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Página 67
IMAGEN Y PALABRA
CBA
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comunicación a la Asociación
de Escritores Portugueses
MÁRIO CESARINY
TRADUCCIÓN ELENA BONNEMORT
Un hombre que tradujo un considerable número de poemas de Fernando Pessoa al inglés,
y que lo hizo con bastante habilidad, fue visto
por las calles de Lisboa llevando consigo un
manual de conversación portugués-inglés /
inglés-portugués. Alguien señaló lo hilarante
del asunto: el hombre que había traducido –y
seguía haciéndolo– las obras de uno de los
mayores poetas portugueses necesitaba un
manual de preguntas y respuestas para ir por
Lisboa. El traductor, Jonathan Griffin, perfectamente consciente de la ironía de la situación,
con un guiño de sus ojos azules, replicó: «Es
que no entiendo lo que dice la gente».
El gracioso incidente de hace dos años
apunta a un problema serio que, en mi opinión,
merece que le dediquemos la mayor atención.
Constituye, en primer lugar, un llamamiento
al trabajo, al estudio y la aplicación de una reforma en profundidad del lenguaje literario de Portugal, al menos por lo que toca al estilo vacuo
y enrarecido que se ha ido desarrollando en
la literatura portuguesa desde el siglo XVI.
Resulta obvio, incluso a ojos de quien nunca se haya parado a reflexionar sobre ello, que
existe un abismo creciente entre el lenguaje
de la gente, privado como está del derecho a
ser considerado lengua oficial, y el llamado
lenguaje cultivado, que la burguesía se ha
apropiado para su uso. Esa apropiación se
convirtió en una usurpación dictatorial en el
momento en que se codificó como gramática
oficial. En las escuelas primaria y secundaria,
e incluso en las universidades, la burguesía
impuso y continúa imponiendo una lengua
muy distinta de la que habla la gente. Y digo
«habla» y no «escribe» puesto que al maestro
(más primate que de primaria) le faltará tiempo para decirles ¡que no saben escribir!
Desde el momento mismo en que comencé a oír, los logros en términos de estilo registrados en la escritura de nuestras plumas
más refinadas tuvieron un impacto áspero en
mis oídos, que contrastaba hondamente con
la profunda resonancia y solemnidad de las
expresiones que oía de boca de personas que
no escribían y que, probablemente, ni siquiera sabían leer. Las expresiones más relevantes y profundas –casi sagradas, cabría decir,
en términos de contenido real y de reflejo vivo
del hablante y de su herencia lingüística– que
he escuchado, provenían de la gente del campo, tanto del norte como del sur de esta provincia central de Estremadura, mientras que
el más vivaz, quizá el más atento y consciente de los instintos esenciales de ataque y
defensa del hablante, procedía de los habitantes de las ciudades. Por lo que concierne a
estos últimos, y limitándome exclusivamente
a Lisboa, hay un fenómeno extraordinario que
es preciso señalar: sus expresiones son las
de los autos de Gil Vicente (del siglo XVI), que
en nada se asemejan a las de los partidarios
de la retórica que se convirtieron en doctrina
legal, y bajo las cuales nosotros, hombres de
letras, nos asfixiamos en el aburrimiento y en
la moralidad fonética, morfológica y sintáctica.
Ya Garrett y otros revolucionarios liberales
de 1820 sintieron esto mismo, y esta conciencia permitió al poeta de Viagens na Minha
Terra crear nada menos que el teatro portugués moderno. Es obvio que la burguesía
ascendente promovió, frente a los esfuerzos
de Garrett y Herculano, una política de tierra
quemada, eligiendo hablar francés en los
salones antes que arriesgarse a oír palabras
«desagradables» en la ciudad y el campo.
Ahora, desde el 25 de Abril, podemos hacer
mucho más que limitarnos a impulsar una liberalización con el objeto de revitalizar la literatura portuguesa. Si permitimos que, una vez
más, la supuestamente anhelada obra de arte
se nos imponga desde arriba, en lugar de ser
cosechada de la tierra –cuyo único canon es
la verdadera naturaleza de las cosas–, se producirá un rápido estancamiento.
Como ejemplo perfecto de la evolución de la
escritura entre nosotros, tal como se desarrolló en manos de beatíficos maestros y doctores en latín –en oposición, repito, a la libre
expresión de un pueblo más fiel a sí mismo
en su herencia árabe y visigótica– siempre
cito la versión íntegra en «portugués moderno» de la Peregrinaçao de Fernão Mendes Pinto, realizada por Adolfo Casais Monteiro y
publicada en 1952. Con el debido respeto, y
yo respeto profundamente al poeta de Sempre e Sem Fim, lo cierto es que el aggiornamento consiste tan solo en una exclusión
apopléjico-ataráxica de todas las cualidades
maravillosamente expresivas del texto original. Y como modelos de portugués bien escrito, cuyo único propósito es tiranizar y lucirse,
cito siempre los discursos del Dr. Salazar y A
ceia dos Cardeais del Dr. Júlio Dantas.
Esta usurpación del lenguaje al servicio de
una clase explotadora, que también corrompió
a las demás clases, fue particularmente desastrosa en Portugal, dado el sendero servil y monacal por el que siempre hemos transitado. Es
muy común decir, mirando hacia arriba en actitud de adoración, que Camoes fue un poeta
genial por, entre otras causas, haber creado
el portugués moderno, la lengua que hablamos hoy. Lo que es bien cierto, y no pasa de
ser un comentario casual, es que el Renacimiento y la invención de la «Patria» fueron obra
de un puñado de familias empeñadas en librarse de todas las demás. Y también es cierto
que la burguesía portuguesa comenzó a enviar
a su prole a los retóricos, y a las farmacias a
comprar anticonceptivos. En consecuencia,
jamás dieron nacimiento a nada y jamás nada
fue de su agrado hasta cuatro siglos más tarde, cuando Pessoa escribió aquel otro libro
extraordinario, A Mensagem: extraordinario por
su manipulación del lenguaje y su simbolismo
reaccionario. Un buen juez del camino recorrido desde los Cronistas hasta el presente es
Teixeira de Pascoaes, quien dijo: «Tendríamos
que sustituir el selecto libro Lusiadas por los
autos populares de Gil Vicente».
Debemos dar rienda suelta a la lengua portuguesa, pero no con el propósito de descubrir
en ella algún arcaísmo nostálgico y marchito,
y menos aún con el objeto de imponer las
normas de la dictadura burguesa sobre la
gente, a la que ahora se permite cierto acceso a la cultura.
Como comienzo, establezco aquí y ahora un
plan de seis puntos que será inmediatamente
remitido al Ministerio de Educación y Cultura:
a) La libertad de expresión más amplia
posible, otorgada por la Carta de Derechos,
que salvaguardará el espíritu revolucionario
moral, político y social.
b) La libertad, relacionada con la anterior,
de escribir sin plegarse a los preceptos gramaticales portugueses actuales, e incluso en
total oposición a éstos.
c) Renuncia inmediata a las reglas ortográficas establecidas en las décadas recientes.
d) Formación de brigadas que peinarán el
país en busca del lenguaje hablado por la gente (esta tarea se desarrollará simultáneamente en el campo de la música y se beneficiará
de técnicas similares a las ya utilizadas por
Fernando Lopes-Graça y Michel Giacometti en
este ámbito).
e) Establecimiento de una cátedra universitaria de Revolución de la Lengua Portuguesa.
f) Utilización, en la educación primaria, de un
sistema abierto y mudable de códigos de lengua hasta que puedan elaborarse unos nuevos.
Texto escrito en marzo de 1975 y publicado en el nº 3 de
la revista Arsenal/Surrealist Subversion, Chicago, Black
Swan Press, 1976