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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001
Configuraciones de la metáfora izquierda/derecha :
de la configuración del corto siglo veinte a la configuración del capitalismo global
Bernat Riutort Serra
Configuración de la metáfora política del corto siglo XX.
Al finalizar la segunda década del siglo veinte, el impacto de la Primera Guerra Mundial y de la
Revolución Soviética en la percepción de las escisiones y conflictos sociales son de tal magnitud que
abren un período de reinterpretativo de la realidad, las normas y los valores en la gran mayoría de
países que habían transitado por la vía de la modernización y la industrialización.
Las dimensiones y la profundidad de la crisis ocasionada por la Primera Guerra Mundial y por
la Revolución Soviética desestabilizan definitivamente la configuración establecida del espectro
político moderno de la era del capitalismo y el nacionalismo, desplazando en una primera fase las
respuestas ante esta crisis hacia la derecha y la extrema derecha y hacia la izquierda y la extrema
izquierda. Esta reconfiguración tiene lugar en un momento de tensión social y política excepcional al
polarizarse el enfrentamiento ideológico político en los extremos, en la extrema derecha con el nazismo
y el fascismo y en la izquierda con el marxismo-leninismo.
Sólo después de la Segunda Guerra Mundial se estabiliza la tercera configuración del espectro
político moderno, la del corto siglo XX. Por una parte, al nivel mundial, el conflicto se polariza en
torno a la opción del socialismo soviético o el capitalismo. Por otra parte, en el Occidente, la
configuración del espectro se establece en torno al desarrollo del Estado del Bienestar. Sólo la segunda
de estas opciones significa una modernización real del espectro político, puesto que la primera, es
decir, la soviética, acepta la modernización social burocrática y la industrialización, pero impide por la
vía de la represión permanente la manifestación del pluralismo político de las sociedades modernas que
se articula entre las diversas posiciones del espectro que van desde la extrema izquierda a la extrema
derecha.
Además, en los años sesenta se generaron grandes esperanzas respecto a la emergencia de los
países no alineados que planteaban un supuesto movimiento alternativo tanto al autoritarismo soviético
como al capitalismo imperialista occidental. La pretendida emergencia de nuevas referencias de sentido
tercer mundistas que impregnase de ideales nuevos las figuras del espectro político moderno que se
situaban desde el centro hasta la extrema izquierda, se quedó a medio camino puesto que el
movimiento no llegó a autonomizarse y producir representaciones propias respecto a la dinámica de los
bloques y las ideas hegemónicas de ambos campos. No obstante, desacreditó al nacionalismo
imperialista y reforzó la voluntad de reconocimiento de los pueblos y las culturas del Tercer Mundo.
Las articulaciones de la configuración de la metáfora política del corto siglo veinte sufren su primera
crisis en mayo del sesentiocho y su fin se escenifica con la caída del Muro de Berlín.
En los años veinte y treinta las interpretaciones de las crisis que se ofrecen desde la extrema
derecha y de la derecha, en ciertas sociedades que carecen de sólidas tradiciones liberales y
republicanas y en las que el conflicto de clases adquiere gran intensidad, hallan un terreno abonado
para su expansión. El gran capital, la propiedad agraria – grande y pequeña, las viejas clases medias,
los intelectuales tradicionales, las burocracias humilladas… sienten que su mundo se derrumba, léase,
crisis económica rampante, decadencia de la gran propiedad agraria tradicional, pauperización
acelerada de grandes sectores del pequeño campesinado, resistencia de las clases medias tradicionales a
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la modernización, fuertes heridas narcisistas a la imagen nacional, miedo a la extensión de la
revolución proletaria, incremento del conflicto de clases…
En este contexto, tanto en la derecha conservadora, como en la extrema derecha y en el
liberalismo conservador se desarrolla una representación de la realidad, las normas y los valores
profundamente afectada por el irracionalismo, el nacionalismo, el totalitarismo, el voluntarismo, el
racismo, el espiritualismo, el elitismo, el heroísmo, el populismo y el militarismo, representaciones,
normas y valores todos ellos radicalmente opuestos a los valores puestos en juego en las diversas
figuras de la metáfora política moderna, asumidas con interpretaciones diferentes desde el centro
derecha a la izquierda. Dichos valores se difunden en amplios sectores sociales mucho más allá de los
ámbitos de la representación convencional logradas por la extrema derecha, la derecha conservadora y
el liberalismo conservador. El universalismo ilustrado, el racionalismo, la libertad, la igualdad, la
fraternidad, la democracia, la tolerancia, el pluralismo… Representaciones, normas y valores que
conforman los ejes de afinidad y diferencia de la metáfora política moderna son anatematizados, así
como las fuerzas intelectuales y políticas que las defienden.
En la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperial, estas ideas llevadas a su máximo
grado de radicalización y encarnadas en maquinarias políticas de partido único y Estado militarizado se
convierten en fuerza práctica imparable, provocando la mayor catástrofe de la historia de la humanidad.
Es la derrota de tales ideas y movimientos sociales y políticos en los terrenos militares y políticos la
que permitirá después de la Segunda Guerra Mundial el espacio social y político en los países del
Occidente Capitalista en el cual se configurará la metáfora política moderna del corto siglo veinte.
En los años veinte y treinta, en el otro lado del espectro político, el de la izquierda y la extrema
izquierda, debido a los efectos sobre las poblaciones de la crisis económica y social del capitalismo y al
impacto sobre las masas obreras de la Revolución Soviética, las ideas revolucionarias y socialistas
experimentan un gran auge. Especialmente la interpretación marxista-leninista exportada por la
prestigiosa nueva Unión Soviética y convertida en práctica por los nuevos partidos comunistas.
La pluralidad de prácticas y valores de la izquierda y la extrema izquierda occidental se verá
enormemente mermada por el peso que en su seno va tener la versión bolchevique. Desde el prestigio
que el nuevo polo de poder bolchevique adquiere se homogeneiza y disciplina buena parte del
pensamiento y organizaciones de la izquierda y la extrema izquierda, quienes cuestionan tales
directrices son perseguidos. Paradójicamente, no es en las sociedades en las que el capitalismo y el
proletariado se han desarrollado, en las que el racionalismo ilustrado occidental es hegemónico y en las
que el liberalismo, el republicanismo y el socialismo – incluido el marxista, han arraigado en las que
tienen y tendrán lugar las revoluciones exitosas conducidas por partidos de tipo soviético, sino en áreas
con imperios en crisis y con sociedades tradicionales colapsadas ante el influjo del capitalismo y la
modernización en las que el proletariado industrial representa una pequeña minoría y en la que la
cultura política de la población es el despotismo.
El marxismo-leninismo impulsado por tales acontecimientos se convertirá en una de las
doctrinas hegemónicas en el seno de la extrema izquierda y la izquierda, tanto occidental como
mundial. Con el marxismo-leninismo, la igualdad real es interpretada como igualitarismo burocrático,
la consciencia de clase pasa a ser encarnada por los respectivos partidos comunistas y expresada por
sus secretarios generales, la propiedad privada es socializada como propiedad estatal que a su vez está a
disposición de la nomenclatura del partido, la razón y la ciencia se sintetizan en la doctrina materialista
dialéctica, la democracia real es interpretada como dictadura del proletariado y esta se concreta en el
centralismo democrático del partido comunista… Los valores universalistas de origen ilustrado que han
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conformado los ejes de afinidad y diferencia del espectro político moderno como la libertad, la
igualdad, la fraternidad, la propiedad, la tolerancia, la democracia, la seguridad, la felicidad… en sus
diversas interpretaciones liberales, republicanas, socialistas – incluidas las marxistas- y las anarquistas,
pasan a calificarse como representaciones ideológicas burguesas y pequeño burguesas equivocadas que
deban ser esclarecidas por el análisis científico del materialismo dialéctico.
Semejante colapso ideológico del pensamiento crítico sitúa en un camino sin salida durante
muchas décadas a buena parte de las elaboraciones y de las prácticas de la izquierda y la extrema
izquierda. De hecho en los países occidentales en los cuales existe un partido comunista y una
intelectualidad de izquierdas arraigados y que ha luchado contra el nazismo se produce una situación
esquizofrénica, de doble discurso, porque los partidos e intelectuales comunistas se integran en la
nueva configuración del debate y del espectro político moderno del corto siglo veinte, participando en
sus juegos estratégicos y hegemónicos como los otros, pero por otra, siempre acaban llegando a
caminos sin salida porque tienen que defender los logros de “la patria del socialismo”, la cientificidad
del materialismo dialéctico y denunciar la falsedad de la “la doble moral” burguesa. Cuando entre los
sesenta y los setenta los comunistas italianos se desprenden de este lastre es demasiado tarde.
En el espacio político creado en los estados occidentales después de la Segunda Guerra Mundial
se genera un gran consenso sobre el marco de los juegos posibles en las relaciones políticas e
ideológicas que incluye las diversas interpretaciones que van desde la derecha a la izquierda en torno al
desarrollo del Estado del bienestar, formándose la tercera configuración del espectro político
moderno, la del corto siglo veinte. Serán los acontecimientos del sesentiocho y la posterior crisis
económica y del estado del bienestar las que abrirán el período de crisis de esta configuración cuyo
final es, paradójicamente, el signo de su victoria sobre el otro sistema, la caída del Muro de Berlín.
El pleno desarrollo del Estado del bienestar en sus diversas variantes parte del substrato anterior
del Estado liberal y democrático moderno. Sin asumir la versión histórico lineal ofrecida por Marshall
del desarrollo del Estado social, resulta útil para nuestros fines poner en juego como tipos ideales las
diferentes clases de derechos reconocidos por el Estado; Los derechos individuales modernos,
asimilados en sus orígenes a los derechos de libertad subjetiva contra el absolutismo; Los derechos
políticos, asimilados a los logros de las luchas ciudadanas por el reconocimiento de las libertades
públicas y el sufragio universal y; Los derechos sociales, asimilados a los derechos socioeconómicos
conseguidos por las luchas del movimiento obrero. El conjunto de interpretaciones de la realidad, de
normas y de valores reconocidos con los tres tipos de derechos ofrecen el marco en el cual las diversas
figuras de la metáfora política moderna izquierda-derecha proyectarán sus matices a la hora de
establecer relaciones de afinidad y diferencia entre ellas, interpretarlas y orientar sus prácticas.
Asimismo, también las variantes geográficas de cada configuración de este espectro en cada Estadonación ofrecerán la diversidad de concreciones que se tornan efectivas.
La dinámica que toma el desarrollo de Estado social del bienestar en el Occidente capitalista no
puede entenderse si no es en el contexto de la pos gran crisis económica y social de los años treinta y
de los resultados de la Guerra: Por una parte, con la gran crisis la concepción del mercado como
mecanismo regulador se ha desprestigiado para las elites económicas, políticas e intelectuales, hasta
destacados sectores del liberalismo aceptan concepciones reguladoras del capitalismo, al mismo
tiempo, las economías de guerra han puesto a disposición de los administradores múltiples y potentes
instrumentos de regulación macroeconómica y administración política y social. Por otra parte, la
influencia de la “tropa” que ha luchado y vencido en la Guerra contra regímenes dominados por la
derecha y la extrema derecha, en el marco de la democracia liberal, plantea demandas de avances en el
sentido de la democracia social y política que, al ser aceptadas en parte, tendrán por efecto estabilizar el
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consenso entre las grandes masas de las poblaciones occidentales. Además, la existencia de los
regímenes del “socialismo real” presiona indirectamente a favor de la extensión de la democratización
y las políticas sociales en las democracias occidentales, para contrarrestar el efecto de atracción
propagandística entre las poblaciones occidentales de las medidas económicas y sociales que toman.
Los valores y políticas del Estado del bienestar fueron inclusivas, en su base estaba el pacto
social entre los grandes sindicatos y las grandes organizaciones empresariales, promovido por los
grandes partidos de la izquierda y el centro izquierda y aceptados por los partidos del centro y el centro
derecha. El pacto es posible por el crecimiento sostenido de la economía que permite negociar
incrementos de los salarios con relación a la productividad, al mismo tiempo que estimula la demanda
solvente y la continuidad del crecimiento y el desarrollo de las políticas sociales y racionalizadoras de
los estados
Con este trasfondo las representaciones de la realidad, los valores y los programas que el
movimiento obrero organizado, el socialismo democrático y en la práctica el comunismo occidental, de
la izquierda y el centro izquierda, han venido elaborando, siendo diferentes y por razones diferentes,
encontrarán importantes zonas de solapamiento con las teorías y valores del liberalismo social del
centro derecha y del centro, ahora hegemónicos entre la derecha en muchos países occidentales, e
incluso entre la derecha conservadora que desplaza en parte sus posiciones hacia el populismo socialcristiano - renovado después de la Segunda Guerra Mundial, adaptándose a las claves del consenso
mayoritario. El efecto de todo esto es la estabilización de un consenso solapado entre las diversas
corrientes ideológicas y políticas, desde la izquierda a la derecha, sostenido en la hegemonía de las
normas y valores liberales, democráticos y bienestaristas.
El nuevo espectro de la metáfora política izquierda-derecha en los países occidentales se
establece sobre el terreno común del Estado liberal democrático del bienestar. Los ejes del paradigma
político establecido se articulan sobre la primacía de la interpretación de la realidad social, las normas y
valores del Estado del bienestar que giran en torno al crecimiento económico capitalista, la democracia
representativa, la pacificación social, las políticas del bienestar y la seguridad militar. Las diversas
versiones socialdemócratas, eurocomunistas, liberal-sociales, liberal-conservadoras y social-cristianas
mantienen interpretaciones diferentes de estas políticas y su paso por los gobiernos las matiza
significativamente en un sentido u otro, lo que a través de gobiernos sucesivos del mismo signo se
plasma en la formación de regímenes del bienestar diferenciados, no obstante, el consenso sobre tales
ejes permanece durante todo el período. El conservadurismo de derechas, más alejado del consenso, se
aplicará principalmente a la propaganda política e ideológica anticomunista. Y la extrema izquierda se
definirá con relación a la defensa o al rechazo de la ortodoxia marxista-leninista.
En el espacio del liberalismo del centro derecha y del centro, los valores individualistas
sintetizados en su concepción de los derechos subjetivos y la libertad negativa encuentran un acomodo
social en al auge de los privatismos familiar, profesional y civil y en la aceptación del mercado por las
poblaciones, atraídas por la explosión del consumismo de masas que se generaliza y por la
transformación de la cultura plebeya en cultura de masas. Además, en este período el liberalismo del
centro-derecha y del centro acepta mayoritariamente los valores bienestaristas para las políticas
públicas en las versiones del liberalismo-social, es decir, aceptan parte de los argumentos sobre la
libertad positiva y la justicia social y las políticas intervencionistas y racionalizadoras moderadas del
Estado llevadas a cabo a través de negociaciones sociales corporativistas que pacifican el conflicto de
clases y que son gestionadas por tecnocracias desarrollistas. La responsabilidad solidaria y el
compromiso con la igualdad son atribuidos a las políticas sociales del Estado. La idea de propiedad
privada mantiene su vigencia, pero se interpreta adaptada a las formas de apropiación de la gran
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corporación industrial y de negocios que suponen la despersonalización de la gran propiedad privada y,
por tanto, la falta de responsabilidad privada de los propietarios de las sociedades sobre las
consecuencias de sus actuaciones. La democracia representativa sigue proclamando principios
universalistas y participativos, pero, tanto en la teoría como en la práctica, tiende a ser asimilada a un
juego estratégico en el mercado político en el que existen unos oferentes de un producto político, los
partidos, y unos demandantes, los electores.
En el centro-izquierda y en la izquierda se aceptan el individualismo y los privatismos, pero se
proclaman la igualdad y la justicia social como principios rectores inspiradores de su actuación, al
mismo tiempo, la solidaridad tiende a entenderse plasmada en sus formas organizadas en los grandes
sindicatos de clase y en los grandes partidos de masas del centro izquierda y la izquierda. En el mismo
sentido, la libertad negativa ha de complementarse con la libertad positiva que convierta en real la
autonomía que se permite formalmente, pero que sólo es realizable por aquellos que disponen de la
formación y los medios adecuados para ejercerla. El Estado es concebido como el principal
instrumento de estas políticas, ejercidas por medio de instrumentos fiscales redistributivos y por la
implementación de una amplia gama de políticas sociales. Se acepta la propiedad privada pero se
proclama la bondad de la propiedad pública de grandes medios de producción industriales y de los
sectores financieros estratégicos para la realización de políticas de fomento del desarrollo económico y
social y la garantía de la soberanía del Estado-nación. Se acepta la democracia representativa y el
acento en la participación popular en la toma de las decisiones del Estado se interpreta encauzado a
través de la negociación corporativa de los grandes sindicatos y los partidos del centro izquierda y la
izquierda con las patronales y el Estado. El patriotismo ciudadano se concreta en el prestigio y
soberanía del Estado-nación al que se pertenece.
Un resultado imprevisto de mucha trascendencia de la estabilización de la situación
internacional después de la Segunda Guerra Mundial y de la nueva rivalidad entre los dos bloques para
la aceptación institucionalizada, que no real, de un conjunto de valores y normas común, es la creación
de un espacio mundial de relación entre los estados institucionalizado en las Naciones Unidas.
A pesar de que las Naciones Unidas son un marco formal en el que se manifiesta la política de
bloques y se convierte en un gran instrumento de las dos superpotencias, los EE.UU y la Unión
Soviética, a través del cual organizar y disputar la hegemonía internacional e imponiendo las grandes
líneas de la diplomacia y de las relaciones internacionales, se abre un espacio posible de reivindicación
que será aprovechado por los movimientos descolonizadores y de liberación nacional y por los
movimientos a favor de los derechos humanos. En este sentido, dos elementos nuevos tienen una
relevancia especial en la articulación de la representación de la realidad, las normas y los valores; Uno
es la expresión de una corriente de opinión de los países que pretenden la descolonización o que han
sido descolonizados que política e ideológicamente confluye en el movimiento de los países no
alineados y que genera una cultura antiimperialista en el llamado Tercer Mundo, por contraste con el
Primer Mundo capitalista y, en menor medida, respecto al Segundo Mundo comunista; El otro, es la
proclamación de la Declaración de los Derechos Humanos por parte de la Naciones Unidas en un
momento posterior a la Segunda Guerra Mundial, en el que la memoria de las atrocidades es aun
sangrante, impera la necesidad de estabilizar las relaciones internacionales y no se ha entrado
plenamente en el período de la Guerra Fría.
Las luchas contra el colonialismo europeo culminan en las décadas posteriores a la Segunda
Guerra Mundial en los procesos de descolonización exitosos. Después en la mayoría de estas áreas el
colonialismo es sustituido, directa o indirectamente, por la dependencia económica, cultural y
geopolítica de la superpotencia estadounidense, generándose lo que se ha llamado el neocolonialismo,
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que también se extiende con desigual influencia en Latinoamérica, según la historia y autonomía del
Estado en particular. Por el contrario, algunos de entre los nuevos estados adoptan una posición
internacional estratégica más cercana a las posiciones de la Unión Soviética e incluso adoptan una
orientación favorable a la planificación estatal, pero, con esto, la mayoría reprimen en su interior a los
partidos comunistas y mantienen las instituciones básicas de la economía de mercado.
Los movimientos que impulsan los procesos de descolonización, a pesar de las múltiples
diferencias y contradicciones entre ellos, llegan a crear una corriente internacional en favor del
reconocimiento de valores como la independencia nacional, la dignidad cultural de los pueblos, el
antirracismo, la negritud, el panarabismo, la denuncia del eurocentrismo y el imperialismo… que, en
sus sociedades consiguen un amplio consenso y en menor medida, a nivel internacional, entre los
sectores que van desde el centro a la extrema izquierda. El conjunto de estas ideas y movimientos
amalgamados encuentran una expresión y una institucionalización precaria en la cumbre de Bandung
del movimiento de los no alineados.
Las afinidades y diferencias entre los países que forman el movimiento de los no alineados son
tan diversas y en términos generales el pluralismo político está tan reprimido en su interior que
difícilmente puede afirmarse que llegue a constituirse en la mayoría de ellos un espectro político
izquierda-derecha moderno. Solamente en algunos de ellos como la India se da un caso que puede
asimilarse al espectro moderno de la política, a pesar del contraste entre el tradicionalismo de las masas
agrarias de la población y la modernidad del Estado se consigue mantener el juego electoral
democrático. Así como en algunos países de América Latina, no obstante, en estos los frecuentes
golpes de estado y el papel de los caudillismos populistas acaban por imposibilitar su funcionamiento
normal continuado.
Es de destacar que en el seno del espectro moderno de la política del corto siglo veinte en los
países occidentales, los valores impulsados por los movimientos de descolonización y por los no
alineados tienen con el paso del tiempo una gran influencia puesto que hacen estallar sus propias
contradicciones y les enfrentan con sus limitaciones en la interpretación de las realidades sociales, de
las normas y de los valores que han ido sedimentándose como resultado de las diversas configuraciones
del espectro izquierda-derecha. Especialmente por lo que hace al espectro que va desde el centro
izquierda a la extrema izquierda, pues se torna patente que en sus prácticas e ideología han compartido
con el centro, el centro derecha y la derecha interpretaciones, normas y valores, eurocentrístas, racistas
y que han sido insensibles a la explotación que las sociedades capitalistas han ejercido sobre las
periferias dependientes. Con el impacto de tales movimientos, el antirracismo, el reconocimiento de la
dignidad y paridad de las otras culturas se convertirá en piedra de toque de la autenticidad de los
idearios y prácticas de los movimientos que van desde el centro izquierda a la extrema izquierda.
Las Naciones Unidas después de La Segunda Guerra Mundial proclaman la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, texto que a partir de entonces, por su alcance y consenso
internacional, se convierte en punto de referencia valorativo y normativo de alcance mundial. A pesar
de la amplitud y laxitud de la Declaración y de la falta de instituciones e instrumentos con los cuales
revisar su cumplimiento y sancionar sus incumplimientos, representa un marco de reconocimiento de
derechos y valores que emplaza a los estados, a las instituciones internacionales y a las sociedades:
Establece un horizonte contrafáctico internacional de reconocimiento al que desde entonces quienes
consideran que se vulneran pueden apelar aunque en la mayoría de los casos sólo al nivel moral.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos reúne en una breve formulación diversos
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substratos interpretativos, normativos y valorativos que conjugan y reconocen derechos que provienen
de las tradiciones liberales, republicanas, socialistas y nacionalistas. De hecho permiten
interpretaciones dentro del espectro que van desde la derecha a la izquierda. La declaración de los
Derechos Humanos sienta un precedente contrafáctico, no obstante, en casi todos los estados y
sociedades del mundo – incluidas buena parte de las occidentales se incumple. Aunque hay una
diferencia notable, y en muchas ocasiones, enorme en el grado y matices de los incumplimientos. No
obstante, la crítica a sus violaciones y el movimiento social y político a favor de su cumplimiento no ha
parado de extenderse, ampliando su popularidad como punto de referencia de las poblaciones y
contribuyendo a ampliar las áreas en las que se respetan. La Declaración ha servido de bandera a
múltiples tipos de movimientos emancipadores tanto en Occidente como en Oriente, tanto en el Norte
como en el Sur. Partiendo de la Declaración de los Derechos Humanos las Naciones Unidas y otros
organismos internacionales, impulsados por la presión de movimientos sociales y políticos de amplio
espectro han proclamado declaraciones de derechos más específicas que amplían y especifican el
catálogo de los derechos, valores e interpretaciones confiriéndoles una mayor concreción, proyección y
pluralidad. Si consideramos el conjunto de declaraciones de las Naciones Unidas y de otras
instituciones internacionales disponemos de un marco de interpretaciones, normas y valores en el cual
se reconocen derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales, nacionales, de genero, de la
infancia y ecológicos.
Configuración de la metáfora política en la era de la globalización.
Al finalizar los años sesenta estalla un malestar cultural y político en las sociedades del
Occidente capitalista que cuestiona el estatus sobre el cual se ha establecido el “consenso solapado” de
las interpretaciones, normas y valores en las relaciones del espectro político derecha-izquierda en el
corto siglo veinte, articulado en torno a los valores hegemónicos del Estado del bienestar. No obstante,
tanto en las sociedades del bloque soviético y en la China, como en importantes países del Sur, pueden
detectarse síntomas del malestar cultural y político que, si son debidos a causas diferentes, confluyen
en este momento para crear la atmósfera de contestación mundial a lo establecido.
En el Occidente capitalista tal clima de contestación cultural y política desborda el marco
establecido por la configuración de la metáfora política izquierda-dercha y su consenso solapado. El
clima de contestación abre una crisis del paradigma político del bienestar y amenaza con convertirse en
crisis de legitimidad del capitalismo avanzado. A partir de finales de los sesenta y comienzos de los
setenta en los países del capitalismo regulado se plantean temas que desbordan los ejes sobre los que se
ha constituido el paradigma político del Estado del bienestar, es decir, el crecimiento económico
capitalista, la democracia representativa, la pacificación social, las políticas del bienestar y la seguridad
militar.
Entre el sesentiocho y el setentitrés se producen movimientos sociales y desplazamientos de la
opinión pública de diverso tipo que plantean nuevos problemas y exigen nuevas interpretaciones,
normas y valores culturales y políticos: Se cuestiona el patriarcalismo de las relaciones de género y
sexuales establecidas así como las relaciones autoritarias entre las generaciones. Se rechaza por parte
de amplios sectores de la juventud el espíritu productivista del capitalismo regulado y la forma de vida
y trabajo fordista y consumista, asociados con las relaciones instrumentales y depredadoras del medio
natural. Se denuncian las políticas militaristas e imperialistas de los EE.UU y el apoyo de las otras
potencias occidentales sobre regiones enteras del Tercer Mundo. Se cuestiona el formalismo de la
democracia elitista y tecnocrática alejada de las inquietudes de las nuevas generaciones, extrañas a tales
entramados de intereses consociativos. Tales manifestaciones de rechazo tienen su especificidad en
cada una de las sociedades del capitalismo regulado, pero son síntomas del malestar que traspasa las
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fronteras de los países y se manifiesta en las nuevas corrientes morales y políticas transnacionales.
El rechazo al “viejo paradigma político” se manifiesta en formas diversas en movilizaciones
interclasistas y subculturas cuyos agentes más activos son las nuevas generaciones que nacieron con el
boom demográfico de la posguerra, socializadas con base en los valores establecidos del Estado del
bienestar y que en gran medida pertenecen a las “nuevas clases medias”. El entramado social y político
del espectro izquierda-derecha establecido en un primer momento reacciona con torpeza ante las
manifestaciones de rechazo que desbordan la articulación de las interpretaciones, las normas y los
valores sobre los que se ha establecido el consenso solapado.
Los nuevos movimientos sociales, el rechazo al paradigma político establecido y las
aspiraciones de una nueva cultura moral y política se sitúan con relación al espectro político en el
espacio que va desde el centro hasta la extrema izquierda, pero, en términos generales, los
representantes institucionales en el espectro político establecido del corto siglo veinte que ocupan las
posiciones que van desde el centro a la izquierda tienen muchas dificultades para conectar con las
sensibilidades emergentes, su integración en el juego institucional y sus interpretaciones de la realidad,
normas y valores los mantienen ligados al paradigma político establecido. Por otra parte, los
representantes institucionalizados de las posiciones que en el espectro político van desde el centro
derecha a la extrema derecha, enfrentados a demandas que cuestionan importantes pilares de las formas
de vida establecidas reaccionan con respuestas neoautoritarias que, a su vez, provocan y realimentan el
conflicto de nuevo tipo. La primera ola de la crisis del viejo paradigma bienestarista de la política
desplaza el espectro político hacia las interpretaciones, normas y valores de la banda izquierda del
espectro político.
En general, existe una notable disonancia entre los representantes institucionales del espectro
político establecido izquierda-derecha y sus concepciones y las manifestaciones emergentes de la nueva
politicidad, sus concepciones y agentes, situadas extramuros del consenso solapado y ocupando
espacios político-morales no institucionalizados en la sociedad civil. Si proyectamos estas prácticas y
concepciones nuevas según relaciones de afinidad y diferencia sobre el espectro político izquierdaderecha se corresponden mayoritariamente con las posiciones que van desde el centro a la extrema
izquierda. No obstante, la confluencia entre el centro izquierda y la izquierda institucional del viejo
paradigma y el nuevo centro izquierda y la nueva izquierda en la sociedad civil, extramuros de la
política establecida, que podrían generar una nueva hegemonía decantada hacia interpretaciones,
normas y valores afines a este lado del espectro, no se produce, ambas partes surgen de prácticas
diferenciadas y tienen concepciones diferenciadas, unas responden al viejo paradigma y las otras lo
rechazan.
El centro izquierda y la izquierda tradicionales continúan con las concepciones y prácticas que
los han formado históricamente, lo que progresivamente los llevan a adoptar posiciones defensivas ante
los nuevos fenómenos que se profundizan cuando se dejan sentir los síntomas de la crisis económica de
largo alcance del capitalismo regulado, la crisis del Estado del bienestar y las ofensivas,
respectivamente, del neoliberalismo y del neoconservadurismo. No obstante, su institucionalización en
el espectro político establecido del corto siglo veinte permite a los representantes de tales posiciones
continuar recibiendo el sostén de amplias masas de la población que participan de los beneficios del
Estado del bienestar, aunque estén en crisis sus políticas, específicamente, siguen recibiendo el sostén
mayoritario de los asalariados del sector primario del mercado de trabajo.
Con la prolongación de la crisis económica en los ochenta y comienzos de los noventa tales
sectores estarán cada vez más a la defensiva y, en la medida que los valores del neoliberalismo vayan
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siendo hegemónicos, su posición de centro izquierda o de izquierda, modifica las interpretaciones de la
realidad, las normas y los valores socialistas y socialdemócratas en el sentido social-liberal y sus
organizaciones experimentan un transformismo tecnocrático y corporativista. Tales cambios facilitan la
competencia de las posiciones de centro izquierda y la izquierda institucionales por el espacio del
centro político, con lo que siguen jugando al juego de la alternancia y el gobierno. El precio a pagar por
tales adaptaciones es abandonar progresivamente las prácticas, interpretaciones, normas y valores que
los habían caracterizado para asumir parte ahora hegemónicas.
El centro izquierda, la izquierda y la extrema izquierda nuevas, surgidos todos ellos de la
cultura del rechazo y la movilización espontánea y directa de los jóvenes de las nuevas clases medias,
son incapaces de ofrecer respuestas políticas alternativas al malestar. El resultado de la nueva
politicidad será paradójico, por una parte, tiene un profundo impacto cultural y moral sobre las
poblaciones, impregnando las relaciones cotidianas y transformándolas en parte en el sentido en el que
las han impulsado, por otra parte, el potencial de las utopías políticas surgidas de las prácticas políticoideológicas del rechazo en la segunda mitad de los setenta se bifurcan en manifestaciones de
romanticismo comunicativo y su opuesto el instrumentalismo radical que, al estar fuera del sistema
institucional y pivotar sobre la movilización del grupo de edad juvenil, exterior al sistema productivo,
al integrarse como generación a la división social del trabajo y debido al efecto disciplinador de la
crisis económica y el paro, se dispersan y diluyen y con ellos las propuestas ideológico-políticas que
expresaron.
La continuación de la crisis económica en los ochenta, la acumulación de los efectos no
queridos de la modernidad radical sobre el modo de vida y el medio natural y la entrada en la nueva
sociedad del riesgo en un mundo cada vez más abocado a su producción, sobre la base de los valores
posmateriales de las nuevas clases medias convertidos en expresión de parte de la nueva sensibilidad
cívica y pública de amplios sectores sociales, genera los nuevos movimientos sociales; El feminismo, el
ecologismo, el pacifismo, los movimientos por los derechos humanos y las formas de vida alternativas.
El entorno humano y natural y la autonomía e identidad están en la base de las nuevas interpretaciones,
normas y valores. Estos movimientos surgen como expresiones puntuales e informales de los males que
denuncian y consiguen una gran capacidad de expresión y movilización, hasta ser capaces en bastantes
ocasiones de convertir estos problemas puntuales en temas de la agenda política institucionalizada
porque ganan la batalla de la opinión pública, pero por su propia constitución y manifestaciones, no son
capaces de convertir estos impulsos en un movimiento político continuado que presente alternativas
globales.
En el terreno de las interpretaciones y los valores los nuevos movimientos sociales tienen una
continuidad con los de finales de los sesenta, pero, en cuanto a sus bases sociales y sus expresiones
políticas e ideológicas son una innovación. Estos movimientos, a pesar de que a veces se
autointerpretan estando más allá de la izquierda y la derecha, si proyectamos sus interpretaciones,
normas y valores sobre el espectro político tienen mayor afinidad con los que en el espectro político se
sitúan en el espacio que va desde el centro a la izquierda, no obstante, sus expresiones políticas e
ideológicas no convergen con las del centro izquierda y la izquierda establecida porque se dan en el
ámbito de la subpolítica, fuera del juego institucionalizado de la política de partidos y sindicatos.
La crisis económica del capitalismo regulado de los setenta y los ochenta abre una fase de
conflictos y cambios que ni el centro izquierda y la izquierda tradicional, ni el centro izquierda, la
izquierda y la extrema izquierda nuevos, van a afrontar desde su formación histórica y propuestas
alternativas con posibilidades de disputar la hegemonía a las reacciones ideológico-políticas que se van
a articular desde las diversas derechas. Lo que al comienzo de la crisis, al finalizar los sesenta y
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VI Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Buenos Aires, Argentina, 5-9- Nov. 2001
comenzar los setenta, había supuesto un mayor peso de los planteamientos ideológico-políticos
escorados hacia la izquierda del espectro político, acaba convirtiéndose con el desencadenamiento de la
crisis del capitalismo regulado y del estado del bienestar, los conflictos que provoca y las respuestas
que se articulan desde las derechas, en una nueva hegemonía de las diversas derechas durante los
ochenta y noventa.
La reacción de la derecha y del centro derecha que perciben el peligro del potencial déficit de
legitimación y diagnostican los males acumulados en el largo plazo de la estructura social de
acumulación del capitalismo regulado van a convertirse en propuestas político-ideológicas prácticas, en
política activa. El neoconservadurismo y el neoliberalismo van a ser las nuevas manifestaciones que a
partir de la segunda mitad de los setenta van a ir formando y articulando históricamente la alternativa
que acaba siendo hegemónica en los ochenta y los noventa, convertida en práctica de la gran mayoría
de las poblaciones de los países del capitalismo avanzado. No obstante, dicha hegemonía no puede
interpretarse como un nuevo consenso solapado, puesto que quedan fuera del consenso solapado
importantes movimientos y manifestaciones ideológico-políticas, la subpolítica, exterior al ámbito
institucionalizado de la política. Las políticas inclusivas del paradigma del bienestar son desplazadas
por políticas excluyentes de la subpolítica.
La crisis económica del capitalismo regulado es estructural y, en la práctica, plantea para el gran
capital la necesidad de una reestructuración de las formas de la acumulación ampliada del capital que
es diagnosticada por las derechas, liberal-conservadoras y liberales, sobre la base de propuestas
liberalizadoras y desreguladoras que se enfrenten a los males acumulados, generados en el largo plazo
por la regulación del capitalismo y los efectos del Estado del bienestar y que les vuelva a conferir el
poder indiscutido en la empresa, limitado por las prerrogativas del movimiento obrero y la legislación
reguladora del Estado. Es lo que se articula como respuesta neoliberal. Por otra parte, la crisis de
motivación manifestada con el surgimiento de la cultura del rechazo es diagnosticada por las derechas
conservadoras y liberal-conservadoras como difusión de valores amorales hedonistas y nihilistas entre
la población y crisis de los valores ascéticos del trabajo y la vida metódica y ordenada y deterioro de la
autoridad de la familia, la religión y el empresariado, proponiendo una ofensiva remoralizadora basada
en el renacer de estos valores del espíritu capitalista y la fuerza moral de la comunidad. Es lo que se
articula como respuesta neoconservadora.
La confluencia en los años ochenta de la hegemonía del neoliberalismo y la puesta en práctica
de sus programas en el interior de los diversos estados del capitalismo avanzado, con las
transformaciones que se ponen en juego durante la crisis del capitalismo regulado, afectan tanto a la
crisis de la centralidad racionalizadora y legitimadora del Estado del bienestar, como a la crisis de la
centralidad de la sociedad del trabajo; Del mundo de la vida en torno al trabajo que genera el obrero
masa concentrado en grandes urbes y barrios obreros y sus formas de organización consumo y
regulación fordista. A ello se ha de añadir el estímulo económico de la inversión en racionalización de
la empresa y de la aplicación de nuevas tecnologías que abaraten y flexibilicen la producción, tanto
frente a la competencia de otros capitalistas en momentos de disminución de los beneficios, como,
principalmente, en un momento de crisis de oferta, frente a las resistencias de la fuerza de trabajo a
rebajar sus costes. Es este conjunto de dinámicas de transformación estructural del capitalismo
regulado con las propuestas hegemónicas neoliberales y neoconservadoras las que a lo largo de los
años ochenta coincidiendo con la crisis definitiva a finales de la década de la Unión Soviética y sus
países satélites de Este Europeo y la puesta en marcha en la China de un proceso de transición
controlado hacia el capitalismo lo que acaba por conducir a mitad de los años noventa a una nueva
estructura social de acumulación, la del capitalismo global.
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