas para la planificación estatal. Pero el estudio científico de la comunicación solo se produce en aquellos lugares en los
que este estudio puede redundar en interés de alguna instancia
ya no sólo política, sino económica, sumamente interesada en
tener a la opinión pública de su parte y, por lo tanto, sumamente
interesada en conocer cientificamente, esto es, operativamente,
how communication works. De ahí que el florecimiento de los
estudios sobre la comunicación en los USA, productor del mayor
corpus de teorías mediáticas, esté inextricablemente ligado a su
naturaleza administrada. Hecho que en Europa ha ocurrido solo
en mucha menor escala. Podemos decir que la comunicación
fue en sus inicios un invento del capitalismo y la democracia, y
hoy ambos son reinventados por la comunicación. El concepto
mismo de “sociedad de la información” es una huella entre otras
de esta grandiosa sinécdoque, en la que puede parecer que el
todo ha sido devorado por la parte.
LA COMUNICACIÓN COMO CIENCIA Y EL AXIOMA
MULTIDISCIPLINAR
Hemos apuntado a que es característico del objeto “comunicación mediática” atraer la mirada de disciplinas diversas, ser
un objeto en proceso de continua reapropiación disciplinar.
Esa confluencia de miradas —recordemos el origen etimológico de teoría: “ver”— cargadas de su correspondiente marca
disciplinaria, construye necesariamente un objeto polimorfo y
plantea el problema de una compleja síntesis teórica haciendo
especialmente controvertido el concepto de “progreso” aplicado
a la sucesión en unos casos, a la cohabitación en la mayor parte,
de las distintas teorías de la comunicación. Los descubrimientos
de unas disciplinas no necesariamente son traducibles y reapro-
50
Teoría de la Comunicación Mediática
piables por otras, puesto que las conclusiones están en estricta
relación de dependencia con una determinada metodología que
obviamente ha aislado una “región” o parte del objeto a la que
se ha propuesto iluminar, dejando el resto en la sombra. Nunca
se da una identidad total de zonas entre los distintos estudios y
las distintas teorías que permita generar un saber propiamente
acumulativo. Entonces el saber y los conocimientos acumulados
sobre los media son difícilmente comparables o lo son solo en
parte, solo parcialmente convertibles. De ahí que el concepto
de progreso resulte heurísticamente limitado a la hora de dar
cuenta de la sucesión de teorías de la comunicación. No se trata
tanto de que se alcancen resultados contradictorios sobre un en
apariencia idéntico objeto de estudio, sino de que realmente el
objeto de estudio no es el mismo, el concepto no es el mismo,
aunque la palabra empleada sea idéntica. El “efecto” en la teoría
de la aguja hipodérmica no es lo mismo que el “efecto” postulado
en las teorías acerca de la “construcción social de la realidad”.
Un mismo término recubre en este caso al menos dos conceptos
distintos: “Por ahora, los estudiosos de los media poseen un
limitado vocabulario compartido para describir exactamente
lo que están estudiando sobre los medios en general o sobre un
medio en particular. Esta situación … representa un problema
evidente para los estudios mediáticos porque, aparte de otras
diferencias, no tenemos una comprensión común de lo que sea el
asunto fundamental del campo … términos como “estructura”,
“forma” y “latente” se usan de manera tan distinta en diferentes
estudios sobre los media que muchos investigadores se malinterpretan … a menudo no queda claro como los descubrimientos de estos diferentes campos se relacionan unos con otros o
contribuyen a construir un corpus más vasto de conocimiento
acerca de los media” (Meyrowitz, 1993: 55).
Kuhn sostenía la imposibilidad de definir todos los términos
de una teoría en el vocabulario de la otra (inconmensurabilidad). Problema de “traducción” que está en el núcleo mismo
del debate en torno al progreso científico en el ámbito de la comunicación, que inevitablemente requiere ciertas condiciones
Pilar Carrera
51
de transmisibilidad y equiparabilidad conceptuales. Para Kuhn
un cambio de teoría supone un cambio de gestalt. Es decir, lo
que aparece, tras una “revolución científica” bajo un concepto
en apariencia idéntico ya no es lo mismo. Por lo tanto, un desplazamiento conceptual provoca un salto “inconmensurable”.
Esas dos teorías ya no son comparables. Lo que está implícito
tras la postura kuhniana es una concepción “creacionista” del
lenguaje. Este no representa al mundo, sino que, directamente lo
crea. El problema que se puede plantear es ¿cómo se producen
esas discontinuidades? Si el saber “da saltos”, ¿cómo se suicidan
los paradigmas?, o ¿cual es la estructura lingüística en la que se
opera dicho “salto” y que no corresponde con los conceptos de la
teoría revolucionada ni de la revolucionaria? Y además ¿cómo
se puede reconocer lo radicalmente nuevo? Desde la perspectiva
de Kuhn el pasado mismo es una entelequia y la historia no es
sino una procesión de identidades no causadas. La tradición
solo transmite presentes intransitivos. Un total solipsismo, que
ni Descartes se habría atrevido a soñar. Pero que ha tenido gran
éxito en el terreno sociológico y por extensión en el comunicativo
y está en la base de todas las doctrinas sociológicas en torno a
la “construcción social de la realidad”.
La multidisciplinariedad forma parte de la naturaleza de la
comunicación mediática en cuanto disciplina científica. En
este caso puede ser definida como una condición de posibilidad
de una Teoría de la comunicación, y ello debido a la específica
naturaleza del objeto de estudio, naturaleza multifacética y pervasiva. En este sentido la dominante sociológica o de otro signo,
la existencia de cierto imperialismo sectorial en el abordaje del
objeto de estudio “comunicación mediática” y la reclamación
de derechos teóricos sobre el objeto por parte de disciplinas
sectoriales, debe ser considera con cuidado y tenida muy en
cuenta a la hora de transmitir conocimientos sobre la materia,
de manera que una mirada sectorial no aparezca como la mirada, exclusiva o continente del resto de las approches teóricas
como pretenden ciertas formas de pansociologismo sistémico,
sino como una más de las disciplinas que se ocupan del objeto:
52
Teoría de la Comunicación Mediática
“Quienes sostienen que la investigación comunicativa debería
orientarse hacia la teoría social afirman claramente que no hay
necesidad de una teoría de las comunicaciones de masas, sino
de una teoría de la sociedad” (McQuail, 1983: 30). El peligro que
conlleva esta subsunción de lo comunicativo en lo sociológico es
el radical empobrecimiento de la teoría de la comunicación.
Como ya se ha indicado, no se trata simplemente de defender
un enfoque multidisciplinar en nombre de la mayor riqueza
teórica, sino de que, fuera de esa multidisciplinariedad el objeto mismo no existe como objeto teórico y pasa a convertirse en
un campo de investigación más dentro de las disciplinas que
se ocupan de él. Es decir, se desvanece dentro de otros objetos
como “sociedad”, “psique”, “estructura económica”… de cuyo
estudio se ocupan las respectivas disciplinas. La multidisciplinariedad no es cuestión de elección en el enfoque, no es una
elección metodológica, sino que forma parte de la naturaleza
del objeto mismo, viene impuesta por él. Ahí radica su fuerza y
su debilidad, cifrada mayormente esta última en la ineficiencia
para procurar un progreso lineal sobre la base de una definición
universal del objeto y de los conceptos teóricos y prácticos que
sobre él se articulan.
Si dirigimos nuestra mirada al ámbito de la investigación
sobre la comunicación y especialmente al ámbito universitario, correspondería como ya se ha dicho a las Facultades de
Periodismo y Comunicación ser guardián celoso de esa multidisciplinariedad, no permitir que la comunicación mediática
sea considerada patrimonio exclusivo en cuanto objeto de conocimiento de una única disciplina, y mucho menos colonizada
por una teoría cuyos orígenes históricos precisos han caído
momentaneamente en el olvido y que reclama para sí el rango
de “metateoría”, ocultando, intencionadamente o de manera
inconsciente, su condición de una más entre otras.
El conocimiento procurado por las teorías de la comunicación de masas más que ser progresivo o lineal, posee una
naturaleza cíclica, que procede del hecho de que al abarcar
distintos territorios o geografías del objeto, las teorías no se
Pilar Carrera
53
invaliden unas a otras. Por poner un ejemplo, diríamos que más
que ante una carrera de relevos nos encontramos ante una danza en la que las teorías adoptan unas respecto a otras distintas
posiciones relativas, siendo unas veces unas las que marcan
el paso y otras veces las otras, según los requerimientos de las
circunstancias.
La comunicación como ciencia es deudora de un sinfín de
disciplinas: tecnológicas, sociales, lingüísticas, clínicas, psicológicas, bellas artes, artes aplicadas, historia y filosofía de la
ciencia, disciplinas comerciales…
Cuando nos ocupamos de la comunicación como disciplina
científica y como objeto de conocimiento, es necesario prestar
atención a dos aspectos: en primer lugar, a si la connatural
heteronomía de la comunicación como objeto de conocimiento, en el sentido de que su apropiación se lleva a cabo desde
distintas disciplinas, impediría a la comunicación constituirse
en disciplina autónoma más allá de ser un compendio de aportaciones provenientes de distintos campos; en segundo lugar
a la definición misma del objeto “comunicación”, que lejos de
atenerse a los requerimientos de cientificidad peircianos en el
uso de conceptos, deja pasar significados diversos bajo idéntica denominación: “¿Quienes somos, miembros de una disciplina o una confederación dispersa de estudiosos, poseyendo
cada uno ciertas pretensiones sobre la palabra comunicación?”
(Wiemann-Hawkins-Pingree, 1988: 304).
Moles sostenía: “La comunicación constituye ya una ciencia
autónoma con sus reglas propias” (Moles-Zeltmann, 1971: 119).
En cuanto disciplina es una disciplina de disciplinas, esto es,
unifica una pluralidad disciplinaria, con sus correlativos enfoques, en torno a un mismo objeto: la comunicación (mediática).
Respecto a la constitución de la comunicación como campo de
estudio o disciplina científica autónoma, a la cuestión de si una
disciplina puede fundarse sobre ese lugar “vacío” —en el sentido
en que su propia identidad no es sino el cruce de otras identidades disciplinarias y depende precisamente de la inexistencia de
una disciplina “dominante” y del mantenimiento del principio
54
Teoría de la Comunicación Mediática
multidisciplinar en la transmisión por encima de todo— de la
confluencia de disciplinas, la respuesta es que probablemente sí:
el objeto unifica el campo, y el papel de la comunicación como
ciencia es precisamente mantener, salvaguardar esa aproximación multidisciplinar, y no permitir que la comunicación se
convierta en coto privado de una sola disciplina —sociología,
psicología…— que reivindicaría sobre ella sus derechos patrimoniales. La comunicación mediática es en cierto sentido una
Niemansland y la existencia de la comunicación como disciplina
autónoma depende de la capacidad para evitar que esta tierra
de nadie sea colonizada unilateralmente.
Otros autores se mostraban menos convencidos del estatuto
de la comunicación como ciencia: “La Comunicación se ha desarrollado como una disciplina universitaria. Pero, ¿ha producido un cuerpo central, interrelacionado de teorías en la que los
profesionales de dicha disciplina puedan construir y unificar su
pensamiento? ¿Están las piezas de una teoría general de la comunicación fuera de nuestro alcance en la actualidad?” (Schramm, 1983: 17). D. McQuail que sostenía que “resulta del todo
improbable que una “ciencia de la comunicación” llegue a ser
independiente y autosuficiente, dados sus orígenes en numerosas disciplinas y el amplio ámbito de la comunicación” (McQuail,
1983). Dándole el nombre de “Ciencias de la comunicación”,
Berger y Chafee describieron este campo como “la ciencia que
“intenta” comprender la producción, procesos y efectos de los
sistemas de símbolos y signos, desarrollando teorías comprobables que incluyan generalizaciones legítimas, susceptibles
de explicar los fenómenos asociados a la producción, procesos
y efectos” (Berger-Chafee, 1988). El plural usado por Berger y
Chafee, indica esa condición problemática de la “comunicación
como ciencia” desde el momento en que resulta paradójico definir la supuesta unidad de una ciencia que no es sino la suma de
aportaciones de distintas ciencias ya constituidas, entre las que
no existe una integración interdisciplinar: “Uno de los mayores
obstáculos para alcanzar una integración interdisciplinaria en
comunicación es que “comunicación” en las teorías de un área
Pilar Carrera
55
puede ser muy diferente de “comunicación“ en las teorías de
otra” (Wieman-Hawkings-Pingree 1988: 306).
Quedando el concepto comunicación acotado por lo mediático hay que procurar adaptar con todas las consecuencias el
discurso a la naturaleza del objeto. Bien es cierto que si la “comunicación mediática” es solo parte del concepto más amplio
de “comunicación”, no se le puede negar su papel fundacional
en la aplicación de una perspectiva científica a la comunicación.
Definido el nivel de comunicación que nos ocupa que, desde el
punto de vista de la aplicación del paradigma científico a los
procesos de comunicación no se deja definir como un nivel más,
puesto que la constitución de la comunicación como objeto de
ciencia está íntimamente ligada a la emergencia y al desarrollo de una forma concreta de comunicación, la comunicación
mediática o comunicación de masas en la que a diferencia de
otras formas de comunicación los rasgos políticos y económicos
están muy marcados y son sustanciales.
MECÁNICO, SISTÉMICO
Suele conceptualizarse la “evolución” de la teoría de la comunicación mediática o de masas como el paso de lo mecánico a lo
sistémico. Como todas las simplificaciones, el denuesto implacable de “lo mecánico” y “lo atomístico”, comporta sus peligros,
que más adelante esbozaremos: “El modelo de la mecánica con
su brazo extendido en el infinito está basado en ilusiones. La
ciencia conoce hoy en día otro modelo que es más adecuado a
la actual situación de la humanidad, el modelo de la biología,
es decir, de la autorregulación del organismo. Es el principio
del círculo de reglas cuya función ha empezado a explicarnos
la moderna cibernética” (Gadamer, 1983: 87). Ya Whitehead
reivindicaba en 1925 “una línea de argumentación paralela, que
conduciría a un sistema de pensamiento basando la naturaleza
en el concepto de organismo y no en el de materia”.
N. Wiener, el conceptualizador de la cibernética, quién de
alguna manera introdujo su axiomática, constantemente recor-
56
Teoría de la Comunicación Mediática
daba que en el origen estaba la guerra. El desarrollo técnico al
servicio de la guerra, “la gran mecanización que se dio tras la
Segunda Guerra Mundial” (Wiener, 1948: 55), poniendo continuamente de manifiesto el hecho de que detrás de todo gran
avance en el campo de la comunicación estaban el Estado y la
fuerza, detalle muy importante y que progresivamente se iría
diluyendo en el universo sin restricciones de lo “imaginario” o
entre el más claro ejemplo de supuesta “sociedad sin Estado”
como es la llamada “sociedad red”, adjetivada “transnacional”
y “global”. Wiener hacía hincapié en el giro que se dio tras la
Segunda Guerra Mundial, proceso bélico que marcó un punto
de inflexión en el uso de la técnica con fines comunicativos: de
hecho la noción misma de “homeostasis”, que Wiener entendía
bajo mínimos en las sociedades capitalistas deriva precisamente
de una reflexión sobre la guerra. Contra lo que puede parecer
el libro de Wiener, Cybernetics, es en mucha mayor medida un
libro sobre política que un libro sobre técnica, pese a que haya
quedado firmemente asociado a una forma de desarrollo tecnológico, con la popularización de la informática y el código
binario. La cibernética rompe con la concepción mecánica de
progreso ilimitado y hace hincapié en el límite más allá del cual
no hay vida posible. El concepto de homeostasis es mucho más
radical que el de “crecimiento sostenible” que parece indicar
meramente una ralentización de un proceso en si no objetable,
el del continuo —aunque ahora ralentizado, siempre in crescendo— Wiener objeta: todo in crescendo tiene sus límites absolutos,
sobrepasados, el organismo o el sistema se autodestruyen.
Uno de los ejes fundamentales de la cibernética es la concepción de la unidad esencial de “los problemas centrados en la
comunicación, control y mecánica estadística tanto en la máquina como en el tejido humano” (Wiener, 1948: 19). El concepto
de comunicación va más allá de la comunicación consciente o
inconsciente y pasa a los mecanismos fisiológicos. No solo el
espíritu, sino la materia están comunicativamente estructurados. Sea a nivel neuronal, hormonal o celular. Wiener hace de
la fisiología comunicación y solventa el dualismo espíritu vs.
Pilar Carrera
57
materia haciendo del ser humano en su totalidad física y espiritual un único ens comunicante. El concepto de comunicación
se amplia de forma definitiva: “Decidimos llamar “Cibernética”
—gobernalle, control— al campo entero de la teoría del control
y la comunicación, tanto en la máquina como en el animal”
(Wiener, 1948: 19).
El ideal de la mecanización del proceso del pensamiento,
constituye el ideario cibernético, a la manera de un modelo ideal
de funcionamiento del sistema nervioso, en íntima relación con
el paso del ensamblaje mecánico al eléctrico y de la escala de
diez a la escala de dos. Con el fondo de la computadora a imagen y semejanza de un sistema nervioso central ideal, Wiener
confronta dos revoluciones industriales, la primera revolución
industrial, asociada a la mecanización, y la segunda, vinculada
con la computerización. Califica la primera como la devaluación
del brazo humano en competencia con la máquina, y la segunda como la devaluación del cerebro humano al menos en sus
decisiones más rutinarias: “El pensamiento de cada época está
reflejado en su técnica” (Wiener, 1948: 49). En consonancia se
da el paso del concepto de energía al de información como elemento motor, como posibilitador de todo cambio, las nociones
cardinales pasan a ser, tras este desplazamiento, las de mensaje,
ruido, cantidad de información, técnica de codificación…
El código binario, base de la cibernética, será fundamentado
por Wiener biológicamente como una analogía con la actividad
neuronal basada en el todo o nada, en la descarga o la inhibición: “Las probabilidades uno y cero son nociones que incluyen
la completa incertidumbre y la completa imposibilidad, pero
incluyen mucho más que eso” (Wiener, 1948: 55).
Wiener contempla series discretas de tiempo en lugar de
series continuas, metaforizando la diferencia entre la física
newtoniana y la mecánica cuántica. En la primera, la secuencia
de fenómenos físicos estaría completamente determinada por
su pasado. En la mecánica cuántica la totalidad del pasado de
un sistema individual no determina el futuro de ese sistema,
únicamente la distribución de posibles futuros. El uso de la es-
58
Teoría de la Comunicación Mediática
cala de dos o código binario tendría un fundamento biológico,
mientras que para Wiener el uso de la escala decimal era resultado de tener un determinado número de dedos en las manos.
El funcionamiento de las neuronas se conformaría al principio
del todo (1) o nada (0). La cuestión de la memoria tanto en el sistema nervioso como en las máquinas computadoras es definida
como “la habilidad para preservar los resultados de operaciones
pasadas para su uso futuro” (Wiener, 1948: 145).
La cibernética opera con el concepto de feedback informativo
como garantía de la consecución de un estado homeostático
necesario para evitar la autodestrucción del sistema. Por lo
tanto se opone de raíz a una concepción lineal y acumulativa
de la comunicación. En este caso el fin no es la acumulación
sino el equilibrio.
Otra de las corrientes teóricas que se propuso analizar la
comunicación, desde una perspectiva sistémica y opuesta al
atomismo mecanicista, situando en un lugar central no el esquema de causa-efecto sino el relacional, fue el pragmatismo
americano. Desde la corriente pragmática norteamericana se
llevó a cabo la tentativa de establecer una axiomática sobre la
que pudiese levantarse una ciencia de la comunicación humana
(ya no exclusivamente mediática).
Greimas definía así el advenimiento de la perspectiva pragmática: “Se fue perfilando la base conceptual del modelo interaccional o pragmático de la comunicación humana, centrado
ya no en el estudio de las condiciones ideales de comunicación
sino en el estudio de la interacción tal cual se da de hecho entre
los seres humanos” (Greimas-Courtés, 1979: 12).
Los principales promotores de esta iniciativa, asociados a la
Escuela de Palo Alto, fueron Watzlawick, Jackson y Bavelas, que
dedicaban su “manifiesto” Teoría de la comunicación humana a
Gregory Bateson, hombre de gran elegancia teórica y “discurso
salvaje” y al que, como a Flaubert, le preocupaban especialmente
las palabras: “Sociología”, “economía”, “estructura social” y
todas las demás palabras designan sólo maneras que tienen los
científicos de armar el rompecabezas. Estos conceptos teóricos
Pilar Carrera
59
tienen un orden de realidad objetiva. Son realmente descripciones de los procesos de conocer adoptados por el hombre
de ciencia … luego estas palabras no pueden emplearse para
explicar fenómenos ni puede haber categorías de fenómenos
etológicos o económicos. Las personas no pueden estar influidas
por la “economía”7.
En una entrevista con C. Wilder, Watzlawick ponía de manifiesto la concepción sistémica de la comunicación inherente
a la perspectiva pragmática, lo que el llamaba su orientación
cibernética, contrapuesta a una perspectiva monádica: “Una
epistemología que podría ser denominada sistémico-orientada
o cibernética, mientras que la perspectiva clínica ortodoxa es
monádica” (Wilder, 1978: 36). La perspectiva pragmática de
la comunicación que Watzlawick liga a la figura de Bateson al
que nombra como mentor —aunque Bateson, como todos los
outsiders del pensamiento, ni hizo escuela ni dejó discípulos— se
desarrollaría dentro del marco clínico con los estudios sobre la
comunicación esquizofrénica del llamado Palo Alto Group.
El paradigma de la interactional view defendida por dicho
grupo se oponía a la concepción solipsista o intrapsíquica que
identificaban con el freudismo, dónde el individuo era el elemento último de explicación y de análisis. Watzlawick oponía
la “perspectiva ortodoxa”, que tomaba la mente como unidad
última de estudio, y la perspectiva de Bateson, que tomaba en
cuenta lo que ocurría entre las personas y su influencia en la
conducta. El paso del esencialismo freudiano y de la explicación
inmanente, a la heteronomía y a la perspectiva relacional o
sistémica, al “nexo interaccional”: “El comportamiento de una
persona solo puede ser comprendido en términos del comportamiento de los otros significantes o relevantes que le rodean,
de sus relaciones y del contexto en que todo esto tiene lugar”
(Wilder, 1978: 37).
7
G. Bateson, Una unidad sagrada. Pasos ulteriores para una ecología de
la mente, Barcelona, Gedisa, 2006, pág. 89.
60
Teoría de la Comunicación Mediática
La primacía de los sincrónico ya postulada por Saussure
como propia de una epistemología sistémica y la consiguiente
relativización del potencial explicativo del pasado, es retomada
por Watzlawick, que oponía el causalismo diacrónico propio de
la teoría freudiana a la perspectiva interaccional, centrada en
la situación comunicativa contemporánea y concreta: “No es
necesario retrotraerse al pasado y comprender todas las causas”.
Procedimiento cuya necesidad resulta solo de la asunción de
una epistemología basada en la causalidad lineal, una asunción
teórica entre otras. Ante la necesidad de una base teórica alternativa se recurrirá desde la perspectiva pragmática a la teoría
matemática de los tipos lógicos, y a un modelo basado en la
teoría de grupos, especialmente en lo relativo al estudio de los
efectos comportamentales de la paradoja.
La comunicación paradójica constituye uno de los grandes
centros de interés para Watzlawick: la amplificación de la dificultad o el problema, derivada de una búsqueda obsesiva de la
solución/es mediante la articulación de un metadiscurso (por
ejemplo bajo la forma de la racionalización) sobre el problema en cuestión, hace que finalmente problema y solución se
conviertan en una cadena de retroalimentación en la que la
búsqueda de soluciones y la adopción de las consecuentes medidas, paradójicamente, no hace sino agrandar el problema:
“Se aplican soluciones más y más elaboradas que solo tienen
el efecto de convertir la dificultad en un problema y hacer el
problema más y más complejo” (Wilder, 1978: 38). La intención
de Watzlawick es “mostrar que en la naturaleza de la paradoja hay algo que encierra importancia pragmática inmediata”
(Watzlawick-Bavelas, Jackson, 1967: 173). La patología según
Watzlawick se origina en una incapacidad para metacomunicar:
existe la necesidad de un cambio en el sistema familiar, pero
la familia es incapaz de cambiar las reglas porque es incapaz
de comunicar acerca de esas reglas, de las que desconoce la estructura —lo que Ortega llamaba desconocimiento del origen,
en que se cifraba para él la esencia del “hombre masa”—, es
decir, no puede comunicar porque su perspectiva es infrasisté-
Pilar Carrera
61
mica, no puede producir las reglas para cambiar las reglas. La
función del terapeuta sería proporcionar la evidencia de ese
metalenguaje, evidenciar la estructura disfuncional y propiciar
el cambio dentro del sistema.
Watzlawick parte de que existen dos partes o hemisferios claramente diferenciados del cerebro, idea retomada por McLuhan,
o lo que el llama dos cerebros, el primero, el hemisferio izquierdo, digital, lógico, gramatical, que procesa más fácilmente la información lógica, racional, intelectual; el segundo el hemisferio
derecho, que relaciona con las totalidades, con lo sintético, lo
no analítico (por ejemplo el pensamiento aforístico).
Watzlawick cuenta, no sin cierta ironía, como en Europa se
atacaba la “privatización” del concepto de relación y de sistema
en la teoría pragmática al centrarse en la familia como sistema
prototipo, en nombre de sistemas más amplios que rebasaban a
la familia, como el social y el económico, y que para Watzlawick
resultaban finalmente inoperantes para tratar el caso concreto
por su generalidad: “Si quieres puedes reducir cada problema
humano a Adán y Eva”, al tiempo que traía a escena el fantasma del nazismo —Watzlawick era de origen austriaco— como
ejemplo de adonde puede conducir el pensamiento puramente
especulativo. Nos detenemos en esta acerada acusación porque
da cuenta de una perspectiva sintomática del “pensamiento
americano” sobre el “pensamiento europeo”, en la que se pone
en juego como arma arrojadiza la tópica de la metafísica y de los
universales: “Acabas en fosas comunes y campos de concentración. En el momento en que sacrificas lo posible por lo deseable
estás en un curso de acción inhumana … Y algunas de las más
grandes escuelas de terapia ortodoxa operaron y operan con metas de este tipo, absolutamente fantásticas” (Wilder, 1978: 39).
Aunque paradójicamente Watzlawick reconocía que sus libros
se vendían mucho más en Europa que en USA, en un principio
la perspectiva pragmática fue aceptada incluso por la izquierda,
que luego la rechazaría como una forma de conservadurismo,
una teoría legitimadora del statu quo.
62
Teoría de la Comunicación Mediática
Watzlawick se acerca a la teoría de la comunicación desde
las patologías de la comunicación en Teoría de la comunicación
humana, libro escrito en colaboración con Bavelas y Jackson,
que trata sobre los efectos pragmáticos (en la conducta) de la
comunicación humana y en el que se enuncian los célebres
“axiomas metacomunicacionales”. Aunque el objeto de estudio no es el restringido de “comunicación mediática” sino el
más vasto de “comunicación humana”, los resultados se dejan
extrapolar en parte, representando una excelente muestra de
la perspectiva pragmática sobre la comunicación. En el adjetivo “humana” se está estableciendo ya un discurso renuente
a generalizar el concepto de “comunicación” englobando bajo
el mismo la comunicación humana y la comunicación entre
máquinas —equiparación que encuentra su mejor exponente
en la definición de comunicación dada por Shannon y Weaver
y muy presente en toda la teoría cibernética— y a restringir el
concepto a la comunicación “humana”.
El punto de partida es el desplazamiento del foco teórico
desde la mónada artificialmente aislada hasta la relación entre
las partes de un sistema más amplio. Es decir, abandonar el principio de causalidad, unidireccional, y las explicaciones que de la
aplicación de este principio derivan acerca de la comunicación,
así como del inmanentismo y del solipsismo explicativos basados
en categorías no relacionales como la de “personalidad”, glosada
por Borges: “Quiero abatir la excepcional preeminencia que hoy
suele adjudicarse al yo: empeño a cuya realización me espolea
una certidumbre firmísima y no el capricho de ejecutar una zalagarda ideológica o atolondrada travesura del intelecto. Pienso
probar que la personalidad es una trasoñación consentida por
el engreimiento y el hábito, más sin estribaderos metafísicos ni
realidad entrañal”8. A cambio se adoptan desde una perspectiva
sistémica conceptos cibernéticos como los de “retroalimentación” —contrapuesta al determinismo lineal—, o el de “sistema
8
J. L. Borges, Inquisiciones, Barcelona, Seix-Barral, 1994, pág.
93.
Pilar Carrera
63
autorregulado”, “en la que los conceptos de configuración e
información son tan esenciales como los de materia y energía lo
fueron a comienzos de este siglo” (Watzlawick-Bavelas-Jackson,
1967: 34), enunciando la “discontinuidad entre la teoría de los
sistemas y las teorías tradicionales monádicas” y defendiendo la
existencia de isomorfismos entre los principios de la cibernética
y los de la comunicación humana: “La pragmática como fenómenos de interacción … la mayoría de los estudios existentes
parecen limitarse sobre todo a los efectos de la persona A sobre
la persona B, sin tener en cuenta que todo lo que B hace influye
sobre la acción siguiente de A, y que ambos sufren la influencia
del contexto en que dicha interacción tiene lugar y, a su vez
influyen sobre él” (Watzlawick-Bavelas, Jackson, 1967: 36).
Desde el pragmatismo se realiza una interesante interpretación de la teoría de la información no desde la perspectiva de la
“señal entrópica” (comunicación ideal) sino desde la del “ruido”
y la “redundancia”, que revelarían configuraciones o límites de
la entropía. Los llamados procesos estocásticos que muestran
redundancia o constricción, “estas configuraciones no tienen ni
necesitan tener ningún significado explicativo o simbólico … ello
no excluye que puedan estar correlacionados con otros sucesos”
(Watzlawick-Bavelas-Jackson, 1967). Es decir, considerar la redundancia como un objeto de estudio de pleno derecho, no en la
versión meramente instrumental o supeditada que le otorgaba la
teoría de la información. Se trata de otorgar todo su peso teórico
a los componentes del proceso comunicautivo que hasta ese momento se habían considerado secundarios o negativos. El ruido,
la redundancia, la paradoja, aparecen ahora como elementos teóricamente relevantes y funcionales en el proceso comunicativo.
Watzlawick destacaba el hecho de que estamos en comunicación constante y sin embargo somos incapaces de comunicarnos
acerca de la comunicación.
La búsqueda de “configuraciones” constituiría la base de toda
investigación científica: qué configuraciones siguen los sujetos habitualmente, o, en otras palabras qué reglas de conducta
han establecido entre ellos. Las redundancias pragmáticas no
64
Teoría de la Comunicación Mediática
son magnitudes estáticas, sino configuraciones de interacción
funcionales, que se sustraen a la explicación genético causal.
Se da el paso desde la explicación de fenómenos como objetivo
de la ciencia a la “identificación de una configuración compleja
de redundancias” (Watzlawick-Bavelas-Jackson, 1967). En la
búsqueda de configuraciones las causas asumen una importancia secundaria. La comunicación se define como un sistema
interaccional. Se pasaría del “¿por qué?” al “¿para qué?”.
Si los modelos comunicativos lineales entendían la comunicación como poseyendo un principio y un fin, estos términos
—“comienzo” y “fin”— carecerían de sentido según Watzlawick
en los sistemas con circuitos de retroalimentación. Propone
dividir el estudio de la comunicación humana en tres áreas:
Sintáctica (campo fundamental del teórico de la información),
Semántica (significado como preocupación fundamental) y
Pragmática (la comunicación como afectando a la conducta)
y propone ocuparse de la tercera de las áreas: los efectos de la
comunicación sobre la conducta.
No solo interesa el efecto que una comunicación tiene sobre
el receptor, sino el efecto que la reacción del receptor tiene sobre
el emisor: “Ocuparnos menos de las relaciones emisor-signo
o receptor-signo y más de la relación emisor-receptor que se
establece por medio de la comunicación” (Watzlawick-BavelasJackson, 1967: 24). Es obvio que el campo por excelencia de la
pragmática es el de la comunicación interpersonal; pero ¿qué
ocurre allí donde receptor y emisor están solos frente al signo,
caso de la comunicación mediática? Tarde con su concepto de
“conversación” incidía sobre la importancia pragmática (relacional) de la comunicación mediática.
Las dificultades para establecer una axiomática, es decir, para
determinar unos principios metacomunicativos, estriban en el
hecho de que lenguaje y metalenguaje usan idénticos sistemas
de signos; utilizar la comunicación para comunicar acerca de la
comunicación, a diferencia por ejemplo de los matemáticos que
poseen dos lenguajes, el de los números y símbolos algebraicos
y el lenguaje natural para referirse a las metamatemáticas.
Pilar Carrera
65
Los axiomas metacomunicacionales (de la pragmática de la
comunicación) quedan enunciados como sigue:
1. No es posible no comunicarse
2. Toda comunicación tiene un aspecto de contenido y un
aspecto relacional tales que el segundo clasifica al primero
y es, por ende, una metacomunicación (lo referencial y lo
conativo en Bateson, toda comunicación no solo transmite
información sino que impone conductas)
3. La naturaleza de una relación depende de la puntuación de
las secuencias de comunicación entre los comunicantes
4. Los seres humanos se comunican tanto digital como analógicamente. El lenguaje digital cuenta con una sintaxis
lógica sumamente compleja y poderosa pero carece de una
semántica adecuada en el campo de la relación, mientras
que el lenguaje analógico posee la semántica, pero no
una sintaxis adecuada para la definición inequívoca de
la naturaleza de las relaciones.
5. Todos los intercambios comunicacionales son simétricos o
complementarios según que estén basados en la igualdad
o en la diferencia.
(Watzlawick-Bavelas, Jackson, 1967).
Desde la perspectiva pragmática la comunicación queda definida como un sistema, adoptando la definición que Hall y Fagen
dan de sistema como “un conjunto de objetos así como las relaciones entre los objetos y entre sus atributos”. Puede distinguirse
entre sistemas abiertos y sistemas cerrados: “Los sistemas orgánicos son abiertos entendiéndose que intercambian materiales,
energías o información con su medio … los sistemas vivientes
tienen tratos cruciales con su medio” (Watzlawick-Bavelas,
Jackson, 1967: 138). Los objetos pertenecientes a un sistema
pueden considerarse como parte del medio de otro sistema y
así en una progresión especular ad infinitum. Las propiedades
de los sistemas abiertos y del sistema de la comunicación serían
la totalidad, que implica que un cambio en una de las partes del
sistema afecte a todas las demás; la retroalimentación, es decir,
66
Teoría de la Comunicación Mediática
el cambio conceptual desde la energía y la materia a la información, operado ya por la teoría cibernética, que centraría la
atención no en el origen y el resultado de la comunicación, sino
en el proceso mismo y su naturaleza circular, sin principio ni
fin; la equifinalidad, enunciada por Wiener como propia de los
sistemas homeostáticos, es decir, idénticos resultados pueden
tener orígenes distintos: Se describe la interacción humana
como un sistema de comunicación caracterizado por las propiedades de los sistemas generales: el tiempo como variable,
relaciones sistema-subsistema, totalidad, retroalimentación
y equifinalidad (Watzlawick-Bavelas-Jackson, 1967: 139). Los
sistemas interaccionales se consideran el foco natural para el
estudio del impacto pragmático a largo plazo de los fenómenos
comunicacionales.
Tras la crítica al modelo causal-lineal y monádico desde la
cibernética y la perspectiva pragmático-sistémica conviene detenerse brevemente en este modelo tan denostado y criticado
como resistente. La noción de causalidad lineal constituyó el
eje implícito o explícito de buena parte de las teorías sobre los
media hasta el advenimiento de la cibernética y del estructuralismo —aunque el concepto de lo sistémico, de lo orgánico como
opuesto a la perspectiva monádica, viene de antiguo. La perspectiva cibernética y el interaccionismo pragmático pondrían
en relación los componentes del proceso comunicativo ya no
desde un punto de vista causal (estímulo-respuesta) sino relacional, sucediendo la descripción a la explicación causal como fin
teórico y relegando a un segundo plano el concepto mismo de
intención —aunque este relegar fuese en tantas ocasiones sólo
aparente—. La “intención” seguirá siendo un concepto clave en
toda la cuestión de los efectos y será recuperado para la perspectiva sistémico-orgánica por el funcionalismo y la teoría de
sistemas, que inyectan la necesaria dosis normativa y teleológica
a la noción “fría” de estructura tal como la concebiría el estructuralismo europeo, para poder seguir teorizando en términos
de “efectos” (forma de teorizar que siempre ha resultado mucho
más espectacular, sea el “Gran Hermano” de naturaleza personal
Pilar Carrera
67
y relativa o sistémica y absoluta). Pero la noción de estructura o
sistema en un sentido propiamente estructuralista, no requiere
de esta metamorfosis finalista o funcional de la voluntad personal traducida en términos estructurales. El estructuralismo sin
embargo no asume el principio homeostático como inherente
al sistema, asunción que se produce plenamente en el caso del
pragmatismo y del funcionalismo.
La causación durante largo tiempo, y aún después de la incursión estructuralista como acabamos de ver, y por la vía del
funcionalismo y de la sociología sistémica o del cognitivismo
y de las teorías de la “construcción social de la realidad”, ha
seguido siendo el principio rector aunque se haya pasado de la
concreción de las instancias mecánicas a la abstracción y generalidad difusas del sistema, del efecto inmediato a la paradójica
noción de “efecto diferido” y total, con el consiguiente riesgo
demagógico que esta perspectiva panefectista conlleva, y cuyo
mejor ejemplo son los llamados “efectos a largo plazo”, que no
son sino una forma de causalidad lineal, de causalidad estímulorespuesta, pero supuesta diferida o demorada y por tanto en
gran medida inmune a la prueba y al tribunal verificacionista. El
concepto de causa, que relaciona linealmente dos variables, ha
ejercido su función imperialista en teoría de la comunicación,
adaptándose a los tiempos hasta el punto de reconvertir esas dos
instancias clásicas, personales o pseudopersonales en origen, del
emisor y del receptor, haciéndolas inmanejables y totalizantes,
pero sin cesar por ello de mantener el esquema atomista fundacional en el que se postulaba su clara segregación. El esquema
causal puede decirse que constituye el subconsciente discursivo
de la teorización sobre la comunicación mediática.
La primera inclinación respecto al estudio de los medios es
buscar relaciones de causa-efecto y establecer una intencionalidad. La noción de causa y sus conceptos adláteres como el
de “ley”, están tan profundamente insertos en la idea misma
de ciencia del mundo occidental que, pese a todas las críticas
más que razonables, y al grado de refutación heurística del concepto en el campo de las ciencias físicas, forma prácticamente
68
Teoría de la Comunicación Mediática
una segunda naturaleza a la hora de establecer relaciones en
el campo de las ciencias humanas, todavía marcadas por el
antropomorfismo de la voluntad y lo intencional. La mayor
parte de las teorías sobre la comunicación mediática tienen
como fin establecer nexos causales, lineales, entre órdenes de
hechos. La épica de la causalidad, el heroísmo de lo causal, se
dejaba sustituir difícilmente por la frialdad de la estructura. El
funcionalismo y la teoría de sistemas serían los encargados de
espectacularizar ese concepto de estructura, quizás en el fondo
demasiado oriental o demasiado místico —recordemos el ohne
Warum de Eckhart y a Silesius y su “rosa sin porqué”— para
una cultura basada en la culpa y el desvelamiento, en la inexhaustibilidad de lo subjetivo y en el porqué.
Pocos como W. Benjamin captaron ese gesto convertido en
segunda naturaleza, y renegaron de él: “No tengo nada que
decir, sólo mostrar”9.
Tanto la gran apisonadora sistémica consumando de manera irrevocable sus fines preestablecidos, como la causalidad
revocable —cuestión de poder— de base personalista, están en
las antípodas de una perspectiva estructural.
Cuando R. Ackoff, desde la necesaria simplificación del divulgador sintetizaba estas dos hipótesis mayores con un lenguaje
claro y evidente —tan evidente al entendimiento que hay que
forzar el dubitante cartesiano que llevamos dentro para resistir
a su clarísima claridad y considerarla efecto retórico sin derecho de pernada referencial —establecía dos grandes monolitos
histórico-teóricos: lo que él denominaba la “Edad de las máquinas”, cuya temporalidad iría desde el Renacimiento hasta 1940
y la “Edad de los sistemas”, a partir de esa última fecha. Como
ideas base de la primera de estas edades citaba el mecanicismo
—la relación causa-efecto, la concepción del mundo como una
gran máquina, compuesto de partículas y una concepción del
9
W. Benjamin, W.; Das Passagen-Werk, Band I, Frankfurt am
Main, Suhrkamp 1982, pág. 574.
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trabajo concebido como el movimiento de la masa a través del
espacio o la aplicación de la energía a la materia para transformarla o cambiarla— y el reduccionismo —la división en elementos simples y partes indivisibles (átomos, células, instintos
básicos, individuos…)—. La forma de pensar característica de
esta edad seria el análisis, método consistente en la descomposición de lo complejo en partes simples, últimas e indivisibles,
el examen de cada una de ellas y la unión de las explicaciones
parciales para formar la explicación del todo. Los resultados de
esta forma de pensar serían la comprensión del mundo como
suma de la comprensión de las partes conceptualizadas como
lo más independientes posible, una concepción sectorializada
e independiente de las disciplinas y la mecanización del trabajo
físico. La segunda edad, la “Edad de los sistemas” que según
Ackoff se iniciaría en torno a 1940, quedará definida desde la
complementariedad antitética: Sus “ideas base” serían el expansionismo —interrelación sistémica y aplicación de paradigma
lingüístico; Ackoff cita como ejemplos la teoría de los juegos y
la cibernética— y la teleología —la causa como condición necesaria pero no suficiente de su efecto. Se tomaría en cuenta
el ambiente a la hora de establecer relaciones de causalidad lo
que permite estudiar científicamente la conducta humana. La
forma de pensar correspondiente a esta segunda edad sería la
síntesis, el trabajo con configuraciones y totalidades, que daría
como resultado una comprensión del mundo desde la interdependencia de objetos, sucesos y situaciones, necesariamente
interdisciplinar, la mecanización y transmisión de signos y la
manipulación lógica de signos o automatización del trabajo
mental en oposición al trabajo físico. La única objeción que
puede hacerse a la categorización binaria de Ackoff es que la
Edad de los Sistemas recuerda en demasía en muchas ocasiones
a la Edad de las Máquinas, hasta el punto de preguntarnos si
no es su última y más lograda metamorfosis.
Whitehead explicaba como la noción de causa había forjado
en el siglo XIX su aspecto moderno, a través de cuatro grandes
ideas introducidas en la ciencia teorética:
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Teoría de la Comunicación Mediática
1. Idea de un campo de actividad física ocupando todo el
espacio (pone como ejemplo el éter como materia sutil que
todo lo invade). La materia como soporte de los fenómenos
y la idea de continuidad
2. Idea de atomicidad: la materia ordinaria concebida como
atómica —continuidad y atomicidad aunque antitéticas
no son lógicamente contradictorias (células en biología,
electrones y protones en física). Hasta 1840 tanto la biología como la química se apoyaron en una base atómica.
3. Doctrina de la conservación de la energía: noción de la
permanencia cuantitativa a través del cambio
4. Doctrina de la evolución: nacimiento de nuevos organismos como resultado del azar
(Whitehead, 1925: 123-128).
La evolución del pensamiento conduce a la noción de energía
como fundamental, posición de la que desplazó a la materia,
y ya posteriormente, en la “edad de los sistemas” se pasará
de la energía a la información como “primer motor”. El paso
de lo mecánico a lo sistémico está en estrecha relación con el
progreso de las ciencias biológicas, esencialmente referidas a
organismos.
Foucault expresaba claramente ese giro, aplicable a las teorías de la comunicación, desde las teorías de base causalista y
mecánica —caso prototípico las hipótesis en torno a la “aguja
hipodérmica”— y las teorías estructurales, ajenas a la forma
lógica de la causación mecánica: “Antes la racionalización de lo
empírico se hacía sobre todo por y gracias al descubrimiento de
una cierta relación, la relación de causalidad. Se pensaba que
se había racionalizado un dominio empírico cuando se había
podido establecer una relación de causalidad entre un fenómeno
y otro. Y he aquí que ahora, gracias a la lingüística, se descubre que la racionalización de un campo empírico no consiste
sólo en descubrir y en poder asignar esta relación precisa de
causalidad, sino en sacar a la luz todo un campo de relaciones
lógicas. Pero estas no conocen la relación de causalidad. Así
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nos hemos encontrado ante un instrumento formidable de racionalización de lo real, el del análisis de relaciones, análisis
que es probablemente formalizable, y nos hemos percatado de
que esta racionalización tan fecunda de lo real ya no pasa por la
asignación del determinismo y de la causalidad. Creo que este
problema de la presencia de una lógica que no es la lógica de
la determinación causal está actualmente en el corazón de los
debates filosóficos y teóricos … algo que no sea ni la asignación
determinista de la causalidad ni la lógica de tipo hegeliano”
(Foucault, 2000: 852-853).
Greimas definía el concepto de estructura, como “una entidad
autónoma de relaciones internas constituidas en jerarquías ….
tal concepción implica la prioridad otorgada a las relaciones
en detrimento de los elementos” (Greimas-Courtés, 1979: 159).
Para Greimas el concepto de estructura no se asimila a ninguna
ciencia particular en concreto, ni a la semiótica ni a las ciencias humanas en general, sino que “se halla implicada en todo
proyecto o empresa con objetivos científicos”
Watzlawick y Beavin daba cuenta de la distancia entre el
enfoque “mecánico” o informacional de la comunicación y el
enfoque interaccional o sistémico; de la distancia que media entre una concepción solipsista del individuo-monada, Robinson
en su isla desierta, y el individuo inserto en un contexto social y
relacional, interactuando con otros individuos: “Pocos podrían
obviar la importancia teórica y la ubicuidad del contexto social
… El compromiso con un sujeto de investigación particular (monádico), da como resultado en la práctica negligir la perspectiva
interaccional … No deberíamos decir relación “emisor-receptor”
… y ser capaces de concebir un proceso recíproco en el que
ambas (o todas) las personas actúan y reaccionan, “reciben” y
“envían”, de tal grado de detalle y complejidad que esos términos pierden su significado como verbos de acción individual”.
Citan a continuación la célebre puntualización de Birdwhistell: “Un individuo no comunica … no origina comunicación;
participa en ella. La comunicación como sistema no puede ser
comprendida bajo un simple modelo de acción y reacción, por
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Teoría de la Comunicación Mediática
muy complejo que sea. Como sistema ha de ser comprendida a
nivel transaccional” (Watzlawick-Beavin, 1976: 4).
Las matizaciones al mood de la aguja hipodérmica derivadas
de aquellas aproximaciones de corte psicológico-experimental o
de las conclusiones derivadas de estudios de campo, que concluyen que la interposición de factores específicos —tanto a nivel
psíquico o personal como social— actuaría a modo de prisma,
rompiendo la presunta unidad de efecto, no por ello ponían en
duda la lógica causal y lo mecánico del proceso, simplemente
introducían vericuetos y desviaciones en el Camino, pero suponían que el efecto era posible en el sentido deseado (causal)
si se controlaban las variables psicológicas y contextuales de la
comunicación. El interés de estos estudios radicaría en permitir
identificar los elementos —psicológicos y sociales— que podrían
constituirse en fuentes de ruido, para conseguir así la mayor
transparencia comunicacional posible, las mejores condiciones
para que el esquema hipodérmico alcanzase un grado óptimo de
realización. Es decir, en estos modelos el paradigma mecánico
seguía siendo dominante, y los factores disruptivos se consideraban como “problemas a resolver”, como “ruido” y no como
parte integrante de un proceso comunicativo “normal”.
CÓDIGO BINARIO
Lang y Lang escribieron en su momento un artículo respecto
al frecuentado tópico reconvertido a “principio heurístico” de
“Europa vs. América” en el terreno de las teorías de la comunicación —o dicho de otro modo: “emipiricismo vs. criticismo”,
“investigación administrativa vs. teoría crítica”, “praxis vs. teoría”, “liberalismo vs. marxismo”… y otras muchas variantes de la
parábola platónica de la caverna con sus contempladores de lo
efímero y pasajero, de las formas múltiples y temporales, y sus
contempladores de las formas eternas, no sujetas a la legalidad
empírica— en el que ponían de manifiesto que había sido precisamente en Europa con Tarde y con Weber donde la “vocación
por los hechos” en cuestiones de comunicación de masas, había
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nacido— (Lang y Lang, 1983). Curran sostenía que ese dualismo
largo tiempo mantenido estaba ya muy alejado de la realidad
teórica mediática, desde el momento en que el sector liberal, los
abanderados de lo concreto, de lo mensurable, del empirismo
a ultranza, habían abrazado los “vastos horizontes” en los que
nada es falsable ni verificable de los “efectos a largo plazo” y la
“construcción social de la realidad” (Curran, 1990).
Al margen de este “rapto del discurso” progresista por parte
del pensamiento conservador, existieron, aún siendo contadas excepciones, teóricos del troisième sens que consiguieron
evitar la fructífera trampa del pensamiento dual: Benjamin,
Moles McLuhan o Barthes serían ejemplos. Pero es obvio que
la excepción confirma la regla y que el estado de desconcierto
que reina en la actualidad en el terreno de la investigación en
comunicación deriva en parte de la quiebra de ese dualismo
que actuaba a modo de estabilizante de los distintos discursos
sobre los medios de comunicación.