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Denominadores comunes a la salida de la segunda guerra mundial
El "totalitarismo" y la "culpabilidad" del pueblo alemán
Por Andrea Robles y Gabriela Liszt*
Hace poco más de dos meses el Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones
“León Trotsky” publicó el primer tomo de Guerra y Revolución. Una interpretación
alternativa de la Segunda Guerra Mundial, que reúne una serie de artículos de
Trotsky y de dirigentes de la IV Internacional de la época, hasta 1942, y que
invariablemente ofrecen una posición y perspectiva autónoma de la que
mayoritariamente trazaron los dos bandos guerreristas. En este artículo, y en
momentos que estamos preparando el tomo II que abarcará hasta 1951, nos interesa
debatir con la postura extendida que estableció la culpabilidad del pueblo alemán
por el nazismo y que tuvo un rol muy importante desde el punto de vista de impedir la
revolución socialista, particularmente a fines de la Guerra cuando, según palabras
del general británico Smutz al primer ministro británico, Winston S. Churchill, “la
bolchevización de una Europa quebrada y arruinada sigue siendo una posibilidad
concreta” [1]. Una de las que adoptó esta postura fue Hannah Arendt y es
representativa de un sector que se adaptó y contribuyó a cimentar ideológicamente el
nuevo escenario de la Guerra Fría, en este caso del lado del “mundo libre”
ponderado por EE. UU., como veremos en adelante.
A la salida de la Segunda Guerra Mundial y durante los primeros años siguientes se
dio un intenso debate entre la intelectualidad sobre el significado de la conflagración
más destructiva de la historia -con Auschwitz y la bomba atómica-, el mundo que
inauguró y la explicación, una vez más, de la génesis del nazismo.
Un importante sector de intelectuales norteamericanos (gran parte de los neoyorkinos,
por ejemplo) comenzó a integrarse a la nueva situación engendrada por la Guerra Fría
y la doctrina Truman [2]. Sus teorías empezaron a convertirse en ideologías para
embellecer el “mundo libre” norteamericano y endemoniar al que fuera su principal
aliado en la guerra, la Unión Soviética, igualándolo al nazismo. Es notoria la
evolución de los escritos de Hannah Arendt en este sentido.
Hasta antes de finalizar la guerra, Hannah Arendt relacionaba acertadamente el
antisemitismo con el imperialismo para definir al nacionalsocialismo: “De lo que se
trata aún hoy es de la estructura política de los imperialismos, así como de destruir las
doctrinas imperialistas capaces de movilizar a la gente para defenderlos o
construirlos. Hace mucho que la política imperialista ha abandonado las vías de la
legalidad económica [...]. En efecto, muy pronto será evidente que la organización
racial, verdadero núcleo del fascismo, es la consecuencia ineluctable de la política
imperialista” [3]. En este momento, y bajo el impacto de la lucha contra el nazismo, la
Unión Soviética era más bien un modelo: “En lo que respecta a Rusia aquello a lo que
todo movimiento político y nacional debería prestar atención -su modo,
completamente nuevo y exitoso, de afrontar y componer los conflictos nacionales, de
organizar poblaciones diferentes sobre la base de la igualdad nacional- fue pasado por
alto tanto por amigos como por los enemigos” [4].
No obstante, de la categoría “imperialismo” (que subsume en primer lugar a Gran
Bretaña y al Tercer Reich, como su forma más exacerbada), la filósofa alemana
pasará progresivamente, entre 1946 y 1950, a la categoría de “totalitarismo”, que
incluirá a la Unión Soviética stalinista y al nazismo, y que seguirá convirtiendo en el
centro de su reflexión, abandonando la de “imperialismo”.
De hecho, en su libro Los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951, fecha que
coincide con su acceso a la ciudadanía norteamericana y el fin de su “acosmía” [5] se
referirá a los campos de concentración siempre y solamente en relación con la Unión
Soviética y con el Tercer Reich. Según anota Losurdo, llama la atención que en su
definición de totalitarismo guarde silencio sobre algunos países como la Italia de
Mussolini y la España de Franco (países que entraron a formar parte de la OTAN) y la
mención de otros como la India que, aunque gozando de un régimen parlamentario, es
en ese momento aliada de la Unión Soviética; incluso deja de lado los campos de
concentración japoneses en EE. UU. y el conocido racismo contra los negros. Muestra
que para Arendt la “lucha entre totalitaritarismo y antitotalitarismo coincide
perfectamente con la lucha entre los dos bloques” [6]. Según Enzo Traverso, el
concepto de totalitarismo, cuya difusión debe mucho al éxito de la obra arendtiana
antes mencionada, adquirió una connotación política más precisa en los años en que
fue publicado el libro, en plena guerra fría [7].
Trotsky, como se sabe, fue uno de los primeros en denunciar el carácter totalitario del
régimen de la URSS planteando la imperiosa necesidad de una revolución política que
reestableciera la democracia soviética basada en el pluripartidismo soviético, el
reestablecimiento del derecho de crítica, el renacimiento de los sindicatos, etc..
También señaló la similitud de los regímenes de Hitler y Stalin que en apariencia
eran, según sus propias palabras, como “astros gemelos” [8].
En polémica contra una posición que trasladaba esta similitud en el régimen político
de la URSS y Alemania al terreno de la economía, Trotsky respondía: “Como muchos
ultra izquierdistas, Bruno R. identifica esencialmente stalinismo y fascismo. Por un
lado, la burocracia soviética ha adoptado los métodos políticos del fascismo; por el
otro, la burocracia fascista, que de momento se contenta con una intervención
‘parcial’ de la economía, está evolucionando rápidamente hacia la total estatificación
de la economía. La primera afirmación es absolutamente correcta. Pero la creencia de
Bruno de que el ‘anticapitalismo’ fascista será capaz de expropiar por completo a la
burguesía es errónea. La intervención ‘parcial’ del estado difiere de la economía
planificada en la misma medida en que ‘reforma’ difiere de ‘revolución’. Mussolini y
Hitler están ‘coordinando’ los intereses de los propietarios privados y ‘regulando’ la
economía capitalista y, además, principalmente por razones de guerra. La oligarquía
del Kremlin es algo más: tiene la oportunidad de dirigir la economía como un cuerpo,
porque la clase trabajadora de Rusia fue capaz de dar el mayor vuelco a las relaciones
de propiedad conocido en la historia. Es una diferencia que no podemos olvidar” [9].
Es que para Trotsky no se puede ignorar la base material de las diversas tendencias en
el régimen político, es decir, su naturaleza de clase -determinada por el carácter de las
formas de propiedad y las relaciones productivas de cada Estado- y su papel histórico
objetivo. En este sentido, mientras que la burocracia stalinista imponía un régimen de
opresión para ahogar toda tendencia revolucionaria que la cuestionara, la política
exterior estuvo determinada por evitar la participación de la Unión Soviética en la
guerra ya que la misma podría liquidar su dominio político por dos vías: por la de una
derrota a manos del imperialismo, o a manos de la revolución. Por el contrario, el
nazismo se impuso en una Alemania imperialista -carente de colonias en contraste
con las “democracias” imperialistas de Gran Bretaña y Francia- para liquidar las
contradicciones de clase al interior y disputar un nuevo reparto europeo en el exterior.
Sólo desde un punto vista materialista histórico se puede explicar entonces por qué
fue la totalitaria Unión Soviética la que derrotó a la totalitaria Alemania y no las
“democracias”. Desde una lógica que no relativiza la correspondencia de las formas
políticas no se puede explicar tampoco, para dar otro ejemplo, por qué la
“democrática” Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial protegió
incondicionalmente al totalitario rey de Grecia, invadió y combatió durante 33 días
contra un pueblo que, en lucha por una república democrática, había derrotado la
ocupación alemana.
Como vimos en el caso de Arendt, para realizar la operación de oponer, en forma
absoluta, democracia y fascismo -fórmula extendida con la que se explica el
significado de la Segunda Guerra- o en el lenguaje de la “guerra fría”, entre
democracia y totalitarismo, fue preciso ocultar el carácter totalitario de los regímenes
de varios países capitalistas del bando aliado. Sin embargo, los intentos de igualar
fascismo y stalinismo, stalinismo y bolchevismo o, dicho en términos generales, el
identificar los modos de actuar de la revolución con los de la reacción, no eran
nuevos. Las emanaciones de “moral” constituyen el intento típico de la intelectualidad
pequeño burguesa en momentos de reacción. Unos pocos años antes de comenzar la
Segunda Guerra Mundial y más aún luego del pacto Hitler-Stalin, Trotsky dio cuenta
de este fenómeno: “Para los demócratas, son el fascismo y el bolchevismo los
gemelos, puesto que no se inclinan ante el sufragio universal [...] Los rasgos comunes
a las tendencias así comparadas son innegables. La realidad, sin embargo, es que el
desarrollo de la especie humana no se agota ni con el sufragio universal, ni con ‘la
sangre y el honor’, ni con el dogma de la Inmaculada Concepción. El proceso
histórico es, ante todo, lucha de clases y acontece que clases diferentes, en nombre de
finalidades diferentes, usen métodos análogos. En el fondo, no podría ser de otro
modo. Los ejércitos beligerantes son siempre más o menos simétricos y si no hubiera
nada de común en sus métodos de lucha, no podrían lanzarse ataques uno al
otro” [10].
Trotsky, polemizando con James Burnham [11], planteaba que: “El izquierdista
pequeño burgués vulgar se asemeja al ‘progresista’ liberal, en que toma a la URSS
como un todo, sin comprender su dinámica interior y sus contradicciones. Cuando
Stalin celebró una alianza con Hitler, invadió Polonia y ahora Finlandia, los
izquierdistas vulgares triunfaron: ¡la identidad de métodos entre el stalinismo y el
fascismo quedaba demostrada! Sin embargo, se vieron en dificultades cuando las
nuevas autoridades invitaron a la población a expropiar a los terratenientes y
capitalistas. ¡No habían previsto para nada esa posibilidad! Entre tanto, las medidas
revolucionarias socialistas, realizadas por medios burocráticos-militares, no solamente
no perturbaron nuestra definición dialéctica de la URSS como Estado obrero
degenerado, sino que la confirmaron de la manera más incontrovertible” [12].
Sin un análisis materialista dialéctico de la realidad de posguerra, sin un punto de
vista de clase, la intelectualidad “progresista” norteamericana terminó jugando el rol
de escriba del imperialismo norteamericano en la guerra fría.
¿Culpabilidad o confraternización con el pueblo alemán?
Se puede decir que en 1944, al intervenir en el debate sobre la culpabilidad del pueblo
alemán por los crímenes del nazismo, el pensamiento de Hannah Arendt adopta un
punto de inflexión entre su postura inicial de explicar este último como producto del
imperialismo y su análisis posterior funcional a la ideología de Occidente. En este
punto, Arendt va analizar el nazismo como un sistema o maquinaria estatal que anula
las libertades civiles y derechos políticos, “esa ‘administración del asesinato en masa’,
a cuyo servicio se pudo poner y se puso no a miles, no a decenas de miles de asesinos
seleccionados, sino a todo un pueblo” [13]. La afirmación de Hannah Arendt sobre la
culpabilidad alemana va a quedar evidenciada cuando sostiene que el lema Aliado de
que sólo es bueno el “alemán muerto” -“el más extremo”- “se basa en circunstancias
reales: sólo si los nazis cuelgan a alguien, podemos saber que estaba realmente contra
ellos. Otra prueba no hay” [14].
Los intentos de responsabilizar al proletariado y al pueblo alemán se sucedieron desde
la asunción de Hitler al poder. Los trotskistas fueron los únicos que denunciaron,
combatieron sistemáticamente y plantearon la única alternativa contra esta política.
Como escribió el dirigente trotskista F. Morrow en la época, para culpar al pueblo
alemán hay que obviar su lucha revolucionaria contra Hitler y la responsabilidad de la
socialdemocracia y el stalinismo en las derrotas sufridas [15], y cómo estos últimos
habían cedido sin lucha al ascenso de Hitler. Hay que obviar que el chauvinismo
alemán fue alimentado en primer lugar por el imperialismo francés, como garante y
nación más favorecida del Tratado de Versalles, y a su vez por el imperialismo inglés,
ya que simpatizaba con el furioso antibolchevismo de Hitler. Hay que ocultar la
contrarrevolución de las bandas fascistas pequeño burguesas contra el movimiento
obrero alemán (característica particular del fascismo) y la destrucción de sus
sindicatos y partidos. Por el contrario, para los trotskistas como “para Lenin era un
axioma que la estructura de la sociedad capitalista vuelve imposible para las grandes
masas determinar directamente su propia voluntad y su destino. El control capitalista
del poder económico y político, las escuelas, los diarios, la radio, etc., así como la
heterogeneidad de las masas, significa que incluso la ‘democracia’ capitalista es una
forma de dictadura de la burguesía. Y la dictadura no puede ser derribada
directamente por las masas. Su heterogeneidad les impide luchar de otro modo que no
sea a través de la dirección de los partidos obreros. La clase y el partido no son de
ninguna manera idénticos. Además, la dirección y las masas no son la misma cosa.
Clase, partido y dirección, estos tres conceptos precisos son las piedras angulares de
la política leninista. Lenin jamás, en ningún caso, reprendió a las masas, reprendió
siempre a partidos determinados y sobretodo a su dirección, por su fracaso en derribar
el capitalismo” [16]. Sin duda, estos tres conceptos no son tomados por aquellos que
responsabilizan al pueblo alemán.
Durante los primeros años de la guerra, cuando los nazis ocupaban casi toda Europa,
los Aliados, a través de un vocero inglés (Vansittart) expresaban la política de
culpabilidad, como ya referimos más arriba, con la frase “el mejor alemán es un
alemán muerto”. Al mismo tiempo el stalinismo, mientras llamaba a confiar la
Resistencia a la dirección imperialista de De Gaulle, reforzaba esta política con el
lema “a cada uno su ‘boche’” [17] como objetivo a la resistencia antifascista,
incentivando los atentados individuales y la guerrilla contra cualquier alemán. Los
Aliados, además de ocultar su responsabilidad por haber alentado al fascismo,
perseguían el objetivo de separar a los pueblos de ambos bandos, particularmente a
los soldados alemanes (que eran en su mayoría campesinos y obreros) que se
encontraban en los países ocupados, impidiendo una posible confraternización con el
pueblo invadido. Al nazismo, esta propaganda le era funcional a su campaña
chauvinista, demostrando que “todo el mundo” estaba contra Alemania, ayudando de
esta forma a mantener la unidad nacional y dificultando la apertura de fisuras internas,
sin las cuales era imposible que las masas alemanas se plantearan derrocar el régimen
nazi.
La propaganda sobre la culpabilidad alemana fue reforzada por los Aliados a partir de
1942-43, cuando se empezaron a desarrollar situaciones revolucionarias en varios de
los más importantes países europeos y los nazis sufrían sus más importantes derrotas
en la URSS. En este caso, además de impedir que los pueblos se unificaran contra
ambos bandos imperialistas con una política independiente [18], les servía a los
Aliados para preparar el terreno para el reparto del botín alemán e imponer durísimas
condiciones por reparaciones de guerra y para la reconstrucción de la destruida
economía alemana, las que serían pagadas justamente, por el mismo pueblo
alemán [19]. Al stalinismo, como partícipe en el reparto, también le era funcional esta
política.
Sin embargo, “hasta el final, cuando los tapices de bombas de los ejércitos aliados
caían regularmente en los barrios obreros y contribuían a paralizar toda resistencia
seria a Hitler, los obreros revolucionarios alemanes lucharon contra el fascismo
mediante huelgas y manifestaciones. Los desertores alemanes, unidos a los obreros
extranjeros, se levantaron contra las SS. En algunas ciudades, antes de la llegada de
los ejércitos aliados, los obreros conquistaron el poder con una valiente insurrección.
Las mismas fuerzas militares que le reprochan al pueblo alemán no haber derrocado a
Hitler, en ese momento hicieron de todo por liquidar y amordazar estas revueltas
proletarias. Porque, en última instancia, imperialistas victoriosos, fascistas hitlerianos
vencidos, burguesía alemana que, hoy, se dice democrática, todos están de acuerdo en
considerar a la revolución proletaria como su enemigo común. Justamente es el trato
infligido al pueblo alemán, en virtud del principio de la culpabilidad colectiva, el que
da la posibilidad a los fascistas camuflados de agitar las aguas turbias del
nacionalismo. Esto tanto más fácilmente cuanto que esta tesis enmascara la
culpabilidad de los verdaderos criminales nazis y les da la posibilidad de sustraerse
del justo castigo, al declarar culpable al conjunto del pueblo alemán” [20].
Los trotskistas por el contrario, llamaron desde los inicios a los trabajadores del
mundo a ver al pueblo alemán como una víctima de sus direcciones y a solidarizarse,
buscando las vías para concretar la confraternización y la unidad internacionalista de
los pueblos contra los gobiernos responsables de la guerra imperialista, continuando
así la experiencia vivida durante el período previo al octubre ruso [21]. En Europa
esta unidad se debía expresar alrededor del objetivo común de luchar por los Estados
Unidos Socialistas de Europa, única forma de garantizar una verdadera “paz de los
pueblos”.
Fue en la ciudad de Brest donde la experiencia de confraternización llegó más lejos.
Impulsada por el Partido Obrero Internacionalista (POI), sección oficial de la IV
Internacional, que tenía en la región una quincena de militantes, es así narrada por un
militante de la LCR francesa: “Sin duda, fue el hecho de que Brest fuera una ciudad
en la que la guarnición permanecía bastante tiempo para la defensa antiaérea, el
mantenimiento de los submarinos y la construcción del muro del Atlántico lo que
permitió desarrollarse esta experiencia. Bajo la influencia y dirección de Robert
Cruau, cartero nantés venido a Brest para escapar a la Gestapo de Nantes y que
hablaba alemán, una parte de los grupos de Brest y de Quimper fue dedicada a esta
tarea extremadamente arriesgada y peligrosa. [...] Las cifras de las que disponemos,
pero que son aproximadas, señalan una quincena de soldados reagrupados en una
célula, de los que siete u ocho se reclamaban de la IV Internacional. En total, parece
que de 25 a 30 soldados estuvieron de acuerdo en participar en la difusión del
periódico en lengua alemana Zeitung fur Soldat un Arbeiter imWesten en dirección al
ejército y la marina. Los artículos estaban redactados por los soldados alemanes”.
La actividad, comenzada en marzo de 1943, terminó en octubre del mismo año
cuando fueron arrestados la mayor parte de los trotskistas y todos los soldados
implicados. La mayoría fueron fusilados o permanecieron detenidos. “Esta
experiencia, absolutamente única en los anales de la resistencia en Francia, fue
silenciada totalmente en la Liberación por varias razones. En primer lugar, el PCF no
habría tolerado que se pudiera suponer que también los trotskistas habían participado
en la resistencia. Para el PCF eran hitlero-trotskistas, y por tanto era imposible. Como
el poder tenía necesidad de los comunistas para relanzar la situación, no había que
molestarles con un asunto así. Los trotskistas, por su parte, casi no tenían los medios
para romper este silencio [...] Entonces, ¿porqué sacar de nuevo esta historia que fue
finalmente una experiencia realizada casi en laboratorio? Quizá porque el alboroto
hecho alrededor del 60 aniversario del desembarco en Normandía [22], con la
participación por primera vez de una delegación alemana oficial, da ganas de recordar
que todos los alemanes no eran nazis. Que si en lugar de llamar a matarles sin
distinción, se hubiera preconizado la fraternización entre los trabajadores con o sin
uniforme a una escala de masas, la fisonomía de la guerra y sus resultados habrían
sido cambiados” [23].
Aunque en sí misma esta experiencia no podía cambiar la realidad, de generalizarse,
podría haber alimentado el triunfo de la revolución. Sólo que esta vez, a diferencia de
la Primera Guerra, no sería irradiada desde la “atrasada” Rusia sino que partiría y se
desarrollaría en algunos “países avanzados” del corazón europeo. Al revés de la
definición de “culpabilidad alemana”, la visión de los marxistas demuestra que lo que
faltó fue un partido revolucionario. Dicho de otra forma, que es por culpa de las
direcciones stalinistas y socialdemócratas que el proletariado no pudo aprovechar la
catástrofe que significó la Segunda Guerra interimperialista para salir victorioso. El
trotskismo es la única corriente que puede enorgullecerse de haber pasado por la
Segunda Guerra Mundial sin haber cedido a la política de “unión sagrada”, a
diferencia de los partidos comunistas que subordinaron al proletariado y las masas
detrás de las burguesías “aliadas”.
Esta no sólo es una reivindicación histórica necesaria sino que permite prepararse
para futuras situaciones a las que deberán enfrentarse las masas en esta época de
crisis, guerras y revoluciones. Sin temor a exagerar, Guerra y Revolución contiene
uno de los capítulos más fructíferos y brillantes del pensamiento marxista
revolucionario.
(*) Investigadoras del CEIP “León Trotsky”, compiladoras junto a Pedro Bonano del
libro Guerra y revolución, autoras del prólogo y el ensayo introductorio de dicho
libro.
Notas
[1] Winston S. Churchill, La Segunda Guerra Mundial. El cerco se Cierra, Bs. As.,
Peuser, 1965, pág. 454. Citado en el prólogo de Guerra y Revolución.
[2] Dirigida a la Unión Soviética: “regímenes totalitarios impuestos sobre pueblos
libres, mediante agresión directa o indirecta, minan los fundamentos de la paz
internacional y, por lo tanto, la seguridad de los Estados Unidos”. Henry S.
Commager (ed.), Documents of American History, vol. 2 (7ª Ed.), New York,
Appleton-Century-Crofts, 1963, pág. 255. Citado por Doménico Losurdo, Deus
Mortalis Nº 2, Bs. As. 2003, pág. 269.
[3] Hannah Arendt, La tradición Oculta, Bs. As., Paidós, 2004, pág. 19.
[4] Citado por Doménico Losurdo, op.cit., pág. 271.
[5] Así definía Arendt la condición de los judíos alemanes desde el ‘33 por su falta de
estatus legal en algún Estado.
[6] Doménico Losurdo, op.cit., pág. 274.
[7] Enzo Traverso, La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los
intelectuales, Barcelona, Herder, 2001, pág. 91.
[8] Trotsky León, “Los astros gemelos de Hitler-Stalin” en Guerra y Revolución, Bs.
As., CEIP, 2004, pág. 257.
[9] León Trotsky, “La URSS en guerra” (25/9/1939) en Guerra y revolución, op.cit.,
pág. 246.
[10] León Trotsky, “Emanaciones de Moral” en Escritos Filosóficos, Bs. As., CEIP,
2004, pág. 80.
[11] James Burnham era miembro del SWP, sección norteamericana de la IV
Internacional. Encabezó una fracción que en los años ‘39 y ‘40, empezó cuestionando
el carácter del estado de la URSS. Luego de terminada la guerra Burnham fue un
emblemático intelectual alineado a la campaña maccartista lanzada por EE. UU.
[12] León Trotsky, En defensa del Marxismo, México, Juan Pablos Editor, 1972, pág.
34.
[13] Hannah Arendt, La tradición Oculta, op.cit., pág. 40.
[14] Hannah Arendt, La tradición Oculta, op.cit., pág. 38.
[15] Como las revoluciones de 1918-19 (junto al asesinato de Luxemburgo y
Liebknecht, sus mejores dirigentes) y de 1923 o la política del stalinismo de negarse a
hacer frente único con el “social-fascismo” (la socialdemocracia).
[16] Félix Morrow, “Stalin acusa al proletariado alemán” (Junio 1942), Cahiers León
Trotsky Nº 66, Francia, ILT, 1999, pág. 51.
[17] Boche era alemán de forma despectiva.
[18] En 1942 por otro lado, fueron deportados gran cantidad de trabajadores de los
países ocupados como mano de obra barata hacia Alemania, lo que los ponía en
contacto directo con la clase obrera alemana. Se conservan volantes de la época donde
los trotskistas llamaban a los trabajadores, de no poder impedir su deportación, a
aprovechar la situación para confraternizar con los trabajadores alemanes.
[19] “Despedazamiento del país, anexión de grandes regiones, ‘retorno a la tierra’ por
la fuerza, pillaje de las máquinas en las fábricas, requisas de todo tipo, contribuciones
militares, deportaciones de millones de hombres echados de su país, hambruna por el
bloqueo, miles de millones en reparaciones de guerra. Esta es la ‘paz’ ofrecida a este
pueblo alemán declarado culpable en su conjunto”. “Solidaridad internacional con el
proletariado alemán”, Comité Ejecutivo Europeo, Quatrième Internationale, 12/451/46. De esta forma los trotskistas anticipaban la terrible partición de Alemania.
[20] “Solidaridad internacional con el proletariado alemán”, op.cit.
[21] Constantemente, cuando bajaban las oleadas de patriotismo impulsadas no sólo
por el zarismo, sino luego por los socialistas revolucionarios y mencheviques en el
período de febrero a octubre, los soldados rusos y alemanes confraternizaban en el
frente, incentivados por los soldados bolcheviques, preparando el terreno con la
formación de los obreros que luego protagonizarían la revolución alemana de 191819.
[22] El desembarco se produjo en agosto de 1944 y a su conmemoración asistió Bush
junto a Chirac y Schroeder.
[23] André Fichaut, “Los trotskistas franceses en la 2ª Guerra Mundial. Una
resistencia diferente” en Rouge Nº 2073, 15/07/2004.