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Formación Vocal y Auditiva
Prof. Isabel Ayala
1º Maestro/a Ed. musical (UJA)
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TEMA 3. EL DESARROLLO DE LA PERCEPCIÓN AUDITIVA: ANATOMÍA Y
FISIOLOGÍA DEL OÍDO. LA EDUCACIÓN MUSICAL EN EL ALUMNADO CON
DEFICIENCIAS AUDITIVAS.
Introducción
El sentido del oído es el primero en proporcionar al recién nacido un contacto con el
mundo exterior. Como dato curioso podemos apuntar que desde los cuatro a seis meses de
gestación, el oído comienza a desarrollarse y a ser condicionado por estímulos sonoros. Estas
condiciones son aprovechadas por diferentes ramas de la medicina como la Musicoterapia
para fomentar, entre otras cosas, la sensibilidad del futuro bebé. En el oído virgen del niño,
pues, se grabarán las primeras sensaciones auditivas y, muchas veces, dependiendo de cómo
sean estas experiencias, el niño se aproximará de un modo u otro al mundo de la música
(Anécdota de Kodály). Por otra parte, el sentido se irá agudizando paulatinamente en el niño y
siempre es susceptible de ser formado y educado. A este respecto, M. Schafer propugna en
Limpieza de oídos, que “los oídos deben ser limpiados previamente a toda audición y
ejecución musical”.
El oído, a diferencia de otros órganos, está expuesto y es vulnerable ya que siempre
está abierto, captando todo lo que suena en el horizonte acústico (ej. con la vista no podemos
percibir lo que tenemos atrás). El oído se dirige hacia adentro, hacia nuestro interior. De
hecho algunas de sus partes más internas e importantes están excavadas en los recovecos del
cráneo, son casi inaccesibles e incluso algunas se desintegran cuando se exponen al aire. Es
por ello, por lo que fue la última parte de la anatomía en estudiarse de forma detallada y
constituye todo un aparato electromecánico de gran complejidad.
Anatomía del oído
El oído se compone de tres grandes divisiones: OÍDO EXTERNO, OÍDO MEDIO y
OÍDO INTERNO. Vamos a analizar cada una de ellas.
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OÍDO EXTERNO: Se encarga de recoger el sonido del exterior y consta de las
siguientes partes:
Pabellón auditivo (oreja): funciona a modo de gran antena parabólica que capta
todos los sonidos de nuestro horizonte acústico.
Conducto auditivo: Conducto de 2 cm aproximadamente que actúa como
resonador, intensificando hasta siete veces las ondas sonoras. Está cubierto de
numerosos pelos y glándulas de cera (cerumen) que lubrican el canal y el tímpano
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OÍDO MEDIO: Se encarga de transmitir el sonido al oído interno. Consta de las
siguientes partes:
Tímpano: Membrana que transmite las fluctuaciones de presión a los huesecillos
del oído. Algunos expertos lo incluyen en el oído externo.
Cadena de huesecillos (martillo, yunque y estribo): Son los huesos más
pequeños del cuerpo y tienen la particularidad de que son articulados. Están
situados en el ático del oído, una cámara llena de aire. Amortiguan las oscilaciones
disminuyendo su amplitud y las conducen hacia la ventana oval.
Trompa de Eustaquio: Comunica el ático con la faringe, equilibrando la presión
atmosférica a ambos lados del tímpano, lo cual le permite vibrar.
OÍDO INTERNO: Constituye el verdadero órgano de la audición por lo que se
encuentra muy protegido en el interior del oído. Consta de:
Aparato vestibular: Contiene los tres conductos semicirculares del equilibrio.
Caracol o cóclea: Verdadero órgano auditivo. En su sección podemos observar
dos conductos llenos de líquido (perilinfa):
conducto o rampa vestibular, que comunica con la ventana oval y el estribo,
conducto o rampa timpánica, que comunica con la ventana redonda.
Estos conductos están separados por todo el trayecto por el canal coclear,
también lleno de un líquido (endolinfa), en el que se distinguen dos
membranas:
membrana basilar: posee unos 3500 grupos de células ciliadas (cuerdas
auditivas) que contienen otras células externas superpuestas conocidas el
órgano de Corti. Según la frecuencia del sonido se excitarán unos grupos u
otros.
membrana tectorial: a modo de techo de la anterior.
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Fisiología del oído
Podemos resumir brevemente los procesos de percepción de la altura e intensidad
sonoras como se sigue. Cuando un sonido llega al oído externo, es conducido hasta el tímpano
que, al vibrar, pone en movimiento los huesecillos del oído medio. Como el estribo está fijado
a la membrana oval, el líquido de los conductos del oído interno, inicia un movimiento
oscilatorio que estimula el órgano de Corti. Esta presión, a su vez, hace que el canal coclear se
arquee más por unos tramos del caracol que por otros. Cuanto más cerca de la ventana oval
esté la máxima curvatura, más agudo es el sonido que percibimos.
Otra explicación o teoría es la que afirma que las cuerdas auditivas del canal coclear
vibran por simpatía de frecuencias del sonido en cuestión, es decir, con la fundamental y sus
armónicos. De hecho, esta teoría respalda la percepción de disonancia y consonancia. Si
escuchamos un único sonido este mecanismo funciona perfectamente, como explica E. Rueda.
Cuando dos o más sonidos suenan simultáneos se excitan varios grupos de células
(equivalentes tanto a las frecuencias fundamentales como a las de los armónicos); si no están
suficientemente separados se produce un solapamiento de estímulos sobre algunas cuerdas
auditivas que son capaces de resonar un poco con la dos frecuencias. El cerebro no nos envía
una señal clara de lo que sucede produciéndose la sensación disonante o de desconcierto. La
distancia mínima que debe separar dos sonidos para que no se produzca tal sensación se
conoce como banda crítica que suele estar entre la segunda mayor y la tercera menor, aunque
en el registro grave es algo más ancha.
Sin embargo, las séptimas se consideran también disonancias y son sonidos lo
suficientemente separados que rebasan la banda crítica. La explicación de este hecho reside en
la existencia de parciales de ambos sonidos que están chocando dentro de una banda crítica
común. Por ejemplo, si suena un do y un si séptima, el segundo parcial del do (do´) está a una
segunda menor del si, es decir, dentro de la misma banda crítica. No obstante, el concepto de
disonancia es relativo incluso históricamente se amplió su utilización con acordes cada vez
más complejos.
En cuanto a la intensidad, según Michels el oído distingue aproximadamente 325
grados de intensidad sonora que dependen de la presión sonora del tímpano, de la amplitud de
la onda del sonido y de la potencia sonora. La unidad de medida de la sensación de sonoridad
se expresa en Fonios. Hablamos de 0 Fonios cuando un sonido normal de 1000 Hz deja de ser
audible. Sería la trasposición de la intensidad del sonido real al sonido dentro del oído. El
sonido produce nocividad a partir de 75 fonios en cargas permanentes y 90 en cargas breves.
La transmisión al cerebro del proceso se realiza mediante la actuación de unas 30.000
fibras nerviosas que, mediante impulsos eléctricos, son capaces de registrar y enviar alrededor
de 1500 diferencias de altura de tono y 325 grados de intensidad, es decir, alrededor de 34000
valores. De todo este proceso, la suma de las frecuencias de todos los impulsos recibidos,
daría como resultado la sensación de sonoridad.
Deficiencias auditivas
Como dijimos en el apartado de los parámetros del sonido, volvemos a reincidir en
que no todo el mundo posee la misma agudeza auditiva (sensibilidad de oír). Existen dos tipos
de defectos auditivos: la sordera de conducción y la sordera de nervio. La primera impide la
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llegada del sonido al oído interno, al quedar los huesecillos inmovilizados. Esta sordera se
puede paliar con cirugía o auxiliares auditivos como audífonos; la sordera de nervio, causada
por padecimientos en la cóclea, afecta a las frecuencias más altas provocando zumbidos o
incluso sensaciones auditivas en ausencia de estímulos sonoros. Se descubre fácilmente, pero
no existe un remedio definitivo. El audiómetro mide la pérdida de la audición en
determinadas frecuencias, lo cual se plasma en el audiograma que diagnostica la cantidad y
el tipo de sordera.
Los sordos se incluyen en el grupo de deficientes físicos cuya deficiencia varía desde
un grado leve a la total incapacidad. De acuerdo a esto podemos establecer tres tipos
fundamentales: el que ha tenido experiencia auditiva antes de perder su oído, el que oye
parcialmente y el completamente sordo al nacer. El tratamiento en cada caso será distinto y su
recuperación más o menos viable. En primer lugar estarían los disminuidos que no han tenido
entrenamiento auditivo, con un déficit superior a 80 Db. La recuperación en estos casos es
difícil. En segundo lugar, se encuentran aquellos casos con una pérdida menor,
aproximadamente entre 60 y 80 Db. La recuperación es difícil pero factible si se trata de
forma paulatina. Por último, aquellos disminuidos que sufren una pérdida menor a los 60 Db,
cuya recuperación es fácil. El musicoterapeuta ha de tener en cuenta todos estos aspectos para
actuar en consecuencia. Es relativamente frecuente que nos encontremos niños con
deficiencias leves y podemos darnos cuenta de estos casos realizando sonidos a sus espaldas
con distinta intensidad. El especialista determinará en cualquier caso el grado de déficit y los
procesos para recuperar agudeza auditiva.
En opinión de Josefa Lacárcel, aunque resulta paradójico hablar de música en la
educación del niño sordo o disminuido auditivo, esta relación es aceptada por especialista y
psicólogos ya que con ella se pueden obtener logros beneficiosos de diversa índole. El
problema de partida que nos encontramos es la falta de un sistema de percepción
fundamentalmente sonoro: el auditivo. Sin embargo existen otros sistemas de percepción del
sonido que no hay que obviar: la percepción interna, la táctil y la visual. De éstos, el más
importante y el que mejor reemplaza al auditivo es el sistema sensorio-táctil, por lo que los
sonidos y sus vibraciones se convierten en elementos terapéuticos de primer orden en la
recuperación del sordo.
La pregunta surge al instante: ¿Cómo puede llegar a percibir un sordo el sonido? Las
ondas sonoras, convertidas en vibraciones a través del aire pueden sentirse a través de la piel,
los músculos, los huesos y el sistema nervioso autónomo, llegando a reconocer elementos
como el ritmo, la acentuación, la altura, la intensidad, duración... No es raro, pues, que los
sordos reaccionen ante estos estímulos, sobre todo al rítmico, mediante el movimiento, la
danza, o cualquier otro tipo de expresión. Esta respuesta es la que ha de favorecer y potenciar
el especialista.
Entre los objetivos que enumera J. Lacárcel hay que destacar los siguientes:
integración escolar y social, favoreciendo nuevos cauces de comunicación; desarrollo de
capacidades intelectivas como atención, memoria, concentración, reacción, fantasía, etc.;
desarrollo psicomotor (coordinación motriz, equilibrio, etc.); desarrollo sensorial y
perceptivo; desarrollo de la locución; aumento de la confianza, autoestima, desinhibición,
liberación de pulsiones; acercamiento al mundo del oyente; adquisición de destrezas básicas.