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Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía
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La vulnerabilidad del euro, una llamada de
atención sobre el futuro del capitalismo
Alejandro Nadal
Miembro del Consejo Editorial de SinPermiso – Tomado de
sinpermiso.com
Nadie imaginó que la crisis financiera y económica global pondría al euro en
grave peligro. Pero hoy eso es evidente: la debacle de la economía en Grecia
le ha colocado una gran piedra en el pescuezo. Y hay muchos interesados en
verlo hundirse en las oscuras aguas de la especulación financiera.
La semana pasada las principales economías de la eurozona llegaron a un
acuerdo para el rescate de la economía griega. La ironía es que los términos
de ese rescate permiten observar con mayor claridad las deficiencias y
problemas estructurales de la divisa común europea. El salvamento está
organizado alrededor de una idea peligrosa: si la economía griega llega a estar
a punto de declararse en bancarrota, los países de la eurozona y el Fondo
Monetario Internacional entrarán al rescate.
La canciller Angela Merkel quiere hacernos creer que es su triunfo, al mantener
su oposición a un rescate a ultranza de la economía griega. Quiere que su
electorado se lo agradezca. Merkel enfrenta elecciones delicadas en unas
cuantas semanas y esta publicidad le va a ayudar. En Alemania la versión
popular del asunto es que las deudas de los griegos no deben convertirse en el
pasivo de Berlín. Así que el desplante de la Merkel tiene buenos resultados en
los ratings de los políticos, pero está basado en una visión simplista y
edulcorada de las cosas. Regresaremos sobre esto la semana que viene.
Originalmente la oposición al rescate estuvo basada en el artículo 125 del
Tratado para el Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE). Ese precepto
establece que la Unión Europea no asumirá la responsabilidad de los
compromisos financieros de un gobierno central, lo que equivale a prohibir el
rescate de un país que como Grecia tiene dificultades para enfrentar
vencimientos de deuda. Desde esta perspectiva, la posición dura de la canciller
alemana podría interpretarse como una postura legalista.
Sin embargo, esa es sólo una impresión. El acuerdo al que se llegó para sacar
del agujero a Grecia de todos modos implicaría un compromiso financiero para
Berlín (según el banco central europeo 26 por ciento del rescate para Atenas
provendría de Alemania). Por otra parte, la inclusión del FMI en el rescate es
un golpe a la credibilidad del euro, y abre la puerta a la injerencia de
Washington en los asuntos de la política fiscal europea.
Todo lo anterior pone en evidencia las debilidades del euro. Cuando nació el
euro se pensaba que los países en la eurozona compartirían la misma política
macroeconómica (de corte neoliberal). Ya es casi un lugar común señalar que
Grecia disfrazó cifras y mintió para poder ingresar en la esfera del euro. La
realidad es que muchos de los miembros de la eurozona recurrieron a tretas
contables para ocultar la violación de las reglas sobre déficit presupuestario y
deuda, y todos se hicieron los distraídos. En el baile de máscaras que siguió,
todos los miembros de la eurozona aplicaron políticas fiscales distintas y habría
sido demasiada coincidencia tener plena compatibilidad al final del camino.
Antiguamente si un país entraba en dificultades podía recurrir a una
devaluación de su moneda y llevar a cabo un ajuste. Los países de la eurozona
no pueden recurrir a este expediente. En caso de crisis, sus opciones son más
difíciles de deglutir para su población y conducen de manera directa a un
recorte en el poder de compra de grandes segmentos de la población. Claro,
siempre queda la opción de declararse en bancarrota, pronunciar la palabra
moratoria y esperar que un doloroso terremoto ponga todo en su lugar.
Esa opción es un golpe para la unión monetaria, pues el efecto en cascada
para los demás países en otros mercados financieros sería desastroso. En
última instancia ese colapso debilitaría el euro, porque sería interpretado en los
mercados financieros como el resultado de la incapacidad de los países de la
eurozona para mantener una posición sana y consolidada para la divisa
europea.
Habrá que esperar unas semanas para ver si los mercados reaccionan bien
frente al improvisado rescate de la economía griega. Nada es seguro en este
contexto de turbulencia. Hoy está en juego la integridad de una unión
monetaria basada en la idea de que economías muy distintas podían compartir
una divisa sin tener el respaldo de una tesorería común. Era una apuesta muy
arriesgada y tenía que pasar por imponer a los miembros de la unión monetaria
una política macroeconómica. Eran los tiempos del auge neoliberal: se escogió
un marco restrictivo y procíclico.
Hoy el conjunto de los llamados PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y
España) enfrentan vencimientos para 2010 por más de 404 mil millones de
euros (mmde), de los cuales 62 mmde son para abril y 102 mmde para junio y
julio. No es evidente que un plan de rescate improvisado para Grecia permita a
todos los PIIGS acceder a condiciones de financiamiento aceptable (no
demasiado oneroso) y con el calendario apropiado. Claramente la crisis es más
que un problema en Atenas y afecta a toda la eurozona. Ha llegado el
momento de hacer un balance del euro. ¿Quién empujó el proyecto del euro y
cómo se distribuyeron las ganancias de esta gran transformación monetaria en
Europa?
Alemania ha sido la clave para armar el paquete de rescate para la economía
griega. Angela Merkel ha proclamado un triunfo para el euro y para su
gobierno, al hacer intervenir al Fondo Monetario Internacional. La realidad es
que con la transfusión de entre 20 y 22 mil millones de euros, los que salen
rescatados son los acreedores de Grecia, en su mayor parte bancos europeos.
Por otra parte, este episodio pone de relieve las debilidades profundas de la
Europa neoliberal. Entre otras cosas, demuestra que la crisis en Grecia tiene
sus orígenes en Alemania.
Se habla mucho de los trucos y trampas contables usadas por Atenas para
cumplir las reglas e ingresar a la esfera del euro, en especial el límite para el
déficit fiscal de 3 por ciento del PIB. Pero muchos estados miembros hicieron lo
mismo para cumplir año tras año con la disciplina macroeconómica del Pacto
de Estabilidad y Crecimiento (PEC).
De hecho, Alemania fue el segundo país, después de Portugal, en recibir un
apercibimiento de la Unión Europea por rebasar el tope del déficit fiscal. En
2003, la Comisión Europea en Bruselas advirtió a Berlín que tendría que
reducir su déficit fiscal o hacerse acreedor a sanciones. No era un buen
momento para la economía alemana que ya llevaba varios años de lento
crecimiento y desempleo elevado.
La ironía no puede pasar desapercibida: las reglas de disciplina
macroeconómica neoliberales y procíclicas fueron impuestas a insistencia de
Berlín para asegurar que países como Grecia o Irlanda no se embarcaran en
trayectorias insostenibles. Pero los que encabezaron la lista de indisciplinados
fueron Alemania y Francia.
En 2005 Alemania logró la aprobación de reformas en el PEC que permitieron
que las violaciones excepcionales y temporales a la disciplina macroeconómica
fueran parte del paisaje. Las infracciones se fueron multiplicando y las
estrategias para disfrazarlas proliferaron. Todo esto pone a descansar el mito
de que los PIIGS o los países del Club Med fueron los únicos indisciplinados.
La crisis en Grecia puso de relieve la debilidad estructural más importante en la
construcción de la Europa neoliberal. Anteriormente cuando España o Francia
experimentaban lento crecimiento o déficit comercial, podían ajustar la peseta o
el franco, y las exportaciones alemanas padecían porque el marco se
encarecía. Hoy ese recurso ya no está disponible por el uso de una divisa
común. El camino preferido para promover las exportaciones y el crecimiento
económico ha sido la reducción de los costos salariales. Esta es una forma de
competencia perniciosa, con efectos negativos sobre los trabajadores y sobre
las cuentas externas de los socios comerciales. Y uno de los países que ha
recurrido a ella es precisamente Alemania, que ha perseguido neciamente el
objetivo de un saldo positivo sistemático en su balanza comercial, olvidando
que eso implica necesariamente un déficit para sus socios comerciales.
¿Sabía usted que Alemania fue desde los años noventa el país que más
claramente mantuvo una política de reducción de costos salariales? La política
de contención salarial en la última década condujo a un superávit comercial
sistemático, a una caída en la demanda doméstica y una situación preocupante
en el mercado laboral. En síntesis, los salarios brutos nominales aumentaron
uno por ciento entre 1996-2006, mientras en el resto de la zona euro crecieron
casi 2.8 por ciento. Lo peor es que esas reformas laborales que mantuvieron el
costo laboral unitario más bajo de Europa no generaron un aumento en el
empleo.
El estancamiento en los salarios permitió que Alemania recuperara la
competitividad que otrora le hubiera conferido una devaluación del marco. En la
carrera europea por reducir costos salariales y aumentar exportaciones,
Alemania es hoy líder. Todos le siguen, incluyendo los países que quieren
entrar a la zona euro, Letonia, Lituania y Estonia. Por cierto, el recorte salarial
en Letonia es resultado de las condiciones impuestas por el FMI cuando otorgó
un préstamo en 2008.
El superávit comercial de un país es el déficit de otro, y eso conduce a una
falacia de composición: lo que beneficia a un país no puede beneficiar a todos.
Mientras la fiesta duró, el déficit producido por adquirir productos alemanes
estuvo financiado (y generosamente) con flujos de capital y el endeudamiento
aumentó en los socios comerciales de Berlín. Hoy la crisis hace detonar el
mecanismo y revela que Alemania es tanto parte del descalabro como los
países menos competitivos.
La zona euro está construida sobre una faja sísmica en la que convergen
políticas fiscales asimétricas y regresivas, así como una competencia desleal
para compensar la debilidad en la demanda agregada. Esas tensiones son el
equivalente económico de un choque entre placas tectónicas. El resultado es
que la divisa común europea podría volar en pedazos en el próximo sismo. Un
fracaso más del proyecto neoliberal basado en la concentración de la riqueza.
Una llamada de atención sobre el futuro del capitalismo.