Download El Concilio Vaticano II , hace 50 años

Document related concepts

Aggiornamento wikipedia , lookup

Juan XXIII wikipedia , lookup

Gaudet Mater Ecclesia wikipedia , lookup

Pablo VI wikipedia , lookup

Concilio Vaticano II wikipedia , lookup

Transcript
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
Por Paul Cardenal Poupard
Lo recuerdo, era ayer, en ese otoño ya lejano de 1959. Angelo Giuseppe
sucedido el año anterior al Papa Pío XII con el
Roncalli había
nombre de Juan XXIII. El viejo campesino lombardo, que en la sede
de Pedro decían ser de transición, heredaba una Iglesia con tranquilas
certezas en un mundo que, tras los crujidos de la Segunda Guerra
Mundial, aspiraba a disfrutar la vida intensamente.
Para asombro de todos, acababa de convocar un Concilio. Muchos
no sabían ni siquiera de qué se trataba. Y prácticamente nadie lo esperaba.
Mis profesores de la Facultad de Teología de Angers estaban
convencidos de que a partir de la definición de la infalibilidad del
Papa ya no era necesario un concilio. Con su estilo pragmático, el
buen Papa Juan, como lo llamaban —y también Juan extramuros—,
desmentía la idea. Sería preciso por tanto aceptar la situación. Para
algunos, eso era algo difícil. El Papa los ayudaba, sin grandes teorías,
mediante numerosas confidencias en privado y en público. Todos mis
visitantes en la Secretaría de Estado me decían que en cada audiencia
Juan XXIII les hablaba del Concilio en su lenguaje familiar: “Una
verdadera alegría para la Iglesia universal de Cristo, eso es lo que
1 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
pretende ser el nuevo Concilio Ecuménico. En materia de concilio,
somos todos novicios. El Espíritu Santo estará ahí cuando todos los
obispos se reúnan. ¡Y se verá claramente! Será la flor espontánea de
una primavera inesperada. El Concilio no es una asamblea especulativa;
es un organismo vivo y vibrante, que abarca al mundo entero; una
casa adornada para una fiesta, que resplandece con su decoración de
primavera, donde la Iglesia llama a todos los hombres hacia ella”. “El
Concilio —decía él, agregando el gesto a la palabra— es la ventana
abierta, o también es sacar el polvo y barrer la casa, poner flores en
ella y abrir la puerta diciendo a todos: «Vengan a ver. Aquí está la
casa del Buen Dios». El Concilio hará subir al Cielo un canto primaveral
de juventud”. A los arquitectos les decía: “El Concilio quiere
construir un edificio nuevo sobre los fundamentos colocados en el
curso de la historia”. A una orquesta: “Será una poderosa sinfonía”.
Y a todos: “Produce en todo el mundo una gran esperanza. ¿Qué
puede ser un concilio sino la renovación del encuentro con el rostro
de Jesús Resucitado? El Concilio es la Iglesia iluminando al mundo
a través de los siglos. Sí, luz de Cristo, Iglesia de Cristo, luz de las
naciones…” (Ver Documentación católica, T. LIX, 7 de octubre de 1962,
No. 1385, El Concilio).
Luego tuvo lugar en la Plaza San Pedro la inolvidable procesión
de los dos mil 860 padres, provenientes de 141 países; los obispos con
2 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
mitra blanca, con el anciano Pontífice Papa en intenso recogimiento,
como un bloque de oración; la interminable celebración —más de
cinco horas en la Basílica de San Pedro— marcada por la extensa e
impresionante homilía del viejo pontífice, con una voz sorprendentemente
joven, firme y clara, fustigando a los profetas de desgracias y
enunciando la famosa distinción entre el depósito de la fe y la forma
del anuncio, debiendo éste conservar no obstante el mismo sentido y
el mismo alcance. La voz vigorosa resuena aún en mis oídos, marcada
por un gesto resuelto: “Será preciso dar mucha importancia a esta
forma y trabajar con paciencia, si es necesario, en esta elaborción.
Y habrá que recurrir a una manera de presentar la enseñanza que tenga un
carácter pastoral”.
Al clausurar esa primera sesión, el 8 de diciembre de 1962, Juan XXIII
agregaba: “Será el nuevo Pentecostés tan esperado”; pero en privado añadía:
“Mi parte será el sufrimiento”.Y moría, ofreciendo su vida por el Concilio.
Poco después de su muerte, su sucesor, Pablo VI, recogió ese legado
con intrepidez, trayendo nuevamente a tierra, según la gráfica expresión
de Jean Guitton, la carabela que quedaba en el cielo. Hierático y
con recogimiento, abrió la segunda sesión el 29 de septiembre de 1963,
manifestando de manera sorprendente la orientación que daba al
Concilio: “Cristo es nuestro principio, nuestra vía y nuestro fin. De él
venimos, en él caminamos, hacia él vamos”. La imagen, que empleó con
3 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
audacia, se convirtió en un leitmotiv: el Concilio trabajará para tender un
puente hacia el mundo contemporáneo. Estaban muy impresionados
los observadores del patriarcado de Moscú con los cuales yo cenaba esa
misma noche donde las Hermanas del Convento del Sagrado Corazón
de Angers, en el Janículo.
El 7 de diciembre de 1965, presidiendo la sesión de clausura, Pablo
VI destacaba la generosidad del Concilio en el encuentro con “el
humanismo laico y profano, que se manifestó en su terrible estatura
y en cierto sentido desafió al Concilio. ¿Qué sucedió? ¿Un choque,
una lucha, un anatema? Eso podía ocurrir, pero no tuvo lugar. La
vieja historia del samaritano fue el modelo de la espiritualidad del
Concilio. Lo invadió enteramente una simpatía sin límites. El descubrimiento
de las necesidades humanas —y son tanto mayores en la
medida en que el hijo de la tierra va siendo más grande— absorbió
la atención de nuestro Sínodo”. Y al día siguiente, en la Plaza San
Pedro resplandeciente con el sol, en un gesto totalmente nuevo en la
historia conciliar de los dos milenios, el Papa entregaba radiante los
mensajes al mundo, a los gobiernos, a los hombres de pensamiento y
de ciencia, a los artistas, a las mujeres, a los trabajadores, a los pobres,
a los enfermos, a todos los que sufren, a los jóvenes, diciéndoles con
4 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
calidez comunicativa: “Para la Iglesia Católica nadie es un extraño,
nadie está excluido, nadie es lejano”. El Concilio terminaba en Roma
y recién comenzaba a través del mundo.
Así, el Concilio, al terminar, recobraba la inspiración de su primer
gesto, el mensaje dirigido al mundo el 20 de octubre de 1962, sobre el
cual Pablo VI pudo decir: “Gesto insólito, pero admirable. ¡Es como si
el carisma profético de la Iglesia hubiese explotado repentinamente!
Como Pedro, que en el día de Pentecostés se sintió llamado a alzar de
inmediato la voz y hablar al pueblo, habéis querido en primer lugar
ocuparos no de vuestros asuntos, sino de aquellos propios de la familia
humana, y entablar el diálogo no entre vosotros, sino con los hombres”.
A una distancia de 50 años, quisiera rescatar el verdadero rostro
del Concilio, inspirándonos en la clave de lectura que nos propuso,
desde el comienzo de su pontificado, nuestro Papa Benedicto XVI,
en respuesta a las felicitaciones de Navidad de los cardenales, el 22
de diciembre de 2005.
Benedicto XVI se preguntó con valentía y sencillez: “¿Cuál ha
sido el resultado del Concilio? ¿Ha sido recibido de modo correcto?
En la recepción del Concilio, ¿qué se ha hecho bien?, ¿qué ha sido
insuficiente o equivocado?, ¿qué queda aún por hacer?
Nadie puede negar que, en vastas partes de la Iglesia, la recepción
5 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil (…) Surge
la pregunta: ¿Por qué? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación
del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica,
de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas
de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado
dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre
ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero
cada vez más visible, ha dado y da frutos.
Por una parte existe una interpretación que podría llamar «hermenéutica
de la discontinuidad y de la ruptura»; a menudo ha
contado con la simpatía de los medios de comunicación y también
de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la «hermenéutica
de la reforma», de la renovación dentro de la continuidad
del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que
crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el
mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino. (…)
Cuarenta años después del Concilio podemos constatar que lo
positivo es más grande y más vivo de lo que pudiera parecer en la
agitación de los años cercanos a 1968. Hoy vemos que la semilla
buena, a pesar de desarrollarse lentamente, crece, y así crece también
nuestra profunda gratitud por la obra realizada por el Concilio.(…)
Así hoy podemos volver con gratitud nuestra mirada al concilio
6 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
Vaticano II: si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica
correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para
la renovación siempre necesaria de la Iglesia”.
El 25 de diciembre de 1961, hace ahora cincuenta y un años, el
Beato Papa Juan XXIII promulgaba la Bula de indicción del Concilio
Vaticano II: “Acogiendo como venida de lo alto una voz íntima de
nuestro espíritu, hemos juzgado que los tiempos estaban ya maduros
para ofrecer a la Iglesia Católica y al mundo el nuevo don de
un Concilio Ecuménico, el cual continúe la serie de los 20 grandes
Sínodos, que tanto sirvieron a lo largo de los siglos, para incrementar
en el espíritu de los fieles la gracia de Dios y el progreso del cristianismo”.
Y nos invitaba a recitar todos los días junto con él su oración
al Espíritu Santo por el Concilio: “Que la luz y la fuerza del Evangelio
se expandan aún más en la sociedad, que la religión católica adquiera
más vigor e irradiación misionera, que aumenten un conocimiento
más profundo de la doctrina de la Iglesia y una saludable práctica de
la vida cristiana y que la Iglesia santa propague el reino del Salvador
divino, que es reino de verdad, de justicia, de amor y de paz”.
¿Qué ocurrió?
7 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
El Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII y clausurado
por Pablo VI, se desarrolló en cuatro sesiones, en cada otoño, en
1962, 1963, 1964 y 1965, agrupando a dos mil 300 obispos, con más
de 140 congregaciones, en cuatro años, y haciendo no menos de 550
votaciones sobre textos elaborados por doce comisiones. Promulgó
16 documentos, es decir, cuatro constituciones, nueve decretos y tres
declaraciones. Preciso estos datos porque siempre tenemos la tentación
de poner todo en el mismo plano, si bien las constituciones tienen
valor permanente, los decretos un alcance práctico inmediato y las
declaraciones expresan una etapa en una toma de conciencia. Para dar
tres ejemplos, una constitución se dedica a la revelación, un decreto
a la formación de los sacerdotes y una declaración a los medios de
comunicación social. Son evidentemente realidades de distinto orden.
La historia nos permite descubrir que los concilios han sido de gran
diversidad. Su raíz humana explica la manera como responden a los
problemas de su época: “Los Concilios —decía el 20 de noviembre
de 1961 el Cardenal Frings, del cual el joven teólogo Joseph Ratzinger
era consultor— son siempre producto de una determinada época en
la cual traen la palabra de Dios dándole un nuevo valor de acuerdo
con sus necesidades. Ciertamente, lo que dicen es válido para todos
los tiempos, ya que la verdad eterna se encarna en las palabras
vinculadas con un determinado momento de la historia; pero todos
8 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
tienen la marca original de la época bien determinada en la cual
una situación espiritual igualmente bien determinada exigía que
se precisara la formulación de un pensamiento, que se pronunciaran
palabras que en lo sucesivo se incorporarían en el patrimonio
permanente de la Iglesia, si bien siempre recordarían el momento
que produjo ese pensamiento y esas palabras… (citado en Prendre
part au Concile, Fleurus, 1962, pp. 179-180)”.
El Concilio Vaticano II
Es el Concilio de una Iglesia, que por inspiración del Papa desea
renovarse en un mundo nuevo (aggiornamento) para proporcionar
ella misma al mundo una imagen más verdadera, como presencia
del Evangelio, en el mundo de esta época.
Para Juan XXIII, el Concilio era en primer lugar un encuentro con
Dios en la oración; con María, como los apóstoles en el cenáculo, en
la víspera de Pentecostés. Encuentro con el Espíritu Santo; encuentro
con los obispos; encuentro con los hermanos separados provenientes
de todas partes, incluso de Moscú; encuentro con el mundo entero. La
convocatoria del Concilio fue un gesto espontáneo e imprevisible de
Juan XXIII. En la alocución del 25 de enero de 1959, el Papa se vale de
una inspiración repentina (subito). Si bien Juan XXIII, por costumbre,
9 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
simplifica las cosas relatándolas con sencillez, y pareciera que su decisión
maduró lentamente, como sin saberlo él, desde los tiempos lejanos
en que publicaba las visitas de San Carlos Borromeo a Bérgamo al día
siguiente al Concilio de Trento, él siempre habla de una decisión que se
le impuso en la oración. Así, en su Motu proprio del 5 de junio de 1960,
señala: “Inspiración del Altísimo nos parece el pensamiento que desde
el principio de nuestro pontificado brotó en nuestra mente, como flor
de primavera imprevista, de convocar un concilio ecuménico.”
Juan XXIII no tenía un plan preciso. En todos lados pide sugerencias,
no sólo a los dicasterios de la curia romana y a los obispos, sino
también a las universidades católicas y a las facultades de Teología,
y sobre todo pide oraciones: las audiencias de 1959 casi siempre
terminan con un llamado a la oración por el Concilio. Para él, precisamente
renovándose, poniéndose al día ante el mundo, la Iglesia,
manifestando su vitalidad y su valentía, se mostrará en verdad como
lo que es, como la Iglesia de Cristo: “Con la gracia de Dios, reuniremos
pues el Concilio, y queremos prepararlo considerando lo que es más
necesario reforzar y vigorizar en la unión de la familia católica, en
conformidad con el designio de Nuestro Señor. Luego, cuando hayamos
cumplido esta formidable tarea, eliminando lo que en el plano
más humano podría ser obstáculo para una progresión más rápida,
presentaremos la Iglesia en todo su esplendor, sine macula et sine ruga,
10 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
y diremos…: «Ved, hermanos, es la Iglesia de Cristo»”.
Para llevar a cabo este exigente programa, el Concilio nos dejó un
conjunto de textos impresionante. Al releerlos al cabo de veinte años,
el Sínodo extraordinario de los Obispos convocado por Juan Pablo II
en 1985 tuvo el mérito de poner de relieve con toda claridad los cuatro
pilares fundamentales del Concilio a partir de las cuatro Constituciones
dedicadas a los mismos: la Revelación (Dei Verbum), la Iglesia
(Lumen Gentium), la liturgia (Sacrosanctum Concilium), la misión de la
Iglesia en el mundo (Gaudium et Spes). He aquí, en resumen, lo esencial:
1. En primer lugar, como dice Juan Pablo II en su Carta Apostólica
Novo Millennio Ineunte al concluir el Gran Jubileo del año 2000, el
redescubrimiento de la Iglesia como misterio, es decir, como “pueblo
unido de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no
podía no incluir también el redescubrimiento de su «santidad»,
entendida en el sentido fundamental de ser propia de Aquel que
es por excelencia el Santo, el «tres veces Santo», con el «llamado
universal a la santidad», ese «alto grado» de la vida cristiana común:
toda la vida de la comunidad eclesial y de las familias cristianas
debe conducir en esa dirección. La Iglesia es misterio de gracia.
Cada bautizado es responsable en ella, en su lugar, no sólo de su
salvación personal, sino también de la fidelidad de la Iglesia a su
misión, para la cual tiene el deber de hacer fructificar su don de
11 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
gracia, recibido en el bautismo y alimentado por los sacramentos,
en especial la Eucaristía, y por la Palabra de Dios. En la Iglesia,
todos los ministerios, comenzando por el del Papa, están al servicio
de esta comunión eclesial fortalecida por la educación cristiana,
de la cual los padres son los primeros responsables” (Declaración
Gravissimum educationis sobre la educación cristiana).
Al igual que en siglos anteriores, con los concilios de Trento y Vaticano
I, para responder a las nuevas necesidades de la Iglesia, en
el Concilio Vaticano II surge un nuevo tipo de obispo —el Concilio
definió el episcopado, un sacramento— con los sacerdotes, sus
colaboradores y los diáconos —el Concilio restableció el diaconado
permanente— al servicio de un nuevo tipo de comunidad cristiana,
donde, en medio de los fieles laicos, los religiosos están enteramente
entregados a Dios y a sus hermanos mediante la práctica de los tres
consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. La Iglesia
de Dios es comunión de iglesias locales cuya catolicidad expresa
la riqueza de la unidad. El Papa, como primer jefe, es su garante,
con sus hermanos obispos, en la colegiatura episcopal manifestada
por la creación de las conferencias episcopales en cada país, los
consejos de conferencias episcopales en cada continente, y sobre
todo la creación, por Pablo VI, el 15 de septiembre de 1965, del
12 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
Sínodo de los Obispos, decisión sin precedentes en la historia de
la Iglesia latina. Al promulgarlo, el Papa declara de manera significativa:
“El Concilio Ecuménico nos brindó la ocasión de concebir
la idea de constituir establemente un consejo especial de obispos
con el fin de que, aun después de terminado el Concilio, continúe
llegando al pueblo cristiano aquella abundancia de beneficios que
felizmente se ha obtenido, durante el tiempo del Concilio, como
fruto de nuestra íntima unión con los obispos”.
2. La restauración de la liturgia es sin duda alguna el fruto más visible
del Concilio y también el que ha provocado el mayor número
de reacciones contrastantes y ampliamente mediatizadas. ¿Qué
pretendió el Concilio? Lo cito en su Constitución Sacrosanctum
Concilium: “Organizar los textos y los ritos de tal manera que
expresen con mayor claridad las realidades simples que representan
y que el pueblo cristiano, en la medida de lo posible, pueda
comprenderlos fácilmente y participar en los mismos mediante
una celebración plena, activa y comunitaria” para “hacer progresar
la vida cristiana día a día entre los fieles”. A un cuarto de
siglo de distancia de la Constitución conciliar sobre la sagrada
liturgia, el 4 de diciembre de 1988, Juan Pablo II publica una
Carta apostólica en la cual hace suya la apreciación positiva del
Sínodo extraordinario de los obispos reunido por su iniciativa
13 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
en Roma, en 1985, para revivir el Concilio como experiencia
espiritual, verificar lo que ha inspirado en la vida de la Iglesia,
profundizar su mensaje y proseguir con su aplicación: “La renovación litúrgica es el fruto más claro de toda la obra conciliar”.
Al mismo tiempo, como reconoce el Papa, la implementación del
Concilio ha tropezado con dificultades considerables. Ciertos
fieles han retrocedido a las formas litúrgicas anteriores. Otros
han promovido innovaciones fantasiosas, omisiones o añadidos
ilícitos y confusiones entre el sacerdocio ministerial vinculado
con la ordenación sacramental y el sacerdocio común de los fieles
cuyo fundamento reside en el bautismo.
Para remediar la situación, La Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos publicó el 25 de marzo de 2004
la Instrucción Redemptionis Sacramentum, que recuerda las normas
que se deben observar y los abusos que se deben evitar en la celebración
del misterio eucarístico, sacramento de la redención. Por
lo demás, en su Instrucción Varietatis legitimae, la Congregación
enunció los principios de la inculturación de la liturgia en las
diversas culturas. Conservando la unidad sustancial del rito romano,
el proceso de inculturación llevado a cabo bajo la autoridad
de la Iglesia traduce las exigencias de vida nueva anunciadas por
Cristo en la lengua, la música y el canto, los gestos y las actitudes,
14 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
el arte y la piedad popular.
El Papa Benedicto XVI, como somos testigos, no deja de recurrir a
todos los medios posibles para una reconciliación con la Fraternidad
San Pío X de Monseñor Lefebvre (ver Gérard Leclerc, Rome et les
Lefebvristes, Le Dossier, Salvator, 2009), y al respecto ha liberalizado
el uso de la liturgia vigente con anterioridad al Concilio Vaticano
II, convertida en “forma extraordinaria” del rito romano, permaneciendo
el Misal de Pablo VI como “la forma ordinaria”, mediante el
Motu proprio “Summorum Pontificum” del 7 de julio de 2007, con
el fin de ofrecer a todos los fieles el uso más antiguo de la liturgia
romana, considerada un tesoro precioso que se debe conservar;
garantizar y asegurar realmente a quienes lo solicitan el uso de la
forma extraordinaria y favorecer la reconciliación en el seno de la
Iglesia. La Instrucción de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, del 30 de
abril de 2011, titulada Universae Ecclesiae, señala las modalidades de
aplicación (ver D.C. del 19 de junio de 2011, No. 2470, pp. 572-578).
3. La primacía de la Palabra de Dios: la Revelación es Cristo preparado
en una historia, el Antiguo Testamento; manifestado en un tiempo
histórico, los Evangelios; transmitido en la Iglesia ante todo por
la palabra viva de los testigos, y fijado en la Escritura santa de la
cual Dios mismo es el autor en la medida en que es Él quien la ha
15 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
inspirado. Para que el Evangelio se conserve intacto y vivo en la
Iglesia, los apóstoles transmitieron a sus sucesores, los obispos,
su propio ministerio de enseñanza. Y la Revelación divina se
transmitió así en su integridad a través de la santa Tradición y la
Sagrada Escritura auténticamente interpretada por el magisterio.
La Tradición proveniente de los apóstoles no es una materia inerte,
sino un cuerpo vivo que se desarrolla en la Iglesia bajo la asistencia
del Espíritu Santo.
4. La apertura hacia todos los que no son miembros de la Iglesia, catalogados
hasta ese momento como “de afuera”. En una mirada de
fe, la visión de la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI, del 6 de
agosto de 1964, de los tres círculos concéntricos —no católicos,
no cristianos y no creyentes— los abarca a todos en la voluntad
universal de salvación de Dios, a través de Cristo, único Salvador,
de una manera que sólo Él conoce, ya que nadie es abandonado
por la gracia y cada uno debe seguir a su conciencia, que tiene el
deber de iluminar. A nadie se le puede impedir ni obligar a creer,
señala la Declaración Dignitatis humanae personae sobre la libertad
religiosa. Se crean tres dicasterios para poner en ejecución los decretos
conciliares: Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo y las
relaciones de la Iglesia con las iglesias orientales ortodoxas —otro
decreto, Orientalium Ecclesiarum, está dedicado a las iglesias orientales
16 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
católicas— y las iglesias y comunidades eclesiales separadas
en Occidente; Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con
las religiones no cristianas —el hinduismo, el budismo, la religión
musulmana y la religión judía—, y Gaudium et spes, sobre los ateos,
agnósticos, indiferentes, no creyentes.
El misterio de la Iglesia: en el mundo y su tiempo
En su Carta apostólica Tertio Millennio Adveniente, del 10 de noviembre
de 1994, el Papa Juan Pablo II, que fue uno de los Padres más
jóvenes y también uno de los más activos del Concilio, lo presenta
así: “El Concilio Vaticano II constituye un acontecimiento providencial
gracias al cual la Iglesia ha iniciado la preparación próxima del
Jubileo del segundo milenio. Se trata de un concilio semejante a los
anteriores, aunque muy diferente: un concilio centrado en el misterio
de Cristo y de su Iglesia, y al mismo tiempo abierto al mundo, contribución
que marca la preparación de la nueva primavera de vida
cristiana que deberá manifestar el Gran Jubileo si los cristianos son
dóciles a la acción del Espíritu Santo”.
De acuerdo con la orientación propuesta por el Cardenal Montini
a los Padres del Concilio —previamente presentada a Juan XXIII y
17 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
aceptada por él— al terminar la primera sesión, se relee, reduce y
reorienta el conjunto inconexo de los 70 esquemas preparatorios para
presentar el misterio de la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo
a la luz de Jesús, Verbo de Dios, que resplandece sobre su rostro e
ilumina en ella los elementos humanos y divinos, visibles e invisibles,
como una realidad de fe, rica de vida, portadora de esperanza y
desbordante de amor, ad intra y ad extra. No es la Iglesia la luz de las
naciones, sino Cristo, del cual ella debe ser el reflejo y la mensajera,
la Iglesia que los cristianos que viven en el mundo actual deben
redescubrir en su misterio de fe, para presentarla a los hombres: son
las dos grandes constituciones conciliares, la constitución dogmática
Lumen Gentium y la constitución pastoral Gaudium et Spes.
La Iglesia no es primeramente una estructura institucional, sino
un lugar de presencia trinitaria y manifestación en el mundo del
agapè trinitario. Es el redil cuya única puerta es Cristo. Es el rebaño
del cual él es el pastor que dio la vida por sus ovejas. Es la tierra
que Dios mismo cultiva, donde fue plantada como la viña elegida,
fuente de vida y de fecundidad. Es el edificio que Dios construye
sobre Cristo, piedra angular. Es la residencia de Dios, el tabernáculo
donde habita en medio de los hombres. Hecha de piedras vivas unidas
por el cemento del amor, es la ciudad santa, la Jerusalén celeste,
misterio, sacramento, comunión, anuncio profético de la salvación. Es
también a la vez visible e invisible. Una, santa, católica y apostólica,
18 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
va adelante, según la palabra de San Agustín, caminando entre las
persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios.
Existencialmente, la Iglesia se descubre en triple relación: con
Dios, es su dimensión original, analizada en los capítulos V y VI de
Lumen Gentium; con las generaciones de creyentes (capítulo VII sobre
la comunión de los Santos y capítulo VIII sobre la Bienaventurada
Virgen María), y con los demás hombres, los cuales no reconocen a
Dios —los incrédulos— o a Jesucristo —los no cristianos— o son
cristianos permaneciendo en un estado de separación de la Iglesia
Romana. Cada capítulo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia
tiene una prolongación en los Decretos Christus Dominus sobre el ministerio
pastoral de los obispos; Presbyterorum Ordinis y Optatam totius
sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes, y sobre la formación
de los sacerdotes; Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida
religiosa, y Apostolicam actuositatem sobre el apostolado de los laicos.
Se crean varios consejos pontificios para poner en ejecución el
Concilio: para los laicos; para la promoción de la unidad de los
cristianos; para la familia; “Justicia y Paz”; “Cor Unum” al servicio de la caridad universal; para la pastoral de los migrantes y las
personas en desplazamiento; para la pastoral de la salud; para la
interpretación de los textos legislativos; para el diálogo interreligioso,
19 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
la cultura y las comunicaciones sociales, este último inspirado
por el primer Decreto del Concilio, Inter mirifica, puesto al día por
las Instrucciones pastorales Communio et progressio de 1971 y Aetatis
novae de 1992. Así, la Iglesia, lejos de ser una totalidad encerrada
entre paredes, aparece como un lugar de relaciones: “La comunidad
cristiana se siente íntima y realmente solidaria del género humano
y de su historia (Gaudium et Spes, n. 1). Interesa al mundo reconocer
a la Iglesia como realidad social y fermento de la historia. De igual
manera, la Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido
de la evolución histórica del género humano (ibid. 44 § 1). “Con su
fiel adhesión al Evangelio y el ejercicio de su misión en el mundo, la
Iglesia, cuya misión es fomentar y elevar todo cuanto de verdadero,
de bueno y de bello hay en la comunidad humana, consolida la paz
en la humanidad para gloria de Dios (Gaudium et Spes, 76 § 6)”.
La Iglesia descubre así, experimentalmente, su misterio: mediante
ella, para la cual se ha entregado el Señor, Dios permanece presente
en medio de los hombres, no frente al mundo, como un contramundo,
sino “en el mundo de este tiempo. Es el único Pueblo de Dios
presente en todas las razas de la tierra, pues de todas ellas reúne a
sus ciudadanos, y éstos lo son de un reino no terrestre, sino celestial
(Lumen Gentium, n. 13)”. De aquí se desprende no sólo una división de
las responsabilidades: la responsabilidad de la Iglesia es el Reino de
Dios, y el Concilio reconoce el carácter específico de las responsabilidades
20 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
humanas, sobre todo en el plano socioeconómico y político,
pero también la doble responsabilidad del cristiano, ciudadano de
un Estado terrestre y al mismo tiempo miembro del Cuerpo místico
de Cristo (Gaudium et spes, cap. III, n. 33-39).
Entre el mundo y la Iglesia, las relaciones son recíprocas: la Iglesia
debe conocer los problemas humanos, y específicamente cada uno
de aquellos a los cuales el Documento dedica un capítulo: la dignidad
del matrimonio y la familia, el desarrollo de la cultura, la vida
económico-social, la vida en la comunidad política, el fomento de la
paz, el desarrollo de la comunidad de los pueblos y las mutaciones de
la cultura. Quienes tienen la responsabilidad, lo cual necesariamente
está matizado por opciones políticas, son invitados a escuchar a la
Iglesia: “La Iglesia, por su parte, que recibió la misión de manifestar
el misterio de Dios, de este Dios que es el fin último del hombre, revela
al mismo tiempo al hombre el sentido de su propia existencia,
es decir, su verdad esencial”.
Ciudadanos de ambas ciudades, los cristianos deben cumplir con
esmero y fidelidad sus tareas terrenales. El aggiornamento, junto con
mantener la fidelidad profunda —y por ser fidelidad profunda—,
tiene como objetivo ayudar a la Iglesia a cumplir su misión de anunciar
21 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
el Evangelio, por cuanto “las nuevas condiciones ejercen influjo
también sobre la vida religiosa” (n. 7 § 3)”. De aquí se desprende la
importancia de distinguir debidamente las señales de los tiempos y
por consiguiente presentar sin traición el anuncio del Evangelio en
una cultura impregnada de una gran dosis de ateísmo multiforme
(n. 19-22). La Iglesia se esfuerza por compartir sus convicciones de
fe en un diálogo leal y prudente con los que no creen en Dios o no
profesan religión alguna, cada vez que estos últimos están abiertos
a una colaboración sincera.
La sorprendente actualidad del Concilio
El Concilio Vaticano II, nacido de una decisión de Juan XXIII, que
maduró en el estudio y la oración, quiso rejuvenecer la Iglesia, lo
cual para él significaba “aclarar el pensamiento, afianzar la unidad
religiosa, avivar el fervor cristiano (25 de enero de 1959)”.
Pero, acordándose tal vez de la vieja ley que recordaba Newman,
el 7 de agosto de 1870, a una de las personas con las cuales se
escribía: “Debemos recordar que rara vez ha habido un concilio al
cual no haya seguido una gran confusión” (Cardenal John Henry
Newman, Pensées sur l’Église, Cerf, col. Unam Sanctam, No. 30, p.
112), Juan XXIII agregaba, en la audiencia general del 5 de septiembre
22 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
de 1959: “No debemos creer, sin embargo, que después del
Concilio Ecuménico Vaticano II la paz será perfecta en el mundo.
No debemos pensar que la vida en la tierra, a consecuencia de la
renovación y el bienestar espiritual, será una especie de anticipación
de la permanencia bienaventurada en el cielo. Desgraciadamente,
en la existencia siempre estarán presentes las cargas y las
angustias propias del peregrinaje terrenal. Sin embargo, habrá
más claridad y las almas estarán mejor preparadas y dispuestas
para recibir la ayuda del Señor”.
Newman tenía razón. Muchos concilios fueron seguidos de un
largo período de debates, ciertamente de confusión en torno a los
puntos de doctrina abordados, y también de falta de dedicación a la
puesta en ejecución. En su carta del 6 de enero de 2001, Juan Pablo II
se preguntaba cómo era realmente la situación cincuenta años después
del Concilio Vaticano II. ”¡Cuánta riqueza, queridos hermanos
y hermanas, en las orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano II!
Por eso, en la preparación del Gran Jubileo, he pedido a la Iglesia que
se interrogase sobre la acogida del Concilio. ¿Se ha hecho?” Al Concilio
Vaticano II acompañó y sobre todo siguió una mutación sociocultural
cuya amplitud, radicalidad, rapidez y carácter cósmico no tienen equivalente:
el triunfo de los métodos críticos, la invasión de las ciencias
23 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
humanas, la rebelión de parte de la juventud, la urbanización galopante,
la secularización radical, la crisis del magisterio, el desinterés
por todo cuanto proviene de una jerarquía, el acaparamiento de las
cosas terrenales y la invasión de lo económico.
Al enfrentar estos problemas, la Iglesia del Concilio Vaticano II
sigue viviendo, y su tradición permanente es creación y al mismo
tiempo transmisión. Además, sólo transmite renovándose, de acuerdo
con lo dicho por Lacordaire: “Debido a una ley que rige todas las
cosas creadas, donde el progreso se detiene, la muerte comienza a
introducirse. El régimen de conservación, suficiente para la mayoría
de las inteligencias, no es capaz de retener a ciertas almas ardientes”
(…) Esta necesidad existe hoy en mayor medida que ayer, en un
mundo marcado por la desaparición de los modelos culturales, la
crisis profunda de las evidencias y las credibilidades, la dispersión
del sentido en los ámbitos compartimentados del saber, la discontinuidad
y la contradicción entre las referencias, la impugnación de
los sistemas, la sospecha de las representaciones, el rechazo de los
dogmatismos sistemáticos y totalizadores. Con lucidez, Juan Pablo
II diagnostica en su Carta ya citada: “Estamos entrando en un milenio
que se presenta caracterizado por un profundo entramado de
culturas y religiones incluso en países de antigua cristianización. En
muchas regiones los cristianos son, o lo están siendo, un “pequeño
24 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
rebaño” (Lc 12, 32). Esto les pone ante el reto de testimoniar con
mayor fuerza, a menudo en condiciones de soledad y dificultad, los
aspectos específicos de su propia identidad” (n. 36).
Uno de los grandes actores del Concilio, el Cardenal Lienart, mostró
muy bien que el Concilio era, de parte de Juan XXIII, un llamado
al Espíritu Santo para renovar la Iglesia: “El Espíritu Santo, que está
en ella, no la deja quedarse dormida en situaciones adquiridas y
trabaja sin cesar en renovarla y reanimar su vigor. Por este motivo
el Santo Padre ha querido que la Iglesia Católica, en presencia de las
necesidades propias de un mundo en plena evolución, no permanezca
inmóvil, sino que en medio del Concilio someta a un examen general
el estado actual de su organización central y diocesana, de su disciplina
interna, de su liturgia y en general de sus usos y métodos de
apostolado con el fin de fortalecerse en sus fuentes divinas, alivianar
su paso desprendiéndose de lo que no le es esencial y presentarse al
mundo en su integridad, su pureza y el atractivo vigor de su eterna
juventud” (Semaine Religieuse de Lille, 18 de febrero de 1962, citado en
Prendre part au Concile, Fleurus, 1962, pp. 67-68).
Porque la Iglesia no es un islote aislado del mundo. El Concilio quiso
ir al mundo para compartir con el mismo la buena nueva del Evangelio;
pero el mundo irrumpió en la Iglesia, y este mundo donde
25 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
la Iglesia no deja de cumplir su misión es hoy, como señalaba un
testigo excepcional, el Cardenal Garrone, en el Sínodo de los Obispos
de 1985, “un mundo cuyas transformaciones nos desconciertan
en nuestra reflexión”. Porque, para decirlo en pocas palabras, “el
mundo del Concilio” desapareció. Mi viejo padre, angevino, campesino
y viñador, me confiaba, al final de una larga existencia feliz
y laboriosa, que en el curso de su vida había visto más cambios que
todos sus antepasados a lo largo de un milenio. Estamos viviendo en
una crisis de civilización de la cual mayo de 1968 fue la manifestación
espectacular, con el vacío de una sociedad sin alma, el cuestionamiento
de los pilares sobre los cuales descansaba la sociedad y la
autoridad impugnada tanto en la Iglesia como en la familia y en la
ciudad. La caída demográfica de Europa, la expansión del Islam y la
amplitud de los movimientos migratorios alteraron profundamente
los equilibrios seculares y pusieron en tela de juicio los modelos de
crecimiento y de equilibrio social. La crisis, inicialmente bancaria y
luego financiera, económica y social, no ha terminado de hacer sentir
sus efectos en un mundo donde la globalización de la información instantánea
no deja de alterar equilibrios que han llegado a ser frágiles.
Tras el optimismo de los sixties, apreciado por los estadounidenses,
se produjo un pesimismo generalizado. El equilibrio de los poderes,
tan estimado por Montesquieu, entre el legislativo, el ejecutivo y el
26 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
judicial, se hizo astillas con la presión irresistible de lo mediático. La
vida misma se ve amenazada, desde el aborto hasta la eutanasia. La
transmisión de los valores, sin los cuales una sociedad se deshace, es
difícil de llevar a cabo con las nuevas generaciones, con este planeta
de jóvenes que evoluciona en una órbita que los Padres del Concilio
no sólo desconocían, sino que ni siquiera podían imaginar, sobre todo
Internet, que se aparta diametralmente de las vías milenarias de la
educación en la familia, en la escuela y en la sociedad.
Hoy es patente una consecuencia imprevisible y del todo impensable
para los Padres del Concilio: la vida de muchos hombres, especialmente
los jóvenes, su manera de vivir y pensar, no está en absoluto
influenciada por este acontecimiento considerable del Concilio, que
viví de un extremo al otro, en el cual, por así decir, estuve inmerso
en servicio en primer lugar de Juan XXIII, el inspirador; luego de
Pablo VI, el timonel; de su sucesor, Juan Pablo II, que fue Padre del
Concilio, y hoy día junto a nuestro Santo Padre el Papa Benedicto XVI,
que lo ha vivido como experto y se esfuerza con valentía, paciencia
y perseverancia por superar las rupturas del postconcilio con riesgo
de provocar nuevos desgarrones.
Esta toma de conciencia, lejos de desmovilizarnos, nos incita a una
27 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
mayor responsabilidad para poner en ejecución el Concilio que deseaba,
de acuerdo con su inspirador e iniciador, el Beato Juan XXIII, compartir
la buena nueva del amor de Cristo en el cual todos somos hijos del
mismo Padre y hermanos de todos los hombres. El informe final del
Sínodo extraordinario de 1985 sobre el Concilio, después de destacar
que las señales de los tiempos actuales están marcadas por problemas
y angustias aún más graves —hambre, opresión, injusticias, guerras,
terrorismo y formas de violencia multiplicadas— es significativo: En
la Palabra de Dios, la Iglesia celebra los misterios de Cristo para la
salvación del mundo. Es la razón de ser de la Iglesia, su misión propia,
más difícil que nunca, como lo ha comprendido muy bien nuestro
Papa Benedicto XVI, que en el otoño de 2012 reunirá al Sínodo de los
Obispos para la nueva evangelización. La misión es la razón de ser
de la Iglesia. Como lo afirma el Decreto Conciliar Ad gentes sobre la
actividad misionera de la Iglesia: “La Iglesia es enteramente misionera”.
Así es la actualidad sorprendente del Concilio. A medio siglo de
distancia, sombras y luces se manifiestan en un relieve sorprendente:
renovación bíblica y litúrgica, responsabilidad eclesial y ecuménica
conjunta, actitud de apertura y al mismo tiempo de discernimiento
atento con respecto a las otras religiones. Mientras en Europa, junto
con el envejecimiento demográfico hay una caída de la práctica religiosa
y de las vocaciones sacerdotales y religiosas, las iglesias jóvenes
de África, Asia y Latinoamérica dan testimonio de la alegría de la
28 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
fe, del fervor de la esperanza, del dinamismo de la caridad. Con la
traducción de la Palabra de Dios y de la liturgia a lenguas vivas, las
vocaciones aumentan, la participación de los laicos en la vida social
se afirma, las conversiones se multiplican y la Iglesia llega a ser un
polo de atracción tanto para los intelectuales como para el pueblo.
Viva y radiante, la Iglesia es mensajera de Buena Nueva.
También en Europa no hay lugar donde no se manifieste una sed
de Dios, una necesidad de oración, el deseo de una vida evangélica
auténtica, la renovación de los peregrinajes, el entusiasmo comunicativo
en las JMJ y la creación de nuevas comunidades de vida evangélica
y apostólica. En la crisis de civilización de este comienzo de milenio,
marcada por la conmoción de los espíritus y el deterioro de las costumbres,
la Iglesia responde proponiendo el mensaje del Concilio a
los hombres de nuestro tiempo: Cristo es la clave de toda la historia.
Su luz ilumina el misterio del hombre, que vale más por lo que es que
por lo que tiene y realiza siguiéndolo la plenitud de su vocación de
hijo de Dios, fuente de felicidad en este mundo y de alegría eterna.
Y las palabras del Concilio cantan en mi memoria: “El porvenir está
en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones
para vivir y razones para esperar” (Gaudium et spes, n. 31).
“A medida que pasan los años —declaraba Juan Pablo II el 6 de
29 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
enero de 2001— los textos del Concilio no pierden nada de su valor
ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que
sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos
del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. Después
de concluir el Jubileo siento más que nunca el deber de indicar el
Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado
en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura
para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Novo
Millennio Ineunte, n. 57).
En cuanto a su sucesor Benedicto XVI, su preocupación principal
es poner en ejecución todo el Concilio de manera orgánica, en la continuidad
de la Iglesia. En una cultura que todo lo aplana, nos recuerda
—y lo ha dicho con fuerza ante sus compatriotas alemanes— que
nuestro Padre del Cielo nos llama a vivir como hermanos responsables
en la tierra, en la salvaguardia de la creación, el respeto a nuestros
hermanos de todas las culturas y religiones, y siendo consecuentes con
nuestra identidad propia de cristianos, amigos y discípulos de Jesús.
En una cultura del espectáculo permanente y efímero, en la celebración
de los sacramentos y en particular de la eucaristía —la Iglesia
hace la eucaristía y la eucaristía hace la Iglesia—, la Iglesia debe
ayudar a los fieles a interiorizar la fe en la oración y la belleza, de lo
cual nuestro Papa da ejemplo incansablemente en sus celebraciones
litúrgicas, en Roma y en el curso de sus viajes a través del mundo.
30 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
En una cultura marcada por las ciencias y las técnicas, y ante la ola
de los fundamentalismos, Benedicto XVI insiste semana a semana, en
todos sus mensajes —y especialmente en sus grandes intervenciones,
como en los Bernardinos, en París, y en el Bundestag, en Berlín—,
sobre la importancia del diálogo entre la fe y la razón.
En una cultura dividida y como reventada entre el relativismo
y el fundamentalismo, Benedicto XVI pide a todos los bautizados,
tanto a los laicos como a los sacerdotes, religiosos y religiosas, de
acuerdo con la consigna de San Pedro con los primeros cristianos
de Roma “dar cuenta con dulzura y respeto de la esperanza que los
anima” (1 P, 3, 15).
Es el amplio campo abierto por el Concilio Vaticano II, que Benedicto
XVI no deja de labrar, y donde nos invita a todos a trabajar con
él, que apenas elegido por el Sacro Colegio de Cardenales se presentó
a la salida del cónclave, en la Plaza San Pedro, el 19 de abril de 2005,
como “un humilde obrero en la viña del Señor”.
31 / 32
El Concilio Vaticano II , hace 50 años
32 / 32