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La semilla del marañón: Apuntes sobre el teatro de Iván Acosta
Ileana Fuentes © 2012
Congreso de teatro “Celebrando a Virgilio”. Miami, enero/12-15/ 2012
"Todo ser humano debería estudiar drama para comprender
los problemas de sus semejantes"
Miguel Ponce, teatrista cubano exiliado (1931-2012)
Creo que no hay mejor contexto para hablar del teatro de Iván Acosta que este
Congreso en que conmemoramos el centenario del autor de Aire Frío. Iván
Acosta, desde su medio siglo de exilio nuyorquino se sintió inspirado un día a
retratar –directa o indirectamente -, la cotidianidad de los exiliados cubanos. Lo ha
hecho sobre las tablas, y también en la pantalla grande. Eso lo hace un cronista de
la cotidianidad nuestra –en los pasos del Virgilio que plasmó la cotidianidad de los
años cincuenta de la República en algunas de sus obras- en otra latitud, en otro
tiempo, en otras circunstancias.
¿Es Iván Acosta discípulo –o sea, seguidor de una tradición- de Virgilio Piñera? En
mi opinión, lo es, como también de otros dramaturgos cubanos, Héctor Quintero y
Abelardo Estorino, por ejemplo.
Si como dijera Miguel Ponce, estudiar drama puede ayudarnos a comprender los
problemas del prójimo, estudiar y conocer una parte de la dramaturgia de Iván
Acosta posibilita el conocer los problemas –y los deseos más profundos- de un
exiliado cubano de la segunda mitad del siglo 20. Y digo “parte de la dramaturgia”
porque en este trabajo voy a referirme específicamente a tres de sus obras más
conocidas: El súper, escrita entre 1975 y 1976 y producida bajo su propia dirección
por el Centro Cultural Cubano de Nueva York en 1977; Amigos, que comenzó
como obra de teatro en 1981 y terminó como guión cinematográfico producido en
1983; y Rosa y el ajusticiador del canalla, escrita en 2001 -también iniciada como
obra de teatro-, y llevada al cine en 2005.
Es propicio decirles que Iván escribe cinematográficamente. En una reciente
conversación, me dijo: “En mi caso, como he logrado dominar ambas disciplinas –
teatro y cine- pues el teatro es cine y el cine es teatro. No creo que podría haber
cine sin teatro.”
1
Antes de abordar esta especie de trilogía del anti-héroe cubano exiliado, me
gustaría hacer un breve recuento cronológico de la producción teatral de Iván
Acosta. Su trayectoria artística es nuyorquina y se remonta a 1970 con el
monólogo Esperando en el aeropuerto (Premio Ariel, en Uruguay). Esa trayectoria
despega sobre las tablas en 1971, año en que escribió y produjo el musical
rocanrrolero Grito ’71.
Le siguió Abdala José Martí, en 1972, con textos martianos y música. Abdala José
Martí fue una colaboración entre Acosta y el poeta Omar Torres. Torres será el
conspirador cultural inseparable de Iván Acosta por las próximas dos décadas.
Estos son los años novatos del escritor en que referentes literarios cubanos –y de
corte patriótico- se emplean literalmente, una primera etapa en que la temática
cubana no se ha mimetizado aún en el imaginario del autor. Pronto todo esto iba a
cambiar.
En 1972, Iván Acosta encabezó un movimiento cultural en la comunidad artística
cubana exiliada en Nueva York, que sigue vigente hasta el día de hoy, 40 años más
tarde. Me refiero a la fundación del Centro Cultural Cubano. En una reciente
entrevista, aún inédita, Iván me habló del reto que fue la primera convocatoria a
artistas exiliados en Nueva York que vivían prácticamente en el anonimato. Ese
reto se asumió como respuesta a declaraciones desde Cuba en que se pronosticaba
que la cultura y el arte “de la gusanera” estaban destinados a desaparecer. Bueno,
todos aquí sabemos quién estaba en lo cierto y quién se equivocó big time!
El CCC organizó tres festivales de arte cubano en Nueva York entre 1972 y 1975,
en la Catedral Episcopal St John the Divine, en Manhattan, y en diciembre de
1975 inauguró una sede permanente en un segundo piso sin ascensor, pegado a los
muelles del Río Hudson, con una salita arena de 99 butacas. En ese local se hizo
teatro cubano durante tres años, incluyendo algunas obras de Acosta, como El
súper, en 1977 y No son todos los que están, en 1978.
Es importante anotar en este Congreso que allí, en 1977, se montó por primera vez
en Estados Unidos la obra Aire Frío de Virgilio Piñera, dirigida por Eduardo
Corbé. Iván Acosta fue su productor general, yo asistente de producción. Hablar
de ese evento nos tomaría a Iván y a mí el resto de la tarde. Ese año, una buena
parte de los premios de teatro hispano en NY fueron para Aire Frío.
Vuelvo a la cronología teatral: Recojan las serpentinas que se acabó el carnaval y
Un cubiche en la luna, escritas en los años ochenta. Rosa y el ajusticiador del
canalla y Cosas que encontré en el camino, escritas entre 2001 y 2004. Y de más
2
reciente escritura: Carmen Candela; Cuando las apariencias engañan; y Cuba 2020
– Punto X.
Hace unos días Iván y yo hablábamos sobre lo que yo considero su aporte como
especie de cronista de la condición de exilio. Me dijo que no estaba de acuerdo. No
obstante, yo insisto en que una parte de su obra refleja una labor de relator. Acosta
ha retratado sucintamente, al menos en tres de sus obras, el desarraigo, la
inadaptación, y el drama de la separación familiar que padecemos los cubanos
extramuros.
“No, yo simplemente me considero un ser humano que nació en Cuba y que
gracias a la voluntad de algo muy poderoso he podido desarrollar humildemente el
talento de escribir…” me ha dicho Iván.
No obstante, El súper, Amigos y Rosa y el ajusticiador del canalla cumplen con lo
que la crítico colombiana Tania Patricia Maza señalara en 2006, y cito: “…el teatro
de nuestro tiempo está llamado a ser dador no sólo de nuevos lenguajes escénicos,
sino de nuevas lecturas por parte de sus creadores…”
Acosta brinda nuevas lecturas de lo que fue y es el exilio cubano. El dramaturgo y
director español, José Sanchis Sinisterra, a quien se le atribuye la Teoría de
Dramaturgia de Textos Narrativos, afirma que el dramaturgo de hoy se expone a
compartir sus incertidumbres, sus dudas, quizás también sus terrores y sus
fantasmas.
Yo añadiría que Iván Acosta se expone a compartir sus más profundos deseos.
Especialmente en Rosa y el ajusticiador del canalla, el autor hace cómplice al
lector y al público de su fantasía máxima: el tiranicidio.
El autor añade: “Mis personajes representan todo o casi todo lo que la comunidad
del exilio ha ignorado o ha tratado de tapar con un dedo…”
Digamos que no todos sus personajes en todas sus obras sean fieles a ese patrón.
Pero en las tres que se abordan en este modesto trabajo, los protagonistas –
Roberto Amador Gonzalo, el superintendente de edificios de Washington Heights;
Ramón, el ex-preso político convertido ahora en “marielito”; y Amaury, el
ajusticiador, un Pedro Pan con vocación redentora-, son la antítesis del cubano
exitoso, adaptado, triunfador y moderno que suele representar al cubano del Exilio,
desde los estereotipos. Los tres personajes están creados en el esquema brechtiano
del anti-héroe.
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En un estudio muy ameno sobre el tema de la cotidianidad –del lugar común- y de
la autobiografía en el teatro realizado por la académica argentina María Fernanda
Pinta, la crítico habla de una “refundación mágico-ritual del teatro en que se
pretende des-ocultar una realidad auténtica, algo así como iluminar una verdad que
estaría negada en la vida real”. Habitar el mundo del hombre ordinario en su
cotidianidad y subvertir el status quo, usando las propias palabras de Pinta, es
precisamente lo que Iván Acosta hace en estas tres obras de teatro de, y sobre, el
“otro” exilio cubano.
Para subvertir el status quo, Acosta necesita cómplices…. Y los cómplices somos
nosotros mismos: el lector, el espectador, el exiliado o exiliada cubano “otro”. La
construcción del drama no la hace completamente el dramaturgo: cada individuo
que “cae” en el hechizo de la vida cotidiana re-creada por el escritor, aporta su
pedacito de obra de teatro, su pedacito de imaginario, su metro cuadrado de
espacio utópico.
¿Y cuál es esa cotidianidad de vida de exiliado cubano –en Nueva York o en
cualquiera de las latitudes frías y gringas del exilio fuera de Miami- que Acosta
destapa en estas obras, más allá de los frijoles negros, el cafecito por la mañana, y
el partido de dominó? Enumeremos lo más sobresaliente:
1.
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4.
5.
6.
La nostalgia de la patria a la que no se tiene acceso;
El desarraigo que es resultado de la expulsión del suelo natal;
La desconexión física y emocional con familia y amigos;
La pérdida de todo lo conocido;
La muerte de seres queridos a cuyos velorios no se puede asistir;
La falta de protagonismo, el anonimato; la pérdida de autoridad en el seno
familiar (los padres pasan a depender de las destrezas de los hijos);
7. La problemática del idioma y las limitantes que ello representa al deseo de
prosperar;
8. La bi-culturalidad obligatoria;
9. El distanciamiento de los hijos ante el choque de dos culturas y dos
realidades sociales distintas;
10.Envejecer en un país que nunca se considera propio, y ser enterrado donde te
cubrirán toneladas de nieve;
11.Pasar de exiliado a inmigrante; de cubano a latino; de pueblo a minoría;
12.El sentimiento de haber perdido la batalla contra “el Mal” –el canalla.
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Acercarnos a Roberto, a Ramón y a Amaury, es reconocer claramente al antihéroe, ese personaje contrario al ideal imaginado. Roberto se da por vencido ante
el frío y la Babel de Hierro, y relocaliza a su familia en Miami. Ramón apenas
podrá abrirse paso en la Calle Ocho con un kiosquito, y es obvio que no tiene
herramientas para hacer mucho más. Amaury, a pesar de haber llegado adolescente
a Estados Unidos, sigue siendo un inconforme que lejos de mirar hacia el futuro,
ha quedado atascado en el deseo de “tumbar” a Fidel. No todo es triunfo y
prosperidad en el Exilio cubano.
Acudo de nuevo a los planteamientos de María Fernanda Pinta para afirmar que
Iván Acosta nos brinda, y cito, “un espacio teatral contiguo e inmerso en la vida
cotidiana [que desalínea] la percepción-cognición del espectador para que sea
capaz de ver con una nueva sensibilidad, con una nueva conciencia”.
En parte, esa nueva sensibilidad –la de vernos como seres frágiles, débiles,
vulnerables, muy lejos de la imagen de “somos la candela”… de la imagen
“nosotros los cubanos y el resto de la humanidad” como dice la canción -, debe
ayudarnos a explicar mejor la problemática que hemos vivido, la que seguimos
viviendo. Muchos de los aquí presentes tenemos, en algún rinconcito del alma, un
poco de Roberto, de Ramón, de Amaury.
La nueva sensibilidad que viabilizan estas obras de Iván Acosta también debe
servirnos para comprender a los nuevos exiliados –los tired, and poor, and huddled
masses yearning to breathe free - de los que habló la poeta Emma Lazarus en
1883.
Para terminar, quiero añadir que, a pesar de la universalidad de la temática –el
mundo entero está en alguna especie de fuga, en tránsito entre un territorio familiar
y otro desconocido-, y a pesar de que el súper, el marielito y el pedro-pan son
Everyman -cualquierhombre-, estas obras están escritas, y han sido representadas
ante todo para –y por- nosotros los cubanos.
Nos dice Iván Acosta: “El tema cubano soy yo, eres tú, somos todos…. Hay un
imán que atrae y te hala hacia la temática cubana”. Si, según afirman los
estudiosos, el dramaturgo moderno necesita cómplices que le ayuden a completar
su obra, entonces los cómplices –y co-autores- de Iván Acosta somos “yo, tú,
todos…”
5
Bibliografía Consultada
Acosta, Iván. Obras de teatro para este trabajo: El súper; Amigos; y Rosa y el
ajusticiador del canalla.
Maza, Tania Patricia. Nueva dramaturgia: Ausencia del autor dramático, o
reconocimiento de la revuelta íntima. Dramaturgia Chabaud (online), 1 de abril de
2008.
Pinta, María Fernanda. Las transfiguraciones del lugar común: Teatro
autobiográfico y vida cotidiana. Estéticas de la vida cotidiana. Figuraciones:
Teoría y crítica de artes, No 6º, dic 2009
Sánchis Sinisterra, José. Por una teatralidad menor y Dramaturgia de la recepción.
Colección Cuadernos de Ensayo Teatral Nº 1, Madrid.
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